INTRODUCCIÓN

 

1. Vida

Orígenes nace alrededor del año 185 en Alejandría de Egipto. El padre, Leónidas, que era cristiano, cuidó de su educación, iniciando tempranamente al joven en el estudio de la Sagrada Escritura. Leónidas fue apresado y confesó su fe con la sangre en tiempos de Septimio Severo, alrededor del año 202-203. Orígenes, el mayor de muchos hermanos, fue maestro de escuela durante algún tiempo, para atender a las necesidades de la familia.

Pero aún no tenía dieciocho años cuando el obispo Demetrio le encargó que se ocupase de la preparación al bautismo de los catecúmenos: en esta tarea se distinguió de tal forma, que cuando los tiempos se fueron calmando, su enseñanza era conocida mucho más allá de los límites de la escuela catequética. Vinieron a él oyentes paganos, así que, a partir de un momento, dado, Orígenes divide la escuela en dos cursos: uno elemental, dirigido a los verdaderos y, propiamente hablando, catecúmenos para la preparación al bautismo, del que fue responsable su amigo y alumno Heracles; y un curso superior de cultura cristiana, abierto a todos, incluso a los no cristianos, centrado sobre la interpretación sistemática de la Sagrada Escritura y dirigido, claro está, por el ya conocido exegeta. Más o menos por esta época, Orígenes, arrastrado por su juvenil entusiasmo e interpretando a Mt. 19,12 demasiado literalmente, quizá también para evitar murmuraciones porque la escuela estaba frecuentada asimismo por mujeres, se castró.

Ahora ya la fama de Orígenes se había difundido por todo el Oriente, y empezaron a requerirlo de aquí y de allá, bien para rebatir a los herejes, bien para proponer su enseñanza o también para acercarse a los paganos de alto nivel, que tenían interés por la religión cristiana: en ese sentido, tuvo varios contactos, con el gobernador romano de Arabia, o en Antioquía con Julia Mamea, madre del emperador Alejandro Severo. Entre los muchos cristianos que fuera de Egipto se unieron a él con profunda amistad, recordemos a los obispos Alejandro de Jerusalén, Teoctisto de Cesarea de Palestina, Fermiliano de Cesarea de Capadocia.

La gran celebridad de Orígenes, empezaba a levantar sospechas en el obispo alejandrino Demetrio, cayo autoritarismo malamente podía tolerar a su lado a un doctor de fama universal y a quien por esa razón consideraba demasiado independiente en sus opiniones. De cualquier modo, la ruptura definitiva no tuvo lugar hasta el año 230 aproximadamente. De paso por Cesarea, Orígenes fue ordenado sacerdote por Alejandro y Teactisto, sin que Demetrio, de quien Orígenes dependía eclesiásticamente, hubiese sido informado. Demetrio consideró este hecho como una afrenta a su autoridad e hizo que se condenase a Orígenes en dos concilios celebrados en Alejandría. Considerando insostenible, a partir de ese momento, la situación en su patria, Orígenes prefirió abandonar Egipto y establecerse en Cesarea de Palestina, en donde abrió una nueva escuela, que muy pronto se hizo famosa en Palestina, Siria, Arabia y Asia Menor: entre sus discípulos figura Gregorio el Taumaturgo, el evangelizador del Ponto.

Aunque Roma había confirmado la condena que Demetrio hizo que se infligiese a Orígenes, las iglesias de Oriente, en su gran mayoría, no la tuvieron en cuenta; así que el célebre estudioso no sólo pudo continuar su obra de maestro, sino que la completó con la predicación en la iglesia, que llevaba con escrupulosa diligencia, mientras se multiplicaban sus viajes a causa de las peticiones que llegaban de todas partes. Quedó como cosa célebre su polémica con el obispo Berillo di Bostra, cuya doctrina trinitaria suscitaba profundas sospechas: Berillo, al final de la discusión, se alineó en la postura de Orígenes. Durante la persecución de Decio (250), el gran maestro fue detenido, y a pesar de su avanzada edad fue sometido a la tortura, que soportó sin claudicar. En esta ocasión el obispo de Alejandría, que por entonces era su antiguo alumno Diógenes, lo reconcilió con su Iglesia. Puesto en libertad, pero reducido a condiciones de salud muy precarias, a causa de los tormentos sufridos, Orígenes murió en el 253 en Tiro, en Fenicia, a donde se había retirado no sabemos por qué motivos.

Durante su vida, Orígenes ya había sufrido diversas criticas por parte de los cristianos que no compartían sus principios exegéticos ni algunos aspectos de su teología, a la que tenían por demasiado tributaria de la filosofía griega. Semejantes criticas no fueron ajenas a la condena infligida por Demetrio, aunque el motivo oficial fuera sólo de carácter disciplinar. Después de su muerte, los ambientes ligados a las escuelas de Alejandría llevaron adelante el planteamiento exegético y doctrinal del maestro, procurándole amplia difusión, pero suscitando también ásperas oposiciones. En los años de transición entre el siglo III y el IV la controversia origeniana estaba en pleno apogeo en territorio siro-palestino y, también, en otros lugares de Oriente. Hacia fines de siglo IV, se removieron nuevas criticas a Orígenes, y más tarde, en el siglo VI, sobre todo a consecuencia de la difusión y del radicalismo que la doctrina de Orígenes había tenido en ambientes monásticos. Después de varias condenas, se llega a una definitiva en el concilio ecuménico de Constantinopla, en el año 553.

