IX

DISCÍPULOS


13. Seguir a Jesús

13.1. Introducción

Jesús anuncia el Reino de Dios directamente a Israel, pero no realiza dicho anuncio por medio de una acción individual. Como el Señor se relaciona con Israel contemplado de una manera colectiva y el individuo lo percibe en la medida en que se inserta en la comunidad, así se manifiesta el Dios del Reino en el ministerio de Jesús. La revelación del Reino y su incipiente presencia histórica se encauza por medio de un grupo humano que gira en torno a Jesús, el cual le da unos determinados perfiles que formalizan la acción de Dios en Palestina. Jesús no actúa solo; se rodea de discípulos, y todos constituyen el símbolo de la proclamación del Reino, aunque dependan de él en la divulgación del nuevo rostro de Dios y en el estilo de vida que lo vehicula.

El grupo que le acompaña no se crea a partir de los lazos de la amistad o la sangre, al menos no se transmite así en las tradiciones evangélicas. El grupo surge por su llamada para ponerse al servicio de la manifestación del Reino. Todos se someten a un valor que supera las funciones sociales que suelen aglutinar a las personas en cualquier cultura, de manera que la familia, el trabajo y los deberes sagrados se reconducen hacia el nuevo camino que Jesús les traza. Los discípulos son aquellos que abandonan los deberes que fundan la familia y la sociedad, pero también se dan discípulos que asumen las exigencias del Reino sin verse en la necesidad de integrarse en la itinerancia que marca su estilo de vida. Todos los discípulos, los que siguen a Jesús y los que se mantienen en las tradicionales responsabilidades familiares y sociales, provienen de un ambiente creado por la proclamación del Reino y se formalizan en su contexto social y religioso. Es decir, las multitud que escucha el mensaje del Nazareno como algo nuevo es el humus que da lugar a la constitución del discipulado propiamente dicho.


13.2. Las multitudes

La multitud (ochlos) es una constante en las escenas que presentan los Evangelistas durante el ministerio de Jesús, sobre todo en Galilea. Como sucede con Juan Bautista1, una muchedumbre escucha y sigue a Jesús en contra de cualquier aislamiento o escasez de oyentes: «Lo seguía una gran multitud de Galilea, la Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania» (Mt 4,25). Un gentío asiste al Sermón de la Montaña que dirige a los discípulos (5,1) y queda entusiasmado: «Cuando Jesús terminó su discurso, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque enseñaba con autoridad, no como los letrados»2. Son las multitudes por las que Jesús siente compasión, ya que marchan como ovejas sin pastor (Mc 6,34par).

El asombro del pueblo, que Marcos ubica en el comienzo del anuncio del Reino (Mc 1,22; Mt 7,28), no se mantiene de una manera invariable durante todo su ministerio en Palestina. Los Evangelistas narran también los cambios de opinión que la gente tiene sobre él. Sobre todo, la transformación se observa en el recorrido que hace por Judea y su estancia en Jerusalén cuan-do se aproximan los acontecimientos de su pasión y muerte. Así, y más allá de la entrada triunfal en la ciudad santa (Mc 11,8par), la multitud pide a gritos su crucifixión a Pilatos (Mc 15,13-14par) y le injuria en la cruz (Mc 15,29par), quizás azuza-

1 Cf. Mc 6,11; Q/Lc 3,3.10; Mt 10,14-16.
2 Cf. Mc 1,22; Mt 7,28; Lc 4,32; 7,1.

dos por las autoridades, que no ven con agrado el interés que suscitan en el pueblo sus propuestas sobre la ley y el templo (Mc 12,12par). Con todo, la gente rectifica su opinión al contemplar su sufrimiento y muerte: «Toda la multitud que se había congregado para el espectáculo, al ver lo sucedido, se volvía dándose golpes de pecho» (Lc 23,48). Lucas recupera el aprecio que el pueblo ha mostrado por Jesús durante su recorrido por Galilea y que impide que lo arresten las autoridades religiosas (Mc 12,12).

La ambivalencia de los que le siguen no implica que la mayoría de la gente le escuche con agrado y le acoja con cariño, por más que casi todas las afirmaciones sean producto de la labor redaccional y de la intencionalidad expositiva de los Evangelistas. Basta recordar la comida multitudinaria con sus discípulos que relatan los cuatro Evangelios (Mc 6,30-43; 8,1-10par); cuando devuelve el habla al mudo (Q/Lc 11,14; Mt 9,33), o exorciza al endemoniado de Cafarnaún (Mc 1,21-28). En el viaje que hace para asistir a la hija de Jairo, una multitud le estruja, ocasión que aprovecha la mujer que padece hemorragias para tocarle y curarse (Mc 5,31); etc. Estos hechos provocan el asombro de la gente «de modo que no podía presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en des-poblado. Y de todas partes acudían a él» (Mc 1,45); fascinación que, igualmente, se reproduce por su doctrina3.

Las increpaciones que hace a Corozaín, Betsaida y Cafarnaún (Q/Lc 10,12-15; Mt 11,20-24), o cuando habla a la gente sobre Juan Bautista (Q/Lc 7,24; Mt 11,7), o es seguido y cercado por los herodianos y los fariseos como integrantes del pueblo que presencia sus milagros (Mc 3,1-6), forman relatos que inducen a pensar que Jesús es escuchado por mucha gente. Por lo tanto, su proclamación del Reino no se delimita a un grupo reducido de seguidores, tanto en su recorrido por Galilea como en su estancia en Jerusalén, o se cierra al estilo de los esenios en conventí-

3 Cf. Mc 1,22; 2,12; Mt 7,28; 8,27.34; 9,7.26; Lc 11,27; etc. No olvidemos la referencia de JosEFO: «Y fueron numerosos los judíos e igualmente los griegos numerosos que ganó para su causa». Ant., 18 63 3 (11 1089).

culos para esperar la intervención definitiva de Dios en la historia, o se aísla como Barto en el desierto ajeno a los avatares de su pueblo.

Pero también hay que advertir que la multitud no le aclama al estilo que antes observamos sobre los que incitan al pueblo a una rebelión contra los romanos, lo que supone un grupo fuerte y organizado y con una clara intencionalidad política4. La gente le sigue porque pronuncia un discurso nuevo sobre Dios que le libera de lo que les afecta de una manera más inmediata en una sociedad teocrática, como son las costumbres y los hábitos religiosos que amordazan su vida cotidiana, porque reciben el perdón de sus pecados, se liberan del dominio satánico, recobran su salud, etc., y, con estas acciones se reintegran en la vida social. La gente siente la ventaja inmediata de su cercanía, y los beneficios que aporta remiten a una situación más rica y pro-funda que la que pueden traer los cambios estrictamente políticos, aunque las transformaciones sociales se incluyan y se supongan en la proclamación del Reino como una de las legítimas y constantes aspiraciones de Israel. Por eso basta a los responsables políticos, para alejar a las multitudes de Jesús, con segar su vida, sin verse en la necesidad de establecer una persecución y masacre colectiva, como se hace con Teudas.

El gentío que rodea a Jesús es el pueblo llano y sencillo que siente curiosidad por el profeta o carismático de turno. El seguimiento del pueblo no lleva consigo necesariamente una conver-

4 Como sucede con Judas el Galileo (cf. supra, 2.1.4; 2.3.6; nota 69, 113.141-142), o después con Teudas: «Por otro lado, en las fechas en que Fado era procurador de Judea un mago, de nombre Teudas, procuró persuadir a una masa infinita de personas a que recogieran sus pertenencias y lo siguieran hasta el río Jordán, pues les decía que era un profeta [...1 Fado no les dejó que disfrutaran de su necedad, sino que envió un escuadrón de caballería que cayó sobre ellos de una manera inesperada, aniquiló a muchos e hizo prisioneros a otros. Y al propio Teudas, a quien cogieron vivo, le cortaron la cabeza y la llevaron a Jerusalén». JosEFO, Ant., 20 96 (II 1218); cf. Hech 5,36. En este sentido también cuenta Josefo la historia de un falso profeta egipcio, ibíd. 20 167 (II 1229-1230); Guerra, 2 261-263 (1-111 312); Hech 21,38, cf. J. P. MEIER, Un judío marginal, nota 23, III 59.

sión interior que origine un cambio de actitudes vitales y la con-siguiente inserción en el movimiento que él inicia. Por eso es cambiante en su aprecio al Maestro, ya que la masa que aplaude o vitupera depende de quien o quienes la orientan hacia un determinado objetivo con pocas y claras consignas.


13.3. Los discípulos 13.3.1. Elección

Los discípulos provienen de las masas que escuchan a Jesús con agrado y del círculo de Juan el Bautista. Marcos distingue los discípulos que le siguen cuando regresa a Nazaret (Mc 6,1) y la multitud: «Jesús se retiró con sus discípulos junto al lago. Lo seguía una multitud...» (3,7; cf. 5,24). Por consiguiente, seguir (akoloutheó) a Jesús se aplica a la muchedumbre, que lo hace por un tiempo determinado, y a los discípulos (mathétés), que se mantienen junto al Maestro durante su recorrido por Palestina.

Es un hecho natural de formar un grupo, ya que la vida humana se desarrolla en un entramado de relaciones personales y sociales de todo tipo. Es lo que hace Jesús y los discípulos que le acompañan. Y ese grupo comporta una configuración concreta. En primer lugar, seguirle significa hacerle compañía, hacer el camino con él. Jesús no revela el Reino solo, sino con un grupo de adictos que se implican en las exigencias que dimanan de la proclamación de la nueva presencia de Dios. En segundo lugar, seguirle lleva consigo ir detrás de (opisé) él5; es un seguir locativo que simboliza adhesión a Jesús y exige anunciar el Reino de Dios, su misión esencial, y adquirir una conducta determinada, un género de vida específico. Los discípulos aceptan un cambio drástico en sus costumbres y la radicalidad y urgencia del Reino, que es para la salvación o condena del hombre, según acepte o rechace el mensaje que le introduce en el nuevo ámbito que él inaugura en la historia.

5 Cf. Mc 1,17.20; 8,34; Mt 4,19; 10,38; 23,24; Lc 9,23; etc.

Ir tras y con Jesús no es lo mismo que obedecerle con el sentido de cumplir sus preceptos. Esto es el seguimiento al Señor que aparece en el AT (poreuo). A Dios se le obedece al acatar sus mandatos (Dt 13,5). En este caso, seguir es contemplar a alguien que se reconoce que está por encima de todo y, por tanto, excluye toda idea de imitación. Nadie se puede comparar o asemejarse a Dios. La obediencia mantiene la relación que reduce la distancia enorme que existe entre Dios y el hombre. Cuando se acorta o desaparece la distancia, el estar junto a como seguimiento se transforma en un paganismo desdeñable, porque Dios se convierte en un ídolo hecho a medida del que le ha alcanzado y se ha colocado a su lado o a su altura en el camino de la vida: «Abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto, y se fueron tras otros dioses, dioses de las naciones vecinas, y los adoraron, irritando al Señor» (Jue 2,12).

