SOLIDARIDAD
VocTEO
 

El concepto de solidaridad ha sufrido en la cultura occidental un proceso de transformación que le ha dado connotaciones y acepciones diversas. Nació ante todo en un ámbito jurídico para designar la responsabilidad in solidum de varios sujetos respecto a una prestación que no es susceptible de división y de la que tiene que responder cada uno de manera total. Pero en la época moderna la solidaridad asume más bien un valor antropológico y ético. La adquisición del carácter esencialmente relacional de la persona conduce a concebir la vida en sociedad, no ya como un mero deber sino como una instancia inscrita en la misma naturaleza del hombre que es preciso encarnar en comportamientos solidarios. En la perspectiva cristiana la solidaridad adquiere un significado ulterior, cargándose de un valor teologal. La historia de la salvación es la historia de la revelación progresiva de un Dios solidario. En cuanto "imagen de Dios» (Gn 1,26), el hombre es un ser constitutivamente relacional que Dios constituye como aliado suyo, llamándolo a vivir en comunión con él. La creación y la alianza definen la relación entre Dios y el hombre bajo el signo de una solidaridad que comporta el reconocimiento de la responsabilidad humana y la apertura a una verdadera colaboración. Esta solidaridad es el fundamento y el modelo de las mismas relaciones humanas, que han de realizarse bajo el signo de una efectiva reciprocidad.

En Cristo, y particularmente en el misterio de la encarnación y de la Pascua, aparecen los rasgos de- la solidaridad divina, que consiste en compartir plenamente la condición humana (ser-con) hasta el don total de sí mismo (ser-para). El misterio trinitario da razón en términos absolutos de esta verdad: el Dios de la fe cristiana es un Dios que vive en comunión de personas, que se constituyen en su donación recíproca.

El creyente que se ha hecho partícipe del amor divino tiene que comprometerse a hacer transparente su sentido en la vida cotidiana. La solidaridad se transforma así en instancia ética, que implica en su interior una estrecha conjunción entre la justicia y la caridad. La atención al otro exige, en primer lugar, el reconocimiento de los legítimos derechos y la creación de las condiciones más oportunas, incluso de tipo estructural, para su ejercicio y desarrollo. Pero la práctica de la justicia no basta. Es necesario ir más allá de la justicia, acogiendo las exigencias que nacen de la singularidad de cada persona y de los dinamismos más profundos del deseo humano, pero viviendo sobre todo las relaciones con el otro según la lógica del don. Es como decir que la solidaridad desemboca naturalmente en la caridad, en cuanto que encuentra en ella su más alta manifestación.

El "principio de solidaridad", interpretado en esta perspectiva, se ha convertido en uno de los ejes fundamentales de la doctrina social de la Iglesia.

Después de una fase inicial, más centrada en la propuesta del "principio de subsidiaridad" (la que va de León XIII a Pío XII), el Magisterio social de la Iglesia -a partir del concilio- concede un carácter cada vez más central al "principio de solidaridad", poniendo el acento en la importancia de un compromiso activo de los Estados, y en ellos de todas las fuerzas sociales, por crear condiciones de verdadero desarrollo para todos los hombres, en particular para las categorías más desfavorecidas. La situación de creciente interdependencia entre los diversos sectores en los que se desarrolla la convivencia humana y más radicalmente, entre los diversos pueblos de la tierra ensancha los horizontes de la solidaridad. Ésta adquiere dimensiones cada vez más institucionales y asume connotaciones universales en relación con las condiciones de subdesarrollo del Sur del mundo. El principio de solidaridad no reniega, sino que asume en este contexto al de subsidiaridad, en cuanto que la acción social de los Estados y de los pueblos exige, para desarrollarse correctamente, el compromiso responsable de los individuos y de los grupos dentro del cuadro de un proyecto colectivo.

El interés por el tema de la solidaridad ha crecido, por tanto, considerablemente en nuestros días. Pero esto no quita que sigamos estando muy lejos de su afirmación real. Se diría -paradójicamente- que la llamada insistente a la solidaridad se ha hecho inversamente proporcional a la práctica efectiva de este valor en la vida de los hombres. En efecto, la crisis de las ideologías ha determinado un fuerte repliegue del hombre sobre sí mismo con la consiguiente disminución de la tensión social y política. La justificada reacción frente a los procesos de socialización, que han acabado penalizando a la persona, se traduce de hecho en la afirmación de tendencias privatistas cada vez más marcadas. El advenimiento de la sociedad compleja alimenta el crecimiento de los impulsos corporativos en los que prevalece la búsqueda del propio interés y la falta de apertura al bien colectivo. La misma crítica al "Estado social" esconde con frecuencia una clara voluntad de afirmación individual, de exaltación de lo «privado" y de su eficiencia fuera de toda lógica de solidaridad.

A pesar de ello, existen y se van consolidando, también en la sociedad, procesos de signo distinto que atestiguan un descubrimiento prometedor del valor de la solidaridad. Baste pensar en el desarrollo de los movimientos de voluntariado, empeñados en afrontar los problemas de las desviaciones o de la marginalidad social, o proyectados hacia el Tercer Mundo. Al lado de estas iniciativas, dirigidas no sólo a suplir, sino a fomentar y a hacer más eficaces y humanizantes las prestaciones de los servicios sociales, se va abriendo también camino en el terreno político la exigencia de unas renovadas relaciones entre lo «privado" y lo «público", a fin de afrontar seriamente los difíciles problemas de convivencia y dejar espacio a las exigencias de todos, especialmente de los últimos. La solidaridad, que por un lado parece estar pasando una grave crisis, adquiere, por otro, una plena actualidad como valor fundamental para el crecimiento de una sociedad más a la medida del hombre y de su liberación.

G. Piana

Bibl.: T Goffi - G. Piana, Solidaridad, en NDTM, 1728-1737; C. Maccise, Solidaridad, en NDE, 1329-1337; A. Moncada, La cultura de la solidaridad, Verbo Divino, Estella 1989; M. Vidal, La solidaridad: nueva frontera de la teología moral, en Studia Moralia 23 (1985) 99-126; p, Arrupe. La Iglesia de hoy y el futuro, Sal Terrae, Santander 1982.