SANTA SEDE


DOSCIENTOS POBRES INVITADOS DE HONOR DE JUAN PABLO II

Hombres y mujeres sin techo comen con el Papa

CIUDAD DEL VATICANO, 15 junio (ZENIT.org).- Ha sido una fiesta sencilla. Juan Pablo II invitó a comer hoy a doscientos pobres y personas sin techo, así como a algunos voluntarios de las organizaciones que les ofrecen ayuda en la ciudad de Roma.

Hombres y mujeres, con duras historias a sus espaldas y sus mejores vestidos, no sólo católicos (entre ellos había bastantes musulmanes), llegaron esta mañana al Vaticano para vivir su propio Jubileo. Habían recibido una invitación personalizada del mismo Papa que les entregaron las organizaciones que les atienden: la Comunidad de San Egidio, la Cáritas de Roma y la Casa «Don de María», fundada por la Madre Teresa de Calcuta en el mismo vaticano.

Poco después de la 1:30 de la tarde, Juan Pablo II les recibió con una sonrisa y palabras de cariño: «He querido encontrarme con vosotros, he querido compartir con vosotros la mesa para deciros que estáis en el corazón del Papa. Con gran cariño, os abrazo a cada uno de vosotros, amigos a los que tanto quiero. Ciertamente no puedo transcurrir mucho tiempo con vosotros, pero os aseguro que todos los días os sigo con la oración y el afecto».

Muchos de los que aplaudían al Papa son viejos conocidos de las personas que trabajan o viven en torno al Vaticano. El clima templado de la ciudad de Roma y la gran cantidad de asociaciones católicas de ayuda para los sin techo ha llevado a muchas personas de Italia y de países nórdicos de Europa, que se encuentran en situaciones desesperadas, a instalarse en las calles de Roma.

Uno de ellos, por ejemplo, de origen estadounidense, tras una profunda crisis personal, ha decidido hacer de su vida una peregrinación permanente en la Ciudad Eterna, hasta donde llegó tras haber visitado Jerusalén.

Entre los comensales se encontraban también dos mujeres todavía jóvenes de Nápoles. Tienen entre 30 y 40 años y todas las noches duermen junto a la plazuela que se encuentra en la plaza de San Pedro. Cuando hace más frío piden alojamiento a las Misioneras de la Caridad que dirigen la Casa «Don de María». Mantienen una gran dignidad e incluso su belleza todavía joven. Sin embargo, para los mismos voluntarios que les ayudan es difícil comprender cómo es posible que hayan terminado en la calle.

«Al veros uno a uno, pienso en todas las personas que en Roma, así como en todas las partes del mundo, viven momentos de prueba y dificultad. Quisiera acercarme a cada uno para decirle: "No te sientas solo, pues Dios te ama". El Papa os quiere mucho, queridos hermanos y hermanas, y con él toda la Iglesia os abre de par en par los brazos de la acogida y de la fraternidad».

Con esta iniciativa, el pontífice ha querido poner en primer plano de este Jubileo la caridad y confirmar la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y marginados.

Los invitados del Papa comieron en mesas de trece personas: en cada una, había diez pobres sentados junto a un cardenal u obispo y dos de los voluntarios que les atienden.

El pontífice quiso demostrar también en este día de manera visible que el sacerdocio no es un ministerio de poder, sino de servicio. Por este motivo, los encargados de servir a los comensales eran estudiantes del Seminario Romano. El encuentro estuvo animado también por ritmos de varios continentes, especialmente de América Latina, gracias a la orquesta de los Legionarios de Cristo.

Horas antes de la comida, muchos de los invitados de honor del Papa se reunieron en la Basílica del San Pedro para atravesar la Puerta Santa, en signo de conversión, y rezar ante la tumba del príncipe de los apóstoles.

Jeremie, un joven de 25 años de Burundi, que lleva ya dos años en Roma, estaba muy emocionado. Todavía no se creía que había comido con el Papa. Para él la vida sigue su rumbo, ahora bien, su dignidad y derechos han recibido hoy un espaldarazo.

El menú de la comida era típicamente italiano: pasta fresca con queso y espinacas, ternera al horno con patatas, mozzarella con ensalada, pastel y macedonia de frutas con helado.

Al final de la comida, estas personas que no tienen nada, quisieron entregar algunos simbólicos presentes al Papa. Él les correspondió con un regalo para cada uno de ellos.

