XI

PASIÓN Y MUERTE

 

15. Los últimos acontecimientos

15.1. Introducción

15.1.1. Ni los hechos ni los dichos de Jesús, por más que reforman y ofrecen aspectos nuevos de la religión judía de su tiempo, entrañan por sí mismos que su vida tenga un final tan trágico. Porque la vida de Jesús termina mal. Los responsables religiosos de Israel comprenden en un determinado momento, sobre todo con la presencia de Jesús en Jerusalén, que éste puede romper la paz establecida entre Roma y la aristocracia del pueblo. Para silenciar el mensaje creen indispensable acabar con el mensajero. Entonces elaboran una fina estrategia habida cuenta del estilo de gobierno fundado en un Estado de derecho que Roma lleva en Judea. Y los sumos sacerdotes vencen a Jesús y a sus discípulos.

El tratamiento que los Evangelios dan a la pasión y muerte de Jesús es muy coherente. Suponen que existe un relato previo muy antiguo que unifica las narraciones en su base. A diferencia de los temas ya expuestos, la descripción de la pasión y muerte prueba una referencia histórica en la que los autores escriben los acontecimientos con tiempos y lugares precisos, además de citar personas reconocibles en el ámbito de la historia y de las comunidades cristianas. No puede ser de otra manera ante el escándalo que deriva de la condena y muerte de Jesús en cruz. Pero la comunidad cristiana responde a la realidad histórica con una elaboración teológica impresionante.

Así, pues, en los relatos se reconocen dos niveles de comprensión distintos y están divididos en cuatro bloques bien delimitados: arresto, proceso judío, proceso romano y muerte. El primer nivel manifiesta un interés muy especial por las últimas horas de la vida de Jesús, lo que obliga a que todo lo que le sucede se ordene de una manera que no ha aparecido en el ministerio por Palestina. Dos días antes de la Pascua se busca el motivo de su condena (Mc 14,1par); en la víspera de la Pascua Jesús envía a dos discípulos para preparar la Cena (14,12par); la celebra con los Doce al anochecer (14,17par); Pedro niega a Jesús al canto del gallo (14,72); muy de mañana comienza el proceso romano (15,1par); Jesús muere hacia el mediodía (15,25.33par) y es enterrado al caer la tarde (15,42par).

La precisión cronológica se acompaña con la mención de los lugares. Los hechos acontecen en la ciudad santa de Jerusalén: sufre la agonía y es arrestado en Getsemaní (Mc 14,32par); se le instruye el sumario en la residencia del sumo sacerdote y se le procesa y condena en el antiguo palacio de Herodes el Grande en la capital (14,53par; 15,1par); se le crucifica en el Gólgota (15,22par) y se le entierra en un lugar cercano (15,47par).

A esto se unen los personajes que aparecen en este tiempo final de su vida. Los Doce, con el protagonismo de Pedro (Mc 14,66-72par) y Judas (14,20-21.43-45par); los sumos sacerdotes, entre los que destacan Anás y Caifás (Jn 18,13; Mc 14,53-64par); las autoridades civiles: Pilato (Mc 15,1-15par) y Herodes (Lc 23,8-12); personas singulares como Barrabás (Mc 15,7par), Simón de Cirene (15,21par), José de Arimatea (15,43par), o anónimos como el centurión (15,39par), el buen ladrón (Lc 23,40); o colectivos como los criados y guardias de los sumos sacerdotes (Mc 14,43.65par), los testigos (14,56par), los soldados (15,16-20par), los verdugos (15,36par), los crucificados (15,27.32par), un grupo de mujeres que lamentan su estado (Lc 23,27), las seguidoras cuyos nombres varían de un Evangelio a otro, situadas a distancia (Mc 15,40-41par) o al pie de la cruz, en donde Juan nombra a su madre, a la hermana de su madre, María de Cleofás, María Magdalena y al discípulo amado (19,25-27). Todos ellos pertenecientes a un pueblo que exige su muerte (Mc 15,8-15par) o se pasma y arrepiente de lo ocurrido con Jesús después de verlo morir/en cruz (Lc 23,48).

Las horas y los días, los lugares y las personas históricas o redaccionales con sus actitudes en favor o en contra de Jesús elevan las tradiciones sobre la pasión a otro nivel mucho más valioso para los creyentes. Jesús es el siervo y justo sufriente que, según las Escrituras (Mc 14,16par; 14,41par; etc.), obedece la voluntad de Dios acatando hasta el máximo de sus fuerzas el proyecto de salvación (14,36); se siente traicionado por sus discípulos y abandonado por todos, incluso por Dios (Mc 15,34; Mt 27,46); bebe el cáliz del dolor hasta extremos inconcebibles a la dignidad humana (Mc 15,36par). Pero, a la vez, Jesús muestra un señorío y una majestad que está más allá de los límites de la naturaleza humana, porque es capaz de prever su pasión (Mc 8,31par; 9,31par; 10,33-34par) y encuadrarla en el marco de la voluntad divina ordenada con precisión para él en la historia (Mc 14,7-8; 13-15par; etc.). Se confiesa como Mesías, Hijo de Dios y Señor (Mc 14,61-62par; 15,39par). En fin, él domina todos los acontecimientos que le afectan y afronta la muerte con libertad (Jn 8,42; 13,3; etc.). Es el Rey (Jn 18,37). Todo lo que le sucede está diseñado por Dios. Nada ocurre al azar, o por libre voluntad humana. Con la muerte cumple la misión que le encomienda el Padre y para la que ha venido a este mundo (Jn 1,14), y vuelve a la gloria que le pertenece (12,12-6).

Estas interpretaciones, fundadas en la Escritura (arresto de Jesús), reflexionadas al calor del culto (Última Cena), recordadas con el fin de aleccionar a los discípulos de Jesús de todos los tiempos (negaciones de Pedro), escritas con tintes apologéticos (la culpabilidad de los judíos) y confesadas por la experiencia de la Resurrección, se abren paso en las comunidades cristianas ante la evidencia histórica de su crucifixión. Es una manera de justificar e interpretar una muerte tan horrorosa del que se cree con todas las fuerzas que constituye la última y definitiva revelación de Dios a los hombres. Sin embargo, la causa y la forma de su muerte concluye en el rechazo total de los judíos, porque invalida su mensaje en cuanto proveniente de Dios. Para los judíos, no puede ser de Dios aquel a quien Dios ha dejado colgado de un madero. Por otro lado y más tarde, los cristianos se encuentran con el desaire de los paganos que bajo ningún concepto entienden la presencia divina en un hombre, además un hombre muerto como un esclavo y encima propuesto como guía del encuentro definitivo con Dios. La fe en Jesús y su misión continúa adelante a pesar de esta doble incredulidad histórica, judía y pagana. Así, pues, se entrelazan y escriben la historia y su interpretación en los Evangelios. Trataremos de deslindarlas, pero no es tan fácil saber con exactitud lo que sucede en los dos últimos días de Jesús, cuando su base narrativa está enfocada desde la experiencia creyente y al servicio de la fe.


15.1.2. Hay dos relatos que preceden a la pasión y que mere-ce la pena contarlos antes de narrar el arresto en Getsemaní. Se encuadran en la semana previa a la Pascua judía y, por consiguiente, están ligados a los últimos días de la vida de Jesús. La entrada en Jerusalén y la Última Cena forman un prólogo que avisa y enuncia lo que va a suceder a continuación.

1. Entrada triunfal en Jerusalén

Jesús viaja a Jerusalén con sus discípulos para celebrar la Pascua, como tantos peregrinos lo hacen formando largas caravanas. Caminan de Jericó a Jerusalén (Mc 10,46) pasando por el monte de lo Olivos1. Jesús manda a dos discípulos a un pueblo vecino para que recojan un borrico en el que nadie ha montado aún (Mc 11,1-6par), como signo de la dignidad del que lo va a cabalgar. Si alguien se opone a la acción, en cierto modo lógica, Jesús les dice que es el «Señor» quien lo manda, es decir, el que está sobre todos, al menos sobre sus seguidores. Con ello eleva la orden por encima de cualquier lógica histórica y da contenido al mensaje que se comunica a continuación: el hijo de David va a entrar en Jerusalén para tomar posesión de la ciudad (Mt 21,9).

1 Aunque la disposición de las ciudades la coloca el Evangelista en un orden inverso al itinerario real: «Cuando se acercaron a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos» (Mc 11,1; Lc 19,29). De hecho Mateo (21,1) no cita a Betania. Para Lucas, por contra, Betania es el lugar emblemático do de se revela no sólo como mesías sufriente, sino también como resucitado y glorioso, cf. Lc 24,50.

La escena está elaborada a partir de un texto de Zacarías (9,9) como trasfondo: «Alégrate, ciudad de Sión: aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra» (cf. Mt 21,5)2.

En efecto, «llevan el borrico a Jesús, le echan encima sus mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraban con sus mantos el camino, otros con ramos cortados en el campo. Los que iban delante y detrás gritaban: ¡Hosanna! Bendito el que viene en nombre del Señor (Sal 117,26). Bendito el reino de nuestro padre David que llega. ¡Hosanna al Altísimo!» (Mc 11,7-10par). Los discípulos y la gente que le acompaña forman un tapiz sobre el suelo para que pase por encima el rey mesías3. Al gesto de extender sobre el suelo los mantos y las ramas de olivo se une una doble aclamación a Dios. La primera se realiza a través del mensajero que manda: el mesías rey que aparece para instaurar su Reino4. La segunda se dirige a Dios mismo en su morada que está en lo más alto. Así se le reconoce toda su gloria. Por último, «entró en Jerusalén y se dirigió al templo. Después de inspeccionarlo todo, como era tarde, volvió con los Doce a Betania» (Mc 11,11). Jesús echa una mirada hacia un edificio que le perte-

2 En el texto de Zacarías que cita explícitamente Mateo suprime los dos calificativos de justo y victorioso, característicos de los jefes militares que son aclamados cuando toman triunfantes las ciudades vencidas, pues, como Marcos, sigue acentuando la entrada humilde del rey mesías que va a tomar su ciudad (Mc 21,4-9). Se ayuda además de Is 62,11 que indica la llegada del Salvador. Mateo mantiene la actitud humilde de Jesús ante Dios y ante los pobres (Mt 11,25-30).

3 La acción recuerda la entronización de Jehú, hijo de Josafat, cuando es ungido rey por un discípulo del profeta Eliseo: «Así dice el Señor: Te unjo rey de Israel. Inmediatamente tomó cada uno su manto y lo echó a los pies de Jehú sobre los escalones. Tocaron la trompa y aclamaron: ¡Jehú es rey!». 2Re 9,12-13.

4 Mateo escribe «Hijo de David» (21,9) en continuidad con las esperanzas de Israel de salvación que recaen sobre uno de su descendencia (1,1; 12,23), aunque Jesús corta toda visión nacionalista del término, cf. 22,41-44. La fiesta que Mateo señala para la entrada de Jesús se corresponde a la convulsión que su muerte y resurrección supone para la ciudad, cf. 27,51; 28,4. Y su auténtica identidad sólo se revelará una vez rechazado, cf. 23,30-31.34.37.

nece. Es el emblema de la ciudad o la razón de ser de Jerusalén. Indica una inspección que prepara la protesta que hará después, cuando vuelque las mesas de los cambistas para purificar la sede de su Padre (Mc 11,15-19par).

Jesús entra en Jerusalén como mesías rey según la creencia cristiana. Por medio de su pasión, muerte y resurrección Dios ofrece la salvación a los hombres. No es ningún político ni un militar ensoberbecido de sus triunfos. Lucas lo narra en un tono de inmensa alegría. Los discípulos han contemplado sus milagros y han escuchado su palabra en su recorrido por Palestina. Por eso alaban a Dios a su entrada en Jerusalén, como al inicio de su vida lo hicieron los pastores en Belén (Lc 19,37; 2,20)5.

Las aclamaciones que recibe Jesús a las puertas de Jerusalén no tienen eco alguno en los que la habitan. Comprobaremos que las autoridades y el pueblo se pondrán en su contra y pedirán su muerte (Mc 15,11-15par). Lucas lo avisa: «Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Replicó: Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras» (Lc 20,39-40)6. Pero él entra en son de paz, ya que es un mesías humilde y sencillo, como dice la cita de Zacarías. Es un aviso a la acusación de Caifás en el proceso religioso (Mc 14,61-62par) y a las voces que se oyen como injurias cuando está clavado en la cruz (15,32par). No deben existir equívocos sobre la identidad modesta y pacífica del mesías, del sentido que comporta su Reino, como antes le ha sucedido a Pedro (Mc 8,27-38par), porque el pueblo cree que el mesías posee el poder divino, como su filiación participa de la omnipotencia del Todopoderoso. Mesías, Hijo y Rey serán títulos que se barajarán en los procesos ante el sumo sacerdote y Pilato y constituirán la causa de la condena, y sus contenidos deben estar claros al principio del debate definitivo de Jesús con los responsables religiosos de Israel.

5 Sin embargo Juan cuenta que los discípulos no entienden el hecho de que, como rey, se monte en un borrico. Y es que para el Evangelista la entrada de Jesús en Jerusalén no es la entrada del mesías rey a su ciudad, sino el último paso que da para ingresar en su gloria. Por eso los discípulos sólo entienden e acontecimiento cuando fue glorificado (In 12,12-16).

6 Podemos imaginar que la protesta de los fariseos puede referirse a la defensa de las relaciones con los romanos, por la que cualquier alboroto puede originar una represión; o también mantienen la oposición a Jesús que viene de la etapa de su ministerio en Galilea. La respuesta de Jesús puede aludir a Is 52,9: «Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén»; o también en un sentido negativo según Hab 2,11, como sucederá más tarde en la pasión: «Las piedras de las paredes reclamarán alternando con las vigas de madera», protesta que se hace al amo de la casa que la ha construido con bienes robados.

Jesús es un mesías que viene a Jerusalén para comunicar la paz y la salvación, y sus habitantes le contestarán con la muerte. Se presenta con la debilidad externa que declara su imagen no violenta y pacífica que resalta al entrar montado en un asnillo, como suelen ir los responsables de los pueblos cuando van a las ciudades en tiempos de paz para concederles favores y privilegios (Jue 5,10). No cabalga sobre un caballo dispuesto a entrar en combate o para sitiar y conquistar una ciudad, como acentúa el verso siguiente del profeta que da pie a la narración: «Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de guerra, y él proclamará la paz a las naciones" (Zac 9,10; cf. Is 62,11). Lucas apunta que el mensaje de paz dado en Belén cuando nace Jesús es a la tierra (Lc 2,14); ahora, que visita Jerusalén, la paz pertenece a Dios que está en el cielo, como su gloria. Y la meta de la misión de Jesús es la gloria, donde va a residir para siempre (Jn 13,32-33), y no la muerte en la cruz. También la aclamación de los discípulos: «Paz en el cielo, gloria al Altísimo» puede ser una referencia velada a Jerusalén, ansiosa de esa paz que él ofrece con su presencia en estos momentos.


2. La Última Cena

Una vez en Jerusalén, Jesús reúne a los que le han acompañado desde Galilea para compartir una cena en el contexto de la celebración de la Pascua. La cena toma muy pronto el sentido de despedida de sus discípulos, por la proximidad de su muerte, en las comunidades cristianas; o también porque el lugar donde se relata y recuerda su pasión es cuando se reúnen las comunidades para hacer memoria de la Última Cena, que es el testamento que les deja. Eucaristía y muerte andan, pues, muy relacionadas desde el principio.

Sin embargo, hay indicios históricos reflejados en los Evangelios en los que Jesús percibe que su vida puede tener un final trágico. Un dicho, inserto en las invectivas contra los fariseos y letrados, va en este sentido: «Por eso dice la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los matarán y perseguirán» (Q/Lc 11,49; Mt 23,34). Se simboliza en la parábola que Jesús dirige a los responsables religiosos sobre una viña que un hombre arrienda a unos labradores. Dios envía profetas y a su propio Hijo para cuidar la salvación de su pueblo. Pero en vez de cosechar estos frutos se encuentra con los asesinatos de sus mensajeros y de su propio Hijo (Mc 12,1-9). La protesta que realiza Jesús en la explanada del templo y la decisión de los sumos sacerdotes hace que clame: «¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los enviados» (Q/Lc 13,34; Mt 23,37Q)7.

Con esta sensación es muy posible que Jesús celebre la Última Cena cuando visita Jerusalén. Tanto Marcos (14,22-25par) como Pablo (1Cor 11,21-23), y los demás evangelistas dependientes de ellos, coinciden en la relación estrecha de la cena con la muerte inminente de Jesús al situarla al «atardecer» (Mc 14,17), o en el día de su pasión y muerte, o en «la noche en que era entregado» (1Cor 11,23). Jesús afirma después de la bendi-

7 A esto se une la experiencia habida en su etapa de Galilea con el ajusticiamiento de Juan Bautista (Mc 6,17-29par), y el que ciertas voces le consideren como el Bautista redivivo (Mc 6,14-16; 8,27-28); las advertencias de muerte que escucha después de curar al hombre de la mano paralizada por parte de fariseos y herodianos (Mc 3,1-6); el aviso que le dan los fariseos de que Herodes anda tras él (Lc 13,31); la acusación de blasfemia (Mc 2,7), que aparecerá en el proceso religioso ante Caifás (Mc 14,64par) y la imputación de establecer pactos con el diablo (Mc 3,22.30; cf. Q/Lc 11,15; Mt 9,34; etc.). Para la relación cena y muerte, cf. S. VIDA[., Los tres proyectos de Jesús, 241-263.

ción del cáliz: «Os aseguro que no volveré a beber del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino» (Mc 14,25). La muerte constituye el impedimento de compartir cualquier banquete con sus discípulos. Entonces Jesús confía a la voluntad divina el participar en el banquete del Reino cuando Dios lo invite al final de los tiempos, es decir, cuando lo establezca en la historia de una manera definitiva. Así coinciden su ministerio y su muerte. Los dos están al servicio de la acción salvadora de Dios o su Reino. Y, como observamos antes8, revela a sus discípulos, a la vez, la íntima unión de su muerte con la fracción del pan y la distribución del vino como signo máximo de su entrega a la misión, que no es otra que el anuncio y presencia inicial de dicho Reino en Palestina.

Jesús ofrece el pan y el vino a sus discípulos como símbolo de su vida «que se derrama por todos» (Mc 14,24). De esta manera comprende su muerte como su vida, es decir, como servicio al pueblo para alcanzar su liberación y salvación. Esta actitud es su carta credencial para participar en el banquete final del Reino prometido por el Señor (Is 25,6). La continuidad entre la vida y la muerte de Jesús se inserta en la cena pascual, que es la «última» de toda una serie de las que compartió su vida con los demás, liberándolos del hambre (Mc 6,35par) y del pecado (Lc 19,9).

La muerte, pues, es el último acto de una vida transida por el servicio como sacramento del amor. La reflexión de Juan acierta con el fundamento de su vida y muerte: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos» (Jn 15,13), reflexión fundada en el dicho: «Pues este hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos» (Mc 10,45), que se inserta en el contexto de la misma cena: «¡Quién es mayor?, ¿el que está a la mesa o el que sirve?, ¿no lo es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como quien sirve» (Lc 22,27-28).

El servicio que lleva a Jesús hasta la muerte proviene de su total disponibilidad a la voluntad del Padre. Y la «buena noti-

8 Cf. supra, 12.3.3. 4., 480.

cia» que revela a Israel es que dicha voluntad significa su decisión libre de regalarle la salvación. Este es el Dios de Jesús que hemos descrito antes, que se abre a sus hijos con amor misericordioso y que Jesús lo simboliza en la expresión profética: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Mt 9,13; cf. Os 6,6). Lejos de Jesús está la idea de ofrecer su vida como expiación de los pecados humanos para aplacar y reducir una supuesta ira y violencia divinas.

Por último, la muerte de Jesús hace posible una nueva alianza: «Esta es la sangre mía de la alianza, que se derrama por todos» (Mc 14,24; Mt 26,28); «la nueva alianza sellada con mi sangre» (1Cor 11,25; Lc 22,20), que supera la alcanzada en el Sinaí (Ex 24,8) y fue prometida a Israel por los profetas (Jer 31,31) una vez que éste la rompe una y otra vez (Q / Lc 3,7-8; Mt 3,7-8). La muerte de Jesús como mediación de la comunión de Dios con el hombre, integrada en el proyecto del Reino, permanece en la historia al alcance de los creyentes con los símbolos del pan y del vino, porque «siempre que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1Cor 11,26).


15.2. El arresto de Jesús

15.2.1. Los motivos

Comentamos antes las relaciones que mantiene Jesús con el templo, centro cultual del pueblo judío. Los Evangelios relatan el incidente en el atrio de los gentiles (Mc 11,15-17par) que manifiesta la distancia crítica que Jesús mantiene con el templo. La manera como se desarrolla el culto a Dios, fustigada tiempos atrás por los profetas (Jer 7,11; Miq 3,9-12), la asume la corriente apocalíptica en estos términos: el templo actual será sustituido por otro completamente nuevo. No se soluciona, pues, el problema de la práctica de un culto indigno con una seria purificación9.

9 «Se sentará como fundidor a refinar la plata, refinará y purificará como plata y oro a los levitas y ellos ofrecerán al Señor ofrendas legítimas». Mal 3,3; «... la ciudad es Jerusalén, ya que en ella el Sacerdote impío cometió acciones abominables y profanó el Santuario de Dios. La violencia contra el país, son las ciudades de Judá, que él ha despojado de los bienes de los pobres» (Hab 2,18); lQpHab 12,8-10, 253; «Desveló el Señor sus pecados a la luz del día, reconoció toda la tierra que los juicios del Señor son justos. En ocultas cavernas perpetraban sus iniquidades provocadoras, se revolví-an el hijo con la madre y el padre con la hija. Fornicaba cada uno con la mujer de su prójimo, hacían pactos con juramento sobre ello. Se apodera-ron del santuario de Dios como si no existiera heredero que lo reivindicara. Se acercaban al altar del Señor tras toda clase de impurezas; durante el flujo menstrual mancillaban las víctimas como si de carnes profanas se tratara. No hubo pecado que no cometieran más que los gentiles». SalSal 8,8-13 (III 36-37); cf. supra, 12.3.3. 3, 476.

La lucha por el respeto al templo para que se aleje de él el robo, la incuria y el menosprecio a Dios forma parte de la doctrina de Jesús10. Pero quizás haya que ver algo más en su conducta, y que le introduce en la opinión de la sustitución definitiva del templo11. Hemos comentado (Mc 13,2) su anuncio de la destrucción del templo12. De querer derrumbar el templo le acusan los testigos en el juicio religioso (Mc 14,58). Esta idea apare-ce de nuevo en las burlas cuando ven a Jesús en la cruz: «El que derriba el templo y lo reconstruye en tres días» (Mc 15,29par)13. Estos testimonios, ciertamente redaccionales, manifiestan sin embargo una actitud básica de Jesús: la inconformidad con el estado actual del culto que le impulsa a la purificación. En un

10 Cf. supra, 12.3.3. 3; notas 39-40, 476-477.

11 «Me levanté para ver hasta que él enrolló la vieja casa. Sacaron todas las columnas, vigas y ornamentos de la casa, enrollados junto con ella; los sacaron y echaron en un lugar al sur de la tierra. Vi que trajo el dueño de las ovejas una casa nueva, más grande y alta que la primera y la puso en el lugar de la que había sido recogida. Todas sus columnas y ornamentos eran nuevos y mayores que Ios de la antigua que había quitado, y el dueño de las ovejas estaba dentro». 1Hen., 90,28-29. Versión de F. Corriente—A. Piñero (Madrid 1982) IV 122.

12 Lucas lo refiere a la ciudad 19,44; referencias del AT tenemos 1Re 9,7-8; Jer 7,14; 26,6.9.18.

13 «Le hemos oído decir: Yo he de destruir este santuario, construido por manos humanas y en tres días construiré otro, no con manos humanas». Mc 14,58par; cf. Hech 6,14.

segundo momento, además, cuenta con la destrucción del templo en la perspectiva del Dios del Reino y que insinúa otro espacio cultual totalmente nuevo. En éste se dará la comunión del Padre universal, lleno de bondad, con sus criaturas ya conscientes de su filiación14

Puede pensarse que la actitud de Jesús ante la Ley es motivo de su condena. Sin embargo Jesús no abroga la Ley. Exige su cumplimiento cuando es expresión de la voluntad de Dios; da una interpretación liberal en el precepto del descanso sabático, y acentúa la pureza moral y abroga la pureza cultual (Mc 7,15.19; Mt 15,11.20). Todo ello, mirado en su conjunto, no es causa suficiente para que lo acusen de blasfemo por hablar sin respeto de la Ley y suprimirla en su conjunto. Es cierto que buena parte de la legislación gira en torno al templo y se suprimiría en el caso de su sustitución. Pero también es verdad que una cosa es atajar la inmoralidad del culto y su posible sustitución y otra cosa incitar a la desobediencia de los preceptos que regulan los sacrificios mientras éstos se ofrezcan. Y esta última no es la actitud de Jesús. Por último sabemos que la Ley toma todo su vigor en Israel cuando desaparece el templo con la invasión romana que-dando como la única realidad que une e identifica a Israel como pueblo de Dios.

Junto al templo y a la Torá pueden aducirse algunas enseñanzas y prácticas del Reino que chocan de frente con las costumbres y doctrinas al uso en Israel. Se ha observado en la preferencia que hace Jesús de los desposeídos y enfermos, de su preeminencia en el Reino, del lugar de la marginación en la que proclama el Reino, la descalificación del poder y la riqueza en cuanto originan espacios de inhumanidad. Incluso se puede invocar la ley de amor a todo el mundo como reflejo de la bondad y elección universal de Dios, que él avala con su conducta de convivencia con todos.

14 Que Jesús destruya el santuario, como dicen los acusadores, es un absurdo, tanto por la imposibilidad física de conseguirlo, como por la redacción evangélica que es posterior al año 70, pues todos saben ya que han sido los romanos.

Ni la postura de Jesús ante Ley ni sus enseñanzas son motivos objetivos para condenarle a muerte. Con respecto a la Ley lo más que merece Jesús es que le den treinta y nueve latigazos y lo excomulguen si por su opinión sobre la pureza fuera merecedor de ser considerado hereje. Y aunque esto fuera verdad, el castigo consistiría en ser expulsado del Israel de Dios por un tribunal rabínico y nunca por la cúpula sacerdotal, que cuida del orden cultual y sus repercusiones políticas. Por otra parte, tampoco la doctrina del Reino es causa de morir en cruz. En todo caso supone una fuente de irritación de los defensores de las normas instituidas de relación social y religiosa. Entonces ¿qué motivo objetivo hay para condenarle a muerte?

Partimos del hecho de que a Jesús lo arrestan «un grupo armado de espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores» (Mc 14,43par)15. Con ello se muestra el carácter oficial de la detención; además lo ordena la instancia suprema de Israel que mantiene y se beneficia del culto en el templo. Por consiguiente, la razón última del arresto se funda en la actitud de Jesús con respecto al templo. Así sucede con Jeremías, que es condenado a muerte (Jer 26,11-12) por denunciar el culto del templo que encubriría la explotación de los pobres. Sus servidores adoran a la vez a los dioses falsos y son infieles a la Alianza (Jer 7,1-28). El Sumo Sacerdote pretende asesinar al Maestro de justicia de la comunidad de Qumrán por delatar la inmoralidad de los responsables del culto y de las tropelías en el mismo16. Josefo relata la ejecución de los samarita-

15 Los mismos cita Marcos en 8,31; 14,53; 15,1; sin embargo sólo sumos sacerdotes y letrados en 10,33; 11,18; 14,1; sumos sacerdotes exclusivamente en 14,10; 15,3.10-11.31; sumo sacerdote en 14,47.53-54.60-61.63.66. Juan (18,3.12), guiado por otros intereses redaccionales, añade un destacamento romano al mando de un comandante; por consiguiente una parte de los soldados que están apostados en la Torre Antonia que vigila el templo. Este hecho no aparece para nada en el proceso ante Pilato; tampoco tiene sentido que unos soldados romanos lleven a Jesús a las autoridades judías antes que a las suyas.

16 «Su interpretación se refiere al Sacerdote impío, que ha perseguido al Maestro de Justicia para devorarlo con el furor de su ira en el lugar de su destierro, en el tiempo de la fiesta, en el descanso del día de las Expiaciones. Se presentó ante ellos para devorarlos y hacerles caer en el día del ayuno, el sábado de su descanso (Hab 2,16)». 1QpHab 11,4-8, 252-253; la razón de esta persecución es por criticar el templo: 4QpPs 1,26-27, 254; lQpHab 9,9-10, 252.

nos que no reconocen la legitimidad del templo de Jerusalén y la condena de Jesús, hijo de Ananías, por criticarlo17. Aunque ninguno de ellos fue ejecutado, ciertamente sufren persecución de la aristocracia sacerdotal y ponen en peligro su vida.

Mas los judíos no podían dar muerte a nadie (Jn 18,31) desde la ocupación directa de Palestina por el Imperio. Coponio (6-9 d.C), sujeto a las órdenes del legado de Siria Sulpicio Quirino18, es el primer romano que ejerce el ius gladii para los judíos. Con esta perspectiva, el motivo de la condena y ejecución de Jesús de parte del poder romano no puede ser el templo, sobre todo por-que en este tiempo gobierna Poncio Pilato, nada afecto al recinto sagrado19. Al final, Jesús debe su ejecución a una acción de carácter político que lesiona gravemente la soberanía de Roma. El título de la cruz lo explica con claridad: «El rey de los judíos» (Mc 15,26par), que es ocasión de la burla de los mismos judíos (15,32). Por otra parte, tiene sentido que se introduzca esta causa romana para la condenación de Jesús en el horizonte pascual, pues los primeros cristianos también sufren de los domi-

17 Cf. Ant., 13,79, I 733; Guerra, 6,300-309, II 296-297.

18 «El territorio de Arquelao fue convertido en provincia y fue enviado como procurador Coponio, que pertenecía a la clase ecuestre de los romanos, y recibió del César todos los poderes, hasta el de condenar a muerte». JosEFO, Guerra, 2,117, I 278.