Podemos distinguir dos maneras de incorporarse al discipulado. En la primera es Jesús quien toma la iniciativa y llama para seguirle. «Caminando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. Al punto, dejando las redes, lo siguieron. Un trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las redes en la barca. Los llamó. Ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con él» (Mc 1,16-20)6. Según Marcos, Jesús, después de anunciar la inminente llegada del Reino (Mc 1,14-15), elige dos parejas de hermanos, que crean una pequeña comunidad cuando comunica el sentido de su misión al imponerse a los dominados por el

6 El texto paralelo de Mt 4,18-22 acentúa la figura de Simón con relación a la misión que Jesús le va a encomendar (Pedro) como aparece en Mt 10,2 y 16,18-19: «Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra construiré mi iglesia [...j A ti te daré las llaves del reino de Dios...». Lucas (5,10-11) introduce este relato después de haber presentado a Jesús en la sinagoga de Nazaret (4,16-30), realizar los primeros milagros y mostrar su enseñanza con autoridad (4,31-34), todo lo cual hace más comprensible las exigencias de abandonarlo todo para acompañar a Jesús en su misión.

diablo, sanando a los enfermos y enseñando con autoridad (1,21-38). A reglón seguido, el Evangelista relata las primeras controversias que sostiene con sus adversarios (2,1-3,6). En la segunda disputa, referida a su participación en las comidas con los recaudadores y los pecadores, coloca como prólogo la llama-da que hace a un publicano: «Al pasar, vio a Leví de Alfeo, sentado junto al banco de los impuestos, y le dice: Sígueme. Se levantó y lo siguió» (2,14-15)7. Jesús dirige la mirada a Leví como expresión de una decisión ya tomada con anterioridad, como sucede con Simón, Andrés, Santiago y Juan, y la respuesta es automática: el abandono inmediato de sus quehaceres para seguirle.

Por el contrario, la invitación que hace Jesús a un hombre para integrase en el discipulado no obtiene una respuesta positiva (Mc 10,17-22par). En la tradición de Marcos, un desconocido se le acerca para preguntarle sobre el comportamiento que debe seguir para alcanzar la vida eterna. No arranca el relato de una llamada al seguimiento ni de un deseo de integrarse en su círculo por parte del personaje en cuestión, que según Mateo es un «joven rico» (Mt 19,20) y según Lucas un hombre «importante» (Lc 18,18). Aquí lo que se pregunta es sobre el camino de acceso al Reino y en Mateo sobre el bien que debe hacer para alcanzarlo (Mt 19,16)8. A lo que Jesús responde con la serie de mandamientos de la segunda tabla que versan sobre las obliga-

7 Mateo (9,9-13) cambia el nombre de Leví por el de Mateo como hace cuando enumera a los Doce discípulos en que añade al nombre la función: «recaudador de impuestos» (10,3). Une la llamada de Jesús a la comida con los pecadores con relación a Marcos al ser Mateo, publicano, el que invita a Jesús, justificando entonces la comida y la posterior crítica de los fariseos. Al proverbio de que no tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos (cf. Eclo 38,1-15) y a su misión histórica de salvar a los pecadores, añade el redactor la cita bíblica de Os 6,6: «misericordia quiero y no sacrificios». Por otro lado, Lucas (5,27-32) acentúa que Leví lo dejó todo (5,28) y, al final, en la misión de Jesús la invitación a la conversión (5,32).

8 «Entrar en la vida» se encuentra en Mc 9,43.45.47 y es equivalente a «entrar en el Reino», cuya acogida e incorporación se indican en el párrafo anterior sobre la bendición a unos niños (Mc 10,15). No obstante, «entrar a la vida eterna» no es igual a «entrar en el Reino». Aquél se relaciona con las obras que hacen a un hombre justo y heredero del estado de gloria y felicidad, cf. Dn 12,2; Sab 3,4; 5,15; para los mártires 2Mac 7,9.14.36. El Reino refiere más la acción divina.

ciones para con los demás (Éx 20,12-16): «No matarás, no cometerás adulterio,...». La escena se cierra al comprobar el «joven» que los mandamientos los ha cumplido desde la adolescencia. Pero Jesús pasa a otro nivel de la relación y lo mira con cariño, que no es un reconocimiento de su buen hacer, sino que la voluntad de Dios explicitada por medio de la actitud amorosa de Jesús se sitúa ahora en una exigencia nueva, ausente en las llamadas anteriores: «Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después sígueme» (Mc 10,21par). Desde este momento, el discipulado será el ámbito y el camino de la salvación al que se accede por el desprendimiento absoluto de los bienes, ante lo cual el «joven» declina la invitación o mandato de seguirle: «Frunció el ceño y se marchó triste; pues era muy rico» (Mc 10,22par).

El evangelio de Juan cuenta que el origen del discipulado también acontece en el entorno de Juan Bautista: «Los fariseos se enteraron de que Jesús ganaba más discípulos y bautizaba a más que Juan» (Jn 4,1). La composición de la escena en la que el Bautista, como precursor del Mesías, señala a Jesús como «cordero de Dios» (1,35-51), hace que sea el mismo Juan quien indique seguirle, lo que suscita una reacción en cadena que termina en la creación del primer grupo de discípulos: Andrés, Simón, Felipe, al que expresamente le dice «sígueme» (1,43), Natanael y un discípulo desconocido. Jesús revela la función a Simón con el nombre simbólico de «roca» (cf. 21,15-19) y a Natanael lo identifica como un «israelita de verdad» (1,47) en cuanto representa a los judíos que se le adhieren y reciben la bendición de Dios, a diferencia de Jacob que, con engaño, obtiene la bendición de su padre Isaac (Gén 27,35).

La segunda manera de pertenecer al discipulado es cuando la iniciativa proviene del candidato, aunque Jesús impone unas condiciones para configurar el seguimiento a partir de la misión, excluyendo las previsiones que ha tomado el posible discípulo. Se acentúa, por consiguiente, la incondicionalidad que entraña integrarse en el círculo de Jesús y, además, no hay oportunidad para detener o retrasar el seguimiento. «Entonces uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Otro le dijo: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Y él le dijo: Sígueme y deja que los muertos entierren a sus propios muertos» (Q/Lc 9,57-60; Mt 8,18-22). Por su parte, Lucas añade otro cuadro vocacional dentro de su perspectiva sobre la constancia9 y tomando como referencia la llamada de Elías a Eliseo10: «Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia. Jesús le replicó: Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el Reino de Dios» (Lc 9,61-62).


13.3.2. Estilo de vida

Los discípulos que acompañan y siguen a Jesús cambian de vida. Ahora es la que lleva el Maestro. Pero la vida de Jesús no es del estilo de los maestros que se dedican a la enseñanza en las escuelas rabínicas del tiempo. En estos centros, la relación es la

9 En la parábola del sembrador concluye Lucas (8,15): «Lo que cae en tierra fértil son los que con disposición excelente escuchan la palabra, la retienen y dan fruto con perseverancia»; cf. 21,19; 22,28.

10 «Elías marchó de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la última. Elías pasó junto a él y le echó encima el manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió: Déjame decir adiós a mis padres, luego vuelvo y te sigo. Elías dijo: Vete, pero vuelve. ¿Quién te lo impide? Eliseo dio media vuelta, agarró la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; aprovechó los aperos para cocer la carne y convidó a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio». 1Re 19,19-21. Es cierto que la llamada de Elías a Eliseo está en el trasfondo de este párrafo y de los dos anteriores, así como el referido de Mc 1,16-20; 2,14. Sin embargo hay que advertir que se da una respuesta inmediata por parte de los discípulos a la invitación de Jesús, y dicha invitación no es exclusivamente para seguirle, sino para cumplir una misión, que en el caso de Andrés y Simón es para hacerles «pescadores de hombres». Mc 1,18.

típica entre el que enseña y el que aprende. Existe una ligazón doctrinal y la consabida reverencia y sometimiento al maestro, que reside en un lugar concreto, donde los alumnos, sólo varones, le «siguen» para aprender y con la posibilidad de irse con otro11. En cambio, la relación de los discípulos con Jesús es de otro nivel. Es vital con referencia a él y creyente con respecto a Dios.

Por una parte, seguir a Jesús supone aceptar su forma de vida, que expresa sus opciones fundamentales, con confianza y fidelidad. Por otra parte, este estilo de vida se pone al servicio de la nueva actitud de Dios para con el hombre, que se asume con una obediencia radical. Así la vida del grupo es símbolo de la actuación histórica divina. Describamos la forma de vida de Jesús y sus discípulos y después la obediencia a Dios.

1. El estilo de vida se enmarca en la itinerancia. La urgencia de la predicación del Reino, porque Dios se otea ya en el horizonte, obliga a Jesús y a sus discípulos a recorrer Palestina lo antes posible. Y el contenido del Reino hace que las personas que lo proclaman se constituyan en el eje fundamental de su presencia, lo que les empuja a caminar de un lado para otro como testigos de la Buena Nueva.

La itinerancia del Maestro conduce a los discípulos a abandonar las modalidades fundamentales de la vida común, si por común entendemos el sentido de la «casa», que incluye, además

11 «Sed cautos en el juicio, haced muchos discípulos, poned una valla en torno a la Torá [...] Yosé, hijo de Yoezer, solía decir: sea tu casa lugar de encuentro de los sabios, empólvate con el polvo de sus pies, bebe con avidez sus palabras [...] Josué, hijo de Perajia, solía decir: consíguete un maestro, lógrate un compañero y juzga a todo hombre por el lado bueno [...] Sammay solía decir: haz [del estudio de] la Torá algo permanente [...] Rabán Gamaliel decía: consíguete un maestro, aléjate de la duda». Misnd, Abot 1,1.4.6.15-16, 837-839; «Rabón Gamaliel, hijo de Rabí Yehudá, el príncipe, decía: es bueno el estudio de la Torá acompañado de una profesión temporal, ya que la conjunción de ambas cosas hace olvidar el pecado [...] No digas: cuando esté libre estudiaré, que quizás no estés libre nunca», ibíd., 2,2.4, 840.

del edificio, la constitución de la familia y el desarrollo de un trabajo, dimensiones esencialmente unidas. Esto es lo que identifica a una persona dentro de la sociedad y lo que le origina el establecimiento de las relaciones religiosas, sociales y familiares propias de todos los humanos. Pero el abandono del sentido de pertenencia que define la «casa» se hace de un modo gradual.

En efecto. Sabemos que los primeros recorridos de Jesús por Galilea giran en torno a su lago y en el triángulo formado por Betsaida, Corozaín y Cafarnaún, siendo esta última un lugar privilegiado de comunicaciones por el que pasa la calzada romana de la Via Maris12. En el período de tiempo en que Jesús proclama la Buena Nueva se suele alojar en casa de Pedro (Mc 1,29), una vez que éste está integrado en el grupo de discípulos que le acompañan. Además, Marcos y Mateo dan a entender que usa una vivienda en Cafarnaún como lugar de acogida y centro de sus desplazamientos, en los que las barcas de sus primeros seguidores son el medio de transporte para encontrarse con la gente y reunir a los que ha llamado13.

