DOCUMENTACIÓN

ÁNGELUS Meditación mariana del Santo Padre Juan Pablo II el domingo 16 de julio en Les Combes, Valle de Aosta

Subir a la cima de la santidad

En el día de la Virgen del Carmen el Vicario de Cristo felicitó en especial a los carmelitas

Desde el lunes 10 de julio el Papa Juan Pablo II está disfrutando de unos merecidos días de descanso en la localidad alpina de Les Combes, Valle de Aosta, junto con algunos de sus colaboradores. Su Santidad aprovecha las jornadas para pasear por la montaña, orar, reflexionar y preparar sus próximos compromisos. El domingo 16, que coincidía con la fiesta de la Virgen del Carmen, rezó el Ángelus con los fieles presentes. Entre otros grupos, participaron las monjas carmelitas de Santa Teresa de Turín (Italia), que se hallaban reunidas en capítulo general. Después de la plegaria mariana, el Vicario de Cristo felicitó a todos los carmelitas y carmelitas del mundo y los exhortó a cultivar en especial los valores de la vida contemplativa, de donde brota el impulso de amor al prójimo para la salvación del mundo y la edificación de la Iglesia.


Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Doy gracias al Señor que, también este año, me da la posibilidad de pasar un período de descanso en esta estupenda localidad de montaña, que me trae a la mente la presencia majestuosa de Dios. Agradezco al obispo de Aosta, al presidente del Consejo y de la Junta del Valle de Aosta, y a toda la población de esta región tan querida para mí, la invitación y la acogida que, como cada año, ha sido muy cordial. Un agradecimiento especial va a los salesianos, que siempre han sido muy hospitalarios conmigo, así como a quienes aseguran diariamente, a mí y a mis colaboradores, una estancia tranquila. Aquí, en medio de amenos bosques y valles, el cuerpo se fortalece y el espíritu puede dedicarse más a la reflexión y a la contemplación.

Desde este lugar sereno quisiera enviar un cordial saludo a quienes están pasando sus vacaciones en estos valles y en otros lugares, tanto de montaña como de mar. A todos invito a hacer que estos días de merecido descanso estivo sean un tiempo de enriquecimiento interior y de favorable distensión familiar. Pienso, además, en quienes no pueden permitirse vacaciones y han permanecido en sus hogares. De modo especial, dirijo mi afectuoso saludo a los enfermos, a los ancianos, a los presos y a las personas solas. A cada uno aseguro mi recuerdo diario en la oración.

2. Al contemplar estas montañas, mi pensamiento va hoy al monte Carmelo, cantado en la Biblia por su belleza. En efecto, hoy celebramos la fiesta de la Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo. En aquel monte, que se encuentra en Israel, cerca de Haifa, el santo profeta Elías defendió valientemente la integridad y la pureza de la fe del pueblo elegido en el Dios vivo. En ese mismo monte, en el siglo XII después de Cristo, se reunieron algunos ermitaños para dedicarse a la contemplación y a la penitencia. De su experiencia espiritual surgió la orden de los carmelitas.

Caminado con la Virgen, modelo de fidelidad plena al Señor, no temeremos los obstáculos ni las dificultades. Sostenidos por su intercesión materna, podremos realizar plenamente, como Elías, nuestra vocación de auténticos "profetas" del Evangelio en nuestro tiempo.
3. La liturgia de hoy, XV domingo del tiempo ordinario, nos exhorta a este compromiso ascético y apostólico. Nos invita a seguir el ejemplo del profeta Amós y de los Apóstoles, elegidos por el Señor como colaboradores en su obra de salvación.

Que la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, a quien hoy invocamos con particular  devoción, nos ayude a subir sin cansarnos hacia la cima del monte de la santidad; y nos ayude a amar por encima de todo a Cristo, que revela al mundo el misterio del amor divino y la verdadera dignidad del hombre (cf. Colecta).

Después del Ángelus, el Santo Padre saludó a los diferentes grupos de fieles que se hallaban presentes en Les Combes para rezar la plegaria mariana. He aquí las palabras que dirigió a las capitulares carmelitas de Santa Teresa de Turín: 

Hoy, memoria de la Virgen del Monte Carmelo, es particularmente significativa la presencia de un grupo de religiosas carmelitas de Santa Teresa de Turín, que están celebrando su capítulo general. Al saludaros con afecto, queridas hermanas, deseo dirigir un cordial saludo también a todos los carmelitas y las carmelitas, así como a las asociaciones que se inspiran en este carisma. Invoco la continua asistencia divina sobre la entera familia carmelita, exhortando a cada uno de sus miembros a buscar y amar ante todo a Dios, que nos amó primero, y a esforzarse por alimentar en todas las circunstancias los valores de la vida contemplativa, de donde brota y recibe impulso el amor al prójimo para la salvación del mundo y la edificación de la Iglesia.

Entre los peregrinos presentes en Les Combes para el rezo del Ángelus se hallaba un grupo de monjes benedictinos suizos, a los que el Santo Padre dijo en italiano: 

Saludo también a los monjes benedictinos suizos, que han querido visitarme. Amadísimos hermanos, san Benito, cuya fiesta celebramos hace pocos días, os ayude a vosotros y a toda la familia benedictina, a ser fieles a las enseñanzas que os legó en el libro de la Regla.

