EL RINCÓN DE LA MEDITACIÓN
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MUERTE Y
RESURRECCIÓN |
6.- DOMINGO:
DE LA MUERTE A LA
VIDA |
Los judíos piden señales, los griegos
buscan
sabiduría y nosotros hablamos de un hombre
crucificado que en su debilidad es signo
de
la fuerza de Dios. Y es que en la mañana
de
Pascua, Dios colma su propia ausencia.
Ahora descubres que Dios no responde al
por
qué del sufrimiento, sino que prefiere sufrir con el
hombre; Dios no responde al
por qué del dolor, sino que haciéndose hombre asume el dolor; Dios no responde al por qué de la humillación, sino que Él mismo se humilla; Dios no responde al por qué de la muerte, sino que muere en una cruz. De madrugada, unas mujeres fueron al sepulcro
preguntándose cómo quitar la
piedra que la cubría..., pero estaba corrida. Y descubrieron que en el lugar donde antes reinaba la muerte, ahora Dios manifestaba su poder: la muerte había sido vencida, los ángeles estaban allí, el cielo habitaba la tierra: "Tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del
Señor, bajado del cielo, se
acercó y corrió la piedra que estaba en la puerta del sepulcro y se sentó encima. Su aspecto era el de un relámpago, y su vestido blanco como la nieve" (Mateo 28, 2-3). Las mujeres buscaban un muerto, querían ambalsamar
un cadaver... pero el muerto
no está, el cadaver no aparece: "¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?"
(Marcos 16, 6).
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"
(Lucas 24, 5).
Y asustadas oyeron el mensaje que la Iglesia
repetirá incansablemente a lo largo de
los siglos: "No está aquí, ha resucitado" (Marcos 16,
6).
Pero la obra de Dios supera todo proyecto humano,
por eso "las mujeres no
dijeron nada a nadie, del miedo que tenían" (Marcos 16, 8). Y es que el mensaje de Pascua no es obra de los hombres: sólo Dios salva; sólo la fe da luz a los ojos. Pedro y el discípulo amado corrieron hacia el
sepulcro, y aquel a quien Jesús
amaba tanto, vió el signo de un sepulcro vacío y unas vendas en el suelo --mudos testigos de un cuerpo ausente--... y creyó. Y es que la palabra no tiene fuerza, el sentido
preciso se nos escapa y estamos
invitados a adorar en silencio la realidad de la cual se ha dicho: "Ni el ojo vió, ni el oído oyó, ni al corazón del
hombre llegó lo que Dios ha
preparado para los que le aman" (1ª Coríntios 2, 9). Cuando Cristo resucita deja en el sepulcro las
vendas y el sudario, secuelas de una
muerte que ha sido vencida; cuando Cristo resucita, la muerte se viste de blanco y las cenizas se transforman en flores de primavera; cuando Cristo resucita es la hora del amor que no se acaba, es la hora de la presencia que ya no nos abandona. Señor, tus apariciones de resucitado testimonian una
infinita discreción que
despierta pero no impone la fe: * Un desconocido está ahí y María Magdalena le toma
por el jardinero. Pero te
basta pronunciar su nombre para que te reconozca: "-- ¡María! -- ¡Rabbuní! -que significa: mi amado
Maestro-" (Juan 20, 16).
Una vez resucitado no te presentas ante los hombres
con las pruebas patentes de
una solución al problema de la muerte, sino que humildemente acompañas nuestro caminar y haces que nuestro caminar se inflame al escuchar tus palabras; * Los dos discípulos que caminaban hacia Emaús te
tomaron por un viajero mal
informado. Sus ojos te vieron, pero sólo te reconocieron en el último momento, al partir el pan, cuando ya desaparecías... pero eso cambió sus vidas: entristecidos se habían alejado de Jerusalén, gozosos vuelven a ella; desalentados habían abandonado la comunidad, inflamados por la esperanza vuelven a ella; ignoraban las Escrituras, ahora comprenden lo que los profetas habían anunciado... Mientras, los demás discípulos, al ver Tu fracaso,
decidieron volver al lago a
pescar. Mientras pescaban, vieron a "alguien" en la otra orilla, pero no sabían que eras Tú (Cfr. Juan 21, 4), y es que te habías aparecido a ellos "bajo otra figura" (Marcos 16, 12). Nuestros ojos, habituados a la vida mortal, no saben ver a Aquel que da la Vida; * Pero el Corazón de Juan saltó de alegría: "Es el Señor". Y Tú, mientras ellos
se acercaban a la orilla, "encendiste un fuego de brasas con unos peces encima" (Juan 21, 7-9). Y es que sólo la fe nos ayuda a reconocerte; sólo
la fe nos hace participar de tu
vida; sólo la fe nos hace encontrar en ti nuestra semejanza perdida; sólo la fe en la Palabra de Dios, sólo la fe en la fuerza de Dios, sólo la fe en el amor de Dios puede llenar el espacio del miedo, la duda, el vacío y la muerte. Después, te encontraste con Tus discípulos, y ese
encuentro fue puro don, en la
palabra y en el signo, en el saludo y en la bendición, en la llamada, el consuelo y la misión a ellos encomendada: "Jesús se presentó en medio de los discípulos y les
dijo: ¡Paz a vosotros!
LLenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma" (Lucas 24, 36- 37). -- Pero, Señor, ¿qué significa esa llaga del
costado? ¿Quién te hizo las heridas
que llevas en tus manos? -- Me las hicieron mis amigos.
"Pero, ¿por qué os turbáis? ¿Por qué duda vuestro
corazón? Mirad... soy
yo... (Lucas 24, 38-39). "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Juan
20, 21).
"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a
toda la creación" (Marcos
16, 15). "Y dicho esto, exhaló sobre ellos su aliento y les
dijo: 'Recibid el Espíritu
Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados'... (Juan 20, 22-23). "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin de los
tiempos" (Mateo 28, 20). Señor, ¿a cuántos has seducido desde entonces? ¿A
cuántos has derribado en tierra
para que, dejando otros caminos, corrieran hacia ti? ¿A cuántos has cegado para que te vean? ¿A cuántos has abierto los ojos para que entre lágrimas no dejen de mirarte? ¿A cuántos has cambiado el corazón? ¿A cuántos has enamorado para que mueran por ti? DE LA MUERTE A LA VIDA
Por el bautismo te haces uno con Cristo: con Él has
sido sepultado bajo las aguas,
y con Él has resucitado porque crees en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Con Él mueres para morir al hombre viejo, y con Él
resucitas para dar vida al
hombre nuevo. Porque en aquel momento se te dijo: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los
muertos: Cristo será tu
luz" (Efésios 5, 14). Él es la luz del mundo. De Él procedes, porque Él
te ha creado; por Él vives, pues
con su muerte te dió nueva vida; y hacia Él caminas, sabiéndote peregrino y extranjero en este mundo. La muerte no es ya un destino inevitable al que
tienes que resignarte. Y, por otra
parte, no olvides que el cristiano vive y muere con el Señor: "Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno
muere para sí mismo.
Si vivímos, vivímos para el Señor; si morímos, morímos para el Señor, En la muerte y en la vida somos del Señor" (Romanos 14, 7). Cristo es Señor de vivos y muertos. Sólo Él ha
sabido unir el cielo y la tierra, la
humanidad y el Dios vivo. Sólo Él anuncia, prepara y anticipa la transfiguración de la tierra y de la historia; sólo la fuerza de su resurrección, misteriosamente difundida a través del sufrimiento y la alegría de todos los hombres, puede irradiar una nueva vida más fuerte que la muerte. Ahora, tu vida está escondida con Cristo en Dios, y
esperas que llegue el día en el
cual la muerte será destruída para siempre: "Ví un cielo nuevo y una tierra nueva... Y oí una
fuerte voz que decía: 'Esta
es la morada de Dios con los hombres... Enjugaré las lágrimas de sus ojos y no habrá ya llanto ni habrá muerte, ni dolor, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado'. Y el que estaba sentado en el trono dijo: 'Mira: lo hago todo nuevo'" (Apocalipsis 21, 1. 3-5). El que está en Cristo es una nueva creación: pasó
lo viejo, todo es nuevo. Y estar
en Cristo es estar en la verdad y vivir en el amor; es dejarse inundar por su Espíritu y responder a su llamada; es ser hijos en el Hijo, sintiendo la fraternidad y viviendo en comunión. Estar en Cristo es revestirse del hombre nuevo, dejarse alcanzar por Cristo y no tener otra vida fuera de Él- Seguirás siendo, como todos, un ser limitado por el
mal, pero con la certeza de que
el pecado ya no es un abismo infranqueable. Seguirás, como todos, enfrentándote a la muerte, pero en lo más profundo de tu corazón sabrás que la muerte no es un callejón sin salida, pues el Señor, delante de ti, ha abierto "una puerta que nadie puede cerrar" (Gálatas 5, 13). Pero, no olvides que la victoria sobre la muerte no
ha hecho más que empezar.
Debe seguir la contienda. La muerte está vencida, pero no destruída; el señorío de Cristo está decidido, pero no consumado; la luz pascual de Cristo resucitado se ha encendido, pero no ha llegado a todos los rincones. Queda mucha resurrección que anunciar y conseguir. Queda mucha vida por alcanzar: y ésta es tu tarea. Solo, no podrás gran cosa. Camina con otros y pide
al Señor que te dé la fuerza
necesaria para ser fiel; pídele la luz de su Espíritu, y no podrá negártela: "Tengo fe, Señor, aunque dudo; ayúdame tú en lo que
me falte" (Cfr.
Marcos 9, 24). |
Mikel Pereira |