OTROS DISCURSOS Y ALOCUCIONES
Celebración Eucarística solemnidad de la Anunciación del Señor
Nazaret, Basílica de la Anunciación, Marzo 25, 2000
(traducción de ACI Digital)
"He Aquí la Sierva del Señor.
Hágase en mí según tu palabra " (Oración del Angelus).
Su Beatitud,
Hermanos Obispos,
Padre Custodio,
Queridos Hermanos y Hermanas,
1. 25 de Marzo del año 2000, la solemnidad de la Anunciación en el Año del Gran
Jubileo: en este día, los ojos de toda la Iglesia se vuelven a Nazaret. He anhelado
volver al pueblo de Jesús, para sentir nuevamente, en contacto con este lugar, la
presencia de la mujer de quien San Agustín escribió : "Él escogió a la Madre que
había creado; él creó a la madre que había escogido" (Sermo 69, 3, 4). Aquí es
especialmente fácil comprender porqué todas las generaciones la llaman bienaventurada
(cf. Lc 2:48).
Cálidamente saludo a Su Beatitud el Patriarca Michel Sabbah, y gracias por sus amables palabras de presentación. Con el Arzobispo Boutros Mouallem y todos ustedes Obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, y miembros del laicado me regocijo en la gracia de esta solemne celebración. Me alegro de tener la oportunidad de saludar al Ministro General franciscano, Padre Giacomo Bini, que me dio la bienvenida a mi llegada, y de expresar al Custos, Padre Giovanni Battistelli, y los frailes de la Custodia, la admiración de toda la Iglesia por la devoción con la que practican su particular vocación. Con gratitud rindo tributo a vuestra fidelidad al cargo dado a vosotros por el mismo San Francisco y confirmado por los Papas a lo largo de la historia.
2. Estamos reunidos para celebrar el gran misterio ocurrido aquí dos mil años atrás. El Evangelista Lucas sitúa el evento claramente en el tiempo y el lugar: "Al sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a la ciudad de Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José El nombre de la virgen era María" (1:26-27). Pero con el objeto de comprender qué aconteció en Nazaret hace dos mil años, debemos volver a la lectura de la Carta a los Hebreos. Ese texto nos permite escuchar la conversación entre el Padre y el Hijo respecto del propósito de Dios por toda la eternidad "Tú que no quisiste sacrificios ni ofrendas, me has preparado un cuerpo. No te agradaban ni holocaustos ni sacrificios por los pecados. Entonces yo dije Dios, ¡Aquí estoy! He venido para cumplir tu voluntad" (10:5-7). La Carta a los Hebreos nos está diciendo que, en obediencia a la voluntad del Padre, la Palabra Eterna viene entre nosotros a ofrecer el sacrificio que sobrepasa todo sacrificio ofrecidos bajo la antigua Alianza. El suyo es el eterno y perfecto sacrificio que redime el mundo.
El divino plan es revelado gradualmente en el Antiguo Testamento, particularmente en las palabras del Profeta Isaías a quien acabamos de escuchar: "El Señor mismo te dará una señal . Y es ésta: la virgen concebirá a un niño a quien llamara Emanuel" (7:14). Emanuel - Dios con nosotros. En estas palabras, el inigualable evento que tendría lugar en Nazaret en la plenitud del tiempo es profetizado, y es este evento el que estamos celebrando aquí con intensa alegría y felicidad.
3. nuestra peregrinación jubilar ha sido una jornada del espíritu, que comenzó en las huellas de Abraham, "nuestro padre en la fe" (Canon Romano; cf. Rom 4:11-12). Esa jornada nos ha traído hoy a Nazaret, donde nos encontramos con María, la más auténtica hija de Abraham. Es María por sobre todos los demás quien puede enseñarnos lo que significa vivir la fe de "nuestro padre". En muchos sentidos, María es claramente diferente de Abraham; pero de forma más profunda "el amigo de Dios" (cf. Is 41:8) y la joven mujer de Nazaret son muy parecidos.
Ambos reciben una maravillosa promesa de Dios. Abraham sería padre de un hijo, de quien descendería una gran nación. María es será la Madre de un Hijo que será el Mesías, el Ungido. "¡Escucha!", dice Gabriel, "Darás a luz un hijo El Señor Dios le dará el trono de David su padre y su reino no tendrá fin" (Lc 1:31-33).
Para Abraham como para María, la promesa divina se presenta como algo completamente inesperado. Dios interrumpe el curso diario de sus vidas, cambiando sus ritmos establecidos y expectativas convencionales. Para Abraham y María, la promesa parece imposible. La esposa de Abraham, Sara, era estéril y María no se había casado todavía: "¿Cómo será esto", ella pregunta, "si no conozco varón?" (Lc 1:34).
4. Como Abraham, a María se le pide decir sí a algo que nunca antes había ocurrido. Sara es la primera en la lista de las mujeres estériles de la Biblia que concibe por el poder de Dios, así como Isabel sería la última. Gabriel habla de Isabel para asegurar a María: "Conoce esto también: tu prima Isabel, a su edad avanzada, ha concebido un hijo". (Lc 1:36).
Como Abraham, María debe caminar a través de una oscuridad, en la que sólo deberá confiar en Quien la llamó. Aún su pregunta, "¿Cómo será esto?", sugiere que María está lista para decir sí, a pesar de sus temores e incertidumbres. María no pregunta si la promesa será posible, sino sólo cómo será cumplida. No sorprende, además, cuando finalmente pronuncia su fiat: "He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1:38). Con estas palabras, María se muestra como la auténtica hija de Abraham, y se convierte en la Madre de Cristo y la Madre de todos los creyentes.
5. Para penetrar más profundamente en este misterio, miremos el momento de la peregrinación de Abraham cuando recibió la promesa. Fue cuando acogió en su casa a tres misteriosos invitados (cf. Gen 18:1-15), y les ofreció la adoración debida a Dios: tres vidit et unum adoravit. Ese misterioso encuentro preanuncia la Anunciación, cuando María es poderosamente atraída a la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. A través del fiat que María pronunció en Nazaret, la Encarnación se convirtió en la gozosa plenificación del encuentro de Abraham con Dios. Por tanto, siguiendo las huellas de Abraham, hemos llegado a Nazaret a cantar las alabanzas de la mujer "por quien la luz se elevó sobre la tierra " (Himno Ave Regina Caelorum).
6. Pero también hemos venido a pedir con ella. ¿Qué es lo que nosotros, peregrinos en nuestra marcha dentro del Tercer Milenio Cristiano, podemos pedir a la Madre de Dios? Aquí en el Pueblo que el Papa Paulo VI, cuando visitó Nazaret, llamó "la escuela de Evangelio", donde "aprendemos a mirar y escuchar, a sopesar y penetrar el sentido profundo y misterioso de la tan simple, tan humilde y tan hermosa aparición del Hijo de Dios" (Discurso en Nazaret, 5 de enero de 1964), Rezo, primero, por una gran renovación de la fe en todos los hijos de la Iglesia. Una gran renovación de la fe: no sólo como una actitud general de vida, sino como una consciente y valiente profesión del Credo: "Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et homo factus est."
