EL RINCÓN DE LA MEDITACIÓN

 
ORAR ES LUCHAR
CON UN CORAZÓN RECONCILIADO


Dios es nuestra esperanza: "Hemos puesto en ti,
Señor, nuestra esperanza; ansiamos tu nombre y tu
recuerdo. Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en
mi interior madruga por ti" (Isaías 26, 8-9)

La certeza de ser escuchados es fuente y
condición de la oración: "Os aseguro que si dos
de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre
celestial" (Mateo 18, 19).

"Todo lo que pidáis con fe en la oración lo
obtendréis" (Mateo 21, 22)




 
ORAR ES LUCHAR
CON UN CORAZÓN RECONCILIADO



Rezar es hacer un alto en el camino. Tener tiempo de rezar es no dejarte ir a
remolque de los acontecimientos, sino estar en la encrucijada de los caminos.
Rezar es buscar la forma de progresar sin partir indefinidamente de cero;
desembarazarnos de lo que no es esencial, para correr hacia la meta que es
Cristo. Rezar es decirle todo a Dios: lo que no entiendes de Él, lo que te resulta
insoportable, lo que te parece indecible, incluso aquello que te parece absurdo.

Pero rezar no es sólo hacer un monólogo; no se trata de que hables sólo tu, ni
de dejar que sólo hable Él. Quizás, rezar no sea más que aprender a soportar el
terco silencio de Dios; saber permanecer ante Dios en largos silencios en los
cuales parece que no pasa nada, porque, a veces, es en estos momentos en los
cuales tomas las decisiones más importantes de tu vida.

A veces te pueden venir a la mente preguntas como éstas: ¿para qué la oración?
¿Para qué abrirse a Dios cuando permite tantas guerras, muertes,
sufrimientos...? En la comunicación con Dios el hombre entabla un diálogo no
consigo mismo, sino en sí mismo. Pero ¿acaso sientes a Dios como una
presencia en ti? El diálogo en sí mismo es un intercambio de pobre, hasta
descubrir la dulzura de una presencia.

Tu quehacer más importante es volver a aprender a rezar cada día. Siempre
hay en tu vida una parte que se resiste a volverse hacia Cristo. Algunas veces
se lo habrás dicho todo en pocas palabras, en otras ocasiones te resultará
pesado y correrás el riesgo de recurrir a clichés sin contenido.

La oración puede llegar a ser para ti un “lugar” en el que el tiempo puede ser
calificado de otra forma, y la oración adquirirá así un peso de eternidad:
tendrás la certeza de entrar en un río que viene a través de los tiempos desde la
fuente de la vida que es Cristo.

Rezar no es más que recorrer con Cristo el camino que te lleva de la muerte a
la vida. A veces podrás llegar a pensar así: hablar me parece inútil; y ¡hay
momentos en los que ya no se puede rezar!

En el fondo descubrirás que la oración es como un fuego interior que te
consume. En el Apocalipsis puedes leer: “Sólo los violentos arrebatarán la
realidad del Reino” (Lucas 16. 16)
..... ¿Serás capaz de vivir tu vida como un
desafío a ti mismo y a los hombres que te rodean?

Rezar te ayudará también a tomar conciencia de que tienes que insertarte en
medio de los más pobres, luchar contra toda injusticia sabiendo de dónde
viene, devolver al hombre su dignidad, compartir lo que eres y lo que tienes, y
no volver nunca la espalda a un ser humano por ser tu propio hermano.

Rezar es también luchar con un corazón reconciliado: rezar por tu enemigo y
vivir con él la fiesta de la reconciliación. Si no eres capaz de perdonar y vivir la
fiesta del perdón con tus enemigos ¿qué reflejas de Cristo?

Rezar será para ti la expresión de tu amistad con Dios. Y llegarás a hablar tan
solo lo necesario para pedir, agradecer y comprometerte cada día más en el
camino que te conduce al martirio. Rezar es volver el rostro hacia Aquel que
dulcemente te acompaña, y buscar un encuentro personal en el que elegir
libremente tu futuro. Rezar es descubrir que cada mañana te dice susurrando:
'No temas, soy yo, estoy aquí'. Y descubrir así la frescura de una fuente que
se entrega al hombre sin medidas ni condiciones.

Rezar es descubrir que Dios es un hombre que llora, un anciano que camina a
tientas, un niño que grita, un joven que se desespera. Rezar es sembrar con
lágrimas de inutilidad y segar cantando, sabiendo que un día llegarán las flores
y la alegría íntima, y después la flor morirá y habrá llegado el tiempo de la
espera confiada...



Mikel Pereira