19 «Pilato provocó otra revuelta al gastar el Tesoro Sagrado, que se llama Corbán, en la construcción de un acueducto para traer agua desde una distancia de cuatrocientos estadios. El pueblo se indignó ante este proceder y, como Pilato se hallaba entonces en Jerusalén, rodeó su tribuna dando gritos en su contra. Sin embargo Pilato, que había previsto ya este motín, distribuyó entre la multitud soldados armados, vestidos de civil, y les dio la orden de no hacer uso de las espadas, sino de golpear con palos a Ios sublevados. Desde su tribuna él dio la señal convenida. Muchos judíos murieron a golpes otros muchos pisoteados en su huida por sus propios compatriotas». Ibíd., , 175-177, 293; cf. Ant., 18,60-62, II 1088-1089.

nadores romanos por este motivo (Hech 17,7). Y la tradición de Juan es muy explícita en este sentido: «El que se hace rey va contra el César» (Jn 19,12). No es desdeñable, pues, la idea de que se pongan de acuerdo los intereses religiosos y políticos para acabar con Jesús. El quebranto de la estabilidad cultual del templo y las ganancias de la aristocracia sacerdotal que lo regenta y, por otro lado, la defensa del Reino, alejado de toda pretensión de asumir el poder político pero con indudables repercusiones en su ámbito20, quizás sean los motivos por los que ajustician a Jesús.


15.2.2. La oración

Una tradición antigua asegura que Jesús ora con intensidad a Dios para que le libre de la muerte en los momentos previos a su pasión. Tenemos muestras de esta lucha de Jesús con Dios en tres escritos muy diferentes y siguiendo esquemas teológicos distintos: «Durante su vida mortal dirigió peticiones y súplicas, con clamores y lágrimas, al que podía librarlo de la muerte, y por esa cautela fue escuchado. Aun siendo hijo, aprendió sufriendo lo que es obedecer; ya consumado llegó a ser para cuantos le obedecen causa de salvación eterna» (Heb 5,7-9)21. En un contexto muy diferente, el Evangelio de Juan dice: «Ahora mi espíritu está agitado, y ¿qué voy a decir?, ¿que mi Padre me libre de este trance? No; que para eso he llegado a este trance. Padre, da gloria a tu nombre» (Jn 12,27-28). Por último está la oración de Getsemaní recogida por Marcos y seguida por Mateo y Lucas, que es la que vamos a exponer.

20 Lucas acentúa el Reino escatológico durante la celebración de la cena de despedida (Lc 22,18), Reino que se simboliza por medio de un banquete (14,15) al que son invitados los seguidores de Jesús, los marginados, en definitiva, todos (Q/Lc 14,15-24; Mt 22,1-10), y añade: «Yo os encomien-do el Reino como mi Padre me lo encomendó: para que comáis y bebáis y os sentéis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel» (Q/Lc 22,29-30; Mt 19,28).

21 Cf. Súplicas parecidas encontramos en el AT: Éx 2,23; Núm 12,13; Jue 3,9; 20,26; 2Sam 12,22; Sal 31,23; 39,13; 116,1-2.8.17-19; etc.

Jesús sufre la angustia de que su vida está en peligro, a lo que se añade la forma violenta y horrorosa que ha previsto. Sin embargo, no hay que olvidar que la tensión que padece en estos momentos proviene porque aguarda la inminente irrupción del Reino del Padre, que ha sido la causa de su misión, y que ha anunciado y esperado con plena confianza. La presencia del Reino en la historia no es un camino de rosas. Pues bien, la tradición ofrece un eco de la batalla del Reino con el poder del diablo en la última noche de la vida de Jesús. Este combate escatológico con el mal se sitúa en Getsemaní, un lugar que Jesús frecuenta con los discípulos (Lc 22,39; Jn 18,2). Aquí se representa una escena de la última noche de Jesús. Getsemaní está al otro lado del torrente Cedrón (Jn 18,1); es un terreno rústico (Mc 14,32), o un vergel (képos), que contiene flores y frutos (Jn 18,1) y está ubicado en el monte de los Olivos (Mc 14,26par). Los Evangelistas unen la oración al arresto, pues en Getsemaní es donde aparece Judas con los enviados de los sumos sacerdotes y letra-dos para apresarle (Mc 14,43-50par).

A Getsemaní va Jesús con los discípulos para orar. Son los Doce que han compartido la cena menos Judas (Mc 14,17.20). Jesús se aleja de ellos, pero lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan que, en un primer momento, se mantienen despiertos para ser testigos de la narración que se cuenta a continuación, como sucedió en la Transfiguración (Mc 9,2-10par). Allí reciben la declaración de la filiación de Jesús en palabras entrañables del Padre: «Éste es mi Hijo querido. Escuchadle» (9,7); aquí, en un movimiento de retorno, escuchan la paternidad divina en palabras cercanas del Hijo: «Abba (Padre)» (14,36). La relación entre Padre e Hijo se formula con el poder que posee Jesús para recuperar la vida, como comprueban los tres discípulos en la resurrección de la hija de Jairo (5,37.41). Pero ahora, por el contrario, contemplarán su angustia y debilidad. Y los tres son traídos a escena para demostrar que cuando la existencia se coloca en una situación tensa y peligrosa se olvidan las promesas de lealtad con mucha facilidad.

Lo observamos en primer lugar en Pedro. Pedro, antes de la traición más sonora en el juicio religioso (Mc 14,66-72par), se aleja de Jesús al dormirse por tres veces: «Volvió, los encontró dormidos y dice a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has sido capaz de velar una hora?» (Mc 14,37.40-41par). Y esto a pesar de las palabras de fidelidad dichas poco antes: «Aunque todos fallen, yo no. [...] Aunque tenga que morir contigo, no te negaré» (14,29.31). En segundo lugar, Santiago y Juan, que se comprometen a beber su cáliz (Mc 10,39par), se duermen, incapaces de acompañar la agonía de Jesús, que rechaza el cáliz de la pasión, si bien obedezca después la voluntad del Padre (14,38.40-41par). Los discípulos más cercanos se duermen, es decir, no entienden ni cuando el Padre habla en la transfiguración, ni cuando calla en Getsemaní. Y los demás, desaparecidos del cuadro agónico de Getsemaní, cumplen la predicción de Jesús: «Todos vais a fallar» (14,27).

Jesús cuando se separa con los tres del resto de los discípulos «comenzó a sentir estupor (ekthambeisthai) y angustia (ademo-nein)». El sufrimiento del justo, ampliamente atestiguado en la tradición de los Salmos22, va más allá en la narración: Jesús sufre una conmoción que está por encima de sus propias fuerzas y le rompe interiormente. Es un horror que le produce inquietud, ansiedad. Estupor y angustia es más fuerte que el entristecerse (lypeisthai) de Mateo (26,38) que está en la línea de la expresión que Jesús dirige a los tres discípulos: «Les dice: Siento una tristeza (perilypos) mortal; quedaos aquí velando» (Mc 14,33-34; cf. Mt 26,37-38). Marcos, que antes ha descrito varios sentimientos de Jesús23, especifica aquí lo que supone el alejamiento de sus discípulos24; por eso les solicita la fidelidad («velad») a las exi-

22 «Piedad, Señor, que estoy en aprieto; se consumen de pena mis ojos, mi garganta y mi vientre». Sal 31,10; cf. 10,1.11; 13,2; 22,15; 39,13; 42,12; 43,2.5; 55,2-6; 116,10-15; etc.

23 Cf. la ira y la tristeza (Mc 3,5); compasión (1,41); lástima (6,34; 8,2); gemido (7,34); protesta (9,19); enfado (10,14); cariño (10,21). Lucas no escribe nada que pueda manchar la imagen equilibrada de Jesús, por eso omite estas frases en su relato de Getsemaní (Lc 22,39-41).

24 Le sucede lo mismo cuando lamenta la falta de fe de su círculo más cercano o de sus compatriotas en Mc 9,19; como en estos momentos puede sentir la traición de Judas (14,18-21) y, en fin, el abandono de todos los discípulos (14,27); cf. Eclo 37,2: «¿No es un disgusto mortal cuando el amigo íntimo se vuelve en enemigo?»; cf. Jue 16,16.

gencias del Reino, fidelidad que Jesús vive ahora en su aspecto negativo de incomprensión y persecución (Mc 14,58). Se avecina una situación que, quizás, ha previsto Jesús25, pero que aún no la ha experimentado26.

Entonces se distancia de los tres discípulos para permanecer sólo en oración27. Con el rostro en tierra, como signo de sumisión y reverencia (Mt 26,39), o postrado en tierra, como expresión de su desquiciamiento, «oraba que, si era posible, se alejase de él aquella hora. Decía: Abba (Padre), tú lo puedes todo, aparta de mí esa copa» (Mc 14,35-36)28. La petición indirecta, la primera, como directa, la segunda, van en el mismo sentido: que Dios cambie su designio; que su decisión sobre él no incluya la muerte. Jesús, que ha observado todos los acontecimientos históricos por los ojos del Padre, pretende ahora alterar su voluntad. Estas peticiones a Dios, frecuentes en la historia de la salvación29, se dirigen a su voluntad, voluntad comprendida como

25 Cf. supra, nota 16, 597-598.

26 «Ésta es la sangre mía de la alianza, que se derrama por todos». Mc 14,24; la sensación de Jesús sigue la súplica de un creyente en situación muy adversa: «Se me retuerce por dentro el corazón, pavores mortales se desploman sobre mí; me invaden temor y terror, me cubre el espanto». Sal 55,5-6. Por eso Marcos y Mateo aluden al Sal 42,6: «¿Por qué te acongojas, alma mía? ¿por qué estás gimiendo?»; 42,7; 55,5; Jn 12,27. Lucas cambia la tensión de Jesús por una compostura equilibrada para no mostrarlo sufriente, más propia de la antropología griega. Entonces anticipa la frase de Marcos (14,38) y Mateo (24,41): «Orad para no caer en tentación» (Lc 22,40), es decir, que no cedan a las fuerzas del mal o al poder diabólico que se ha activado en estos últimos momentos de la vida de Jesús (Lc 22,3-4.31.53).

27 Igual sucede con Abrahán, Gén 22,5, Moisés, É. 19,3, y Jeremías, Jer 15,17. Pero este distanciamiento puede indicar la soledad de Jesús en la que va a vivir unos acontecimientos que le atañen a él exclusivamente.

28 Al estilo de Abrahán, Gén 17,3; Lucas escribe «se arrodilló» (22,41) como signo de intensidad o humildad: cf. Sal 95,6; Is 45,23; Dan 6,11; etc.

29 Moisés intercede por su pueblo para que no lo liquide el Señor, al haber adorado el becerro de oro: «Por eso déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Entonces Moisés aplacó al Señor, su Dios [...] Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo» Gén 321-14; Ezequías ora al Señor para no morir: «He escuchado tu oración, he visto tus lágrimas. Mira, voy a curarte: dentro de tres días podrás subir al templo, y añado a tus días otros quince años. Te libraré de las manos del rey de Asiria, a ti y a esta ciudad» 2Re 1-6. Y Judas reclama la voluntad de Dios para vencer a los paganos, 1Mac 3,58-60.

relación de amor a su criatura, y, en concreto, para que haga justicia a su pueblo salvándole de sus enemigos. Jesús solicita entonces que se aleje la hora de su destino mortal, que se entiende dentro de la hora en la que se librará la batalla final entre Dios y el diablo para que se imponga el Reino de Dios30; es la hora en que debe beber la copa del sufrimiento de su muerte, precisamente la copa que, en la cena de despedida, ha ofrecido como símbolo de su entrega sin límites31. Aún más. Es tal su desquiciamiento que olvida él mismo cumplir las recomendaciones que hace a sus discípulos: «... no temáis a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más; [...] temed al que después de matar tiene poder para arrojar al fuego» (Q/Lc 12,4-5; Mt 10,28).

«Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mc 14,36par). Jesús se somete a la voluntad del Padre. No se trasluce una disponibilidad activa para continuar la historia que Dios ha traza-do para él, sino un dejar de ser él, una renuncia total de sí por medio de la obediencia, para que Dios imponga su voluntad. El «conflicto» de Jesús con su Padre sobre la sunción del cáliz del sufrimiento se salda doblegándose a la voluntad divina, según vimos en el Padrenuestro. Con ello, aleja la tentación que antes se ha encargado de advertir a sus discípulos ante el silencio de Dios en las persecuciones y pruebas injustas32. No es, pues, una

30 Mc 13,32: «En cuanto al día y la hora, no los conoce nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo; sólo los conoce el Padre»; cf. Dan 11,35.40; 12,1-4; Mc 3,22-27. La dimensión escatológica de la hora en Marcos se une al momento en que Jesús muere en manos de sus enemigos, cf. 14,41. Muy distinto el significado de la hora en Juan, cuando Jesús atraerá a todos hacia sí (Jn 12,32) con sentido de ensalzamiento.

31 Cf. Lc 22,20; Mc 14,23-24; Mt 26,28; cf. supra, 12.3.2. 3, notas 87-91, 428-430. Tanto Mateo como Lucas suavizan la petición de Jesús al Padre de Marcos: «si es posible» (Mt 26,39), «si quieres» (Lc 22,42).

32 Cf. Q/Lc 11,4; Mt 6,10.13; Jn 17,15; Heb 5,7-10; supra, 13.3.3. 2. c., 496. Marcos alude a 2Sam 15, donde la escena de Getsemaní encuentra un paralelo muy significativo. David trata de cambiar la voluntad divina pidiendo a Dios que hiciera fracasar a Ajitófel que se había unido al plan de Absalón para sucederle (2Sam 15,31-36): «Si alcanzo el favor del Señor, me dejará volver y me mostrará el arca y su morada. Pero si dice que no me quiere, aquí me tiene, haga de mí lo que le parezca bien» (2Sam 15,25-26).

situación agradable. La tensión de este momento la refiere Lucas en estos términos: «Y entrando en combate, oraba más intensamente. Le corría el sudor como gotas de sangre cayendo al suelo» (Lc 22,44). El diablo, que desaparece en el evangelio de Lucas después de las tentaciones en el desierto, reaparece para probar a los discípulos y a Jesús (Lc 22,3.31). Y vuelve para quebrar el hilo de unión entre Jesús y su Padre aprovechando la inminencia del arresto, la pasión y la muerte. Lo hace de tal forma que el horror de la situación, la ansiedad que padece y el derroche de energía interior que entraña pedir a Dios que le libere del cáliz del sufrimiento, se manifiesta en el exterior con un pavoroso sudor que se parangona a las gotas de sangre derramadas al abrirse una herida33.

A partir de este momento la soledad de Jesús se agrava al no poder compartir su sufrimiento. Los discípulos se duermen aje-nos al estado interior del Maestro: «Volvió, los encontró dormidos y dice a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has sido capaz de velar una hora? Velad y orad para no sucumbir en la tentación. El espíritu es decidido, la carne es débil» (Mc 14,37-38; Mt 26,40-41).

33 Cf. Lc 12,50. Ante el clamoroso silencio de Dios en Getsemaní en Marcos, Lucas inserta este párrafo que suaviza la escena: «Se le apareció un ángel del cielo que le dio fuerzas» (Lc 22,43). Mateo escribe en el arresto de Jesús con el mismo sentido: «¿Crees que no puedo pedirle a mi Padre que me envíe enseguida más de doce legiones de ángeles» (Mt 26,53) y Juan (12,27-29) redacta: «Ahora mi espíritu está agitado, y ¿qué voy a decir?, ¿que mi Padre me libere del trance? No; que para eso he llegado a este trance. Padre, da gloria a tu nombre. Vino una voz del cielo: Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré. La gente que estaba escuchando decía: Ha sido un trueno. Otros decían: Le ha hablado un ángel». Progresivamente la tradición cristiana defiende la ayuda del Padre a Jesús para superar la tentación, como los ángeles le sirven después de las tentaciones del desierto (Mc 1,13; Mt 4,11). Incluso Lucas muestra a un Jesús que pelea con su destino y suda como un atleta antes de la prueba, cosa distinta a la escena elaborada por Marcos y Mateo.

Jesús se dirige en primer lugar a Pedro, que poco antes había hecho protestas de fidelidad (Mc 12,29); después amonesta a los demás discípulos en unos términos que no sólo incluyen el tiempo que ha orado en Getsemaní, sino los tiempos finales que relatan la lucha entre Dios y el diablo con la victoria definitiva de Dios en la historia. De ahí la atención que deben mantener continuamente para encontrarse con el Señor que viene y no quedar atrapados por las redes del mal34. Les exige, por consiguiente, un espíritu que les haga obedientes a Dios y que comulguen con sus planes, y aparten la debilidad de la carne que les lleva a las indecisiones propias de toda criatura cuando padece la injusticia humana y la cercanía de la muerte35. Jesús se aleja de los discípulos, ora y vuelve de nuevo a ellos dos veces más. Según Mateo, mientras los discípulos permanecen en la misma actitud ausente, Jesús progresa en la definitiva aceptación de la voluntad del Padre, sobre todo después de escuchar su silencio: «Padre, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, que se cumpla tu voluntad» (Mt 26,42; cf. 6,10). La escena se cierra con el anuncio de la llegada de Judas (Mc 14,42; Mt 26,46).


15.2.3. La detención

Judas sabe el lugar donde Jesús se retira con frecuencia en su estancia en Jerusalén, bien solo, bien con sus discípulos36. Él guía a «un grupo armado de espadas y palos, enviado por los

34 Mc 13,33-37: «¡Atención, estad despiertos, porque no conocéis el día ni la hora! Es como un hombre que se ausentaba de su casa y se la encomendó a sus criados, repartiendo las tareas, y al portero le encargó que la vigila-se. Así pues, velad, que no sabéis cuándo va a llegar el amo de la casa, al anochecer o a media noche o al canto del gallo o de mañana; que, al llegar de repente, no os sorprenda dormidos. Lo que os digo a vosotros se lo digo a todos: ¡Velad»; cf. Sal 42,9; 63,7; 77,3; Lc 2,37; 1Ped 5,8-10; supra, 10.3.4., 367.

35 Lucas (22,45-46) aplica la tristeza de Jesús a los discípulos, y su sueño lo interpreta como una pérdida de tiempo para orar. De esta forma evita su culpabilidad de no estar vigilantes: «Se levantó de la oración [jesús], se acercó a sus discípulos y los halló dormidos de tristeza; y les dijo: ¿Por qué estáis dormidos? Levantaos y pedid no sucumbir en la prueba».

36 Cf. Lc 21,37; 22,39; In 18,2.

sumos sacerdotes, los letrados y los senadores» (Mc 14,43par), y, como dice Juan, «con antorchas y linternas» (18,3), pues es de noche. Quienes los envían son las autoridades judías más representativas; es un acto oficial. Por eso quien lleva el mando del grupo es el siervo del Sumo Sacerdote, llamado Malco según Juan (8,10). Quienes les acompañan son los esbirros que suelen proteger a las autoridades, servir a los tribunales y evitar altercados en torno al templo. No pueden estar presentes soldados romanos al dirigir el grupo un judío que sirve al Sumo Sacerdote (cf. Jn 18,3.12-13)37.

Judas es el que entrega (paradidónai) a Jesús al grupo38. Antes ha tramado el modo, lugar y tiempo para ello: «... se dirigió a los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo se alegraron y prometieron darle dinero. Y él se puso a buscar una oportunidad para entregárselo» (Mc 14,10-11)39. Jesús se apercibe de ello en la Cena de despedida40. La función de Judas es identificar a

37 El prendimiento lo ha anunciado previamente Jesús, según Marcos 8,31, así como la intención de las autoridades de arrestarlo, cf. 14,1-2; Mt 16,21; 26,3.14; Lc 22,2: «Los sumos sacerdotes y los letrados buscaban cómo acabar con él, pues temían al pueblo»; la misma razón se invoca en Juan 11,47-53.

38 Entregar comporta tres sentidos diferentes: lo que hace Judas, que no es traicionar [prodidónai] (Mc 3,19; 14,10-11.18.21.42.44par); sólo Lucas lo llama traidor cuando dice los nombres de los Doce: «... y Judas Iscariote, el traidor [prodotés])» (Lc 6,16); lo que hacen las autoridades judías, que entregan a Jesús a los paganos y éstos a la muerte (Mc 10,33; 15,1.10.15); lo que hace Dios según un plan ya indicado en las Escrituras (Mc 14,21.49).

39 Mateo (26,14-16) cambia la intencionalidad de Judas según Marcos, pues la entrega es el resultado del amor al dinero: «Judas Iscariote se dirigió a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿Qué me dais si os lo entrego? Ellos se ajustaron en treinta monedas de plata. Desde aquel momento buscaba una ocasión para entregárselo». Esta codicia la atestigua Juan (12,4-6), aunque no la utiliza para la entrega de Jesús, sino para protestar por el derroche de perfume de alto coste que María emplea para ungir los pies de Jesús: «Judas Iscariote, uno de los discípulos, que lo iba a entregar, dice: ¿Por qué no han vendido ese perfume en trescientos denarios para repartirlos a los pobres? (Lo decía, no porque le importaran Ios pobres, sino por-que era ladrón; y, como llevaba la bolsa, sustraía de lo que echaban)».

40 Jesús no dice el nombre del que le va a entregar según Marcos (14,18-21); Mateo y Juan rellenan este hueco: Mt 26,25; Jn 13,26.

Jesús, y conviene con los hombres armados que dará una señal para que sepan al que deben apresar: «...al que yo bese, ése es» (Mc 14,44par)41. Con un comportamiento aparentemente normal, el debido a un discípulo, le saluda: «Maestro»42, y le da un beso (Mc 14,45par), un gesto que enseña el afecto en las relaciones entre los seguidores de Jesús como en cualquier grupo que esté vinculado por lazos de familia, de amistad, de aprecio o de reverencia43. Hubiera bastado con una simple indicación con la mano.

El porqué le entrega, queda fuera de nuestro alcance. Judas es simplemente un instrumento de las autoridades judías. Sin

41 No corresponde a Judas ordenar el prendimiento: «arrestadlo y conducidlo con cautela» (Mc 14,44par) como si fuera el jefe de los hombres armados. ¡Ya sabían de sobra su cometido! La importancia del papel de Judas en el arresto tiende a exhortar a los cristianos que eviten toda apostasía.

42 Cf. Mc 9,5; 11,21. Mateo, que ya ha avisado que no se digan entre sí «maestro», como desean les llamen a los fariseos, para evitar toda exhibición de superioridad ante la gente (23,5.7), escribe: «Salve, Maestro», quizás indicando dos cosas: que Judas está ya fuera del grupo y que relaciona su saludo al de los soldados de Pilato cuando se burlan de Jesús: 27,29; cf. Mc 15,18. Lucas y Juan omiten el saludo.

43 Distintas significaciones del beso, fuera del saludo normal entre semitas, se indican en Gén 33,4 entre Esaú y Jacob como signo de perdón; o signo de distracción para matar, como Joab a Amasá, 2Sam 20,9; o expresión familiar, como el padre al hijo pródigo, Lc 15,20; de hospitalidad, 7,45. En Prov 27,6 aparece esta sentencia: «Leal es el golpe del amigo, falaz el beso del enemigo»; cf. Eclo 12,16, en la corriente de la interpretación del beso en las comunidades cristianas. El silencio de Jesús en Marcos después del beso, aunque antes ha advertido a los discípulos que va a ser entrega-do en manos de los pecadores (14,41), lo rellena Lucas de esta manera: «Judas, ¿con un beso entregas a este Hombre?» (Lc 22,48) como invitándole a una reconsideración de la entrega, no obstante esté cumpliendo algo predicho e inevitable (cf. 9,44; 18,31-33; 22,22). En Mateo es: «Amigo, ¿a qué has venido?» (Mt 26,50), y se orienta a que Jesús mantenga el dominio de la situación y sólo después de sus palabras se proceda a cogerlo. Juan (18,4-8) describe según su teología: La superioridad de Jesús sobre todo el grupo se expresa haciéndoles caer en tierra ante su: «Yo soy»; es el protagonista de la escena, elige el sitio, sabe lo que va a pasar y, por último, explica su sentido.

embargo, Lucas y Juan dan un motivo: «Satanás entró en Judas» (Lc 22,3); «durante la cena, cuando el diablo había sugerido a Judas Iscariote que lo entregara [...]. Detrás del bocado entró en él Satanás» (Jn 13,2.27; cf. 6,70-71). Según el criterio de la comunidad cristiana lo que ha realizado el discípulo es una obra diabólica que se entiende dentro de la lucha final entre Dios y los poderes del mal. Judas queda como un medio que usa el diablo para impedir la irrupción del Reino en la Historia44.

Según pacto previo, una vez que Judas realiza el gesto «le echaron mano y lo arrestaron» (Mc 14,46; Mt 26,50), como antes ha previsto Jesús en el tercer anuncio de la pasión (Mc 14,41). Judas, después de este hecho esporádico, desaparece del escenario de la pasión. Los Evangelistas resaltan su infamia, y, a la vez, no dudan en afirmar su pertenencia al discipulado más cercano a Jesús, el de los Doce (Mc 14,20par). Entonces «uno de los presentes desenvainó la espada y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote» (Mc 14,47par). No se dice que sea un discípulo, sino alguien perteneciente al grupo que viene armado para apresar a Jesús. Ellos son los que llevan las espadas. De hecho, la amonestación de Jesús que sigue a la acción violenta se dirige a la tropa y no a sus seguidores y no reacciona drástica-mente como en otras circunstancias45. Mateo (26,51) y Lucas (22,50), por el contrario, atribuyen la acción a los que acompañan a Jesús, es decir, a un discípulo. Mateo ha subrayado la compañía de los discípulos durante su oración (26,38). Lucas prepara al autor del corte de la oreja poniendo en boca de un seguidor: «Señor, ¿herimos a espada?» (22,49). Le pide permiso para herir, porque antes el Evangelista ha justificado la posesión de la espada en la cena (22,38). Los discípulos, que están ausentes en la agonía de Jesús en el huerto y que después le abandonan y huyen (Mt 26,56), de pronto se llenan de valentía para

44 Mateo prefiere fundar su entrega por el dinero, al que está apegado según Juan, cf. supra, nota 37, 606.

45 Por ejemplo en las predicciones de su pasión cuando Pedro le increpa por ello: «¡Retírate, Satanás [le dice Jesús]. Piensas al modo humano, no según Dio" (Mc 8,33); o a continuación según el relato de Mt 26,52-54 y su paralelo de Lc 22,51.

defender a su maestro. Juan (18,10), en fin, le da un nombre al agresor: Simón Pedro46, y al agredido: Malco47.

Después del ataque al siervo del Sumo Sacerdote48, se aportan dos contestaciones de Jesús guiadas bajo la mirada de Dios, es decir, todo lo que está sucediendo se sitúa dentro de un plan divino previsto y orientado para la salvación de su criatura49. Jesús se dirige al agresor y después a la gente que le arresta. En

46 Juan escribe más tarde (Jn 18,17) la negación de Pedro de ser discípulo de Jesús; incluso Pedro no comprende el gesto de Jesús de lavar los pies a los discípulos en la cena (13,8). En el diálogo con Pilato, Jesús afirma que su Reino «no es de este mundo; si fuera de este mundo mi Reino, mis servidores habrían peleado para que no me entregaran a los judíos. Ahora bien, mi Reino no es de aquí» (18,36). Pedro, por consiguiente, se enmarca antes de la Resurrección, como uno de aquellos que aún no comprenden del todo el Reino, pero es el que, después de saber el nombre del que lo iba a entregar, le dice en la cena: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti» (Jn 13,37; cf. Mc 14,29-31par).

47 Poco después, en casa de Caifás, un pariente de Malco reconoce a Pedro, lo que es motivo de que niegue a Jesús antes de cantar el gallo: Jn 18,26-27. La tendencia de Juan es, pues, dar autenticidad a la narración poniendo nombres a los actores del drama.

48 Lucas (22,50) y Juan (13,10) escriben que es la oreja derecha. Los órganos de la derecha son más dignos, de ahí que el daño sea mayor. Los mutilados no podían servir al Señor según Lev 21,16-23. Josefo escribe: «Antígono, repuesto así en el trono de Judea por el rey de los partos, tomó prisioneros a Hircano y a Fasael. [...] Y temeroso de Hircano, no fuera que el pueblo le restituyera el trono, tras presentarse donde aquél se encontraba (estaba vigilado por los partos) le cortó las orejas, tratando con ello de que la dignidad de Sumo Sacerdote ya no volviera a recaer sobre él por estar mutilado, ya que la ley exige que esta dignidad la ocupen personas perfectas». Ant., 14, 365-366, II 860. Si el siervo representa al sumo sacerdote, la ironía del relato es patente: con el corte de la oreja se le inutiliza para ejercer el culto.

49 «Pero se ha de cumplir la Escritura». Mc 14,49; «¿Cómo se cumplirá lo escrito, que esto tiene que suceder? [...] Pero todo eso sucede para que se cumplan las profecías». Mt 26,54.56. Y esto ya lo había previsto Jesús mismo, Mt 16,21, y se cumplirá en la misma cruz con la cita del Sal 22,2, Mt 27,46; Lc 22,37: «Os digo que se ha de cumplir en mí lo escrito: Fue tenido por malhechor (Is 52,12)», cf. 24,26-27.46-47. En la visión de Juan nada ni nadie debe impedir cumplir la misión que le ha encomendado el Padre (Jn 18,11); por eso desde su soberanía ofrece con libertad su vida (10,17-18). La espada de Pedro, pues, no tiene sentido.

la primera, Mateo y Juan manifiestan la no violencia de Jesús con un claro mensaje: «Envaina la espada: quien empuña la espada, a espada morirá» (Mt 26,52; Jn 18,11)50, y Lucas añade un gesto de reconciliación que acompaña a la palabra «Basta. Y tocándole la oreja lo curó» (Lc 22,51)51. En la segunda, que en Marcos no tiene en cuenta ni el hecho del corte de la oreja ni las palabras que le acompañan, se dirige al grupo que le rodea o tiene ya preso, enlazando con su enseñanza en Jerusalén, en concreto en el templo (12,35): «Habéis salido armados de espadas y palos para capturarme como si se tratara de un bandido. Diariamente estaba con vosotros enseñando y no me arrestasteis» (Mc 14,48-49par). La protesta de Jesús es lógica, porque no se evidencia causa alguna para dicho apresamiento: no ha mostrado ningún signo de violencia para que vengan a reducirlo armados como si fuera un bandido. Las autoridades quedan como cobardes y miedosas, por no haberlo prendido antes públicamente por temor al pueblo52. Entonces encuadran los Evangelistas el arresto dentro del designio de Dios: todo está controlado y justificado por su voluntad.

