DESIERTO
VocTEO
 

El desierto, aunque sigue conservando su carácter de lugar desolado, evoca ante todo una época de la historia sagrada: el nacimiento del pueblo de Dios. Dios quiso que su pueblo naciera en el desierto y le prometió una tierra próspera, haciendo de este modo de la estancia en el desierto un período privilegiado, pero siempre provisional. Por eso, el simbolismo tan rico del desierto no puede reducirse solamente a una concepción de la soledad o de la huida del mundo.

En el Antiguo Testamento, el desierto es el espacio en que el pueblo nómada toma conciencia de su elección y de la llamada de Dios. Aquí Dios actúa para educar al pueblo y para hacer que se convierta en pueblo «suyo» (cf Dt 7, 6: 26,18: Lv 26,12). En el desierto los hebreos tienen que adorar a Dios (Éx 3,17): allí reciben la ley y establecen la alianza. El desierto es también el lugar donde Dios pone a prueba al pueblo y  el pueblo se obstina en sus rebeliones contra Dios. Pero, a pesar de su infidelidad, Dios no abandona su proyecto de salvación. El triunfo final permite descubrir en el desierto no tanto el tiempo de la infidelidad del pueblo como más bien la misericordia sin límites de Dios, que siempre lleva a término su designio de salvación.

En el Nuevo Testamento el desierto  aparece más de sesenta veces. Las citas más numerosas se encuentran en los sinópticos, en relación con Juan Bautista y con los judíos (Mt 3,1; 3,3; Mc 1,3.4); luego con Jesús, con los discípulos y con el pueblo (Mt 4,1; 14,13. Lc 4,1.42; 5,10; 9,10). También el Espíritu, los ángeles, Satanás, los demonios tienen relación con el desierto (Mc 1,12.13; Lc 8,29).

Cristo vuelve a vivir en su vida las  diversas etapas de la experiencia de los hebreos; movido por la fuerza del Espíritu de Dios, va al desierto para someterse allí a la prueba (Mt 4,1-11). A diferencia de sus antepasados, permanece fiel al Padre. Las pruebas en que sucumbieron los hebreos encuentran aquí su sentido y las promesas hechas a Israel se realizan en Jesús como el Hijo primogénito.

Así pues, de la Biblia se deduce que  el desierto como lugar geográfico no puede ser considerado como una condición permanente. El creyente está ligado normalmente a la sociedad de los hombres. La permanencia en el desierto debería servir de preparación para la misión específica y para el descubrimiento de Dios y de los demás hombres. Aquel lugar produce la experiencia decisiva para una maduración de las propias opciones y del encuentro recordado con Dios. La nota característica del desierto es el movimiento de un recorrido, o una tensión dinámica desde el pasado hacia el futuro, que no quiere decir una espera pasiva, sino una actitud de compromiso hacia las metas fijadas de antemano.

A. Fomkiel

 

 Bibl.: A. Bonora, Desierto, en NDTB, 426 434; AA. VV., Desierto, en NDE, 337-347. D. Barsotti, Espiritualidad del Éxodo, Sígueme, Salamanca 1968; H. Cámara, El desierto es fértil, Sígueme, Salamanca 1972; V. Serrano. Espiritualidad del desierto, Studium, Madrid 1968.