La condena, tan discutible bajo muchos aspectos, no redujo completamente al silencio la voz que se alzaba de la obra origeniana: sobre todo, en Occidente las obras del Alejandrino fueron leídas con entusiasmo por los monjes durante todo el Medioevo. Las polémicas a favor y en contra de Orígenes se renovaron a partir del año 500, pero hay que llegar a nuestro siglo para lograr una rehabilitación global de la figura y de la obra de nuestro autor: en adelante, es convicción general que la experiencia origeniana había marcado un momento decisivo en el desarrollo de la cultura cristiana, bajo todos los aspectos, de la teología a la exégesis, de la eclesiología a la mística.

2. Obras

En estrecha relación con su actividad de maestro, Orígenes escribió mucho: su amigo Ambrosio, convertido por él al catolicismo y que era muy rico, paso a su disposición un equipo de estenógrafos y calígrafos que se ocuparon de la publicación de sus obras. Para entender globalmente su significación y valor, hay que tener en cuenta que la principal finalidad que Orígenes se propuso, tras las huellas de Clemente, fue la de elevar adecuadamente el nivel de la cultura cristiana, para plantear sobre esa base una acción que tendiese a difundir el cristianismo, en los ambientes social y culturalmente más elevados, de la sociedad pagana de la época y, sobre todo, a recuperar para la Iglesia Católica al nada despreciable sector que se había pasado al gnosticismo 1.

Los dos objetivos estaban estrechamente unidos entre si: en efecto, única era la causa que por un lado impedía al cristianismo una adecuada penetración en las capas elevadas de la sociedad pagana, y por otro, favorecía el paso al gnosticismo de los cristianos particularmente exigentes en el ámbito cultural: esta causa estaba representada por el aspecto absolutamente elemental que entonces presentaba el cristianismo en el terreno cultural, hasta el punto de que a quien fuese particularmente exigente en esta materia, le producía disgusto y rechazo. Esta laguna quisieron remediarla conscientemente, primero, Clemente, y luego, Orígenes, desarrollando una labor cultural a un nivel muy comprometido, sobre todo en polémica con los gnósticos. Con este fin recurrieron ampliamente a cuanto pudiera ofrecer la rica tradición filosófica griega, bien fuera en el aspecto metodológico o también de contenido: de ahí la acusación de conceder demasiado a la cultura pagana. Pero el riesgo merecía la pena, porque la influencia que la obra de Clemente y, sobre todo, la de Orígenes, ejerció, fue de un alcance incalculable para el logro de uno y otro de los dos objetivos arriba mencionados. Después de Orígenes ningún pagano ni gnóstico podrá acusar al cristianismo de ser una religión adecuada solamente para personas ignorantes y fanáticas.

Determinado así el carácter general de la obra origeniana, aludimos, rápidamente, a cada una de las obras. Téngase presente que las sucesivas condenas provocaron la retención y más adelante la pérdida de gran parte de la vastísima obra origeniana. De lo que se ha salvado, una buena parte nos ha llegado por la traducción latina de Rufino, Jerónimo y otros. Puesto que Orígenes fue sobre todo un intérprete del texto sagrado y por eso la mayor parte de sus escritos fue de carácter exegético, hacemos alusión en primer lagar al trabajo que cimentó semejante actividad exegética, las llamadas «Hexapla». Orígenes sintió la necesidad de fundamentar su exégesis en un texto seguro de la Sagrada Escritura y ya que normalmente se valía para el A. T. de la mencionada traducción del hebreo al griego de los Setenta, comprobó su consistencia apoyándose en otras traducciones griegas. Con este fin mandó transcribir en columnas paralelas el texto hebreo del A.T. en caracteres hebreos, la transcripción de este texto en caracteres griegos y luego, por este orden, las traducciones griegas de Aquila, Símaco, los Setenta 2 y Teodoción. De esta ardua empresa editorial para aquella época se hizo un único ejemplar completo que se perdió. Se transcribieron las diversas traducciones griegas en cuatro columnas paralelas (Tetraplas) y de esas transcripciones nos han llegado varios fragmentos. Los innumerables escritos exegéticos de Orígenes fueron reagrupados ya por los antiguos en tres secciones: Glosas, Homilías y Comentarios. Las glosas eran colecciones de interpretaciones de los pasajes significativos de tal o cual libro de la Escritura. De las diversas colecciones (sobre Éxodo, Levítico, Juan etc.) ninguna nos ha llegado completa.

Las Homilías proceden de la actividad de predicador que Orígenes ejerció, con particular celo, en Cesarea, comentando sistemáticamente libros completos de la Escritura o parte de ellos; de los 574 que fueron transcritos por los estenógrafos, han llegado hasta nosotros cerca de 200, normalmente en traducción latina, sobre el Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Josué, Jeremías (en griego), Ezequiel, Lucas etc. Los Primeros Comentarios son obras de vastas dimensiones que reflejad la actividad de Orígenes en la escuela: libros completos de la Escritura o parte de ellos son comentados de forma sistemática con una interpretación fundamental del mismo tipo que la llevada a cabo para las Homilías, pero en forma más minuciosa y con preludios de carácter doctrinal y frecuentes cuestiones de carácter filológico. Orígenes no se ha preocupado aquí por ser conciso y ha procurado sobre todo llegar a una interpretación en la que ninguna cuestión concreta fuese descuidada. En la lengua original, nos han quedado ocho libros, no correlativos, de los 32 escritos sobre el Evangelio de Juan y los de los capítulos 10 a 17 sobre el Evangelio de Mateo que contaba con 25. Una parte del primer Comentario fue compuesto en Alejandría, la otra, inmediatamente después del traslado a Cesarea; el segundo, en Cesarea, alrededor del 245. Además del Comentario al Cantar, del que tratamos aquí, nos han llegado traducidos 10 de los 15 libros origenianos del Comentario a Romanos traducido por Rufino, escrito antes del año 244. Un papiro de Toura nos ha restituido parte del original. De los muchos Comentarios perdidos, era importante sobre todo el del Génesis.

