REFORMA
VocTEO
 

Esta palabra se usa a veces en sentido muy restrictivo para hablar sólo de la Reforma protestante, pero el concepto de reforma incluye además las otras muchas reformas que han aparecido durante la historia de la Iglesia.

Puede decirse con toda justicia que la reforma pertenece a la esencia misma y a la naturaleza de la Iglesia, en cuanto que la Iglesia comienza con la misión de Jesucristo, cuya primera proclamación fue una invitación a la conversión y al cambio de vida a la luz de la venida del Reino de Dios (Mc 1,14-15 y par.). La predicación y las acciones propias de Cristo se referían a menudo al perdón del pecado y a la transformación de la vida humana (Mc 2, 1 - 12; Lc 15). Él confió a los discípulos la misión de continuar su ministerio transformador y reformador (Lc 10,1-20). El sermón de la montaña (Mt 5-7) propone un cambio profundo y penetrante que llega a alcanzar los pensamientos y las motivaciones de todos los discípulos de Jesús. Este tema encuentra también su expresión en los escritos de Pablo: «No os conforméis con la mentalidad de este siglo, sino transformaos renovando vuestra mente, para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable a él y perfecto" (Rom 12.2; cf. Ef4,20-24; Col 3,10).

La historia de la Iglesia es una historia de muchos y diversos movimientos de reforma. El libro de san Cipriano, De lapsis, escrito poco después de la persecución de Decio del 250-251, propone un arduo período de reforma y penitencia a los que habían acatado el edicto de sacrificar a los dioses del Imperio. El largo desarrollo del sacramento de la penitencia, desde el período primitivo de la confesión pública y entrada en el orden de los penitentes, hasta el posterior desarrollo de la confesión privada y la exigencia del concilio 1V de Letrán ( 1215) de que todos los católicos confesaran sus pecados al menos una vez al año, es solamente una ilustración del modo en que se encarnó la reforma dentro de la vida de la Iglesia. Se puede hablar también justamente de reformas teológicas. litúrgicas y monásticas que tuvieron 1ugar en los diversos siglos y que aportaron cambios positivos a la vida de la comunidad. Muchos movimientos que con el tiempo fueron designados como herejías, como el donatismo o el novacionismo en la época patrística, o los cátaros y los seguidores de Joaquín de Fiore y los franciscanos espirituales de la Edad Media, empezaron como movimientos de reforma que sucesivamente fueron insistiendo en ciertas doctrinas o prácticas en las que se veían comprometidas a veces otras verdades y valores cristianos perfectamente legítimos. La historia de los concilios de la Iglesia, locales y generales, es una historia de reforma.

La Reforma protestante presenta una nueva dimensión de la reforma cuando, además de los temas del retorno a la pureza de la primitiva Iglesia y de la renovación moral, surgieron muchas posiciones doctrinales, relativas a Cristo y a la Iglesia, que se unieron para formar lo que el teólogo protestante P. Tillich (1886-1965) ha llamado «el principio protestante". El principio protestante afirma el señorío único de Cristo: nada de lo que sea puramente humano puede recibir aquella fidelidad absoluta que pertenece solamente a Dios y solamente a Cristo. Absolutizar lo que es meramente relativo es una forma de idolatría. Aplicando estos principios a la Iglesia, el protestantismo afirma que ésta tiene siempre necesidad de reforma (Ecclesia semper reformanda), siempre está abierta a la corrección por invitación de la palabra profética de Dios.

La soberanía de Dios y de Cristo, por una parte, y la fragilidad de todo lo que es humano, incluida la Iglesia, por otra, son los fundamentos doctrinales de este principio protestante de la reforma continua.

Sin embargo, sería ingenuo considerar simplemente a todas las comunidades protestantes como «reformadas» y a la Iglesia católica (o a la ortodoxa, en este mismo marco) como «no reformada». La reforma protestante no se debió siempre a una reforma genuina; uno de sus resultados fue de hecho la escandalosa multiplicación de las divisiones. Por otra parte, se puede hablar de una «reforma católica"), de una renovación clerical, litúrgica, religiosa y espiritual, como consecuencia del concilio de Trento (1545-1563) y de la aparición de un gran número dé santos, de comunidades religiosas y de misioneros dentro del catolicismo en los años siguientes a la Reforma protestante.

