SATISFACCIÓN
VocTEO
 

Categoría teológica con la que, especialmente en la teología latina, se expresó el aspecto oneroso de la obra salvífica de Cristo. Debido a las desviaciones a las que dio ocasión, hoy esta categoría se ve sometida a fuertes críticas en el terreno teológico. Por eso resulta necesario indicar su verdadero sentido, para que no siga fomentando imágenes distorsionadas de Dios y del hombre.

Este término se deriva del latín satis-facere, que significa «hacer bastante», «hacer suficientemente». Se trata de un concepto sacado del terreno jurídico y trasladado al teológico-penitencial,- por obra especialmente de Tertuliano. Con san Ambrosio esta categoría empezó a aplicarse al valor de la pasión de Cristo (cf. 1,.2 Ps. XXXVII En 53: PL 14, 1036a); posteriormente fue elaborada a fondo en la obra de san Anselmo de Aosta, Cur Deus homo? (1098). El planteamiento de san Anselmo, aunque parcialmente correcto, siguió siendo la formulación teológica del valor salvífico de la pasión/muerte de Cristo en la Iglesia de Occidente hasta fechas muy recientes. Es oportuno resumir su contenido.

En su obra, Anselmo intenta mostrar a los incrédulos de su tiempo (judíos y musulmanes) la racionalidad de la verdad de fe cristiana de la encarnación redentora de Cristo. Con esta finalidad recuerda algunos capítulos doctrinales, que comparten también en gran medida sus adversarios: la creación del hombre por obra de Dios y su destino a la vida eterna en la comunión beatífica con él, la realidad universal del pecado y su fuerza destructora sobre el hom6re y sobre el orden de la creación entera.- Se abren entonces dos caminos a la creación alienada: el castigo de la pérdida de Dios, su bien supremo, o la reparación del honor divino lesionado por el hombre con la reintegración del mismo en la amistad divina mediante la satisfactio.

Pero la humanidad (la creación) pecadora se encuentra en la incapacidad radical de satisfacer a Dios por su pecado, ya que le debe todo cuanto puede ofrecerle, por ser criatura; entonces, la única posibilidad que se perfila es la encarnación de Dios mismo y su sumisión libre a la muerte, a la que no tenía por qué estar sujeto, por el honor de Dios y la reintegración de los hermanos en su amistad salvífica. La fe cristiana dice que en el acontecimiento Jesucristo ha sucedido precisamente esto: por pura benignidad divina, el Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre y con la ofrenda libre de sí mismo al padre en la muerte de cruz, que le infligieron los verdugos, prestó un acto de amor y de homenaje a Dios, reparando de forma «suficiente», e incluso sobreabundante, la ofensa hecha a Dios por el pecado (original y actual) de todos los hombres, sus hermanos, reintegrando a la humanidad en una situación de salvación.

Con esta visión pensó Anselmo que daba una exposición ordenada y clara a las diversas imágenes soteriológicas que le ofrecía la Tradición, satisfaciendo a las exigencias de la fe que busca una inteligencia de las realidades creídas y defendiéndola de las críticas de los incrédulos; exaltaba además de este modo la misericordia divina, única capaz de salvar al hombre de la pérdida de Dios y de la destrucción de sí mismo, implicando seriamente a la humanidad de Cristo, y en él y por él a todos los hombres en la consecución de la salvación gracias a la propia libertad (cf. 11, 8: el hombre, movido lógicamente por la gracia que todo lo precede, tiene que levantarse y permanecer en pie por sí mismo).

En esta visión soteriológica los autores han visto: un excesivo racionalismo, un pesado juridicismo, una cesión inconsciente a las categorías socio-feudales de la época, una concentración unilateral en la muerte de Cristo y en la encarnación, como presupuesta de la misma, un lamentable olvido del compromiso histórico de Jesús y del valor salvífico de su resurrección. En todas estas observaciones hay una parte de verdad. Sin embargo, hay que advertir que Anselmo intentó dar razón teológicamente de dos cosas: del acontecimiento de la encarnación redentora como fruto de una iniciativa de gracia de Dios, y de la muerte de Cristo como acontecimiento en el que la humanidad participó activamente en la restitución del honor de Dios y del Orden de la creación y, consiguientemente, en la propia salvación. Por eso mismo, en su teoría se salvaguarda la substancia de la fe cristiana, aunque revestida de una pesada conceptualización jurídica e inclinada a una excesiva racionalización.