Cumplido el arresto «lo abandonaron todos y huyeron» (Mc 14,30; Mt 26,56) en claro contraste con las protestas de fidelidad

50 La enseñanza de Mateo en esta cuestión es muy clara. En las Antítesis se dice que no se debe contestar a las ofensas: «... si uno te da un bofetón en la mejilla derecha, ofrécele la izquierda...»; Q/Mt 5,38-42; Lc 6,29-30; hay que estar prontos a dar la vida por el Reino, Mt 10,39, cf. Mc 8,34-35par; Jn 12,25; cf. supra, 14.4.2. 5. Después añade Mateo, con la tradición de la consolación de Dios a Jesús en estos momentos tensos por medio de los ángeles y que confirman la íntima relación de Jesús con su Padre (cf. 7,21; 10,32-33; 12,50; etc.): «¿Crees que no puedo pedirle a mi Padre que me envíe enseguida más de doce legiones de ángeles?». 26,53. De esta guisa, la defensa con la espada es ridícula habida cuenta de los medios que dispone Jesús para defenderse.

51 Lucas ha preparado esta acción en la Cena: «Pues ahora quien tenga bolsa lleve también alforja, quien no la tiene, venda el manto y compre una espada [...] Le dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Les contestó: Basta ya». Lc 22,36-37. Elogia a quien permanece a su lado en estos momentos difíciles: «Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en las pruebas». Lc 22,28.

52 Cf. Mc 11,18.27par; 12,12.37par; 14,1-2par; Lc 19,47; 21,37.

que los discípulos han hecho poco antes (Mc 14,18-20par; 14,27par), pero, a la vez, advertidos por Jesús: «Esta noche todos vais a fallar por mi causa» (Mt 26,31; cf. Mc 14,27). El interés de la búsqueda es Jesús. Él es el que asume toda la responsabilidad de lo que significa el Reino y sus consecuencias, no obstante haya incorporado a sus seguidores como testigos. A ellos también los envió para proclamar la palabra y realizar milagros. Ni su corresponsabilidad en el ministerio de Jesús, ni sus promesas de seguimiento sirven para defenderlo y para que los guardias de las autoridades judías se fijen en ellos para arrestarlos también53. Los sumos sacerdotes estaban convencidos de que, desaparecido el jefe e inspirador del grupo, se disiparía toda la esperanza que había desencadenado su ministerio.

Se añade a continuación: «Lo seguía también un muchacho, envuelto en una sábana sobre la piel. Lo agarraron; pero él soltando la sábana, se les escapó desnudo»(Mc 14,51-52). El joven, que es también seguidor de Jesús, se escabulle como los discípulos y con el agravante de huir desnudo, es decir, con una imagen y en una situación vergonzosa. La fuga del joven acentúa la entrega de Judas, la cobardía de los discípulos y la soledad de Jesús ante las pruebas y dificultades del seguimiento, como el joven rico abandonó por las exigencias del Evangelio (Mc 10,17-22). En este tiempo definitivo de la lucha entre el bien y el mal «el más valiente entre los soldados huirá desnudo aquel día» (Am 2,16; cf. Mc 13,11-12). El joven que deja todo para escapar de Jesús es el más vivo contraste del discipulado que llama Jesús para que esté a su lado; en palabras de Pedro: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10,28). El aviso del Evangelista a los cristianos es muy serio:

53 Marcos se basa en un presagio profético, Zac 13,7: «¡Arriba, espada, contra mi pastor, contra mi ayudante! [...] Hiere al pastor, que se dispersen las ovejas; volveré mi mano contra los zagales». Lucas (22,53) cambia la huida de los discípulos por: «ésta es vuestra hora, el dominio de las tinieblas». Satanás ha entrado en Judas y en el grupo que apresa a Jesús y comienza la lucha entre el príncipe de este mundo y Dios, entre las tinieblas y la luz, el mal y la bondad (1,79; 11,35; cf. Jn 16,32-33; 12,23.31-32; 13,30; 14,30).

ante las dificultades y pruebas (14,38) no hay que ser débil, pues se caería en la apostasía.


15.3. El proceso judío

15.3.1. Sobre el Santuario

Jesús es conducido como un preso común al palacio de Anás (Jn 18,13). Anás, nombrado sumo sacerdote por Cirino en el 6 d.C., ejerce el cargo hasta el año 15 d.C. Esta función la desempeñan también cinco hijos suyos y un nieto. El ejercicio del cargo y su prolongación en la familia le hace ser «sumamente afortunado [...] suerte que no había tenido ninguno de nuestros sumos pontífices»54. Todavía se prolonga su influencia en el apresamiento de Jesús al ser suegro de Caifás, el sumo sacerdote en este momento. Seguramente es en la residencia de Anás, considerado el sumo sacerdote por encima de todos, donde se procede al primer interrogatorio del grupo de la aristocracia judía, aunque Caifás es el que debe dar carácter oficial a la validez de las pruebas acusatorias contra Jesús. No obstante esto, Mateo dice que lo llevan del huerto de Getsemaní directamente a la presencia de Caifás (Mt 26,57), y Juan de Anás a Caifás (Jn 18,24). No es una locura suponer que Anás sea consultado por Caifás en el arresto de Jesús, o que los dos estén de acuerdo en su desaparición, o que sea sólo Anás quien envíe a su guardia para cogerle debido a su poder fáctico y autoridad moral ante los demás jerarcas. Con todo, esto se queda en simples suposiciones al no disponer de datos históricos seguros.

Sin embargo los Evangelios coinciden en que existe una reunión del Sanedrín o de un grupo de sanedritas previa a esta

54 JosEFO, Ant., 20,198, II 1234. Los hijos de Anás que ejercen el cargo de su padre son: Eleazar, Jonatán, Teófilo, Matías y Anás. Éste es el que lapida a Santiago «hermano del Señor», Ibíd., 19,316, II 1193-1194. El nieto de Anás, Matías, uno de los últimos sumos sacerdotes y que comienza su función en el año 65 d.C., cf. Ibíd., 20,197-207, II 1233-1235; 18,26-34, II 1083-1084; Lc 3,2; Hech 4,6; 12,1-3;-4.11 18,13.24. Es de notar lo siguiente: Jesús, Esteban y Santiago mueren bajo la «dinastía» de Anás en el cargo de sumo sacerdote.

noche fatídica, y en ella la aristocracia judía determina la muerte de Jesús. Después de la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44) cuenta el cuarto Evangelio: «Los sumos sacerdotes y los fariseos reunieron entonces el Sanedrín y dijeron: ¿Qué hacemos? Este hombre está haciendo muchas señales. Si lo dejamos correr, van a creer en él todos. Vendrán los romanos y nos destruirán el santuario y la nación. Uno de ellos, llamado Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: No entendéis nada. ¿No veis que es mejor que muera uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación? [...] A partir de aquel día acordaron darle muerte» (jn 11,47-50.53)55. El dato histórico que hay detrás de esta tradición supone una reunión del Sanedrín. De ahí que no sea extraño que se incluyera una sesión del Sanedrín en la noche de autos dando carácter oficial al proceso, aunque dicha reunión respondiera a otra celebrada antes.

Se comienza una investigación sobre las causas por las que Jesús debe ser condenado, o se realiza un acto oficial para justificar y ratificar lo que previamente se ha decidido sobre su vida. En todo caso consensúan los motivos que deben aducir para su condena según el derecho romano ante la autoridad legítima, que es la que posee el poder de sentenciar a muerte y ajusticiar, aunque aquí se centren en el ámbito estrictamente religioso. Durante la noche, pues, ocurren dos acontecimientos: la declaración de los testigos y las negaciones de Pedro. Se introduce de esta manera: «Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes con los senadores y los letrados. Pedro lo fue siguiendo a distancia hasta entrar en el

55 En el proceso nocturno, después de apresado Jesús en Getsemaní, recuerda el Evangelio (Jn 18,14): «Caifás era el que había dado su parecer a los judíos, que convenía que un hombre solo muriese por el pueblo». Los Sinópticos datan la reunión dos días antes de celebrarse la Pascua: «Faltaban dos días para la Pascua. Los sumos sacerdotes y los letrados buscaban apoderarse de él con una estratagema y darle muerte. Pero decían que no debía ser durante las fiestas, para que no se amotinase el pueblo». Mc 14,1-2; Mateo concreta que la reunión se tiene en casa de Caifás, 26,3-5; Lucas repite sólo la trama de la captura, 22,1-2. En cualquier caso, todos admiten este movimiento previo al procesamiento que provoca una reunión en la que se determina acabar con Jesús.

palacio del sumo sacerdote. Se quedó sentado con los criados, calentándose a la lumbre» (Mc 14,53-54par)56.

El objetivo de la reunión apunta a matar a Jesús, lejos de la imparcialidad que debe presidir todo proceso judicial: «El sumo sacerdote y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, que permitiera condenarlo a muerte y no lo encontraban» (Mc 14,55). El redactor se encarga de resaltar dicha intencionalidad e, irónicamente, incluso de invalidar el proceso según las leyes judías: «pues aunque muchos testimoniaban en falso contra él, sus testimonios no concordaban» (Mc 14,56), ya que el octavo mandamiento (Éx 20,16; cf. Dt 5,20) dice así: «No darás testimonio falso contra tu prójimo» (Mc 1O,19par). En todo esto se escucha el eco de la oración del justo del Sal 27,12: «Se levantan contra mí testigos falsos, acusadores violentos» (cf. Sal 35,11). El redactor, además de invalidar el proceso por la falsedad de las acusaciones, anula las declaraciones al afirmar sus contradicciones: «Pero tampoco en este punto concordaba su testimonio» (Mc 14,59). Finalmente, se transmite el siguiente dicho, que tiene sentido por sí mismo fuera de su finalidad de ridiculizar e invalidar el proceso: «Le hemos oído decir: Yo he de destruir el santuario, construido por manos humanas, y en tres días construiré otro, no con manos humanas» (Mc 14,58)57.

56 Hay que distinguir el Sanedrín como órgano de gobierno reunido en el lugar oficial, es decir, una sala frente al templo situada al otro lado del valle de Tiropeón, y el Consejo, que corresponde a los representantes de los tres grupos religiosos que lo componen, cf. JOSEFO, Guerra 1,170, I 118; 2,273.316-319.405, I 314.323.343. En este caso no se reúnen en el sitio oficial, sino en el palacio del sumo sacerdote. También hay que advertir en la redacción de los Evangelistas la distinción que hacen entre santuario (naos) y templo (hieron). La usan indistintamente, pues en tiempos de Jesús no existe esta distinción. Santuario es el Sancta sanctorum, donde están los panes de la proposición y el candelabro de los siete brazos, lugar por antonomasia de la presencia de Dios. Templo es el conjunto de edificaciones que constituyen el lugar sagrado para Israel en el que se incluye el Santuario.

57 Cf. supra, 12.3.3. 3., 433-436. Marcos, en la línea apuntada, considera el testimonio falso, porque si el relato lo escribe antes de la destrucción del templo, del año 70, se mostraría la equivocación de Jesús, ya que la inmensa mole permanecía intacta para todos los judíos y cristianos.

La frase responde a la actitud de Jesús sobre el templo58 y es ratificada cuando está clavado en la cruz por los que observan el suplicio: «El que derriba el Santuario y lo reconstruye en tres días...» (Mc 15,29). La afirmación de Jesús no se refiere al imponente edificio de Jerusalén, pues es evidente que él solo no puede derribarlo como hicieron los romanos en el año 70. Pero también es verdad que los testigos señalan el sentir y la intención de Jesús sobre su distanciamiento del centro del culto de Israel. De hecho sus seguidores practican sus ideas cuando después de la resurrección sustituyen los sacrificios del templo por el sacrificio de su vida y transforman el culto al Señor por el culto al Padre en el cuerpo del Resucitado: «Esta es la sangre mía de la alianza, que se derrama por todos» (Mc 14,24). La sangre de Jesús que conduce a la vida se vierte en los azotes y en la cruz para la salvación de todos (Is 53,12) y crea la nueva alianza prometida tiempos atrás por Dios (Jer 31,31-33). La nueva alianza, pues, es universal, abarca a todos los pueblos, no sólo a Israel (Mc 13,10). La base histórica se fundamenta con la solemne declaración de Jesús de que entrega su vida hasta la muerte: «Pues este hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45), todo lo contrario de aquellos mesías que se vanaglorían con signos y prodigios que valen más para seducir que para salvar (Mc 13,22). El poder de

58 Este dicho que transmite Marcos aparece modificado en Mateo: «Éste [Jesús] ha dicho: Puedo (dynamai) derribar el santuario de Dios y reconstruirlo en tres días» (Mt 26,61). Jesús tiene un poder ilimitado de destruirlo, porque él «es mayor que el templo» (12,6); o puede invocar a su Padre para que le envíe doce legiones de ángeles (26,53); es una pretensión que puede referirse al enemigo con capacidad de derribar el lugar sagrado, o al mismo Dios que piensa cambiarlo al final de la historia según la concepción apocalíptica que transmiten, por ejemplo, Ez 40-44; 46,19-47,2; Is 60,7.3; etc.; o a una de las finalidades que comporta el Reino y que él puede llevarla a cabo. Lucas trae la parte negativa del dicho de Marcos en los Hechos (6,14) con ocasión del proceso de Esteban; él critica más los abusos del templo que su sentido que no pone en duda, Lc 2,49; 19,46; 24,53; Hech 2,46; 3,1. Juan (2,29) encuadra la frase en un contexto teológico más evolucionado: «Derribad este templo y en tres días lo reconstruiré; [...] pero él se refería al templo de su cuerpo» resucitado (In 2,21-22).

Jesús está en su servicio y dimana de su entrega máxima en la cruz, como se ha señalado en la Última Cena. El servicio hasta la muerte como expresión de amor es la ley de la nueva Alianza, que sustituye la ley de la antigua que se celebra en un templo transido por un culto exterior que olvida los sufrimientos y la relación personal de los creyentes con el Señor y se rinde a la ambición y descuido de los que lo sustentan. Este culto, hueco y vacío y, por demás, obsoleto, lo cobija un templo hecho por manos humanas59, y se iguala al que los paganos ofrecen a sus ídolos, como los profetas denunciaron en su día60.

Ya dijimos que el distanciamiento crítico de Jesús con el templo, no contradice que, a la vez, luche por devolverle su dignidad y centralidad para la fe de Israel y lo retenga como la mora-da de Dios (Mc 11,17). Incluso la afirmación de que se destruirán todos los edificios que constituyen el complejo del templo: —«¿Veis todos esos edificios? Pues se derrumbarán sin que quede piedra sobre piedra»— (Mc 13,2), se encuadra en un con-texto diferente, como es el fin del mundo, realidad escatológica en la que incluye su desaparición para hacer otro nuevo del todo. Será una novedad que se imprimirá a la existencia en la perspectiva exclusiva del dominio de la vida divina en la historia humana61. En este sentido se puede ver la afirmación de la

59 Los cristianos acentúan con fuerza esta afirmación: Hech 7,48: «El Altísimo no habita en fábricas humanas»; cf. 17,24; Heb 9,11.24: «Cristo, venido como sumo sacerdote de los bienes futuros, usando una tienda mejor y más perfecta, no hecha a mano, es decir, no de este mundo creado [...] Pues bien, Cristo entró, no en un santuario hecho a mano, copia del auténtico, sino en el cielo mismo; y ahora se presenta ante Dios a favor nuestro»; cf. 2Cor 5,1.

60 Cf. Lev 26,1.30; Is 2,18; 10,11; Ez 8,5-6; etc.

61 «Construiré mi templo, y moraré entre ellos; seré su Dios, y ellos serán mi pueblo verdadera y justamente [...] Dijo entonces el ángel de la faz: Escribe a Moisés [lo ocurrido] desde el principio de la creación hasta que me construyan mi templo entre ellos por los siglos de los siglos [...] hasta que se cree el templo del Señor en Jerusalén, en el monte Sión, y todas las luminarias se renueven para remedio, salvación y bendición de todos los elegidos». Jub., 1,17.27.29. Versión de F. Corriente —A. Piñero (Madrid 1982) (II 82-84); cf. 1 Hen., 90,28-29 (IV 122).

sustitución del templo por otro «no construido con manos humanas» apuntado por los testigos del proceso, aunque también es cierto que estas premoniciones se orientan a una obra exclusiva de Dios y no de su enviado; en el caso de los cristianos será Jesucristo, comprendido como el Mesías de Dios, el que llevará a cabo la construcción de un templo con verdadero origen divino y no humano. Con todo, debemos seguir la opinión expuesta antes de que la raíz de las afirmaciones sobre la destrucción del templo en cuanto sustitución del culto está en la premonición de Jesús de que el templo en la medida en que contiene el Santuario, el Sancta sanctorum, será inservible en el futuro como lugar de la presencia definitiva de Dios, porque no hace posible la auténtica relación con Él.

Por último, la expresión de que «en tres días construiré otro» Santuario, aducida por los testigos contra Jesús, no se refiere a la interpretación de que a los tres días resucitará y su cuerpo se convertiría en el templo de los cristianos (Jn 2,21; cf. 1Cor 6,19), sino a un corto período de tiempo en el que se comprobará la sustitución de un templo de origen humano por otro de origen divino, de un culto basado en ritos humanos por otro de origen divino.


15.3.2. Sobre los títulos de Jesús

Jesús responde a las afirmaciones de los testigos con el silencio según el plan de Dios diseñado en la Escritura, o por un posible asentimiento a sus afirmaciones, o no haciendo caso por no estar de acuerdo con el proceso. Entonces «el sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: ¿No respondes a lo que éstos alegan contra ti? Pero Jesús seguía callado» (Mc 14,60-61)62. Como a Pilato (15,4), Jesús no contesta al sumo sacerdote.

62 Sal 38,14-15: «Pero yo me hago el sordo y no oigo, me hago el mudo y no abro la boca, soy como uno que no oye y no tiene qué replicar»; cf. 39,10; Is 53,7; Lam 3,28.30; Jer 11,19; Mt 26,63; 27,14; Mc 15,5; Lc 23,9; 1Pe 2,21.23.

A continuación el Sumo Sacerdote formula la segunda pregunta. La pregunta de Caifás y la respuesta de Jesús componen una narración que entraña un resumen magistral de la experiencia creyente sobre aquel que ha sido obligado a la peor de las muertes. La pasión y la cruz, pues, encubren una gloria divina que pertenece a Jesús por entero y que se divulgará con la Resurrección. Veremos que el significado de Mesías e Hijo de Dios adquieren la perspectiva de la confesión cristiana y, naturalmente, es imposible que esta pregunta se dé en la reunión del Consejo compuesto por miembros judíos ajenos por completo a la consideración futura sobre los títulos dados a Jesús. Sin embargo, los lectores creyentes de los Evangelistas podrán sacar una conclusión con hondas raíces históricas: la gloria del Hijo pasa por la ignominia de la pasión y por la vejación a que le someten sus enemigos.

La finalidad del relato es que no sean unos testigos cuales-quiera los que influyan en la condena de Jesús y cierren el pro-ceso. De ahí la incongruencia y contradicción de sus testimonios. Se apuesta porque sea la máxima autoridad religiosa de Israel y por motivo de la auténtica naturaleza de Jesús confesa-da por las comunidades la que funde la causa de la muerte. «El sumo sacerdote le preguntó de nuevo: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?»63. No es, pues, una pregunta sobre las acusaciones en torno al templo, sino que cambia de plano y se centra en la persona de Jesús. Le pregunta de una forma provocativa para que responda. Caifás pronuncia los dos títulos de Jesús con los que Marcos inicia su Evangelio: «Comienza la buena noticia de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Los dos títulos aparecen ade-más con ocasión de la confesión de Pedro (Mc 8,29par), de una forma implícita en la llamada del ciego Bartimeo (10,47-48par) y

63 Mateo redacta la pregunta de esta manera: «Por el Dios vivo te con-juro para que nos digas...». La expresión recuerda la confesión de fe de Pedro en Jesús: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Pedro ahora reniega de ella precisamente jurando (Mt 26,74), contra la enseñanza de Jesús que rechaza todo juramento por Dios (Mt 5,33-37), cf. supra, 14.4.2. 4a., 542-544 Lucas separa el contenido de la pregunta: por un lado «Mesías» (Lc 22,67) y por otro Hijo de Dios (26,70) como Juan en 10,24.36.

en la entrada de Jerusalén (11,9-10par)64. También Dios le llama «Hijo» por dos veces: en la parábola de los viñadores (Mc 12,6par) y en las predicciones sobre el fin del mundo (13,32par) e «Hijo querido, predilecto» (1,llpar)65. La pregunta sigue el hilo argumental anunciado con la entrada triunfal en Jerusalén y con las enseñanzas en la explanada del templo, en las que sugiere la ascendencia davídica del Mesías y al que identifican con Jesús el ciego Bartimeo y la multitud, como acabamos de citar. De esta noticia transmitida como un murmullo se hace eco

64 Mesías puede entenderse como el descendiente de David que va a restaurar el Reino de Israel destruyendo a los enemigos (cf. 2Sam 7,14; Sal 89; 1Cró 17) y en tiempos de Isaías restauraría la dinastía de David para ser el salvador de su pueblo (Is 7,14-16; 9,1-14); o en el posexilio es una figura humana con la potencia de Dios para inundar a Israel de toda clase de bienes. Aquí surgen otras alternativas que se unen a un sacerdote ideal, a un profeta como Moisés, o la función se asigna a Dios directamente; en tiempos de Jesús se combinan varios perfiles para el Mesías que los cristianos, fundados en la doctrina y vida de su Maestro, rechazan: Que el Mesías no debe sufrir (Mc 8,31-32par); la pretensión de dominar a todos los pueblos (Q/Lc 4,5-8; Mt 4,8-10); la aclamación pública y coronarlo como rey (Jn 6,15); aspirar a puestos de honor y poder (Mc 10,37-38; Mt 20,21-22); incardinación con la casa de David (Mc 12,35-37par; 3,31-35par); etc. Jesús no se define claramente sobre una línea determinada de Mesías, pues él anuncia el Reino; sin embargo los cristianos lo confiesan como un Mesías, que entraña una realidad real (Mc 15,32par), sufre y es perseguido (8,31par) y va unido a la comprensión divina del Hijo de Dios glorificado (1,1; 14,61; 15,39; Mt 14,43; 16,16; 26,63; 27,54); infra, nota 68; supra, 9.3.2.a. 1°, 298-303.

65 En cuanto a la filiación divina, Mateo y Lucas entroncan a Jesús con la divinidad desde el principio (Mt 1,20; Lc 1,35) antes del Bautismo (Mc 1,10par). Mateo escribe por dos veces que Ios discípulos llaman «Hijo de Dios» a Jesús cuando camina por el agua y calma la tormenta en el lago de Galilea (Mt 14,33) y en la confesión de Pedro (16,16), como añadidos al texto de Marcos. En Lucas le llaman Hijo de Dios los demonios, como en Marcos (Mc 5,7; 13,11; Q/Lc 4,3; Mt 4,3), y el ángel (Lc 1,35), además de la escena del Sanedrín (22,70) que separa las expresiones Mesías e Hijo de Dios (22,67) igual que Jn 10,24.36, pero las une en Hech 9,20.22 y Lc 4,41, que viene a ser igual. Nace seguramente este título a partir de la fórmula bautismal de Mt 28,19; cf. Jn 20,31. Por otra parte, no existe en la Escritura la palabra «el Bendito» (ho eulogétos) para designar el nombre o un título de Dios, como afirma Mc 14,61; Mateo lo cambia por «Hijo de Dios» (26,63), igual que Lucas (22,70).

el Sumo Sacerdote en la pregunta que dirige a jesús, pero que en modo alguno se puede comparar a la confesión de fe que hace el centurión, el primer no discípulo que afirma su filiación divina (Mc 15,39).

La interpelación del Sumo Sacerdote exige de por sí una res-puesta. Si Jesús calla o niega los títulos, se aleja de las pretensiones que ha mostrado con el anuncio del Reino; si los acepta, debe asumir la responsabilidad y las consecuencias para los judíos de lo que significa Mesías e Hijo de Dios, o Mesías en cuanto Hijo glorificado. Jesús responde con el «yo lo soy» al estilo de cuando camina sobre las aguas y apacigua el viento mostrando su superioridad sobre las fuerzas de la naturaleza, y los discípulos se pasman de su poder (Mc 6,50). Ese «Yo soy» suena a la revelación divina que se escucha en el Éxodo (3,14) cuando el Señor responde a Moisés en el Sinaí.

Y añade una explicación que es la que confiesan los cristianos entendida también como una revelación de Dios: «Veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha de la Majestad y llegando entre las nubes del cielo» (Mc 14,62par). Son dos citas de la Escritura: el Salmo 110,1, ya referido en Mc 12,36 cuando enseña a la gente en el templo; y del profeta Daniel (7,13) asimismo mencionado en 13,26 con ocasión del anuncio de la Parusía o venida del Señor al final de los tiempos, que se describe con abundantes signos cósmicos que comunican su trascendencia y esplendor. La respuesta de jesús es la confesión cristiana de su glorificación creída a partir de su resurrección, donde se le asocia al poder divino que le hace ser superior a los hombres y a los ángeles. Jesús participa de la majestad divina, porque Dios le ha hecho triunfar sobre todos sus enemigos. Es el momento histórico que refiere el Salmo. Pero está unido a la figura del Hijo del hombre como ser sufriente, algo que los judíos, y en este caso, el Sumo Sacerdote, no pueden comprender66. El segundo momento es la cita de Daniel que fundamenta su constitución de juez

66 Jesús se llama a sí mismo Hijo del hombre en Mc 2,10 y Jn 12,34; aunque nadie le Llama así ni él explica el significado, porque tal título se usa y desarrolla en tiempos posteriores a Jesús. Quizás él lo haya unido a su suerte trágica, pero, a la vez, confiaría que un día a través de él Dios manifestaría su gloria sobre los enemigos dándole el honor debido, a partir de Dan 7,13 o en el Sal 110,1; 80,8. Así los Evangelios lo unen al siervo sufriente de Is 52,13-14 y se refleja en Mc 8,31; 9,9-13; 9,31-32; 10,33-34; Mt 16,21-23; 17,9-13; 17,22-23; 20,18-19; Lc 9,22; 9,44-45; 18,31-33; o a su vuelta como juez, Mc 8,38; Mt 10,32; 16,27; Lc 9,26; 12,8-9; 21,27; con poder sobre el pecado y el sábado en Mc 2,10; 2,28; Mt 9,6; 12,8; Lc 5,24; 6,5. Así elevan este título a la categoría de Mesías o Hijo de Dios mostrando de alguna manera la conciencia de sí mismo.

de vivos y muertos para su segunda venida cuando se termine la historia. Es la Parusía, la otra comprensión del Hijo del hombre como juez «cuando venga con la gloria de su Padre y acompañado de sus santos ángeles» (Mc 8,38par; 13,27par). Esta respuesta de jesús es la que dan los cristianos a todos los judíos sobre la identidad de jesús: «Veréis», y no el «verás» lógico al Sumo Sacerdote, que es el que formula la pregunta67.

El cuadro siguiente narra la sentencia a muerte, que ya está prefijada de antemano (Mc 14,1par; jn 11,50): «El sumo sacerdote, rasgándose los vestidos, dice: ¿Qué falta nos hacen los testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece? Todos sentenciaron que era reo de muerte» (Mc 14,63-65par; Jn 10,33.36)68. Jesús se condena a sí mismo. La función de los testigos ha sido vana, como inútil es recoger más pruebas. Lo que hace el tribunal es aplicar la ley de aquellos que ultrajan el nombre de Dios69. Jesús se condena a sí mismo al arrogarse los títulos de Mesías, Hijo de Dios e Hijo del

67 La Parusía la esperan los cristianos de inmediato con la instauración del Reino al resucitar Dios a Jesús de entre los muertos, cf. Mc 9,1; 14,25; Mt 10,23; Lc 23,43; Jn 14,3; 21,22-23; etc.; o también se piensa que no lo puede saber, ni siquiera el mismo Jesús (Mc 13,22), y seguramente tardará bastante, cf. Mc 13,35; Mt 13,31-33; 24,50; 25,13; Hech 1,7; etc.

68 Rasgarse las vestiduras puede ser un gesto de dolor o de rabia por la muerte de un ser querido (Gén 37,34; 2Sam 1,11-12; 2Rey 2,12), y tanto más será si hay ofensa a Dios, 2 Rey 18,37; 19,1, aunque la expresión de Jesús no es una blasfemia estrictamente hablando: «El blasfemo no es culpable en tanto no mencione explícitamente el nombre». Misná, Sanhedrín, 7,5, 738.

69 En el ministerio de Jesús se prueba esta blasfemia, por ejemplo de perdonar los pecados que sólo lo puede hacer Dios, cf. Mc 2,5-11; Mt 9,2-6; Lc 5,20-24. En Juan por igualarse a Dios (Jn 8,58-59) y por su pretensión de unión íntima con el Padre (10,30-31)

hombre glorioso, por destruir el sentido y realidad del templo y por querer introducir ciertos cambios a la Ley70.