De las pocas obras de Orígenes de tema no específicamente escriturístico recordemos, entre las que nos han llegado, escritos de menor entidad «Sobre el martirio»; «Sobre la oración»; la «Disputa con Heráclides»; relación escrita de una discusión que tuvo Orígenes contra este obispo, tal vez de Arabia, alrededor del año 245, restituidos de un papiro hace algunos decenios; y sobre todo el «Contra Celso» y el tratado «Sobre los Principios». Los 8 libros «Contra Celso» que nos llegan en el original griego, fueron escritos por Orígenes alrededor del año 246 para refutar el «Discurso verídico» del filósofo Celso, violenta requisitoria anticristiana escrita en tiempos de Marco-Aurelio. El escrito de Celso es refutado sistemáticamente, con abundancia de argumentos que demuestran el buen conocimiento que tenía Orígenes de la filosofía griega.

Los cuatro libros sobre los principios fueron escritos por Orígenes en torno al año 220. Aunque no constituyeron un tratado sistemático de teología como lo entienden los modernos, la obra trata de los principales temas, objeto de estudio en la Escuela de Alejandría: Dios, Cristo, el Espíritu Santo, el mundo, el fin, la Sagrada Escritura, el libre arbitrio: Orígenes es consciente de que sobre muchos puntos la tradición de la Iglesia todavía estaba muda o insegura y que, por eso mismo, la solución que él propone puede suscitar perplejidad: pero él la propondrá sobre todo como una invitación a la discusión y a la profundización. Muchas veces sobre una misma cuestión él mismo sugiere dos soluciones alternativas. En esta obra es donde Orígenes ha expuesto, para discutir más que para definir, las doctrinas que sucesivamente seguirían siendo objeto de tantas criticas hasta desembocar en la condena. En la base de ellas está la convicción, contra el dualismo gnóstico, de que todo lo que Dios ha creado está destinado, tarde o temprano, a ser recuperado para el bien, cualquiera que sea su actual decadencia en el mal: en este sentido esboza un proceso de todos los seres racionales que, creados todos iguales por Dios, en virtud del comportamiento determinado por el libre arbitrio, se han diferenciado en las categorías de ángeles, hombres, demonios, para retornar todos, en el momento final, a la condición originaria. Como hemos dicho, varios puntos de «sobre los Principios» fueron criticados y condenados; pero muchos fijaron de manera casi definitiva la tradición cristiana por materias: baste con aludir además a varios puntos sobre teología trinitaria, a los tratados sobre la incorporeidad de Dios y su libre albedrío, al tiempo que el tratado sobre la Sagrada Escritura (L. IV) fijaba la metodología y los caracteres de la exégesis escriturística de tipo alejandrino. Pero más allá de la validez de las soluciones propuestas, esta obra origeniana es apreciada sobre todo como tentativa de organizar en una síntesis armónica y profunda los puntos fundamentales y de comprensión más dificultosa de la doctrina cristiana. En este sentido, superaba con mucho a todo cuanto se había hecho hasta entonces en los distintos puntos y proponía a toda persona culta una visión global del cristianismo que nada tenía que envidiar a las más audaces especulaciones de la filosofía griega. Había mucho riesgo en esta tentativa: pero, históricamente, su importancia fue muy grande.

3. Principios de exégesis

BI/EXEGESIS-ORIGENES: Para introducirnos de forma más especifica en las lecturas del Comentario al Cantar, es preciso hacer previamente una indicación sobre los principios exegéticos que han informado la interpretación origeniana de la Sagrada Escritura, sobre todo, del A. T. Con este propósito es de destacar que Pablo ya había empezado a interpretar ciertos hechos relevantes del A. T. como anticipación, prefiguración profética de hechos y personas de la Iglesia: baste recordar el paso del Mar Rojo como símbolo del bautismo, e Ismael e Isaac, los hijos de la esclava y de la libre, como prefiguración de los judíos y de los cristianos. Este tipo de interpretación, que los modernos llaman simbólica 3, fue valorado sobre todo, en polémicas contra los gnósticos que—como vimos—distinguían el dios inferior del A. T. del Dios supremo del N. T. y por eso quitaban valor a la revelación del Antiguo Testamento. Justino e Ireneo, interpretando, alegóricamente, de modo bastante sistemático, muchos hechos y figuras del A. T. como anticipación y prefiguración de los hechos de Cristo y de la Iglesia, consiguieron conectar entre si los dos Testamentos, realzando juntos la superioridad del Nuevo respecto al Antiguo. Pero este modo de interpretación todavía no estaba codificado en reglas concretas y sobre todo no se insertaba en una visión sistemática que abarcase globalmente la Escritura. Si bien los hechos del Éxodo eran objeto de interpretación simbólica, en cambio el relato de la creación del mundo y del hombre de Gn. 1-2 era objeto de una interpretación preferentemente literal, como se lee en el L. II «Ad. Autolico», de Teófilo de Antioquía. Y, sobre todo, a nivel popular era prevalente la tendencia a una interpretación literal de la Escritura que, conservando los muchos antropomorfismos del A. T. (Dios que se irrita, se arrepiente, habla con el hombre, etc.) se prestaba a fáciles criticas por parte de los paganos, exigentes en el terreno cultural.

