CONSAGRACIÓN
VocTEO

 
 El término «consagración» se deriva  de «consagrar», que significa «hacer sagrado». «Sagrado» es lo que pertenece a un orden de cosas separado, reservado, inviolable. El mundo de Dios es el ámbito de lo «sagrado» por excelencia: se lo aplicamos a él en sentido prioritario, mientras que de las otras cosas lo decimos solamente en la medida en que tiene alguna relación o conexión con él: o porque significan, o porque facilitan, o porque realizan su presencia. La palabra «consagración»  designa el acto que une a la divinidad mediante un vínculo tan estrecho que hace que esa cosa o esa persona se encuentre separada de su mundo y de todo lo que poseía, y apartada de él a fin de quedar reserváda para Dios.

Puesto que todo lo que existe es  obra de Dios, participación y revelación suya, resulta que todo es en cierto sentido sagrado. Esto vale de manera muy especial para el hombre, que es «imagen de Dios». Pero cuando hablamos de consagración, nos queremos referir a una intervención ulterior de Dios, más allá de su intervención creadora. Esto quiere decir que la consagración admite varios grados, que podríamos presentar como círculos concéntricos.

Con la encarnación del verbo toma  cuerpo definitivamente el designio eterno de Dios, que es el de «recapitular todas las cosas en Cristo» (cf Ef 1, 3- 10). En el Antiguo Testamento Dios constituyó y reservó para sí a un pueblo, a través de sus intervenciones prodigiosas y continuadas; pero ahora se hace personalmente presente en su Hijo, «adquiriéndose» (cf. Ef 1,14) un pueblo, no con la fuerza de su poder, sino pagando personalmente. Nace así el nuevo pueblo de Dios que, desde este momento, es el pueblo de Cristo.

Todo esto se expresa sacramental mente y se realiza inicialmente a través del sacramento del bautismo, que inserta al creyente en Cristo como miembro de su cuerpo y (junto con la confirmación que lo completa en el orden dinámico) pone en el que ha sido llamado el sello de la pertenencia total y definitiva a su Cabeza, a través de la impresión de un carácter indeleble (cf  LG 10-12; 34-36) y de la consiguiente participación de su misma consagración. Lo que define a la Iglesia y . a cada uno de sus miembros es precisamente esta introducción específica y definitiva en el mundo de Dios y su relativa pertenencia a él en Jesucristo.

 El hecho de que toda la Iglesia sea  una «comunidad de índole sagrada» no impide que un miembro determinado, por especial disposición de Dios, pueda ser llamado a encarnar de manera específica un aspecto particular de la sacralidad eclesial. El Señor elige a algunos para que lo sigan más de cerca y participen de su vida y de su misión de un modo particular: «Llamó a los que quiso y se acercaron a él; designó entonces a doce, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14; cf. Le 6,12-15). Esto indica no sólo el fundamento, sino la necesidad de algunas consagraciones « particulares ».

Tras la llamada «especial» a participar en el «ministerio» o en la «forma de vida» de Cristo, viene la consagración correspondiente.

Estas consagraciones se realizan en el sujeto: una mediante la sagrada ordenación, otra a través de la profesión de los consejos evangélicos. La primera está ordenada principalmente a habilitar a la persona para cumplir un ministerio determinado, como participación privilegiada en la obra de Cristo mediador: la segunda está ordenada a hacer a la persona capaz de «seguir a Cristo más de cerca», es decir, a ponerla en una «forma de vida» que reproduzca de la mejor manera posible el mismo proyecto existencial del Señor. En el primer caso se subraya la dimensión objetiva del sacerdocio de Cristo; en el segundo, la subjetiva. Estas dos consagraciones tocan al ser y al obrar de la persona: pero mientras que la primera está ordenada esencialmente a un modo "nuevo» de obrar, es decir, al sagrado ministerio, la segunda se ordena a un "nuevo» modo de ser, es decir, a una configuración especial con Cristo casto, pobre y J obediente.

A. Pigna

 

Bibl.: J Castellano, Consagración, en DES, 1, 458-460: J G. Ranquet, Consagración bautismal y consagración religiosa, Mensajero. Bilbao 1968.