Dentro del protestantismo se pueden señalar las renovaciones asociadas al pietismo y al metodismo como intentos de renovar el fervor de los cristianos dentro de las comunidades que surgieron en la época de la Reforma.

El concilio Vaticano II marca una nueva época en la autocomprensión católica a propósito del tema de la reforma. El mismo concilio era fruto de la reforma litúrgica y de la renovación de los estudios patrísticos y bíblicos.

Además, el concilio adoptó una nueva posición frente al mundo: no había que condenar simplemente al mundo, sino verlo más bien como un interlocutor de la Iglesia, del que la Iglesia tenía también algo que aprender. Aggiornamento fue la palabra que se usó para describir este nuevo tipo de reforma. Esto significa que la Iglesia tenía que cambiar a la luz de los signos de los tiempos. El concilio Vaticano II dio comienzo a una serie de reformas, como las relativas a la liturgia, al episcopado, a la Iglesia local, a los estudios de teología, a las diversas estructuras eclesiales y al derecho canónico, que tuvieron una amplia influencia en la renovación de la vida eclesial. El concilio habla directamente de reforma de la Iglesia en numerosos lugares, prefiriendo normalmente usar la palabra «renovación" más bien que la de «reforma». En primer lugar, encuadra la reforma en el contexto de la vocación universal a la santidad en la Iglesia (LG 39-42). Refiriéndose al famoso pasaje de san Agustín, los obispos escriben: «y puesto que todos cometemos fallos en muchas cosas (cf. Sant 3,2), tenemos continuamente necesidad de la misericordia de Dios y debemos rezar todos los días: "Perdona nuestras ofensas" (Mt 6,12") (LG 8, 9, 15, 48).

El Decreto sobre el ecumenismo se ocupa de manera particular de la cuestión de la reforma. Reconoce ante todo que también los católicos son parcialmente responsables de las divisiones entre los cristianos y prosigue subrayando la importancia de la renovación y de la conversión del corazón como aspectos necesarios para restablecer la unidad (UR 4,6-7). El concilio afronta también directamente el principio protestante de la reforma: «Cristo llama a la Iglesia peregrinante a una perenne reforma que necesita siempre por lo que tiene de institución humana y terrena, para que a su tiempo se restaure recta y debidamente todo aquello que, por diversas circunstancias, se hubiese guardado menos cuidadosamente, en las costumbres, en la disciplina eclesiástica o en el modo de presentar la doctrina, que se debe distinguir cuidadosamente del depósito mismo de la fe" (UR 6).

De esta manera la Iglesia católica acepta en líneas generales los elementos fundamentales del principio protestante, es decir, que ninguna realidad puramente humana puede recibir el lugar que corresponde a Dios y que la Iglesia está necesitada de una continua reforma. Aparece una diferencia significativa en la insistencia católica sobre la santidad de la Iglesia, tal como la profesa el concilio de Nicea, y sobre la fe en que algunos elementos de la vida eclesial han sido establecidos por Dios mismo (iure divino) y no están sujetos por tanto a alteración alguna en sus aspectos esenciales, Yves Congar ha afirmado que una verdadera reforma de la Iglesia debe tender con paciencia y con amor hacia aquella renovación positiva que respete siempre aquello que ha sido establecido por Dios por encima de todo.

W Henn

Bibl.: Y Congar. Verdaderas y falsas reformas en la Iglesia, Institutos dé estudios políticos, Madrid 1973; A. Laurentin, La apuesta del concilio, Madrid 1963; j A, Estrada, La Iglesia: identidad y cambio, Cristiandad, Madrid 1985; P Oamboriena, Fe católica e iglesias y sectas de la Reforma, Razón y Fe, Madrid 1961.