MILAGRO
VocTEO
 

Intervención libre de Dios dentro de la creación y en el hombre para expresar la victoria sobre el mal y la llamada a la participación en su Reino. El milagro se distingue del prodigio: en efecto, éste tiende a destacar el carácter extraordinario y portentoso de un hecho, mientras que el segundo es una llamada a la fe para que se haga más genuina y reconozca la presencia de Dios.

Una terminología diversa caracteriza al mismo acontecimiento: en el Antiguo Testamento, el milagro se define al menos con tres términos: tératon, que indica prodigio, no va en el sentido que acabamos de mencionar, sino como una intervención mediante la cual se puede reconocer la actuación de Yahveh; tháumasion, que expresa más bien la provocación al asombro; y parádoxon, que acentúa la dimensión de sorpresa inesperada del suceso. En todo caso, el milagro se ve como un acto mediante el cual Dios se da a conocer; es algo imposible para el hombre, que se queda maravillado y estupefacto ante estos signos de grandeza.

El Nuevo Testamento prefiere la terminología de sémeion y érgon para indicar el milagro; es una obra realizada por el Hijo de Dios que manifiesta de este modo su poder (dynamis). Es posible clasificar los milagros narrados en el Nuevo Testamento: 1) Exorcismos: intentan mostrar la liberación del maligno y ponen en oposición los dos reinos, el de Belcebú y el de Dios; este último es capaz de destruir al primero, liberando a la persona poseída y restituyéndola a su ambiente natural. 2) Las curaciones: son acciones realizadas sobre las personas, que tienden a restituir la salud; en estos casos se requiere la mediación de la persona enferma, que con su fe en Jesucristo hace posible el milagro. 3) Dones inesperados: son los milagros en los que interviene directamente la voluntad de Jesús para aliviar y favorecer al pueblo; tal es el caso de la multiplicación de los panes y el de la pesca milagrosa, 4) Resurrecciones : son acciones en las que interviene Jesús para devolver la vida a una persona fallecida; deben distinguirse de la resurrección gloriosa del Señor, pero no pueden reducirse a meras «reanimaciones".

Todos los relatos de milagros presentes en los evangelios se caracterizan por una intención teológica del evangelista que quiere expresar con ellos algún aspecto de la personalidad de Jesús. Así pues, se ve claramente que para Marcos los milagros están destinados a mostrar el poder de Jesús con el que establece su Reino; para Mateo deben interpretarse más bien como signos que revelan la misericordia de Dios con los afligidos y con los que lloran por el sufrimiento y la enfermedad; para Lucas son sobre todo signos que manifiestan a Jesús como profeta del Altísimo, que ha venido a liberar a su pueblo; para Juan, finalmente, son signos de la gloria que resplandece ya en la actividad terrena del Maestro.

Teológicamente, los milagros tienen una finalidad: no es ante todo la de suscitar la fe; efectivamente, se le dan al creyente para que reconozca el obrar de Dios y no porque tenga que creer en él por la fuerza del prodigio, El objetivo del milagro es ante todo mostrar el amor y la misericordia de Dios; se trata, por tanto, de signos que mueven a ver la acción ininterrumpida del Padre por el bien de sus hijos. En este sentido, el milagro anticipa ya desde ahora la situación del futuro éscatológico: entonces no habrá enfermedad, ni sufrimiento, ni muerte, sino sólo vida. Los milagros atestiguan, finalmente, la presencia del Reino de Dios en medio de nosotros y los frutos de este Reino; tienen, por tanto, un valor de revelación, en la medida en que expresan el poder y la gloria del Hijo de Dios sobre la creación.

Así pues, el milagro sigue siendo un signo que provoca la reflexión y el discemimiento; no se realiza solamente en el orden de la naturaleza o en la parte física de la persona, sino también y sobre todo en el silencio de la transformación de su corazón. En todo caso, siempre tendrá necesidad de un serio discernimiento, para que en todo se valore la densidad de su contenido de revelación. En este horizonte, es necesario distinguir entre los milagros de Jesús y los milagros que suceden después de su resurrección por intercesión de la Virgen Madre o de los santos. Los milagros de Jesús se someten a una estricta crítica literaria, histórica y teológica, mediante la cual se desea llegar a la capa más antigua del relato y a su historicidad. Esto significa que el teólogo no discute sobre cómo se verificó el milagro o sobre cómo pudo haber ocurrido: esto sigue un signo indicativo de que se ha realizado y de que debe ser reconocido por la fé. El análisis se refiere más bien a la demostración de que estos relatos son fieles a lo que se describe y no son una narración mitológica, fruto de la comunidad primitiva.

Por lo que se refiere a los milagros que suceden después de la resurrección de Jesús, hay que tener presente ante todo que también ellos deben insertarse en el mismo horizonte de significación que los milagros de Cristo; por tanto, deben ser signos para la fe y no prodigios para la curiosidad o productos de magia. Sobre este aspecto es oportuno que se vengan abajo los prejuicios y las precomprensiones de los que quieren salvar a toda costa o el carácter científico del propio discurso o la intangibilidad del cosmos. A cada uno le corresponde su propia competencia.

El científico, el filósofo y el médico, puestos ante un acontecimiento milagroso, tendrán que atenerse a una lectura seria y a un análisis de las leves de la naturaleza, de la física y del cosmos, con todos los instrumentos -incluso los más sofisticados- que estén en su poder, para indagar el fenómeno; sobre esta base, emitirán su juicio, que nunca podrá ser sobre la verdad o no del milagro, ya que esto excede de su competencia. El milagro es pronunciado por el hombre de fe, porque reconoce que su oración ha sido escuchada y que se ha hecho evidente la bondad misericordiosa de Dios. El milagro, incluso para la fe, sigue siendo un acontecimiento extraordinario, mediante el cual Dios da un signo de su revelación; multiplicar su número equivaldría. a banalizar el verdadero significado que posee para la vida de fe eclesial. En cuanto signo de revelación, posee la misma dialéctica revelativa: se presenta y pretende ser leído, pero al mismo tiempo remite más allá, hacia el silencio del misterio.

R. Fisichella

Bibl.: H. Fries, Milagro y signo, en CFT 111, 24-46; J M. Riaza, Azar ley, milagro, BAC, Madrid 1964; R. Latourelle. Milagro, en DTF 934-959; Íd., Milagros de Jesús y teología del milagro, Sígueme, Salamanca 1990; F Mussner, Los milagros de Jesús, Verbo Divino, Estella 1970; E. Charpentier Los milagros del evangelio, Verbo Divino, Estella 1994,