Carlo Santoro, de la Comunidad de San Egidio, uno de los organizadores de la comida, recuerda que «no es la primera vez que el Papa organiza un encuentro de este tipo: ya en el pasado había invitado a personas pobres al Vaticano. Este momento es quizá particular, pues tiene lugar en el ámbito del Jubileo del año 2000. La idea surgió tanto en los grupos de voluntarios que trabajan con los que no tienen techo como de la iniciativa del Papa, que tenía ganas de encontrarse con los pobres un día para comer con ellos».

Santoro tiene razón. Se trata de un gesto típicamente jubilar que ya habían realizado los papas de los años santos del 1500 y del 1600.

Uno de los más contentos era el padre Guerino Di Tora, director de la Cáritas de Roma. «Ha sido una gran alegría el poder poner, de este modo, en el centro de la atención del Jubileo, la realidad de las personas que no tienen casa, de los que viven en situaciones desesperadas. De hecho, el Jubileo surgió con esta atención por el hombre, en el sentido de la reconciliación, del redescubrimiento de cada persona. El gesto del Papa de sentarse en la misma mesa con estas personas no tiene sólo un significado para él y para la Iglesia, sino para todo el mundo. Él mismo ha alentado a las familias a que en nochevieja inviten en sus casas a una persona pobre. El comer juntos quiere representar el signo de la comunión plena, y no sólo un momento de atención pasajero».


 

LOS DESAFIOS DE LA RECONSTRUCCION DE GUATEMALA TRAS LA GUERRA CIVIL

Palabras de Juan Pablo II al recibir al nuevo embajador guatemalteco

CIUDAD DEL VATICANO, 15 junio (ZENIT.org).- Juan Pablo II confesó esta mañana su «satisfacción» por la paz que ha alcanzado a Guatemala tras 16 años de guerra civil, en la que murieron 150 mil personas, y alentó la «reconstrucción del tejido social», al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de ese país ante la Santa Sede, Acisclo Valladares Molina.

El Papa, que visitó el país de la «eterna primavera» (como él llama a Guatemala), en 1983 y 1996, tras recordar a las víctimas de esa sangrienta guerra, aplaudió los acuerdos de paz que a finales de 1996 abrieron «una nueva era para todos los guatemaltecos». Este proceso de paz se debió de manera decisiva a la contribución de los obispos del país y, al final, a la mediación de la Comunidad de San Egidio.

El nuevo embajador guatemalteco en Roma, Acisclo Valladares Molina, cuyo padre también había sido embajador en la Ciudad Eterna, tiene cincuenta y tres años, y fue en 1995 y 1998 candidato a la presidencia de la República. Ha estudiado Derecho y Economía Política en la Universidad de Salamanca y se ha especializado en Derecho Canónico en la Universidad Pontificia Gregoriana.

Si bien el Papa constató, el «clima de serenidad política, sin grandes sobresaltos», que ha vivido el país en los últimos años, recordó con dolor «el asesinato aún no esclarecido de monseñor Girardi», en abril de 1998, así como la «delicadas situaciones» económicas que ha atravesado y atraviesa. En este sentido, el pontífice reconoció que «el país ha demostrado que puede afrontar su propio destino mediante una normal actividad democrática, que asegure la participación de todos los ciudadanos en las opciones políticas de la nación».

Ahora bien, «si se quiere llegar hasta el final» en este proceso de madurez cívica, aseguró el obispo de Roma, «hay que seguir construyendo la patria sobre principios sólidos y estables, como son el respeto de la dignidad de toda persona humana y de los legítimos derechos de las comunidades y de los diversos grupos étnicos. Es también importante respetar siempre, frente a cualquier intento de violación, los principios de la división e independencia de los tres poderes, que son fundamento de la democracia en un Estado de derecho».

Para perseguir este «futuro sólido y esperanzador» el Papa exigió que «no se abandonen los valores e instituciones básicas de toda sociedad, como la familia, la protección de los menores y los más desasistidos», asimismo reconoció que el país no defiende a sus ciudadanos cuando «se horadan los fundamentos mismos del derecho, la libertad y la dignidad de las personas, atentando a la vida desde el momento de su concepción».

