DOCUMENTACIÓN

LA IGLESIA ANTE EL FENOMENO DE LA EMIGRACION

Homilía del Papa en el Jubileo de los emigrantes e itinerantes, viernes 2  de junio

CIUDAD DEL VATICANO, 11 junio (ZENIT.org).- Del 1 al 3 de junio se celebró  en Roma el jubileo de los emigrantes e itinerantes: refugiados, estudiantes  extranjeros, funcionarios de institutos internacionales, nómadas,  peregrinos, turistas, gente del mar y del aire, artistas de circo. Organizó  esta celebración el Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e  itinerantes, presidido por el arzobispo japonés Stephen Fumio Hamao.

Esta son las palabras que pronunció el Papa durante la misa conclusiva.

1. "Permaneced en el amor fraterno. No os olvidéis de la hospitalidad" (Hb  13, 1-2). El pasaje de la carta a los Hebreos que acabamos de escuchar relaciona la  exhortación a acoger al huésped, al peregrino y al forastero con el  mandamiento del amor, síntesis de la nueva ley de Cristo. "No os olvidéis  de la hospitalidad". Este mensaje resuena de modo particular hoy,  amadísimos emigrantes e itinerantes, mientras celebramos este jubileo  especial.

Os saludo con gran afecto, y os agradezco el haber respondido en gran  número a mi invitación y a la del Consejo pontificio para la pastoral de  los emigrantes e itinerantes. Saludo, de modo especial, a monseñor Stephen  Fumio Hamao, presidente de vuestro Consejo pontificio, y le agradezco las  palabras que me ha dirigido en vuestro nombre al comienzo de la  celebración. Saludo, asimismo, al secretario, monseñor Gioia, al  subsecretario, a los colaboradores y a cuantos han contribuido a la  realización de esta importante manifestación espiritual.

Entre vosotros se encuentran emigrantes de diversos países; refugiados, que  han huido de situaciones de violencia y piden que se les reconozcan sus  derechos fundamentales; alumnos extranjeros deseosos de perfeccionar su  formación científica y tecnológica; gente del mar y del aire, que trabaja  al servicio de los que viajan en barcos o en aviones; turistas interesados  en conocer ambientes, costumbres y tradiciones diversos; nómadas, que desde  hace siglos recorren los caminos del mundo; artistas de circo, que llevan a  las plazas atracciones y sana diversión. A todos y a cada uno, mi abrazo  más cordial.

Vuestra presencia nos recuerda que el mismo Hijo de Dios, al venir a  habitar en medio de nosotros (cf. Jn 1, 14), se convirtió en emigrante: se  hizo peregrino en el mundo y en la historia.

2. "Venid, benditos de mi Padre. (...) Porque (...) era forastero, y me  acogisteis" (Mt 25, 34-35). Jesús afirma que sólo se entra en el reino de Dios practicando el  mandamiento del amor. Por tanto, no se entra en él en virtud de privilegios  raciales, culturales y ni siquiera religiosos, sino por haber cumplido la  voluntad del Padre que está en los cielos (cf. Mt 7, 21).

Amadísimos emigrantes e itinerantes, vuestro jubileo expresa con singular  elocuencia el lugar central que debe ocupar en la Iglesia la caridad de la  acogida. Al asumir la condición humana e histórica, Cristo se ha unido, en  cierto modo, a todo hombre. Nos ha acogido a cada uno de nosotros y, con el  mandamiento del amor, nos ha pedido que imitemos su ejemplo, es decir, que  nos acojamos los unos a los otros como él nos ha acogido (cf. Rm 15, 7).

Desde el momento en que el Hijo de Dios "puso su morada entre nosotros",  todo hombre, en cierta medida, se ha transformado en el "lugar" del  encuentro con él. Acoger a Cristo en el hermano y en la hermana que sufren  necesidad es la condición para poder encontrarse con él "cara a cara" y de  modo perfecto al final de la peregrinación terrena. Por consiguiente, es siempre actual la exhortación del autor de la carta a  los Hebreos: "No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron  algunos, sin saberlo, a ángeles" (Hb 13, 2).