Sin embargo, durante el tiempo en el que Jesús revela el Reino, se va creando un grupo estable de compañía itinerante que, a la postre, debe abandonarlo todo: «Pedro entonces le dijo: Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10,28par). Jesús enumera a continuación lo que implica ese todo: «El que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la buena noticia...» (10,29par).

a. Seguirle, abandonar la «casa» como corporación básica de la identidad de un individuo, lleva consigo la renuncia a la familia. Y ésta significa no sólo el vínculo afectivo con el que se relacionan los esposos entre sí y los padres con los hijos y los hijos

12 Cf. supra, 3.2.1., 150.

13 Mc 2,1: «Al cabo de unos días volvió a Cafarnaún y se corrió la voz que estaba en casa. Se reunieron tantos que no quedaba espacio ni en la puerta. Y les exponía el mensaje»; cf. 3,20; 7,24; 9,28.33; Mt 9,10; usa la barca en Mc 3,9; 4,1.36-37; 5,2; etc. Los textos, aunque redaccionales, sin duda expresan una realidad histórica, cf. S. GUIJARRO OPORTO, Fidelidades en conflicto, 187, nota 57.

con los padres, sino la institución que mantiene en una sociedad patriarcal la continuidad religiosa, patrimonial y, por ende, la pertenencia cultural. Ya lo hemos visto antes. Santiago y Juan dejan, además del trabajo, a su padre Zebedeo; y Simón, Andrés y Leví a sus familias (Mc 1,2Opar).

Y cuando un discípulo se desgaja del árbol familiar, en este tiempo provoca divisiones. Jesús lo advierte dentro de las consecuencias que origina el Reino: «¡Pensáis que he venido a arrojar paz sobre la tierra? No he venido a arrojar paz, sino espada. [En adelante habrá en una familia de cinco, divididos: tres contra dos, dos contra tres]. He venido a dividir al hijo contra el padre, y a la hija contra su madre, y a la esposa contra su suegra»14. Aparte de los conflictos personales que nacen cuando al menos dos generaciones conviven en una misma casa, sabemos que, tanto las opciones políticas y la guerras que acarrean15 como las ideologías y la religión son fuentes de división entre los hombres y sus familias. Es cierto que en tiempos de Jesús se valoran estas rupturas cuando se hacen por un bien superior, como es Dios o la Ley16. Pero en este caso, la llamada de Jesús

14 Q/Lc 12,51-53; Mt 10,34-36; cf. Mc 13,12; Miq 7,6; véase la redacción del EvT 16, sin las ampliaciones apocalípticas de los enfrentamientos dentro de la familia dependientes del texto de Miqueas: «Jesús dijo: Acaso piensan los hombres que he venido a poner paz en el mundo y no saben que he venido a poner divisiones sobre la tierra, fuego, espada, guerra. Porque habr[á] cinco en una casa: tres estarán contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre y se mantendrán entre sí como si fuesen solitarios».

15 «En cada una de las ciudades se produjeron disturbios y luchas civiles. Cuando los judíos se tomaban un respiro de la guerra con los roma-nos, se enzarzaban entre sí. Era muy dura la contienda entre los partidarios de la guerra y los que anhelaban la paz. En primer lugar surgieron disputas en familias que antes habían estado en armonía y, en segundo lugar, personas que eran muy amigas se rebelaron unas contra otras y cada uno se unía a aquellos que tenían sus mismas pretensiones, de modo que así se enfrentaban por grupos». JOSEFO, Guerra, 4,131-132. Versión de J. M' Nieto Ibáñez (Madrid 1999) 34.

16 Se invoca como precedentes a Abrahán, que por mandato divino deja su tierra (Gén 12,1-3) y está dispuesto a sacrificar a su hijo (22,1-18); o en tiempos de Esdras hay israelitas que abandonan a sus mujeres paganas y a sus hijos (Esd 10,1-17); o Matatías que abandona sus posesiones (1Mac 2,28); cf. F. JOSEFO, Ant., 11,145 (I 620-621); 12,268 (II 690-691). Cuenta Josefo de los esenios: «Estos últimos son de raza judía y están unidos entre ellos por un afecto mayor que el de los demás. Rechazan los placeres como si fueran males, y consideran como virtud el dominio de sí mismo y la no sumisión a las pasiones. Ellos no aceptan el matrimonio...». Guerra, 2,119-120, 280. De las posesiones, la Regla de los esenios prescribe: «Y si les sale el lote de incorporarse a los fundamentos de la comunidad según los sacerdotes y la mayoría de los hombres de la alianza, también sus bienes y sus posesiones serán incorporados en manos del Inspector sobre las posesiones de los Numerosos. Y las inscribirán de sus manos en el registro, pero no las emplearán para los Numerosos». 1 QS 6,19-20, 57.

para seguirle en la manifestación del Reino no aparece con nitidez ante el pueblo que seguirle es «seguir a Dios». A esto se añade que dicho seguimiento, que comprende la ausencia de la familia, supone la rotura del eje ve al que compone la relación entre el padre y el hijo. Esta relación es el elemento fundamental que sostiene la familia para la continuidad del patrimonio económico y del patrimonio religioso, ya que la religión del pueblo se crea y cuida en las familias.

Jesús no reclama la rebelión contra la familia o contra aquellos que impiden seguirle, pues mantiene la tradición de honrar a los padres, que el evangelista Mateo recoge por dos veces17. Cuando el discípulo deja la «casa» es una consecuencia de integrarse en la misión para acceder al Reino y proclamarlo con él. Se parece más a un proceso de incardinación a los intereses del Reino que a una rotura y enfrentamiento provocados por la llamada y la invitación de Jesús a seguirle.

En este marco del Reino, que redacta Lucas en el camino de Jesús hacia Jerusalén (Lc 14,1-24), expone tres exigencias a los que le siguen: «El que no odia a su padre y a su madre no puede ser discípulo mío, y el que no odia a su hijo y a su hija no puede

17 De la honra y sustento debido a los padres según Éx 20,12; 21,17, el redactor se centra en el sustento: «¡Y por qué vosotros quebrantáis el precepto de Dios en nombre de vuestra tradición? Pues dios mandó: Sustenta a tu padre y a tu madre. El que abandona a su padre y a su madre es reo de muerte. Vosotros en cambio decís: Si uno declara a su padre o su madre que el socorro que le debía es ofrenda sagrada, ya no tiene que sustentar a su padre o su madre». Mt 15,3-6; cf. 19,19.

ser discípulo mío»18; la segunda: «El que no toma su cruz y viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío»19; la tercera: «... quien no renuncie a sus bienes no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). Las afirmaciones, aparentemente, son duras e incomprensibles, sobre todo la primera cuando la «casa», que alberga a la familia o familias, forma el núcleo básico de la convivencia judía.

Jesús subordina la familia a las exigencias del Reino. «Odiar» los vínculos familiares, como padre, madre, esposa o esposo, o hijos, no manifiesta el sentido antropológico actual, sino se refiere al valor familiar, fundamento de la sociedad, y que se explica mejor con la palabra fidelidad. No es posible pensar que Jesús, que manda amar a los enemigos (Q/Lc 6,27; Mt 5,44), obligara a sus seguidores a rechazar la relación fundamental humana que da origen a la vida. Aquí no se trata de vínculos afectivos, sino de prioridades en las fidelidades y obediencias de las instituciones sociales. «Amar» (agapao) y «odiar» (miseo) se traducen por fidelidad o infidelidad, y en esta línea se mueve Jesús. Entonces, para ser fieles al Reino y vincularse a él, presupone la infidelidad a ciertas instituciones judías. Sucede lo mismo con el esclavo que debe obediencia y fidelidad a un señor, que se traduce en servirle, lo que le impide hacer lo mismo con otro u otros señores: «Nadie puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro; o se pegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a Mammón»20.

18 Q/Lc 14,26; Mt 10,37; cf. Mc 10,29: «Todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la buena noticia...». EvT 101: «El que n[o] odie a su pa[dre] y a su madre como yo, no podrá ser mi d[iscípul]o y el que [no] ame a s[u padre] y a su madre como yo, no podrá ser m[i] d[iscípul]o».

19 Q/Lc 14,27; Mt 10,38; cf. Mc 8,34: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz y sígame». En el EvTom (55) hay un párrafo que integra las dos citas: «Jesús dijo: El que no odie a su padre y a su madre, no podrá ser mi discípulo, y el que [no] odie a sus hermanos y a sus hermanas y [no] cargue con su cruz como yo, no será digno de mí».

20 Q/Lc 16,13; Mt 6,24; cf. EvT 47: «Jesús dijo: No es posible que un hombre monte dos caballos, que tense dos arcos, y no es posible que un siervo sirva a dos señores, o bien honrará a uno y ofenderá al otro».

Hay más roturas familiares. El abandono de todo por la urgencia del Reino exige también renunciar a uno de los debe-res más sagrados de Israel: enterrar a los muertos21. He aquí el dicho de Jesús: «Otro le dijo: Señor, permíteme que vaya prime-ro a enterrar a mi padre. Y él le dijo: Sígueme y deja que los muertos entierren a sus propios muertos» (Q/Lc 9,59-60; Mt 8,21-22). La exigencia de dar sep ra a los seres queridos también abarca la asistencia a los padres e son mayores o que no son autónomos. La extrema disponibilidad para la proclamación del Reino afecta, incluso, a las más piadosas responsabilidades familiares y religiosas.

Cortar la relación familiar adquiere carácter simbólico con la afirmación de que hay eunucos que son tales por el Reino de los cielos (Mt 19,12). Tal exigencia no rompe la estabilidad familiar avalada por la ampliación del patrimonio familiar continuada por uniones de pareja en la nuevas generaciones. Jesús va más allá. Es imposibilitar la formación de la familia tradicional para insertarse en la nueva familia de Dios. Con ello señala de nuevo la naturaleza absoluta de la entrega que demanda el Reino. Si bien hay que añadir que Jesús lo encuadra dentro de la iniciativa gratuita de Dios para sus elegidos, como antes lo ha afirma-do con la defensa de los pequeños (Q/Lc 10,21; Mt 11,25) y de los mismos discípulos (Mc 4,14par). En este sentido, quizás, está hablando de su propia experiencia personal: «... hay quienes se han castrado por el Reino de Dios. El que pueda con ello que lo acepte» (Mt 19,12).

La ruptura con la familia que llevan a cabo los que siguen a Jesús requiere asumir su estilo de vida; forma de vida que también a él le condujo al rompimiento de sus lazos familiares. Recordamos lo que dijimos al principio. Cuando Jesús comienza la proclamación del Reino con palabras que causan asombro y signos que inician la nueva presencia divina (Mc 1,39), su familia intenta reducirlo y reconducirlo al domicilio familiar, porque, según dicen, ha perdido la cabeza (3,21). Opinión que

21 Cf. Tob 2,3-7; 4,3; 12,13.

Marcos coloca inmediatamente antes de la acusación de los escribas de que su comportamiento obedece a una posesión diabólica en vez de expresar la cercanía de Dios a su pueblo (3,22). Y además de esta acusación existe la de que es un comilón y borracho (Q/Lc 7,34; Mt 7,18), porque su presencia entre los marginados hace más nítidas las preferencias de Dios, es decir, su amor misericordioso para con ellos. Con la proclamación del Reino, el pueblo experimenta la liberación de las rígidas normas sociales y religiosas sobre el ayuno (Mc 2,18-20) y el descanso sabático (2,23-28); Dios se acerca a los pequeños y a los pobres (2,17), los enfermos recobran su salud (1,34), los pecadores encuentran la paz con Dios y la sociedad (2,10), los poseídos sienten de nuevo su dignidad humana y la libertad (1,27.34.39), etc. Él es fiel y obediente a la llamada divina y se lanza por los caminos de Galilea de forma que su disponibilidad a la causa de Dios le conduce a una vida itinerante que le aleja de su familia y trabajo. Ya se ha citado varias veces este párrafo de la comunidad primera, en el que la vida de Jesús es un espejo donde se mira: «Las zorras tienen madrigueras y Ios pájaros del cielo nidos, pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza»22.