En Nazaret, donde Jesús "creció en sabiduría y edad y gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2:52), le pido a la Sagrada Familia que inspire a todos los cristianos a defender la familia contra tantas amenazas presentes a su naturaleza, su estabilidad y su misión. A la Sagrada Familia confío los esfuerzos de los cristianos y de todas las personas de buena voluntad de para defender la vida y promover el respeto por la dignidad de cada ser humano.
A María, la Theotókos, la gran Madre de Dios, consagro las familias de Tierra Santa, las familias del mundo.
En Nazaret donde Jesús inició su ministerio público, le pido a María que ayude a la Iglesia en todo lugar a predicar la "buena nueva" a los pobres, como él hizo(cf. Lc 4:18). En este "año de favores del Señor ", le pido a ella que nos enseñe el camino de una humilde y alegre obediencia al Evangelio en servicio a nuestros hermanos y hermanas, sin preferencias ni prejuicios.
"O Madre del Verbo Encarnado, no desprecies mis súplicas, antes bien acógelas benignamente y respóndeme. Amén" (Memorare).
Homilía del Papa Juan Pablo II en la Capilla del Cenáculo
(Jerusalén)
23 de Marzo, 2000
(traducida por ACI Digital)
1. "Este es mi Cuerpo".
Reunidos en el Cuarto Superior, hemos escuchado el relato del Evangelio de la Última
Cena. Hemos escuchado palabras que surgen de las profundidades del misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios. Jesús toma el pan, lo bendice y lo parte, luego se lo da a
sus discípulos, diciendo: "Este es mi Cuerpo". La alianza de Dios con su Pueblo
está a punto de culminar en el sacrificio de su Hijo, la Palabra Eterna hecha carne. Las
antiguas profecías están a punto de ser realizadas: "Sacrificio y oblación no
quisiste; pero me has formado un cuerpo
¡He aquí que vengo
a hacer, oh Dios,
tu voluntad! (Hb 10, 5-7). En la Encarnación, el Hijo de Dios, de la misma naturaleza que
el Padre, se hizo Hombre y recibió un cuerpo de la Virgen María. Y ahora, en la noche
previa a su muerte, les dice a sus discípulos: "Este es mi Cuerpo, que será
entregado por vosotros".
Con gran emoción escuchamos una vez estas palabras dichas aquí en este Cuarto Superior
hace dos mil años. Desde entonces han sido repetidas, generación tras generación, por
aquellos quienes compartimos el sacerdocio de Cristo a través del Sacramento de la Santa
Orden. De esta manera, Cristo mismo dice nueva y constantemente estas palabras, a través
de la voz de sus sacerdotes en cada rincón del mundo.
2. "Esta es la copa de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será
derramada por vosotros, para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración
mía". En cumplimiento al mandato de Cristo, la Iglesia repite estas palabras cada
día en la celebración de la Eucaristía. Palabras que se levantan de las profundidades
del misterio de la Redención. En la celebración de la cena pascual en el Cuarto
Superior, Jesús tomó la copa llena de vino, la bendijo y la dio a sus discípulos. Esto
era parte del rito pascual del Antiguo Testamento. Pero Cristo, Sacerdote de la Alianza
nueva y eterna, usó estas palabras para proclamar el misterio de la salvación de
su Pasión y Muerte. Bajo las especies de pan y vino instituyó las señales sacramentales
del Sacrificios de Su Cuerpo y Su Sangre.
"Por tu Cruz y Resurrección nos has librado Señor. Eres el Salvador del
mundo". En cada Santa Misa, proclamamos este "misterio de fe", que a lo
largo de dos milenios ha nutrido y sostenido la Iglesia que peregrina en medio de
persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, proclamando la Cruz y Muerte del Señor
hasta Su venida (cf. Lumen Gentium, 8). En un cierto sentido, Pedro y los apóstoles, en
las personas de sus sucesores, han vuelto hoy a la sala del piso superior, para profesar
la fe perenne de la Iglesia: 'Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo volverá'.
3. De hecho, la Primera Lectura de la Liturgia de hoy nos conduce nuevamente a la vida de
la primera comunidad cristiana. Los discípulos "acudían asiduamente a la enseñanza
de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2,
42).
Fractio panis. La Eucaristía es un banquete de comunión en la Alianza nueva y eterna, y
el sacrificio que hace presente el poder salvífico de la Cruz. Y desde el principio el
misterio de la Eucaristía ha estado siempre ligado a la enseñanza y comunión de los
apóstoles y a la proclamación de la Palabra de Dios, que habló en el pasado por medio
de los profetas y ahora, de manera definitiva, en Jesucristo (cf. Hb 1, 1-2).
Dondequiera que las palabras "Este es mi Cuerpo" y la invocación del Espíritu
Santo sean pronunciadas, la Iglesia se ve fortalecida en la fe de los apóstoles y en la
unidad que tiene en el Espíritu Santo su origen y lazo.
4. San Pablo, el apóstol de las naciones, vio claramente que la Eucaristía, como nuestro
participar en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es también un misterio de comunión
espiritual en la Iglesia. "Porque aún siendo muchos, un sólo pan y un sólo cuerpo
somos, pues todos participamos de un sólo pan" (1 Cor 10, 17). En la Eucaristía,
Cristo el Buen Pastor, quien dio su vida por Su rebaño, permanece presente en su Iglesia.
Qué es la Eucaristía sino la presencia sacramental de Cristo en todos quienes
participamos del único pan y la única copa? Esta presencia es la más grande riqueza de
la Iglesia.
"Cristo edifica a la Iglesia mediante la Eucaristía. Las manos que han partido el
pan para los discípulos durante la Ultima Cena se extendieron sobre la cruz para reunir a
todos los pueblos a su alrededor en el Reino eterno del Padre. A través de la
celebración eucarística, El nunca cesa de guiar a los hombres y mujeres para que sean
miembros efectivos de su Cuerpo.
5. "Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo vendrá nuevamente".
Éste es el "misterio de fe" que proclamamos en cada celebración de la Eucaristía. Jesucristo, el Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, ha redimido al mundo con su Sangre. Resucitado de entre los muertos, se ha ido a prepararnos un lugar en la casa de Su Padre. En el Espíritu de Quien nos ha hecho hijos amados de Dios, en la unidad del Cuerpo de Cristo, esperamos su venida con alegre esperanza.
Este año del Gran Jubileo es una oportunidad especial para que los sacerdotes crezcan en la consideración del misterio que celebran en el altar. Por este motivo, deseo firmar la Carta a los Sacerdotes por el Jueves Santo de este año aquí, en la sala superior, donde fue instituido el único sacerdocio de Jesucristo, que todos nosotros compartimos.
Celebrando esta Eucaristía en el Cuarto Superior en Jerusalén, estamos unidos a la Iglesia de todo tiempo y lugar. Unidos con la Cabeza, estamos en comunión con Pedro y los apóstoles y sus sucesores por los siglos. En unión de María, los santos y mártires, y todos los bautizados que han vivido en la gracia del Espíritu Santo, levantamos nuestra voces para decir: Marana tha! "Ven Señor Jesús!" (Cf. Ap 22,17). Llévanos, a nosotros y a todos tus elegidos, a la plenitud de la gracia en tu Reino Eterno. Amén.
