KAIRÓS
VocTEO
 

El griego clásico conoce una doble terminología para indicar el tiempo : chrónos, el fluir del tiempo sobre el que el hombre no tiene poder alguno y kairós, (y que engendra el fatalismo), que indica aquellos poquísimos momentos, regalo de un dios o del destino, que el hombre tiene que aprovechar: es una locura dejar que se escapen. Muy distinto es el sentido temporal que se encuentra en la Biblia: el tiempo es la situación en la que se verifica el encuentro entre el Dios que se revela y el hombre histórico. Por este motivo los Setenta usan preferentemente el término kairós para indicar el tiempo. Dios es Señor del tiempo (Sal 90,4) y le ha señalado una finalidad. La literatura sapiencial subraya que todos los acontecimientos temporales están bajo el señorío divino (Job, Ecl 3,2ss).

Por este mismo motivo se encuentran en los libros históricos, pero también en otros lugares, largas listas de situaciones cronológicas o genealogías. En la época de los profetas la temporalidad, sobre todo la pasada, se comprende como memoria salvífica que se convierte en base de la certeza de la intervención de Dios en el futuro. El profetismo no vacila en criticar el apego de Israel al pasado (el éxodo), para proyectar en el mañana una intervención nueva y más generosa de Dios.

Los kairoi pasados palidecen ante el modo escatológico con que Dios se hará presente: nace así la espera escatológico-mesiánica. La dimensión temporal será muy fuerte en el judaísmo tardío, que declarará ya casi cumplido el eón presente, para dar lugar a la irrupción del tiempo final, escogido por Dios para su intervención polémica contra las fuerzas del mal. El presente que se está viviendo es sólo el tiempo de la concentración, una forma de retiro preparatorio para la última lucha (así en Qumrán y en muchos textos apocalípticos). El Nuevo Testamento, a pesar de que usa kairós como el Antiguo, tiene sin embargo una originalidad absoluta: la declaración de que la situación temporal final de la historia se ha cumplido ya con la encarnación de Dios, el Hijo, en el tiempo y en el espacio del hombre (Gál 4,4)] El tiempo se ha cumplido finalmente; ha llegado la plenitud de los tiempos y todo el pasado se cualifica en relación con este acontecimiento presente (éste es el sentido de las genealogías sinópticas de Jesús); las promesas encuentran su pleno cumplimiento: ya no hay que esperar más, porque ha comenzado un nuevo kairós, el de la salvación escatológica. Se realiza en la predicación, en las obras y sobre todo en el misterio pascual de Cristo. Ésta es la hora decisiva, el momento escogido por Dios, el tiempo establecido por Dios (Rom 5,6 y el tema de la "hora» de Juan), en el que Cristo tenía que morir por los impíos, por todos. Este es el momento en que el tiempo del hombre se convierte en el kairós de Dios: el día de la salvación (2 Cor 6,2). La Iglesia vive este kairós global, a partir de Pentecostés, como herencia que hay que difundir a lo largo de los tiempos(2 Tim 4,2). Para todos los hombres cualquier momento es kairós para responder a la llamada de la salvación por parte de Dios, pero esto supone el comienzo de la vida eterna no sin luchas, tentaciones, persecuciones, etc. Pero también la Iglesia aguarda un kairós futuro, un todavía-no: la parusía de Cristo, acontecimiento imposible de pronosticar pero cierto, seguro, que cerrará la historia y en el que Dios hará el juicio de la historia. Esta parusía abrirá el kairós eterno de la visión bienaventurada de Dios cara a cara; llegará entonces el kairós pleno, en donde se nos concederá compartir la temporalidad divina que es la eternidad.

T. Stancati

 

Bibl.: G. Lafont, Tiempo/temporalidad, en DTF, 1542- 1550: H. C, Hahn, Tiempo/kairós, en DTNT, 1V 267-272; O. Cullmann,  Cristo y el tiempo, Éstela, Barcelona 1968; J. Daniélou, El misterio de la historia, Dinor,  San Sebastián 1957. G. Lafont, Dios, el tiempo y el ser, Sígueme, Salamanca 1991.