MARXISMO
VocTEO
 

Con el término marxismo se designa no solamente la doctrina filosófica y político-económica de Karl Marx, sino también el cumplimiento, el desarrollo, la revisión y la crítica inmanente que lo han caracterizado, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días.

Desde el punto de vista teológico, después de considerar el significado central del pensamiento de Marx y sus principales evoluciones ( 1), nos detendremos en el valor de la crítica a la religión del marxismo (2) y en la posibilidad de encontrar en el más allá de su unilateralidad y de sus deformaciones inaceptables- una auténtica vena humanista (3).

1. El punto de partida del pensamiento de Marx (1818-1883) es la crítica a la filosofía de Hegel sobre las bases de L, Feuerbach, es decir, la inversión del idealismo en el materialismo histórico, como estudio científico de la historia en cuanto lugar concreto de realización de la humanidad. En este contexto se reconoce al hombre como existencia social que, a través del trabajo y de la asunción consciente y colectiva de su destino, puede transformar su condición de vida eliminando aquellos elementos que la alienan. A través del estudio de la economía clásica, Marx llega a señalar la base material y económica de la sociedad y de la historia humana (estructura) que determina el conjunto de las ideas y de las instituciones religiosas, filosóficas, políticas de una época (superestructura); analiza sus contradicciones a nivel económico y social (el conflicto entre el capital y e1 proletariado) e indica en el proletariado la fuerza que -a través de la lucha de clase- guía a la sociedad hacia una evolución definitiva. De este modo el proceso histórico se concibe como un desarrollo dialéctico unitario, que tiene su resorte en la contradicción (caracterizada en las fuerzas productivas y en las relaciones de producción), y su meta final en el comunismo, como organización social en la que se unirán la teoría y la praxis y donde, una vez eliminadas la alienación económica, se llevará a cabo el verdadero humanismo. En El Capital se exponen sintética y sistemáticamente todos los temas centrales de la filosofía de Marx desde la perspectiva de la estructura económica.

F. Engels (1820-1895), con el que Marx escribió muchas de sus obras más célebres, lleva a cabo una primera evolución del marxismo en clave positivista, extendiendo la dialéctica materialista marxiana desde el campo histórico-social al de la naturaleza, desarrollo que prosiguió K. Kautskv (1854-1938). Con Lenin (1870-1925), él marxismo se convierte en una teoría política que, a través del concepto de la conciencia de clase. el principio de la dictadura del proletariado y la primacía del partido, transforma con la revolución rusa el marxismo en una ideología totalizante. A partir de aquí se desarrollará la teoría soviética oficial del marxismo-leninismo.

Resulta importante, y nueva, la historia posterior del neo-marxismo en el área cultural alemana, francesa e italiana, más o menos contemporánea de la edición de los famosos Manuscritos económico-filosóficos del 1944 de Marx ( 1932), y bastante rica en la perspectiva de profundización filosófica y humanista. Hay que recordar ante todo, en la primera área, a G. Lukács (18851971 ), con el retorno a la dialéctica como categoría eminentemente histórica y la recuperación de las raíces hegelianas del marxismo. E. Bloch, con su marxismo utópico, atento a la confrontación con el cristianismo, así como la «escuela de Francfort» con Max Horkheimer, Adorno y Marcuse y su teoría crítica de la sociedad; R. Garaudy, J. P. Sartre y L. Althusser, en la segunda, con el encuentro entre el marxismo, el existencialismo y el estmcturalismo; así como la original reinterpretación de A. Gramsci en Italia. Tampoco hay que olvidar la interpretación del marxismo propuesta en China por Mao Tse-Tung, el pensamiento de autores como el polaco L. Kolakowski, así como la utilización del análisis marxista de la estmctura socio-económica de la sociedad y, más ampliamente, de los moúvos humanistas del marxismo en los llamados « cristianos por el socialismo» y en algunas corrientes de la teología de la liberación.

2. Sobre la crítica de la religión en general, y del cristianismo en particular (con el problema hermenéutico de fondo sobre si el marxismo es intrínsecamente ateo o no), hay que distinguir al menos cuatro niveles de marxismo: el humanismo del joven Marx (en el que es evidente la inspiración feuerbachiana, y por tanto atea); el materialismo dialéctico de inspiración engelsiana (que es igualmente ateo por naturaleza, ya que es materialista); el materialismo histórico (donde hay que matizar más el discurso, en el sentido de que se le puede ver como principio metodológico de análisis social que de suyo no implica el ateísmo- o bien como una Weltanschaung que no deja espacio alguno a la dimensión espiritual y religiosa-); el marxismo utópico al estilo de Bloch o el neomarxismo humanista, que, a pesar de abrirse a una confrontación con el cristianismo, corren el riesgo de inmanentizarlo radicalmente. En todo caso resulta difícil (tanto por su génesis como por la sistemática intrínseca a la ideología) separar el ateísmo del análisis social marxista. Por otro lado, la crítica a la religión como fuga mundi alienante y «opio de los pueblos», si carece decididamente de fundamento en el aspecto teórico, ha demostrado que es un importante factor crítico en el aspecto práctico y como tal lo ha asumido la Iglesia (cf. GS 19-21).

3. Sobre la vena humanista del marxismo, hay que subrayar que su elemento ciertamente positivo y fundamental ha sido el de recuperar la dimensión de la socialidad dentro de la cultura y de la organización socio-económica, en dialéctica con las posiciones individualistas del liberalismo clásico. Es la solidaridad con los pobres, no sólo en el propio contexto social, sino en una perspectiva de escala universal, lo que constituye el gran principio, de matriz indudablemente judeocristiana, que aparece en las diversas formas del socialismo marxista, junto con el intento de un análisis científico-estructural de las causas de la miseria proletaria. En este contexto, también la dignidad del trabajo adquiere un papel importante, junto con la insistencia en la creatividad demiúrgica del hombre en el cosmos y en la historia. Pero más allá de estos aspectos positivos, tenemos otros fuertemente negativos, que connotan estructuralmente la ideología y la praxis marxistas y que han provocado las desastrosas insuficiencias y las trágicas distorsiones de los «experimentos» socio-políticos de inspiración marxista en nuestro siglo y, en definitiva, su disolución. Por un lado, la reducción del hombre al elemento económico y material; por otro, la reducción del sujeto a lo colectivo, con el desconocimiento de la dignidad fundamental de la persona; finalmente, el principio conflictivo de la lucha de clase con la consiguiente justificación de una praxis violenta. Sin hablar de aquella carga utópico-mesiánica (y hasta escatológica) que el marxismO saca del humus judeocristiano, con la única tremenda diferencia de cargar de valor escatológico a la clase o al Estado. invirtiendo la perspectiva cristiana y llegando a una sacralización de lo político que a la cultura cristiana le costó tanto trabajo desacralizar.

P. Coda

Bibl.: G, Wetter, Marxismo, en DTI, 111, 432-475; P Vranicki, Historia del marxismo 2 vols., Sígueme, Salamanca 1977. G, Girardi, Fe cristiana y materialismo histórico, Sígueme, Salamanca 1978: W Post, La critica de la religión en Karl Marx, Herder Barcelona 1972: G. R. de Yurre, El marxismo, 2 vols., Ed. Católica, Madrid 1976,