Marcos justifica su comportamiento y alejamiento de la familia y del trabajo para cumplir la voluntad divina. Frente a la provocación de su familia, confirma su conducta colocándose en la perspectiva de Dios: «Fueron su madre y sus hermanos, se detuvieron fuera y le enviaron un recado llamándolo. La gente estaba sentada en torno a él y le dicen: Mira, tu madre y tus her-manos están fuera y te buscan. Él les respondió: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados en círculo alrededor de él [Mt 12,49: Y, apuntando con la mano a los discípulos], dice: Mirad, mi madre y mis hermanos. Pues el que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi her-

22 Q/Lc 9,57-60; Mt 8,18-22; cf. EvT 86: «Jesús dijo: [Las zorras tien]en s[us madrigueras] y los pájaros poseen [su]s nidos; pero el Hijo del hombre no tiene [d]onde reclinar su cabeza y poner[se] a descansar».

mano y hermana y madre»23. Para Marcos, la familia de Jesús reacciona situándose en el grupo de personas que se extrañan de su misión: «A un profeta lo desprecian sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa» (Mc 6,4). De hecho, Juan anota la incredulidad de su familia (Jn 7,5). Y es que Jesús está formulando una nueva familia enraizada en la obediencia a la voluntad de Dios, que va más allá de las relaciones que se establecen por la carne y la sangre. Bajo esta perspectiva se desarrolla paulatinamente dentr de las comunidades cristianas la primacía de la misión sobre los vínculos familiares, la promesa de pertenecer a una nueva milia y la herencia de la vida eterna, en la que se destaca la generosidad de Dios por encima de toda entrega con las consiguientes renuncias: «Todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la buena noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en el mundo futuro vida eterna» (Mc 10,29-30par).

Por consiguiente, seguir a Jesús no es sólo escucharle y observarle los signos para introducirse en el Reino y participar de sus beneficios por la corresponsabilidad en su misión. Es compartir su estilo de vida itinerante que se aparta de la familia y se incorpora a otra familia, con lo que se renuncia a establecer nuevos lazos naturales (Mt 19,12). Y todo esto para que se simbolice con más fuerza el Reino. La vida itinerante de los discípulos con Jesús manifiesta un comportamiento que remite, tanto a la actitud benevolente de Dios sobre la criatura (Q/Lc 12,6-7; Mt 10,29-31), como a la presencia histórica del mismo en la familia nacida por la acción y presencia de Jesús.

b. Dejar la «casa» equivale también abandonar el trabajo. La familia es una institución que se prolonga en el tiempo por las

23 Mc 3,31-35par; cf. Lc 11,27-28: «Cuando decía esto, una mujer de la multitud alzó la voz y dijo: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! Él replicó: ¡Dichosos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen!».

relaciones naturales y la subsistencia, que se alcanza por el trabajo en la tierra, el mar y el comercio. Santiago y su hermano Juan trabajan con su padre, Zebedeo; Simón y Andrés también son pescadores, seguramente pequeños propietarios o trabaja-dores por cuenta ajena (Mc 1,16-20). Leví de Alfeo es un recaudador (Mc 2,14-15), y así se supone que son todos los discípulos que siguen a Jesús, como él es carpintero e hijo de carpintero (Mc 6,3; Mt 13,55). La unidad que entraña la familia como medio de producción y reproducción significa que, desgajado el discípulo del núcleo familiar, queda económicamente en el aire.

En primera instancia esta opción proviene de la urgencia del anuncio del Reino por su inminente constitución en la historia. Esto es algo parecido a lo que sucede en la comunidad de Tesalónica a unos veinte años de la muerte de Jesús. La expectación que crea su Resurrección e inminente aplicación a los cristianos hace que se despreocupen del trabajo y de las responsabilidades cotidianas (1Tes 4,11; 5,12-13). Es una situación que Pablo debe corregir, porque, si la parusía relativiza toda actuación terrena, no por esto rompe la condición histórica del hombre: «... quien se niegue a trabajar, que no coma» (2Tes,10; cf. 3,6-15).

Pero también existe para Jesús una valoración teológica del trabajo. Su seguimiento lleva consigo el desligamiento de las obligaciones familiares que, la mayoría de las veces, designa un proceso antes que la decisión repentina de dejarlo todo para integrarse en el grupo de discípulos. Y es un proceso que arranca de la cercanía en la escucha y observación de las palabras y los signos de Jesús, además de la posibilidad de que algunos discípulos provengan del círculo de seguidores de Juan (Jn 1,35). Entre la proclamación del Reino y la necesidad de producir para sostener y aumentar el patrimonio familiar, Jesús opta por el servicio a Dios y por el trabajo en la perspectiva divina que encierra dicho servicio. Las dos bendiciones de Dios recibidas al principio de la creación para Israel, como son engendrar y trabajar (Gén 1,28), se interpretan por Jesús habida cuenta de la amplia tradición que se forma sobre ellas a lo largo del tiempo. Él defiende la unidad del matrimonio contra la ley positiva del divorcio atribuida a Moisés (Dt 24,1). Para esto trae a colación la voluntad divina del orden establecido por Dios al principio de la creación24. Pues bien, así sucede también con el trabajo.

En efecto, el trabajo humano es una imagen de la actividad divina que hace del desierto un vergel y del caos una armonía. Después que vio Dios que todo lo había hecho bien, descansa (Gén 1-2,4a. 2.4b-15). El hombre también trabaja y descansa, trabajo y descanso que caen bajo la mirada de Dios25 para que cumplimente con éxito su tarea. Y la tarea del hombre, además de continuar la labor de ordenar/la creación, es defender el sentido que Dios le ha dado. No es tanto explotar la creación, cuanto descubrir el significado que Dios le confiere a cada cosa. Tras asumir el hombre su destino al margen de su voluntad (Gén 3,3-6) y orientar la actividad como dominio, aparecen todas las limitaciones de la existencia, en concreto, la fatiga, el fracaso, la violencia, la perversión y la ambigüedad de la creación y del trabajo (Gén 3,14-24). Por eso, en la historia de Israel, el oficio puede expresar el orgullo, la explotación y la potencia humana que somete a los pobres y aleja de Dios (Is 2,6-22), pero también constituir una acción de la sabiduría en contra de la pereza (Prov 6,6-11; etc.); se mezcla, pues, el sentido de la vida y el beneficio que proviene del esfuerzo humano. En el fondo, el pueblo conserva la línea de que «todos [artesanos, tejedores, herreros, alfareros, etc.] se fían de su destreza [...]; sin su trabajo la ciudad no tiene casa ni habitantes ni transeúntes [...] mantienen la vieja creación ocupados en su trabajo artesa-no» (Eclo 38,31-34).

24 Cf. Gén 1,27; 2,24; 5,2; «¿Puede uno repudiar a su mujer por cualquier cosa? Él contestó: ¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer? Y dijo: Por eso abandona un hombre a sus padres, se junta a su mujer y los dos se hacen una sola carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha juntado, que el hombre no lo separe. Le replicaron: Entonces, ¿por qué Moisés mandó darle acta de divorcio al repudiarla? Les respondió: Por vuestro carácter inflexible os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres. Pero al principio no era así». Mt 19,3-8.

25 «Y los bendijo Dios y les dijo Dios: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra». Gén 1,28.

Jesús, que prosigue esta conducta, cuando se ocupa solamente del anuncio del Reino, acentúa el don sobre el beneficio, y descubre de nuevo al Creador que trabaja y descansa, al margen del afán de la producción y la codicia del beneficio. Cuando visita a Marta y María en su recorrido por Palestina, Lucas elabora un relato muy significativo (Lc 10,38-42)26. María, como los discípulos, escucha al maestro y recibe sus enseñanzas. Marta anda inquieta, agitada, dispersa (perispaó) por los deberes que toda ama de casa tiene cuando recibe a huéspedes27. No obstante se preocupe de servir (diakonia)28, parece que Marta desperdicia el momento presente de la revelación divina que se está dando con la presencia de Jesús. Por eso, ante la protesta de Marta: «Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea? Dile que me ayude» (Lc 10,40), le responde: «Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no se la quitarán» (10,41-42). Suena de nuevo la bienaventuranza para aquellos que escuchan la Palabra y la ponen en práctica29, de forma que la advertencia a Marta, inquieta y agitada, es la misma que ha dado a los discípulos: «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida pensando qué comeréis, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vestiréis. ¿Acaso no es más importante la vida que la comida, y el cuerpo que el vestido»30. Jesús prefiere la actitud del

26 Lucas relata en los Hechos que, con frecuencia, los misioneros de las primeras comunidades son recibidos en las casas por la palabra que proclaman: «Y no cesaban todo el día, en el templo o en casa, de enseñar y anunciar la buena noticia del Mesías Jesús». Hech 5,42; cf. 10,6; 16,15; 17,6; 18,27; 21,8.17; 28,7.

27 En el viaje hacia Jerusalén, según Lucas, Jesús es acompañado de los Doce, varios discípulos y discípulas: 8,1-3; 9,51-56.

28 Precisamente Lucas subraya en los Hechos la relación que hay entre la misión y la hospitalidad, que es fundamental en la vida de itinerancia iniciada por Jesús (Lc 5,29; 7,36; 11,37; 14,1; 19,6; 24,29): cf. 9,43-10,23; 10,24-28; 16,11-40; 16,32-34; 17,1-9; 18,1-6; 18,7-11; 21,8-14; 28,1-6; 28,7-10.

29 Lc 8,15: «Lo que cae en tierra fértil son los que con disposición excelente escuchan la palabra, la retienen y dan fruto con perseverancia»; cf. 8,21; 11,28.

30 Q/Lc 12,22-23; Mt 16,25; EvT 36.

que escucha y es capaz de atender el presente de la cercanía del Reino, porque todo lo demás se dará por añadidura (Lc 12,31), a las preocupaciones (merimnaó) que conlleva el trabajo31. No es cuestión de evadir las responsabilidades sociales que deben realizar los hombres; es saber dar prioridad (lo «único necesario», es la «mejor parte», la «parte buena») a aquel trabajo que, aparentemente, no tiene una producción inmediata o una rentabilidad evidente. La actividad responde a la voluntad de Dios, lo que dimana directamente de Él, porque todo lo que ofrece es, por sí mismo, bueno; es dar sentido a la vida y al esfuerzo que lleva consigo. Nadie, por tanto, le quitará a María este don que transmite la palabra de Jesús al final de la historia.

Si en Israel se valora, además del buen trabajo (Eclo 38,25-34), el estudio de la Torá, que debe prevalecer sobre toda dedicación manual (39,1-11), la actitud de la escucha y amor a Dios por Él mismo32 sobrepasa y complementa al estudio, que en Jesús se une al prójimo con igual intensidad de amor y de entrega (Lc 10,29-37). De esta forma se cumplen los dos mandamientos básicos (10,25-28). Dios siempre responde a quien le sirve con el don del «pan necesario» (Q/ Lc 11,3; Mt 6,11). Por eso manda a los discípulos a la misión sin la preocupación de llevar moneda alguna para su sustento, ni vestido para cubrirse, ni sandalias para calzarse, ni bastón para defenderse33. Esta vida sin seguridad y protección, que reproduce lo que él experimenta de sí mismo34, simboliza que el único soporte vital es el Dios del Reino. Más tarde la comunidad cristiana establecerá la

31 Preocupaciones que deben estar también bajo la órbita de Dios: Sal 55,23: «Encomienda a Dios tus afanes, que Él te sustentará; nunca permitirá que el justo caiga»; cf. 1Pe 5,7: «Encomendad a Dios vuestros afanes, que Él se ocupará de vosotros».

