TIEMPO LIBRE
VocTEO
 

Con la expresión "tiempo libre» se designa una realidad compleja, cuya naturaleza profunda se debe a la ausencia de imposiciones sociales y por tanto a la disponibilidad total para la persona. De hecho, en nuestras sociedades se le contrapone al tiempo laboral. Pero hay que precisar esta acepción. En efecto, podría pensarse en el tiempo libre como en un tiempo administrado de forma totalmente autónoma por el sujeto, mientras que en realidad hoy está en amplia medida predeterminado -en sus significados y en sus mismos contenidos- por las condiciones estructurales y por las leyes del consumo propias de la sociedad.

La reducción de la actividad laboral ha ampliado cuantitativamente los espacios del tiempo libre, pero sin concurrir a una verdadera promoción de su cualidad humana. Se asiste así a un creciente aplanamiento del mismo, debido a la expansión de la cultura de masas y favorecido por la invasión de los medios de comunicación social, que impulsan al hombre a adecuarse a los modelos dominantes. La alienación del trabajo se refleja también en la alienación del tiempo libre, en donde se acaban imponiendo las lógicas de expropiación del sujeto.

La reacción a este estado de cosas presupone ante todo una profunda revisión del significado antropológico y teológico del tiempo libre. La revelación cristiana abunda en interesantes indicaciones sobre ello. Efectivamente, en su centro está la cuestión de la felicidad. La relación original del hombre bíblico con el mundo está caracterizada por la alegría de vivir El Dios que experimenta Israel es un Dios que ama la vida (Sab 11,26), que impulsa al hombre a gozar de la bondad de los bienes creados y del placer que procede de ellos. El gozo nace de la conciencia de que la vida es don y que debe vivirse bajo el signo de una realización plena de sí mismo. La constatación de que el mundo, salido de las manos de Dios como bueno, se ve atravesado por la presencia del mal, por causa del pecado, no exime al hombre de la búsqueda de la felicidad, sino que lo sitúa frente a la necesidad de discernir su deseo sometiéndolo a una regla que lo discipline. La aceptación de la cruz no es fin de sí misma, sino que tiene que conjugarse con la voluntad de abolirla, acogiendo el gozo que viene de la resurrección como acontecimiento central de la experiencia cristiana.

El gozo de vivir lleva su sello en la integración entre el trabajo y el descanso, en la realidad del sábado que constituye la coronación de lo creado. La creación es la obra de Dios, pero el sábado es el ser presente de Dios: en él no sólo se expresa su voluntad, sino que se manifiesta su esencia. El sábado preserva a la creación de la aniquilación y llena la existencia inquieta del hombre con el gozo de estar en la presencia del Dios eterno; es prefiguración del mundo que viene, de aquello a lo que tiende definitivamente la creación. Así pues, el descanso pertenece a la constitución misma de la realidad creada: su valor consiste en engendrar el espacio por la relación festiva entre el Creador y la criatura. El gozo de existir y la acogida serena de la creación llevan a expresar conscientemente la gratitud que debemos a Dios. La relación del hombre con el mundo es una relación de transformación y de contemplación, de compromiso y de espera. Es el equilibrio siempre dinámico entre estas dos dimensiones -las dos esenciales- de la experiencia cristiana que consiente mirar la naturaleza con ojos nuevos, abandonando tanto la tentación de sacralizarla como la tentación opuesta, pero no menos peligrosa, de ejercer sobre ella un poder despótico.

Así pues, el sentido último del obrar humano en el mundo debe buscarse en la conformidad con el obrar de Dios, expresión de un amor libre que se despliega más allá de toda necesidad y constricción. El amor divino es un amor expansivo, dirigido a vencer las resistencias de lo negativo para ser y hacer-ser respondiendo a un impulso interior extraño a toda programación calculada. La gratuidad se transforma en don y la solidaridad en participación total con los demás hasta la renuncia de la propia vida. Por tanto, la felicidad de vivir se hace verdadera cuando se entiende como felicidad del otro, de los otros, de todos. La difusividad, que es la ley de la vida, tal como aparece en su fuente más profunda, tiene su trasposición ética en la solidaridad. La actividad humana adquiere su pleno significado cuando alimenta las relaciones y es creadora de comunicación y de comunión. El tiempo libre se hace auténtico en la medida en que hace suya esta concepción de la vida, es decir, en la medida en que se convierte en espacio en donde la vida recibe su sentido como expresión de un don, que aguarda ser recompensado con gozo.

La posibilidad de dar curso a esta perspectiva va ligada a la producción de una profunda revolución cultural. El Occidente ha desarrollado ampliamente una cultura del dominio, basada en la identificación del progreso humano con la técnica y por tanto con la voluntad de poder. La civilización del trabajo se ha desarrollado enteramente según esta lógica. La superación de este modelo, para descubrir al sujeto y .

la diferencia, exige una viva atención a nuevas dimensiones de la experiencia humana, como la de lo femenino, la de lo receptivo, la de la escucha de lo sensible en todas sus expresiones, la de la actividad contemplativa. Exige la capacidad de desarrollar una dialéctica fecunda entre el tiempo del trabajo y el tiempo del no-trabajo, haciendo de este último el momento de autentificación de toda la actividad humana. En efecto, el tiempo libre es el tiempo de producción de bienes gratuitos, que por su posibilidad intrínseca de llenar de gozo solicitan en el hombre, no ya una movilización instrumental, sino una adhesión reposada y gratificante.

Es juntamente tiempo de ocio y tiempo de utilidad social, mediante el ejercicio de actividades que no forman parte del universo mercantil, pero que son indispensables a la colectividad, como la mejoría del hábitat, la protección de la naturaleza, el cuidado y la asistencia de quienes viven en condiciones de marginalidad.

Pero el tiempo libre es también el tiempo de la fiesta como experiencia de regeneración humana. La banalización de la fiesta es la razón de que haya aparecido un hombre sin calidad y sin memoria. Su recuperación es la condición para captar la realidad en su significado más profundo, abriéndose al misterio y a la trascendencia.

Todo esto lleva consigo, para poder realizarse, una atención simultánea al cambio de las estructuras de la vida y a la transformación de la conciencia del hombre. El compromiso político y el compromiso educativo son los caminos que hay que recorrer al mismo tiempo si se desea restituir a la vida su profunda verdad y su calidad profundamente humana.

G. Piana

Bibl.: A. Bondolfi, Tiempo libre, en NDTM, 1763-1769. AA. VV , Tiempo libre, en NDE, l358-l368 J Huizinga, Homo ludens, Madrid 1970; P. Laín Entralgo, Ocio y trabajo, Rev. de Occidente, Madrid 1960:. J Moltmann, Sobre la libertad, la alegría y el juego, Sígueme, Salamanca 1972: E. Rideau, Teología del ocio, Nova Terra, Barcelona 1964: K. Rahner, Advertencias teológicas en tomo al problema del tiempo libre, en Escritos de teología, 1V Taurus, Madrid 1961, 467-494