SISTEMAS SOCIALES
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El concepto de «sistema social» forma parte del saber político moderno. Con él se designan los diversos modelos de organización de la convivencia asociada que se han desarrollado a partir de la revolución industrial.

Estos modelos pueden reducirse de hecho, a pesar de sus notables variantes internas, a dos modelos fundamentales; el liberal-capitalista y el colectivista-marxista. El primero se ha desarrollado sobre todo en Occidente. La ideología liberal, centrada en la afirmación de la libertad individual y en una concepción del Estado como «Estado de derecho», ha dado vida en el terreno económico al nacimiento del capitalismo, es decir, del sistema basado en la competitividad y en el intercambio en el cuadro del mercado libre, La ciencia económica, que hace suya esta perspectiva, tiende a absolutizar las leyes de la productividad, de la acumulación del capital y del beneficio como parámetros irrenunciables del desarrollo. De esta manera se produce una mayor aspereza en la conflictividad debida a la creciente desigualdad social entre la clase burguesa y la clase proletaria: conflictividad que obliga al sistema a modificarse introduciendo algunos correctivos necesarios. El capitalismo salvaje de los orígenes asume así gradualmente un rostro más humano, gracias a la aparición de unas relaciones más constructivas entre la economía y la política. La adquisición del concepto de "Estado social» es el elemento nuevo que permite arrostrar algunas de las instancias esenciales de los ciudadanos, particularmente de las categorías más marginales, asegurando la satisfacción de los derechos fundamentales de todos.

El segundo modelo es el colectivista-marxista, que se afirmó sobre todo en los países del Este europeo. La ideología marxista, que denuncia la alienación del hombre trabajador en el marco de un sistema económico-productivo como el capitalista, da origen a la elaboración de un sistema alternativo, que tiende a planificar la economía según criterios rígidamente colectivistas.

El socialismo y el comunismo son los caminos elegidos para la actuación de este sistema, que en estos últimos años ha entrado en una situación de crisis radical. Los hechos del 1989 han marcado decididamente el final de esta perspectiva, que había desembocado en experiencias totalitarias y económicamente improductivas.

La doctrina social de la Iglesia asumió en su primera fase una posición de claro rechazo de ambos sistemas, proponiendo de hecho la necesidad de una «tercera vía», inspirada en los valores cristianos. Sólo con el pontificado de Juan XXIII y con el concilio se modificó esta posición, tomando un carácter más dialógico. La Iglesia no se sitúa ya como institución directamente competitiva frente a las diversas formas de convivencia socio-económica y política, sino como estímulo indirecto al desarrollo de una acción social y política que tenga una clara connotación ética.

El Magisterio posconciliar, y en particular el de Juan Pablo II, insiste por un lado en la atención a los derechos humanos como medida decisiva para la valoración de los sistemas, mientras que excluye por otro lado - es significativa en este sentido la posición de la Sollicitudo rei socialis- que se conciba a la Iglesia como productora de una propuesta sistémica propia, alternativa tanto al sistema liberal como al colectivista. El definitivo hundimiento de los sistemas del Este se convirtió, además, en ocasión -y ésta es la lección de la Centesimus annus- para una acogida substancial de la democracia occidental, aunque subrayando la necesidad absoluta de traducirla cada vez más en democracia real, mediante la adquisición de contenidos de valor. En efecto, una democracia auténtica no puede limitarse a la observancia formal de las reglas del juego -entre las que hay que colocar al principio mismo de la mayoría-, sino que debe desarrollarse positivamente en el surco de la adquisición de un consenso efectivo de los ciudadanos mediante la tutela y la promoción de los derechos de todos.

Hoy más que nunca le corresponde a la reflexión moral luchar por ampliar este horizonte, prestando particular atención a los derechos de las categorías más débiles. El cumplimiento de esta tarea supone un conocimiento cada vez mayor de los fenómenos tan complejos de la vida asociada y la adquisición de una actitud de vigilancia frente a la formas involutivas que pueden producirse. Efectivamente, la articulación plena de la vida social está ligada en nuestros días a una nueva definición de la participación social y de la misma representación política.

G. Piana

Bibl.: R. Rincón Orduña, Los sistemas económicos, en A. A. Cuadrón, Manual de doctrina social de la iglesia, BAC, Madrid 1993, 587-611; J M. Mardones, Capitalismo y religión, Sal Terrae, Santander 1991; W. Menéndez Ureña, El mito del cristianismo socialista, Unión Editorial, Madrid 1983; M. Escudero, La transición al poscapitalismo, Sistema, Madrid 1992.