EL RINCÓN DE LA MEDITACIÓN
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"Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a los sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores... sus heridas nos curaron" (Isaías 53, 2-5) |
TÚ CURAS MIS
HERIDAS |
No tengas miedo. Dios, nuestro Dios, es un Dios que
perdona, que acoge y
ofrece siempre su confianza. ¿Quién podría condenarte cuando Jesús reza por ti y en ti? Antes de haber podido conocerle, Cristo te llamaba ya por tu nombre; antes de haber podido amarle, Él vivía ya en lo más profundo de ti mismo. Atrévete a dar gracias a Dios cada día, porque Él ha
puesto sus ojos sobre ti
y te ha amado, y en su misericordia te concede cantar su alabanza. Aunque te parezcas a un infatigable peregrino que, a
veces desilusionado, va
empujando durante kilómetros un amasijo de hojas muertas... aunque camines en medio de las tinieblas en busca del calor de una hoguera, y veas que, al contrario de lo que ocurría en la visión de Moisés ante la zarza ardiente, inmediatamente se consume... no olvides que, en tu mismo corazón, Dios ha encendido un fuego que nunca se apaga. Que no te asuste el recorrer, por lo menos una vez
en tu vida, esos extensos
paisajes interiores; atrévete a atravesar el espacio de los recuerdos y las sensaciones, tras los cuales, a veces, se esconde el sentimiento de que, en el fondo, estás solo, perdido, aislado, abandonado... Si tu sonrisa osa a duras penas dibujarse en tus
labios, y tus ojos,
entristecidos por el recuerdo de las heridas de tu infancia o de tu juventud, suplican, gritan y mendigan su parte de alegría, de reconciliación, de ternura y de amor... recuerda que Dios te ama con un amor que deja presentir una relación sin dependencias, un diálogo sin obstáculos y una comunión libre de todo tipo de miedos... Vé más allá de tu soledad, camina con el corazón
lleno de ilusión y de
esperanzas, y vive siempre con alegría. Y aunque la historia de tu vida aparezca cubierta
de arena, deja que la lluvia
del Espíritu de Cristo Resucitado germine la tierra árida de tus heridas, y verás cómo, desde el interior, la sequía se transforma en desbordante primavera... Sólo así llegarás a ser un ser humano que, humildemente, se deja guiar por el Espíritu del Dios vivo. Y en todo momento, a lo largo de toda tu vida, descubrirás que Dios nace en ti continuamente y siempre de forma inesperada. Cristo se acerca a ti por el camino que tú creías
que te alejaba de Él. Es Él el
que da el primer paso, y con un inmenso respeto se dirige a ti desde allí donde tú habías puesto una empalizada, desde allí donde el miedo había construido una prisión, desde allí donde tú negabas la entrada al amor, desde allí donde el dolor, el sufrimiento y la propia angustia, hacen de ti un ser humano que vive bloqueado por un sentimiento de culpabilidad... Y a tiempo y a destiempo, Él te repite que un hombre es siempre mucho más grande que su examen de conciencia, que aunque tu corazón te condena, Dios es más grande que tu corazón, que nada puede borrar el amor con el cual Dios te ama. Cristo te ama tal y como tú eres, con tus dones y
tus debilidades, tus luces y
tus sombras, tu humildad y tu cólera, tu risa y tus lágrimas, tu humillación y tu firmeza, tus ilusiones y tus decepciones, tus errores y tu propio pecado... y Él te invita a llevar la cruz, nunca solo, sino acompañado por Él. ¿Le dejarás que te ayude? ¿Te arriesgarías a olvidar lo único que es esencial
por ir a la búsqueda de ti
mismo, sin saber, a veces, qué es lo que buscas, sin saber, a veces, de qué huyes: sin poder descubrir que es a ti mismo al que buscas, sin poder sospechar que es de ti mismo de quien huyes? ¿Podrías vivir toda tu vida con la pura ilusión de
ser lo que nunca podrás
llegar a ser? ¿Te dejarás hundir bajo el remordimiento de algo que nunca has alcanzado? Atrévete a confiar las raíces de tu ser en las
manos de Aquel que puede curar
tu corazón. Cristo viene a llenar el foso que existe entre lo que tú eres y lo que Él quiere que tú seas. Y ello sin herirte, sin forzarte, con un inmenso respeto, con el amor más grande que jamás hayas podido imaginar. Cuando sientes la tentación de la autosuficiencia y
el impulso de olvidar a
Dios... cuando quieres ser el salvador y el maestro absoluto de tu vida... Cristo, sin jamás forzarte, te dice: "Para ti, ¿quién soy yo?" (Cfr. Mateo 16, 15). Y amándote hasta el fondo de tu corazón te muestra que la última palabra de tu vida no es el "no" de la ruptura, sino el "sí" de la amistad reconciliada. Cuando te sientes atraído por el poder, la riqueza
y la gloria... cuando surge
el orgullo que te hace pensar que vales más que los demás... Cristo, sin jamás herirte, te recuerda: "Bienaventurados los humildes...". Cuando el peso de tus faltas te hace bajar la
cabeza y hundir los hombros...
