ANTICRISTO

Esta palabra aparece por primera vez en la segunda mitad del s. 1 d.C. como variante cristiana del adversario de Dios en los tiempos finales de la historia, del que hablaba ya la apocalíptica judía. Literalmente el término indica al antagonista y al opositor de Cristo, En el Nuevo Testamento esta palabra aparece sólo cinco veces (1 Jn 2,18.22; 4,3 y 2 Jn 7), para indicar a los maestros de falsas doctrinas. Sin embargo, son visibles los rasgos del Anticristo en algunos otros pasajes (cf. Mc 13 y par.; 2 Tes 2,3; Ap 13). La doctrina se comprende en función de la lucha secular en la que Dios y su Cristo se enfrentan con Satanás y sus ministros en la tierra. Éstos, a través del doble camino de la persecución temporal y de la seducción religiosa, intentan provocar el fracaso del plan divino de salvación.

Este tema será habitual en los escritos de los Padres de la Iglesia, que hablarán a veces del Anticristo como de una figura individual y otras como de una figura colectiva. A lo largo de la historia son numerosas las identificaciones del Anticristo. En la Iglesia antigua se identificó con el Imperio romano; en la alta Edad Media la historia se interpretó frecuentemente como lucha de la Iglesia con el Anticristo. En el movimiento pauperista, vinculado a algunas tesis de Joaquín de Fiore, y luego en el ámbito de la Reforma protestante (Lutero), se identificó frecuentemente con el papado. La autoridad eclesiástica tuvo que tomar una actitud contra esta interpretación en la condenación de los “fraticelli,” ( 1318) por parte de Juan XXII (cf. DS 916).

En la época moderna este tema adquirió un especial relieve en la conciencia rusa. Su figura se vislumbra en la de «gran Inquisidor" descrito por Dostoievski. También hablan de él Soloviev R. H. Benson en su The Lord of the World (1907) y S. LagerlOf (1897) en la novela Die Wunder des Antichrist

M. Semeraro

 

Bibl.: A. Jeremias, Der Antichrist in Geschichte und Gegenwart. Leipzig 1930; R, Pesch, Anticristo, en SM, 1, 176-179.