Pero hay que advertir que lo que suena a blasfemia en los oídos de los inquisidores judíos es la función y el contenido de los títulos de Mesías, Hijo de Dios e Hijo del hombre tal y como lo confiesan los cristianos en tiempos del Evangelista y no el sentido que pudiera darse en este hipotético diálogo entre el máximo representante de la religión judía y Jesús. La blasfemia consiste en arrogarse una función y un poder exclusivo de Dios que los cristianos han trasladado al Mesías, además de expresar su relación única con Dios. Sería entonces la condena de los judíos a los cristianos que confiesan la «venida desde el cielo de su Hijo, al que resucitó de la muerte: Jesús que nos libra de la condena futura» (1Tes 1,10), o el contenido concreto que los cristianos le dan a estos títulos que los judíos no admiten para Jesús en forma alguna. Marcos termina cumpliendo el objetivo que se había planteado: a Jesús se le condena por lo que él es y significa, y es y significa lo que creen en tiempos del Evangelista sus seguidores. La verdad está de parte de Jesús. Las acusaciones judías que inculpan a Jesús como blasfemo convierten en una gran mentira el veredicto de muerte del Consejo.

El juicio religioso o instrucción previa al juicio romano concluye con una paliza que propinan a Jesús algunos sanedritas (Mc 14,65par), aunque sea difícil comprender que participen en un acto tan burdo. A ellos se les unen los criados con los que

70 Lucas evita la acusación de blasfemia ante el Consejo, aunque en 22,63-65 relata una blasfemia contra Jesús. De una forma indirecta viene la acusación en el martirio de Esteban (Hech 6,11.13-14): «Entonces soborna-ron a algunos para que declararan haberlo oído blasfemar contra Moisés y contra Dios. [...] Este hombre no para de hablar contra este lugar santo y contra la ley; lo hemos oído afirmar que Jesús de Nazaret destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos legó Moisés». Sin embargo Mateo (26,66) lo dice dos veces en boca del Sumo Sacerdote, refiriéndose al templo y a los títulos que se ha aplicado Jesús: «¡Ha blasfemado! ¿Qué falta nos hacen los testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Cuál es vuestro veredicto?»; cf. Jn 11,47-53; 1\4 11,27-28par; de la Ley, cf. Mc 2,16.18.24; 3,2; 3,6; 7,5-6; Mt 5,21; Lc 6,1-11; Jn 5,18; 19-24; cf. supra, 15.2.1., 588-591.

Pedro se calienta esperando el final de la sesión del Consejo (14,54) e incluso los guardaespaldas que le apresaron en el huerto de Getsemaní (14,43par). Es la primera humillación de una serie que sufrirá en todo este tiempo de la pasión: con los solda-dos después del juicio romano (Mc 15,16-20par); en presencia de Herodes (Lc 23,11) y en la cruz (Mc 15,29-32).

A Jesús le cubren la cara a salivazos, que es una muestra de desprecio y castigo al que ha salido culpable en un juicio y, en este caso, queda expulsado del pueblo y la sinagoga. Jesús pierde su dignidad judía y, como tal, es considerado como alguien indigno. La saliva y un trapo le velan el rostro. Entonces comienzan a propinarle bofetadas. Los cristianos ven en esta escena macabra al siervo de Dios de Isaías (50,6): «Ofrecí la espalda a los que me apaleaban; las mejillas, a los que mesaban la barba; no me tapé el rostro entre ultrajes y salivazos»71. Jesús es el Mesías no sólo glorioso, sino también sufriente. El Mesías se entiende además como un profeta, que tiene el don de adivinar, pero en este caso es tomado como falso. Con el rostro cubierto, abofeteándolo, le dicen: «Mesías, adivina quién te ha pegado» (Mt 26,67) De la dimensión profética de Jesús dan cuenta los Evangelios en su doble vertiente de dolor y de gloria72.


15.3.3. Las negaciones de Pedro

Pedro reniega de Jesús para salvar su vida al mismo tiempo que interrogan a Jesús en el palacio del Sumo Sacerdote sobre su postura ante el templo y el supuesto testimonio sobre su confesión de Mesías, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que es la base del redactor para que los sanedritas le condenen a muerte. Se prepara este episodio dos veces. Después de cenar Jesús va de

71 Cf. Job 30,9-10: «Ahora, en cambio, me sacan coplas, soy el tema de sus burlas, me aborrecen, se distancian de mí y aún se atreven a escupirme a la cara»; cf. Núm 12,14; Dt 25,9.

72 Cuando visita la Sinagoga de Nazaret, dice Jesús: «A un profeta lo desprecian sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa» (Mc 6,4par) y la gente dice también de él: «Pero otros decían que era Elías y otros que era un profeta como los clásicos» (Mc 6,15par).

camino hacia el monte de los Olivos con los discípulos y les comunica que le van a ser infieles: «Pedro le contestó: Aunque todos fallen yo no. Le dice Jesús: Te aseguro que tú hoy mismo, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres. El insistía: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré» (Mc 14,27-31par). La segunda sucede cuando apresan a Jesús y le llevan a casa del Sumo Sacerdote: «Pedro lo fue siguiendo a distancia hasta entrar en el palacio del sumo sacerdote. Se quedó sentado con los criados, calentándose a la lumbre» (Mc 14,53-54par)73.

Entonces una criada (portera en Juan 18,17) se acerca a Pedro (Mt 26,69), le incrimina y le altera la situación aparentemente tranquila que disfruta. Ella «se le queda mirando y le dice: También tú estabas con el Nazareno, con Jesús. Él lo negó: Ni sé ni entiendo lo que dices» (Mc 14,67-68par). Nada se indica de cómo le conoce la criada como acompañante de Jesús para poder reconocerlo ahora. La alusión a Jesús aparenta desprecio, quizás porque, situada Nazaret en la región de Galilea, sus habitantes no son bien acogidos en la capital de Judea cuando llegan en masa para cumplir con la fiesta de Pascua, lo que puede provocar tensiones (Mc 14,2), como pasó con algunos a los que Pilato asesinó (Lc 13,1-3). La respuesta de Pedro suena a una evasión de la posible responsabilidad de identificarse como discípulo en estos momentos. Por eso le ignora, ignorancia que lleva consigo ruptura y alejamiento. Se observa cuando se coloca a Pedro distanciándose de la criada y de Jesús, yéndose al zaguán. Entonces oye el canto del gallo por primera vez (Mc 14,68; Mt 26,71).

Apostado en el portal, la voz de la criada (otra distinta según Mateo 26,71) suena de nuevo en el mismo sentido, pero esta vez se dirige a un grupo de hombres, criados y guardias, allí presentes: «éste es uno de ellos» (Mc 14,69), o con más precisión

73 Pedro sigue a Jesús a distancia por temor, aunque se subraya su coraje y fidelidad antes de las negaciones: «Mis amigos y compañeros ante mi dolencia se detiene mis prójimos se mantienen a distancia» (Sal 38,12) afirma el Salmo del justo sufre.

(Mt 26,71): «éste estaba con Jesús nazareno». Pedro, alejándose más de Jesús, pasa de la evasión a la negación: «de nuevo lo negó» o «de nuevo lo negó jurando que no conocía a aquel hombre» (Mc 14; Mt 26,72); negación bajo juramento, que en Lucas (22,58) y en Juan (18,26-27) al pronunciarlo ante la pregunta de un hombre, transforma el rechazo de Pedro en jurídicamente más grave; gravedad que se aumenta al decir que él no es discípulo en el mismo instante en que Jesús afirma solemnemente que es el «Hijo de Dios» (Lc 22,58.70). Pedro rompe su unión con Jesús, y el paso siguiente es negarle. Pero negarle significa renunciar a su categoría de discípulo e impugnar la condición filial de Jesús que confiesan las comunidades cristianas74. Pedro le niega bajo juramento, es decir, pone a Dios por testigo para no reconocer la trascendencia divina de Jesús. Esto es exactamente lo que hacen los judíos en tiempos de los Evangelistas: rechazan con vehemencia la identidad que le dan a Jesús los títulos y confiesan las comunidades. Olvida Pedro que Jesús prohíbe jurar (Mt 5,35).

En el mismo lugar, pero una hora más tarde (Lc 22,59), la gente a la que se dirige la criada reafirma su pregunta y acusa a Pedro: «Realmente eres de ellos, pues eres galileo» (Mc 14,70; Lc 22,59) porque «el acento te delata» (Mt 26,73), o como apostilla Juan por boca de un criado: «¿No te vi yo con él en el huerto?» (Jn 18,26). Para el Evangelista fue Pedro quien cortó la oreja a Malco, siervo del sumo sacerdote. Así se dio a conocer Pedro (Jn 18,10). Aún aumenta el alcance de la negación al hacerla ante un auditorio mayor (cf. Dt 19,15): «Entonces empezó a echar maldiciones y a jurar que no conocía al hombre del que hablaban» (Mc 14,71; Mt 26,74). Pedro maldice y, con ello, más que renegar con maldad, manifiesta una actitud que cae bajo la pena de castigo divino por reafirmarse en su desconocimiento de Jesús: «Del que reniegue de mí ante los hombres, renegaré yo de él ante mi Padre del cielo» (Mt 10,33). Entonces se aleja definitiva-

74 Conocer a Jesús es elegirle y seguirle para mantener una relación que implica una alianza. Así conocerá él a los suyos al final de la historia, Mt 25,12, o por el contrario los ignorará, Mt 7,23; cf. Os 5,3; 13,5; Jer 1,5; etc.

mente de él. Como había predicho Jesús, «cantó el gallo por segunda vez» (Mc 14,72par). Son las primeras horas del día antes del alba.

«Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: Antes que el gallo cante dos veces me habrás negado tres. Y rompió a llorar amargamente» (Mc 14,72par). Afectan al ánimo de Pedro sus promesas anteriores: «Señor, contigo yo estoy dispuesto a ir a la cárcel y a la muerte» (Lc 22,33), o «aunque tenga que morir contigo, no te negaré» (Mt 26,35) y la distancia que crea entre el compromiso y la realidad. El arrepentimiento que apuntan las lágrimas de Pedro no sólo es una cuestión de honradez personal, sino que se origina con el aviso de Jesús comunicado con una mirada: «El Señor se volvió y miró a Pedro; éste recordó lo que le había dicho...» (Lc 22,61). A la vez el rostro maltratado de Jesús advierte a Pedro el muro que ha levantado entre los dos. Y transfiere su dolor al discípulo para dar lugar a la toma de conciencia de lo que acaba de hacer: «al que diga una palabra contra este Hombre se le perdonará» (Q/Lc 12,10; Mt 12,32). Jesús, por tanto, mantiene su fidelidad a Pedro y salva su misión: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos» (Lc 22,31)75.


15.4. El proceso y el juicio romano

15.4.1. Las probabilidades históricas

Muy de mañana, Caifás, como sumo sacerdote en ejercicio, envía a Jesús a Pilato (Jn 18,28). Hay indicios de que Caifás y Pilato se llevan bien, sobre todo por la duración del cargo de aquél. Caifás desempeña el sumo sacerdocio del 18 al 37 d.C., año en que Pilato deja la prefectura de Judea para la que fue

75 Juan no dice nada del llanto de Pedro. En cambio cuenta la triple pregunta de Jesús: «¿Me amas?», que es la que arranca las lágrimas a Pedro, a fin de definir su función en el tiempo después de la Resurrección (Jn 21,15-17).

nombrado el 2676. Toda la estancia de Pilato en Judea es acompañada con el ministerio de Caifás. Que estén tantos años juntos, sabiendo las actuaciones improcedentes del Prefecto romano contra la sensibilidad judía, demuestra, por una parte, la labor de puente entre el pueblo y la autoridad romana que hace Caifás; por otra, la perspicacia de Pilato de tener a un buen aliado judío en una responsabilidad religiosa que entraña evidentes repercusiones sociales que afectan a su gobierno77.

Caifás es portavoz de los sumos sacerdotes y sanedritas. Éstos se hacen responsables de la propuesta de condena y de poner en manos del poder establecido a Jesús (Mc 15,1). Forman un grupo reducido y con sus guardias le conducen al palacio de Pilato para que le procese, evitando, en principio, todo tumulto que se asemeje a una condena por voto popular al margen de la responsabilidad de Pilato. Aunque, poco después, se encargan de excitar a la muchedumbre para que fuercen la ejecución (Mc 15,11; Mt 27,20), costumbre que es habitual en los procesos de aquel tiempo y en la Judea de Pilato78. El sitio del proceso es la ciudad de Jerusalén y no Cesarea, capital administrativa de Judea. Pilato reside en Jerusalén sólo en las grandes fiestas y cuando lo requiere su cargo, y se suele hospedar en el palacio de Herodes el Grande, de donde se contempla toda la ciudad y,

76 Cf. supra 2.1.4. Caifás permanece en el cargo toda la prefectura de Pilato, cuando el cargo máximo judío, aunque dependiente del poder romano, no suele durar mucho. Baste pensar que el prefecto anterior a Pila-to, Valerio Grato, en torno al año 15, nombró a cuatro, cf. JOSEFO, Ant., 18, 34-35, II 1084.

77 El evangelista Juan y Josefo piensan que una de las funciones del Sumo Sacerdote es profetizar. Caifás lo hace cuando afirma que es «... mejor que muera uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación» (Jn 11,50; cf. 18,14); JOSEFO lo defiende para Jadús (Ant., 11,327-328, 1 645) e Hircano (Ant., 13,299, II 770). Juan lo recuerda en estos momentos, Jn 18,14.

78 Se puede comprobar en los hechos referidos de los emblemas que portan la imagen del emperador (JosEFO, Ant., 18,55-59, II 1087-1088; Guerra, 2,169-174, 1 291-292) y en la construcción del acueducto para abastecer de agua a Jerusalén (Ant., 18, 60-62, II 1089-1090; Guerra, 2,175-177, 1 293); cf. supra, nota 76.

sobre todo, el templo. Es la costumbre de los prefectos y procuradores romanos79.

Ahora Jesús aparece atado (Mc 15,1; Mt 27,2)80. El que esté atado deja entender para el poder romano, tanto la peligrosidad del reo, como la gravedad de los cargos que se le atribuyen. ¿Qué cargos pueden aducirse a la autoridad judicial romana, sabiendo de antemano que Pilato no confiesa el credo de Israel? Nada valen las imputaciones aportadas en la casa del Sumo Sacerdote, es decir, las críticas al templo. Sobre todo, porque es el espacio donde se reúnen muchos judíos y constituye la gran preocupación de las autoridades romanas para mantener el orden público. Si desapareciera el templo, se quitaría Roma el mayor problema de Palestina. Por otra parte, sabemos del poco respeto que Pilato tenía para este espacio sagrado judío al querer sustraer parte de su tesoro para construir un acueducto.

Todo esto lo saben los sumos sacerdotes. Las muchas cosas de que le acusan (Mc 15,3; Mt 27,12), además de «malhechor» (Jn 18,30), se concretan en las siguientes: «Hemos encontrado a éste agitando a nuestra nación, oponiéndose a que paguen el tributo al César y declarándose Mesías»: en definitiva, pervierte al pueblo (Lc 23,2; cf. 23,5). Pilato responde a estas tres acusaciones con otros tantos reconocimientos de su inocencia y, por con-siguiente, se prueba la mentira de tales denuncias (Lc

79 Cf. Hech 23,35: Pablo, prisionero, es custodiado en el pretorio del palacio de Herodes en tiempos del procurador Félix. Filón y Josefo indican también el palacio de Herodes como residencia de los gobernadores roma-nos: Sobre la embajada ante Cayo, 38,299; 39,306, V 373-376; Guerra, 2,301, I 320. La afirmación de Marcos (15,8) que muestra a la gente «subiendo» para pedirle el indulto de Barrabás, y la de Juan (19,13) en la que «Pilato sacó a Jesús fuera, a un lugar llamado Enlosado (en hebreo Gábbata)», que indican un sitio en alto, puede referirse tanto al Palacio como al edificio militar de la Torre Antonia, aunque desde ésta, si se domina el templo perfectamente, no se divisa de igual manera la ciudad como en el palacio. Además el palacio tiene un lugar abierto y público, donde puede congregarse la gente, espacio que es difícil que se dé en la Torre Antonia, área militar y, por consiguiente, cerrada y exclusiva de la tropa.

80 Lucas no narra este cetalle (23,1) y Juan presenta a Jesús sujetado desde el arresto en Getsemarí (18,12).

23,4.14.16). Lucas elabora el párrafo e interpreta en las dos primeras inculpaciones aquello en lo que todos los Evangelistas coinciden y, a la vez, da coherencia a la condena de Pilato. Ésta se centra en la siguiente pregunta que el Prefecto hace a Jesús, lógicamente nacida de las incriminaciones de los sumos sacerdotes y que expresa un resumen de ellas: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (Mc 15,2par).

Se entiende la gravedad de la acusación por la historia reciente de Palestina, sobre todo desde la muerte de Herodes el Grande en el año 4 d.C., de lo que Josefo se hace eco81. Las rebeldías de Judas el Galileo, Simón en Perea y del pastor Astronges y de tantos otros innominados que sabe Pilato, obligan a aplicar la ley en una situación que nunca deja lugar a dudas en un Esta-do de derecho como es el Imperio: la defensa de la suprema autoridad del César. Y se ratifica la incriminación escribiéndola en el rótulo con el que se justifica públicamente la causa de la condena de Jesús a muerte: «El rey de los judíos» (Mc 15,26par). Roma posee en Judea desde el primer prefecto Coponio el ius gladii82. Juan lo afirma: «No nos está permitido dar muerte a nadie» (Jn 18,31)83.

81 Cf. supra, 2.1.4., 111.

82 «El territorio de Arquelao fue convertido en Provincia y fue enviado como procurador Coponio, que pertenecía a la clase ecuestre de los romanos, y recibió del César todos los poderes, hasta el de condenar a muerte». JOSEFO, Guerra, 1,117, I 278.

83 Hay tres casos en el cristianismo primitivo en los que los judíos ajustician al reo. El de Esteban, que entra dentro del derecho de Ios judíos de aplicar la pena de muerte a todo pagano que se atreva a entrar en el templo, además de cometer otros delitos relacionados con él (Hech 7,54-60; Guerra, 5,193-194, II 168; 6,124-126, II 267; Ant., 15,417, I 947). Si bien es ver-dad que hay opiniones contrarias: no obstante este derecho, no podían ajusticiar. De ser así, lo de Esteban sería un linchamiento. A Santiago Zebedeo le aplica la pena de muerte Agripa I (41-44 d.C.; Hech 12,2), y el Sanedrín condena a Santiago, hermano del Señor, en el 62 d.C. En estos dos casos actúan los judíos al estar vacante el puesto de gobernador. De hecho, cuando Anán, sumo sacerdote, ajusticia a Santiago antes de tomar posesión Albino, es depuesto de su cargo como castigo (JosEFO, Ant., 20, 200-201, II 1234).

Analizadas la sesiones ante el grupo de sumos sacerdotes y Pilato, ¿qué variación se ha introducido en el motivo de la condena? De una acusación exclusivamente religiosa, aunque con indudables repercusiones sociales, como es la crítica y distanciamiento del templo, se pasa a la denuncia ante Pilato de la pretensión política de ser rey. Lo han hecho para que el delito encaje dentro de la ley sin duda alguna y ésta la aplique el que juzga. Pero a Jesús le han cambiado la causa por la que ha vivido y luchado. Y se la han alterado fundados en el núcleo central de su predicación en Palestina: el Reino de Dios. No se inventan un delito de una forma absolutamente artificial. Nadie creería una cosa así y menos en un Estado de derecho. Se recogen los mismos términos de la misión de Jesús y se les da una orientación para que la ley actúe con la finalidad que desean los sumos sacerdotes: «Conviene que muera uno solo por el pueblo...» (Jn 11,50), sobre todo cuando el concepto de «Reino» comporta dicha lectura entre sus múltiples significados, con la agravante de la vinculación esencial de su presencia en la historia con la persona de Jesús.

En efecto. La predicación del Reino da pie al malentendido de su dimensión política cuando dos de los Doce, Santiago y Juan, reivindican los puestos más eminentes en la gloria de Jesús, supuesto «rey» (Mc 10,37; Mt 20,21). Y esto suscita una seria discusión entre los demás componentes del grupo más cercano a Jesús. De hecho Jesús debe zanjar la discusión de una forma tajante: «Sabéis que entre los paganos los que son tenidos por jefes tienen sometidos a los súbditos [...] No será así entre vosotros; antes bien, quien quiera entre vosotros ser gran-de que se haga vuestro servidor...» (Mc 10,41-45par). En la composición de la entrada triunfal en Jerusalén se le aclama como el que viene con el reino de David (Mc 11,10par), y Mateo (21,5) le aplica la profecía de Zacarías (9,9): «Mira a tu rey que está llegando: humilde, cabalgando un asno...». Esta admiración del pueblo por los signos que hace se concreta en Juan con el deseo de proclamarlo rey (Jn 6,15). Además se le concede la condición real en los primeros días de su nacimiento en la adoración de los Magos (Mt 2,1-2). Es más. La comunidad simbolizada en la parábola de la cizaña se presupone como reino de Jesús (Mt 13,37-42), al que se le eleva a rango de juez real al final de la historia (25,34).

Estas tradiciones introducen en los Evangelios una de las aspiraciones más constantes en la historia de Israel: su autonomía y libertad, que se hacen más urgentes cuando el pueblo lleva largo tiempo sometido al imperio de turno. Aunque Jesús se sitúa al margen de toda pretensión política en su ministerio, no cabe duda que sus palabras y acciones que explicitan el con-tenido del Reino, iniciado con su presencia histórica, daban alas a sus discípulos y a la gente para soñar con el liberador descendiente de David. No es, pues, extraño que fundados en estas aspiraciones leyesen el Reino por las exigencias políticas y los sumos sacerdotes lo aprovechasen para acusar a Jesús ante el prefecto de Roma, al margen, por supuesto, de su contenido y de la intencionalidad del propio Jesús. Lo veremos más adelante en la rica elaboración teológica de Juan en la tercera parte del diálogo que crea entre Jesús y Pilato.

Se puede aplicar la ley a Jesús por la coercitio. Ante un desorden público la autoridad debe tomar las medidas necesarias para restablecer el orden social. La ley ampara al prefecto para actuar de una forma inmediata. Se parece a la ley de fuga dada en un estado de excepción de cualquier país. Este no fue el caso de Jesús. De alguna forma, con él se sigue un proceso formal llamado cognitio según las reglas del derecho: hay una acusación, unos testigos, un interrogatorio, una defensa que hace el propio reo (vale el silencio) y la sentencia según la ley que rige en esos momentos. Seguramente en el caso de Jesús, como era costumbre en estos tiempos y en territorios como Judea cuya población no tenía en su mayoría la ciudadanía romana, el proceso sería extra ordinem, es decir, no se exige en el proceso el ordo exacto de los lentos y largos juicios romanos.

Si Pilato toma en serio la ley, le puede aplicar la de crimen laesae maiestatis populi romani; sucede cuando se ataca a la autoridad del pueblo romano o de sus jefes; o también puede aducir el delito de perduellio, que consiste en este tiempo en un ataque que sitúa al Imperio en grave peligro. Pilato sentencia con la primera, pues no hay evidencias de que la actividad de Jesús se entienda como una amenaza seria a Roma84. No obstante esto, suponemos que, habida cuenta del crimen laesae maiestatis, Pila-to aplica el derecho en una situación en la que se está en un lugar alejado de Roma, con un pueblo no muy bien visto en el ámbito del Imperio y con una persona irrelevante para el poder político y económico. Lo más probable es que Pilato se deshaga de Jesús con un juicio rápido según su propio parecer («cognitio extra ordinem») y dicte la sentencia más al uso para los enemigos y esclavos del Imperio como es la crucifixión.


15.4.2. Las narraciones evangélicas

Los Evangelios conservan la trama histórica por la que se ajusticia a Jesús. Existe, pues, un proceso judío y un juicio y condena romana, que es la que, en definitiva, le conduce a la cruz. Ambos episodios se formulan por las comunidades cristianas

84 En tiempos de Jesús se dan con frecuencia estos procesos. «Mas no por ello se ganaba crédito de talante liberal [Tiberio], pues había reactualizado la ley de ¿---? majestad, la cual tenía entre los antiguos el mismo nombre, pero eran otros los casos que por ella se juzgaban: si alguno había dañado al ejército con una traición, o con una sedición a la plebe o, en fin, a la majestad del pueblo romano con la mala gestión de un cargo público; eran los hechos los que se sometían a juicio, quedando impunes las palabras». TÁCITO, Anales 1,72. Versión de José L. Moralejo (Madrid 1991) I 111-112; cf. 2,50, 1 164; 3,38, 1 230-231. Más tarde esta ley se manipuló para proteger el poder de los Césares y satisfacer venganzas, aplicándose a delitos menores: «... este tipo de acusaciones fue poco a poco ganando terreno, que llegaron a ser sancionados con la pena capital delitos como los siguientes: haber abatido a un esclavo o cambiado de vestidura junto a una estatua de Augusto, haber entrado en un retrete o en un lupanar con una moneda o un anillo que llevara su imagen, o haber criticado alguna palabra o actuación suya. En fin, pereció incluso un personaje por haber permitido que se le decretara un honor en su colonia el mismo día en que le habían sido decretados a Augusto en otro tiempo». SuETONio, Vidas de los doce Césares. III: Tiberio, 58. Versión de Rosa Ma Agudo Cubas (Madrid 1992) I 353. Hay que hacer constar que ULPIANO, Dig., 48,4,11 prácticamente iguala el delito de perduellio con el de laesae maiestatis al afirmar que se refiere a cualquier ataque al Imperio o al Príncipe.

para mostrar la identidad de Jesús y no para contar a modo de crónica lo sucedido. En el proceso ante los sumos sacerdotes y sanedritas, Jesús es el «Mesías», un Mesías sufriente e Hijo de Dios al que los cristianos creen y adoran. En el juicio romano realizado ante la autoridad civil, Jesús es el «Rey de los judíos» (Mc 15,3par)85, un título que los romanos escuchan desde Herodes el Grande y que Mateo le aplica nada más nacer Jesús (Mt 2,2). Los dos títulos se unen en las confesiones sobre Jesús por medio de la creencia de que el Mesías es el rey ungido perteneciente a la casa de David (Mt 1,1.16-18; 2,2).

Pilato interroga a Jesús una vez que las autoridades religiosas lo «entregan» (Mc 15,1), como el mismo Jesús ha predicho (Mc 10,33; Lc 18,32). La pregunta surge de improviso: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (Mc 15,2par). Sin embargo, es coherente con todo el relato, ya que su realeza se mantiene en la presentación que Pilato hace de Jesús a la gente en el juicio (Mc 15,9), en la mofa de los soldados (15,18), en la tablilla del motivo del ajusticia-miento (15,26) y en la burla de los sumos sacerdotes y escribas cuando está crucificado (15,32). Jesús no responde a Pilato con la claridad que contesta a Caifás cuando le pregunta si es el mesías: «yo soy» (ego eimi) (Mc 14,62); ahora contesta: «lo que tú dices» (sy legeis)(Mc 15,2; Mt 27,11). La respuesta es afirmativa, él es el mesías, pero lo sabemos porque los demás Evangelistas se encargan de interpretarla así (Lc 23,3; Jn 18,36), ya que Marcos mantiene aún el secreto de la identidad mesiánica de Jesús que ha defendido en toda su actividad histórica, al contrario de Mateo que pone en boca del prefecto si es el Mesías (Mc 27,11.22).

Pilato aparece entonces como el defensor de Jesús ante la inculpación repetida de los sumos sacerdotes (Mc 15,3-4.11par), al sospechar «que lo habían entregado por envidia» (15,10). Ellos prolongaban sus acusaciones en pleno juicio romano.

85 En Mc 15,32 y Mt 27,42 dicen expresamente en plan de burla los sumos sacerdotes y letrados «rey de Israel», un título que Ios cristianos retienen como válido en la medida en que ellos se consideran el «nuevo Israel», o «nuevo pueblo de Dios», Lc 22,20; Rom 7,6; Gál 6,15; 1Cor 11,25; 2Cor 3,6; Heb 8,8.13; 9,15; Ap 3,12; etc.

Dicen a voz en grito: «Hemos encontrado a éste agitando a nuestra nación» (23,2.5; cf. Hech 17,6-7; 24,5.8)86. Y altera el orden público, porque se opone a pagar el tributo y se declara Mesías rey (Lc 23,2). Jesús permanece en silencio ante las inculpaciones judías, silencio que empuja a Pilato a su defensa y admiración por la dignidad que demuestra (Mt 27,13-14).

Juan elabora un diálogo entre Pilato y Jesús a partir de la pregunta sobre su realeza (Jn 18,18,33-38). El diálogo da pie a definir la realeza: «Mi reino no es de este mundo; si fuera de este mundo mi reino, mis servidores habrían peleado para que no me entregaran a los judíos. Ahora bien, mi reino no es de aquí» (18,36). Juan aplica los dos niveles superpuestos con los que juega en su Evangelio (8,23). Pero hay que precisar que no se refieren a dos esferas físicas opuestas, sino a dos sentidos de vida distintos, como enseña Jesús en la Oración sacerdotal: «No pido que los [discípulos] saques del mundo, sino que los libres del Maligno. No son del mundo, igual que yo no soy del mundo» (17,15-16). Ellos nacen de Dios (3,13). Por eso el origen de la dignidad real de Jesús está más allá de la historia, fuera del mundo, aunque su desarrollo y ejercicio se da en la vida humana con evidente contraste con el mal, que Juan simboliza en «las tinieblas».