Mensaje del Papa en el Museo del Holocausto
(Jerusalén)
23 de Marzo, 2000
(traducido por ACI Digital)
Las palabras del antiguo Salmo se elevan desde nuestro corazones:
"dejado estoy de la memoria como un muerto,
como un objeto de desecho.
Escucho las calumnias de la turba,
terror por todos lados,
mientras se aúnan contra mí en conjura,
tratando de quitarme la vida.
Mas yo confío en ti Yahveh,
me digo; Tú eres mi Dios!." (Sal 31, 13-15).
En este lugar de la memoria la mente, el corazón y el alma sienten una gran necesidad de
silencio. Silencio en el que recordar. Silencio en el que intentar dar sentido a los
recuerdos que regresan con impetuosidad. Silencio porque no existen palabras lo bastante
fuertes para deplorar la terrible tragedia de la Shoah. Yo mismo tengo recuerdos
personales de todo lo que pasó cuando los nazis ocuparon Polonia durante la guerra.
Recuerdo a mis amigos y vecinos judíos, algunos de los cuales han muerto, mientras otros
han sobrevivido.
He venido a Yad Vashem para rendir homenaje a los millones de judíos que, privados de
todo, en particular de su dignidad humana, fueron asesinados en el Holocausto. Ha pasado
más de medio siglo, pero los recuerdos permanecen.
Aquí, como en Auschwitz y muchos otros lugares en Europa, hemos sucumbido ante el eco de
desgarradores lamentos de tantos. Hombres, mujeres y niños claman desde las profundidades
el horror que conocieron. Cómo no reparar en su clamor? Nadie puede olvidar o ignorar lo
que pasó. Nadie puede minimizar su magnitud.
2. Queremos recordar. Queremos recordar pero por un motivo, esto es para asegurar que
nunca jamás prevalecerá el mal, como sucedió para los millones de víctimas inocentes
del nazismo. ¿Cómo pudo el hombre despreciar tanto al hombre? Porque había llegado al
extremo de despreciar a Dios. Sólo una ideología sin Dios podía programar y llevar a
cabo el exterminio de un pueblo entero.
El honor que se rinde a los 'gentiles justos' del Estado de Israel en Yad Vashem por haber
actuado con heroísmo para salvar a los judíos, a veces incluso llegando a dar la propia
vida, es una demostración de que ni siquiera en la hora más oscura se apagan todas las
luces. Eso por eso que los Salmos, y la Biblia entera, a pesar de estar bien al tanto de
la capacidad humana para el mal, también proclama que el mal no tendrá la última
palabra. Desde las profundidades de dolor y lamento, el corazón creyente clama:
"Mas yo confío en ti, Yahveh, me digo; Tú eres mi Dios!." (Sal 31,
14).
3. Judíos y cristianos comparten un patrimonio espiritual inmenso que procede de la
revelación de Dios mismo. Nuestras enseñanzas religiosas y nuestras experiencias
espirituales nos exigen que derrotemos el mal con el bien. Recordamos pero sin deseo
alguno de venganza ni como incentivo del odio. Para nosotros recordar significa rezar por
la paz y por la justicia, y comprometernos con su causa. Sólo un mundo en paz, con
justicia para todos, puede evitar cometer nuevamente los errores y crímenes del pasado.
Como obispo de Roma y Sucesor del apóstol Pedro, aseguro al pueblo judío que la Iglesia
católica, motivada por la ley evangélica de la verdad y del amor y no por
consideraciones políticas se siente profundamente entristecida por el odio, los actos de
persecución y las manifestaciones de antisemitismo contra los judíos por parte de los
cristianos en todo tiempo y lugar. La Iglesia rechaza cualquier forma de racismo que
considera una negación de la imagen del Creador intrínseca a cada ser humano.
4. En este lugar de solemne remembranza, ruego fervientemente para que nuestro dolor por
la tragedia sufrida por el pueblo judío en el siglo XX lleve a una relación nueva entre
cristianos y judíos. Construyamos un futuro nuevo en el que no haya más sentimientos
anti-judíos entre los cristianos ni anti-cristianos entre los judíos, sino por el
contrario, el respeto recíproco que se pide a aquellos que adoran al único Creador y
Señor y miran a Abraham como el padre común en la fe.
El mundo debe atender la advertencia que viene de las víctimas del Holocausto y del
testimonio de sus sobrevivientes. Aquí en Yad Vashem el recuerdo permanece y arde en
nuestras almas. Nos hace clamar:
"Escucho las calumnias de la turba,
terror por todos lados,
mientras se aúnan contra mí en conjura,
tratando de quitarme la vida.
Mas yo confío en ti Yahveh,
me digo; Tú eres mi Dios!." (Sal 31, 14-15).
Mensaje del Papa en el Encuentro Interreligioso -
Pontificio Instituto Notre Dame
23 de marzo, 2000
(traducido por ACI Digital)
Distinguidos representantes judíos, cristianos y musulmanes,
1.En este año del dos mil aniversario del nacimiento de Jesús, estoy verdaderamente
contento de haber podido realizar mi constante deseo de recorrer los lugares de la
historia de la salvación. Estoy profundamente conmovido al seguir las huellas de los
incontables peregrinos que han rezado antes que yo en los lugares santos vinculados a las
manifestaciones de Dios. Soy completamente consciente de que esta tierra es santa para los
judíos, cristianos y musulmanes. Por eso mi visita hubiese sido incompleta sin una
reunión con ustedes, distinguidos líderes religiosos. Gracias por el apoyo que su
presencia aquí esta tarde da a la esperanza y convicción de tantas personas que estamos
entrando sinceramente en una nueva era de diálogo interreligios
o. Somos conscientes que los lazos cercanos entre todos los creyentes son necesarios y una
urgente condición para asegurar un mundo más justo y en paz.
Para todos nosotros Jerusalén, como su nombre lo indica, es la "Ciudad de la
Paz". Probablemente ningún otro lugar en el mundo comunica tanto el sentido de
trascendencia y de la divina elección que percibimos en sus piedras y monumentos, y en la
realidad de las tres religiones que conviven dentro de sus muros. No todo ha sido ni será
fácil en esta co-existencia. Pero debemos encontrar en nuestras propias religiones
tradiciones que den sentido y una motivación más profunda para asegurar el triunfo del
entendimiento mutuo y el cordial respeto.
2.Estamos todos de acuerdo en que la religión debe estar genuinamente centrada en Dios, y
que nuestro primer deber religioso es la adoración, oración y acción de gracias. El
sura de apertura del Corán hace esto claro: "La oración debe ser para Dios, Señor
del Universo" (Corán 1:1). En los cantos inspirados de la Biblia podemos escuchar
este llamado universal: "¡Que todo ser que alienta, alabe al Señor!
¡Aleluya!" (Sal 150, 6). Y en el Evangelio podemos leer que cuando Jesús nació los
ángeles cantaron: "Gloria a Dios en lo alto del Cielo" (Lc 2, 14). En nuestros
tiempos, mientras que muchos son tentados a llevar a cabo sus aspiraciones sin ninguna
referencia a Dios, el llamado al conocimiento del Creador del universo y Señor de la
historia es esencial para garantizar el bienestar de las personas y el apropiado
desarrollo de la sociedad.