cuando la amargura te tira hacia atrás... recuerda que el mal que has cometido no te hace indigno del amor de Dios, puesto que Cristo no viene a acusarte, sino a mostrarte el camino del perdón y la misericordia de Dios. Abre las puertas de tu corazón al perdón sin medidas
que Dios quiere
compartir contigo: porque cuando acoges el perdón que vivifica, cuando ofreces a manos llenas el perdón que gratuitamente has recibido, descubres la alegría de la infancia, la alegría serena, la alegría de aquellos que tienen un corazón misericordioso. Cuando te parece que la vida está a punto de
explotar... cuando presientes
que la angustia lo cubrirá todo con su oscuridad... Cristo, acercándose todavía más a ti, te dice: "No tengas miedo. Yo estoy contigo". Cristo, amándote hasta el fondo de tus prisiones, te
recuerda lo esencial: no
te quedes gimiendo, no te compadezcas de ti mismo, corre hacia la meta; no desfallezcas en la hora de la prueba; "yo soy la Vida" del mundo; "yo soy la luz" que brilla en la oscuridad; "yo soy el camino" que, más allá de tu soledad y tus sufrimientos, conduce a las fuentes que nunca se agotan. Pero nada puede cumplirse en ti si no aceptas la
parte de soledad que hay en
el fondo de ti mismo; esa soledad que no puede saciarse ni con el amor más grande; esa soledad en la cual Dios te espera para hacer de ti un ser vivo, un reflejo de su amor en medio de los hombres; esa soledad en la cual tú puedes reinventar la oración como itinerario, como un camino sobre el cual renovar la amistad y el amor de Cristo... Sólo entonces lo imposible se hará posible, porque todos los caminos estarán abiertos, y tú podrás descubrir los dones que el resucitado ha depositado en ti. Si sientes la tentación de dejarte paralizar por la
culpabilidad, de
transformar la fe en un puro legalismo, o de dejarte resbalar por la pendiente del perfeccionismo... si te encuentras en medio de la prueba y las contradicciones: ¡no te dejes abatir!... En medio del dolor y el sufrimiento, de la aridez y
la sequía, deja que Cristo
inunde con su presencia toda tu vida, porque el dolor y las propias dificultades serán una fuente en la cual podrás descubrir la frescura de su humilde presencia, y su amor por ti que a cada instante se renueva. Cristo te invita a salir de tu aislamiento para
llegar a ser un servidor de
comunión. Él te llama a compartir su vida y su felicidad, sin olvidar que tienes que hacer frente a una lucha. Abre los ojos de la fe y percibirás junto a ti,
tras los acontecimientos de cada
día, en el corazón de tu lucha, su humilde presencia... Así, encontrarle es dejarte inundar por el asombro; pero acogerle es dejarte seducir y conducir por el sendero de la alabanza. Recuerda que para Dios lo único que cuenta, no es el
mundo exterior, sino la
disposición interior, la actitud del corazón: * Déjate guiar por la paciencia y la humildad;
muéstrate perseverante y no te
dejes llevar por la violencia; no te abandones a la tristeza ni la resignación; busca con ahínco el camino del arrepentimiento del corazón; y no olvides nunca que Dios puede recrearlo todo con tus propias debilidades y a pesar de ellas... * Busca la sencillez, el abandono y la confianza; no
te pierdas en las oscuras
callejuelas de la ciega obsesión que siempre quiere saber si avanzas o retrocedes... ¿Disciernes el fuego que arde en tu corazón? Cristo te repite sin cesar: Yo estoy junto a ti y nunca he dejado de quererte, pero "Tu, ¿me amas tú?" (Cfr. Juan 21, 15)... * Deja que el grano muera; no te preocupes por el
mañana; lucha contra la
tentación de juzgar a los demás o de compararte a ellos; busca la forma de manifestar una compasión sin límites, de perdonar en todo momento... y en tu corazón verás florecer un amor desbordante... Cuando te sientas cansado y la alabanza no surja ya
de tus labios... deja que
el Espíritu cante en tu corazón la infinita misericordia de Dios, y alégrate de dejarle crear y amar dentro de ti. Ven. Ven Espíritu de Cristo resucitado.
Ven para que renazca lo que estaba muerto
y despierte lo que estaba dormido.
Ven a quemar nuestros corazones
con el fuego del amor de Dios.
Ven a cantar en nosotros,
porque tú llenas nuestra soledad,
y haces que brille tu luz
allí donde todo son tinieblas.
Ven a rezar en nosotros,
porque tú curas nuestras heridas
y habitas nuestras prisiones.
Ven y transfigura nuestro dolor
en un canto de alegría.
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Mikel Pereira |
"Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y
yo os aliviaré"
(Mateo 11, 28) "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14, 6)
"Yo soy la resurrección" (Juan 11, 25)
"Yo soy la luz del mundo" (Juan 8, 12)
"Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo" (Mateo 28, 20) |