Ratificada la realeza de Jesús, lo que interesa ahora a Juan es concretar el sentido: «Yo soy rey: para eso he nacido, para eso he venido al mundo, para atestiguar la verdad. Quien está por la verdad escucha mi voz» (Jn 18,17). Jesús se entronca en la eternidad de Dios. Así está capacitado para revelar a los hombres

86 Se ha expuesto con amplitud el ministerio público de Jesús, al que los Evangelistas les encanta mostrarlo enseñando a las gentes. Lucas lo hace con asiduidad: 4,14-15.31-32; 5,1-3; 21,38; etc. Muchas de las enseñanzas no son del agrado de las autoridades religiosas (19,47-48), en concreto la parábola de los Viñadores dirigida contra ellos (20,19: «Los letrados y sumos sacerdotes intentaron echarle mano en aquel momento, pues habían comprendido que la parábola iba por ellos; pero temieron al pueblo»), el pago del tributo al César (20,20-26), la enseñanza sobre la resurrección (20,27-40); etc. Sin embargo, ninguna de sus enseñanzas constituye un argumento serio para revolucionar al pueblo enfrentándolo con el Imperio.

(14,7.9) lo que ha oído a Dios (3,32; 8,26). En esto consiste su misión fundamental. Ahora bien, para escucharle y seguirle hay que nacer de nuevo (3,3-5), asumir la nueva vida divina para poder introducirse en el diálogo que Dios ha establecido con el hombre por medio de la presencia de su Hijo en la historia (1,14). Depender de Dios, vivir en la relación que mantiene con su Hijo, es pertenecer a la verdad. Y se vive en la verdad por las obras de amor que el creyente realiza, pero su origen y poder provienen de Dios mismo (17,17-20). Por eso Pilato pregunta: «¿Qué es la verdad?» como alguien que está ausente y no entiende la nueva vida que Jesús revela en la historia. Una vida nueva que Jesús experimenta y muestra a todos. Por eso él es «la verdad» (14,6).

Lucas intercala entre el primer interrogatorio a Jesús y la escena de Barrabás la visita a Herodes (Lc 23,8-12). Al saber Pilato que Jesús es galileo lo remite a su «rey» de Galilea, vasallo de Roma, cuya presencia en Jerusalén se justifica por la fiesta de la Pascua. Esto coincide con el anhelo de Herodes de conocerlo: «A Juan yo lo hice degollar; ¿quién será éste de quien oigo tales cosas? Y deseaba verlo» (Lc 9,9; cf. 23,8). Los sumos sacerdotes acompañan también a Jesús y le acusan ante Herodes como acababan de hacer ante Pilato. Sin embargo, el tetrarca se centra en su interés personal de ver algún milagro y conocer a un personaje extraordinario. Jesús responde con el silencio y frustra las aspiraciones del reyezuelo, que contesta con el des-precio y la burla (23,11) al comprobar que no tiene delante a alguien fuera de lo común. Por consiguiente, conviene con Pilato en la inocencia de Jesús, quizás para complacer al prefecto y obligado por sus intereses, ajenos a aplicar la justicia a un súbdito suyo. Para simbolizarlo le colocan un «vestido espléndido» (23,11). El resultado de la visita es que ambos mandatarios se reconcilian, «pues hasta entonces habían estado enemistados» (23,12). Lucas nada dice del origen o motivos de sus desavenencias87, pero se reafirma en la línea de Marcos de acentuar la pre-

87 Tenemos el dato que aporta el mismo Lucas de que Pilato había asesinado a varios galileos durante una fiesta (Lc 13,1). Filón escribe que algunos príncipes de la casa de Herodes habían encabezado manifestaciones contra Pilato en Jerusalén, cf. Sobre la embajada ante Cayo, 38,300 (V 374).

tensión de los responsables religiosos y el reconocimiento por parte de las autoridades civiles de la inocencia de Jesús. Ade-más, Jesús prosigue su misión de bondad en medio de la pasión: en esta ocasión restablece una amistad, como en Getsemaní cura la oreja derecha del criado del sumo sacerdote (22,51).

Esta actitud de Pilato la sostiene Marcos por segunda vez cuando expone el episodio sobre Barrabás: «Por la fiesta solía dejarles libre un preso, el que pedían. Un tal Barrabás estaba preso con los amotinados que en un motín habían cometido un homicidio» (Mc 15,6-7par)88. La muchedumbre accede al pretorio para pedir la libertad para el asesino y la crucifixión para el inocente (15,11.13) instigada por los sumos sacerdotes (15,11). El prefecto pregunta: «Queréis que os suelte al rey de los judíos?» (Mc 15,9; Jn 18,39) con la finalidad de dar preferencia a Jesús frente al convicto asesino89. El segundo intento de salvar a Jesús por la «gracia» pascual se frustra al preferir la multitud la libertad para Barrabás y la crucifixión para Jesús (Mc 15,13)90.

88 En Juan la costumbre de indultar a un condenado por Pascua la aplica Pilato a Jesús: «Pero es costumbre vuestra que os indulte a uno por Pascua. ¿Queréis que os indulte al rey de los judíos?» (In 18,39). Así evita la alternativa de Barrabás o Jesús. Sin embargo, la acción del prefecto es un atentado directo al pueblo, una humillación a las claras, pues la libertad del preso es un derecho «del pueblo», y al presentarle su «rey» sabiendo de su rechazo, los conduce a asesinar a su «cabeza», y la coloca por debajo de un «bandido»: Barrabás. No sabemos a ciencia cierta si la costumbre de liberar a un preso por Pascua es uso exclusivo de Pilato, o un derecho judío que el prefecto cumple.

89 Mateo (27,17) pone en boca de Pilato: «¿A quién queréis que os indulte, a Barrabás o a Jesús, llamado Mesías». Este título sólo ha sido indicado por los discípulos (16,16), es específico de los cristianos y rechazado por los judíos. De ahí la provocación del prefecto (cf. Hech 2,36). En Marcos (15,2) y Juan (18,39) Pilato lo llama «rey de los judíos».

90 Mateo abre un paréntesis haciendo intervenir a la mujer de Pilato en medio del proceso: «Estando él [Pilato] sentado en el tribunal, su mujer le envió un recado: no te metas con este inocente, que esta noche en sueños he sufrido mucho por su causa» (Mt 27,19). El párrafo va en la línea de la revelación a través del sueño, como sucede con el anuncio a José del nacimiento de Jesús (1,18-25), la huida a Egipto y el retorno a Israel (2,13-23), el de los Magos para que no vuelvan a encontrarse con Herodes (2,12). No se especifica cuál es su contenido. Lo más lógico es que la mujer pretenda liberar a su marido de cualquier desgracia que pueda provenir de una sentencia y condena injusta. Y se coloca en el plano de alabar a Ios paganos que defienden a Jesús y acusar a los judíos de su condena.

El prefecto pregunta a la gente, una vez indultado Barrabás, qué hacía con Jesús. La crucifixión es la salida que vehiculan las autoridades religiosas según el plan previsto de acusarle de rebeldía al César. Por tercera vez Pilato excusa a Jesús al responder: «¡Pues qué ha hecho de malo?» (cf. Is 53,9). La muchedumbre asalvajada vocifera sin justificar su exigencia: «¡Crucifícalo!» (Mc 15,12-14par). Los papeles se vuelven de revés: Pilato, el enemigo de los judíos, defiende a Jesús, y los judíos, a los que sirve Jesús, lo condenan; al homicida se le concede la vida, y al que cura y salva lo condenan a muerte; los sumos sacerdotes, garantes del Dios de la creación, traman la muerte de su Hijo, mientras el defensor de los ídolos paganos protege la existencia del «rey de los judíos».

Mateo, por otra parte, termina ratificando la inocencia de Jesús por medio de Pilato que, avisado por su mujer, evade cualquier responsabilidad de la condena al lavarse la manos91 y la traslada a todo el pueblo presente y futuro, que la asume ante Dios, el único dueño de la vida y de la muerte, con la afirmación: «Nosotros y nuestros hijos cargamos con su muerte»92. Se usa el mismo mecanismo que con Judas. Se narra la conciencia de culpa de Judas al darse éste cuenta del desarrollo de los acontecimientos. Él ha entregado al inocente a los sumos sacerdotes como el prefecto lo ha entregado al pueblo93. Los sumos sacerdotes trasladan la culpa de la condena al discípulo, como

91 La sangre en las manos, sobre todo procedente de un acto violento, mancha al hombre ante Dios. Lavarse las manos es el signo de la inocencia, por tanto de la no responsabilidad de la herida o muerte que provoca el derramamiento de sangre, cf. Dt 21,1-9; Sal 26,6; 73,13; 2Sam 3,28; etc.

92 Mt 27,24-25; cf. Lc 22,20-23; Lev 20,9.11; Jos 2,19; 2Sam 1,16; 1Re 2,32-33; etc.

93 Judas se reconoce culpable de poner en marcha los acontecimientos de la condena de Jesús: «Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían entregado, se arrepintió y devolvió los treinta denarios a los sumos sacerdotes y senadores, diciendo: He pecado entregando a un inocente a la muerte» (Mt 27,3-4). El dinero, al ser precio de sangre, no puede formar parte del tesoro del templo: «No es lícito echarlo en el arca, pues es precio de una vida» (Mt 27,6). Deliberan los jerarcas y compran un terreno barato ajustado a los treinta denarios para ser cementerio de extranjeros cumpliéndose la profecía de Zac 11,12-13 (Jer 32,6-9). Esta cita sigue la costumbre de Mateo para situar los acontecimientos dentro de la voluntad divina (Mt 27,7-10; cf. 2,6.15.18.23; etc.). Judas no da el paso del reconocimiento de la culpa al arrepentimiento, que sólo es posible cuando se acepta el perdón divino, como sucede con Pedro después de negar a Jesús (Mt 26,75). Y se ahorca por desesperación (27,5).

Pilato se la pasa al pueblo buscando una inocencia imposible, porque ninguno salva al único inocente. Y el pueblo, anónimo, no se lava las manos. No percibe al «justo», como la mujer de Pilato. El pueblo, pues, sustituye a Pilato y se erige en juez que dicta sentencia de muerte94 contra el que esperan de tiempo, el Mesías. Y, al decir de Lucas (22,16.22), no se contentan con un castigo ejemplar, como propone Pilato por dos veces en los tres intentos que hace para soltarle.

Juan desarrolla esta parte a su manera, estableciendo un diálogo entre Pilato, Jesús y el pueblo. El prefecto intenta salvarlo después de azotarle, de colocarle una corona de espinas y un manto púrpura, una humillación para el que acusan como «rey de los judíos» (Jn 19,2-3). Considera suficiente este castigo y presenta a Jesús al pueblo con la frase: «Ahí tenéis al hombre» (Jn 19,5). Con este aspecto degradado y vejado ridiculiza hasta el extremo su supuesta pretensión y, con ello, quita toda seriedad y responsabilidad a su sospechosa aspiración a la dignidad real.

94 Mateo ya lo ha advertido antes. El pueblo, e.d. Israel, no compren-de la Palabra de Dios (Mt 13,14-15), está alejado del corazón de Dios (15,8-9); etc. Lucas pone en boca de Pedro lo mismo: «... que toda la Casa de Israel reconozca que este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías» (Hech 2,36). Aunque también aparecen responsables los sumos sacerdotes y sanedritas en los Hechos (5,28): «Os habíamos ordena-do no enseñar mencionando ese nombre, y vosotros habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina y queréis hacernos responsables de la muerte de ese hombre». Mateo (24,15-28) y Lucas (23,28), después de la destrucción del templo por los romanos, leen este hecho como castigo divino al pecado cometido por el pueblo al condenar a Jesús y su sustitución por el «nuevo Israel», cf. Mt 21,28-41; 22,1-10; Ef 2,13; etc.

Pilato ofrece de nuevo a Jesús al pueblo, convertido a estas alturas en una piltrafa. A sabiendas de que no lo pueden crucificar, un derecho exclusivo de los romanos, les dice: «Tomadlo vosotros y crucificadlo, que yo no encuentro culpa en él» (Jn 19,6). Es entonces cuando el pueblo exclama en un nivel distinto al seguido hasta ahora en el juicio: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se ha hecho hijo de Dios» (19,8). En el Evangelio de Juan aparece la acusación a Jesús sobre su pretensión de ser Hijo de Dios, lo que le iguala y le convierte en Dios mismo (5,18; 10,33). Con dicha pretensión se ha ganado sobradamente la lapidación: «Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por la blasfemia, porque siendo hombre te haces Dios» (10,33; cf. v.36; 8,58-59)95. La blasfemia es un delito que se castiga con la muerte (Lev 24,16), la que también ha merecido por sus enseñanzas invocadas en el proceso religioso (Jn 18,19) y los signos y prodigios que llevan a la rebelión del pueblo (11,47-48; cf. Dt 13,1-5). Percibimos el eco de los relatos de Marcos y Mateo en la conclusión del proceso religioso ante los sumos sacerdotes (Mc 14,61-64; Mt 26,63-66).

La reacción de Pilato al escuchar la divinización de Jesús es nueva: «Cuando oyó aquellas palabras se asustó mucho. Entró de nuevo en el pretorio y dice de nuevo a Jesús: ¿De dónde eres? Jesús no le dio respuesta. Le dice Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? Le contestó Jesús: No tendrías poder contra mí si no te lo hubiera dado el cielo. Por eso el que me entrega es más culpable» (Jn 18,8-11). El temor (phobeisthai) le viene a Pilato al entre-ver el mundo misterioso que rodea a la divinidad y que causa pavor al hombre antiguo. De ahí que pregunte de inmediato a Jesús sobre su origen. Los lectores de Juan ya saben la respuesta: Es el Verbo hecho carne (jn 1,14), por más que se identifique

95 «En vuestra ley está escrito: Yo os digo: sois dioses (cf. Sal 82,6). Si llama dioses a aquéllos a quienes se dirigió la palabra de Dios, y la Escritura no puede fallar, al que el Padre consagró y envió al mundo ¿vosotros decís que blasfema porque dijo que es hijo de Dios?». 10,34-36; cf. 5,25; 11,4.27; 17,1; etc.

con la historia humana, no anula su extracción celeste, pues se revela ante su pueblo y seguidores como el Hijo96. Pero Pilato no pasa del susto. El silencio de Jesús corresponde a la ausencia auténtica de Pilato por estas cuestiones, como ha pasado poco antes con la pregunta sobre la verdad (Jn 18,38), ya que son cuestiones propias del cristianismo joánico.

La reacción airada del prefecto ante el silencio de Jesús, con la que recupera su posición privilegiada de juez, da lugar a una frase que contiene dos afirmaciones. La primera es dura: Tú eres juez, viene a decirle Jesús, en la medida en que eres utilizado por Dios para cumplir su plan de salvación que incluye mi muerte por crucifixión. No se trata del origen divino de su autoridad, sino de desempeñar una potestad que entra dentro de un designio divino que desconoce Pilato por completo. Aún más. Como juez pretende decidir sobre la vida de Jesús, y Jesús, por su origen depende «de lo alto». Juan se encarga de mostrarlo muy claro: «Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para recobrarla después. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y para recobrarla después» (Jn 10,17-18). En la segunda afirmación Jesús se revuelve contra los judíos a los que culpabiliza mucho más, porque son los que han elaborado el plan de matarle y le han entregado al que tiene el poder legal para hacerlo (Jn 18,31.35). Tanto el pueblo como sus jefes pertenecen a Satanás, el cual mantiene la lucha con Dios. Pilato y el pueblo significan una lucha mucho más profunda y endiablada entre la luz y las tinieblas, entre los poderes mundanos y divinos. El resultado, no obstante hayan experimentado los cristianos también la persecución, es positivo: «En el mundo pasaréis aflicción; pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Parece que los judíos escuchan y entienden la acusación de Jesús, ya que sitúan de nuevo el nivel del diálogo en el ámbito político, el que realmente puede acabar con él. Entonces atacan

96 «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien come de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne». Jn 6,51; cf. 33.41.58; etc.

a Pilato: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. El que se hace rey va contra el César» (Jn 19,12). El ataque es certero, porque Pilato vive y trabaja en función de la fidelidad al Emperador. Cualquier hecho que vaya contra su autoridad y dignidad mina la autoridad y dignidad de su representante en Judea. Pilato es el emperador de Judea en la medida en que depende del de Roma, de ahí que deba sofocar todo ataque al poder que ejerce en cuanto lo representa.

Este forcejeo termina con una escena de auténtica maldad política, aunque encubierta de deseo de justicia por parte de Pilato. «Dice a los judíos: Ahí tenéis a vuestro rey. Ellos gritaron: ¡Afuera, afuera, crucifícalo! Les dice Pilato: ¿Voy a crucificar a vuestro rey? Contestaron los sumos sacerdotes: No tenemos más rey que al César» (Jn 19,14-15). Para excitar al pueblo, que le ha entregado a Jesús como un malhechor, les aclara que es «su rey», sabiendo de antemano el rechazo seguro a la realeza «judía» del Nazareno. La ceguera del desprecio de los judíos por Jesús, conducida por la propuesta de Pilato, les lleva a rendirse a manos de aquel, el César, que les ha robado, por un lado, su libertad y, por otro, la verdadera soberanía fundamentada en Dios (Is 26,13). Cambian la libertad para servir al Señor por la esclavitud para someterse al César. Juan expone el proceso de Jesús y, a la vez, el proceso judío de autoliquidación de su identidad. Y da unos responsables: los sumos sacerdotes (Jn 19,15). La escena termina como empezó: los judíos «entregan» a Jesús a Pilato (18,30) y éste «se lo entregó [a los judíos] para que fuera crucificado» (19,16).


15.4.3. La flagelación y la burla

La condena a la crucifixión se hace con la frase «ibis in crucem», «irás a la cruz», o «abi in crucem», «vete a la cruz»97. Pilato lo entrega a los soldados para que ejecuten la sentencia (Mc

97 «No vayas, pues, a creer que no tiene importancia lo que has hecho [matar un ganso]: si los magistrados se enteraran, te mandarían crucificar». PETRONI0, El satiricón, 3,137. Versión de L. Rubio Fernández (Madrid 1984) 199-200.

15,15par). Antes «lo hizo azotar>) (Mt 27,26; cf. Mc 15,15; Jn 19,1). La costumbre romana es que al reo lo desnudan y lo atan a un poste o columna; en otros casos lo tiran al suelo. Utilizan varas para los ciudadanos romanos y libres, bastones para los milita-res y látigos de cuero para los extranjeros y esclavos. A las correas se les añaden trozos de hueso, plomo y piedras, bien en la punta, bien entreverados a lo largo del cuero. Por eso es frecuente que en esta última modalidad mueran los reos. De hecho la flagelación también es una pena de muerte98. Los condenados a la cruz deben llegar vivos al suplicio. No se crucifica a un muerto. De ahí que la flagelación se haga de acuerdo con la resistencia del reo99. No existe un número determinado de gol-pes en las flagelaciones realizadas por los romanos.

Pilato, prefecto de Judea, tiene a su servicio tropas auxiliares formadas por soldados provenientes de las naciones limítrofes. Ni son ciudadanos romanos ni tampoco judíos, porque éstos poseen el privilegio de no pertenecer al ejército invasor. Es una situación distinta a las legiones romanas formadas por soldados con la ciudadanía del Imperio. Los soldados que hacen de esbirros para Jesús no son, pues, romanos. Encima son odiados por los judíos al considerarlos traidores y mercenarios vendidos al poder. Les escupen por las calles y les increpan continuamente. De esta guisa, los que azotan a Jesús, como a cualquier judío, aprovechan la ocasión para vengarse y contestar al desprecio continuo que sufren del pueblo. Estos soldados pueden pertenecer a la guarnición que está en la Torre Antonia o a los que Pilato se trae de Cesarea a Jerusalén.

98 «De pie ya Ios ancianos frente a sus enemigos sentados allí para que fuera público su oprobio, ordenó Flaco que fueran desnudados y lacerados con látigos de Ios que habitualmente se emplean para degradar a los más viles malhechores. El resultado fue que por efecto de Ios golpes unos debieron ser transportados en camillas y murieron enseguida, y otros estuvieron enfermos por largo tiempo y llegaron a desesperar de su salvación». FILÓN, Flaco, 10,75 (V 243).

99 Josefo cuenta que él manda azotar a un enemigo suyo hasta que se le vean los huesos; igual sucede con el profeta Jesús bar Hanan castigado por el procurador Albino en el año 62, cf. Guerra 2,612, I 386; 6,304, II 297.

Juan (19,1-6) cuenta que Pilato manda azotar a Jesús en un intento de satisfacer a los judíos y salvarle la vida. La costumbre romana distingue entre la flagelación como un castigo de pena de muerte; o como una corrección admonitoria a fin de enmendar una conducta punitiva (Lc 23,22); o como una pena para forzar a una persona para que declare o confiese en un proceso inquisitivo; o como el preámbulo a la pena capital de la crucifixión u otras penas de muerte, formando parte de ellas100. A Jesús se le flagela en el atrio llamado Lithostroton o Gdbbatha, el lugar donde se le ha juzgado, situado en el palacio de Herodes el Grande (Mc 15,15-16; Mt 27,26-27)101

Flagelado y condenado a muerte, Jesús ya no es una persona a la que haya que respetar su dignidad. Fundados en la causa de la condena: «rey de los judíos», los soldados continúan su personal venganza con una mofa que recuerda los salivazos y bofetadas que le propinaron en el proceso religioso, cuando los sumos sacerdotes le sentencian a muerte y deciden llevarlo a Pilato para que lo ejecutase (Mc 14,54par). La bufonada no proviene de un mandato del prefecto, sino que es fruto de la espontaneidad de la tropa que le acompaña (Jn 19,2). Probablemente no son todos los soldados acuartelados los que participan en la burla, sino unos cuantos a los que los demás hacen de coro o corro a su alrededor. «Los soldados se lo llevaron dentro del palacio, el pretorio, y convocaron toda la cohorte. Lo vistieron de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la colocaron. Y se pusieron a hacerle el saludo: «Salve, rey de los judíos». Le golpeaban con la caña la cabeza, le escupían y doblando la rodilla le rendían homenaje» (Mc 15,16-19par). Al abrigo de las miradas del pueblo, dentro del pretorio, pero con mucha solda-

100 JOSEFO escribe que Floro azota a los judíos que manda crucificar, Guerra 2,306, I 320-321; lo mismo cuenta de Tito sobre sus prisioneros judíos, Ibíd., 5,449, II 218; Baso hace lo mismo con Eleazar, ibíd., 7,200.202, II 359-360. La flagelación también se usa para los condenados a la horca, a la cremación o a la decapitación, ibíd., 7,154.450, II 353.398.

101 Dentro del pretorio según Juan: «Entonces Pilato se hizo cargo de Jesús y lo mandó azotar [...] Salió, pues, Jesús afuera, con la corona de espinos y el manto purpúreo». Jn 19,1.6.

desca102, le visten con la indumentaria de la realeza: los atuendos de púrpura (más verosímil es el manto rojo de los soldados o la clámide escarlata, una capa que llevan los lictores fuera de Roma, cf. Mt 27,28) y la corona, ciertamente sucedáneos, como la caña que le ponen en la mano derecha significando el cetro (Mt 27,29). El soporte de estos atuendos reales es un cuerpo deshecho por la flagelación, incapaz de tolerar cualquier añadido y muy fácil de manejar al antojo de cualquiera.

Los soldados pronuncian el «Salve, rey de los judíos» al estilo del saludo al Emperador «Ave, Caesar». Se arrodillan delante de Jesús indicando su preeminencia ante el pueblo judío, lo que entraña veneración y adoración (proskynéin, Mc 15,19). Los cristianos así lo verán más tarde en su confesión como Mesías. A la palabra y al gesto cómicos se añaden las agresiones de los escupitajos, simbolizando la unción que reciben los reyes o el beso de los vasallos ilustres, y los golpes con la caña que hace de cetro. Todo recuerda el trato que sufrieron algunos profetas en tiempos de Sedecías103 la humildad del Mesías (Mt 21,5) y el siervo sufriente de Isaías (50,6). «Terminada la burla, le quitaron la púrpura, le vistieron sus vestidos y lo sacaron para crucificar-lo» (Mc 15,2Opar). Una vez recibida la insufrible vejación, es devuelto a su realidad cotidiana, pero sólo en la ropa104, y pasa a una experiencia aún más cruel.

102 No puede ser toda la cohorte, que se compone de 600 ó 1000 soldados, décima parte de una legión, normalmente acantonados en la Torre Antonia, cf. JosEFO, Guerra, 3,67, I 413. Ya apuntamos que el juicio y la flagelación, como estas escenas, transcurren en el palacio de Herodes el Grande. Los soldados que le vejan provienen seguramente del contingente que acompaña a Pilato desde Cesarea y algunos pertenecientes a la Torre Antonia. Juan escribe «destacamento». jn 18,3.12.

103 «... se burlaban de los mensajeros de Dios, se reían de sus padres y se mofaban de los profetas, hasta que la ira de Dios se encendió sin remedio contra su pueblo». 2Cró 36,16; cf. Hebr 11,36.

104 Debido al rechazo que sienten los judíos ante un cuerpo desnudo (cf. É. 20,26; 2Sam 6,20; 1Mac 1,14-15), es probable el dato de que lo vistan de nuevo. Cf. Jub., 3,30-31; 7,20 (II 90.101). Sin embargo, la práctica romana es que los condenados fueran desnudos al suplicio. Josefo cuenta que a Quéreas y Lupo, participantes en el asesinato de Calígula, los desnudaron para sufrir la ejecución: Ant., 19, 270, I1 1187. «Los que llevaban al esclavo al castigo, haciéndole extender los dos brazos y atándolo a un madero por el pecho y los hombros hasta las muñecas, mientras avanzaban iban junto a él azotando con látigos su cuerpo desnudo». DIONISIO DE HALICARNASO, Historia antigua de Roma, 7,69,2. Versión de A. Alonso y C. Seco (Madrid 1989) II 98; «Ser crucificado [...] revela los secretos, porque el ajusticiado resulta visible a todos. Perjudica a los ricos, debido a que los reos están des-nudos y pierden sus carnes». ARTEMIDORO, La interpretación de los sueños, 2,53. Versión de E. Ruiz García (Madrid 1989) 292; cf. VALERIO MÁxImo, Hechos y dichos memorables, 1,7,4. Versión de S. López Moreda—Ma L. Harto Trujillo—J. Villalba Álvarez (Madrid 2003) I 116. Según Marcos, el despojo de sus vestidos se da inmediatamente antes de la crucifixión (Mc 15,24par); cf. infra, nota 117, 650-651.


16. La muerte

16.1. El camino del Gólgota

Los soldados romanos acompañan y custodian a jesús en el camino hacia el Gólgota, el lugar de la crucifixión. La costumbre es que el reo lleve la traviesa (patibulum) detrás de la nuca apoyada sobre los hombros y atadas a ella las manos; el palo vertical (stipes o staticulum), con el que se compone la cruz, permanece clavado en el sitio del suplicio o, en su defecto, lo traslada un ayudante105. Jesús anda algunos pasos con la traviesa. Casi

105 Juan 19,17, sin embargo, relata: «... y Jesús salió cargado él mismo con la cruz, hacia un lugar llamado La Calavera (en hebreo Gólgota)», cf. Lc 23,26: «Cuando lo conducían, agarraron a un tal Simón de Cirene, que vol-vía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevara detrás de Jesús». Son de esta opinión PLUTARCO (Plazos de la justicia divina, 9) y PLAUTO, (Comedias. II: La comedia del fantasma, 56-57. Versión de M. González-Haba [Madrid 1996; II 369]). Aunque el poste vertical también se usa significando toda la cruz: «¿Qué hay de extraño en ello, puesto que dicen cosas enérgicas, grandes, que superan todas las tempestades humanas; puesto que se esfuerzan por arrancarse de esas cruces en que cada uno de vosotros hunde sus propios clavos? Pero los condenados al suplicio están suspendidos cada uno de un solo poste; los que se atormentan a sí mismos están distendidos por tantas cruces como deseos; y, maldicientes, son ingeniosos para injuriar a los demás. Creería por eso que están exentos de aquellos males, si no fuera por-que algunos escupen desde el patíbulo a los espectadores». SENECA, Sobre la felicidad, 19,3. Versión de J. Marías (Madrid 1943) 90-91.

desangrado por la flagelación se vuelve extremadamente débil para transportar el madero. Esto obliga a los soldados a ayudar-le, porque no se crucifica a un muerto: «Pasaba por allí de vuelta del campo un tal Simón de Cirene (padre de Alejandro y Rufo), y lo forzaron a cargar con la cruz» (Mc 15,21par)106. Cirene es la capital de la región norteafricana de Cirenaica, en la región de Libia, donde residen bastantes judíos. Que se indiquen los nombres de los hijos de Simón, evidencia que son conocidos de la comunidad cristiana de Jerusalén, en la que los judíos helenistas disfrutan de una sinagoga y más tarde algunos se convierten al cristianismo107

El recorrido que hace Jesús es del palacio de Herodes hasta el Gólgota, que significa «cráneo». Los Evangelios lo traducen al griego por «calavera». La versión latina es «calvaria», que en español ha dado «calvario» como queda en la tradición. Que se le dé dicho nombre quizás provenga del parecido del montículo con dicha parte del cuerpo, o simplemente obedezca, como tantas veces, a algún saliente de roca pelada del lugar. El Palacio de Herodes, sito en una pequeña colina en la parte occidental de la ciudad, queda al sudoeste de la puerta de Jaffa. A unos 400 metros de distancia está el Gólgota, ubicado fuera del trazado del primer muro de Jerusalén y orientado hacia noroeste del palacio. La práctica romana de ejecutar a los reos fuera de la ciu-

106 Lucas aporta una variación muy significativa: «Cuando lo conducían, agarraron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevara detrás de Jesús» (Lc 23,26). Dice relación al comportamiento del discípulo de Jesús analizado antes: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz cada día y venga conmigo» (Mc 8,34par); «Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser discípulo mío» (Q/Lc 14,27; Mt 10,38).