32 «Aunque se consuman mi carne y mi mente, Dios es la roca de mi mente, mi lote perpetuo [...] Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio y contar todas sus acciones». Sal 73, 26.28; «Una cosa pido al Señor, es lo que busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida; contemplando la belleza del Señor, observando su templo». Sal 27,4.

33 Mc 6,8-9; Q/Lc 10,4; Mt 10,9-10.

34 Q / Lc 9,57-58; Mt 8,18-20; EvT 86; cf. supra, nota 22, 466.

renuncia a todo lo que se posee: «... quien no renuncie a sus bienes no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33) y dar todo el dinero a los pobres: «Vended vuestros bienes y dad limosna. Procuraos bolsas que no envejezcan, un tesoro inagotable en el cielo, donde los ladrones no llegan ni los roe la polilla» (Lc 12,33).

2. El comportamiento en la misión compromete a los discípulos a mantener una actitud bondadosa constante. Jesús exige estar entre la gente teniendo en cuenta dos campos muy importantes en las relaciones humanas. Así será creíble el Reino.

a. Hay que evitar toda ofensa. En el «discurso de las antítesis» de Mateo (5,17-48), incluido en el «Sermón de la Montaña», valora el Evangelista la ley y los profetas por la relación a Jesús, es decir, que con su misión se cumplen todas las promesas acumuladas a lo largo de la historia de la salvación. De las seis antítesis35, la primera trae a colación el mandamiento de no matar: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el homicida responderá ante el tribunal»36. A continuación se amplía con varias situaciones en las que se radicaliza el mandamiento al situarlo en la interioridad, pues de la intencionalidad humana es de donde brota el hecho de alejar al otro de la vida: el odio acumulado en el corazón. Las injurias a los hombres, concreciones de la ira (orgizomai), si bien no equivalen al homicidio en el ámbito penal, se le equiparan, porque rompen el lazo de la relación humana y ladean a los demás de la convivencia fraterna establecida por la filiación divina. Por eso se da un salto cualitativo: del juicio humano histórico (tribunal y Sanedrín) al juicio divino escatológico (el fuego). Al final de la vida, hay que dar cuenta a Dios de cualquier agresión al hombre: «Pues yo os digo que todo el que se deje llevar por la cólera contra su hermano

35 Homicidio (Mt 5,21-26), adulterio (27-30), divorcio (31-32), jura-mento (33-37), venganza (38-42) y el amor (43-48).

36 Mt 5,21; cf. Éx 20,13; Dt 5,17; y jurídicamente es condenado: «El que hiera de muerte a un hombre, es reo de muerte». Éx 21,12; Lv 24,17; cf. Núm 35,30-31; Dt 17,8-13; infra, 14.4.2.1x, 533-534.

responderá ante el tribunal. Quien llame a su hermano inútil responderá ante el Sanedrín. Quien lo llame loco incurrirá en la pena del fuego»37.

Defender la vida reclama la relación fraterna, como toda comunidad es por principio sede de vida humana auténtica. A continuación se narran dos pequeñas parábolas en las que se invita a la reconciliación. La primera compara el culto a Dios y la relación con los demás. Quien abre su corazón a Dios debe mantenerlo abierto para todos los hombres, de manera que cualquier rotura en las relaciones humanas hace vano todo sacrificio a Dios y vuelve mentira la relación con Él. Si Dios prefiere la misericordia, porque Él la practica con sus hijos, el hombre debe también practicarla entre sus iguales: «Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene queja de ti, deja tu ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después ve a llevar tu ofrenda»38. La segunda recuerda al rey que perdonó una deuda enorme a su criado, siendo éste incapaz de hacer lo mismo con un pequeño deudor suyo (Mt 18,22-35). «Mientras vas de camino con tu adversario, procura librarte de él, no sea que tu adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y el alguacil te meta a la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cordante» (Q/Lc 12,58-59; Mt 5,21-24.25-26). Late detrás del texto la situación relatada antes: la dimensión escatológica que entraña la relación de amor y misericordia para con todos.

37 Mt 5,22; Lv 19,17-18: «No guardarás odio a tu hermano [...] No serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo»; Eclo 22,24: «Antes de prender, el horno echa vapor y humo; antes de la sangre ha habido insultos»; cf. Prov 15,1; 29,11.22; etc.; cf. infra, 14.4.2. 5', 544-548.

38 Mt 5,23-24; cf. 6,12.14-15; 9,13; 12,7; 18,35. La Misná también indica esta actitud: «Al que dice: "pecaré y me arrepentiré, pecaré y me arrepentiré", no se le dará la posibilidad de hacer penitencia. "Pecaré y el Día del Perdón lo perdonará", el Día del Perdón no le perdonará. Las transgresiones del hombre contra Dios, el Día del perdón las perdona. Pero los peca-dos contra el prójimo, el Día del perdón no los perdona en tanto no lo con-sienta su prójimo». Yomá, 8,9, 354.

La conducta con los semejantes es el criterio que aplica Dios para perdonar: «Así os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano» (Mt 18,35). Con todo, la reconciliación recae sobre el cristiano que ha herido, aunque se hace efectiva cuando también da el paso el herido. Realidad que ya no depende del autor del delito. El Evangelista acentúa la mirada de Dios hacia el que se convierte para restablecer la paz, se haya reanudado la relación con el ofendido o éste la haya rechazado.

b. Hay que evitar todo juicio. En la tercera sección del Sermón del monte (6,19-7,28) redacta Mateo una serie de exhortaciones de Jesús a sus discípulos. Comienzan estos avisos con uno que se coloca como condición de la salvación: «No juzguéis y no seréis juzgados. Pues seréis juzgados con el criterio con que juzguéis. Y os medirán con la medida con que midáis» (Q/Mt 7,1-2; Lc 6,37-38).

Juzgar (krinein) conlleva un juicio de valor y en el ámbito jurídico significa condenar (katadikazó, Lc 6,37). Recurre Jesús al principio de reciprocidad en la medida. Como acabamos de decir, en el tribunal de Dios se usará la misma medida que los hombres hayan usado entre sí. Por ello es muy peligroso, cuan-do todos son deudores ante Dios, que se condene a los hermanos (cf. Mt 18,23-35). Juzgar, condenar, es una acción reservada a Dios, y se prohíbe en los juicios interpersonales que ocurren con frecuencia en la vida cotidiana, que son los casos que se dar)/ en las comunidades cristianas. Se exige a los discípulos la a rtud que Jesús mantiene con los pecadores o excluidos social-mente, incluso con aquellos que el derecho religioso de Israel condena, como es el caso de la adúltera (Jn 7,53-8,11). La razón objetiva está en que el discípulo se inserta en el grupo de Jesús y recibe la benevolencia divina del Reino que está actuando en la historia, y cuya primera consecuencia es ser símbolo del amor universal de Dios. El discípulo lo demuestra con el amor a los enemigos dicho en la sexta antítesis: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo [Éx 23,4-5]. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persigan...» (Q / Mt 5,43-44; Lc 6,27-28).

El destino, pues, de cada hombre se reserva a Dios en última instancia. Por una parte, esto es lógico en las comunidades creyentes, o en un círculo más amplio de las relaciones sociales. Porque el juicio que condena muestra la superioridad del que juzga, y las relaciones fraternas suponen que se establecen entre iguales, o la fraternidad iguala a todos en Dios. Él es el superior de todos, el Padre de todos los hermanos. Y Él es el que puede decidir sobre la salvación o no de los hombres. Por otra parte, no juzgar, no condenar en sentido positivo equivale a perdonar. Así, es mejor dejar el destino de cada persona en manos de Dios que mira con benevolencia y misericordia los pecados de sus hijos (Mt 18,23-35). Dicho criterio divino es el que recomienda Jesús en las relaciones entre los hombres. Al final, Dios emitirá su juicio fundado en la actitud de perdón que se haya adoptado entre los hermanos: «Pues, si perdonáis a los hombres las ofensas, vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros» (6,14). De ahí que el perdón sea ilimitado, como el amor (18,22).

Para reforzar el aviso de Jesús, Mateo aduce las metáforas de la mota y la viga que postulan la coherencia y honradez en la vida humana, donde el que presuma de juez pasa a ser juzgado, pues el juicio de Dios recae sobre la viga que impide ver el pecado (mota) del hermano. No es una exigencia extrema de Jesús el que no se juzgue. Es la mirada de Dios que ilumina la vida mostrando la viga que la ciega: «¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano y no reparas en la viga del tuyo? ¿Cómo te atreves a decir a tu hermano: déjame sacarte la mota del ojo, mientras llevas una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás distinguir para sacar la mota del ojo de tu hermano» (Mt 7,3-5). Y la honradez parte de que el hombre es radicalmente deudor ante Dios, que perdona su pecado. Con tal experiencia de perdón es más fácil que el discípulo la extienda a las relaciones con sus hermanos.

Otro ejemplo que ilustra el principio de no juzgar son las exhortaciones a la renuncia a la violencia de la quinta antítesis (Q/Mt 5,39-41; Lc 6,29-30). Jesús prohíbe a sus seguidores la ley de proporcionalidad que lleva consigo la venganza que se sigue de la ley del talión. Dar un guantazo en la mejilla es señal de injuria y desprecio, y dársela a los discípulos es menospreciar su mensaje. Sin embargo, no se debe responder a dicho menosprecio. El discípulo de Jesús tampoco debe reivindicar la prenda de vestir que le quiten; antes al contrario, su actitud, nacida de la largueza del amor divino, le conduce a ir más allá en la generosidad con el necesitado o ladrón y darle lo que es indispensable para vivir; las exigencias del amor sobrepasan los derechos propios, como es el manto para abrigarse por la noche. Lo mismo se ha de responder al abuso de recorrer una milla. Jesús ahonda en la recomendación de Éx 21,24: «Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero; no le exigirás intereses». Se excluyen las condiciones en las que se encuentran los que solicitan ayuda o los motivos que invocan. La dedicación de la persona al servicio del Reino acepta de buen grado la entrega de todos los bienes y de una forma permanente. Se pone a disposición del Reino la vida y cuanto ella implica39. Por eso se confían las cosas sin más razones al que pide, sin condiciones y sin restricciones. No hay que menospreciar o ser insensible al necesitado; la frase que expresa esto es muy plástica: «no dar la espalda». En el paralelo de Lucas se añade: al que «tome lo tuyo no se lo reclames» (Lc 6,30).

