LA RAZÓN, Diario independiente de informacion general

sábado 25 de marzo de 2000

 

 

Jóvenes como apóstoles

Juan Pablo II pidió a los peregrinos que llevasen la paz al mundo

La alegría y la esperanza de los jóvenes y el recuerdo del primer Pontífice de la Historia, San Pedro, fueron las notas dominantes en la jornada que Juan Pablo II vivió ayer en Tierra Santa. Al visitar los lugares en los que vivió el apóstol y donde Jesús le dejó como máximo responsable para guiar a su Iglesia, Juan Pablo II se sintió identificado y llamado a continuar con su labor de evangelizar por todo el mundo. Las palabras «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» cobraron ayer sentido en el corazón del santo padre. Juan Pablo II pidió a los jóvenes que le ayudasen en su tarea de construir el Reino.

Los jóvenes fueron los protagonistas
de la homilía del Papa

Begoña Rodríguez/Zenit.-

Pedro, el apóstol a quien Jesús confió su Iglesia, fue una de las figuras protagonistas en los pensamientos y sentimientos que tuvo ayer Juan Pablo II. Caminando por tierras de Galilea, el Santo Padre, sucesor de Pedro, pudo sentir en el fondo de su corazón las palabras que Jesús pronunció en Cesarea de Filipo (antiguamente llamada Baniyas): «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». (Mt16-18). Esas palabras suenan hoy con fuerza en el hombre que ha conseguido llevar a la Iglesia hasta el Tercer Milenio. Como un apóstol más, el Santo Padre, ha dedicado gran parte de sus 21 años de Pontificado a evangelizar diferentes países, no en vano ha visitado 123 de los 191 países del mundo.

Peregrinos de todo el mundo acompañaron a Juan Pablo II ayer, en el Monte de las Bienaventuranzas. Miles de jóvenes pasaron toda la noche bajo la lluvia y el frío helador. Los que pudieron, se refugiaron en los autobuses, las escuelas, o incluso en los kibutz. Vinieron a este emblemático monte para participar en el encuentro más multitudinario organizado por la Iglesia en el Estado de Israel. Sin lugar a dudas eran más de 90.000, de los cuales más de 10.000 eran españoles. Sólo el funeral de Isaac Rabin ha reunido a tantas personas en este país.

Mientras esperaban al Papa, Kiko Argûello, fundador del Camino Neocatecumenal, cantaba y tocaba la guitarra junto a un grupo de jóvenes que le acompañaban con instrumentos (clarinetes, laúdes, guitarras...). Grupos de chicos y chicas bailaban en círculo. El comentarista de la televisión del Estado de Israel se preguntó: «¿Por qué han venido todos estos jóvenes a ver al Papa?».

La mitad, unos 50.000, eran miembros de las comunidades neocatecumenales de todo el mundo. El Camino ha creado en estas colinas la «Domus Galilaeae» (Casa de Galilea), un gran centro de formación para sacerdotes y seminaristas que fue inaugurado por el Papa antes de celebrar la Eucaristía. La otra mitad eran chicos y chicas de otros movimientos e instituciones eclesiales, como Comunión y Liberación, los Focolares, o el Opus Dei, así como de parroquias y diócesis del mundo. En total, se encontraban representados 80 países. Con su presencia en Tierra Santa, con el cansancio agotador de la espera y de la celebración, Juan Pablo II quería lanzar un mensaje gráfico al mundo: la paz en Oriente Medio necesita una nueva generación. La gran sorpresa fue la significativa participación de cristianos ortodoxos, judíos y musulmanes, que conviven con las comunidades cristianas locales. El escenario no podía ser el más adecuado. En este mismo monte -más bien una montaña de unos 15 metros de altura-, Jesús proclamó la Ley más ilógica: «Bienaventurados los pobres»; «Bienaventurados los humildes»; «Bienaventurados los que son perseguidos»... Una Ley que sólo se puede entender con el amor. Juan Pablo II repitió este mensaje y los jóvenes le respondieron con esa generosidad que siempre han caracterizado sus encuentros con el Papa.

Entre jóvenes

Celebró la Eucaristía en un gigantesco palco rojo, resguardado por una enorme tienda negra, que recordaba el Éxodo y el camino del pueblo de Israel por el desierto. Concelebraron doce cardenales, cien obispos y 1.200 sacerdotes.

La presencia de tanta juventud pareció quitarle años al Papa, quien durante la homilía definió este encuentro como un ensayo general para la Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en Roma durante el mes de agosto. Presentó plásticamente el combate espiritual que experimenta todo joven. Por un lado representó el mensaje de las Bienaventuranzas de Jesús que ensalza a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, los perseguidos... Y lo puso en contraposición con esa voz que resuena en el interior de toda persona: «Bienaventurados los soberbios y violentos, los que prosperan sin importarles el precio, los que no tienen escrúpulos, los duros de corazón, los descarriados, los que instigan la guerra y no la paz, los que atropellan a quienes se encuentran en su camino». Esta voz, explicó el Papa, tiene particular fuerza en «un mundo en el que triunfan con frecuencia los violentos y en el que da la impresión de que los deshonestos tienen éxito».

Hoy al igual que hace dos mil años, Cristo, afirmó al Papa, «os llama». «¿Cuál es la voz por la que optarán los jóvenes del siglo XXI?», se preguntó. «Confiar en Jesús significa que queréis creer en lo que Él dice, por más raro que parezca, y que rechazáis las seducciones del mal, por más razonables o atractivas que puedan parecer».

«Ser buenos cristianos en el mundo de hoy puede parecer algo superior a vuestras posibilidades en el mundo de hoy. Sin embargo, Jesús no se queda con los brazos cruzados y no os deja solos a la hora de afrontar este reto». La clave está por tanto en estar con Jesús, para «conocerle y a amarle profundamente».

Aquella misión que Cristo encomendó en estas tierras a sus apóstoles, el Papa la puso hoy en manos de los jóvenes, en la aurora del tercer milenio: «Ahora os toca a vosotros ir por el mundo y predicar el mensaje de los Diez Mandamientos y el de las Bienaventuranzas». «Jóvenes de Tierra Santa, Jóvenes del mundo: ¡responded al Señor con un corazón abierto y dispuesto!».

Los jóvenes respondieron «sí» a la invitación del Papa dejando en libertad doce palomas, símbolo de los doce apóstoles que hace dos mil años llevaron desde aquí el mensaje del Evangelio al mundo entero.

En la tarde, Juan Pablo II se encontró esta tarde con el primer ministro de Israel, Ehud Barak, en la casa del Santuario del Monte de las Bienaventuranzas de Korazim. Luego fue a Tabgha, que se encuentra en la orilla noroeste del lago de Tiberíades, donde visitó la Iglesia de la Multiplicación de los Panes. Según la tradición, la roca sobre la que Jesús depositó los panes se convirtió en el altar de una iglesia. Los restos de esta iglesia, construida en el 350 d.C., se encuentran a la derecha del altar de la actual, confiada a los padres benedictinos.

A continuación, el Santo Padre visitó la Iglesia del Primado de Pedro, reconstruida en 1933 por los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Desde allí se trasladó a Cafarnaúm, que se encuentra en el Lago de Tiberíades, donde pudo ver el Santuario de la Casa de San Pedro, que fue inaugurado el 29 de junio de 1990 por el cardenal Simon Lourdusamy y está confiado a la Custodia de Tierra Santa. Después de esta visitas que tenían carácter privado, Juan Pablo II regresó en helicóptero a la delegación apostólica de Jerusalén.