107 JOSEFO (Ant., 14,115, I 817) citando a Estrabón, dice: «En la ciudad de Cirene había cuatro sectores distintos de población: el de los ciudadanos de Cirene, el de los agricultores, un tercero el de los emigrantes y un cuarto el de los judíos». Se llama helenistas a estos judíos venidos de la diáspora a Jerusalén, porque suelen hablar entre ellos en griego y se comportan con bastantes costumbres griegas. Un buen grupo de ellos se convierte al cristianismo, cf. Hech 6,1.9-10; 9,29; 11,20; 13,1.

dad (Hebr 13,12)108 somete a Jesús a caminar por la ciudad hasta alcanzar el sitio acostumbrado en Jerusalén para las crucifixiones. Aunque la distancia no es en sí muy larga, a Jesús se le hace interminable por las condiciones en que se encuentra, y suponiendo que no le den un recorrido por la ciudad para escarmiento de los judíos, como sucede con algunos condenados. De esta manera se aprovecha la presencia del condenado para recriminarle sus delitos. Accede al Gólgota por la puerta de Efraín o por la de los Huertos.

La gente no se puede acercar a los condenados y menos aún manifestar cualquier gesto de ayuda o lamento. La tradición entre los judíos es que los gemidos y lloros se dan a los muertos y durante la espera y posterior entierro109 no así para los convictos de un delito de muerte o ejecutados110. La aflicción de los familiares y amigos, como señala la Misnd, mira más al corazón111. Y seguramente se dio así en los familiares y discípulos de Jesús.

El párrafo de Lucas en el que describe el llanto de las mujeres recuerda la horrible toma de Jerusalén por los soldados romanos en el año 70, y su posterior dispersión de la tierra

108 «Me hace a mí el efecto que de la misma forma que estás ahí de plantón vas a acabar tus días a las afueras con los brazos extendidos, cuan-do te cuelguen». PLAUTO, Comedias. II: El militar fanfarrón, 358-359, II 302. Los judíos también sacan fuera de la ciudad a los que ajustician (Lv 24,14), como se comprueba en el caso de Esteban, cf. Hech 7,58.

109 Cf. Gén 23,2; Dt 34,8; Jer 6,26; etc.

110 La venganza que Tiberio establece contra Seyano y los conspirado-res le lleva a prohibir «las manifestaciones de duelo a los parientes de los condenados a muerte». SUETONIO, Vidas. III: Tiberio, 61, I 356.

111 «Si Dios se aflige de tal modo por la sangre del prevaricador que es derramada, ¡con cuánta más razón no se ha de afligir por la sangre de los justos! [...] No se le enterraba en la sepultura de sus padres, sino que existí-an dos sepulturas que estaban habilitadas para el tribunal, una para decapitados y estrangulados y otra para lapidados y quemados. Cuando la carne se había consumido, recogían los huesos y los enterraban en su lugar. Los parientes venían y saludaban a los jueces y a los testigos [...] No guardaban luto, pero sí se afligían, porque la aflicción sólo está en el corazón». Sanedrín, 6,5-6, 735-736.

santa. El drama de Israel por antonomasia. Lucas lo relaciona con los acontecimientos de la pasión de Jesús. Se bendice entonces a las mujeres que son malditas por la vida al no engendrar, y se maldice la maternidad, que es bendita por Dios y constituye la mayor fuente de alegría humana: «¡Dichosas las estériles y los vientres que no parieron, y los pechos que no criaron» (Lc 23,29). Ya se había avisado antes en la profecía de la caída de Jerusalén112 como justo castigo por haber maltratado a sus profetas y haber condenado al Mesías (Q/Lc 13,34-35; Mt 23,37-39), experiencias que motivan las lágrimas de Jesús: «Al acercarse y divisar la ciudad, dijo llorando por ella: Si también tú reconocieras hoy lo que conduce a la paz. Pero ahora está oculto a tus ojos» (Lc 19,41-42). Jerusalén, el lugar más bendito de Dios, se vuelve maldito. Lucas emite este juicio con dureza113. Todo está ocurriendo al revés y al margen de la voluntad divina. Da este aviso: «Entonces se pondrán a decir a los montes: caed sobre nosotros; y a las colinas: sepultadnos. Porque si al árbol lozano lo tratan así, ¿qué harán con el seco?» (Lc 23,30-31). La cita de Oseas (10,7-8) orienta el comentario hacia la invocación del pueblo de Samaria para evitar la corrección divina. Lo mismo deben hacer los habitantes de Jerusalén. Muy expresivo es también el cotejo que hace Jesús con el leño verde, que está en espera para ser quemado, pensando en el fuego como símbolo de la ira divina.

112 «Cuando veáis a Jerusalén cercada de ejércitos, sabed que es inminente su destrucción. Entonces los que están en Judea escapen a los montes; los que están dentro de la ciudad salgan al campo; los que están en el campo no vuelvan a la ciudad. Porque es el día de la venganza, cuando se cumplirá todo lo que está escrito ¡Ay de las preñadas y de las que crían aquel día! Sobre el país vendrá una gran desgracia y sobre este pueblo la ira. Caerán al filo de espada y serán llevados prisioneros a todos los países. Jerusalén será hollada por paganos, hasta que la etapa de los paganos se acabe». Lc 21,20-24.

113 El Evangelista omite la burla de los soldados y da a entender, al margen de su cuidado de no herir la dignidad de Jesús, que quienes llevan al suplicio a Jesús son los mismos habitantes de Jerusalén y sus jefes, pues Pilato «lo entregó a su arbitrio» (Lc 23,25). Esta impresión se confirma repetidas veces en los Hechos: 2,23.36; 3,14; 4,10; 5,20; 7,53; 10,39; 13,27-28; 24,20.

Si a Jesús, inocente, le ocurre la desgracia de la flagelación y la cruz, ¡como será el castigo de los que ya están preparados para quemarlos, como los leños secos!


16.2. La crucifixión

16.2.1. El hecho

Los Evangelios relatan sólo la crucifixión. No se detienen en describir cómo se crucifica a Jesús. La documentación que existe es suficiente para hacernos una idea de este suplicio que es típico de los romanos, aunque hay ejemplos esporádicos en otras culturas. Seguramente proveniente de los medos y persas, practicado también por los fenicios, lo copian los romanos para castigar los peores delitos y, sobre todo, asegurarse el orden de las regiones ocupadas114. Así en el territorio de Palestina, Quintilio Varo, el año 4 a.C., manda a la cruz a más de dos mil judíos en Jerusalén; Tiberio Alejandro, el 46 d.C., lo hace con Santiago y Simón, hijos de Judas Galileo; Ummidio Quadrato, gobernador de Siria, crucifica, del año 52 al 53, a los prisioneros de Samaría del procurador Cumano; Félix, procurador del 52 al 60 d.C., ajusticia «incontables» judíos; Gesio Floro, del 64 al 66 d.C., también condena a la cruz a judíos con ciudadanía roma-na. En el asedio a Jerusalén, antes de su toma y quema del templo en el 70 d.C., se clava en el madero a diario a más de quinientos judíos. Cicerón y Josefo afirman que es el peor de los suplicios que un hombre puede sufrir115. A esto se añade la maldición de Dios de la tradición bíblica sobre los que cuelgan de

114 P.e., en el año 88 a.C. Alejandro Janeo crucifica a 800 judíos rebeldes en Jerusalén, cf. JosEFO, Ant., 13,380, II 783; Guerra, 1,97, I 100; referencia en Ios textos del Qumrán, 4QpNahúm, 2,6-8, 245. Se justifica el origen persa por su creencia de que la tierra está consagrada a Ormuz y no puede mancharse con la sangre y el cuerpo de un ajusticiado. Cf. HERÓDOTO, Historia, 1,128; 3,132.159. Versión de C. Schrader (Madrid 19842.1979) 1 197.11 238.268-269; TUCIDIDES, Historia de la guerra del Peloponeso, 1,110,3. Versión de J. Torres Esberranch (Madrid 1990) 1 305.

15 Datos aportados por JosEFO, Ant., 20,102.161, II 1219.1228; Guerra, 2,241.253.308, I 307.310.321; 5,451, II 219.- Citamos a estos dos autores entre tantos que atestiguan la crueldad de la crucifixión. Cicerón se dirige a Verres que ha crucificado a Gavio, un ciudadano romano: «Así que sólo aquella cruz, jueces, fue clavada en aquel lugar desde la fundación de Mesina. Fue elegida por ése la vista de Italia para que aquél, mientras moría en medio del dolor y del tormento, supiera que el régimen de la esclavitud y el de la libertad estaban separados por un brazo de mar muy estrecho; para que Italia, por su parte, viera a un hijo suyo clavado en el suplicio más cruel y supremo, propio de los esclavos. Delito es encadenar a un ciudadano romano, crimen golpearlo, casi un parricidio matarlo. ¿Cómo calificaré el clavarlo en una cruz? De ningún modo puede designarse ese hecho tan sacrílego con un vocablo suficientemente adecuado». Verrinas, 2,5,169; «... del suplicio más cruel y siniestro», ibíd., 165. Versión J. Ma Requejo Prieto (Madrid 1990) II 308-309.I1 306; JosEFO: «Ellos gritaron y gimieron que no podían soportar este inmenso sufrimiento. Entonces Eleazar les pidió que no le dejasen soportar la más cruel de las muertes...». Guerra 7,203, II 360.

un madero, pues los judíos suspenden a los ajusticiados con la lapidación o decapitación por idólatras o blasfemos como castigo añadido después de la muerte (Dt 21,23; Gál 3,13); los escritos del Qumrdn sentencian expresamente que «son malditos de Dios y de los hombres los colgados del árbol»116.


16.2.2. La forma

Los romanos tienen varios modos de crucificar. En la cita sobre el asedio a Jerusalén, Josefo escribe que los soldados romanos bajo el mando de Tito clavan a los rebeldes con posturas diferentes. Con todo, hay unas constantes que se mantienen en la mayoría de los casos. Se desnuda al condenado una vez que llega al lugar de la crucifixión; supone una especie de botín para los verdugos, aunque la Misnd, debido al pudor judío, dice de los condenados a la lapidación: «... cuando se encontraba distante cuatro codos del lugar de la lapidación, se le quitaban los vestidos. Si era un hombre, se le cubría por la parte delantera; si era una mujer, por delante y por detrás» (Sanedrín, 6,3, 734)117. Marcos afirma: «Lo crucificaron y se repartieron su ropa, echan-

116 11QRollo del Templo, 64,12, 227; cf. 4QpNah, 7-8, 245.

117 Los judíos rechazan ver el cuerpo desnudo: «Pero sólo a Adán permitió cubrir sus vergüenzas entre todas las bestias y animales. Por eso fue ordenado en las tablas celestes a cuantos conocen el temor de la ley que cubran sus vergüenzas y no se descubran, como hacen los gentiles». Jub., 3,30-31; 7,20 (II 90.101); supra, nota 104.

do a suertes lo que le tocara a cada uno» (Mc 15,24par). Juan concreta que «la dividieron en cuatro porciones, una para cada soldado; aparte la túnica. Era una túnica sin costuras, tejida de arriba abajo, de una pieza» (Jn 19,24)118. Lo más probable es que se distribuyan el turbante, la correa, las sandalias y el manto. La túnica (khitón) es como una camisa larga que se ajusta a la piel.

El condenado es tendido en la tierra y se le clavan al patíbulo las muñecas en la zona del carpo, porque éste es capaz de soportar el peso de un cuerpo suspendido, no así las palmas de las manos. El clavo, que suele medir de 13 a 18 cros. de longitud con una cabeza cuadrada de 1 cm., penetra hasta la madera entre la primera y la segunda articulación del carpo en el espacio situado entre los huesos escafoides y semilunar y el hueso grande. Es el sitio más seguro para evitar un desgarramiento. A pesar de que un clavo en cualquiera de los dos sitios en la muñeca puede pasar entre los elementos óseos y no producir fractura alguna, la posibilidad de herir el periostio es grande. Éste es el que recubre al hueso y recoge su sensibilidad. Más aún, el clavo al penetrar destruye el nervio mediano, el de mayor sensibilidad de la mano. La afección de este nervio origina un fuerte dolor en ambos brazos y la parálisis parcial de la mano. Además, el atrapamiento de los tendones flexares por los clavos provoca fuertes contracciones de la mano.

Las señales que muestra Jesús a los discípulos en la resurrección son prueba de que no es atado con cuerdas al travesaño; que digan los Evangelistas «manos», en este caso se entiende en sentido amplio o con referencia a la palabra hebrea yád que comprende las manos y el antebrazo (Lc 24,39-40; Jn 20,25,27). Fijada la parte superior del cuerpo, se eleva sobre el palo vertical que normalmente está hincado en la tierra.

118 Según Juan lo que sortean no es el escueto vestuario de Jesús, sino sólo la túnica (19,24) siguiendo al Salmo 22,19 sobre la súplica del justo: «... se reparten mis vestidos, se sortean mi túnica».

En la mitad del palo hay un sedile, una especie de tablilla de madera saliente, al que el reo asienta de inmediato las nalgas para no quedar descolgado. De esta manera se retrasa la muerte por afixia119. A los dos bandidos que ajustician con Jesús se les acelera la muerte quebrándoles la tibia y el peroné para que los cadáveres no queden suspendidos de la cruz en sábado (Jn 19,31-32). La muerte es rápida de no existir el sedile, pues el reo para respirar sólo tiene la posibilidad de empujar hacia arriba para alzar el cuerpo, haciendo fuerza sobre sus propios pies y de esta forma poder expulsar el aire, lo que le provoca un dolor horrible, porque el peso del cuerpo recae sobre el tarso. Si no es así, el peso del cuerpo tirando hacia abajo por los brazos y hombros extendidos tiende a fijar la musculatura intercostal en un estado de inhalación, quedando los pulmones hiperinsuflados, lo que dificulta la salida del aire -la exhalación pasiva- dando lugar a una respiración superficial y agónica.

La forma más común de fijar los pies al poste es pasar el clavo por la parte media del pie, entre el primer y segundo espacio intermetatarsiano. Con ello se daña por encima el nervio peroneo al entrar, y las ramas mediales y laterales de los nervios plantares por la planta al salir. Se colocan los pies uno sobre otro. La planta del pie izquierdo (o derecho) se coloca sobre el dorso del pie derecho (o izquierdo) con los dedos hacia abajo, quedando en una situación de hiperextensión, ciertamente muy forzada. Otro procedimiento de fijación de las piernas al palo vertical es colocarlas de lado al poste; entonces el clavo atravie-

119 SENECA: «... aun cuando esté sentado sobre una cruz puntiaguda. Desea lo que constituiría su mayor desdicha si le aconteciera, y pide el prolongamiento del suplicio como si fuera la vida. Lo juzgaría sumamente despreciable si quisiera vivir hasta llegar al suplicio de la cruz; en cambio dice: "Tú, por tu parte, mutílame, con tal que subsista el aliento de vida de mi cuerpo quebrantado e inútil; desfigúrame, con tal que se otorgue algún tiempo a mi cuerpo monstruoso y deforme; sujétame y ponme debajo una cruz puntiaguda, para que me quede fijo en ella". ¿Vale la pena estrujar la propia herida y pender extendido sobre un patíbulo, con tal de aplazar el mayor alivio en el sufrimiento que es el final del tormento? ¿Vale la pena mantener el soplo de la vida para luego exhalarlo?». Epístolas morales a Lucilio, 101,12. Versión I. Roca Meliá (Madrid 1989) II 253-254; cf. 101,14, II 254-255.

sa los tarsos, parte posterior al pie, situada entre el metatarso y la pierna, y se perfora el calcáneo (hueso del talón) en sentido lateral, como se muestra en el crucificado Yehohanán hallado en 1968 en Jerusalén. Hasta el siglo III no aparece la tablilla donde el condenado apoya los pies (hypopodion) para ser clavados.


16.2.3. La cruz

La cruz puede ser commissa, donde la traviesa se apoya en el punto superior del palo vertical, como la tau griega (t). Se llama immissa (t) cuando se cruzan los palos asegurándose con cuerdas o clavos. También decussata cuando forman los dos palos una X. La elevación de la cruz varía. Puede estar casi a la altura de los soldados que custodian al reo, para ser devorado por las fieras en los coliseos romanos; o ser alta de forma que se vea a distancia por la población120. En el caso de Jesús, las referencias evangélicas, aunque sean redaccionales, dan a entender que la cruz es, a la vez, alta y baja. Los sumos sacerdotes le tientan para que baje de la cruz (Mc 15,33par); el soldado le da la esponja con el vinagre por medio de una caña (15,36par); por el contrario, el centurión que le confiesa como Hijo de Dios está frente a él (15,39), que no debajo.


16.2.4. El rótulo

Normalmente al reo le cuelgan en el cuello un rótulo (titulus) donde está escrita la causa por la que ha sido condenado. A veces lo lleva uno de los soldados o verdugos121. Lo clavan en la

120 Ambos casos los relata SUETONIO, Vidas. VI: Nerón, 29,1, II 154, a la altura humana; VII: Galba, 9, II 201-202, muy elevada para crucificar a un ciudadano romano; cf. ARTEMIDORO, La interpretación de los sueños, 2,53, 292: «... el condenado está en alto».

121 SUETONIO, Vidas. IV: Calígula, 32,2, 1143; EUSEBIO DE CESAREA: «Átalo [...] se le hizo conducir dando la vuelta al anfiteatro, precedido de un cartel en que estaba escrito en latín: "Éste es Átalo, el cristiano, mientras el pueblo se enardecía terriblemente contra él». HE, 5,1,43-44. Versión de A. Velasco-Delgado (Madrid 2001) 279.

parte alta de la cruz, pues la cabeza queda por debajo de los brazos. Hay casos en que la tablilla se fija en el suelo junto al palo vertical. Tomando la referencia de Juan, la inscripción dice: «Jesús el Nazareno, Rey de los judíos» (Jn 19,19), y especifica que está escrita en tres lenguas: arameo, la lengua hablada en Palestina, latín, lengua oficial de Roma, griego, la lengua común del Imperio (Jn 19,20)122. La mentira de la inscripción es lo único que lee Jesús sobre sí mismo en su vida.


16.2.5. Las bebidas

Los soldados o verdugos dan de beber a Jesús dos veces en el Gólgota. Antes de crucificarlo «le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo tomó» (Mc 15,23)123. Es un analgésico que elaboran los judíos para narcotizar a los condenados evitando parte del dolor. De hecho Proverbios aconseja: «Dad el licor al vagabundo y el vino al afligido: que beba y olvide su miseria, que no se acuerde de sus penas» (Prov 31,6-7). Las mujeres de Jerusalén practican esta costumbre para los condenados124. Jesús la rechaza para mantener su control personal y evitar convertirse en un simple chivo destinado a perecer, o, siguiendo a Marcos, para llevar a cabo el compromiso que adquirió en Getsemaní de cumplir la voluntad del Padre asumiendo el sufrimiento y el dolor de la cruz (Mc 14,36). Poco antes de morir en la cruz «uno empapó una esponja en vinagre, la sujetó a una caña y le ofreció de

122 Marcos: «El rey de los judíos» (15,26); Mateo: «Éste es Jesús, rey de los judíos» (27,37); Lucas: «Éste es el rey de los judíos» (23,38). Es cierto que hay casos en los que los documentos oficiales de la época se escriben en varias lenguas, cf. JOSEFO, Ant., 14,191, II 830; Guerra, 6,125, II 267. La duda sobre la veracidad de la noticia joánica nace porque no se han encontrado inscripciones bilingües o trilingües para un condenado y, sobre todo, porque entra dentro de la teología de Juan proclamar su condición de «rey» a todas las naciones.

123 Mateo dice «vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso beberlo» (27,34) con referencia al Salmo 69,22, en el que se atropella al hombre justo; algo, pues, previsto por Dios.

124 TalBab., Sanhedrin 43; Semahot 2,9, cf. BILLERBECK, I 1037-1038.

beber» (Mc 15,36par). La finalidad es apagar la sed del reo, pues es una bebida refrescante que emplean con frecuencia los solda-dos y campesinos en sus trabajos (Núm 6,3; Rut 2,14). También ayuda a conservar la conciencia y, por tanto, alarga el sufrimiento del crucificado. De la intencionalidad de los verdugos depende que sea un socorro contra el dolor o una maldad para mantener vivo a Jesús.


16.3. Las narraciones evangélicas

Los Evangelios describen la crucifixión siguiendo el estilo de toda su obra. Aprovechan los últimos instantes de Jesús para instruir y edificar a los cristianos de sus comunidades, relacionando estos momentos con textos del AT a fin de mostrar que cada instante de la pasión y muerte está controlado por Dios, cae bajo su voluntad, además de ser Jesús un ejemplo para todos por la forma como experimenta los minutos finales de su vida.


16.3.1. El tiempo de la crucifixión

«Eran las nueve cuando lo crucificaron» (Mc 15,25). Marcos plantea el horario del último día de Jesús de la siguiente manera: Llevan a Jesús a Pilato sobre las 6 de la mañana («apenas amanecido», 15,1), a las 9 horas lo crucifican (15,25), a las 12 «se oscurece todo el territorio» (15,33), hacia las 3 de la tarde muere (15,34par) y entorno a las 6, «ya anochecía», es enterrado (15,42). Se da a entender en este esquema tan fijo que nada escapa a la voluntad del Padre en las horas postreras de su Hijo. Por tanto no es de extrañar que este horario provenga de la plegaria litúrgica de los cristianos125. Sin embargo, Marcos afirma también que Pilato se extraña de que Jesús fallezca tan pronto (15,44). Esto presupone que sobre el mediodía es cuando se le crucifica.

125 Hech 10,9, oraciones en la hora sexta; para nona 3,1; 10,3.30); Didaché 8,3; Tradición apostólica, 41. La oración cristiana tiene el horario de tercia, sexta y nona (crucifixión, las tinieblas cubren la tierra y grito previo a la muerte, cf. Jn 19,34).

Juan tiene otro horario. Cuando en los Sinópticos las tinieblas inundan la tierra al mediodía (Mc 15,33par), Jesús se encuentra aún en el juicio romano (Jn 19,14), pues para el Evangelista también es «tiniebla» el diálogo que Jesús mantiene con el prefecto. En la víspera del sábado se establece su muerte, cuando los corderos se llevan al templo para inmolarlos para la Pascua (Jn 19,31). Jesús los sustituye, porque es el verdadero «cordero pascual» (Jn 1,17.29.36). Y así como a los corderos sacrificados para celebrar la Pascua no se les puede romper hueso alguno (Éx 12,10; Núm 9,12), tampoco se le quiebra hueso alguno a Jesús en la crucifixión (Jn 19,36).

Nada, pues, se puede concretar sobre el horario exacto de la crucifixión y muerte en este viernes de pasión. Si la contradicción entre Marcos y Juan es evidente en cuanto a la hora, lo mismo podemos decir del día. Los Sinópticos narran que este viernes es el día de la Pascua, es decir, el 15 de nisán (Mc 15,42par), pues Jesús ha celebrado la Pascua con sus discípulos la noche anterior (Mc 14,12.17par), dato que según la tradición confirma Pablo antes que los Evangelistas: «Pues yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor, la noche que era entregado, tomó pan...» (1Cor 11,23). Sin embargo, para Juan, el mismo viernes es la víspera de la Pascua, el 14 de nisán (18,28; 19,31), fecha de la muerte de Jesús coincidente con los Sinópticos, pues para él es el «cordero pascual».


16.3.2. Los dos ladrones

«Con él crucificaron a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda» (Mc 15,27par). El dato apunta a que Jesús es crucificado en una condena colectiva. No es solo él al que se ejecuta. La Misná enseña que está prohibido emitir dos condenas de muerte y realizarlas en el mismo día126. Pero no es nuestro caso, pues los romanos suelen ejecutar a varias o a muchas personas a la vez. Ningún precepto o costumbre se opone a ello. Se habla

126 Sanedrín, 6,4, 735.

de bandidos127, de malhechores128 en correspondencia a la cita de Isaías (53,12) que afirma que el siervo «fue contado entre los pecadores», o como se queja Jesús cuando es apresado en Getsemaní (Mc 14,48; Mt 26,55). Los reos crucificados, que alteran el orden público o desobedecen los preceptos divinos, son dos y, contando con Jesús, suman un número emblemático. Para Juan (19,18), Jesús está en el centro, entre los dos; los Sinópticos dicen lo mismo, pero colocados «a su derecha y a su izquierda»; y «lo injuriaban» (Mc 14,32par).

Con este dato, Lucas elabora un párrafo continuando las ofensas de los soldados y los jefes del pueblo. Presenta a los dos bandidos de una manera antitética, como lo ha hecho con Zacarías y María (Lc 1,5-38), Jesús y Juan (7,33-34), Marta y María (10,38-42), el rico y el pobre (16,19-31), el fariseo y el publicano (18,9-14). Así uno le injuria, el otro no: «Uno de los malhechores colgados lo insultaba: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. El otro le reprendía: Y tú, que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la paga de nuestros delitos; éste, en cambio, no ha cometido ningún crimen» (Lc 23,39-41). El malhechor apela al poder mesiánico para eludir el calvario de la cruz. Éste, en el tiempo de Lucas, es fuente de salvación, y a ella se remite el «mal ladrón». Jesús guarda silencio, como lo ha hecho con las injurias anteriores. La respuesta la recibe de su compañero, que le llama la atención sobre el temor al juicio divino al que se va a someter muy pronto. Este juicio también sobre-vuela su conciencia y, comparándose con la inocencia de Jesús, la abre a la responsabilidad de su propio pecado. Reconocerse pecador es el primer paso de la conversión, que se afianza con una llamada a la misericordia de Jesús, tan típica en la teología de Lucas (10,25-37), porque «no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se arrepientan» (Lc 5,32). La declaración de la inocencia de Jesús que viene de uno de los malhechores contrasta con la solicitud de muerte para Jesús por parte de los garantes de la religiosidad judía (Lc 23,18.20.23).

127 Marcos 15,27 y Mateo, 27,38: léistés.

128 Lucas, 23,32-33.39: kakourgoi.

Entonces se dirige a Jesús al estilo de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mc 10,37). El ajusticiado desea participar de la gloria de Jesús, como los discípulos, cuando venga al final de los tiempos con la resurrección de los cuerpos y el juicio universal. «Y añadió: Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí». En la pasión de Lucas, cada intervención de Jesús es salvadora, se orienta a hacer el bien: «Le contestó: Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,42-43). La salvación que espera el crucificado para el final del tiempo se adelanta al momento de su muerte. No hay que esperar que la historia termine. Lucas subraya varias veces que la salvación que ofrece Jesús es actual. Así lo proclama en la sinagoga de Nazaret cuando lee el libro de Isaías (61,1-2) en la presentación del Reino (Lc 4,21) y lo lleva a cabo en la visita a la casa de Zaqueo (19,5.9). Ahora lo aplica a su compañero en el dolor, al cual también le hace partícipe de su destino glorioso en la presencia de Dios inmediatamente después de la muerte. La salvación pasa de la imprecisión del futuro a la certeza del presente. Y es un presente liberador no tanto en compañía de Jesús cuanto en su comunión y participación de su gloria (cf. 1Tes 5,10; 2Cor 5,8). Esta gloria, paraíso, está más allá y es más pleno que el reservado a los justos que están en espera de la resurrección final según el pensamiento judío de entonces129.


16.3.3. Las burlas

Con las afrentas a Jesús en la cruz, se ahonda y continua el desprecio que sufre después de la sentencia de muerte, cuando le colocan la corona de espinas (Mc 15,16-20par)130. Los Evange-

129 «Desde aquel día no fui contado entre ellos, y [el Señor].me puso entre dos puntos cardinales, norte y occidente, donde tomaban la medida Ios ángeles para medirme el lugar de los elegidos y los justos. Allí vi a los primeros padres y a los justos que moran desde la eternidad en este sitio». 111en., 70,3-4 (IV 94).

130 Antes Jesús es acusado de perdonar Ios pecados, cuando sólo lo puede hacer Dios (Mc 2,6-7); también es acusado de blasfemia en el proceso ante Caifás por atribuirse el título de Mesías e Hijo de Dios (14,61-64), incluso se le reprocha de poseer un espíritu inmundo cuando cura a los endemoniados (3,22). Ahora el pueblo hace suyas estas imputaciones de escribas y fariseos.

lios narran tres focos de las injurias. En primer lugar los espectadores de la crucifixión: «Los que pasaban lo insultaban meneando la cabeza (cf. Lam 2,15; Sal 22,8) y diciendo: El que derriba el templo y lo reconstruye en tres días, que se salve, bajando de la cruz» (Mc 15,29-30). La gente se mofa dirigiendo su afrenta al crucificado, menean la cabeza, con lo que expresan su rechazo a Jesús; y al gesto se unen las palabras, que son un eco de las primeras acusaciones que hacen los testigos en el proceso religioso (Mc 14,58par): el poder que supone destruir la mole del templo, equiparable sólo al poder divino, contrasta con la realidad que está sufriendo Jesús, clavado en la cruz e impotente para liberarse de ella. Su unión con Dios y su pretensión de ser el revelador definitivo del Reino quedan al descubierto ante los acontecimientos. La gente que le mira desde la muralla se encarga de acentuar su fracaso o su ridícula aspiración.

Aún más. Del crucificado se afirma que es «Hijo de Dios», igual que en el bautismo y en las tentaciones131, y se recurre a dicha cualidad para comprobar la ignominia de la situación: «Se ha fiado de Dios: que lo libre si es que lo ama. Pues ha dicho que es hijo de Dios» (Mt 27,43). Como dice el Salmo (22,9): «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere». La fidelidad de Jesús a Dios que ha mostrado a lo largo de su ministerio se pone a prueba ante la crucifixión. Es la misma tentación del desierto, donde el diablo le recuerda su condición filial para romper la unión que mantiene con Dios: «Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes [...] Si eres hijo de Dios, tírate abajo [desde el alero del templo]» (Q/Mt 4,3.6; Lc 4,3.9). La obediencia a la Palabra de Dios y su confianza en Él impiden que rompa su relación filial. Ahora, al final de su ministerio, la gente le recuerda la fantasía o ficción de su mensaje, ya que no tiene una repercusión real, tanto en su vida,

131 Q/Mt 3,17; Lc 3,22; Q/Mt 4,3.6; Lc 4,3.9; cf. supra, 6.1-3, 206-213; 7.1-3., 213-220.

como en la de sus seguidores huidos o escondidos. Pero la afrenta no sólo va contra Jesús, sino que alcanza a la fidelidad de Dios para su hijo querido, pues los hechos verifican que ha abandonado al que se cree justo e hijo del Altísimo. Mateo, como sus lectores cristianos, ya saben el final definitivo de Jesús y se cumple lo que afirma el Salmo más adelante: «Fieles del Señor, alabadlo, [...] porque no ha despreciado ni le ha repugna-do la desgracia de un desgraciado, no le ha escondido su rostro; cuando le pidió auxilio, lo escuchó» (22,24-25).