En concreto consideró que hay prestar gran importancia a los pueblos indígenas y pidió para ellos «acceso a una vida cada día mejor y más digna, desde un punto de vista cualitativo y cuantitativo --en sectores como educación, sanidad, infraestructuras y otros servicios--», «en el respeto de sus propias culturas, tan dignas de consideración». El 46% de la población guatemalteca desciende directamente de los grandes pueblos precolombinos que habitaban la región.

Por último, el Papa mostró su satisfacción ante el gobierno guatemalteco por la iniciativa de lanzar una campaña de alfabetización, prevista para el próximo mes de octubre, con la colaboración de la Conferencia Episcopal, que ha puesto a disposición sus instituciones educativas, su personal cualificado presente por todo el país, así como la experiencia de siglos en esta causa.


 

LA SANTA SEDE GALARDONA CON EL PREMIO «SENDERO DE LA PAZ» A KOFI ANNAN

«Las enseñanzas del Papa --afirma-- son la doctrina fundamental de la paz»

NUEVA YORK, 15 junio (ZENIT.org).- Kofi Annan, el secretario general de la ONU estaba conmovido. Ayer recibió el premio «Sendero de la paz» («Path to Peace») emitido por la homónima Fundación promovida por la Misión Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas en Nueva York, durante un crucero por el río Hudson.

«Recibir este premio me conmueve por varias razones --confesó Annan al comenzar su discurso de agradecimiento--: la primera por el honor que me hacéis; la segunda por el significado que asume en el año del Jubileo; pero la razón principal se debe al hecho de que trabajáis para difundir en el mundo las enseñanzas de Juan Pablo II que, hoy por hoy, representan la doctrina fundamental de la paz para los pueblos de todos los continentes».

Entregó el premio a Annan el arzobispo Renato Martino, observador permanente de la Santa Sede ante el palacio de cristal de Nueva York. En la ceremonia participó el presidente de la Asamblea general de la ONU, Tio Beng Uirab y el obispo de Sierra Leona, Giorgio Biguzzi, conocido en todo el mundo por su compromiso a favor de la liberación de los niños-soldado.

Annan explicó que la liberación de Alí Agca, el hombre que trató de asesinar a Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981, es un ejemplo concreto de aplicación de esos principios que promueve el Santo Padre de perdón y reconciliación. A continuación, explicó que el Papa nos ha enseñado a reconocer las advertencias de este siglo que termina, es decir, que la guerra trae consigo otras guerras, pues alimenta el odio y la injusticia.

Juan Pablo II nos ha enseñado también --añadió-- nuestras obligaciones ante las leyes humanitarias, animándonos vivir la Carta de los derechos del hombre de las Naciones Unidas para ayudar a los que sufren y nos ha recordado que la paz duradera no sólo significa ausencia de guerra, sino también respeto de los derechos y desarrollo. Por eso, hoy día es necesario construir una conciencia de los valores morales universales, en todos los sectores de la comunidad internacional.

Según el secretario general de la ONU, el Papa Wojtyla nos ha enseñado también que podemos dar un alma a la globalización, armonizándola con la solidaridad y nos ha aclarado que la verdadera paz sólo llegará cuando la humanidad sepa redescubrir que es una sola familia.

Estas razones hacen que el Papa sea hoy día la voz más poderosa a favor de la paz, de la esperanza y de la justicia para millones de personas. Por eso, Kofi Annan ha aceptado con gusto el premio «Sendero de la paz», como un símbolo de su amistad con Juan Pablo II, con la esperanza de que el Jubileo sirva para que la comunidad internacional traduzca en la práctica la sabiduría del Santo Padre.

Al explicar las razones por las que la Fundación de la Santa Sede ante la ONU ha concedido el premio a Kofi Annan, monseñor Martino exaltó el compromiso del secretario de las Naciones Unidas a favor de la paz, antes y después de haber sido elegido para el máximo cargo de la ONU. En particular, resaltó el papel que ha desempeñado en el conflicto yugoslavo, en Iraq, y en Timor Oriental.

El premio de la Fundación «Path to Peace», instituida por monseñor Martino, en 1991 para apoyar la misión permanente de observación de la Santa Sede en las Naciones Unidas, habían sido entregado en años anteriores al rey Balduino de Bélgica, Corazón Aquino, Lech Walesa, Violeta Chamorro, Rafael Caldera y Carlos Menem.