3. La conducta del discípulo de Jesús contrasta, pues, con los hábitos y las costumbres del pueblo. Por consiguiente, esta forma de vida itinerante y de cierto desarraigo social provoca numerosos conflictos. Sabemos de las tensiones de Jesús origina-das con los garantes de la religiosidad por el cumplimiento del descanso sabático (cf. Mc 2,18-3,6), o de Jesús con la familia (3,20-21), o con su pueblo (6,1-6), o por la actitud abierta acogedora con los marginados (Q / Lc 7,33-35; Mt 11,18-19 por la negación radical de las relaciones de poder y servidumbre dadas en las familias e instituciones sociales (Mc 9,33-37; 10,41-45), o por la acusación de practicar la magia o decir blasfemias (Jn 10,36), o de desafección al templo, lugar privilegiado de la presencia de Dios (Mc 11,15-19par). Se formula bien así: «No está el discípulo por encima del maestro ni el siervo por encima

39 Cf. Mc 8,35; Q/Lc 14,27; Mt 10,39; etc.

del amo. Al discípulo le basta ser como su maestro y al siervo como su amo. Si al amo de casa lo han llamado Belcebú, cuánto más a sus empleados»40. De todas estas experiencias del Maestro participan los discípulos y les invita a seguir por este camino. Este estilo de vida es parecido a una moneda con dos caras:

a. Aunque el seguimiento a Jesús tiene valor en sí, el seguimiento con la cruz concreta la forma de dicho seguimiento. Marcos reúne varios dichos después del primer anuncio de su pasión (Mc 8,31). A continuación relata la reacción negativa de Pedro para aceptar el sufrimiento del Mesías (8,28.32) y la reprimenda que recibe al percibir Jesús su recomendación como una tentación diabólica (8,33). Entonces sentencia: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame» (8,34)41. Negarse a sí mismo (arneisthai) es prescindir de uno mismo, de su yo. Y se prescinde para tomar la cruz. La cruz, aunque está en el horizonte del tiempo de Marcos por la forma como murió Jesús, hace referencia directa a la cruz personal que simboliza el sufrimiento diario que entraña el testimonio del Reino. Está en la línea que escribe Lucas: «Quien quiera seguir-me, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo» (Lc 9,23).

El orden lógico, negarse y cargar con la cruz, no corresponde a la sucesión temporal. El hecho de seguir lleva consigo la renuncia de sí para aceptar las cargas del nuevo estilo de vida, que lo traza, no sólo cumplir los mandatos de Jesús y escuchar su palabra, sino también reproducir su experiencia de Dios y asumir su destino lleno de dolor y sufrimiento. Es lo que significa la cruz como muerte horrible aplicada a los rebeldes políticos que con frecuencia contemplan los judíos en Palestina bajo la ocupación romana: un cuerpo desnudo fijado al madero perdiendo la vida entre horribles dolores.

40 Cf. Q/Mt 10,24-25; Lc 6,40; cf. jn 13,16; 15,20.

41 Q /Lc 14,27: «Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser discípulo mío». cf. Lc 9,23; Q / Mt 10,38: «Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí»; EvT 55: «... y [no] cargue su cruz como yo, no será digno de mí»; cf. supra, nota 19.

Por consiguiente, renunciar a uno mismo es demoler los cimientos sobre los que se alza la vida en el ámbito familiar, religioso y social. Prescindir de estas bases tiene la finalidad de que aflore la debilidad personal en la que Dios pueda colocar la roca (Q / Lc 6,47-49; Mt 7,24-27), la historia de Jesús, para construir sobre ella la vida nueva a la que lleva el seguimiento. Renunciar a uno mismo supone cambiar la clave de la afirmación personal que da el poder personal y social, y dejarse invadir por el Dios de la bondad para que la existencia respire dicha bondad. La bondad, que para el discípulo se sacramentaliza en el servicio, recrea la vida, con lo que surge la oportunidad para insertar en la sociedad a los marginados por cualquier causa. Y todo esto requiere sufrimiento. El fundamento lo coloca Jesús en su testimonio: « ...que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45), lo que da paso a la otra cara de la moneda que reflejan los conflictos que conlleva el discipulado.

b. «Quien se empeñe en salvar la vida, la perderá; quien la pierda por mí y por la buena noticia, la salvará. ¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero a costa de su vida? ¿Qué precio pagará el hombre por su vida?» (Mc 8,35-37par)42. El riesgo a perder la vida como culmen de un caminar entre zarzas se con-templa en la vida del discipulado, al cual Jesús ya ha advertido con la expresión de tomar la cruz y seguirle (Mc 8,34-35par).

Perder la vida se basa en primer lugar en que la vida perdurable o la auténtica existencia se funda en la actitud personal dicha antes, y por la cual se sustituyen los parámetros en los que se encuadran las legítimas aspiraciones humanas por la f'delidad a la palabra de Jesús y por seguirle en su destino hist 'rico y experiencia religiosa. No se refiere Jesús a la contrapo clon clásica entre alma y espíritu y cuerpo y materia, ni siquiera entre la

42 «Quien se aferre a su vida la perderá, quien la pierda por mí la conservará». Q/Mt 10,39; Lc 17,33; «Quien se empeñe en salvar su vida la perderá; quien pierda su vida por mí la salvará. ¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se malogra él?». Lc 9,24-25.

vida eterna y la vida contingente y finita. Más bien el dicho afirma que sobre la base de la existencia humana, limitada y perecedera, se empieza a construir aquella vida auténtica, creada y sostenida por Dios, que nadie puede destruir. Y se alcanza por medio del seguimiento que indica el servicio y la entrega de sí a los demás como signo de amor que es el norte al que debe apuntar el hombre. De ahí que los dos interrogantes que Marcos pone a continuación remachen el dicho de Jesús. El esfuerzo que el hombre realiza para, al margen o a costa de los demás, acumular riqueza y conseguir seguridad, forma en que construye su existencia, de nada sirve por más que gane todo el mundo43. El final es siempre el mismo: la muerte. Se impone, pues, la convicción de que después del tiempo es posible una vida interminable que no se asegura ni con el esfuerzo humano ni con sus beneficios. Que la vida perdure es cuestión del que puede hacer-lo: Dios (Sal 49,16), y no de los bienes. Y el único bien que reconoce Dios es el suyo, es decir, el amor. Quien lo hace real es Jesús y el Reino; es la buena noticia que anuncia.

El morir para que viva Dios también contempla el ofrecer la vida materialmente. No es cuestión sólo de ser infiel a sí mismo, infidelidad a los intereses humanos, sino de morir físicamente como sacramento de un morir permanente que desarrolla el amor como servicio. Es la entrega total y por entero de la vida. Es el don de sí pleno. Sucede lo mismo que con la destrucción del yo asentado en la soberbia. El sufrimiento que conlleva despojarse de esta actitud y situación, no es un deseo de Dios ni siquiera un bien en sí. Sufrir por sufrir es un sin sentido, o, a lo más, una psicopatía. El sufrimiento que refiere el dicho evangélico es el que emana de la condición histórica del hombre. Lo mismo sucede con el morir físico. Quien es portavoz de una proclama que mina y arruina los cimientos del poder que se ha forjado el hombre en su vida, está expuesto a que lo aparten y

43 «El hombre en la opulencia no permanece, es como las bestias que enmudecen. Éste es el camino de los confiados, el destino de los hombres satisfechos; los disponen como ovejas para el Abismo, la Muerte los pasto-rea y bajan derechos a la tumba. Su figura se desvanece y el Abismo es su mansión». Sal 49,13-15; cf. Mc 10,23-25.

liquiden del entramado social donde se sustenta dicho poder. Y con ello debe contar el discípulo, como le pasa a Jesús, en las condiciones históricas en las que se desenvuelve la existencia.

4. Hay que resaltar que este grupo que sigue y rodea a Jesús no es sectario. No constituye un conjunto humano cerrado, sino que comporta una dimensión universal.

a. Los discípulos se dirigen a todo el mundo por la misión que realizan, que es experimentar y proclamar un Dios Padre de las criaturas. El Dios de Israel tiene una proporción universal, aunque fuera más una expresión de las plegarias que una realidad histórica44. Lo cierto es que, en algunos ámbitos proféticos, la vocación de Israel es hacer valer a Dios como el Señor de todos: «El Señor será rey de todo el mundo. Aquel día el Señor será único y su nombre único» (Zac 14,9; cf. Sal 98). La dimensión escatológica de la universalidad divina deja de ser un postulado cuando, por la paternidad atribuida al Señor y derivada de la elección de Israel, la filiación de los justos se abre a todo el pueblo en el ministerio de Jesús45. Es el Padre lleno de misericordia y bondad que abarca a la creación. La revelación de esta condición de ser de Dios exige una conducta en el discipulado en la que la filiación aboca en un comportamiento fraterno por el que nada ni nadie les debe resultar extraño a su misión. El amor al prójimo, al enemigo (Q/Lc 6,35; Mt 5,45), que va más allá de la regla de oro (Q/Lc 6,31; Mt 7,12), simboliza la auto-

44 Como rey de todas las naciones: «Porque el Señor es rey, él gobierna a los pueblos» (Sal 22,29). Si Él, además de residir en el templo de Jerusalén, tiene su trono en los cielos (Sal 11,4) y la tierra se concibe como escabel de sus pies (Is 66,1), todo lo que existe le pertenece: «Bendito seas, Señor, Dios de nuestro padre Israel, desde siempre y para siempre. A ti, Señor, la grandeza, el poder, el honor, la majestad y la gloria, porque tuy6 es cuanto hay en cielo y tierra. Tuyo el Reino y tú eres el que está por encima de todos» (1Crón 29,11); cf. supra, 8.4.1. 3. y nota 38, 239; 11.2.3, notas 32-34, 401-402.

45 La filiación de Israel (Dt 32,6; Jer 3,4.19; Is 63,16; 64,8) se aplica poco a poco a los justos exclusivamente: «... proclama dichoso el destino del justo y se gloría de tener por padre a Dios». Sab 2,16; cf. Eclo 23,1.4.

percepción filial y de todos, cuya conciencia y comportamiento deben desvelar y actuar como misión fundamental46.

Las trayectorias del amor universal de Dios las ha señalado Jesús en su ministerio. El Reino incluye la presencia entre los pobres, que son a los que se les anuncia la Buena Nueva y a los que se les destina el Reino47 entre los pequeños o los sencillos y humildes48; entre los pecadores49. La proclama de Jesús, que se une a su convivencia cotidiana, rompe las férreas costumbres que separan y dividen a Israel. Es más, la apertura de la salvación a todos los pueblos, que constituye otra exigencia de la misión, es esencial para avalar la nueva condición y conducta de Dios. Que vengan de Oriente y Occidente a compartir la mesa del Reino de los cielos y la posible distancia crítica hacia el templo, inducen a pensar que Jesús tiene en cuenta la misión entre los gentiles50, misión que también deben llevar a cabo sus discípulos.

