PENITENCIA
VocTEO

Del latín paenitentia (en griego, metánoia), significa la conversión del pecador y designa el conjunto de actos interiores y exteriores dirigidos a la reparación del pecado cometido. Pero la penitencia es también un sacramento, el cuarto, instituido por Cristo para devolver al cristiano pecador la gracia perdida con el pecado. El fundamento del sacramento se puede encontrar en el poder de perdonar y retener los pecados (Jn 20,23) o de atar y desatar (Mt 18,18), concedido por Cristo a sus apóstoles.

La conversión (metanoia) había sido el tema central de la predicación del Bautista, así como de los otros profetas anteriores a él. Pero incluso toda la predicación de Cristo se centró en la proclamación de la penitencia y . de la conversión como condición para ser acogidos en el Reino (Mt 4,17. Lc 5,32: 13,3-5). También los apóstoles fueron enviados por Cristo para anunciar a todas las gentes la penitencia y el perdón de los pecados (Lc 24,47-4-8), Y éste fue el contenido de su mensaje desde el comienzo (Hch 2,38: 3,19). La metánoia consiste en una conversión profunda, total, definitiva, en un cambio de la vida del hombre, en un distanciamiento absoluto del pecado y del mal para volverse a Dios y a Cristo en la fe. El arrepentimiento en realidad sigue siendo una iniciativa divina, va que tiene su fuente en el don de Jesucristo y proviene de la misericordia del Padre.. Pero es también y sobre todo respuesta del hombre que, iluminado por Dios, toma conciencia de estar en situación de pecado y decide un cambio en su existencia.

La penitencia, como los demás sacramentos, es un signo que atestigua la fe en sus contenidos histórico-salvíficos. Por eso el fiel, al "celebrar la penitencia», confiesa la gratuidad del perdón de Dios, su misericordia preveniente, la confianza en su palabra y en su gracia que hace posible el compromiso cristiano. Hay dos elementos que se impregnan mutuamente en el penitente: los « actos » (es decir, aquella actitud personal, hecha de contrición interior, de confesión de los pecados, de propósito de la enmienda, de satisfacción en la reparación de los daños ocasionados) y la gracia sacramental (como medicina eficaz dada por Cristo).

Ambos elementos tienden a dar un estilo penitencial cotidiano a toda la vida, para que se convierta en testimonio del misterio de la cruz en su doble aspecto de expiación y de profecía de la misericordia, participación permanente del misterio pascual.

La vida cristiana es vida de conversión. Y el sacramento de la penitencia, vivido con plenitud e intensidad, constituye la meta de un camino de fe y de conversión; es el signo mediante el cual el que ha acogido el anuncio salvífico de la Palabra de Dios, movido por el Espíritu Santo, reconociéndose pecador y necesitado de la misericordia divina, vuelve a Dios pidiéndole perdón, de manera que pueda celebrar con los hermanos la reconciliación. Si no se escucha la Palabra que ilumina la situación de pecado del hombre, no es posible que salte el dinamismo de la conversión. Y esta íntima conversión de su corazón es expresada por el pecador mediante la confesión que hace a Dios y a la Iglesia. junto con la debida satisfacción y enmienda de vida.

Así pues, el sacramento (las cuatro partes del sacramento, según el Ritual de la penitencia, 6) está constituido por la contrición, la confesión, la satisfacción y la absolución. Pero el hecho de la conversión es profundamente unitario en cuanto que expresa y actúa la decisión fundamental del «corazón» de la persona de apartarse de los «ídolos vanos y vacíos» ante los que se había inclinado, para volverse a una relación sincera y profunda con el "Dios vivo y verdadero» (cf. 1 Tes 1,9). La unidad se arraiga en la fe como opción fundamental por Dios, como alma de todo el itinerario de la conversión.

Por eso, cada uno de los actos del penitente, por muy sinceros que sean y por muy ordenados que estén, no alcanzan su autenticidad a no ser en la medida en que se personalizan. La unidad de la conversión se configura en términos de complejidad, de múltiple riqueza de sentimientos, de opciones, de decisiones, de acciones concretas: la contrición, la confesión, la satisfacción no son otra cosa más que la misma conversión del corazón en su realización concreta.

En el lenguaje común suele llamarse «penitencia» de manera particular el tercer acto que se le exige al penitente, el de la satisfacción. «La verdadera conversión resulta plena y completa cuando se expresa por medio de la satisfacción de las culpas cometidas, por la enmienda de la vida y por la reparación de los daños causados a los demás» (Ritual 6). En efecto, la aceptación de obras penitenciales como reparación de los pecados es signo y manifestación de que el cristiano se ha apartado de su propio pecado. De lo contrario llegaría a faltar una parte importante a la manifestación eclesial de la conversión interior que incluye el empeño por corregir y destruir el pecado y la lucha esforzada por liberarse de él. A través de la penitencia que recibe y que acepta, el penitente puede tomar conciencia de la injusticia que ha cometido contra Dios, contra los demás hombres y contra la creación entera. Y debería procurar con un corazón nuevo renovarse a sí mismo y su propio ambiente, colaborando mejor con todos los hombres de buena voluntad y dando testimonio de caridad y de unidad, de justicia, de prudencia y de fortaleza.

R. Gerardi

 

Bibl.: A. Molinaro, Penitencia, en NDTM, 1391-1403; P. Visentin, Penitencia, en NDL, 1601-1625; F Sottocomola, Penitencia (sacramento de la), en DTI, 111. 765-786; P. Adnes, La penitencia, BAC, Madrid 1981; D. Borobio, Reconciliación sacramental, DDB, Bilbao 1988; J Ramos Regidor, El sacramento de la penitencia, Sígueme, Salamanca 1979; J Burgaleta, Problemas actuales de la celebración de la penitencia, SM, Madrid 1986.