3.Si ello es auténtico, el amor a Dios necesariamente involucra la atención de nuestra
intimidad más profunda. Como miembros de una misma familia humana y como hijos queridos
de Dios, tenemos deberes que cumplir para con los otros que como creyentes, no podemos
ignorar. Uno de los primeros discípulos de Jesús escribió: "Si alguien dice
amo a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a
su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4, 20). El amor
entre hermanos y hermanas implica una actitud de respeto y compasión, gestos de
solidaridad, cooperación en el servicio para el bien común. Así, el trabajo por la
justicia y la paz no se encuentra fuera del campo de la religión sino que es actualmente
uno de sus elementos esenciales.
En la visión cristiana no es parte de los líderes religiosos proponer fórmulas
técnicas para la solución de problemas sociales, económicos y políticos. Está, por
encima de todo, la tarea de enseñar las verdades de la fe y de la buena conducta, la
tarea de ayudar a las personas incluyendo a aquellos con responsabilidades
públicas a ser conscientes de sus deberes y de cumplirlos. Como líderes
religiosos, ayudamos a las personas a vivir en una vida integrada, a armonizar la
dimensión vertical de su relación con Dios con la dimensión horizontal del servicio al
prójimo.
4.Cada una de nuestra religiones sabe, de una manera u otra, la regla de oro: "Trata
a los demás como te gustaría que te traten". Esta regla es muy valiosa como guía,
sin embargo, el amor al prójimo va mucho más allá. Está basado en la convicción de
que cuando amamos al hermano estamos mostrando nuestro amor a Dios, y cuando herimos al
hermano estamos ofendiendo a Dios. Esto significa que la religión es la enemiga de la
exclusión y discriminación, de la repugnancia y rivalidad, particularmente cuando la
identidad religiosa coincide con la identidad cultural y étnica. ¡La religión y la paz
van unidas! La creencia religiosa y su práctica no pueden ser separadas de la defensa de
la imagen de Dios en todo ser humano.
Considerando la riqueza de nuestras respectivas tradiciones religiosas, nosotros debemos
ser conscientes de que los problemas de hoy no podrán ser resueltos si es que nosotros
permanecemos en la ignorancia y en el aislamiento de todos. Somos conscientes de los
conflictos y malos entendidos del pasado, y estos todavía tienen un peso significativo en
las relaciones entre los judíos, cristianos y musulmanes. Debemos hacer todo lo posible
para que las ofensas y pecados del pasado se conviertan en una firme resolución de
construir un nuevo futuro en el cual no habrá nada más que una fructífera y respetable
cooperación entre todos.
La Iglesia Católica desea construir un sincero y fructífero diálogo interreligioso con
los miembros de la creencia judía y con los seguidores del Islam. Un diálogo así no es
un intento de imponer nuestras visiones por encima de las de otros. Lo que requiere de
cada uno de nosotros es que, sujetos a lo que creemos, nos escuchemos atentamente y con
respeto entre todos, buscando discernir todo lo que es bueno y santo en las enseñanzas de
cada uno, y cooperar para mantener todo lo que favorezca al mutuo entendimiento y paz.
5. Los jóvenes y niños judíos, cristianos y musulmanes presentes aquí son un signo de
esperanza y un incentivo para nosotros. Cada nueva generación es un regalo divino para el
mundo. Si les logramos pasar todo lo noble y bueno de nuestras tradiciones, ellos podrán
hacer florecer una más intensa fraternidad y cooperación.
Si las diferentes comunidades religiosas en la Ciudad Santa y en Tierra Santa logran
exitosamente vivir y trabajar juntas en amistad y armonía, esto será de gran beneficio
no sólo para ellas mismas sino para toda la causa de paz en esta región. Jerusalén
será realmente una Ciudad de Paz para todos los pueblos. Entonces repetiremos las
palabras del Profeta: "Venid: subamos al monte del Señor... que Él nos enseñará
sus caminos y
nosotros seguiremos por sus sendas" (Is 2, 3). Re-comprometernos en tal tarea y
hacerlo en la Ciudad Santa de Jerusalén, es pedir a Dios que mire amorosamente nuestros
esfuerzos y los lleve a feliz cumplimiento. ¡Que el Todopoderoso bendiga abundantemente
nuestras empresas comunes!
Discurso del Papa en el campo de refugiados de Deheisha
22 de Marzo del 2000
(traducido por ACI Digital)
Queridos Amigos,
1. Es importante para mí que mi peregrinaje al lugar del nacimiento de Jesucristo, en
este aniversario número dos mil de aquel suceso extraordinario, incluya esta visita a
Deheisha. Es de un profundo significado que aquí, cerca de Belén, me encuentre con
ustedes, refugiados y personas desplazadas, y representantes de las organizaciones y
agencias involucradas en una verdadera misión de misericordia. A lo largo de mi
pontificado me he sentido cerca al pueblo palestino en sus sufrimientos.
Saludo a cada uno de ustedes, y espero y ruego porque mi visita traiga algo de consuelo en
su difícil situación. Agradar a Dios ayudará a dirigir la atención a su continua
situación. Han sido privados de muchas cosas que representan necesidades básicas de la
persona humana: casa propia, salud, educación y trabajo. Sobre todo mantienen la triste
memoria de lo que fueron obligados a dejar atrás, no sólo posesiones materiales, sino su
libertad, la cercanía con los familiares, y los alrededores familiares y tradiciones
culturales que nutrían su vida personal y familiar. Es verdad que se está haciendo mucho
aquí en Deheisha y en otros campos para responder a sus necesidades, especialmente a
través de la Agencia de Trabajos y Alivio de las Naciones Unidas. Estoy particularmente
contento con la efectividad de la presencia de la Misión Pontificia para Palestina y
muchas otras organizaciones católicas. Pero aún hay mucho por hacer.
2. Las condiciones degradantes en las que los refugiados tienen que vivir a menudo; la
continuación de largos períodos de situaciones que son apenas soportados en emergencias
por un breve período de tránsito; el hecho de que personas desplazadas sean obligadas a
permanecer por años en campamentos; son la medida de la urgente necesidad de una
solución justa para la raíz de los problemas. Sólo un esfuerzo resoluto de parte de los
líderes en el Medio Oriente y en la comunidad internacional como un todo inspirada
por una más elevada visión de la política como un servicio de bien común puede
sacar las causas de su situación actual.
Mi pedido es para una mayor solidaridad internacional y la política voluntad de
enfrentarse a este desafío. Suplico con todos aquellos que están trabajando sinceramente
por la justicia y la paz a que no pierdan la esperanza. Pido a los líderes políticos que
implementen los acuerdos a los que ya han llegado, y que avancen hacia la paz que todos
los hombres y mujeres razonables anhelan, hacia la justicia de la que tienen el derecho
inalienable.
3. Queridos jóvenes, continúen esforzándose a través de la educación para obtener su
lugar correcto en la sociedad, y venzan las dificultades y limitaciones que tienen que
enfrentar a causa de su situación de refugio. La Iglesia Católica se alegra
particularmente de servir a una causa noble en la educación a través del invalorable
trabajo de la Universidad de Belén, fundada como fruto de la visita de mi predecesor el
Papa Pablo VI en 1964.
Queridos refugiados, ¡no piensen que las condiciones presentes los hacen menos importante
a los ojos de Dios! ¡Nunca olviden su dignidad de hijos! Aquí en Belén el Niño Dios
fue acostado en un pesebre; los pastores de los alrededores fueron los primeros en recibir
el celestial mensaje de paz y esperanza para el mundo. El designio de Dios fue concebido
en medio de la humildad y la pobreza.