El paso de una paternidad dirigida a los justos a otra más abierta, que incluye a todo Israel y a toda la creación, lo ayuda, sin duda, otro gran paso que da Jesús: de la lejanía del Señor a la cercanía del Padre. Dirigirse a Dios como Padre en la plegaria trasluce una experiencia y convicción remarcada antes: la con-fianza que muestra Dios al hombre y viceversa es una respuesta lógica al Padre solícito y bondadoso (Q/Lc 11,2-4; Mt 6,9-13), misericordioso (Lc 15), cuyo perdón alcanza a todos, porque todos necesitan de él (Lc 13,3.5). Y esta es la misión de los discípulos según la predicación y actuación de Jesús.

b. Los discípulos poseen un carácter universal por las condiciones personales y ámbitos sociales a los que pertenecen. Cuando la gente sigue a Jesús y lo escucha es lógico suponer que aceptan su mensaje personas de toda índole. Por otra parte, sus

46 Cf. supra, 12.3.1. 1.-2., 412-420.

47 Cf. Q/Lc 6,20; Mt 5,1-4.6; Q/Lc 7,22; Mt 11,5; EvT 54.69; Lc 4,18; cf. supra, 8.5.1. 1., 261-262.

48 Q/Lc 10,21; Mt 11,25-26; Lc 1,38.48.52; Mt 11,28-30; cf. supra, 8.5.1. 2, 262-264; 12.3.2. 2., 424-428.

49 Mc 2,6par; 2,17; Mt 11,19; Lc 7,37.39; etc.

50 Cf. Q/Lc 13,29-29; Mt 8,11-12; supra, 8.4.1. 3., 238-240; 12.3.3. 3., 433-436.

discípulos más cercanos se distinguen por ejercer profesiones distintas: cuatro son pescadores (Simón, Andrés, Santiago y Juan [Mc 1,16-20]); trabajan en oficios de mala reputación, como Leví de Alfeo que es cobrador de impuestos (Mc 2,14); unos están más acomodados que otros, pues Santiago y Juan trabajan por cuenta propia con su padre Zebedeo (Mc 1,20), y Simón es un asalariado del mar (Mc 1,16); algunos están casados, como Simón (Mc 1,30; 10,29); Felipe y Andrés probablemente proceden del discipulado de Juan Bautista (Jn 1,40-45); Simón el Cananeo o Celoso profesa el cumplimiento radical de la ley mosaica, el polo opuesto a los publicanos y pecadores que se integran en el discipulado, como el citado Leví; etc. Son personas que se introducen en un nuevo orden vital por perspectivas y situaciones personales y sociales muy distintas. El Evangelio de Juan dirá más tarde que equivale a nacer de nuevo (Jn 3,1-21) para comprender lo que significa integrarse en el movimiento de Jesús, y revela bien la conversión radical que lleva consigo su llamada y, por la llamada, la fraternidad que nace por la experiencia filial divina.

c. Llama la atención el grupo de mujeres que le siguen. Por la influencia de la cultura patriarcal, normalmente se las excluye de ciertos oficios, de funciones públicas y de una presencia social y religiosa significativa. No hay que olvidar lo que escribe la Misná como expresión de la época: «Yosé, hijo de Yonatán, de Jerusalén, solía decir: esté abierta tu casa de par en par, que los pobres sean familiares de tu casa, no hables mucho con tu mujer. Lo dijeron respecto a su mujer, ¡cuánto más respecto a la mujer de su prójimo!»51. Sin embargo, en el ambiente que rodea a Jesús y al que dirige su palabra se nota la presencia de mujeres y de

51 Abot 1,5, 838; cf. 2,7, 840; diferencias con el varón: Sotá 3,8, 77; Quiddushín 1,7, 620-621; Horayot 3,7, 869; Nidá 5,7.9, 1358-1359e le puede enseñar la Torá: Nedarim 4,3 530-531; Sotá 3,4, 576; es fuente de las destrucción del mundo, Ibíd; contra la ociosa, Ketubbot, 5,5, 503; transgresiones rituales que originan las causas de la muerte de las parturientas: Shabbat, 2,6, 225. Aunque hay que ser cautos sobre estos testimonios, manifiestan de alguna manera la concepción de la mujer de entonces.

varones simplemente con analizar en los discursos y dichos los ámbitos vitales y trabajos femeninos y masculinos a los que hace referencia. Por ejemplo, en las parábolas del grano de mostaza y la levadura (Q/Lc 13,18-21; Mt 13,31-33), de la oveja perdida y la dracma perdida (Lc 15,3-10), del amigo y la viuda inoportunos (Lc 11,5-8; 18,1-8); trabajo en el campo y la molienda en el molino (Mt 24,40-41), tejer y sembrar / cosechar (Q/Lc 12,22-24; Mt 6,26-28), coser y vendimiar (Mc 2,21-22par).

Se observa la presencia de mujeres en el ministerio de Jesús en Galilea: «A continuación fue recorriendo ciudades y aldeas proclamando la buena noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que había curado de espíritus inmundos y de enfermedades. María Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, mayordomo de Herodes, Susana y otras muchas, que los atendían con sus bienes» (Lc 8,1-3). La compañía y hospitalidad de las mujeres que cuidan a los seguidores de Jesús no termina en Galilea. De nuevo aparecen en Jerusalén durante la crucifixión de Jesús: «Estaban allí mirando a distancia unas mujeres, entre ellas María Magdalena, María, madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, las cuales cuando estaba en Galilea lo habían seguido y servido; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén» (Mc 15,40-41par). La compañía de mujeres en el grupo de discípulos seguramente sólo se da en el viaje a Jerusalén, y es normal por la cantidad de familias enteras que van al templo en las fiestas más importantes (cf. Lc 2,22-38.41-50). Otra cosa sería, de lo que no hay constancia, que se integraran de una forma permanente en la comunidad que había creado Jesús en su recorrido por Galilea. En fin, María Magdalena observa el lugar de la sepultura (Mc 15,47par) para justificar Marcos después su visita al sepulcro ya vacío (16,1-8par).

Es cierto que no aparece la palabra discípula (mathétria) aplicada a las mujeres que siguen a Jesús52, ni ninguna es llamada al

52 Solamente aparece en Hech 9,36: «En Jafa vivía una discípula llamada Tabita (que significa gacela): repartía muchas limosnas y hacía obras de caridad».

estilo de los discípulos más cercanos, ni los evangelistas aplican la estructura de elección analizada antes para los hombres. Sin embargo no se puede negar que su función y presencia dentro del grupo corresponde al del discipulado de Jesús, aunque no forman parte de los Doce ni sus funciones tengan que ser necesariamente las mismas que las de los varones de una forma continua. Todo esto lo avala el comportamiento que Jesús tiene con ellas a lo largo de su ministerio público y que, de alguna manera, se aparta de las costumbres y normas de entonces.

Es curioso que, ante la opinión de la Misnd sobre la relación que el varón debe tener con la mujer, los Evangelios cuenten el trato que Jesús mantiene con ellas. No extraña a las comunidades primeras que se cuente que Jesús se dirija a una mujer (Jn 4,27); que su resistencia a curar a una niña sea vencida por su madre (Mc 7,24-30); o que tenga compasión de ellas, como la viuda de Naín (Lc 7,13); que les cure enfermedades, como a la suegra de Pedro (Mc 1,30), a la mujer encorvada (Lc 13,11), a la hemorroisa (Mc 5,25-34par); o, incluso, que una mujer recupere la vida, como la hija de Jairo (Mc 5,41par); que Jesús defienda la misma dignidad humana para el hombre y la mujer, como se refleja en la fidelidad al matrimonio (Mt 19,3); actúe con misericordia y perdón con una pecadora pública (Lc 7,37-47), con la adúltera (Jn 8,3-11), con la samaritana (4,7-27), en definitiva, con las prostitutas, las cuales pueden encubrir en su cuerpo comercializado una actitud de amor capaz de abrirse y aceptar el mensaje de misericordia: «Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el reino de Dios» (Mt 21,31). Así no llama la atención que se deje tocar por una de ellas, causando extrañeza en su entorno (Lc 7,38-39). A esto se añade la defensa de que le escuchen y aprendan, como es el caso de María visto antes (Lc 10,38-42), en contraste con la afirmación de la Misnd que los padres «no pueden instruir a sus hijas en el texto bíblico; a sus hijos, sin embargo, sí pueden instruirles en el texto bíblico»53.

53 Nedarim 4,3, 531.

En la dimensión simbólica Jesús usa la imagen de la mujer para expresar la alegría de Dios porque se recupere a sus hijos perdidos, como la mujer que encuentra la dracma (Lc 15,8-10); compara el crecimiento del Reino con la levadura que una mujer mezcla con la masa de harina (Mt 13,33); la vigilancia para acoger el Reino con la parábola de las vírgenes prudentes (Mt 25,1-13); la entrega total de sí con el ejemplo de la viuda que echa al tesoro del templo todo lo que tiene (Lc 21,1-4); o aquella viuda que exige justicia al juez con la conducta que los humanos deben tener ante Dios en la oración (Lc 18,1-8). Esta percepción de la feminidad hace que no sorprenda que a las mujeres, como a los discípulos, también les enseñe partes fundamentales de la revelación, aunque socialmente no eran admitidas como testigos de cualquier acontecimiento. Así manifiesta el sentido de su muerte a las mujeres que contemplan su camino hacia el Gólgota (Lc 23,27), la futura resurrección a Marta y a María (Jn 11,5-27) y el auténtico culto a Dios a la Samaritana (Jn 4,14-24). Se advierte en los relatos la naturalidad con la que se aparece a las mujeres convirtiéndolas en testigos de la resurrección (Mt 28,6; Jn 20,16-18), cuyo testimonio (Mt 28,1-16 par) no era credencial de credibilidad en las comunidades. Es la visión que se ofrece en el encuentro de Jesús con los discípulos que caminan hacia Emaús (Lc 24,22-24). Las tradiciones evangélicas resaltan que María Magdalena, «de la que había echado siete demonios» (Lc 8,2), es la primera testigo de la resurrección en igualdad de condiciones con Pedro (Jn 20,11; Mc 16,9).

Tanto los relatos históricos, como los redaccionales, o de las tradiciones que nacen de Jesús reflejan la presencia de las mujeres en su vida con normalidad. Y ésta es la novedad evangélica coherente con el anuncio universal de salvación sin discriminación alguna de personas y de sexos. La raíz de todo ello está en su amplia e intensa experiencia de Dios como Padre, en su len-guaje, como Padre y Madre, en su comprensión y actuación. Ya se ha relatado en la universalidad de Dios. La feminidad integrada en Dios como origen de la vida y forma de ser hace posible esta normalidad de sus relaciones con las mujeres, sobre todo porque forma parte de su mensaje la visión global de la realidad junto con la apreciación de sus detalles más pequeños.

La relación con los niños y el símbolo que usa lo demuestra, así como el lenguaje de las parábolas. Por otra parte, la perseverancia, la capacidad de sufrimiento, la aproximación intuitiva a la realidad y la extrema valoración de la vida son formas de ser de Jesús que parten de la riqueza que Dios ha dejado como semillas en la creación leída en clave femenina.

5. El carácter simbólico del discipulado

a. El círculo más cercano a Jesús se identifica con los Doce, que se relaciona con las doce tribus de Israel (Núm 26,4-56)54 y cuyo origen se vincula a los doce hijos de Jacob (Gén 29,31-30,24). Entre los seguidores, Jesús escoge a «doce» para formar-los de una manera especial: «Nombró a doce para que convivieran con él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios. A Simón, al que llamó Pedro, a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, a los cuales llamó Boanerges (que significa Hijos del trueno), Andrés y Felipe, Bartolomé y Mateo, Tomás, Santiago de Alfeo y Tadeo, Simón el Celoso y Judas Iscariote, el que lo entregó» (Mc 3,14-16par)55.

