MEDITACIÓN
VocTEO


La meditación pertenece a la fenomenología de la religión. Efectivamente, en las grandes religiones clásicas se da el momento meditativo que requiere la actividad del espíritu para entrar en comunión con lo divino y su preparación adecuada. Ya en el hinduismo se encuentran métodos de meditación y momentos meditativos, principalmente en el Yoga, y de manera especial en el Raja Yoga o Astanga Yoga, donde las tres últimas etapas, de las ocho que se cuentan, se dirigen a la meditación bajo el nombre de dharana o concentración, dhyana o profunda reflexión, para llegar al samhadi o contemplación.

En el ámbito de la revelación bíblica el verbo hebreo hgh, usado en el Antiguo Testamento para indicar la actitud típica de meditación del piadoso israelita, alude en su raíz a una actitud de susurrar, de pensar murmurando, de leer en voz baja. En el grupo de textos del Antiguo Testamento que usan el término hgh se pone en evidencia el sentido objetivo del meditar, bien como reflexión profunda sobre el libro de la ley, bien como recuerdo de las maravillas realizadas por Dios, bien como esperanza tensa hacia el cumplimiento de sus promesas. A Josué, por ejemplo, se le ordena «meditar día y noche en la ley del Señor» (Jos 1,8). El salmista recuerda a menudo esta actitud orante (Sal 1,1; Sal 118). En otros lugares se proponen las obras de Dios como objeto de reflexión; la memoria de las hazañas del Señor permanece viva para confirmar la confianza en Dios en el momento de la prueba: «En mi lecho me acuerdo de ti, en ti medito en mis vigilias» (Sal 63,7); «Me acuerdo del pasado, medito todas tus acciones, y repaso las proezas que has realizado» (Sal 143,5). Hay otros textos que indican la atención a la meditación del misterio del Señor que ha de realizarse (Eclo 39,7; Dn 9,2). En el Nuevo Testamento aparece en toda su fuerza objetiva la meditación que une a la tradición del Antiguo Testamento con el misterio de Cristo y que tiene como prototipo a la Virgen Maria; de ella nos recuerda dos veces el evangelio de Lucas su actitud meditativa, en el sentido de que conservaba con esmero, profundamente y con intensidad (Lc 2,19.51) todo lo que se refería al misterio de su Hijo. La meditación es la actitud del discípulo sabio, atento a la revelación, tenso a la plenitud de la manifestación del misterio.

La historia de la espiritualidad conoce la meditación como ejercicio característico de la perfección cristiana.

Hugo de San Víctor la define así: «El pensamiento asiduo y reflejo que busca con prudencia conocer la causa, la manera de ser y la utilidad de una cosa» (De methodo orandi: PL 176, 878).

En los tratados clásicos la meditación aparece como uno de los escalones inferiores de la oración. Se propone como objeto de este tipo de oración meditativa la consideración de los misterios de la fe cristiana, la de los episodios de la vida de Cristo o la de las últimas realidades, como se recomienda en los libros clásicos del siglo XVI sobre la oración y la meditación, En algunos métodos se sugiere una búsqueda compleja en la que intervienen el entendimiento para captar, la memoria para recordar, la voluntad para adherirse con su afecto; pero también se intenta hacer que participe a veces la imaginación mediante la aplicación de los sentidos.

La meditación tiene como finalidad la profundización de la Palabra de Dios para conocer su voluntad y adherirse a ella, para imitar la vida de Cristo y de los santos, objeto de la reflexión en íntimo diálogo con Dios, ya que la meditación lleva a la oración. Por consiguiente, tiene un valor intelectivo y afectivo al mismo tiempo e intenta desembocar en la vida. Es como el aceite que debe mantener viva la llama de la lámpara de la plegaria. Actualmente, con la caída de los métodos clásicos de oración y de meditación, existe en la Iglesia católica un auténtico «movimiento de meditación»; en las diversas modalidades de este movimiento se busca especialmente el retorno a una praxis que no sea compleja, que ayude a recuperar la interioridad, que no se base en una variedad de actos y de afectos, que afecte más directamente incluso al cuerpo en la meditación profunda. Aun manteniendo como objeto propio de la meditación cristiana la Palabra de Dios, la revelación del misterio de Cristo, los dones de su gracia y los bienes que esperamos, la meditación busca además relacionarse más con la vida y se expresa en formas más interiorizadas.

En orden a la validez y a la fiabilidad de las técnicas orientales de meditación y a la posibilidad de una integración, conviene tener presente la carta de la Congregación para la doctrina de la fe Orationis formas (15 de octubre de 1989). Señala como principio fundamental la necesidad de que las formas de la meditación cristiana respondan al objeto y a la estructura de la fe cristiana, de manera que la meditación se oriente hacia lo que Dios ha revelado, excluyendo aquellas formas de oración que no respetan la alteridad entre Dios y el hombre y que favorecen más bien la ilusión de una absorción de tipo panteísta en Dios por parte de la persona humana. La mediación es el encuentro de dos la libertad infinita de Dios y nuestra libertad finita.

J Castellano

 

Bibl. J. Lotz, Cómo meditar, Guadalupe, Buenos Aires 1969; AA. VV La meditación como experiencia religiosa. Herder, Barcelona 1976; W. Stimniseen, Meditación cristiana profuda, Sal Terrae, Santander 1982.