ANTROPOLOGÍA - ANTROPOCENTRISMO

A diferencia de la antropología filosófica, que reflexiona sobre el problema hombre desde abajo, la antropología teológica tiene su fundamento en las afirmaciones de la revelación que se refieren al origen, a la situación intramundana y a la escatológica del hombre. Así pues, la antropología es el pensamiento de Dios sobre el hombre, la antropología de Dios, desde arriba, desde la creación hasta la redención.

Como tal, la antropología es uno de los temas centrales de la revelación, en la que Dios manifiesta la verdad sobre el ser y el destino absoluto del hombre.

La teología ha recogido esta revelación usando varias categorías sacadas de las antropologías filosóficas preexistentes o contemporáneas. El resultado ha sido una positiva inculturación de los datos revelados, que no ha contaminado en lo más mínimo el núcleo original de la revelación, sino que ha contribuido a difundirlo. Como consecuencia de las divisiones eclesiales que han tenido lugar en la historia, el dato antropológico de fondo, por el que Dios dirige su atención salvífica a los hombres a pesar de su finitud y de sus culpas que lo convierten en pecador ha sido comprendido y expresado de maneras cada vez más diversas: desde el realismo moderado de la antropología católica, para la que el hombre, aunque pecador, no está totaliter corruptus, hasta la acentuación pesimista de la antropología reformada o el optimismo antropológico de la Iglesia oriental, basado en la acción divinizante del Espíritu Santo sobre el hombre. A partir de la época romántica, en el área protestante primero y luego en la católica, se ha producido el llamado giro antropológico, con la intención de valorar los diversos modos de ver al hombre como el centro de los intereses y de las acciones de Dios. Pero este antropocentrismo, si pretende ser una metodología teológica general que codifique las afirmaciones sobre el hombre y que haga de estos enunciados un criterio teológico absoluto, debe rechazarse como un extremismo reduccionista e incluso antiteísta, como una simple primacía del sujeto puro (de aquí la reacción teocentrista de Barth).

Pero si se le entiende correctamente, está en disposición de producir, junto con el teocentrismo, una mayor comprensión teológica de Dios, de su ser creador y redentor del hombre, así como una mayor comprensión del hombre mismo. En este sentido debe interpretarse la renovada actitud antropológica de la teología contemporánea, que ve la presencia simultánea del antropocentrismo y del teocentrismo como una vinculación característica de las verdades, aparentemente opuestas entre sí, en el más grande de los mandamientos divinos: el del amor a Dios y al prójimo, en el que se afirma la primacía de Dios, pero abarcando también al hombre; es el mismo Jesucristo, que se revela como totalmente Dios y totalmente hombre, el prototipo ideal de la antropología y también de la metodología teológica.

El Vaticano II, a pesar de que no manifiesta ninguna opción antropocentrista de fondo, ha intentado incluir estos dos aspectos (GS 12; LG 1).

El núcleo de la antropología es que el hombre, que había perdido su semejanza original con el creador, es recreado, reconciliado con Dios y elevado a la participación de la naturaleza de Dios por medio del misterio pascual del Hijo, con su sacrificio expiatorio. Dios, por el poder del Espíritu, le comunica el estado antropológico perfecto de Cristo mismo en la Iglesia. Esto significa que el dato antropocéntrico de la fe cristiana hace referencia a la historia como al lugar de la acción salvífica de Dios, y a la acción del Espíritu en la Iglesia como al modo escogido por Dios para extender su redención a todos los hombres. La verdadera naturaleza del hombre se revela realmente en Cristo Hombre-Dios y en el destino de todos los hombres a convertirse en miembros suyos, en cuanto que él es el origen y la cabeza de la Iglesia. Este desarrollo del hombre no se agota, por tanto, en ningún humanismo terreno ni en ninguna cultura, sino que tiene su cima en la ordenación del hombre a la contemplación directa de Dios. De esta manera tenemos la encarnación de los contenidos perennes de la fe, descodificados en las categorías históricas, de manera que resultan más contextuales.

Los contenidos de la antropología pueden resumirse en los siguientes temas: el hombre tiene una relación de origen positivo en Dios: es una criatura buena y Dios quiere que su creaturalidad se desarrolle en una apertura al infinito hacia el mismo Dios. Esta relación es acristológica, en el sentido de que la verdadera fuente de la antropología es la cristología, tanto en el orden de la creación como en el de la redención. Si podemos hablar de la filiación divina del hombre, de su salvación y de su futura resurrección para una vida eterna, todo esto es posible debido al misterio pascual de Cristo. El hombre es sujeto histórico responsable de su condición decadente y negativa de pecado, mientras que la finalidad de Dios al crear al hombre es la de destinarlo como sujeto y como humanidad a la vida sobrenatural. Todo hombre que viene a este mundo entra en la órbita del pecado y por eso mismo, necesita absolutamente la redención y la gracia. La salvación realizada por Cristo es objetivamente universal, pero tiene que extenderse a cada uno de los hombres de manera personal con la concesión de la gracia en la Iglesia, lugar de reunión escatológica de los redimidos y de lucha contra el mal y contra las inclinaciones perversas del hombre. Con esta serie de afirmaciones la antropología cristiana denuncia que el estado de plenitud del hombre en la historia ha comenzado ya, aunque no haya llegado todavía a su culminación escatológica.

T. Stancati

 

 

Bibl.: M. Flick Z. Alszeghy, Antropología teológica, Sígueme, Salamanca 1960; J, Gevaert, El problema del hombre, Sígueme, Salamanca 1991; J, L. Ruiz de la Peña. El don de Dios. Antropología teológica especial, Sal Terrae, Santander 1991,