BI/ITO-LITERAL-ESPA: En su interpretación del texto sagrado, Orígenes tuvo presentes las diversas exigencias de la polémica antignóstica y de la presentación del mensaje cristiano, fundado precisamente en la Sagrada Escritura, a los paganos cultos. Por eso, sobre la firme base filológica de las «Hexapla» elaboró una serie de criterios que hiciesen más profunda y homogénea la interpretación escriturística: de ellos, habla, sobre todo, en el L. IV «De principiis», apoyado en un método de pensar de evidente derivación platónica. La distinción de Pablo y Juan entre la Jerusalén terrestre y la Jerusalén celeste, entre el mundo de aquí abajo y el mundo de allá arriba, viene ampliada por Orígenes precisamente, en sentido platónico, en la contraposición entre un mundo terreno, sensible, fenoménico y un mundo celeste, ideal, inteligible. Ambos son reales, pero, a muy distintos niveles: el mundo sensible, más allá de su real, pero modesto grado de autenticidad, es imagen desvalorizada, y por eso símbolo, del mundo inteligible, superior. En cada ámbito de su actividad, el esfuerzo constante de Orígenes fue el de pasar de la apariencia terrena a la autenticidad celeste, del símbolo a la verdadera realidad inteligible y espiritual; y, sobre esta base, planteó la distinción entre cristianos sencillos y cristianos perfectos o que de cualquier modo intentan progresar en la posesión de la verdad y del bien: los primeros se contentan con la realidad sensible, terrena, inferior; los otros buscan trascenderla para llegar a la realidad espiritual y superior.

Traducida en contexto exegético, esta distinción significa que a la interpretación literal, inherente a la realidad material del texto sagrado, se contrapone la interpretación espiritual, que, con método alegórico, intenta descubrir el significado más verdadero de la Escritura, el significado precisamente espiritual, del que el literal es imagen y símbolo; quien se atiene al significado literal, nunca podrá progresar más allá de la condición de simple, de principiante, porque, sólo se progresa en el conocimiento de Dios gracias a la profundización del texto sagrado en busca del significado espiritual, oculto bajo el velo de la letra. Para entender con exactitud la complejidad de este planteamiento exegético debe tenerse presente que, si el significado literal es destinado por Orígenes a ser transcendido por la interpretación espiritual mediante el método alegórico, esto, por otro lado, constituye el punto de partida imprescindible para toda interpretación de tipo alegórico: en efecto, el sentido literal es imagen y símbolo del sentido espiritual, y sólo partiendo de la letra se puede llegar al espíritu de la Escritura.

Teniendo presente este planteamiento resulta fácilmente comprensible la aparente paradoja de que el propio Orígenes, el exegeta alegórico por antonomasia, haya sido en el mundo cristiano el primero en cuidar también de la interpretación literal del texto sagrado a nivel culturalmente apreciable; y de ahí se comprende también el componente filológico de su trabajo de exégesis. En efecto, sólo la exacta verificación de la letra del texto sagrado permite el planteamiento de la interpretación espiritual de modo no arbitrario y por ello correcto: sólo partiendo de las realidades terrenas (= letra de la Sagrada Escritura), las únicas con las que nosotros podemos entrar en contacto inmediatamente, podremos gradualmente alcanzar las realidades celestes (= espíritu de la Sagrada Escritura). El paso de una a otra tiene lugar en virtud del procedimiento que tiende a interpretar la Escritura con la Escritura. En el pasaje que Orígenes tiene a mano, destaca el concepto y los términos fundamentales, los pone en relación con otros pasajes escriturísticos donde se repiten el mismo concepto o los mismos términos, y de este acercamiento hace brotar el significado espiritual, el más auténtico para él.

Orígenes distingue más tipos de significado espiritual: da un amplio margen a la tipología tradicional, que veía en hechos y figuras del A. T. prefiguraciones y anticipaciones de hechos y figuras de Cristo y de la Iglesia. Pero, junto a esta interpretación, que pudiéramos llamar horizontal, la mayoría de las veces pone en paralelo una vertical, que considera las vicisitudes terrenas narradas en el texto sagrado como imagen y símbolo de las realidades celestes, del mundo de las potencias superiores, angelicales y demoníacas, lo cual, en sintonía con la época, tuvo una gran importancia. Particularmente cuidado es el tipo de interpretación que los modernos llaman psicológico: los hechos expuestos en la Escritura son interpretados a la luz de la experiencia del alma cristiana, en lucha con el pecado y llamada a testimoniar de forma cada vez más completa y profunda su contacto con Cristo. Para sistematizar de modo orgánico estos diversos tipos de interpretación, en Princ. IV 2,4 Orígenes se ha basado en la división ternaria del hombre, de origen paulino, en cuerpo/alma/espíritu y ha establecido correspondencias con la división ternaria de la Escritura en sentido literal/sentido moral4/sentido espiritual y con la división tripartita de los cristianos en las categorías de principiantes-aventajados-perfectos. Pero esta distinción no fue supervalorada, por cuanto que Orígenes estuvo bien lejos de aplicarla sistemáticamente en sus trabajos de exégesis: en efecto, normalmente él introduce primero la interpretación literal del pasaje que tiene a su alcance, y, a continuación, utiliza uno de los tipos antes mencionados de interpretación espiritual, generalmente el tipológico o el psicológico, dos tipos de interpretación eminentemente espirituales.