¡Queridos trabajadores y voluntarios de ayuda, crean en la tarea que están llevando a
cabo! La solidaridad genuina y práctica con aquellos que están en necesidad no es un
favor concedido, es una demanda de nuestra humanidad compartida y un reconocimiento hacia
la dignidad de cada ser humano.
Permítannos volvernos con confianza hacia el Señor, pidiéndole que inspire a aquellos
que se encuentran en puestos responsables de promover justicia, seguridad y paz, sin
ninguna demora y de manera eminentemente práctica.
La Iglesia, a través de sus organizaciones sociales y de caridad, continuará estando a
su lado y suplicando por su causa ante del mundo.
¡Dios los bendiga a todos!
Homilía del Papa Juan Pablo II en la Misa celebrada en la Plaza
del Pesebre (Belén)
22 de Marzo del 2000
(traducida por ACI Digital)
"Nos ha nacido un niño, se nos ha dado un Hijo
y su nombre será llamado
Consejero Maravilloso, Dios Todopoderoso
Príncipe de Paz".
Su Beatitud, Hermanos Obispos y Sacerdotes,
Queridos Hermanos y Hermanas,
1. Las palabras del Profeta Isaías prefiguran la venida del Salvador al mundo. Y fue
aquí en Belén que la gran promesa fue cumplida. Por dos mil años, generaciones y
generaciones de cristianos han pronunciado el nombre de Belén con profunda emoción y
alegre gratitud. Como los pastores y los sabios, tenemos que venir a encontrar al Niño
también, "envuelto en pañales, y acostado en un pesebre" (Lc 2, 12). Como
muchos peregrinos que vinieron antes que nosotros, nos ponemos de rodillas maravillados y
en adoración ante aquél inefable misterio que fue realizado en este lugar.
En la primera Navidad de mi ministerio como Sucesor del Apóstol Pedro mencioné
públicamente mi gran deseo de celebrar el comienzo de mi Pontificado en Belén en la
cueva de la Natividad (cf. Homilía de Misa de Medianoche, 24 de Diciembre de 1978, No.
3). Esto no fue posible en esa oportunidad; y no ha sido posible hasta hoy. Pero hoy,
¿cómo puedo no alabar a Dios por sus misericordias, cuyos caminos son misteriosos y cuyo
amor no conoce límites, por traerme, en este año del Gran Jubileo, al lugar del
nacimiento del Salvador? Belén es el corazón de mi Peregrinaje Jubilar. Los caminos que
he tomado me han conducido a este lugar y al misterio que él proclama.
Agradezco al Patriarca Michel Sabbah por sus amables palabras de bienvenida y cordialmente
abrazo a todos los miembros de la Asamblea de los Católicos Ordinarios de Tierra Santa.
La presencia es importante, en el lugar que vio nacer al Hijo de Dios en la carne, de
muchas Comunidades Católicas Orientales que forman el rico mosaico de nuestra
catolicidad. Con afecto en el Señor, saludo a los Representantes de las Iglesias
Ortodoxas y de las Comunidades Eclesiales presentes en Tierra Santa.
Estoy agradecido a los oficiales de la Autoridad Palestina quienes están formando parte
de nuestra celebración y uniéndose en nuestras oraciones por el bienestar del pueblo
palestino.
2. "¡No temáis! Porque os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo:
Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor" (Lc. 2,
10-11)
La alegría anunciada por el ángel no es cosa del pasado. Es una alegría de hoy, del
eterno hoy de la salvación de Dios que alcance cualquier tiempo, pasado, presente y
futuro. En el alba del nuevo milenio, estamos llamados a ver más claramente que el tiempo
tiene sentido porque aquí la Eternidad entró en la historia y permanece con nosotros
para siempre. Las palabras del Venerable Beda expresan la idea claramente: "Aún hoy,
y cada día hasta el final de los tiempos, el Señor será continuamente concebido en
Nazaret y nacido en Belén" (EN Ev. S. Lucae, 2, PL 92, 330). Como en esta ciudad
siempre es Navidad, todos los días es Navidad en el corazón de los cristianos. Todos los
días estamos llamados a proclamar el mensaje de Belén al mundo - 'la buena nueva de una
gran alegría: el Verbo Eterno, 'Dios de Dios, Luz de Luz' se ha hecho carne y ha venido a
habitar entre nosotros. El Recién Nacido, indefenso y totalmente dependiente del cuidado
de María y José, confiado a su amor, es la salud entera del mundo. ¡Lo es de todos
nosotros!
En este Niño el Hijo que nos es dado encontramos descanso para nuestras almas y el
verdadero pan que nunca falta, el Pan de la Eucaristía prefigurado incluso en el nombre
de este pueblo: Beth-lehem, la casa del pan. Dios permanece escondido en el Niño; la
divinidad se mantiene escondida en el Pan de Vida. Adoro te devote latens Deitas! Quae sub
his figuris vere latitas!
3. Se trata del gran misterio del auto-vaciamiento divino, el trabajo de nuestra
redención desplegado en la debilidad: esta no es una verdad simple. El Salvador nació en
la noche, en la oscuridad, en el silencio y la pobreza de un pesebre de Belén. "El
pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los habitantes de la tierra de
sombras de muerte resplandeció una luz", dice el Profeta Isaías (9:2). Este es un
lugar conocido como "el yugo " y "el cetro" de la opresión. ¿Con
qué frecuencia se ha escuchado el llanto de inocentes por estas calles? Hasta la gran
iglesia construida sobre el lugar del Salvador permanece como una fortaleza golpeada por
el paso de los años. El Pesebre de Jesús yace siempre en la sombra de la Cruz. El
silencio y la pobreza del nacimiento en Belén se unen a la oscuridad y el dolor de la
muerte en el Calvario. El Pesebre y la Cruz son el mismo misterio de amor redentor; el
cuerpo que descansó en María en el pesebre es el mismo que fue ofrecido en la Cruz.
4. ¿Dónde, entonces, está el dominio del "Maravilloso Consejero, Dios Poderoso, y
Príncipe de la Paz " del que habla el Profeta Isaías? ¿Cuál es el poder al que se
refiere Jesús cuando dice: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la
tierra" (Mt 28:18)? El reino de Cristo "no es de este mundo " (Jn 18:36).
Su reino no tiene la fuerza y riqueza y conquista que parece modelar nuestra historia
humana. Es el poder de vencer al Maligno, de la victoria definitiva sobre el pecado y
sobre la muerte. Es el poder de curar las heridas que desdibujan la imagen del Creador en
sus criaturas. El poder de Cristo es el poder que transforma nuestra naturaleza débil y
nos hace capaces, a través de la gracia del Espíritu Santo, de tener paz entre nosotros
y Comunión con Dios mismo. "Pero a todos los que lo recibieron, les dio el poder de
llegar a ser hijos de Dios: a los que creen en su nombre" (Jn 1:12). Este es el
mensaje de Belén, hoy y siempre. Este es el don extraordinario que el Príncipe de la Paz
ha traído al mundo hace 2000 años.
