MUJER
VocTEO


Tema que ha adquirido una gran importancia antropológica debido al impulso del personalismo y del movimiento de liberación-emancipación de la mujer, que se ha desarrollado a partir del siglo XVIII. Esto ha producido en Occidente un cambio radical en la condición femenina a nivel político, civil y social. En las culturas antiguas, la mujer era considerada inferior al hombre: un varón no logrado, una forma biológica que no ha llegado plenamente a su desarrollo, degeneración del líquido seminal del varón, que tiene la función de servir de receptáculo al semen masculino en el acto generativo, atribuido sobre todo al varón. Estas concepciones limitadas se encuentran en Hesíodo, Platón, Aristóteles y otros filósofos, poetas, trágicos y comediógrafos griegos. De ellos pasan a las etapas culturales posteriores y también al ámbito teológico patrístico: algunos Padres dudan de que la mujer tenga alma, de que sea imago Dei o de que tenga derecho a la salvación. Pero entre tanto se afirma que la decadencia de Eva ha sido plenamente rescatada por la nueva mujer, María. No pocos teólogos medievales y luego la escolástica, considerando a Aristóteles como suma autoridad científica, aceptan de manera acrítica sus conclusiones biológicas sobre la mujer. Estudios recientes indican perspectivas muy distintas en Tomás de Aquino. La teología contemporánea ha tomado distancias frente a estas afirmaciones que, por otro lado, nunca había hecho suyas el Magisterio eclesial, llevando a cabo una revisión del papel de la mujer en el plano de la creación y de la redención. Ha aparecido entonces que la misma condición diferenciada entre hombre y mujer, que se narra en las etiología de Gn 1-3, no pretende legitimar ninguna superioridad del hombre sobre la mujer, ni fundamentar una oposición entre ellos; con ella el Creador da vida a seres complementarios y modelados sobre Dios mismo: el hombre y la mujer son imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26). En el relato de Gn 2-3, más antiguo y de distinta redacción, Dios crea a la mujer materialmente del hombre, que le precede; los dos tienen, por tanto, la misma naturaleza. Esto indica que los sujetos, derivados de la doble acción de Dios, están en una sintonía de fondo que produce su unidad (Gn 2,28) y su diferencia nominal y real. Las cosas cambian con el drama del pecado. La mujer es vencida por la tentación del pecado y contagia de ella al hombre; de aquí se origina la condición de sumisión de la mujer al hombre: se trata de un desorden de la condición humana y del desconcierto antropológico que produce el pecado.

En el Nuevo Testamento Jesús, aun, que no afirma nada temático sobre la mujer, inaugura una nueva actitud para con ella, opuesta al talante de desprecio del judaísmo de su época y distinta del pesimismo del Antiguo Testamento (cf., por ejemplo, Eclo 7,26-29). Jesús habla de la mujer en su predicación más temática (cf. Lc 13,20ss; etc.) y tiene numerosos contactos con mujeres de diversas clases. Es un dato cierto que le seguían a él y sus apóstoles un grupo de mujeres, como discípulas y para prestarle un servicio de asistencia con sus propios bienes (Lc 8,lss). Las mujeres son, además, las primeras destinatarias del mensaje de la resurrección de Cristo (Mc 16,1-8y par.); es importante en el Nuevo Testamento el papel de la Virgen María. En la Iglesia primitiva, las mujeres tuvieron una función importante (cf. 1 Tim 3,11. Rom 16,1 s), como efecto de la salvación realizada por Cristo (Gál 3,28). No faltan textos, controvertidos y de difícil interpretación, donde parece afirmarse una inferioridad de la mujer respecto al hombre (Ef 5-6; Col 3-4), pero no parecen constituir una norma común a la que referirse. En la Iglesia de los Padres está comprobado el papel de las mujeres, por ejemplo en las Constituciones apostólicas (siglo IV), donde las diaconisas tienen la función de asistir a las mujeres en algunas celebraciones litúrgicas (Const. Ap., 111, 16). Pero el canon 19 de Nicea afirma que las mujeres pertenecen sólo a la dimensión laical de la Iglesia. Más tarde, aunque en una condición subordinada de la mujer, la Iglesia trabaja en favor de la liberación global y elevación de la mujer, rindiéndole como un acto de justicia y de reparación. El Magisterio de la Iglesia ha afrontado el papel de la mujer a partir de las intervenciones de León XIII y de pío XI, con la Casti connubii. Después de la Segunda Guerra Mundial, pío XII invita a las mujeres católicas a defender la familia; Juan XXIII, en la Pacem in terris, les invita a tomar conciencia de su dignidad y compromiso en la familia y en la sociedad.

El Vaticano II con GS 29 enuncia el principio absoluto de la igualdad substancial del hombre y de la mujer en el designio de Dios y del valor y la función de la mujer en la familia cristiana (GS 60), en la vida interna de la Iglesia y en la vida social (LG 1V). El documento Inter insigniores ( 1976) ha reafirmado las motivaciones por las que en la Iglesia católica se confiere sólo a los hombres el sacerdocio ministerial.

Esta ratificación, unida a las ordenaciones de algunas mujeres celebradas en las Iglesias protestantes evangélicas alemanas y en la Iglesia anglicana, provocó en el ámbito católico reivindicaciones por parte de varios ambientes de la teología feminista, que nació y se desarrolló en los últimos años en Europa y en los Estados Unidos. La Mulieris dignitatem, de Juan Pablo II, junto con la Familiaris consortio, la Christifideles laici y la Redemptoris Mater, no sólo ratifican el valor de la dignidad de la mujer y su igualdad con el hombre en el plan divino y en la sociedad, sino que piden repetidamente a la mujer que colabore, más que en el pasado, en la vida eclesial y en el desarrollo de la fe. La carta pastoral Ordinatio sacerdotalis, del papa Juan Pablo II, hecha pública el 30 de mayo de 1994, aunque deja zanjada en sentido negativo la cuestión de la posibilidad de la ordenación de mujeres para el sacerdocio, reconoce el amplio espectro de funciones que le corresponde a la mujer en la obra de la salvación.

T. Stancati

 

Bibl.: P Grelot, La pareja humana en la sagrada Escritura, Euroamérica, Madrid 1969; P. Evdokimov, La mujer y la salvación del mundo, Sígueme, Salamanca 1980; L. Boff, El rostro materno de Dios, San Pablo, Madrid 51985; M. Alcalá, La mujer y los ministerios en la Iglesia, Sígueme, Salamanca 1982; diversos números monográficos de Concilium 111 (1976), 154 (1980), 202 (1984); M. Navarro (dir.), 10 mujeres escriben teologia, Verbo Divino, Estella 1994.