La correspondencia entre el sentido literal y el sentido espiritual en el texto sagrado es normal, pero no es absolutamente sistemática. Para Orígenes cada pasaje de la Escritura hace presente el sentido espiritual, pero no todos manifiestan el sentido literal: en efecto, hay algunos pasajes del texto sagrado que, interpretados en sentido rígidamente literal, resultan incomprensibles o absurdos, indignos de la santidad de la palabra divina 5: el espíritu divino ha querido ocultar el sentido espiritual de la Escritura bajo el literal para que no fuese accesible a cualquiera, a los indignos, sino sólo a los que se consagrasen a ello con pasión y pureza de corazón. En ese sentido, estos pasajes literalmente insostenibles han sido introducidos adrede en el texto para que el exegeta hábil y espiritualmente digno fuese empujado a partir de ellos a buscar el sentido auténtico del pasaje, el espiritual. Este es uno de los aspectos de la exégesis origeniana y alejandrina en general (junto con la tendencia a fundamentar la alegoría en la etimología de los nombres propios—sobre todo judaicos—y en números, plantas y animales) que más desconcierta al lector moderno no versado en la cultura antigua. Pero téngase en cuenta, para una valoración histórica de este fenómeno, que ya había sido aplicado por los filósofos paganos a la interpretación de los mitos, frecuentemente inmorales, y poco en consonancia con la dignidad de los dioses; y sobre todo, que también permitía superar las dificultades que los gnósticos, enemigos del dios del A. T. presentaban respecto al texto sagrado fundándose en sus propios y numerosos antropomorfismos. Hoy está en boga entre los exegetas modernos la exigencia de la desmitificación: cuando Orígenes decía que no se podía aceptar que el mundo hubiese sido creado en seis días y por eso indagaba en estas expresiones un significado alegórico, estaba desmitificando a su manera. Pero, sobre todo, hay que procurar caer en la cuenta sobre el valor más auténtico de la exégesis de Orígenes en armonía con las Ideas maestras de su pensamiento: para él, el texto sagrado es Palabra de Dios, es el Verbo, palabra divina, que oculta su divinidad bajo la letra del texto, así como en otra dimensión la oculta bajo el cuerpo humano asumido; y seria impío pretender encerrar la infinita fecundidad de la palabra de Dios en una determinada interpretación imaginada por la débil mente humana. En realidad, para Orígenes la Sagrada Escritura encierra infinitos significados, infinitos tesoros ocultos bajo la envoltura terrena de la letra, y esos significados se despliegan gradualmente ante el exegeta que progresa continuamente en el estudio y en la santidad, sin poder agotarlos nunca. En otros términos, la relación entre el texto sagrado y la persona que lo aborda no se configura de modo estático, como adquisición de un significado determinado y concluido, sino de forma eminentemente dinámica y existencial, para penetrar cada vez más a fondo en la fecundidad de la palabra divina. Infinitos son los niveles a los que puede acceder quien se acerca a ella, a medida que profundiza en su estudio y paralelamente aumenta la propia vida espiritual.

4. El Comentario al Cantar de los Cantares

Jerónimo, agudo conocedor de la Escritura, consideraba el Comentario al Cantar como la obra maestra de Orígenes: observando que, si bien con sus otras obras Orígenes superó a todos los demás, con el Comentario al Cantar, se superó a si mismo. Y no cabe dUda de que en la interpretación de este canto de amor Orígenes ha podido aplicar sus principios hermenéuticos de modo particularmente acertado, al servicio de un ímpetu místico que en las letras cristianas de aquel tiempo, representó una profunda novedad destinada a vida exuberante. La explicación de estos hechos resulta evidente: si hay un libro de la Sagrada Escritura que necesariamente exige, en sentido cristiano, una interpretación de tipo alegórico, ese es sin lugar a dudas el Cantar de los Cantares. En efecto, observado desde el único punto de apoyo de la letra del texto, el canto de amor de los dos esposos reales no presenta nada que pudiese autorizar su inserción entre los libros divinamente inspirados: el único exegeta antiguo que había impugnado la exégesis alegórica, el antioqueño Teodoro de Mopsuestia a principios del siglo V, se vio forzado a negar también su carácter inspirado.

Los judíos, que atribuyeron el Cantar a Salomón junto con los Proverbios y el Eclesiastés, ya lo interpretaron como el canto de amor que mutuamente se dirigen el esposo Yavhé y la esposa Israel. Los cristianos se limitaron a adaptar y a hacer suya esta interpretación, identificando al esposo con Cristo y a la esposa con la Iglesia, valorando la célebre imagen de Pablo en Ef. 5, 31ss. El comentario cristiano más antiguo al Cantar, el de Hipólito 6, algunos años anteriores al de Orígenes, está planteado enteramente sobre esta tipología de base, y no presenta ningún indicio de interpretación literal. Seguramente debía ser, en gran parte, tributario de una exégesis que en aquella época ya era tradicional. En esa Iínea se sitúa Orígenes, pero con una interpretación muy diferente en el grado de complejidad y amplitud.