 

SATISFACCION DEL VATICANO TRAS LA LIBERACION DEL OBISPO RUANDES

Había sido acusado de genocidio, Juan Pablo II siguió de cerca su situación

KIGALI/CIUDAD DEL VATICANO, 16 junio (ZENIT.org).- «Quiero ir a Roma para agradecer personalmente al Papa Juan Pablo II su cercanía». Son las palabras que pronunció monseñor Augustin Misago, obispo de Gikongoro, al ser liberado por las autoridades ruandesas, después de que el tribunal le declarara inocente de las acusaciones de complicidad en el genocidio de 1994.

Por su parte, Joaquín Navarro-Valls, portavoz vaticano, ha publicado un comunicado de prensa para expresar la satisfacción de la Santa Sede al recibir la noticia de su exculpación.

El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede reconoce: «No es posible no alegrarse al ver que la verdad ha sido reconocida y desear que se llegue también, en el caso de los miles de personas que todavía se encuentran en las cárceles ruandesas por crímenes de genocidio, a una justa solución judicial, evitando en todo caso la pena capital». Se calcula que existen unas 130 mil personas acusadas de genocidio.

«Esperemos que este evento --añade Navarro-Valls-- pueda incidir positivamente en las relaciones entre el Estado y la Iglesia, en una nación tan tristemente marcada por la terrible tragedia del genocidio».

Monseñor Misago había escuchado la lectura de la sentencia, que duró dos horas, de pie, a pesar de su frágil salud, apoyado en la barra donde se colocan los acusados, con gran dignidad. El aula del Tribunal estaba llena de obispos, sacerdotes y fieles. Cuando el juez pronunció las palabras de la absolución, derramó lágrimas de conmoción.

El fiscal había pedido para él la condena a muerte, una petición que no reflejaba las argumentaciones presentadas por sus abogados.

En una entrevista concedida a la agencia misionera de la Santa Sede, «Fides», monseñor Misago, enfermo y cansado, explica: «Ahora estoy mal. Catorce meses de cárcel son duros para un inocente. Tendré que ir al médico y recuperar fuerzas. Pero espero que en la próxima semana pueda regresar oficialmente a mi diócesis. La gente me espera y quiero continuar con mi ministerio».

Después, añade: «Tengo que ir a Roma como sea. Tengo que agradecer personalmente al Papa por su cercanía en todo este período de prueba. Además, tenemos que hablar de muchas cosas más».

Por lo que se refiere al veredicto del tribunal, monseñor Misago explica. «Mi caso ha sido un símbolo de lo que sucede aquí. Ha sido una dura prueba, pero espero que sirva a la causa de la paz y de la reconciliación. Quiero dar gracias a los jueces y reconocer la imparcialidad que han demostrado. Su decisión ha sido un acto de valentía».


 

SE PUBLICAN LAS MEMORIAS DEL «AGENTE 007» VATICANO EN LA GUERRA FRIA

El cardenal Casaroli entretejió las relaciones con el imperio comunista

CIUDAD DEL VATICANO, 16 junio (ZENIT.org).- «Una gran lección de historia que nos viene de un hombre valiente y tenaz». Con estas palabras comenta el cardenal Achille Silvestrini la publicación en italiano de las memorias del cardenal Agostino Casaroli, quien fue el brazo derecho de Juan Pablo II durante 13 años, y que llevan como significativo título «El martirio de la paciencia» («Il martirio della pazienza», Enaudi).

Casaroli ha pasado a la historia como el gran diplomático negociador con los países comunistas durante la guerra fría. Su primera misión en los países comunistas fue Hungría y tuvo lugar en 1963, cuando todavía era reciente el trauma del 56. Llegó por orden de Juan XXIII, el auténtico inventor de la apertura al comunismo --explica el antiguo secretario de Estado, fallecido hace dos años en estas memorias--. Una aventura solitaria y llena de incógnitas: el chófer austríaco le dejó en la frontera húngara vestido con corbata y de civil, en espera de recibir órdenes de las autoridades húngaras. Las indicaciones que le había dejado el Papa no eran muy precisas: «Hacía falta ver qué es lo que se podía hacer al servicio de la Iglesia en Hungría y en la Checoslovaquia comunistas». Desde entonces y durante varios años , Casaroli se convirtió en una especie de «agente 007» del Vaticano en los países controlados por la Unión Soviética.

