CRISTOLOGÍA
VocTEO
 

Esta palabra es el resultado de la composición de los términos Christos (que en griego significa «ungido» y es la traducción de la palabra hebrea maschiach, y logía (que significa discurso, reflexión). Por tanto, su significado original es: discurso sobre (Jesús) Cristo. De hecho, la cristologia no es más que la explicitación de todo lo que está encerrado en la simple confesión de fe Jesús (de Nazaret) es el Cristo, o bien, el Ungido, el Enviado último de Dios a la humanidad, según las esperanzas mesiánicas de Israel.

Todo el Nuevo Testamento es una confesión de fe en Jesús de Nazaret como Cristo, Mesías, Salvador, Hijo de Dios, y en su misión salvífica en favor del hombre. En los diversos libros neotestamentarios se hacen, sin embargo, reflexiones diversas de fe sobre Jesús, y hay por tanto varias cristologías. Sin embargo, la pluralidad de imágenes de Jesús y de discursos sobre él no daña en lo más mínimo la unidad y la identidad de la confesión de fe en lo que con él se relaciona.

La época de los Padres de la Iglesia (siglos ll-VIll) fue un período floreciente de reflexión cristológica. Durante aquellos siglos la Iglesia universal celebró concilios ecuménicos que tuvieron como tema principalmente el misterio de Jesucristo y consiguientemente, en él y por él, el misterio de Dios y del hombre: el concilio de Nicea (325) definió contra el arrianismo la consubstancialidad de Jesucristo con Dios Padre; el de Calcedonia (451), la verdadera divinidad y la verdadera humanidad de Jesucristo en la unidad de la Persona; el Constantinopolitano 11 (553), la unidad «por composición» de las naturalezas divina y humana, íntegras e inconfusas, en la hipóstasis/persona del Verbo/Hijo; el Constantinopolitano III (681), la presencia en Jesucristo y la operación espontánea de la voluntad/libertad humana al lado y «por debajo» de la divina. La aproximación a la realidad de Jesucristo en este período tuvo un acentuado marco ontológico, aun cuando el horizonte siguió siendo histórico-salvífico. Esta orientación llevó a una cierta disminución del interés por el aspecto histórico, dinámico, social y hasta político del acontecimiento Jesucristo. Además, la atención prevalente (no exclusiva) que se prestaba a la encarnación del Verbo de Dios en Jesucristo llevó a la Iglesia de los Padres a meditar en la especificidad del Dios cristiano (Dios comunión de personas, Dios Trinidad que en el Hijo entró en la historia y se hizo hombre) y en la dignidad y elevado destino del hombre (divinización del hombre), pero hizo que retrocediera un tanto la atención a los contenidos concretos de los misterios de la vida histórica de Jesús, al misterio pascual y a la tensión de la historia hacia la futura venida gloriosa del Señor.

En el ámbito de este planteamiento común de reflexión y de anuncio cristológicos se dieron diferenciaciones significativas: la escuela asiática (Teófilo de Antioquía, Ireneo, Justino) fue más sensible a la dimensión históricosalvífica del misterio de Cristo; la escuela alejandrina (Clemente, Orígenes, Atanasio, Cirilo, etc.) se preocupó más de poner de relieve la verdadera divinidad de Cristo; la escuela antioquena (Nestorio, Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia) se preocupó siempre de salvaguardar su humanidad verdadera, plena y concreta. El gran doctor Agustín integró en su reflexión estas exigencias, entregando al Occidente medieval una cristología de conjunto bien equilibrada.