3. Hago mías, hoy, las palabras de mi venerado predecesor el siervo de Dios  Pablo VI, quien, en la homilía de clausura del concilio ecuménico Vaticano  II, afirmó: "Para la Iglesia católica nadie es extraño, nadie está  excluido, nadie está lejos" (AAS 58 [1966] 51-59). En la Iglesia, como  escribió desde el inicio el Apóstol de las gentes, no hay extranjeros ni  huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios (cf. Ef 2,  19).

Por desgracia, se dan aún en el mundo actitudes de aislamiento, e incluso  de rechazo, por miedos injustificados y por buscar únicamente los propios  intereses. Se trata de discriminaciones incompatibles con la pertenencia a  Cristo y a la Iglesia. Más aún, la comunidad cristiana está llamada a  difundir en el mundo la levadura de la fraternidad, de la convivencia entre  personas diferentes, que también hoy podemos experimentar durante este  encuentro. Ciertamente, en una sociedad como la nuestra, compleja y marcada por  múltiples tensiones, la cultura de la acogida se debe conjugar con leyes y  normas prudentes y clarividentes, que permitan valorar los aspectos  positivos de la movilidad humana, previniendo sus posibles manifestaciones  negativas. Esto hará que efectivamente se respete y acoja a todas las  personas.

Con mayor razón en la época de la globalización, la Iglesia tiene una  propuesta precisa: trabajar para que nuestro mundo, del que se suele decir  que es una "aldea global", sea verdaderamente más unido, más solidario y  más acogedor. Esta celebración jubilar quiere difundir por doquier como  mensaje que el hombre y el respeto de sus derechos deben estar siempre en  el centro de los fenómenos de movilidad.

4. La Iglesia, depositaria de un mensaje salvífico universal, está  convencida de que su tarea primaria consiste en proclamar el Evangelio a  todos los hombres y a todos los pueblos. Desde que Cristo resucitado envió  a los Apóstoles a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra,  sus horizontes son los del mundo entero. Los primeros cristianos comenzaron  a reconocerse y a vivir como hermanos, en cuanto hijos de Dios, en el  escenario pluriétnico, pluricultural y plurirreligioso del Mediterráneo.

Hoy no sólo el Mediterráneo, sino también todo el planeta se abre a las  complejas dinámicas de una fraternidad universal. Queridos hermanos,  vuestra presencia aquí en Roma subraya cuán importante es que Cristo y su  evangelio de esperanza iluminen constantemente este fenómeno de crecimiento  humano. Desde esta perspectiva debemos seguir comprometiéndonos, sostenidos  por la gracia divina y la intercesión de los grandes santos patronos de los  emigrantes: desde santa Francisca Javiera Cabrini hasta el beato Juan  Bautista Scalabrini. Estos santos y beatos nos recuerdan cuál es la  vocación del cristiano en medio de los hombres: caminar con ellos como  hermano, compartiendo sus alegrías y esperanzas, sus dificultades y  sufrimientos. Como los discípulos de Emaús, los creyentes, sostenidos por  la presencia viva de Cristo resucitado, son, a su vez, compañeros de camino  de sus hermanos que atraviesan dificultades, ofreciéndoles la Palabra que  reaviva la esperanza en los corazones y compartiendo con ellos el pan de la  amistad, de la fraternidad y de la ayuda recíproca. Así se construye la  civilización del amor. Así se anuncia la esperada venida del cielo nuevo y  la tierra nueva, hacia los que nos encaminamos.

Invoquemos la intercesión de estos santos patronos en favor de todos los  que forman parte de la gran familia de los emigrantes e itinerantes.  Invoquemos, de modo particular, la protección de María, que nos ha  precedido en la peregrinación de la fe, para que guíe los pasos de todos  los hombres y mujeres que buscan la libertad, la justicia y la paz. Que  ella acompañe a las personas, a las familias y a las comunidades  itinerantes. Que ella suscite cordialidad y acogida en el corazón de los  residentes, y favorezca la creación de relaciones de comprensión y  solidaridad recíprocas entre cuantos están llamados a participar un día en  la misma alegría en la casa del Padre celestial. Amén. Traducción de «L'Osservatore Romano»