En sus misiones tuvo que tratar con grises burócratas y con los héroes de la Iglesia perseguida. Con el cardenal Mindszenty, refugiado en la embajada estadounidense de Bucarest, que a Casaroli le parecía como una «cuchilla de acero, inflexible, dispuesto a soportar cualquier enfrentamiento», o el arzobispo de Praga, el cardenal Beran, aislado del mundo durante 14 largos años, quien en su primer encuentro con Casaroli «rebosaba alegría y serenidad». Tuvo también mucho trato con el cardenal Wyszynski de Varsovia, a quien los comunistas querían que el Papa le removiera por no someterse a sus imposiciones.

El cardenal Achille Silvestrini en declaraciones al diario italiano «Avvenire» comenta la figura de Agostino Casaroli, con el que trabajó en la Secretaría de Estado vaticana durante casi 20 años. Juntos han combatido muchas batallas diplomáticas en el frente de la antigua Unión Soviética, hasta cuando en 1988 Silvestrini fue creado cardenal y pasó a otros encargos. Actualmente es prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales. El cardenal Casaroli continuó siendo el brazo derecho de Juan Pablo II en la guía de la Santa Sede hasta que en 1991 fue sustituido por el cardenal Antgelo Sodano.

Al hablar de las relaciones entre la Santa Sede y Moscú durante los años de guerra fría muchos ven una contraposición entre la política de pequeños pasos dirigida por el cardenal Casaroli, quien falleció el año pasado, y la línea enérgica de Juan Pablo. Sin embargo, Silvestrini aclara: «No, no hay ninguna contradicción. Las relaciones entre la Santa Sede y los países comunistas del este de Europa pasan por tres fases. La primera, del 45 al 63, esta bajo el signo de la "abominatio desolationis", como la ha definido en su libro el cardenal Casaroli. La segunda, del 63 al 78, es la fase de las negociaciones agotadoras con los regímenes comunistas. La tercera es la abierta por el Papa venido del Este, con una experiencia personal de las opresiones y de las injusticias sufridas por la Iglesia que estaba detrás del telón de acero, con la afirmación vigorosa de los derechos humanos y con el orgullo de una nación que reivindicaba la devolución de la propia dignidad histórica y cristiana».

Esta última fase ha marcado un gran cambio. «Ya en el 75 --recuerda el cardenal Silvestrini-- con el Acta final de Helsinki, la Iglesia católica había obtenido el reconocimiento de la libertad religiosa y de los derechos humanos. A partir de 1978 hay un Papa que alza la voz y dice a los países comunistas: "¡Debéis aplicar aquellos acuerdos, sobre estos se funda la legitimidad de los gobiernos!". Juan XXIII había abierto una brecha, Pablo VI aunque con cautela fue hacia adelante y Juan Pablo II relanzó el desafío en toda su amplitud. Hay un discurso de Pablo VI que parece una invitación y un encargo a su sucesor. En enero de 1978, dirigiéndose por última vez al Cuerpo diplomático, dijo: "¿No están quizá maduros los tiempos para que sea acogida la súplica de millones de personas y todas puedan gozar del justo espacio de libertad por su fe?". En efecto, lo estaban».

¿Por qué dialogaba Casaroli con los regímenes comunistas? «Se proponía despertar la aurora de una esperanza para los creyentes oprimidos y humillados --explica Sivestrini--. Es una expresión sacada del salmo 56 que Casaroli había traducido personalmente de la Vulgata y en el que siempre se ha inspirado. Sufría enormemente por la situación de la Iglesia en el Este de Europa. Pienso en el asunto del cardenal Mindszenty, un personaje heroico al que el Papa pidió que dimitiera y que fue relevado del cargo. Una decisión dramática, una espina para la "Ostpolitik". Esto hay que reconocerlo».

No todos los muros cayeron en 1989. El diálogo con la Iglesia rusa es siempre difícil. ¿En su opinión, habrá un viaje del Papa a Moscú? «Yo creo que sí --afirma Silvestrini--, aunque no logro prever el cómo y el cuando. Pero quien tiene el sentido de la Providencia, más allá del de la historia, intuye que un día u otro este encuentro se dará. Aunque aquí se hace necesario el martirio de la paciencia».