El interés de Orígenes por el Cantar se concretó en una serie de homilías y, sobre todo, en la extensa colección de 10 libros, que compuso alrededor del año 240. El comentario propiamente dicho va precedido de un prefacio particularmente desarrollado, en el que Orígenes examina varios problemas de carácter preliminar antes de pasar a la efectiva interpretación del texto. Pero, así como Jerónimo nos salvó, traducidas al latín, las dos primeras homilías de la colección, del mismo modo Rufino de Aquileia tradujo, en los primeros años del siglo V, la parte preliminar del comentario, hasta la interpretación del Cant. 2,15, distribuyéndolo en cuatro libros7, a los que afortunadamente antepuso la traducción del extenso e importante prólogo. La «Filocalia», antología de pasajes de obras origenianas de la que se ocuparon Basilio de Cesarea y Gregorio Nacianceno, ha conservado un pasaje del comentario original relativo a la interpretación del Cant. 1,5. Más tarde el comentario origeniano fue ampliamente utilizado por Procopio de Gaza, que adujo algunos pasajes relativos a la interpretación de versículos del Cantar, distribuidos, con muchas soluciones de continuidad, desde el principio hasta el fin de la obra 8. Procopio ha abreviado mucho el texto origeniano que utilizó, pero de cualquier modo lo ha conseguido reproducir si no perfecta, al menos, satisfactoriamente.

Los textos extraídos de la Filocalia y de Procopio permiten junto con alguna indicación externa, controlar en cierto modo la fidelidad de la traducción de Rufino. En consonancia con los cánones tradicionales de la traducción literaria, que aconsejaban plasmar el sentido de la obra traducida pero de forma libre para que pudiese ser adecuadamente elegante, Rufino hizo uso de una gran libertad al traducir el Cantar. En efecto, no se ha limitado a dar razón del texto origeniano ad sensum, sino que lo ha podado drásticamente de todo el aparato erudito que Jerónimo tanto admiraba pero que hubiese resultado en gran parte inútil para el lector latino generalmente poco versado en filología. En efecto, sabemos que Orígenes, a pesar de atenerse, para el comentario, fundamentalmente al texto griego de los Setenta, sin embargo, también tomó en consideración, de forma bastante sistemática, las distintas variantes suministradas por otras traducciones griegas (Aquila, Símaco, Teodoción), comentando las expresiones en que estas traducciones se diferenciaban notablemente del texto de los Setenta9. Nada de todo esto ha permanecido en Rufino, que se ha limitado a citar aquí y allá algunas variantes al texto, que leía en los ejemplares latinos del Cantar que tenia a mano: esta pérdida es muy grave.

En compensación, el traductor latino ha añadido alguna aclaración de su cosecha, pocas veces doctrinal, las más de las voces meramente explicativa, para esclarecer algún punto particular del texto griego que pudiese resultar oscuro o equívoco para el lector latino: véase por ejemplo en la p. 53 la fraseología latina que explica la filosófica griega citada en primer lugar por su tecnicismo; y en la p. 200 la aclaración de que es preferible traducir «melo» con el grecismo «melum» que con el normal latino «malum», ya que, dado el contexto, alguno hubiese podido equivocarse e interpretar «malum» como «male» en vez de como «melo». Estas indicaciones bastan para resaltar cuál ha sido la libertad que ha tenido la traducción rafiniana: pero también hay que añadir que esa libertad no ha falseado el sentido del discurso origeniano, que, por eso, podemos seguir de forma, si no perfecta, al menos satisfactoria.

Aludiendo a la traducción de Rufino hemos mencionado el aparato erudito de inusitado empeño que Orígenes había puesto en la base de su interpretación. Pero no se limitan a ésta las novedades de gran peso que Orígenes aportó a la ya tradicional interpretación del Cantar. Una breve descripción de los caracteres del comentario origeniano bastará para resaltarlas.

La interpretación de cada versículo o grupo de versículos se inicia con un breve comentario de carácter literal: por cuanto nos consta, Orígenes es el primer exegeta cristiano que cuidó también este aspecto de la interpretación del Cantar. Desde el principio pone de relieve el carácter dramático del canto, en el que los personajes se alternan continuamente: ahora habla la esposa, ahora el esposo, y alguna vez, también, se dirigen a otros interlocutores, los compañeros de la esposa y del esposo. Delimitado este carácter, Orígenes cada vez describe minuciosamente, diría más, puntillosamente, los continuos cambios de escena: a veces, por ejemplo, en las páginas 227 y siguientes, toma en consideración, bajo el aspecto literal, amplios trozos del texto conjuntamente para mejor establecer todas las particularidades, que en un comentario fragmentario, de versículo a versículo, pudiesen pasar inadvertidos. La razón de este comportamiento ya la hemos aclarado antes, en el contexto del desarrollo sobre los principios exegéticos de Orígenes: en ellos acostumbra a fundamentar la interpretación alegórica sobre una atenta consideración a la letra del texto bíblico que interpreta; por eso considera indispensable, precisamente para encaminar justamente la alegoría, determinar con exactitud su base literal. Respecto a la interpretación escriturística de otros autores contemporáneos o un poco anteriores, por ejemplo Hipólito, Orígenes presta mucha atención a cada uno en particular, y lo hace objeto de esmerada interpretación espiritual: paralelamente se acrecienta su interés por la verificación de la letra del texto.

La interpretación literal tiene, como hemos visto, un valor exclusivamente propedéutico: una vez bien establecidos los caracteres del texto, Orígenes introduce la interpretación espiritual con el acostumbrado método alegórico, desarrollándola con muy distinta amplitud. Dicha interpretación se lleva a cabo sistemáticamente en dos líneas que se cruzan de muchos modos, pero que en conjunto permanecen bien diferentes. La primera está constituida por la interpretación tipológica, que Orígenes hereda de la tradición: la esposa y el esposo son figura de la Iglesia y de Cristo respectivamente y apoyada en esta identificación se propone la interpretación de los otros personajes. La otra Iínea, en cambio, representa una gran novedad en la interpretación del Cantar, y que iba a tener mucho éxito: interpretando en sentido que los modernos llaman psicológico, Orígenes sigue viendo en el esposo a Cristo pero en la esposa al alma que tiende a él. También aquí la interpretación de los demás personajes se propone en base a esto.

