XV
JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD ROMA 2000
UN ACONTECIMIENTO EN EL GRAN JUBILEO
PROGRAMA PASTORAL
«Queremos
ver a Jesús» (Jn 12,21)
El
contexto de referencia
1.
Las Jornadas Mundiales de la Juventud desde el principio hasta hoy – Roma
(1984), Buenos Aires (1987), Santiago de Compostela (1989), Czestochowa (1991),
Denver (1993), Manila (1995), París (1997) – han demostrado ser
acontecimientos providenciales, momentos de gracia para muchos jóvenes,
ocasiones privilegiadas para redescubrir y profesar la fe en Cristo, para
estrechar la comunión con la Iglesia, para sentirse llamados al compromiso de
la nueva evangelización en el mundo. Las Jornadas han sido acontecimientos
misioneros y pastorales de primer orden, estimulando en las Iglesias
particulares una renovada atención a los jóvenes, con objetivos y contenidos
de amplio horizonte eclesial, espiritual y cultural.
Ahora
este don de Dios ha sido propuesto por el Santo Padre en el corazón del gran
Jubileo que celebra el segundo milenio de la encarnación de Cristo, para que
las jóvenes generaciones, a las que pertenece «el futuro del mundo y de la
Iglesia», puedan de una forma nueva encontrar a Cristo que los espera y, de
este modo, «aportar su propia contribución para su presencia en el próximo
siglo» (Tertio millennio adveniente, 58).
Por esto la Jornada Mundial de la Juventud de Roma en el 2000 se propone como
una experiencia de fe, que hay que comprender y vivir en el espíritu y con los
significados del Jubileo, convirtiéndose de esta forma en el Jubileo de la «Iglesia
joven».
«La
Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1,14)
El
cuadro teológico
2.
El fundamento teológico y centro inspirador de la Jornada Mundial de la
Juventud lo da el tema elegido por el Santo Padre: «La Palabra se hizo carne, y
habitó entre nosotros» (Jn 1,14).
Esta afirmación del cuarto evangelio, así como todo el prólogo del mismo
Evangelio, donde se sitúa, ponen en evidencia la salvación que viene de Dios,
que es absolutamente necesaria y al mismo tiempo imprevisiblemente gratuita y
generosamente donada. La encarnación del Verbo indica el inicio de la redención
de la humanidad y del cosmos, que alcanzará su plenitud en la Pascua de muerte
y resurrección y con el don del Espíritu Santo.
En
la lectura de fe acogemos la divina economía o proyecto de salvación dentro
del misterio:
Jesucristo, Palabra del Padre, hecho
hombre, es el don más grande que Dios ha ofrecido a la humanidad: «Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea
en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
Cristo es contemporáneamente la
respuesta más fiel del hombre a Dios, en cuanto hijo obediente a la
voluntad del Padre, desde su encarnación hasta la entrega total de sí
mismo en la cruz: «Me has formado un cuerpo [...]. Entonces dije: ¡He aquí
que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!”» (Heb 10,5.7).
Cristo no conserva para sí el amor y
la misión del Padre, sino que hace partícipes de ello a cuantos creen en
Él. La noche de Pascua anuncia a sus discípulos: «Como el Padre me envió,
también yo os envío»; y les dio su Espíritu para una vida nueva, libre
del pecado y del mal (cfr. Jn 20,21-22).
De
esta forma un extraordinario círculo de comunión misionera, animada por el Espíritu
Santo, actúa y mueve la historia de la humanidad: el Padre dona al Hijo al
mundo (cf. Rm 8,32); el Hijo corresponde al Padre, entregándose a sí
mismo a Él por nosotros (cf. Jn 19,30); los discípulos, siguiendo el
mandato de Jesús, llevan su Evangelio a todos los pueblos, con la certeza de su
compañía, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,19-20).
3.
La Iglesia se reconoce en esta dinámica de don-respuesta y la vive desde
aspectos diversos:
La expresa de forma visible y pública
en el camino de fe y de vida cristiana (por ejemplo con el catecumenado), de
forma especial a través de la transmisión y acogida consciente del Símbolo
de la fe; la celebra cada domingo, día del Señor y Pascua semanal.
La coloca como fundamento de su vocación
misionera, para que todos los hombres puedan descubrir el gozo del don y la
responsabilidad de la respuesta: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt
10,8).
La experimenta en el ejercicio
continuo del perdón, acogido y ofrecido a todos. Consciente de que la
concreta posibilidad de pecado consiste siempre en una equivocada respuesta
–de rechazo e infidelidad– del hombre a los grandes dones recibidos de
Dios, la Iglesia confiesa que todo creyente en Cristo está expuesto a este
peligro a causa de su fragilidad: «En el mundo estaba, y el mundo no la
conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn
1,10-11).
4.
Estrechamente relacionado con el tema general y como una consecuencia de él
surge la idea madre y síntesis de toda la Jornada: reconocer y vivir la fe
como don-respuesta a Dios en Jesucristo, la Palabra hecha carne.
