IDENTIDAD
VocTEO
 

Concepto básico al menos bajo tres aspectos: el antropológico (en el sentido de la psicología social), donde designa la autoconciencia que la persona llega a tener de sí misma a través de la mediación social; el lógico-metafísico, donde expresa la ley suprema del ser y también por tanto la del pensamiento, por la que todo ente es él mismo y no otro; y el teológico, donde, a la luz del misterio de la encarnación del Verbo y de la trinitariedad del Ser divino, quedan profundamente iluminados y reinterpretados, sin que se les contradiga, el concepto metafísico y el concepto antropológico de identidad.

1. Bajo el aspecto antropológico, hay que subrayar ante todo que la autoconciencia de la propia identidad, a la que llega la persona humana, está siempre socialmente mediada; por eso llega originalmente al conocimiento de sí, « identificándose con aquel que los hombres de su ambiente ven en él y con el que tratan en consecuencia» (G. Langemeyer). Esto significa también -a nivel de fenomenología de la experiencia humana- que la identidad no se percibe primariamente en los objetos externos, sino que es dada en la experiencia que el sujeto tiene de sí, y que es siempre un volver a sí mismo desde la experiencia del mundo y, sobre todo, de la relación con la persona que está en frente. Finalmente, hay que subrayar que la identidad de la persona que se ha alcanzado a través de esta actuación se desarrolla sólo volcándose y saliendo «fuera de sí misma» en la relación con el otro y con el mundo. Así pues, la identidad es originalmente un fenómeno antropológico: de la persona humana como ser social y encarnado en el mundo.

2. En el aspecto lógico-metafísico el principio de identidad ha sido reconocido como la ley suprema del ser y, consiguientemente, del pensar. En Su historia se pueden reconocer fácilmente tres fases: a) en la primera, se reconoce la identidad en donde hay unidad de ser: bien sea en el sentido de Parménides (para quien el ser es uno y coincide con la totalidad de lo que es); bien en el sentido de Aristóteles (que afirma la identidad múltiple de los entes en cuanto substancias determinadas). Tanto en un caso como en el otro el principio de identidad es reconocido también como el principio lógico supremo. b) Con el giro hacia el sujeto de la época moderna, el principio de identidad es reconocido, no va a partir del objeto, sino del sujeto. para Kant, es el "yo pienso» como "apercepción" trascendental» lo que conduce a la unidad a todas las experiencias del sujeto y sus objetos (Crítica de la razón pura); y, en esta línea, Schelling -al menos en una primera fase de su filosofía, que desembocará luego en la llamada "filosofía de la identidad»- llegará a afirmar que «es solamente el yo el que da unidad y persistencia a todo lo que es; toda identidad corresponde sólo a lo que está puesto en el yo» (El yo como principio de la filosofía). c) Úna formulación francamente nueva es sin duda la de Hegel, que -refiriéndose no en último lugar a la inspiración cristiana- intentará concebir dentro de la identidad la diferencia como momento intrínseco de desarrollo y de verdad de la misma. A nivel metafísico, Hegel piensa en la substancia como sujeto, cuya fuerza «es tan grande como su salida de sí misma, y su profundidad es profunda solamente en la medida en que se atreve a expansionarse y a perderse mientras se despliega» (Fenomenología del espíritu). En consecuencia, a nivel lógico (que para Hegel es idéntico al ontológico), es preciso afirmar el principio de identidad de forma dialéctica, como «identidad de la identidad con la no identidad». Pero -a pesar de sus intenciones- en el sistema hegeliano quedan borradas las diferencias por la identidad monista del todo que se despliega a sí mismo.

En contra del monismo hegeliano, pero también contra una afirmación abstracta y aislada del principio de identidad, han reaccionado sobre todo las filosofías del diálogo, el personalismo y últimamente la filosofía de la alteridad (Lévinas). En efecto, como ha escrito P. Florenskij, el principio de identidad, absolutizado, «no es más que el grito del egoísmo puesto al desnudo, dado que, donde no hay diversidad, tampoco puede haber reunión» (La columna y el fundamento de la verdad). En otras palabras, la identidad tiene que concebirse en términos personalistas, a partir de la experiencia de la persona como ser en relación.

3. Y es precisamente en esta última perspectiva donde se coloca la aportación original de la fe cristiana. Ante todo, en el sentido de que la identidad de la persona humana - como creada por Dios- se revela en la vocación al ser y al existir en comunión con Dios, que le viene de él; por consiguiente, en cierto modo, esa identidad se ve puesta fuera de sí misma. En segundo lugar en el sentido de que el misterio cristológico - según la formulación dogmática de Calcedonia (cf. DS 302)- se expresa como el misterio de la identidad en la única persona del Verbo encarnado de la infinita diferencia entre el ser divino y el ser humano (las dos naturalezas).

Finalmente, en el sentido de que en Cristo, y sobre todo en su acontecimiento pascual de muerte y resurrección, el Ser mismo de Dios se nos revela como misterio original y trascendente de perfecta unidad en la distinción de las tres divinas Personas, en una relación de relacionalidad recíproca. Un misterio - el de la Trinidad- que a su vez arroja luz sobre la verdad de la identidad antropológica, ya que revela al hombre como aquella criatura que, la única en ser querida por Dios por sí misma, «no puede encontrarse más que a través de un don sincero de sí» (cf. GS 24). Todo esto -como ha observado W. Kern- no puede menos de tener importantes consecuencias a nivel ontológico (por ejemplo, en el modo de concebir la relación entre la naturaleza y la gracia, pero también entre la persona y la comunión), a nivel gnoseológico (razón y fe) y a nivel epistemológico (filosofía y teología).

P. Coda

Bibl.: W Kern, Identidad, en SM, 111, 573581; J. 1. González Faus, Éste es el hombre, Estudios sobre identidad cristiana y realización humana, Sal Terrae. Santander 1980; J. Sobrino, Identidad cristiana, en CFC, 568587