5.- En esa paz, yo saludo a todo el pueblo palestino, tan consciente como yo que éste es
un tiempo muy importante en su historia. Rezo por el último Sínodo Pastoral, en el cual
participaron todas las iglesias católicas, y que sé que los alentarán a ustedes y
reforzarán sus lazos de unidad y paz. En este sentido, ustedes asumirán con mayor
efectividad el ser testigos de la fe, reforzando la Iglesia y sirviendo al bien común.
Yo ofrezco el beso santo a los cristianos de las otras iglesias y comunidades eclesiales.
Y saludo a la comunidad musulmana de Belén y rezo por una nueva era de entendimiento y
cooperación entre todas las gentes de Tierra Santa.
Hoy nosotros buscamos regresar a un momento que ocurrió hace dos mil años atrás, pero
que en el espíritu lo encontramos siempre.
Nos reunimos en un lugar, pero rodeamos toda la tierra. Celebramos al Recién Nacido, pero
nos encontramos con él en cada hombre y mujer del mundo. Hoy desde la Plaza del Pesebre,
proclamo con fuerza en todos los tiempos, lugares y a todas las personas: '¡La paz sea
con vosotros! ¡No temáis!'. Estas palabras resuenan en todas las páginas de la
Escritura. Son palabras divinas pronunciadas por Jesús mismo después de resucitar de
entre los muertos: '¡No temáis!'. Son las mismas palabras que la Iglesia os dirige hoy.
No temáis preservar vuestra presencia y vuestro patrimonio cristianos en el lugar mismo
en el que ha nacido el Salvador.
En la cueva de Belén, usando las palabras de San Pablo de la segunda lectura de hoy,
"La gracia de Dios le ha sido revelada" (Carta del Apóstol San Pablo a Tito 2,
11). En el Niño que nace, el mundo ha recibido "la misericordia prometida a nuestros
padres, a Abraham y a sus descendientes por siempre " (cf, Lc 1: 54-55). Deslumbrados
por el misterio de la Palabra Eterna hecha carne, nosotros dejamos todos los temores
atrás y nosotros nos convertimos como los ángeles, glorificando a Dios quien nos da el
mundo como regalo. Con el coro celestial, nosotros "cantamos una nueva canción"
(Sal 96:1):
"Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de la buena voluntad"
(Lc 2:14).
El Niño de Belén, Hijo de María, Hijo de Dios, Dios de todos los tiempos y Príncipe de la Paz, "es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb 13: 8), y así como nos preparamos para el nuevo milenio, debemos sanar todas nuestras heridas, vigorizar nuestros pasos, abrir nuestros corazones y mentes hacia "la gracia de las entrañas misericordiosas de nuestro Dios, por las que nos visitará desde lo alto el Oriente" (Lc 1, 78). Amen.
Mensaje del Papa Juan Pablo II al llegar a los territorios
autónomos de la Autoridad Nacional Palestina
22 de Marzo del 2000
(traducido por ACI Digital).
Estimado Presidente Arafat,
Sus Excelencias,
Queridos amigos Palestinos,
1. "Aquí Cristo nació de la Virgen María": estas palabras, grabadas sobre el
lugar donde, de acuerdo a la tradición, Jesús nació, son la razón del Gran Jubileo del
año 2000. Ellas son la razón de mi venida a Belén hoy. Ellas son la fuente de la
alegría, la esperanza, voluntad, que, por dos milenios, han llenado innumerables
corazones humanos al sólo escuchar el nombre "Belén".
Gente de todos lados vuelve su mirada hacia este singular rincón de la tierra con un
esperanza que trasciende conflictos y dificultades. Belén donde el coro de ángeles
cantó: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena
voluntad." (Lc 2, 14) se mantiene, en cada lugar y en cada época, como la promesa
del regalo de Dios de la paz. El mensaje de Belén es la Buena Nueva de la reconciliación
entre los hombres, de paz a todos los niveles de relaciones entre los individuos y las
naciones.
Belén es un cruce universal donde todas las gentes pueden encontrarse para construir
juntas un mundo merecedor de nuestra dignidad y destino humanos. El Museo de la Natividad,
recientemente inaugurado, muestra como la celebración del Nacimiento de Cristo se ha
convertido en parte de la cultura y arte de la gente de todas partes del mundo.
2. Señor Arafat, así como le agradezco por la cálida bienvenida que me ha ofrecido en
nombre de la Autoridad y Pueblo palestinos, le expreso mi alegría de estar aquí hoy.
¿Cómo puedo dejar de rezar para que el don divino de la paz sea cada vez más una
realidad para todos aquellos que viven en esta tierra, a la que las intervenciones de Dios
han dado una característica única? ¡Paz para el pueblo palestino! ¡Paz para todos los
pueblos de la región! Nadie puede ignorar todo lo que el pueblo palestino ha sufrido en
las últimas décadas. Vuestro tormento está ante los ojos del mundo. Y ha durado
demasiado.
La Santa Sede ha reconocido siempre que el pueblo palestino tiene el derecho natural de
poseer una patria y el derecho de poder vivir en paz y tranquilidad con los otros pueblos
de esta zona. A nivel internacional, mis predecesores y yo hemos proclamado repetidamente
que no se pondría fin al triste conflicto en Tierra Santa sin garantías sólidas para
los derechos de todos los pueblos que viven en ella, sobre la base de la ley internacional
y de las importantes resoluciones y declaraciones de las Naciones Unidas.
Debemos continuar trabajando y orando por el éxito de cada esfuerzo genuino de traer la
paz a esta tierra. Sólo con una paz justa y duradera no impuesta sino garantizada
mediante negociado las legítimas aspiraciones de los palestinos se verán
satisfechas. Sólo entonces Tierra Santa vislumbrará la posibilidad de un futuro nuevo y
luminoso, que no se derrochará ya más en rivalidades y conflictos, sino que se basará
sólidamente en la comprensión y la cooperación para el bien de todos. Los resultados
(éxito) dependen enormemente de la disposición valerosa de los responsables del destino
de esta parte del planeta para dirigirse hacia nuevas actitudes de compromiso y
complacencia con las demandas de justicia.
3. Queridos amigos, soy plenamente consciente de los grandes desafíos que la Autoridad y
el pueblo palestino tienen que afrontar en todos los campos del desarrollo económico y
cultural. De manera particular, dirijo mis oraciones a aquellos palestinos
musulmanes y cristianos que se ven todavía privados de una casa propia, del
lugar que les corresponde en la sociedad y de la posibilidad de una vida laboral normal.
Deseo que mi visita de hoy al campo de refugiados Dheisheh sirva para recordar a la
comunidad internacional la necesidad de una acción decisiva para mejorar la situación
del pueblo palestino. Fue algo muy grato para mí la aceptación unánime de las Naciones
Unidas de la Resolución sobre Belén 2000, que compromete a la comunidad internacional a
ayudar en el desarrollo de esta zona y a mejorar las condiciones de paz y reconciliación
en uno de los lugares más estimados y significativos lugares de la tierra. La promesa de
paz hecha en Belén será una realidad para el mundo sólo cuando se reconozcan y se
respeten la dignidad y los derechos de todos los seres humanos creados a imagen de Dios.
El pueblo palestino está en mis oraciones hoy y siempre a Aquél que sostiene el destino del mundo en sus manos. ¡Que el Dios Altísimo ilumine, sostenga y guíe a todo el pueblo Palestino en la senda de paz!