Por consiguiente, una interpretación que podremos llamar de tono comunitaria y otra, en cambio, de carácter individual; pero para Orígenes la salvación y la perfección de cada alma se realiza en la Iglesia pese a que no siempre logra diferenciar netamente los dos tipos de interpretación. Ni siquiera el orden en el que se introducen las dos interpretaciones es regular: en algunos casos va delante la interpretación tipológica, a continuación de la literal que—obviamente—es siempre la primera; otras veces, en cambio, aunque más raramente, a la interpretación literal le sigue la psicológica. Pero en conjunto los dos filones se consideran muy distintos, porque vienen articulados sobre temas diferentes. Tema fundamental de la interpretación tipológica es el contraste entre Israel y la Iglesia cristiana, entre la vieja herencia del A. T. y la nueva economía del N. T.: en este sentido los amigos del esposo pueden simbolizar fácilmente a los profetas, y las hijas de Jerusalén a las que alguna vez se dirige la esposa, al pueblo de Israel que no ha querido aceptar el mensaje de Cristo. Las diversas particularidades del discurso están interpretadas con este modelo, y siempre para que resalte la superioridad del esposo: su aroma, su pecho son mejores que los perfumes, que el vino de la ley y de los profetas: páginas 79 y siguientes. El ofrece objetos de oro a la esposa, mientras que los profetas sólo hablan podido ofrecerle objetos de un material parecido al oro con bordados de plata: página 172 y siguientes. Para Orígenes la Iglesia no empezó con Cristo y los apóstoles, sino que existe realmente desde siempre, desde el comienzo del mundo10 y ha vivido siempre en la espera de Cristo. Su llegada en la carne, su unión con ella, ha significado el paso de la edad infantil a la edad adulta, de la imperfección de la ley a la perfección de la gracia, que ahora ya es apta y digna de unirse con su esposo tanto tiempo esperado. Este es el tema fundamental de la interpretación tipológica del Cantar en el comentario origeniano.

Tema fundamental de la interpretación psicológica es el de la distinción entre los sencillos «incipientes» por un lado, y los perfectos por otro. La distinción no se introduce teóricamente, sino con el único fin de resaltar cómo cada cristiano, cualquiera que sea su condición, debe sentir el empeño de progresar cada vez más para unirse aún más y mejor a Cristo: cada cristiano debe volverse como la Esposa del Cantar. En el modo de describir la dulzura de la unión, de señalarla como meta a la que hay que tender con todo el ser, Orígenes se ve invadido con frecuencia por un auténtico entusiasmo que se concreta en aperturas místicas11 de gran sugestión y que tanto éxito tendrían: baste pensar en los temas de los sentidos espirituales, de la herida de amor, y en el tema fundamental de toda la obra, el de los desposorios místicos.

En este contexto normalmente se ve a la esposa como expresión del alma perfecta que ya ha llegado al momento de la unión definitiva con el Logos divino12; en cambio, las doncellas que la rodean representan a las almas que, la que más y la que menos, aún son imperfectas, y corren tras el aroma del perfume del esposo pero todavía no han logrado reunirse con él: páginas 92 y siguientes. Estas aún están en la fase de adhesión al Cristo encarnado, mientras que la esposa sin duda que ya ha conseguido adherirse a la divinidad del Logos: página 101 Frente a las doncellas la esposa simboliza un estadio de progreso mucho más avanzado, la perfección, habíamos dicho. Pero aquí se pone de relieve el estado de tensión con el que Orígenes caracteriza a este personaje fundamental. Para él, como hemos visto antes, la relación entre el Logos y el alma está siempre en estado de tensión dinámica, de extrema mutabilidad: aún el alma que más ha progresado, si no permanece bien atenta, si no llega a conocerse a si misma—como queda dicho en las páginas 147 y siguientes aludiendo al Cantar 1,8—puede perder su estado privilegiado. De ahí las advertencias incluso a la esposa para que proteja su propia condición, mientras que va aflorando otro tema típico de este contexto origeniano, a saber, la exigencia de que el alma perfecta esté siempre disponible para el progreso de las otras almas: incluso la esposa corre tras el perfume del esposo, bien sea porque quizá ella también necesite progresar, o bien porque deba ayudar en la carrera a las doncellas, es decir a las almas menos perfectas que ella y que por eso necesitan de su ayuda: página 92.

Los comentarios escriturísticos de Orígenes, debido también a su acostumbrada gran extensión, muchas veces son un poco dispersos: en efecto, examinados de cerca reflejan la intención de enseñanza con todo lo que eso conlleva de improvisado y alternativo. Forman parte de un género literario sui generis, la literatura escolástica bíblica, y tienen su propia «elocutio». Finalmente es muy fácil reconocer en los comentarios origenianos continuas digresiones, ampliaciones anómalas de temas particulares, repeticiones que parecen llevarnos verdaderamente hasta dentro de la escuela al contacto con la viva voz del maestro.

