EL RINCÓN DE LA
MEDITACIÓN |
NOTAS
PEGAGÓGICAS |
Busca UN TIEMPO, una
hora que te
vaya bien. ¿Será de madrugada? ¿Será al mediodía? ¿Será al anochecer? Tú sabrás cuál es el mejor momento para dedicárselo al Señor. Sé fiel a este tiempo, y no falles a la cita. Dile a tu corazón: ¡Es la hora! Busca UN LUGAR, un rincón
donde te
encuentres bien, un sitio escondido, tranquilo, acogedor; un espacio para la cita. ¿Será tu habitación? ¿Será la capilla? ¿Será una iglesia? ¿Será la naturaleza? Busca un sitio y sé fiel a ese lugar. Mucha luz no te deja interiorizar ni profundizar; la penumbra te ayuda a hacer camino hacia el interior, y una música suave a concentrarte y relajarte. |
Al principio, dedica unos minutos a "ponerte en
presencia de Dios": abre
"tus ojos" al Dios que habita en lo hondo, al Dios presente en la Creación, en el Templo, en medio de la comunidad, o al Dios de la Historia. Toma conciencia de esta realidad que te envuelve y alégrate de tener a Dios tan cerca de ti; sé consciente de que "tú" estás con "Otro TU". Ora y medita desde la verdad, desde la sencillez y la transparencia del
corazón; ora con tu historia, con tu realidad; medita desde la vida, con la vida y para la vida; ora desde tu corazón de barro, desde tu debilidad y pide al Espíritu que venga en tu ayuda. Mira a Dios con una mirada SENCILLA que exprese la transparencia, la
verdad y entereza de tu corazón. No compliques el rostro de Dios; no te empeñes en ver con la cabeza cuando lo invisible, lo oculto, lo misterioso sólo se puede ver con el corazón. Descomplica tu oración. Dios es sencillo. ¡Dios es! Mira a Dios con una mirada ATENTA que exprese todo tu interés,
dedicación, amor, contemplación, fascinación y admiración. Abre tu corazón al Dios que habita dentro de ti, al Dios que está presente en la Creación, en la comunidad, en el Sagrario, o en los hombres que sufren. Sitúate ante un Cristo Crucificado, ante una imagen
o un icono, un
símbolo que se convierta en "un camino hacia la trascendencia". Pon tus ojos en sus ojos, y a sus pies, calla, adora, contempla, espera y ama. Mira al que amas y ama al que miras. Mira quién te mira y déjate amar en su mirada, porque para Dios, mirar es amar. Acércate y descubre en él al que sirve. Entra en el amor, la ternura y
compasión del que entrega la vida por los suyos. Y déjate acoger, déjate acariciar, déjate conducir, déjate salvar. Acércate a su capacidad de
amar y ser amado. Abre tu corazón dolorido,
golpeado, tocado por el pecado que destruye, o salpicado de resentimientos, de envidias, de egoísmos, de miedos e inseguridades, y déjate tocar, querer, curar por Jesús. Acrisola tu fe en una espiritualidad que día a día
acreciente una relación
personal con Aquel que te dio la vida, descubra su voluntad a través de una oración callada, acoja su proyecto de un hombre nuevo y una vida renovada, y te comprometa en una lucha desarmante y desarmada para conseguir una sociedad más justa y un hombre más libre de las injusticias que le encadenan, el odio que le deshumaniza y la miseria que le rodea. Empéñate en descubrir el verdadero rostro de Dios,
en orientar tus opciones
fundamentales a la luz del evangelio, en ahondar tu experiencia religiosa, percibir la acción del Espíritu en el mundo que te rodea, progresar por el camino de la fraternidad, solidarizarte con los necesitados, compartir la suerte de los pobres y luchar por un mundo más justo y humano. Abre las puertas de tu corazón al Dios de la Vida,
al Jesús que es Señor y
al Espíritu que todo lo renueva, y verás cómo, poco a poco, cambias tus ansias de poseer por deseos de compartir; vives no para dominar, sino para servir; buscas la forma no de destruir, sino de crear vida; luchas por la liberación individual y colectiva de todo aquello que nos esclaviza desde dentro o desde fuera; y das siempre la última palabra al amor incondicional hacia el hermano que está cerca de ti o aquel que está en el otro extremo de la Tierra. Mikel Pereira
|