 

LAS CONSAGRADAS, UN SIGNO DE LA TERNURA DE DIOS POR EL HOMBRE

Juan Pablo II recibe a las Religiosas Franciscanas de la Inmaculada

CIUDAD DEL VATICANO, 16 junio (ZENIT.org).- La Virgen María y Maximiliano Kolbe, estos dos fueron los modelos que presentó Juan Pablo II ayer al recibir en audiencia a las Religiosas Franciscanas de la Inmaculada con motivo de su primer capítulo general.

Se trata de una congregación religiosa, recién nacida, que ya cuenta con unas treinta casas en varios países del mundo y con 200 religiosas. Desempeñan su actividad evangelizadora asistiendo a personas que atraviesan diferentes formas de indigencia, inspirándose precisamente en san Francisco de Asís y en san Maximiliano María Kolbe, fundador en Polonia de la Ciudad de la Inmaculada, mártir de la caridad al ofrecer su vida para salvar a un padre de familia condenado a muerte en el campo de concentración nazi de Auschwitz.

Además de los tres votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia, las Religiosas Franciscanas de la Inmaculada pronuncian el voto «mariano», con el que cada religiosa se consagra totalmente a María para la venida del reino de Cristo al mundo.

«De María --les dijo el Papa-- imitad la diligencia en el servicio al prójimo, intentando siempre ser asiduas en el trabajo y abnegadas en el apostolado» para que seáis «un signo de la ternura de Dios hacia el género humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia, que es virgen, esposa y madre».


 

TESTIGOS DE ESPERANZA: SALE EL LIBRO DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DEL PAPA

Publicadas en italiano las meditaciones de monseñor Van Thuân

CIUDAD DEL VATICANO, 16 junio (ZENIT.org).- Con el título «Testigos de Esperanza» («Testimoni della speranza», Città Nuova editrice) acaba de publicarse en italiano el libro sobre los «Ejercicios espirituales pronunciados en presencia de Juan Pablo II», escrito por monseñor François Xavier Nguyên Van Thuân, obispo vietnamita que pasó trece años en las cárceles comunistas y actual presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz.

Como ha explicado el autor, el 15 de diciembre de 1999 Juan Pablo II le comunicó que «en el año del Jubileo, un vietnamita predicaría los ejercicios espirituales a la Curia romana». Mirándole intensamente, el Papa le preguntó: «¿Se le ocurre algún tema?».

Van Thuân le respondió: «Santo Padre, estoy algo sorprendido. Quizá podría hablar de la esperanza...». «Ofrezca su testimonio», concluyó el Papa.

Monseñor Van Thuân confiesa que, tras esta petición del Papa, llegó a su casa bastante confundido. Entró en la capilla y rezó: «Jesús, ¿qué es lo que tengo que hacer. No estoy acostumbrado a hablar de ciencia y de teología. Tú sabes que yo soy un antiguo encarcelado».

«Habla con lo que eres. Hazlo como te lo ha dicho el Papa: con humildad y sencillez», escuchó como respuesta.

«Entonces se me ocurrió preparar una receta vietnamita --cuenta monseñor Van Thuân--. Los asiáticos no razonan con conceptos, sino que narran una historia, una parábola, y al final la conclusión es clara. El menú "esperanza" fue preparado por un ex encarcelado que se encontraba en una situación algo más que desesperada: algunos le dieron por muerto. El pueblo ha ofrecido por mí muchas misas de réquiem. Pero Dios sabe escribir recto en renglones torcidos y estas misas por un difunto han servido para darme muchos años de vida».

Monseñor Van Thuân recuerda que en el momento en que concluyó los Ejercicios Espirituales, estaba muy conmovido. En ese mismo día, 24 años antes, el 18 de marzo de 1976, vísperas de la fiesta de san José, fue llevado de la residencia en que le habían recluido, en Cay-von, a la prisión de Phu-Khanh para ser sometido a un duro aislamiento. Hace 24 años no podía imaginarse que en esa misma fecha hubiera concluido la predicación de los ejercicios espirituales en el Vaticano.

Hace 24 años, cuando celebraba la misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano, no podía esperar que el Santo Padre le regalaría un cáliz dorado. «Dios es grande y su amor es grande», concluye monseñor Van Thuan.

Quien quiera comprar la edición en italiano de este libro puede enviar una petición a la dirección electrónica: comm.editrice@cittanuova.it

En los demás idiomas, las ediciones estarán listas para el mes de octubre.