Estos caracteres tampoco están ausentes en el Comentario al Cantar. En la trama de la interpretación sobresalen algunos contextos en los que el exegeta prefiere detenerse, incluso demasiado, para desarrollar a fondo un punto particular. La esposa es negra y bella, (Cant. 1,5): para el griego Orígenes los dos adjetivos literalmente entendidos no son conciliables, por eso «negra» está explicado con particular atención. He aquí por qué trae a colación varios pasajes de la Escritura en los que se habla positivamente de hombres y mujeres de este color y se detiene en una larga explicación, de la cual saldrá iluminada la peculiaridad del Cantar: página 109 y siguientes. El mismo procedimiento utilizará para interpretar las pequeñas raposas del Cant. 2,15 página 278 y siguientes. Y se ven las amplias compilaciones sobre gradaciones del amor en las páginas 209 y siguientes sobre el Cant. 2,4 y sobre el conocimiento de si mismo en las páginas 147 y siguientes. sobre el Cant. 1,8.

Por otra parte, a pesar de estas descompensaciones resulta muy claro que la estructura general del Comentario al Cantar es fundamentalmente homogénea y orgánica, en cuanto que está articulada de modo sistemático sobre los dos grandes temas de los que ya hemos hablado antes, característica que distingue bien a este Comentario de los otros que nos han llegado, y que por eso determina una unidad incluso de tono difícilmente recognoscible en otro lugar. De semejante homogeneidad y mantenimiento de tono se beneficia el desarrollo de toda la obra, especialmente en el componente místico, que resulta particularmente acentuado por la reiteración—debidamente variada—de los mismos motivos en todo el conjunto de la obra: de ahí el carácter de altísima espiritualidad que empapa de un extremo a otro esta gran obra de Orígenes. No podemos por menos que aludir muy brevemente al éxito que tuvo esta obra, que fue inmenso. Todos los comentaristas del Cantar que vinieron detrás la tuvieron muy presente, algunos se inspiraron en ella de forma fundamental. Generalmente las dos interpretaciones, tipológica y psicológica, no vuelven a aparecer yuxtapuestas una a otra tal y como las había puesto Orígenes. Algunos prefieren la tipología tradicional, aunque sin poder sustraerse a la influencia de la interpretación psicológica, como Teodoreto entre los griegos y Gregorio de Elvira entre los latinos. Pero, sobre todo, es la interpretación psicológica la que ha suscitado el interés: Gregorio de Nisa fundamenta enteramente en ella su comentario, y Gregorio Magno gran parte del suyo; y en el Medioevo baste recordar a Bernardo de Claraval. Más allá del especifico ámbito exegético, el Comentario al Cantar, de Orígenes, marcó un punto fundamental en la historia de la mística occidental, hasta llegar a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

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1 El gnosticismo unía elementos religiosos de distinta procedencia: cristiana, hebrea, griega y oriental, asentado sobre una valoración negativa del mundo material, distinguía el Dios del A.T., creador del mundo, del Dios del N.T., Padre de Cristo, considerando al primero sólo como a un dios menor, justo, pero no bondadoso, inferior al Dios supremo que se reveló por obra de Cristo en el N.T. A esta distinción del mundo divino correspondía la división de los hombres en dos categorías, los espirituales que son los menos, y los materiales, muy numerosos: los primeros, destinados por naturaleza a la salvación, los otros, destinados a la corrupción.

2 BI/VERSION-SETENTA: Era la traducción más antigua al griego del A.T.. Se llamó así porque según la leyenda había sido compuesta en 70 días por 70 sabios de Alejandría en el siglo III antes de Cristo. En realidad se trata de un conjunto no homogéneo de traducciones, a veces más bien libres, elaboradas entre los siglos lll y I.

3 De typos= figura, símbolo.

4 Por sentido moral de la Escritura, Orígenes entiende que es aquél que permite aplicar el texto escriturístico a las exigencias de la vida cotidiana de los cristianos.

5 Así, por ejemplo, resultaban para Orígenes los numerosos antropomortismos del A.T. que hemos indicado anteriormente.

6 Este comentario, al menos tal y como ha llegado hasta nosotros, no está completo, y concluye con la interpretación del Cant. 3, 7 -8.

7 Esta distinción, ya tradicional en las ediciones de imprenta, no figura en la mayoría de los manuscritos, que omiten la distinción entre los libros lIl y IV y por eso reparten el comentario en tres libros.

8 El comentario de Procopio no era original, sino que consistía en interpretaciones deducidas de varios autores y citadas de vez en cuando con el nombre de cada autor, por eso el material origeniano se puede identificar con seguridad incluso en los fragmentos donde falta la confrontación con la traducción de Rufino. El estado excesivamente fragmentario de este material nos ha disuadido de la idea de ofrecerlo traducido.

9 Todo esto lo sabemos por Jerónimo. Los fragmentos de Proconio han conservado alguna que otra huella de esta forma de proceder.

10 Orígenes postula platónicamente la existencia de una iglesia ideal, celeste, de la que es imagen la terrestre. En cuanto a esta Iglesia terrestre, ya antes de la venida de Cristo, contaba con los justos del A.T., que Orígenes considera hermanos de los cristianos, parte del rebaño de Cristo.

11 El adjetivo «mystikos» indica propiamente algo que es secreto y misterioso y Orígenes lo empleará a menudo para indicar el sentido espiritual de la Escritura, y no con el sentido que hoy le damos al término. Por otro lado, el contenido del comentario origeniano, en gran parte, se puede llamar místico en la acepción verdaderamente moderna de la palabra.

12 Orígenes distingue entre los perfectos que se adhieren a Cristo en cuanto a Dios, es decir al Logos, y los sencillos que sólo logran adherirse al Cristo encarnado. Para él la encarnación tiene precisamente un valor propedéutico para posibilitar el contacto con Dios a quienes todavía son imperfectos.