La segunda fuente de injurias proviene de los sumos sacerdotes y los letrados o escribas. Ellos hablan entre sí, no se dirigen a Jesús como el pueblo: «Ha salvado a otros y él no se puede salvar. El Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos» (Mc 15,31-32par). Se reproduce el diálogo con Caifás en el proceso religioso y con Pilato en el proceso civil (Mc 14,61par; 15,2par). También la frase es un eco de toda la actividad de Jesús, en la que por sus palabras y obras hacía presente el Reino curando a los enfermos, salvando a los que estaban sujetos al diablo y a la muerte. Lucas (23,30) cambia la acusación del pueblo por la de los soldados, siguiendo la burla de los de Marcos y Mateo (15,16-20; 27, 27-31) y pone en su boca, lógicamente, la acusación de «rey de los judíos», como ha que-dado establecido en el juicio y reza la sentencia escrita en la tablilla.

Pero no podemos olvidar cómo leen los cristianos estos acontecimientos. Los reproches de los judíos se elevan a injurias contra Dios, porque el crucificado es el Hijo de Dios en la fe cristiana. El contenido de las acusaciones se relaciona, en parte, con su historia y proceso, pero también con la experiencia del Dios de Israel como Todopoderoso. De esta manera, por la fuerza del Señor, es más fácil bajar de la cruz que destruir el templo; y más coherente con sus milagros realizados para otros, salvarse (sazein) de la cruz, mostrando su filiación y poder divino, que morir como un gusano; y más verdad que Dios, justo y poderoso, lo rescate de tal ignominia (Sal 22,9) que morir como un blasfemo y rebelde político (Mc 14,64; Lc 23,2). Por consiguiente, lo que se está revelando en este suceso es la distinta comprensión que tienen de Dios Israel y Jesús, como ha sucedido en la agonía en el huerto de Getsemaní. Y Jesús no baja de la cruz precisa-mente por ser Hijo de Dios, obediente hasta este extremo a su voluntad salvadora. Marcos y Mateo lo acentúan, ya muerto Jesús, en lo que es una confesión de fe cristiana en el nuevo rostro de Dios que se revela en la cruz; y lo hacen de una forma individual y colectiva en las voces del centurión (Mc 15,39; cf. Lc 23,47) y de los militares paganos (Mt 27,54): «Realmente este hombre era hijo de Dios [Lc: inocente]». Ahora se entiende que un Dios exclusivamente amor, que no poder, y que busca con afán la salvación de sus hijos sufra con su Hijo en la cruz y no se exprese en la línea tradicional del AT.

Por último, le injurian los demás crucificados (Mc 15,29-32). Se cumple así la finalidad que busca el poder para los condena-dos: que sean despreciados por el pueblo para defender las leyes que refuerzan la convivencia común y, a la vez, para demonizar a aquellos que cuestionan la estabilidad social. Con esta perspectiva, Jesús se queda solo, abandonado por su familia, por sus discípulos, por su pueblo, por su religión, por su Dios, al menos para la convicción común en el judaísmo de que Él salva al justo (cf. Mc 15,34).


16.3.4. Las palabras de Jesús en la cruz

Existe en los Evangelios un grupo de frases que Jesús pronuncia en la cruz para edificación del pueblo cristiano. Ellas representan la riqueza espiritual que dimana de su sacrificio y que los creyentes recuerdan para situaciones de dolor y sufrimiento, situaciones que viven como personas y como comunidades no admitidas en el mundo religioso judío y pagano. Son siete frases: una en Marcos y Mateo (15,34; 27,45), tres en Lucas (23,34.43.46) y otras tantas en Juan (19,26.28.30). Las frases tienen dos tendencias: las que tratan de evocar la conciencia de Jesús en estos momentos y mostrar su último objetivo y las que dirige a su madre y al discípulo predilecto, al compañero de crucifixión, ya expuesta, y al Padre por los que le han condenado.

a. «A media tarde Jesús gritó con voz potente: Eloi eloi lema sabaktani (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?» (Mc 15,34; Mt 27,45). La frase pertenece al Salmo 22,2. Este Salmo ha sido citado en la pasión; se emplea en la repartición de los vestidos por los soldados una vez crucificado (Sal 22,7, cf. Mc 15,24par) y en las injurias de los sacerdotes y letra-dos (Sal 22,9, cf. Mc 15,32par).

La frase de Jesús manifiesta una situación personal que venimos observando a partir de Getsemaní: el abandono de Dios. No solicita Jesús a Dios el porqué le están sucediendo estos hechos, sino expone la queja del justo por su alejamiento y falta de ayuda en la última etapa de su vida, cuando ésta ha descrito una fidelidad sin límites resumida en las tres tentaciones (Q/Lc 4,4.8.10; Mt 4,4.6.10). El mismo Salmo afirma sin rodeos: «Fuiste tú quien me extrajo del vientre, me tenías confiado a los pechos de mi madre; desde el seno me arrojaron a ti, desde el vientre materno tú eres mi Dios» (22,10-11), además del v.9 puesto en boca de sus acusadores: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere».

Pero el verso del Salmo puesto en boca de Jesús reproduce el lamento del justo de no verse liberado de la muerte. Ella le separa de su familia, de su pueblo, de su templo en cuanto presencia de Dios en la historia. El clamor de Jesús revela que habiendo sido fiel al Padre a lo largo de su vida, siente que éste le deja orillado en el camino sin dar la más mínima señal de ayuda y socorro. Porque sus discípulos huyen o duermen (Mc 14,37.40par), Judas le traiciona (14,10-11par), Pedro le niega (14,66-72par) y, ante esto, Jesús pierde la autoridad y el magisterio; los prebostes religiosos de su pueblo le juzgan, se ríen de su causa y le entregan a los romanos (14,55-64par) y, con ello, desaparece su identidad judía; Pilato lo tortura, y quita su forma humana (15,15-20par); y lo ejecuta como enemigo del Imperio arrebatándole la vida. La comunidad cristiana lee con acierto estos acontecimientos identificándolo como el siervo de Isaías: «... sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo [...] se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Flp 2,7-8); y la carta a los Hebreos le da el sentido: «... padeció la muerte para bien de todos» (2,9).

La reacción de Jesús ante los sufrimientos que padece no sigue la entrega personal que muestran muchos mártires, que ofrecen su vida por Dios y por los mejores ideales humanos. Ni siquiera expresa el dominio de sí del estoicismo griego, que simboliza la imagen de un Dios apático y sin sintonía con la historia. Más bien, aunque de una forma distinta, continúa la experiencia personal de la agonía de Getsemaní, en la que Marcos describe su angustia con esta queja al que puede sacarlo y liberarlo del abismo del dolor y la muerte132. Si esto es verdad, también lo es que tanto el Evangelista como los lectores ya saben el final. Es decir, se cita el verso del Salmo de súplica, porque la salida a esta situación de angustia es un futuro en el que Dios ayuda y asiste al justo133. De hecho, las tres predicciones de la pasión afirman a la vez la resurrección134. La queja se ciñe a un momento en el tiempo y a un espacio concreto del camino del encuentro definitivo con Dios. No es una actitud permanente. De ahí que no deje ver el verso un estado de desesperación de Jesús por el que pierde toda referencia a Dios y se aleja por completo de toda posibilidad de salvación. Esto supondría la rotura definitiva con Dios: la pérdida de la esperanza, que arrastra consigo la fe y el amor. La frase, al incluir el «Dios mío», indica que Jesús permanece en la relación de toda criatura con su Creador, de Jesús con Dios, aunque no en el nivel que él ha experimentado en su vida: la relación filial con el Padre.

b. «Jesús gritó con voz fuerte: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). El grito que precede inmediatamente a la muerte en Marcos (15,37), Lucas lo convierte en una oración recogida del Salmo 31,6 y practicada por Israel como oración de la tarde. Lucas acentúa la actitud de oración de Jesús a lo largo de su ministerio135. En este caso, el sentido del Salmo es que el justo se fía de Dios, confía su vida a Él; le cede la custodia de su

132 Cf. 2Cor 5,21; Fil 2,8; Heb 4,14-16; 5,7-10; etc.

133 Tenemos muchas oraciones donde se especifica la convicción del creyente judío de que Dios no abandona a los que le son fieles: Sal 9,11; 16,10; 37,25.28; 94,14; etc.

134 Mc 8,31par; 9,31par; 10,34par.

135 Cf. supra, 13.3.3, 492; 12.3.2. 1-3., 423-436.

existencia, cuando los hombres se empeñan en arrebatársela o la tienen minusvalorada. Describe una reacción de Jesús contraria a la ausencia y lejanía de Dios que relata Marcos.

Con respecto a la frase anterior, Jesús recobra su condición filial, por eso Lucas cambia el «Dios» del Salmo por el «Padre» con el que se ha relacionado a lo largo de su vida: en la Oración de júbilo (Q/Lc 10,21), en el Padrenuestro (Q/Lc 11,2) o cuando se dirige a Dios en Getsemaní (Lc 22,42)136 Jesús entrega al Padre la poca vida, «espíritu», que le queda; la vida que se ofrece en el momento de la creación (Gén 35,18) y que en Jesús procede del Espíritu y María y forma parte del ser divino; y se la devuelve al Padre como algo que le pertenece esencialmente. Por eso ha nacido de Él, ha permanecido en la vida pendiente y dependiente de Él y a El se la remite como un acto natural y familiar.

El punto de partida de las dos oraciones de Jesús son las experiencias humanas nacidas del sufrimiento extremo, sin enjuiciar la actitud divina ante tales acontecimientos provoca-dos por los hombres. Dios, por ahora, guarda silencio en el orden de la salvación de su Hijo, aunque es patente en la atmósfera evangélica que está pendiente de todo y que todo cae bajo su voluntad, por más que la cruz desapruebe su ser creador de la vida.

c. «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Jesús ora por los que le han crucificado, es decir, los soldados y verdugos que tiene en su rededor y ahora le vigilan para que se cumpla la sentencia. Ora también al Padre por los que han sido responsables de su muerte, Pilato (Lc 23,24), los sumos sacerdotes y escribas (23,13.21.23), todos simbolizados en la ciudad santa de Jerusalén. Antes Jesús la acusa de que «mata a los profetas y apedrea a los enviados» (13,34); y, por la violencia que anida en sus habitantes, sentencia: «... si reconocieras hoy lo que conduce a la paz. Pero ahora está oculto a tus ojos» (19,42). Todos ellos ignoran a quién han llevado a la cruz, según

136 Cf. supra, 12.3.2. 2, 424-429; 13.3.3, 476; 15.2.2., 599-605.

afirman Pedro y Pablo en sus primeras predicaciones (Hech 3,17; 13,27), ellos que también han tenido su pequeña historia de traición y persecución al Hijo de Dios (Lc 22,54-62; Hech 26,9).

Jesús es coherente en esta súplica al Padre con lo que ha enseñado en su ministerio. Ha revelado al Dios del perdón y de la reconciliación (Lc 15), el Dios que toma una postura decidida de misericordia por el pecador antes de contemplar su conversión, como en el caso del hijo pródigo (15,20). Jesús ha transmitido la actitud de Dios practicando la misericordia a lo largo de su vida pública, cuando perdona los pecados al paralítico (5,20), o a la pecadora que le visita en casa del fariseo (7,47). Se ha expuesto más arriba no sólo la abolición de la ley de la venganza, o la correspondencia al amor recibido u ofrecido entre amigos y familiares (Q/ Lc 6,32), sino también el exceso de amor que pide a los que le siguen: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os calumnien» (Q/Lc 6,27-28)137. Actitud que permanece en la comunidad cristiana en los mártires que, ante el suplicio, oran por sus enemigos, como Esteban y Santiago, el hermano del Señor138.

d. «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo predilecto, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa» (Jn 19,25-27).

Juan coloca a las cuatro mujeres «junto a la cruz». La noticia de Marcos (15,40par) de que ellas presencian «de lejos» todo el espectáculo de la crucifixión, seguramente quiere decir desde la muralla de la ciudad. Aquí es Jesús quien mira. Esta cercanía

137 Cf. supra, 12.3.1.1., 412-418.

138 Esteban se dirige a Jesús y no al Padre: «Señor, no les imputes este pecado» (Hech 7,60); Santiago se dirige al Padre, como Jesús: «Yo te lo pido, Señor, Dios Padre: perdónalos, porque no saben lo que hacen». EusEBIO DE CESAREA, HE, II 23 16, 110.

física funda otra con fuerte carga simbólica a tenor de la teología de Juan139, ya que los dos personajes pertenecen a la órbita personal de Jesús: su madre y el discípulo amado. De los presentes, pues, Jesús se dirige a su madre y al discípulo amado para dar su última disposición, un testamento que es importante (Jn 19,27). Antes María ha sido citada por el Evangelista en las bodas de Caná sin nombrarla, como aquí (Jn 2,1-5), y Juan en la última Cena también sin nombrarlo (13,23-25). En Caná se presenta Jesús como aquel que dispensa al pueblo la riqueza de la salvación y hace presente la abundancia de bienes prometidos a Israel en los tiempos finales de la historia. María es el vehículo de esta acción de Jesús. El discípulo amado es con quien comparte Jesús las angustias de su pasión inminente, es la imagen del creyente y el que reconoce a Jesús resucitado (Jn 13,23-16; 20,8; 21,7). La última decisión de Jesús en la escena de la cruz es que el discípulo amado ocupe su lugar; se convierta en el hijo de María, por consiguiente, en su hermano y, a la vez, sea garante de la seguridad de su madre; y María debe asumir al discípulo como un hijo, y como ha sucedido en la historia con Jesús, actuar con dicho discípulo como una madre, en contraposición a la familia natural de Jesús que permanece en la increencia140.

139 En los Sinópticos aparecen las mujeres una vez muerto Jesús; en Juan estando Jesús aún vivo porque la escena que viene a continuación lo exige. De los nombres de las mujeres, en Juan las dos más cercanas a Jesús no tienen nombre; de las otras se designa el apelativo. Pero sólo coincide en María Magdalena con la lista que da Marcos: María, madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé (Mc 15,40), aunque indica que hay varias más. Mateo escribe en lugar de Salomé a la madre de los Zebedeos (Mt 27,56); quizás sea la misma. Con todo, nada hay seguro sobre este dato en Juan, porque coloca a las cuatro mujeres en contraposición a los cuatro soldados de la escena anterior que se reparten su ropa (Jn 19,23), además de que nadie, que no sean los guardianes y verdugos, pueden estar junto a los crucificados.

140 Juan los juzga así: «Se acercaba la fiesta judía de las Chozas, y sus hermanos le dijeron: Trasládate de aquí a Judea para que también tus discípulos vean las obras que realizas. Pues nadie que busque publicidad actúa a escondidas. Ya que haces tales cosas, date a conocer al mundo. (Pues ni sus parientes creían en él)» (Jn 7,3-5).

Pero la situación en que María está no se reduce exclusivamente a la soledad, que postula una defensa y protección por parte del discípulo, ahora «su hijo». La situación es teológica. En efecto, María sugiere a Jesús en Caná que realice el milagro del vino, un símbolo de los dones de la salvación, y Jesús, aunque obedece, rechaza la invitación de su madre. Ahora, sin embargo, coinciden los intereses, pues María adquiere la función de llevar a los discípulos hacia Jesús, al asumirlos como «hijos suyos en él»; como nueva Eva es la madre de todos los creyentes (Gén 3,20). En el tiempo actual María debe enseñar a todos los que se van integrando en la comunidad que reconozcan la presencia viva de Jesús (Jn 21,7), la relación salvadora que implica unirse a él y tomarle como un hermano que conduce al Padre en la dimensión del amor (17,24), pues el discípulo a quien acoge es el que ama Jesús (15,16). Ella queda en la tradición de la Iglesia como el paradigma de relación personal con Jesús, por quien se reciben todos los bienes del Padre. Por eso los cristianos la reciben en su casa como el más preciado de sus bienes, porque se aman como él los amó (Jn 13,1), y viven la fe en dicha dimensión cumpliendo sus mandamientos. María, en fin, es un tesoro, porque en este tiempo final también actualiza su maternidad en la medida en que sabe y ama, enseña y conduce al Reino por el camino de Jesús, que ella ya ha recorrido.

El discípulo amado es el que está junto a Jesús en la Última Cena y al pie de la cruz, pero también el que reconoce al Resucitado por la fe (Jn 21,7). El abarcar la vida histórica de Jesús y la de la resurrección, le acredita a mantener una función dentro de la comunidad cristiana de intérprete del «todo Jesús», del hijo de María y del Hijo, el Señor. La revelación que Jesús hace del Padre, su voluntad salvadora, la donación del Espíritu y la vocación filial a la que están llamados todos los hombres caen bajo la responsabilidad del discípulo amado, que debe discernir el mundo que rechaza al Hijo y ratificar a los que pertenecen al mundo de la luz, de la verdad y la vida. Que este discípulo permanezca en la historia hasta que Jesús vuelva en la Parusía (Jn 21,22-23) es una muestra de que es garante de la última y definitiva revelación del Padre al mundo por su Hijo.

e. «Después Jesús, sabiendo que todo había terminado, para que se cumpliese la Escritura, dice: —Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Empaparon una esponja en vinagre, la sujetaron a un hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús tomó el vinagre y dijo: —Está acabado» (Jn 19,28-30).

Las dos frases se encuadran en un párrafo que explicita la teología de Juan sobre la persona de Jesús como Hijo de Dios que tiene perfecto dominio de su vida. Él sabe por qué ha venido al mundo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino tenga vida eterna» (Jn 3,16); y conoce los acontecimientos históricos y su función en ellos por la plataforma que le da su preexistencia en la gloria del Padre: «El Hijo no hace nada por su cuenta si no se lo ve hacer al Padre. Lo que aquél hace lo hace igualmente el Hijo» (5,19; cf. 8,28; 17,5). Así las cosas, tanto en la cena de despedida de sus discípulos en la que, con el ejemplo de lavarles los pies, les manda servirse mutuamente (13,1), como antes de ser apresado por los soldados (18,4), afirma poco antes de morir: «Jesús, sabiendo...». Este dominio de su vida, que suprime cualquier influencia o capacidad de decisión de los hombres sobre él, excluye las estratagemas de las autoridades judías para crucificarle y la sentencia condenatoria de Pilato. Si él va a morir es porque entrega su vida como un don, no porque se la quiten (10,17-18).

Más aún. Jesús da su vida como la expresión máxima del amor: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos» (Jn 15,13, cf. 13,1). El amor como único horizonte vital para los discípulos (Jn 13,34-35) hace posible la comprensión y experiencia del contenido de su obra, la que ha cumplido Jesús en estos momentos de pasar de esta vida a la gloria del Padre: «Vino a los suyos, y los suyos no la [Palabra] acogieron. Pero a los que la recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios: a los que creen en él» (Jn 1,12). La filiación divina de las criaturas, nacida y cultivada en la relación de amor entre el Padre y el Hijo y de la Trinidad con los hombres, es la obra que ha llevado a cabo Jesús en su ministerio desde que puso su morada entre nosotros (Jn 1,14); y, con ello, ha cumplido la Escritura y ha finalizado su existencia en la historia humana. La tarea que le ha encomendado Dios ya está hecha (14,31; 17,4). Ha obedecido con precisión su voluntad: «La copa que me ha ofrecido mi Padre ¿no la voy a beber?» (18,11). Esa voluntad es su alimento (4,34). Por eso provoca con su petición, «tengo sed», que le den vinagre para beberlo y observar la Escritura, petición muy distante de lo comentado de Marcos, Mateo y Lucas donde los sol-dados o asistentes son los que se lo ofrecen para seguir martirizándolo.

«Está acabado». Juan abre una perspectiva sobre la experiencia del crucificado muy distinta a los demás Evangelistas. Con Marcos y Mateo se hace hincapié en el alejamiento de Dios que entraña la cruz. El Todopoderoso no sale en defensa de su Hijo y éste reclama su presencia salvadora. Lucas mantiene la actitud de Jesús de orar y hacer el bien hasta el último instante de su vida, que trasluce la bondad del Padre para con sus criaturas, además de poner en sus manos su vida, su aliento, en el momento de su muerte. Juan acentúa que Jesús ha cumplido hasta el último detalle la voluntad divina de recrear las criaturas sacándolas del pecado y dándoles el estatuto de hijos de Dios. Y retorna al seno del Padre una vez que le ha dado la gloria que los humanos le han robado o no le han reconocido (Jn 14,13; 17,1; 8,29).


16.3.5. La muerte

a. «Al mediodía se oscureció todo el territorio hasta la media tarde» (Mc 15,33par). Las tinieblas cubren la tierra en señal de luto, como cuando muere Rómulo y César. Es la imagen cósmica que suele acompañar la muerte de una figura histórica141

También puede interpretarse como símbolo del final de la histo-

141 Con ocasión de la muerte de César en el año 44 a.C. escriben: VIRGILIO, Geórgicas 1,466. Versión de T. A. Recio García—A. Soler Ruiz (Madrid 1990) 283: «Él [sol] es también quien, extinguido César, se compadeció de Roma cubriendo su brillante cabeza de obscura herrumbre y provocando el temor de una noche eterna a una generación impía»; PLINIO, Historia Natural 2,29, 383 : «Hay eclipses de sol prodigiosos y muy duraderos, como cuando murió el dictador César y en la guerra contra Antonio en la que estuvo permanentemente empalidecido durante casi un año entero»; JOSEFO, Ant., 14,306, II 849: «... hemos frenado a los culpables tanto de sus desafueros contra los hombres como de sus pecados contra los dioses, por la gravedad de los cuales creemos que el propio sol se dio la vuelta, puesto que incluso él observó con disgusto el repugnante crimen cometido contra la persona de César».

ria y del juicio venidero142, donde la cruz alcanzará su pleno significado (Mc 13,23-26). En este sentido se cumple un juicio global de la historia humana, o sólo para el pueblo de Israel por intervenir en la muerte de Jesús, un juicio que entraña como posibilidad el castigo divino dentro de un contexto de ira143. En este caso, las tinieblas deben unirse a la rotura del velo del templo después de la muerte de Jesús (Mc 15,38par) si queremos entender la palabra «territorio» a la región habitada por Israel. Al rechazar al Mesías de Israel, se inutiliza el templo como presencia divina para el futuro.

Los soldados «se sentaron allí para custodiarlo» (Mt 27,36; Lc 23,36; Jn 19,23). Ellos vigilan al crucificado por dos razones fundamentales. La primera es para cumplir la sentencia de crucifixión y para que se lleve a cabo como está prescrito en las costumbres y leyes romanas. La segunda es para que los familiares no roben el cadáver para enterrarlo, pues el castigo de la crucifixión se prolonga más allá de la muerte: las alimañas deben comerse el cadáver o debe desaparecer por otros medios144. Esta práctica se mezcla con una intencionalidad teológica en Mateo (27,54). Más tarde los soldados tienen la función de ser testigos de su muerte y confesar la filiación divina de Jesús, filiación que está presente en toda la pasión en el enfoque del Evangelista.

142 Es el día del Señor: «Sucederá aquel día -oráculo del Señor- que yo haré ponerse el sol a mediodía, y en plena luz del día cubriré la tierra de tinieblas». Am 8,9; cf. J12,2.10; 3,4; 4,15; 5,8; 8,8; Is 2,10; 13,10; 24,23; Jer 4,24; Mc 13,24; Ap 6,12-13; etc.

143 «Aquel día será día de ira, día de angustia y aprieto, día de devastación y desolación, día de tinieblas y oscuridad, día de nubes y densa niebla». Sof 1,15; cf., Am 5,18; Os 5,8; Is 18,3; Ap 8,6.

144 SuETONio, Vidas. II: Augusto 13, I 190: «Sin embargo, no supo controlar el éxito de la victoria [...] y se ensañó con todos los prisioneros de alcurnia, además de ultrajarlos verbalmente; así, en efecto, se dice que a uno de ellos, que le pedía humildemente la sepultura, le respondió que ésa sería pronto competencia de las aves»; ARTEMIDORO, La interpretación de los sueños, I1,53, 292: «... el condenado [...] nutre a muchas aves rapaces»; EUSEBIO DE CESAREA, HE, V,1,62, 284: «Así, pues, los cuerpos de los mártires [de Lyón], después de ser expuestos al escarnio en todos los modos posibles y de estar a la intemperie durante seis días, fueron quemados y reducidos a cenizas, que aquellos impíos arrojaron al río Ródano, que pasa por allí cerca, para que ni siquiera sus reliquias fueran ya visibles sobre la tierra»; cf. infra, nota 158.

Los Evangelios indican la presencia de un grupo de seguidores145 que con toda probabilidad están en las murallas: «Estaban allí mirando a distancia unas mujeres [Mc 15,401 que habían acompañado y servido a Jesús desde Galilea» (Mt 27,55); o, al decir de Lucas, «sus conocidos se mantenían a distancia» (Lc 23,49). Es muy difícil que los soldados y verdugos admitan junto a la cruz familiares o amigos de los crucificados. El pueblo observa los ajusticiamientos siempre de lejos. Los romanos suelen sacar a los condenados fuera de la ciudad, porque no los consideran personas ni ciudadanos.

b. «Jesús lanzando un fuerte grito, expiró» (Mc 15,37par). Es normal que en medio de tanto sufrimiento se emitan quejidos fuertes, por más que el estado agonizante y la situación de suspensión en la cruz no facilite articular gritos. Jesús muere de una forma instantánea. El pasado exepneusen («expiró su vida») advierte que hay una interrupción seca de la existencia, aunque los castigos precedentes hayan avisado la muerte constantemente. Ni el fallecimiento viene como una dormición, ni la muerte es una salida dulce de la historia, si bien es verdad que el grito puede ser la última espiración, que, por lo general, es más ruidosa que la exhalación normal.

La creencia cristiana elabora unas frases para darle contenido a su último suspiro. Con ello intenta interpretar la conciencia de Jesús en estos momentos finales. Son las frases comentadas antes. Pero el grito también comporta una carga simbólica. Jesús no se

145 Cf. Mc 15,40-41par. Véase la variación de los nombres de los acompañantes en la nota 139.

despide de la vida por la puerta trasera. Es un aviso. La costumbre de elevar la voz está muy enraizada en la tradición bíblica146. Con frecuencia adquiere un significado peculiar en los relatos apocalípticos que describen los tiempos finales de la historia humana con una gran parafernalia147. Particular énfasis se pone cuando, en estos momentos, se ofrece la batalla definitiva entre el bien y el mal, entre Dios y el diablo, cuyo precedente lo sabemos por la lucha que Jesús sostiene con los endemoniados148.

La muerte le sobreviene a Jesús por muchos factores, porque el hecho de la crucifixión no entraña herir un órgano vital que produzca la muerte de inmediato. Recordemos la pérdida de sangre en la flagelación y en la crucifixión, la toma de escasa cantidad de líquidos, la posición en casi suspensión que mantiene en la cruz, el dolor causado por las palizas que le propinan los guardias de los sumos sacerdotes y los soldados, la tensión acumulada en un día de acontecimientos tan duros para su vida, etc. Todo ello puede originar una arritmia por estrés y paro cardíaco por edema de pulmón, que daña los tejidos y los capilares. Éstos se tornan más permeables (es decir comienza a escaparse el líquido de la sangre e infiltrarse en los tejidos), dando lugar a una acumulación de líquido alrededor del corazón (derrame pericárdico) y de los pulmones (derrame pleural). Las causas principales de la muerte pueden ser por shock causado por pérdida sanguínea y daño al corazón y sofocación por agotamiento con asfixia.

Jesús dura poco en la cruz, entre tres y seis horas. De hecho Pilato se asombra de que haya muerto tan pronto (Mc 15,44), porque los condenados agonizan lentamente y permanecen en el suplicio incluso varios días. Para acelerar la muerte se aplica el crurifragium. Se rompen la tibia y peroné con una barra de hierro. Entonces el reo pierde el apoyo, queda el cuerpo suspendi-

146 1Re 8,55; Ez 11,13; Neh 9,4; Lc 17,15; 19,37-38; Ap 6,10; etc.

147P.e. El grito de Jesús lo oirán los que estén en los sepulcros: «los que obraron bien resucitarán para vivir, los que obraron mal resucitarán para ser juzgados» (Jn 5,28-29); cf. 11,43; 1Tes 4,16; Ap 10,3; etc.

148 Cf. supra, 9.3.1., 293.

do y muere al no poder respirar. Juan cuenta lo siguiente: «Era la víspera del sábado, el más solemne de todos; los judíos, para que los cadáveres no quedaran en la cruz el sábado, pidieron a Pilato que les quebrasen las piernas y los descolgasen. Fueron los soldados y quebraron las piernas a los dos crucificados con él. Al llegar a Jesús, viendo que estaba muerto, no le quebraron las piernas, pero un soldado le abrió el costado de una lanzada. Al punto brotó sangre y agua» (19,31-34). Los verdugos suelen llevar el hasta velitaris, una lanza de 2,40 cms. que se usa para el tiro, que no para el combate cuerpo a cuerpo.

