CORAZÓN
VocTEO
 

En el Antiguo Testamento se considera al corazón como el centro del hombre, fuente del dinamismo vital del cuerpo y también lugar de la vida psíquica, centro de las facultades espirituales, concretamente de las afectivas. Para el mundo semita-egipcio el corazón es la sede del pensamiento y de la actividad intelectual. En el mundo hebreo el corazón se concibe como el lugar de la comprensión, del razonamiento, de la reflexión, de las opciones del hombre. Las implicaciones de estas dimensiones con la moral transforman el corazón en un elemento de conversión, de temor y reverencia, a veces en un lugar de la presencia misteriosa de Yahveh. En el Nuevo Testamento confluyen estas connotaciones de ambiente semítico, pero también se encuentra en él el curioso emparejamiento tautológico " cor unum et anima una" (Hch 4,2), referido a la primera experiencia espiritual y estructural de los cristianos. La fórmula hebrea del "cor unum" (Ez 11,19) se recoge en el equivalente griego "anima una» (Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX, 8, 2).

Los Padres de la Iglesia mantuvieron al principio un lenguaje puramente bíblico en el uso de la palabra «corazón», lo mismo que en otros muchos casos, pero a partir del siglo III, sobre todo en Alejandría, tuvieron que enfrentarse con culturas que entendían el "corazón» en un sentido anatómico-fisiológico.

En esta confrontación los Padres se sentían apoyados por las escuelas clásicas (estoicismo, platonismo), que veían en el corazón la sede del entendimiento. Esta influencia se condensa en Orígenes en la ecuación corazón = inteligencia, adoptada por su gran discípulo Gregorio de Nisa, para quien el corazón se identifica con pensamiento-inteligencia-alma. Esta misma complejidad de acepciones se percibe en el uso tan articulado que hace san Agustín de la palabra «corazón» especialmente en las Confesiones (1, i, n. 1. IX, 10, nn. 23-25; X, 3, n. 4).

Lentamente empezaron a distinguirse en el período patrístico, y de manera distinta para Oriente y para Occidente, dos acepciones de la palabra, que en san Agustín, sin confundirse pero sin excluirse tampoco, habían logrado combinarse bastante bien: la primera platonizante/intelectualista, la segunda mística y afectiva.

Esta última, que se formó entre los siglos V y VII, influyó y conformó casi por entero a la tradición bizantina, expresada por Evagrio, Paladio, Casiano, Marcos el eremita, el monje Isaías, el recluso Barsanufio, san Nilo, san Juan Clímaco, hasta las expresiones más robustas en las Homilías del Pseudo-Macario, en Diodoco de Fotica y en el Pseudo-Hesiquio. Este caráctér central del corazón en la espiritualidad oriental se debe también a la aportación de algunas experiencias místicas y prácticas ascéticas como el hesicasmo, que durante algún tiempo fue visto con sospechas, pero que hoy está difundido y se practica también en Occidente.

En Occidente no encontramos esta centralidad mística del corazón que, bajo el influjo de la escolástica, fue comprendido sobre todo como voluntad y amor. En esta última experiencia es en la que pudieron confluir los cistercienses y los franciscanos, la escuela del Carmelo teresiano, la espiritualidad de la renovación del corazón, de la guardia del corazón y también la devoción al sagrado Corazón, que hay que revalorizar y fundamentar en una sana filosofía del lenguaje y en una sólida teología bíblica.

G. Bove

 

 Bibl.: P. Hoffmann - K. Rahner, corazón,  en CFT 303-307. H, W Wolff. Antropología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1975, 64-68; AA. VV, Corazón, Cambio del corazón, Corazón de JesúS, Guarda del corazón, en DE, 1, 487-499,