La tradición teológica occidental posterior se movió substancialmente en la línea trazada por Anselmo. Los grandes teólogos escolásticos (Tomás, Buenaventura, Escoto) atenuaron la fuerza de «necesidad» presente en el argumento anselmiano, hablando de una « mayor conveniencia» de este camino escogido por Dios para la redención del hombre/mundo en Jesucristo, Subrayan en particular la dimensión de «caridad» para con Dios y para con el prójimo, presente en su pasión satisfactoria.

La reforma luterana acentuó más aún el papel satisfactorio y vicario de la muerte de Cristo, pero sin valorar suficientemente la visión anselmiana de la « satisfacción» como acto de libertad y de amor a Dios y al prójimo, La teología católica y protestante de la tendencia de los últimos siglos consiguió sacar del contexto de gracia, de libertad y de amor de Dios el compromiso salvífico de Cristo en favor del hombre y a verlo como la consecuencia de la exigencia de la justicia de Dios, que sólo puede ser « aplacada» con la ofrenda de un homenaje de alcance infinito, gracias la dignidad del sujeto que lo presta. La imagen que se deduce de esta posición (un Dios ofendido que puede y debe ser «aplacado» sólo con el sacrificio de su Hijo) ha sido una de las representaciones doctrinales cristianas que más ha alejado al hombre moderno de la adhesión a la fe cristiana. Hay algunos pensadores modernos que han criticado fuertemente esta idea religiosa, que consideran contraria a una auténtica imagen de Dios y a la libertad y responsabilidad del hombre con sus opciones.

El Magisterio de la Iglesia no ha tomado ninguna decisión sobre este tema: el concilio de Trento aludió al mismo en dos ocasiones (cf. DS 1529; 1690): el Vaticano I no pudo definirlo, a pesar de que lo tenía en programa; Pío XII defendió su valor (cf DS 3891).

Se decía que muchos teólogos han sido y son fuertemente críticos sobre el uso de esta categoría; algunos, al ver sobre todo cómo se ha presentado en los últimos siglos tanto en los libros de dogmática como en la instrucción catequética, opinan que se la debería abandonar. Puede mantenerse, dada entre otras cosas la larga tradición con que cuenta. Sin embargo, debe comprenderse y explicarse debidamente, para que no surta efectos no deseados.

Colocándonos en el ámbito del pensamiento bíblico, que anuncia la libre iniciativa de Dios de crear y recrear al hombre en su dignidad de criatura libre, que intenta vivir responsablemente en comunión de amor y de salvación con su Creador y Señor, podemos decir que la satisfacción entendida como dimensión de la actividad salvífica del acontecimiento Jesucristo (¡no sólo de su muerte!) expresa el alcance salvífico universal de la respuesta de amor que Jesús dio al Padre en su vida histórica hasta su muerte, por todos los hombres, en este mundo de sufrimiento, de pecado, de alienación de Dios, con el que se había hecho solidario. Su vida y su pasión/muerte dolorosa no son «satisfactorias» por el hecho de «aplacar» a un Dios infinitamente «airado», sino porque son una respuesta adecuada de amor al amor infinito del Padre dentro de las vicisitudes dolorosas de la vida humana y en la muerte y, por tanto, una reconducción de la humanidad a Dios en el amor que sufre. El ofrecimiento de Cristo a Dios en su vida y en su muerte hizo y sigue haciendo continuamente posible a los hombres, sus hermanos, poder decir su sí en Cristo y por Cristo a Dios, con lo que éste recibe su mayor honor y gloria y los hombres alcanzan la verdadera Salvación.

G. Iammarrone

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