De la cristología medieval podemos señalar dos orientaciones significativas: la monástica y la escolástica. La primera, especialmente en la escuela cisterciense, reflexionó sobre el misterio de salvación de Jesucristo en el contexto de la celebración de los misterios divinos en la liturgia y del camino espiritual del monje como « seguidor», «discípulo» de Cristo. El segundo insertó su meditación sobre él en el contexto de la reflexión sobre la revelación cristiana elaborada con fines sistemáticos en los Comentarios a los libros de las Sentencias de Pedro Lombardo o en las Sumas teológicas, entre las que la Suma de Tomás de Aquino constituye la expresión más amplia y perfecta de la verdad cristiana. El marco ontológico, que ya era patente en la reflexión patrística, adquirió en esta reflexión teológica un papel preponderante; la metodología científica aristotélica basada en la deducción de consecuencias y de conclusiones de principios y de verdades universales obligó a marginar la dimensión histórica, existencial , « espiritual » del misterio de Cristo, que valoraba por el contrario con toda intensidad el testimonio de vida de los santos (san Francisco de Asís) y la producción «espiritual» de los místicos (por ejemplo, los opúsculos místicos de san Buenaventura y de otros autores). Hay que recordar la aportación de Lutero, que podemos calificar de cristocéntrica y existencial. El reformador buscó y proclamó el « solus Christus»; subrayó con fuerza que la vida cristiana y la verdadera teología como reflexión sobre ella tienen que alimentarse solamente de la humanidad y . de la cruz de Cristo y de lo que él hace experimentar y decir sobre Dios y sobre el hombre; el Cristo que importa es el que los creventes pueden "aferrar" y convertir en motivo de vida por y en la fe confiada. Este radicalismo existencial luterano, portador de instancias válidas aunque unilaterales, cayó también en olvido incluso en el campo protestante. Las oleadas de reacción cristológica «pietista» dentro del protestantismo deben considerarse como otros tantos intentos de retomo a la inspiración existencial luterana original.

La cristología contemporánea se distingue por la recuperación de la colocación del acontecimiento Jesucristo en el contexto de la historia de la salvación (cf., en particular, O. Cullmann); por la atención a la dimensión humana integral de Jesús, pero -a diferencia del pensamiento de la época patrística y medieval- con una decidida inclusión de su historicidad, existencialidad, mundanidad, cosmicidad, socialidad y politicidad; por una valoración más clara de la totalidad del misterio de Cristo (encarnación, vida histórica, praxis y doctrina, muerte, resurrección como acontecimiento escatológico y . salvífico, espera de la parusía como acontecimiento en el que Cristo realizará plenamente su misión salvífica y se revelará por completo a sí mismo, a Dios y al hombre). Las diversas corrientes téológicas de los últimos decenios y años (teología de la encarnación, d~ la resurrección, del misterio pascual, de la cruz, de la praxis liberadora de Jesús, etc.) ponen todas ellas como fundamento de su reflexión el acontecimiento histórico Jesucristo, aunque luego lo sitúan en perspectivas diversas.

El giro antropológico de la cultura moderna, realizado de tantas maneras y . formas, ha llevado también a la cristología a realizar un giro metodológico en su reflexión científica sobre Jesucristo. Hace algunos decenios que muchos teólogos propusieron y empezaron a recorrer un camino de reflexión cristológica, que no parte ya, como en el pasado (al menos desde la Edad Media, pero ya en gran parte también desde la época patrística), «desde arriban, desde la divinidad del Hijo que bajó a la historia para asumir una naturaleza humana, sino "desde abajo", desde la vida histórica de Jesús de Nazaret, que luego, a la luz de la resurrección, se captó en su dimensión más profunda, como vida histórica del hijo del Dios eterno. La mayor parte de los teólogos sostiene que entre las dos metodologías no hay oposición y que no deben por tanto considerarse como altemativas. Una reflexión adecuada sobre el misterio de Cristo tiene que incluir a las dos si quiere integrar lo humano histórico y lo divino de Cristo, pero debería partir desde dentro en de la confesión de la Iglesia, en la que están ya incluidos los contenidos tanto «de arriban como "de abajo".

G. Lammarrone

 

Bibl.: M, Bordoni, Cristologia, en NDT 1, 225-266; J Galot, Cristologías, en DTF 249256; G. Moioli, Cristología, en DTI, II~ 192207;Y M. Congar, Cristo en la economía salvífica y en nuestros tratados dogmáticos, en ConciÍium 1 1 ( 1966) 5-28; J Galot, Hacia una nueva cristología, Bilbao 1972; K. Rahner, Problemas actuales de cristología, en Escritos de teología, 1, Taurus, Madrid 1967 167-221; A. Grillmeier, Cristología, en SM, 1, 59-73.