SEÑOR / KYRIOS
VocTEO
 

Título honorífico atribuido a Jesucristo para proclamar su gloria y su soberanía sobre la historia humana y sobre todo el cosmos.

El término kyrios es de origen griego y significa "Señor». En la lengua griega clásica se usaba tanto en el terreno profano (en sentido literal y figurado) como en el terreno religioso (referido a los dioses, especialmente a Zeus: cf. Píndaro, Istm. 5, 53).

Los judíos de los dos últimos siglos a.C. empezaron a dirigirse a Dios utilizando el término absoluto Kyrios junto al arameo Mareh/Marja y el hebreo Adón. Este término se utilizó en la traducción de los Setenta para indicar a Yahveh. Este uso puede explicar la adopción de este término por parte del Nuevo Testamento. En los escritos del Nuevo Testamento Kyrios aparece 719 veces, con diversos significados. Con frecuencia se trata del uso literal profano: el kyrios es el amo, el que posee una casa, un sembrado, una heredad, etc. Otras veces, especialmente en vocativo, tiene el significado figurado de fórmula de cortesía y de respeto para dirigirse a una persona. Con frecuencia este título se refiere a Dios en las expresiones: "ángel del Señor"', "palabra del Señor"', "día del Señor"', etc., o bien a Yahveh/Dios en numerosísimas citas de trozos del Antiguo Testamento. Sin embargo, el destinatario principal del título es Jesucristo, pero en perspectivas diversas; se pueden señalar fundamentalmente dos: como saludo de cortesía (éste parece ser el sentido del término cuando se halla en labios de personas que esperan algún favor de Jesús, de los discípulos como los apóstoles, Marta, María, etc.); y como título que expresa dignidad y autoridad, cuyo destinatario es fundamentalmente Cristo resucitado (cf., por ejemplo, Hch 1,6; 7 59.60; 9,10b.13; 22,19. etc.). En sentido religioso y auténticamente teológico Kyrios se refiere entonces a Jesús exaltado, Señor de la Iglesia y de la historia, que algún día vendrá a llevar a cumplimiento su venida a este mundo.

En contra de lo que han escrito algunos autores, el título debió tener su origen, no en el judaísmo helenista, sino en el palestino, donde se empezó a invocar a Jesús Mesías como Señor (Mareh Jeshua Meschiha = Kyrios Jesous ChristOs). Con esta invocación Jesús era situado al lado de Dios, pero sin decir inmediatamente que él fuera Dios. Un proceso de reflexión y de profundización tanto dentro del NT como en la época posterior a los apóstoles lo puso así en claro de forma plena y definitiva (Nicea, 325).

Para captar plenamente el alcance teológico de este título es indispensable tener ante los ojos el significado eminente de la resurrección de Jesús. En ella y por ella Jesús siervo, humillado y crucificado, entró en la gloria divina por el poder del Espíritu Santo, fue exaltado por encima de toda criatura como Mesías y Señor del universo (cf. Flp 2,6-11; Rom 1,3-5) y se convirtió en dador de la vida nueva, escatológica, con la distribución a todos los hombres del don del Espíritu, del que fue lleno en su misma humanidad (cf Hch 2,32-36; 2 Cor 3,17. 1 Cor 15,4449; Jn 20,20; etc.), Señor y juez de la historia (cf. Hch 2,34. Jn 5), esperanza de salvación para todos los hombres (cf. Hch 4,12).

En estos textos neotestamentarios se pueden vislumbrar dos sectores del Señorío del Kyrios resucitado, distintos y tematizados en otros pasajes: el Señorío del Kyrios dentro de la Iglesia y fuera de ella sobre toda la historia/kosmos.

Jesús, Señor de la Iglesia.- Está presente en varios pasajes de Pablo, Juan y Mateo, pero particularmente en las cartas a los Efesios y a los Colosenses, donde se le ve como la Cabeza del Cuerpo que libremente distribuye sus dones, vivifica y renueva con su Espíritu. La Iglesia es el sujeto que recibe, depende, está bajo el Señorío de su Cabeza. Este pensamiento fue desarrollado sucesivamente por los Padres, especialmente por Agustín con su doctrina del Christus totus y por Tomás de Aquino con su visión del "cuerpo místico",. Ha llegado a su plena formulación en la encíclica Mystici corporis, de Pío XII (1943), y en la Lumen gentium, del Vaticano II (1964).

Jesús, Señor de la historia.- Ya Pablo, que se sentía esclavo/siervo de su Señor Jesucristo (cf. Gál 1,1; etc.), comenzó a valorar esta perspectiva, cargada de una crítica muy fuerte contra los Señores de este mundo, cuando escribe: "Para nosotros hay un solo Señor, Jesucristo, por medio del cual todo existe y nosotros por medio de él» (1 Cor 8,6). Esta línea de valoración teológica del Señorío de Cristo llegó a su cima de forma grandiosa en el Apocalipsis, en donde se confiesa decididamente a Jesús como "Rey de reyes y Señor de Señores'" (cf. Ap 19,16), el único a quien, junto con el Padre, hay que prestar adoración y obediencia.

La tradición teológica cristiana desde los tiempos de los mártires y de las persecuciones hasta hoy, con ritmos de diversa altemancia, ha sacado de esta afirmación teológica poderosos estímulos críticos para el reconocimiento de la dignidad del individuo (creyente y no creyente) y de la libertad de la misión de la comunidad cristiana contra los sistemas absolutistas de todo tipo (ideológico, político, militar). "Tu solus Dominus», "solus Christus», en cierta medida también "Cristo Rey": todas estas expresiones fueron creadas por el espíritu cristiano para vivir con toda verdad y radicalidad su relación de adhesión total a Cristo, para poner bajo su Señorío toda la existencia. La afirmación programática de K. Barth y de la confesión de Barmen: "Hay un solo Señor" y el ejemplo de tantos cristianos que por su fidelidad incondicionada a Cristo dieron y siguen dando su vida de muchas formas en las diversas partes del mundo, son hechos que muestran cómo este título cristológico no es una confesión de fe abstracta y formal, sino que tiene una enorme importancia para la vida histórica, social y política del cristiano.

G. Iammarrone

 

Bibl.: H. Bietenhard, Señor, en DTNT, 1V, 202-212; O, Cullmann. Cristología del Nuevo Testamento, Buenos Aires 1965; L. Saburín, Los nombres y títulos de Cristo, San Esteban, Salamanca 1965; R. Schnackenburg, Cristología del Nuevo Testamento, en MS, 11111, 245-414; J Alfaro, Las funciones salvíficas de Cristo como Revelador Señor y Sacerdote, en MS, 11111, 671-755; P. Lamarche, Cristo vivo, Sígueme, Salamanca 1968.