Homilía del Papa Juan Pablo II en la Misa celebrada en Ammán
(Jordania)
21 de marzo del 2000
(traducida por ACI Digital)
"Voz de uno que clama: Preparad el camino de Yahvé en el desierto, enderezad en el
yermo una senda para nuestro Dios." (Is 40, 3).
Su Beatitud,
Hermanos Obispos y Sacerdotes,
Hermanos y Hermanas,
1. Las palabras del profeta Isaías, que el Evangelista aplica a Juan el Bautista, nos
recuerdan, el camino que Dios ha trazado a través del tiempo en su deseo de enseñar y
salvar a su pueblo. Hoy, como parte de mi Peregrinaje Jubilar para orar en algunos de los
lugares conectados con las intervenciones salvíficas de Dios, la Divina Providencia me ha
traído a Jordania. Saludo a Su Beatitud Michel Sabbah y le agradezco por sus amables
palabras de bienvenida. Cordialmente abrazo el Exarca Greco-Melquita Georges El-Murr y a
todos los miembros de la Asamblea de los Ordinarios Católicos de Tierra Santa, así como
a los representantes de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales. Estoy agradecido a las
autoridades civiles quienes han querido honrar
nuestra celebración con su presencia.
El Sucesor de Pedro es un peregrino en esta tierra bendecida por la presencia de Moisés y
Elías, donde el mismo Jesús enseñó e hizo milagros (cf. Mc 10, 1; Jn 10, 40-42), donde
la naciente Iglesia fue testigo de la vida de muchos santos y mártires. En este año del
Gran Jubileo toda la Iglesia, y especialmente hoy la comunidad cristiana de Jordania,
están espiritualmente unidos en un peregrinaje a los orígenes de nuestra fe, un
peregrinaje de conversión y penitencia, de reconciliación y paz.
Buscamos una guía que nos muestre el camino. Y viene a nuestro encuentro la figura de
Juan el Bautista, la voz de uno que clama en el desierto (cf. Lc 3, 4). Él nos pondrá en
el camino que debemos tomar si nuestra "carne verá la salvación de Dios" (Lc
3, 6). Guiados por él, recorremos nuestro camino de fe de manera que veamos más
claramente la salvación que Dios ha realizado a través de una historia que se extiende
desde Abraham. Juan el Bautista fue el último de los profetas que mantuvo viva y nutrida
la esperanza del pueblo de Dios. En él el tiempo del cumplimiento estaba próximo.
2. La semilla de esta esperanza fue la promesa hecha a Abraham cuando fue llamado a dejar
todo lo que le era familiar y seguir a un Dios que no había conocido (cf. Gen 12, 1-3). A
pesar de sus riquezas, Abraham fue un hombre que vivía en la sombra de la muerte porque
no tenía ni hijos ni tierra propia (cf. Gen 15, 2). La promesa parecía no cumplirse, ya
que Sara era estéril y la tierra estaba en otras manos. Pero aún así Abraham puso su fe
en Dios; "creyó, esperando contra toda esperanza" (Rom 4, 18).
Sin embargo tan imposible como parecía, Sara dio a luz a Isaac y Abraham recibió una
tierra. Y desde Abraham a sus descendientes la promesa se convirtió en una bendición
para "todas las tribus de la tierra" (Gen 12, 3; 18, 18).
3. Esa promesa fue sellada cuando Dios habló a Moisés en el Monte Sinaí. Lo que pasó
entre Moisés y Dios en la santa montaña configuraron la subsecuente historia de la
salvación como una Alianza de amor entre Dios y el hombre una Alianza que requiere
obediencia para las promesas de liberación. Los Diez Mandamientos grabados en piedra en
el Sinaí pero escritos en el corazón humano desde el comienzo de la creación
son la divina pedagogía de amor, que indican el único camino de realización de
nuestro más profundo anhelo: la irreprimible búsqueda del espíritu humano por el bien,
la verdad y la armonía.
Por cuarenta años el pueblo estuvo errante hasta que llegaron a esta tierra. Moisés,
"a quien el Señor conocía cara a cara" (Dt 34, 10), habrá muerto en el Monte
Nebo y enterrado "en valle en el país de Moab; y nadie hasta hoy ha sabido su
sepulcro" (Dt, 34, 5-6). Pero la Alianza y la Ley que él recibió de Dios viven para
siempre.
De tiempo en tiempo los profetas han tenido que defender la Ley y la Alianza en contra de
aquellos que crean normas y leyes sin tomar en cuenta la voluntad de Dios, y han impuesto
una nueva esclavitud entre los hombres (cf. Mc 6, 17-18). La propia ciudad de Ammán
Rabbá en el Antiguo Testamento recuerda el pecado del Rey David al provocar
la muerte de Urías y tomar a su esposa Betsabee, ya que aquí cayo Urías (2Sam 11,
1-17). "Ellos te harán la guerra", dijo Dios a Jeremías en el Primer Relato
que hemos escuchado hoy, "más no prevalecerán contra ti; porque contigo estoy
yo
para librarte." (Jer1, 19). Para denunciar los errores para mantener la
Alianza, estaban los profetas, incluyendo al Bautista, quienes pagaron con su sangre. Pero
debido a la divina promesa "Estoy contigo
para librarte" se
mantuvieron firmes como "ciudad fortificada, y por columna de hierro, y por muro de
bronce" (Jer, 1, 18), proclamando la Ley de la vida y la salvación, del amor que
nunca falla.
4. En la plenitud de los tiempos, en el Río Jordán Juan el Bautista señala a Jesús,
aquél sobre el cual el Espíritu Santo desciende en forma de paloma (cf. Lc 3, 22), aquel
que bautiza no con agua sino "en Espíritu Santo y fuego" (Lc, 3, 16). Los
cielos están abiertos y escuchamos la voz del Padre: "Este es mi Hijo, el Amado, en
quien me complazco." (Mt 3, 17). En Él, el Hijo de Dios, la promesa hecha a Abraham
y la Ley entregada a Moisés están cumplidas.
Jesús es el cumplimiento de la promesa. Su muerte en la Cruz y su Resurrección conducen
a la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. A través de la Resurrección las
puertas del Paraíso se abren, y podemos caminar nuevamente en el Jardín de la Vida. En
Cristo Resucitado recibimos "la misericordia prometida a nuestros padres, a Abraham y
su descendencia para siempre" (Lc 1,54-55).
Jesús es el cumplimiento de la Ley. Cristo Resucitado revela el significado completo de
todo lo que ocurrió en el Mar Rojo y en el Monte del Sinaí. Revela la verdadera
naturaleza de la tierra prometida, donde "la muerte no morará jamás" (Ap 21,
4). Porque él es "el primogénito de entre los muertos" (Col 1, 18), el Señor
Resucitado es el fin de todo nuestro peregrinaje: "el Alfa y Omega, el primero y el
último, el principio y el final" (Ap 22, 13).
