MAL
VocTEO
El
mal es la situación que experimenta el hombre como contraria a una positividad
concreta (el bien), que resulta ausente, a pesar de que podría y debería
resultar presente. Como tal, el mal es desde siempre el problema del hombre. Las
culturas han intentado durante siglos ofrecer diversas explicaciones de la
presencia del mal en el mundo del hombre: teológicas, mitológicas,
filosóficas, cósmicas, antropológicas, sociales o sociológicas,
científicas, etc" hasta llegar a pensar en la presencia simultánea del
bien y del mal como divinidades, como realidades presentes en el hombre debido a
un acontecimiento primordial (los dualismos de las filosofías y de las visiones
religiosas); se ha intentado conciliar la presencia del mal con la afirmación
opuesta de la existencia de Dios; o bien se ha atribuido el mal a la condición
oscura y misteriosa del alma humana, viendo en la búsqueda del bien la finitud
angustiosa del hombre que vive una vida inauténtica y absurda, cuya única
perspectiva verdadera es morir a esa existencia (existencialismo). La Biblia
sigue un recorrido alternativo : excluye a priori que el mal pueda tener origen
en Dios, que es un Dios de amor y de bien: Dios ha creado el mundo y - al hombre
sin el mal; la razón de ser de este mal se encuentra, por el contrario, en la
condición creada, pero degenerada, del hombre que ejerció de manera
profundamente equivocada su condición de criatura libre. La etiología de Gn
2-3 afirma que todo el mal del hombre y su misma inclinación a obrar el mal
tiene su fuente en el pecado del hombre; a partir de aquí se difundió en todos
los hombres, haciéndolos destructibles y presa mortal del pecado (Rom 5,12), es
decir, suscitando la situación universal y objetiva del mal. La responsabilidad
primaria de todo esto no recae tanto sobre el hombre, sino sobre otro personaje,
persuasivo y maligno, del drama de los orígenes, que la misma Biblia
interpretará como responsable principal: es Satanás, adversario de Dios y del
hombre. Por eso es juzgado severamente por el poder de Dios, a quien está
totalmente sujeto (Gn 3,14ss; Sab 2,24). Y mientras que para el hombre el mal se
transforma, por obra de Dios, en ocasión de salvación, para aquel otro sujeto
del drama, misteriosamente, no se manifiesta en la revelación ninguna
posibilidad de redención y de perdón. Si ésta es la situación del hombre, a
Dios se le ve, por el contrario, como Aquel que a disgusto permite (el misterio
de la permisión del mal) que se dé lugar a esta degeneración de su creación
(un riesgo que, por otra parte, es intrínseco en la creación del hombre
libre), pero que con su intervención produce en el hombre la conciencia del mal
(Gn 3,7-12) (y consiguientemente la nostalgia del bien perdido); finalmente Dios
se pone en obra enseguida para cambiar la situación en sentido original, ya que
el hombre se ve en la imposibilidad absoluta de hacerlo. En este sentido el mal
en la Biblia es la oposición radical al programa creativo y elevador de Dios;
pero, paradójicamente, es también el elemento que desencadena la dimensión de
la salvación que Dios quiere dar al hombre, prisionero del mal. La historia de
la salvación comienza concretamente por el hombre pecador (Gn 3,15), que, como
tal, precisamente por estar privado de la gracia, se convierte en el
destinatario de la autocomunicación cognoscitiva, salvadora y elevadora de
Dios. Esta revelación avanza por etapas históricas sucesivas hasta culminar en
la encarnación misma de Dios. Aquí es donde se sitúa la solución del
problema del mal: Dios viene a eliminarlo personalmente, desde dentro de la
naturaleza humana, puesto que también el mal había nacido dentro de ella. El
modo de realizarse este acto salvífico resulta paradójico y desconcertante:
Dios toma sobre sí e1 mal y el pecado del hombre (Jn 1,29) para expresar en
este acto su caridad omnipotente con el hombre (Lc 15,1 ss) y la capacidad de
transformarlo en salvación, sanándolo en su propia raíz. Acaba con la
dimensión destructiva del mal en una muerte en la cruz y en una sepultura real,
la del Hijo encarnado: Cristo muere por, a causa y en favor de los hombres
prisioneros del mal (Rom 5,8). Con este acto divino realizado en la humanidad de
Jesús, Dios, exigiendo la colaboración de la humanidad, que se muestra
completamente obediente (Flp 2,1 ss), destruye la fuente misma del mal Y el
dominio que éste tiene sobre el hombre (Rom 3,23). De esta manera Cristo acerca
de nuevo a Dios y al hombre. Su resurrección es la declaración divina Y
universal de que ha nacido el hombre nuevo, prototipo de todos los hombres de
todos los tiempos, sobre los cuales ya no tiene poder alguno el mal, que ha sido
vencido, y que se hacen capaces de resistir y de derrotar el mal en todas sus
múltiples dimensiones. De aquí la necesidad para el hombre, so pena de perder
irremediablemente la salvación y de recaer irreversiblemente en el mal eterno (Mt
10,33; 1 Jn 5,14), del contacto contagioso con este estado de salvación que le
ofrece Cristo, el nuevo Adán. Esto se lleva a cabo a través de la actividad
del Espíritu Santo en la Iglesia de Cristo, con la asimilación progresiva al
prototipo del hombre nuevo, que se realiza por la predicación de la Palabra de
Dios, por la dimensión litúrgico-sacramental y por la moral cristiana,
reproduciendo en cada uno de los creyentes los misterios de la vida de Cristo,
sobre todo su dimensión de vencedor en la lucha contra el mal del hombre: desde
su pasión y su muerte al pecado (el perdón y la gracia) hasta su resurrección
a la gloria (la vida eterna, en un nivel incoativo en la vida histórica y
luego, de manera perfecta, en la eternidad).
T . Stancati
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