La ciencia médica explica que el agua proviene del líquido acumulado en la pleura de los pulmones (derrame pleural) y en el pericardio (derrame pericárdico) como consecuencia de la insuficiencia cardiaca por la asfixia. La perforación de la lanza puede llegar hasta el corazón haciendo brotar sangre. Es posible también que en el pericardio haya mezcla de sangre y se derrame como consecuencia de una rotura cardiaca (hemopericardio), en cuyo caso la lanza al atravesar la pleura hace brotar agua (derrame pleural) y, a continuación, al llegar al pericardio la sangre acumulada en él. La sangre derramada es fruto, pues, de un hemopericardio. Por consiguiente, lo más seguro es que la lanzada se dirija al corazón, el costado izquierdo149, aunque también es posible que la lanza penetre del lado derecho hacia el izquierdo atravesando el pulmón derecho.

El simbolismo de la lanzada a Jesús por la que brota «sangre y agua» puede referirse a los sacramentos de la Eucaristía y Bautismo (Jn 6,52-58; 3,5)150; o a combatir la doctrina doceta que niega un cuerpo de carne para Jesús, porque su cuerpo es aparente, como aparente es su muerte en cruz; o a señalar la efusión

149 Cuando se escribe o pinta en el lado derecho seguramente es una influencia de Ezequiel (47,1): «Me hizo volver a la entrada del templo. Del zaguán del templo manaba agua hacia levante -el templo miraba a levante-. El agua iba bajando por el Lado derecho del templo, al mediodía del altar».

150 Sin embargo el orden de «sangre y agua» no corresponde al orden sacramental. Primero es el Bautismo como sacramento de Iniciación cristiana. Después, aunque central, viene la Eucaristía. Además, la sangre en el discurso del Pan de vida está unida siempre a la carne (Jn 6,53-56).

del Espíritu, que simboliza el agua que produce la vida (Jn 3,5; 5,8; 6,63) que Jesús ofrece, como en el caso de la Samaritana (4,13-14). La sangre remite a la muerte de Jesús, que constituye toda la escena que precede en el Evangelio de Juan. Por esta muerte Jesús derrama el Espíritu a todos los creyentes. A la vez, el redactor invita a que los hombres crean en él, como en las bodas de Caná (Jn 2,11): «El que lo vio lo atestigua y su testimonio es fidedigno; sabe que dice la verdad, para que creáis vosotros» (19,35). Aún más: Juan apremia a los creyentes para que vean en la cruz la realidad que da el auténtico sentido a la vida. Así tendrán la verdadera vida (5,40), como otros creyentes la han encontrado a lo largo del ministerio de Jesús en Galilea. De hecho el Evangelio de Juan se redacta con esta finalidad: «Éstas [señales] quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él» (20,31)

c. Como primer efecto de la muerte suceden una serie de hechos llenos de significado para los cristianos y que los Evangelistas aprovechan para interpretar la cruel realidad de la muerte en cruz con un sentido salvador. Evidentemente sus interpretaciones teológicas con imágenes apocalípticas no tienen la finalidad de relatar hechos históricos. Estas imágenes formulan dos experiencias fundamentales en la fe de los cristianos: Jesús cambia para bien las relaciones del hombre con Dios y transforma la tierra como lugar de dichas relaciones.

En primer lugar «el velo del Santuario se rasgó en dos de arriba abajo» (Mc 15,38par). Entre las muchas cortinas que adornan el templo, podemos destacar dos: una a la entrada del Santuario, que delimita su espacio y persuade de su inaccesibilidad a los que no son sacerdotes; otra está colgada a la entrada del templo y lo separa del atrio. Los Evangelios pueden referirse a cualquiera de las dos. En todo caso existe una relación con las acusaciones vertidas contra Jesús en el juicio religioso (Mc 14,58par) y en las mofas de los sacerdotes y escribas en la crucifixión (Mc 15,29par) por haber afirmado la destrucción del templo.

La cortina se rasga de arriba abajo, es decir, se rompe sin posibilidad de arreglarse, y si se inutiliza un elemento importante de la composición habida para asegurar la presencia de Dios, todo apunta a que el símbolo se refiere a la ruina del templo. Ya no sirve como lugar de culto a la divinidad ni puede establecer las relaciones que amparan el perdón, la acción de gracias y la bendición. Dios no está detrás de una cortina estropeada. Dios cambia de lugar. Ahora se ofrece y da su salvación en el sacrificio de Jesús en la cruz. Marcos lo ha afirmado antes de forma explícita: «Pues este hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos» (Mc 10,45) y lo ha ratificado en la Última Cena: «Ésta es la sangre mía de la alianza que se derrama por todos» (Mc 14,24). Dios se coloca ahora en la historia de Jesús, que culmina en la cruz. Además se abre a todos los humanos, recuperando su creación por entero, porque Israel, con el templo que excluye a los paganos, ha roba-do a Dios al mundo.

En segundo lugar, Mateo amplía los efectos de la muerte de Jesús con repercusiones cósmicas. Jesús cita al Salmo 22,2 en la cruz: «Eli, Eli, lema sabactani (o sea: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, comentaban: A Elías llama éste [...] dijeron: Espera, a ver si viene Elías a salvarlo» (Mt 27,46-49). Elías no desciende del cielo al que había sido arrebatado (2Re 2,11-12) Y no lo salva. Ni siquiera Dios responde al signo solicitado por los asistentes al suplicio. Entonces se añade a la rotura del velo una especie de terremoto que provoca unos hechos singulares: «... la tierra tembló, las piedras se rajaron, los sepulcros se abrieron y muchos cadáveres de santos resucitaron. Y, cuando él resucitó, salieron de los sepulcros y se aparecieron a muchos en la ciudad santa» (Mt 27,51-53). Ahora responde Dios de una forma global y no sólo celeste, como pedían los esbirros con la presencia de Elías. Los signos divinos afectan en los tres niveles de la realidad: los cielos (tinieblas), la tierra (velo, terremotos, piedras rajadas) y el subsuelo (tumbas abiertas y resurrección de los muertos). El cuadro evangélico comienza, pues, con una imagen apocalíptica. Las convulsiones cósmicas se asocian a las manifestaciones divinas que revelan a los hombres el poder de Dios. Estas manifestaciones se ofrecen con frecuencia para los tiempos finales de la historia. Mateo lo describe en su discurso escatológico (Mt 24,24,1-14): «Se alzará pueblo contra pueblo. Habrá carestías y terremotos en diversos lugares. Todo esto es el comienzo de los dolores de parto» (24,7-8)151.

Los temblores originan el corrimiento de las losas en los sepulcros de los personajes más significativos de la historia de Israel, especialmente de los profetas (Mt 23,29-32)152, como se abre el cielo para que descienda el Espíritu en el bautismo de Jesús (3,16). Responde a la lógica de Ios signos apocalípticos finales: termina el viejo mundo y comienza uno nuevo hecho por Dios. No todo es negativo en los signos divinos que acompañan la muerte de Jesús. Mateo lo indica aludiendo a la resurrección de estas personas «santas»153. Se entiende la espera de los reanimados en las tumbas a que Jesús resucite, porque la creencia cristiana es que la resurrección de los muertos depende y nace de la de Jesús, el mismo que está crucificado. Por eso, sólo

151 Cf. Jue 5,4; 2Sam 22,8; Sal 68,8; 97,4; 104,37; 114,7; J1 4,16; Ap 6,12; 8,5; 11,13.19; 16,18; etc.

152 El párrafo es muy parecido al de Ezequiel 37,1-14. El profeta está en un valle lleno de huesos y pronuncia un conjuro en nombre del Señor: «Yo os voy a infundir espíritu para que reviváis. Os injertaré tendones, os haré criar carne; tensaré sobre vosotros la piel y os infundiré espíritu para que reviváis [...] mientras pronunciaba el conjuro, resonó un trueno, luego hubo un terremoto y los huesos se ensamblaron, hueso con hueso [...] Pero no tenían espíritu [...] Pronuncié el conjuro que se me había mandado. Penetró en ellos el aliento, revivieron y se pusieron en pie: era una muchedumbre inmensa. Entonces me dijo: Hijo de Adán, esos huesos son toda la casa de Israel. Ahí los tienes diciendo: Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido; estamos perdidos. Por eso profetiza diciéndoles: Esto dice el Señor: Yo voy abrir vuestros sepulcros, os voy a sacar de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os voy a llevar a la tierra de Israel...».

153 «Lo bendecirán todos los que no duermen en lo alto del cielo. Lo bendecirán todos los santos que están en el cielo, y todos los elegidos que moran en el paraíso de la vida, y todo espíritu de luz que puede bendecir, alabar, exaltar y santificar su nombre bendito, y todo ser humano por encima de su capacidad alabará y bendecirá su nombre por los siglos de los siglos». IHen., 61,12, IV 84. También en el TesLev., 18,10-11 (V 60) el Sumo Sacerdote es el que tiene la función de abrir las puertas del paraíso: «Le abrirá ciertamente las puertas del paraíso y apartará de Adán la espada amenazante. A los santos dará a comer del árbol de la vida, y el espíritu de la santificación estará sobre ellos».

después de la resurrección de Jesús, se hacen vivos para los demás con las apariciones en la ciudad de Jerusalén, donde se le condena y crucifica. La superposición de planos y de tiempos expresa la intencionalidad del Evangelista de que en el momento de morir ya está en Jesús la semilla de la vida de Dios que le resucitará de entre los muertos. No existe un instante, por consiguiente, en que Jesús no viva. El fallecimiento de Jesús implica el paso al triunfo definitivo de Dios sobre toda muerte, que está anunciado para los tiempos mesiánicos y finales de la historia. Dios asoma en el horizonte de Jesús y de sus creyentes, como ha anunciado en el juicio ante Caifás: «... veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y llegando en las nubes del cielo» (Mt 26,64; cf. Dan 7,13).

d. Los Evangelios narran varias reacciones de los presentes ante la muerte de Jesús. «El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo expiró, dijo: Realmente este hombre era hijo de Dios» (Mc 15,39par)154. Un soldado cualificado está delante de Jesús, situado en el centro de la escena del Calvario. Al margen de la

151 Mateo relata la confesión de la filiación divina de Jesús por parte del centurión y los soldados que le acompañan, es decir, de todos los que custodian el cuerpo crucificado (Mt 27,36.54) contestando a las personas que le acusan en el proceso (26,59.61). La confesión se apoya en los prodigios terrestres que se acaban de producir y se leen como señales divinas dirigidas a los hombres. Éstos reaccionan según lo previsto: confesando a Jesús como Hijo al estilo como los discípulos lo hacen cuando Jesús camina sobre las aguas (14,33) o Pedro en Cesarea de Filipo (16,16). Lucas (Lc 23,47) parte de la misma base que Mateo: las tinieblas, el desgarro de la cortina del templo pasman al centurión. Sin embargo la oración de Jesús en la cruz entregando el espíritu al Padre determina la frase del soldado romano, que glorifica a Dios y testifica la «inocencia» de Jesús como antes lo había hecho Pilato en el proceso (23,4.14-15.22), Herodes Antipas (23,15) o el buen ladrón (23,41). Aunque es más probable que el centurión afirme que es «justo» en cuanto obediente a Dios y fiel a su voluntad (cf. 1,6.17; 2,25; 5,32; 14,14; etc.). El «glorificar a Dios» significa que la forma de morir adquiere la dimensión de Ios milagros como presencia divina. Se subraya en su Evangelio, diciendo que «glorifica a Dios» el paralítico curado (Lc 5,25), o el pueblo cuando contempla la resurrección del hijo de la viuda de Naín (7,16), de la mujer encorvada (13,13), etc.

parafernalia cósmica que describen los Evangelistas, el soldado se fija en la muerte de Jesús con su potente grito previo. El párrafo recuerda las risas y burlas de las autoridades religiosas cuando apelan a su condición filial (Mt 27,43) y mesiánica (Mc 15,29-31) para que baje de la cruz o Dios venga en su ayuda. Esperan ver un milagro, una especie de espectáculo del poder divino para evaluar su vida por la fe de Israel. Nada sucede de extraordinario; por tanto, nada observan de Dios. Dios calla ante sus representantes oficiales. Sólo a un pagano se le manifiesta la identidad filial de Jesús en el momento de morir y cuando su espacio reservado en la tierra, como es el templo, queda inutilizado al rasgarse el velo.

Los creyentes oficiales son incapaces de «ver» la filiación de Jesús; el pagano, centrado y observando cómo ha muerto, «ve» quién es Jesús y a quién pertenece. Antes lo «ha visto» también otro centurión cuando solicita de Jesús la curación de su criado. Entonces advierte con seriedad lo que está viviendo la comunidad cristiana: «Os lo aseguro, una fe semejante no la he encontrado en ningún israelita. Os digo que muchos vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios. Mientras que los ciudadanos del reino serán expulsados a las tinieblas de fuera» (Q/Mt 8,5-13; Lc 7,1-10). Marcos lo afirma también en la misión dada a sus discípulos después de la Resurrección: «Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad» (Mc 16,15; cf. 13,10).

Hay, pues, un cambio trascendental en la revelación sobre Dios. La potencia, entendida en la fe judía como atributo divino, se traslada a la debilidad que lleva consigo el amor de Dios, debilidad proclamada por Jesús en su ministerio y visualizada en su muerte en cruz. De hecho, la revelación de Jesús como Hijo de Dios, como Hijo de un Dios lleno de misericordia y perdón, ha sido paulatina a lo largo de su ministerio, aunque en la trama del Evangelio de Marcos no se contempla su proclamación explícita para Jesús mismo. Por sus obras y palabras (Mc 3,11; 5,7) ha declarado su relación filial con Dios. «Este hombre», que dice el centurión, indica el lugar histórico de su filiación, es decir, en el hijo de María, en su convivencia con los hombres, en su oración al Padre. Sin embargo, la historia es equívoca en dicho reconocimiento filial. De hecho hay una tensión evidente entre Dios y los hombres155, y Jesús padece esta lucha. Si actúa con autoridad y potencia expulsando demonios y perdonando los pecados (Mc 1,22.27), los letrados leen dichas acciones como obras contra Dios (2,7), o, aún más grave, Pedro elude su reconocimiento: «no conozco a este hombre» (14,71). Por consiguiente, la vida filial de Jesús no es algo «pasado» y perteneciente a su ministerio en Palestina, porque ahora haya muerto y el centurión así lo compruebe. La filiación está también presente en la cruz, y, a partir de la cruz, en el futuro. La cruz desvela por fin el misterio de su identidad, adelantada parcialmente en los procesos condenatorios cuando se afirma su mesianismo y Reino, y prevista en su vida pública (Mc 8,31; 9,31; 10,33). El centurión ha visto y confesado en este hombre muerto suspendido del patíbulo al «hijo de Dios».

Según Marcos, Judas le traiciona (Mc 14,44par), los discípulos huyen (14,50par), Pedro le niega (14,66-72par), su familia le abandona (3,21.31-35par), las autoridades religiosas descalifican su revelación (14,63par) y el pueblo pide su crucifixión (15,10-15par). De labios de un extraño a la fe judía, inutilizado a estas alturas el lugar central de la presencia divina, como es el templo, comienza la confesión de su dignidad filial con otro pueblo, con otras gentes, con otras voces. El Centurión es símbolo de ello. La dignidad filial de Jesús, su condición de ser, es un eco de Ios nuevos cristianos que proclaman, por la Resurrección, la identidad de Jesús. Pero lo hacen, no sólo en el triunfo de Dios cuando le resucita de entre los muertos, sino en la muerte misma de Jesús, cuando Dios, aparentemente, guarda el máximo silencio.

155 Se observa en la defensa al ultranza de las tradiciones judías: «Des-cuidáis el mandato de Dios y mantenéis la tradición de los hombres» (Mc 7,8); o cuando Pedro le aconseja alejarse del sufrimiento: «¡Retírate, Satanás! Piensas al modo humano, no según Dios» (8,33); o en el discurso sobre el matrimonio: «Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe» (10,9); o en la condena de la riqueza y la dificultad para salvarse a quien la posee: «Para los hombres, no para Dios; todo es posible para Dios»; etc.

Lucas detecta un cambio importante en la actitud del pueblo. «Toda la multitud que se había congregado para el espectáculo, al ver lo ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho» (Lc 23,48). El pueblo acompaña a sus jefes religiosos en el proceso y conde-na (23,13.21.23), aunque también en el vía crucis hay una parte de gente que se lamenta por la imagen degradada de Jesús después de azotarlo (23,27). Asisten a la crueldad de la crucifixión y a las respuestas bondadosas que Jesús da a los verdugos (23,34) y al buen ladrón (23,43), como a su entrega confiada al Padre (23,46). La actitud de Jesús, los acontecimientos cósmicos y la compasión que parte del pueblo ya sentía por él, terminan en un arrepentimiento colectivo que expresa el gesto de golpearse el pecho, al estilo del publicano cuando pide a Dios perdón ante la mirada del fariseo (18,13), o de los vecinos de Jerusalén según Zacarías (12,10): «... derramaré un espíritu de compunción y de pedir perdón. Al mirarme traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito». Sin embargo, el pueblo no llega a glorificar a Dios y a creer en Jesús como el centurión. Le falta el paso de la conversión.

Lucas añade: «Sus conocidos se mantenían a distancia, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea lo observaban todo» (Lc 23,49). Sabemos de la presencia de las mujeres en el vía crucis, en la crucifixión, contemplándola desde la muralla, y al pie de la cruz, según los relatos de los Evangelistas156. Mateo (27,56), Marcos (15,40) y Juan (19,25) identifican a las mujeres que están en el Calvario. Sin embargo, Lucas las deja en el anonimato, no obstante las nombre cuando acompañan a Jesús en sus giras por Palestina (María Magdalena, Juana, Susana, Lc 8,2-3). Estas mujeres son las que le arropan en su vida pública «con sus bienes» (8,3).

Además de las mujeres asisten a la crucifixión algunos conocidos (gnastoi), seguramente parientes y discípulos, como reza el Salmo (38,12): «Mis amigos y compañeros ante mi dolencia se detienen; mis prójimos se mantienen a distancia». Lucas no es tan severo con ellos como los demás Evangelistas, que afirman

156 Cf. supra 5.a., nota 145, 675.

que en el huerto de los olivos desaparecen de la pasión. Aún se siente el eco de aquella traición: «Lo abandonaron todos y huyeron» (Mc 14,50par) al estilo de la protesta del enfermo ante Dios: «Has alejado de mí a mis conocidos, me has hecho repugnante ante ellos» (Sal 88,9). Para Lucas no todos andan huidos, como los discípulos más cercanos, es decir, los Doce u Once, aunque ha evitado narrar este hecho vergonzoso. Se refiere seguramente a algunos de los setenta y dos discípulos que antes envió a evangelizar en Galilea (Lc 10,1.17), o que después de la resurrección aparecen nombrados, como los que iban a Emaús (24,13), y más genéricamente en la aparición a los Once «y a todos los demás» (24.9). También es verdad que no los sitúa muy cercanos a la cruz, como se atreve a decir Juan de su madre, la hermana de su madre, las dos Marías y el discípulo predilecto (19,25).

La mirada de las mujeres sobre lo que está ocurriendo en el Calvario entraña dos funciones: atestiguar que muere Jesús y asegurase el lugar de la sepultura para justificar su presencia en la mañana del domingo: «Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás para observar el sepulcro y cómo habían colocado el cadáver» (Lc 23,55).


16.4. La sepultura

Según la costumbre judía, los crucificados deben ser descolgados antes de la noche (Dt 21,22-23) y ser enterrados, porque a todo cadáver, incluso el de los enemigos, le corresponde una parcela de tierra157. En el caso de Jesús y sus acompañantes se

157 Josef o escribe sobre los hijos rebeldes «... será llevado por estos mismos [padres] fuera de la ciudad, seguidos del pueblo, y allí morirá lapidado y, después de permanecer durante el día expuesto a la contemplación de todos, será enterrado a la llegada de la noche. El mismo procedimiento se seguirá con Ios que hayan sido condenados a muerte por las leyes en cualquier circunstancia. Y serán enterrados también los enemigos caídos en guerra y ni un solo cadáver quedará sin recibir su porción de tierra». Ant., 4,264, I 225; Guerra, 4,317, II 64-65. Sobre la costumbre judía de enterrar a los muertos, cf. Tob 1,17-18.

añade que por la tarde comienza la fiesta de Pascua. Por tanto, no pueden quedar suspendidos en la cruz en el «gran sábado» (Jn 19,31). No obstante, esto choca con la costumbre romana de dejar los cadáveres colgados hasta que se pudran por completo o se los coman las alimañas, porque el castigo de los condenados a morir con este suplicio se prolonga más allá de la muerte158

Con todo, en un Imperio tan vasto no siempre se cumplen las normas por igua1159, y seguramente en Judea, cuyos habitantes no tienen la ciudadanía romana, es el procurador el que dicta el derecho según conveniencia de la paz social local. Por eso no es extraño que dejara sepultar los cuerpos de los ajusticiados judíos, cuando éstos tienen muy clara su necesidad y derecho. Sin embargo, la sepultura del ajusticiado no es la correspondiente a un familiar fallecido en circunstancias normales. Por ejemplo, Josefo afirma sobre la costumbre del entierro para los malhechores: «El que blasfeme contra Dios morirá lapidado y luego permanecerá colgado por el día y finalmente será enterrado sin honores e ignominiosamente»160.

158 PETRONIO, Satiricón, 111-112, 155-158; además de las citas de SUETONIO, Vidas. II: Augusto 13, 1 190; ARTEMIDORO, La interpretación de los sueños, 2,53, 292; cf. supra, nota 143, 670.

159 CICERÓN narra que algunos padres sobornan a los porteros de las cárceles para ver a sus hijos, y también a los verdugos para que los ajusticien con prontitud y no sufran. Y continúa: «En efecto, cuando sean ejecutados y muertos con el hacha, los cuerpos de aquellos serán arrojados a las fieras. Si esto resulta luctuoso para los padres, que adquieran por dinero la posibilidad de enterrarlos. Oísteis declarar al segestano Onaso, un personaje notable, que había pagado dinero a Timárquides por la sepultura del capitán Heraclio». Verrinas, 2,5,45, II 282; cf. FILÓN cuenta que en Egipto descolgaron y enterraron los cuerpos de los crucificados antes de una fiesta romana: «Me consta que ha habido casos en que en vísperas de tal celebración algunos después de ser crucificados fueron bajados y entregados a sus parientes por considerarse que era justo que recibieran sepultura y les alcanzasen los ritos establecidos, ya que también a los nuestros cabíales el derecho de beneficiarse con alguna ventaja con ocasión del natalicio de un emperador, y al mismo tiempo correspondía respetar la santidad de la celebración». Flaco, 10,83 (V 246).

160 Ant., 4,202, I 215. Casos de enterramientos indignos en la cultura judía: 1Re 13,21-22; Jer 26,23: 1Hen., 98,13 (IV 131); Misná, Sanedrín 6,5-6, 735-736; etc.

Muerto Jesús, se procede a su entierro. Todos los Evangelios coinciden en un nombre para cumplir esta misión: José, procedente de Arimatea, la actual Rantfs, un pueblecito situado a 30 km. al nordeste de Jerusalén. Él pide el cadáver a Pilato y se encarga de la sepultura: «Ya anochecía; y como era el día de la preparación, víspera del sábado, José de Arimatea, consejero respetado, que esperaba el Reino de Dios, tuvo la osadía de presentarse a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que ya hubiera muerto. Llamó al centurión y le preguntó si ya había muerto. Informado por el centurión, le concedió el cuerpo a José. Éste compró una sábana, lo bajó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la boca del sepulcro» (Mc 15,42-46par).

José es un «consejero», es decir, una persona respetada por su pueblo debido a su piedad, a su influencia social, o a sus posesiones. También puede significar que pertenece al Sanedrín, como dice Lucas, pero entonces se obliga a aclarar de inmediato que no interviene en la condena de Jesús (Lc 23,51). En cualquier caso no procede de Galilea y no ha venido a Jerusalén siguiendo a Jesús, como los Doce o las mujeres citadas antes. De hecho nadie de sus seguidores se apresta a ayudarle a enterrar a Jesús. Que sea «justo y honrado» (Lc 23,50) corresponde a una persona influyente y abierta a las nuevas propuestas que entraña el Reino, como tantos piadosos judíos, al estilo del letrado que coincide con Jesús sobre el mandamiento del amor a Dios y al prójimo y al que le dice: «No estás lejos del reino de Dios» (Mc 12,28-34). Para Juan, José es «un discípulo clandestino», 19,38161; para Mateo es ya decididamente un «discípulo» y «adinerado» (Mt 27,57), ampliando la propuesta de Marcos. Con ello justifica Mateo que entierra a Jesús «en un

161 Juan une a la acción de José a Nicodemo; también un discípulo lleno de temor se aventura a enterrar a Jesús. Los dos se presentan como ejemplos ante los cristianos: «Fue también Nicodemo, el que lo había visitado una ocasión de noche, llevando cien libras de una mezcla de mirra y áloe». Jn 19,39, cf. 3,1-21.

sepulcro nuevo que se había excavado en la roca» (Mt 27,60), hecho que confirman Lucas (23,53) y Juan (19,41). A pesar de que José de Arimatea no sea un discípulo, se hace cargo del cuerpo de quien oficialmente es un excluido y condenado por la sociedad y el Imperio, aunque sea su nivel social lo que le permite acceder a Pilato para pedirle el favor. He aquí una de las claves por las que se recuerda en las comunidades cristianas su acción generosa y su progresiva inserción entre los seguidores de Jesús.

Así, pues, los soldados bajan a Jesús de la cruz y le entregan el cuerpo a José, toda vez que su muerte adquiere carácter oficial al saber Pilato por el centurión que ya ha fallecido. José actúa solo en apariencia, aunque se supone que es ayudado por algunos criados. No se nombra a nadie del entorno cercano a Jesús, porque los discípulos andan huidos, las mujeres y familia desaparecen de la escena al prohibirse cualquier acción sobre el reo muerto que dignifique su entierro, como es costumbre en la cultura judía. No se limpia el cuerpo de Jesús ni se le unge antes de enterrarlo162

La Misná reglamenta la costumbre de que a los condenados no se les puede enterrar en el panteón familiar. Sólo se llevan los restos cuando se han reducido a los huesos163 José envuelve el cadáver en una sábana para evitar que quede desnudo, lo introduce en una tumba y la cierra con una piedra; así impide que los animales se lo coman. El sepulcro debe estar cerca de la crucifixión, seguramente será uno de los huecos excavados en la roca donde los romanos facilitan la sepultura de los crucificados o que el Sanedrín dispone para los condenados a muerte. Esto

162 Es inverosímil la narración de Juan: «Tomaron el cadáver de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los perfumes, como es costumbre de enterrar a los judíos» (Jn 19,40). Juan lo relaciona con la unción de María en Betania. En aquella ocasión Jesús contesta a Judas que protesta por el derroche de perfume en sus pies y cabeza: «Déjala que lo guarde para el día de mi sepultura» (In 12,7). Más lógico es el relato simbólico de Marcos cuando Jesús comenta: «Ha hecho lo que podía: se ha adelantado a ungir mi cuerpo para la sepultura» (Mc 14,8; Mt 26,12).

163 Cf. supra, nota 90, 636-637.

contribuye a cumplir la prohibición de que se trasladen los restos de los fallecidos en la Pascua164


16.5. Conclusión

Situados en el tiempo de las primeras generaciones cristianas, el escándalo que lleva consigo la crucifixión de Jesús (1Cor 1,23; Gál 3,13) hace que se revisen los acontecimientos finales de su vida, fracasada y contestada por su pueblo, desde dos perspectivas enunciadas al principio: se cumple la voluntad de Dios según rezan las Escrituras, y la experiencia de la Resurrección.

Sobre la primera, Lucas lo expresa con claridad en los Hechos: «Los vecinos de Jerusalén con sus jefes no lo acogieron a él ni las palabras de los profetas que se leen los sábados. Pero, al juzgarlo, las cumplieron, al pedir a Pilato que le diese muerte, aun-que no encontraron causa para una sentencia de muerte. Cuan-do se cumplió todo lo escrito de él, lo descolgaron del madero y le dieron sepultura» (13,27-29). Dios, por tanto, ha cumplido lo que hace mucho tiempo han anunciado los profetas y está registrado en la Escritura: que su enviado para salvar a Israel, el Mesías, no venía con gloria y majestad, sino que, analizado lo sucedido con él en Jerusalén, se presenta como un Mesías sufriente (Hech 3,18). Y ha sido la obediencia radical de Jesús a la voluntad del Padre lo que le ha constituido como tal: «Por tanto, que toda la Casa del Israel reconozca que a este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías» (2,36). Paso a paso se ha verificado en los cuatro Evangelios y queda grabado para siempre en la conciencia de los cristianos como el siervo sufriente, ejemplo para sus seguidores: «No había pecado ni hubo engaño en su boca; injuriado no respondía con injurias, padeciendo no amenazaba, antes se sometía al que juzga con justicia» (1Pe 2,22-23).

Sin embargo es la experiencia de la Resurrección la que cambia la perspectiva del final estrepitoso de Jesús, ofrece el último

164 Misnd, Shabat 10,5, 238.

sentido de su vida y clarifica definitivamente su identidad personal. La resurrección demuestra su inocencia y supera la muerte mostrando una vida llena de poder y gloria que constituye su estado definitivo más allá de la indignidad humana que implica morir crucificado. Con la Resurrección es constituido Hijo de Dios, Mesías e Hijo del hombre, conceptos que poco a poco la reflexión cristiana le aplica al principio de su ministerio, como se observa en el Bautismo, al inicio de su vida, en el nacimiento, y termina por concederle tal dignidad desde siempre: «Al principio ya existía la Palabra y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era Dios» (Jn 1,1).

Estas interpretaciones de la vida de Jesús no anulan su desarrollo concreto en la historia. Los dos niveles los hemos ofrecido con esmero en este capítulo. Ninguno de ellos se puede anular, o defender uno en perjuicio del otro. Lo veremos a continuación: el Resucitado lleva las marcas de los clavos de la crucifixión. Es el crucificado el que Dios recrea asumiendo y avalando todas su palabras y hechos realizados en favor de su pueblo, en favor de todos los hombres.