EL RINCÓN DE LA MEDITACIÓN

 
"Venid por agua todos los sedientos;
venid aunque no tengáis dinero;
comprad trigo y comed de balde, vino
y leche sin tener que pagar. ¿Por qué
gastáis el dinero en lo que no sacia, el
salario en lo que no quita el hambre?"

(Isaías 55, 1-2)
SED DE ETERNIDAD
Durante toda tu vida tú te levantas cada día con el deseo de ser feliz,
ansiando cada mañana una alegría plena, y cuando la noche te envuelve tu
deber es reconocer que la felicidad te rehuye cada vez que creías haberla
encontrado.

Pero, ¿acaso lo has olvidado? Nunca podrás poseer la felicidad, y ella
desaparece cuando las dudas, la incertidumbre o la inseguridad te acosan
hasta la angustia; cuando tienes miedo de algo o de alguien, cuando
encerrado en tu soledad, eres incapaz de percibir la gratuidad del amor.

¡Cuántas veces te sientes decepcionado en medio de la lucha! ¡Cuántas veces
has sentido la tentación de abandonarlo todo! Te parece que la felicidad está
hecha para los demás, mientras que tu lucha sin tregua no te aporta ningún
consuelo.

Pero, tú puedes seguir luchando mientras no encuentres alguien capaz de
saciar tu hambre y colmar tu sed de eternidad. ¿O prefieres ser como esos
miles de hombres y mujeres que mueren hoy al borde de la fuente?

Rostros apagados que han perdido toda esperanza; rasgos cansados de
perseguir una alegría siempre efímera; discursos fríos, palabras vacías que el
viento lleva al pasar; miradas veladas por las lágrimas de la impotencia;
ojos en los cuales no se dibuja más que una infinita tristeza, porque ignoran
que son amados, amados con un amor de eternidad: innumerable
muchedumbre sin pastor que no sabe a dónde ir a buscar el agua que
colmaría la sed que consume sus entrañas.

Tras haber despreciado el don de Dios y haber recorrido, sin éxito, todos los
senderos, caminan como ciegos, tanteando a lo largo de los muros, incapaces
de encontrar por sí mismos su camino y sin que nadie deslice una mano sobre
la suya para conducirles hacia la puerta.

Y tú, en lo más profundo de ti mismo sientes el eco de una voz: “Todos
vosotros, los que tenéis sed, acercáos: aquí tenéis agua. Vosotros los
hambrientos: he aquí el pan” (Isaías 55, 1)
. Pero no pudiendo creer en un
Dios que ha osado hacerse hombre, y teniendo miedo de dejarte amar por
Aquel que te ha amado hasta el extremo, prefieres seguir buscando un
alimento que no sacia: comes y de nuevo tienes hambre; prefieres seguir
corriendo en pos de una bebida que no te colma: bebes y de nuevo tienes sed.

Sí, tienes hambre. Pero quizás no sabes que lo que tú buscas no es el pan de
este mundo. Tú necesitas el verdadero pan, el pan de Dios, el pan que da la
vida al mundo. Sí, tienes sed. Pero, quizás no puedes descubrir que lo que tú
deseas no es el agua de las fuentes de esta tierra. Tú necesitas la fuente de la
cual brota el agua viva que nunca se agota.

Y he aquí que un fuego se enciende para ti en el corazón del Evangelio. Jesús
te anuncia el don del amor de Dios: su cuerpo ofrecido es el pan que sacia y
el alimento que permanece dando una vida sin fin; su sangre derramada es el
agua viva y la bebida que se convierte, para aquel que la toma con fe, en un
manantial que brota dando una vida sin término.

Pero su mensaje es también una invitación. En la vida y en las palabras de
Jesús de Nazaret encontrarás el verdadero rostro de Dios y el camino que
conduce al Padre, si tienes la audacia de creer, sin ver, en el Dios vivo, y
avanzar hacia él, no en la clara visión, sino guiado por la fe.

A ti te toca descubrir las Palabras de Vida eterna que se esconden bajo una
aparente locura, A ti te toca discernir la respuesta que Él da a la espera de
los hombres y mujeres de todos los tiempos. Nadie ha hablado nunca como
Él; nadie tiene como Él palabras de Vida eterna que nuestra esperanza va
buscando y de las cuales nuestra debilidad tanto necesita.

Las bienaventuranzas que Jesús te deja son caminos hacia la verdadera
felicidad; caminos que tendrás que recorrer para llegar hasta la sencillez y la
transparencia; caminos que tendrás que reemprender siempre de nuevo para
llegar hasta el corazón de Dios.

Para ser testigo del Evangelio, vuélvete hacia Cristo: Él sólo te pide que
ames. Porque amar y vivir sabiendo que eres amado significa abandonarte
entre sus manos... y Él hará que resplandezca en tu rostro la luz de las
bienaventuranzas.

Si quieres seguir a Cristo, prepara en ti un corazón de pobre, y no te dejes
seducir por la mentalidad egoísta del mundo en medio del cual vives, porque
no podrás servir a dos señores.

Y caminar tras las huellas de este Pobre y Humilde de corazón que se
despojó de todo para rebelarte la ternura de Dios, es descubrir que Dios no
elige a los sabios ni a los poderosos, sino a lo que es débil, para confundir a
los fuertes.

Sin preocuparte de ti mismo, vive siempre cerca de los oprimidos, los más
pequeños y los que buscan la paz de Dios; ama a tus hermanos hasta el
extremo, y al igual que Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su
pobreza, tú irás hasta ofrecer tu vida para curar las heridas del corazón del
hombre, las heridas del Cuerpo de Cristo.

Y si eres humillado o perseguido porque amas a Cristo, no dejes que tu
corazón se endurezca; manténte firme en la esperanza; dale tu confianza para
construir sobre la roca; en medio de todas las dificultades, busca la forma de
hacer la voluntad del Padre; toma tu cruz y camina... incluso en medio de la
oscuridad y cuando el sufrimiento te acose por todas partes... ¡y la alegría de
Dios colmará tu corazón!

Consolado por Dios, tú serás, según la imagen del Padre, un ser
misericordioso que da ánimos a los que están abatidos y sostiene a los que
están débiles; que se alegra con los que ríen y llora con los que están
afligidos; que ama a los que le odian y triunfa sobre el mal por su constancia
en hacer el bien; que bendice a los que le maldicen y reza por aquellos que le
tratan violentamente.

Deja que Dios irradie su amor en lo más profundo de tu corazón, y tú llegarás
a ser un hombre o una mujer que lleno de compasión vive en el instante,
abierto a todo, disponible para todos... y al igual que la luz de la aurora
anuncia el despertar del alba, el momento presente será para ti simiente de
eternidad, porque sobre tu corazón destrozado descenderá la consolación
como una caricia de la mano de Dios.

Mikel Pereira