5. Durante los últimos cinco años, la Iglesia en esta región ha estado celebrando el
Sínodo Pastoral de Iglesias de Tierra Santa. Todas las Iglesias Católicas juntas, han
caminado con Jesús y han escuchado su nuevo llamado, estableciendo el sendero a seguir en
el Plan Pastoral General. En esta solemne liturgia gratamente recibo los frutos del
Sínodo como signo de su renovada fe y su generoso compromiso. El Sínodo ha envuelto una
experiencia de comunión con el Señor sentida profundamente, y también de intensa
comunión eclesial, como los discípulos se reunieron alrededor de los Apóstoles en el
nacimiento de la Iglesia (cf Hch, 2, 42; 4, 32). El Sínodo ha dejado en claro que su
futuro descansa en unidad y solidaridad. Ruego hoy, e invito a toda la Iglesia a orar
conmigo, que la obra del Sínodo traiga fortalecimiento a los lazos de amistad y
cooperación entre las comunidades católicas locales en su rica variedad, entre todas las
Iglesias Cristianas y Comunidades Eclesiales, y entre Cristianos y las otras grandes
religiones que florecen aquí. Permitan los recursos de la Iglesia familias,
parroquias, escuelas, asociaciones laicas, movimientos de jóvenes establezcan a la
unidad y al amor como su fin supremo. No existe camino más efectivo de estar involucrado
social, profesional y políticamente, que el trabajo de la justicia, reconciliación y
paz, que es lo que el Sínodo solicita.
A los Obispos y sacerdotes, les digo: ¡Sean buenos pastores de acuerdo al Corazón de
Cristo! ¡Guíen el rebaño confiado a ustedes por el camino que conduce a las verdes
praderas de Su Reino! Fortalezcan la vida pastoral de sus comunidades a través de una
nueva y más dinámica colaboración con los religiosos y los laicos. En medio de las
dificultades de su ministerio, pongan su confianza en el Señor. Crezcan más cerca de Él
en la oración, y Él será su luz y su alegría. La Iglesia entera les agradece por su
dedicación y por la misión de fe que llevan a cabo en sus diócesis y parroquias.
A los hombres y mujeres religiosos, ¡les expreso la inmensa gratitud de la Iglesia por
ser testigos de la supremacía de Dios sobre todas las cosas! ¡Continúen alumbrando
hacia delante como faros del amor evangélico que supera todas las barreras! ¡A los
laicos les digo: No tengan miedo de tomar su lugar y su responsabilidad en la Iglesia!
¡Sean testigos valientes de Evangelio en sus familias y en la sociedad!
En el Día de la Madre en Jordania la saludo e invito a ser constructoras de una nueva
civilización del amor. ¡Amad a vuestras familias! ¡Enseñadles los caminos de la
armonía y de la paz; enséñenles el valor de la fe y la oración y la bondad! Queridos
jóvenes, el camino de la vida está abierto ante ustedes. Construyan su futuro con los
sólidos cimientos del amor de Dios" y permanezcan unos en la Iglesia de Cristo.
Ayuden a transformar el mundo a vuestro alrededor dando lo mejor de ustedes en el servicio
a los otros y a su país. Y a los niños que hacen la Primera Comunión les digo: Jesús
es vuestro mejor amigo; sabe lo que hay en sus corazones. Permanezcan unidos a Él y en
sus oraciones acuérdense de la Iglesia y del Papa.
6. En este año del Gran Jubileo, todo el pueblo peregrino de Dios regresa en espíritu a los lugares relacionados a la historia de nuestra salvación. Después de seguir los pasos de Abraham y Moisés, nuestra peregrinación ahora alcanza las tierras en las que nuestro Salvador Jesucristo vivió y viajó durante su vida terrena. "Dios que en los tiempos antiguos habló a los padres en muchas ocasiones y de muchas maneras por los profetas, en los últimos días nos ha hablado a nosotros en su Hijo" (Heb 1:1-2). En el Hijo todas las promesas son cumplidas. Él es el Redemptor Hominis, el Redentor del hombre, la esperanza del mundo. Manteniendo todo esto frente a ustedes, hagan que toda la comunidad cristiana de Jordania sea más firme en la fe y generosa en los trabajos de amor servicial.
Que la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, los guíe y proteja en el camino. Amén.
Palabras del Papa en el Monasterio del Monte Nebo (Jordania)
20 de Marzo del 2000
(traducción de ACI Digital)
Padre Ministro General,
Queridos amigos,
Aquí, sobre las alturas del Monte Nebo, comienzo esta fase de mi peregrinaje jubilar.
Pienso en la gran figura de Moisés y en la Alianza que Dios estableció con él sobre el
Monte Sinaí. Doy gracias a Dios por el don inefable de Jesucristo, que selló la nueva
Alianza con su propia sangre y llevó la Ley a su cumplimiento. A Él que es "El Alfa
y el Omega, el primero y el último, el principio y el fin" (Ap. 22,13), dedico cada
paso de este viaje en la tierra que fue suya.
En este primer día estoy particularmente contento de saludarlo, Padre Ministro General, y
de rendir honor al magnífico testimonio ofrecido en el curso de los siglos en esta tierra
de los hijos de San Francisco mediante el servicio fiel de la Custodia de los santos
lugares.
También tengo la alegría de saludar al Gobernador de Madaba y al alcalde de la ciudad.
¡Que las bendiciones del Omnipotente se derramen sobre los habitantes de esta zona! ¡Que
la paz de los cielos llene el corazón de cuantos se unen a mí a lo largo de mi camino de
peregrinación!
Oración del Santo Padre en el Sitio del Bautismo del Señor
21 de Marzo del 2000
(traducción de ACI Digital)
En el Evangelio de San Lucas leemos "Que la Palabra de Dios bajó sobre Juan, Hijo de
Zacarías, en el desierto. Y él recorrió toda la región del Jordán, predicando un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (3, 2-3). Aquí, en el Río
Jordán, cuyas orillas han sido visitadas por multitudes de peregrinos que rinden honor al
Bautismo del Señor, también yo elevo mi corazón en oración:
¡Gloria a ti, oh Padre, Dios de Abraham, Isaac y Jacob!
Tú has enviado a tus siervos, los profetas
a proclamare tu palabra de amor fiel
y a llamar a tu pueblo al arrepentimiento.
A las orillas del Río Jordán,
Has suscitado a Juan el Bautista,
una voz que grita en el desierto,
enviado a toda la región del Jordán,
a preparar el camino del Señor,
a anunciar la venida de Cristo.
¡Gloria a ti, oh Cristo, Hijo de Dios!
Has venido a las aguas del Jordán
Para ser bautizado por manos de Juan.
Sobre ti el Espíritu descendió como una paloma.
Sobre ti se abrieron los cielos,
Y se escuchó la voz del Padre:
"Este es mi Hijo, el Predilecto!"
Del río bendecido con tu presencia
Has partido para bautizar no sólo con el agua
sino con fuego y Espíritu Santo.
¡Gloria a ti, oh Espíritu Santo, Señor!
Por tu poder la Iglesia es bautizada,
Descendiendo con Cristo en la muerte
Y resurgiendo junto a él a una nueva vida.
Por tu poder, nos vemos liberados del pecado
para convertirnos en hijos de Dios,
el glorioso cuerpo de Cristo.
Por tu poder, todo temor es vencido,
Y es predicado el Evangelio del amor
En cada rincón de la tierra,
para la gloria de Dios,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
a Él todo honor en este Año Jubilar
y en todos los siglos por venir. Amén.