Por último, en lengua española, Juan Pablo II añadió: 

En este domingo en que recordamos también a la Virgen María del Monte Carmelo, me complace saludar a los peregrinos de lengua española que participáis en esta oración mariana. A todos vosotros y a vuestras familias os bendigo de corazón. Muchas gracias por vuestra presencia.

 

La Colina de las cruces ha sido un baluarte interior de fe en Cristo y de fidelidad a la Iglesia

Mensaje del Papa con ocasión de la inauguración de un eremitorio franciscano en Siauliai

El pasado 8 de julio se inauguró en la Colina de las cruces, en Siauliai (Lituania), un eremitorio franciscano, construido gracias a la colaboración de las provincias toscana (Italia) y lituana de los Frailes Menores. La iniciativa se puso en marcha en septiembre de 1993, con ocasión de la peregrinación que Juan Pablo II llevó a cabo, primero, a la Colina de las cruces y, pocos días después, al santuario italiano de La Verna, donde san Francisco de Asís recibió los estigmas el 14 de septiembre de 1224. En ambas circunstancias, el Papa subrayó el valor de la cruz para todos los pueblos del mundo, para todos los hombres y mujeres que buscan a Dios y no retroceden cuando deben confesar su nombre. La ceremonia de inauguración comenzó con una procesión desde la Colina de las cruces hasta el eremitorio, en cuya capilla mons. Erwin Josef Ender, nuncio apostólico en Lituania, presidió una solemne eucaristía. Participaron en el acto, entre otros, los padres Maurizio Faggioni, o.f.m., ministro de la provincia toscana, y Benediktas Jurèjs, o.f.m., ministro de la provincia lituana; los monseñores Eugenijus Bartulis, obispo de Siauliai, Rimantas Norvila, obispo auxiliar de Kaunas, y Rodolfo Cetoloni, o.f.m., recientemente consagrado obispo de la diócesis italiana de Montepulciano-Chiusi-Pienza; los señores Vytautas Landsbergis, presidente del Parlamento lituano, y Mario Fugazzola, embajador italiano en Lituania; numerosos frailes franciscanos procedentes de los países limítrofes, así como diversas personalidades eclesiásticas y civiles. El eremitorio (en la foto) consta de dos plantas y un sótano. La capilla tiene el ábside orientado hacia la Colina, y sus vidrieras permiten contemplar el "bosque" de cruces que se elevan hacia el cielo. Con motivo de este importante acontecimiento eclesial, el Santo Padre envió al p. Giacomo Bini, ministro general de los Frailes Menores, el siguiente mensaje, que fue leído durante la inauguración.

 


Al reverendo padre
GIACOMO BINI, o.f.m.
Ministro general de la orden
franciscana de los Frailes Menores


Con ocasión de la inauguración, el día 8 de julio, del eremitorio franciscano edificado junto a la Colina de las cruces en Siauliai (Lituania), deseo dirigir mi saludo a usted y a sus hermanos de la provincia toscana de san Francisco estigmatizado y de la provincia de san Casimiro en Lituania, así como a cuantos participen en la sagrada celebración, asegurándoles mi cercanía espiritual y mi profunda gratitud por la realización de esta iniciativa tan significativa.

La construcción de ese eremitorio en un lugar tan denso de recuerdos me trae a la memoria el momento de oración que viví el 7 de septiembre de 1993, en la Colina de las cruces, durante mi viaje apostólico a Lituania. También me trae a la memoria la peregrinación a La Verna, que tuve la oportunidad de realizar pocos días después, el 17 de septiembre del mismo año. En esas singulares ocasiones comprendí más profundamente las grandes ventajas que tiene para la humanidad y para Europa, en el alba de un nuevo milenio, peregrinar espiritualmente a Siauliai y a La Verna, localidades marcadas por el misterio de la cruz, a fin de meditar con mayor intensidad en la pasión, muerte y resurrección del Señor y abrirse a la gracia de la conversión.

Las provincias de los Frailes Menores de Lituania y de Toscana se hallaban unidas por vínculos de colaboración fraterna ya antes de la llegada del comunismo, cuando los jóvenes de la tierra lituana, deseosos de seguir el carisma franciscano, eran enviados precisamente a Toscana para realizar su formación en la vida religiosa. Estos vínculos se han intensificado durante el decenio que acaba de terminar, y ahora me alegra constatar que La Verna y la Colina de las cruces se unirán más estrechamente aún gracias a ese providencial eremitorio franciscano.

Las cruces de la Colina de Siauliai testimonian permanentemente la tremenda prueba sufrida a causa de un régimen dictatorial y constituyen, al mismo tiempo, un signo de la grandeza de alma de un pueblo que ha sabido sacar de sus tradiciones espirituales y culturales la fuerza indispensable para seguir esperando un futuro mejor. En los momentos más duros de la historia de Lituania, las cruces de Siauliai han sido una fuente inagotable de fuerza, un baluarte interior de fe en Cristo y de fidelidad a la Iglesia.

Deseo de corazón que, también gracias a la presencia del eremitorio, la Colina de las cruces sea cada vez más un signo elocuente de la misericordia y de la salvación que se encuentran en la cruz y en la resurrección de nuestro Redentor.

A san Francisco y a santa Clara encomiendo esta obra franciscana y a cuantos acudan a ella para vivir momentos de oración, silencio y meditación.

Que la santísima Virgen de los Dolores y san Casimiro, patrono de Lituania, intercedan para que esta iniciativa, cuyo desarrollo apoyo con mi bendición apostólica, dé abundantes frutos de bien.
Vaticano, 29 de junio de 2000