Ésta
encuentra en la transmisión (traditio) y retransmisión (redditio)
del Símbolo (Credo) una de las formas más altas y expresivas tanto de
la profesión pública de fe en la Iglesia, cuanto de su testimonio en el mundo.
En este «icono», netamente bíblico e histórico-eclesial, se inspirarán los
distintos momentos de la Jornada, culminando en la celebración de la vigilia y
en la solemne Celebración Eucarística conclusiva.
Cristo
busca a los jóvenes los jóvenes encuentran a Cristo (cf. TMA, 58)
El
cuadro pastoral
5.
Entendida y vivida como transmisión-retransmisión de la fe, la Jornada
Mundial de la Juventud expresa eficazmente su significado mediante los distintos
aspectos que la caracterizan dentro del Gran Jubileo:
Globalmente se manifiesta como acontecimiento
intrínsecamente misionero: el amor del Padre renueva en el Espíritu el
don del Hijo a los jóvenes del mundo, los estimula a una elección libre y
fiel, los envía a transmitir la «buena noticia» en el milenio que inicia:
«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto
con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la
Palabra de vida, –pues la Vida se manifestó, y nosotros lo hemos visto y
damos testimonio...–os lo anunciamos» (1Jn 1,1-3).
Pasa a ser experiencia fuerte de
conversión, de reconciliación, de perdón, de alegría de pasar al tercer
milenio a través de Cristo, puerta de la salvación.
Se alimenta con un momento singular de
gracia: el encuentro con la viva memoria de la fe, representada por los apóstoles
Pedro y Pablo y por los primeros mártires de la Iglesia.
Recibe directamente de las manos del
Papa el mandato a transmitir la fe recibida con el compromiso de una
coherente vida de testimonio y anuncio de Cristo en el mundo.
Entra en la historia de cada joven
como singular anuncio evangélico de paz, de libertad, de esperanza, de
llevar consigo al pasar el umbral del tercer milenio como don para la
humanidad del futuro.
En
síntesis, el “Jubileo” y “Roma” representan para los jóvenes el tiempo
y el lugar propicios como nunca hasta ahora para una experiencia cristiana única
en su género: la fe, manifestada en cierto modo como invocación en sus deseos
y preguntas, viene ahora alcanzada y donada en la fuente de Cristo salvador,
viene profesada sobre las tumbas de los apóstoles y de los mártires, viene
confirmada por el Papa que se la entrega de nuevo a los jóvenes, para que
llegue a ser la razón sustancial de su vida y de su esperanza, es más, para
que sean sus valientes testigos y anunciadores en el tercer milenio cristiano,
en todo el mundo, en toda cultura, hacia toda criatura.
6.
La Jornada Mundial de la Juventud, con su denso significado jubilar, no tiene
que ser algo extraño al mundo juvenil, porque de por sí no lo es. De hecho «con
la encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre» (Gaudium
et spes, 22). Por esto Jesucristo «es el camino principal de la Iglesia. Él
mismo es nuestro camino a la “casa del Padre” (cf. Jn 14,1ss), y es
también el camino hacia cada hombre» (Redemptor hominis, 13).
En
estos dos mil años el Verbo se ha encarnado realmente en cada pueblo, cultura y
tradición, ha puesto su morada en medio de cada nación de la tierra y también
llama a cada hombre y mujer a abrirle el propio corazón y la propia vida. En el
dinamismo de la Jornada Mundial de la Juventud cada joven está llamado a
descubrir y renovar los grandes momentos del camino de fe iniciado y vivido en
la propia comunidad de origen: en familia, en la parroquia, en los grupos
eclesiales etc., con sentimientos de profunda gratitud a Dios, con el gozo de
compartir los dones, con la plena participación en tareas concretas:
La memoria de la fe recibida en la
propia Iglesia local y experimentada como acontecimiento de unidad y de
comunión con la Iglesia universal, ahora se hace nítida y consciente y
recibe del Papa, sucesor de Pedro, confirmación de verdad y de comunión.
Cada uno eleva a Dios una confesión
humilde y sincera de las propias debilidades y pecados, pidiendo sincero
perdón y gustando su misericordia de Padre.
Cada uno está invitado a expresar la
acogida incondicionada al Evangelio de Jesucristo según la fe de la
Iglesia, recorriendo caminos específicos de fe, animados por los recursos
propios de los jóvenes, como la percepción de los nuevos problemas de la
existencia, la búsqueda de nuevas motivaciones para vivir y para creer, el
uso de lenguajes y signos nuevos, el valor de las opciones, un sincero don
de sí mismo hacia los pobres y oprimidos.
La renovada transmisión de la fe
viene acogida con un solemne compromiso de retransmisión lleno de frutos (cf.
Jn 15,18), dando testimonio de ella a todos, sobre todo a los jóvenes
coetáneos que, aunque desean abrir su vida a la trascendencia, no
encuentran respuestas adecuadas en la cultura donde están inmersos. Esta
responsabilidad misionera será vivida como «comienzo del Evangelio de
Jesucristo» (Mc 1,1) en el tercer milenio, imitando en todo a Jesús
en medio de la gente; atentos a las preguntas, a las aspiraciones, a las
necesidades de los demás; orientándoles a Él con el anuncio y el
testimonio de la caridad.
De
esta forma cada joven reconoce que su vida, su cotidianidad, tan llena de
aspiraciones y no raramente marcada por las desilusiones y por el dolor, se
convierte en lugar de encuentro con Cristo, que le mira, le ama, le invita a
seguirlo, al servicio del vasto mundo de los pobres y de los infelices, sobre
todo de los jóvenes, con los recursos de todos los dones talentos de naturaleza
y de gracia que ha recibido y que este Gran Jubileo manifiesta y confirma: «Jesús,
fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “una cosa te falta: anda, cuanto
tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego,
ven y sígueme”» (Mc 10,21).
«Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29)
El
cuadro operativo
7.
La dinámica de la transmisión-retransmisión de la fe, recorre e inspira todas
las fases de la Jornada Mundial de la Juventud, desde el camino de preparación
hasta su celebración en Roma. Con este fin se tendrá presente que la Jornada
Mundial de la Juventud del 2000 se celebrará en Roma, ciudad santuario, donde
la memoria viva de los apóstoles Pedro y Pablo, de los mártires y de los
confesores de la fe y la presencia y el magisterio del Papa hablan directamente
a quien se hace peregrino en ella. El lugar en sí mismo representa para los jóvenes
una “catequesis en acto” de valorizar oportunamente. Roma, además, es la diócesis
del Papa, no sólo un conjunto de recuerdos y memorias, sino una comunidad
eclesial viva, que en el 2000 se prepara para acoger a los jóvenes de todo el
mundo para un mutuo intercambio de dones.
La fase de preparación: los jóvenes
están invitados a tomar conciencia de la memoria fidei en su Iglesia
particular, a abrirse a la unidad de la fe y a los dinamismos misioneros de
la Iglesia universal, a confrontarla con el hoy de la historia y a acoger
los nuevos retos urgentes que esto conlleva para su vida en Cristo y en la
Iglesia y para su testimonio misionero.
Las catequesis en Roma: dos de ellas,
propuestas por Obispos según la fórmula tradicional en varios puntos de la
ciudad, invitarán a los jóvenes a reflexionar sobre la transmisión-
retransmisión de la fe personal y sobre la dimensión eclesial de la fe
recibida; la tercera catequesis asumirá la forma de una peregrinación de
carácter penitencial, hacia la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro,
signo de Cristo –«Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a
salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto» (Jn 10,9)– e
incluirá una celebración penitencial con la posibilidad de recibir el
sacramento de la Reconciliación individualmente, el contacto con los signos
de la “memoria fidei” de los mártires de Roma, la oración y la professio
fidei sobre la tumba del apóstol Pedro, el esfuerzo de la peregrinación
que hace vivir la espera en la esperanza del encuentro definitivo con el Señor.
Propuestas de encuentros y
experiencias espirituales y culturales: promovidos por parroquias,
movimientos, asociaciones, grupos, realidades eclesiales, se tendrán por
las tardes y al anochecer, en iglesias y lugares previamente establecidos.
El día anterior a la Vigilia se prevé la celebración del Via Crucis en
los distintos barrios y plazas de la ciudad y, para una representación
limitada de jóvenes, uno que irá desde los Foros Imperiales hasta el
Coliseo.
La Vigilia: en ella la dinámica de la
transmisión-retransmisión de la fe, se expresará a través de las
dimensiones de la narración, poniendo en el centro la memoria, la fidelidad
y la novedad de la fe en Jesucristo y dando voz a los testigos de la fe en
la historia de hoy: María en primer lugar, los santos apóstoles Pedro y
Pablo, los santos y mártires de la iglesia de Roma y de Italia en
particular; del diálogo entre el Papa y los jóvenes, sobre sus preguntas y
esperanzas en relación a la fe en el umbral del tercer milenio; de la
celebración para transmitir a los jóvenes la fe pera que la expresen con
los distintos lenguajes característicos del mundo juvenil.
La celebración eucarística final: en
ella radican y se expresan la gracia y el compromiso misionero de la traditio-redditio,
manifestados en el mandato solemne del Papa a los jóvenes. Ésta constituye
el culmen de toda la Jornada, en cuanto ofrece al joven, en la Palabra y en
el Sacramento, el centro de la fe de la Iglesia, es decir, la presencia viva
y perenne del Verbo hecho carne, Salvador del mundo, «único camino de
acceso al Padre» (Tertio millennio adveniente, 55). La Eucaristía
es también la fuente de donde brota la respuesta de una fe vivida y
anunciada a todos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven,
Señor Jesús!» (Misal Romano, Plegaria eucarística).
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* *
En
síntesis, la Jornada Mundial de la Juventud del 2000 quiere ser una fuerte y
atrayente experiencia de transmisión y retransmisión de la fe, cuyos
protagonistas son los jóvenes con toda la carga de novedad y de futuro que
expresan y de la que dan testimonio en la Iglesia y en el mundo.