54 En el Oriente el número doce se une a las doce constelaciones del zodíaco y a los doce meses del año: «Los cuatro guías que separan las cuatro estaciones del año aparecen primero, y después de ellos los doce taxiarcas que separan los meses y los años en trescientos sesenta y cuatro días con los quiliarcas que dividen los días. Para los cuatro intercalares, [hay] los [mismos] cuatro guías que separan las estaciones del año». 1 Hen 82,11. Versión F. Corriente—A. Piñero (Madrid 1982) (IV 108).

55 La lista de los Doce se dan en: Mt 10,1-4; Mc 3,13-19; Lc 6,12-16; Hech 1,13, y Juan los cita en 6,67-71; 20,24 sin ofrecer sus nombres, como Pablo en 1Cor 15,5. Lucas coloca a Judas, hijo de Santiago (cf. Jn 14,22) en lugar de Tadeo de Marcos y Mateo. No se identifican como doce discípulos, pues Jesús tiene ciertamente más en el grupo que le sigue (cf. Natanael, Nicodemo, Leví, el discípulo que ama Jesús, etc. Jn 1,47; 3,1-21, Mc 2,13-15); tampoco se puede unir a los doce apóstoles, pues apóstol es el que es enviado para ejercer una determinada misión temporal (cf. 6,30; Mt 10,2) que más tarde se amplía y fija su significado y función dentro de la comunidad, cf. 1Cor 15,3-7. Pablo, que no ha conocido al Jesús histórico, se cuenta entre los apóstoles (Gál 1,1.17; 2,8; 1Cor 9,1-2; 15,9) y sólo nombra como tales a dos de los Doce: Pedro (Gál 1,17-19) y Juan (Gá 2,1-10). Lucas reduce a los apóstoles a los Doce: elección: 6,13; misión: 9,10; sustitución de Judas por Matías: Hech 1,12-26, si bien advierte que Pablo y Bernabé son apóstoles: Hech 14,4.14; cf. Mt sólo en 10,2 dice: «los doce apóstoles».

La formación de este grupo tiene como objetivo las ovejas perdidas de Israel: «Convocó a los Doce y les confirió poder y autoridad sobre todos los demonios y para curar enfermedades. Y los envió a proclamar el Reino de Dios y curar enfermos. Les dijo: No toméis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas. En la casa en que entréis permaneced hasta que os marchéis. Si no os reciben, al salir de la ciudad sacudíos el polvo de los pies como prueba contra ellos» (Lc 9,1-4)56. Se unen a Jesús en la reconstrucción de Israel y son continuadores de su obra para alcanzar uno de los contenidos de su mensaje, como es la restauración definitiva del Pueblo de Dios al final de la historia reuniendo a las tribus dispersas y divididas. Y esto hay que hacerlo de una forma urgente, rápida. De ahí que prescindan de todo, porque es una cuestión de Dios, al que se remite la vida por completo. A Él compete buscar quién o quiénes deben mantenerlos. En este estado de extrema obediencia y confianza en Dios y de máxima indefensión, se da la paradoja de que la debilidad humana se trueca en fortaleza: se les promete los poderes mesiánicos en este ambiente escatológico: «Y yo os encomiendo el reino como mi Padre me lo encomendó: para que comáis y bebáis y os sentéis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel» (Q/Lc 22,30; Mt 19,28), pues juzgar para hacer justicia y gobernar son funciones del Mesías57. El mesianismo no es una función individual o de un pueblo, sino de una comunidad de elegidos.

56 Cf. Envío a los setenta y dos: Q/Lc 10,4; Mt 10,9-10; Mc 6,7-upar; cf. 3,13-14par; 4,10par. Según Marcos (6,8-9) permite Jesús un bastón y cal-zar sandalias; cf. Jos 9,3-6.

57 SalSal 17,26. Versión A. Piñero Sáenz (Madrid 1982) (III 53); cf. Eclo 36,13; 48,10; 1QM 2,1-3.7-8, 146; 3,13-14, 147-148; 5,1-2, 149; etc. Aunque esta promesa se traslada en Pablo a todos los santos: «¿No sabéis que los consagrados juzgarán el mundo?» (1Cor 6,2) y en el Apocalipsis se circunscribe a los mártires: «Vi unos tronos, y sentados en ellos los encargados de juzgar; y las almas de los que habían sido decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no adoraron a la bestia ni su imagen, los que no aceptaron su marca ni en la frente ni en la mano». Ap 20,4; cf. 3,21.

b. Pero, además, su estilo de vida manifiesta una dimensión simbólica: la actitud en la misión y su ejercicio contiene el Reino de Dios, es decir, hace presente el inicio de una nueva etapa de las relaciones de Dios con los hombres. Que sus actitudes sean simbólicas no quiere decir que la vida del discipulado sea un signo que remita a la vida divina sita en los cielos o fuera del alcance de los hombres. Es justo lo contrario. Dios es quien se hace presente en las relaciones de amor del discipulado. Cuan-do Jesús los envía de dos en dos para expulsar demonios (Mc 6,7-13par), lo que hace es ampliar y prolongar su misión. Las acciones declaran la presencia del Reino y su urgencia escatológica, y la vida de Jesús es un espejo de todo ello. Por eso, dejar de lado los medios necesarios para un viaje ordinario formaliza el carácter simbólico de la misión de los Doce: prescindir del bastón para apoyarse y defenderse en el camino, de la alforja para guardar los alimentos, del pan para alimentarse, del dinero para solventar cualquier necesidad, de la túnica de repuesto para protegerse del frío de la noche, etc. es la manera de acreditar el mensaje y exhibir su total dependencia de Dios. Aún más. Cuando los Doce expulsan demonios y curan, no son simples acciones ad extra, sino que es un reflejo de sus actitudes vitales que, como las de Jesús, representan el Reino.

El desempeño de la misión tiene su primer acto en la elección, el que Jesús llame junto a sí a los Doce. Por consiguiente, la elección encierra el «que convivieran con él» (Mc 3,14). Las relaciones que mantienen entre sí reproducen la conducta que Jesús tiene con ellos y fomenta entre ellos, y todo el grupo transido por la filiación simboliza la decisión divina de salvación que transmite el Reino. Los comportamientos y las actitudes que los funda son decisivos para hacer creíble la misión, ya que su con-vivencia encarna la relación nueva que Dios ha establecido con los hombres y que son destinatarios de su ministerio.

La tradición elabora un relato al respecto. Juan y Santiago, dos componentes de los Doce, se acercan a Jesús para pedirle ocupar los lugares de más honor en su gloria (Mc 10,35-45 par)58. Marcos introduce el párrafo con la predicción de la pasión y muerte de Jesús59 que tendrá lugar en Jerusalén, donde va al encuentro de la cruz, todo lo contrario de la supuesta pretensión de los discípulos. La respuesta de Jesús frustra su aspiración y anhelo, y va en otra dirección: deben beber su copa y recibir su bautismo, es decir, asumir su destino de pasión60. No es una recompensa con gloria, sino tener capacidad para transitar por el camino del sufrimiento. La gloria corresponde a la voluntad divina, a su soberanía y no al deseo de cada uno de conquistarla. Aquí está, en parte, el nivel de preferencias entre los seguidores. Ellos, con demasiada confianza en sí, responden: «podemos» (Mc 10,39)61.

La ambición de los hijos de Zebedeo provoca la rabia de los restantes discípulos: «Cuando los otros lo oyeron, se enfadaron con Santiago y Juan» (Mc 10,41). Entonces Jesús, en plan de maestro, pone un ejemplo que es comprendido por todos al ser

58 La gloria del Hijo del hombre se revelará en la parusía para llevar a cabo el juicio: «Si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, ante esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre y acompañado de sus santos ángeles». Mc 8,38; cf. 13,26; Mt 25,31.

59 Al reunió otra vez a los Doce y se puso a anunciarles lo que le iba a suceder: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén: este hombre será entrega-do a los sumos sacerdotes y a los letrados, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, que se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y le darán muerte». Mc 10,32-34par.

69 La copa simboliza desgracia y destino como pasión y muerte: «El Señor tiene una copa en la mano, un vaso lleno de vino drogado: se lo hace beber hasta las heces a todos los malvados de la tierra». Sal 75,9; cf. Jer 51,7; 49,12; Ez 23,31-32; Hab 2,26; el bautismo comporta la misma significación: 2Sam 22,5; Sal 42,8; 69,2-3; Is 43,2; etc.

61 Hay constancia del martirio de Santiago: «Por aquel tiempo el rey Herodes emprendió una persecución contra algunos miembros de la Iglesia. Hizo degollar a Santiago, hermano de Juan». Hech 12,1-2. Juan aún vive cuando Pablo visita Jerusalén por segunda vez, y opina que es una columna de la Iglesia: Gál 2,9.

la práctica habitual de los responsables y adinerados de los pueblos. Y lo dice para sacar una conclusión: «Sabéis que entre los paganos los que son tenidos como jefes tienen sometidos a los súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros; antes bien, quien quiera entre vosotros ser gran-de que se haga vuestro servidor; y quien quiera ser el primero que se haga esclavo de todos» (Mc 10,42-44). Se cambia la ambición por el servicio, que es la expresión externa de la relación de amor, fundamento de la formación del grupo. Marcos crea la misma escena durante un viaje que termina en Cafarnaún y después del segundo anuncio de la pasión (Mc 9,30-32). Discuten los Doce sobre quién es el más grande: «Si uno aspira a ser el primero, sea el último y servidor de todos. Después llamó a un niño, lo colocó en medio de ellos, lo acarició y les dijo: Quien acoja a uno de éstos en atención a mí, no me acoge a mí, sino al que me envió» (Mc 9,33-37par). El significado del gesto de amor de Jesús reafirma la enseñanza previa al dicho del servicio: la debilidad y la insignificancia social que manifiesta la niñez, contra el poder político-militar y relevancia económica de los jefes y poderosos, es la que encarna la dignidad de Jesús. En su vida y ministerio está la presencia del Reino, como enviado o embajador o representante del Padre.

El relato de Santiago y Juan termina también poniéndose Jesús como modelo en las relaciones que deben mantener los Doce: «Pues este Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). El servicio puede llevar, además de la destrucción de la soberbia, que separa y enfrenta a los humanos, a dar la vida, al menos a ponerla en riesgo62. Si esta entrega se funda en el amor, entonces se trueca en salvación de aquellos a los que sirve. Rescatar (dounaillytron) es liberar por dinero de la pena de muerte, hacer recuperar una

62 Se ofrece la vida en un sentido ya percibido, tanto en el judaísmo como en el cristianismo: «No olvides el favor del que fió por ti, pues se expuso por tu causa». Eclo 29,15; «Al principio de la secesión había sido acusado de practicar el judaísmo, y se había entregado al judaísmo en alma y cuerpo, sin reserva». 2Mac 14,38; cf. Hech 25,

tierra perdida, devolverle la libertad a un pobre vendido como esclavo63. No es un tema cultual que haga referencia al sacrificio expiatorio64 por el que uno sufre en sustitución de otro, sino que se trata de las repercusiones humanizantes de unas relaciones de amor concretadas como servicio y entrega mutuas. Servir (diakonein) al estilo de un esclavo (doulos) que está pendiente de las necesidades de sus amos, es ofrecer la vida con generosidad. Jesús, pues, se pone como ejemplo ante los Doce, que deben seguir su conducta para abrir sus brazos como el Padre, acoger y rodear a los pequeños, y servirles para que alcancen su dignidad filial. Un ejemplo emblemático de esta actitud lo relata el cuarto Evangelio: «[Jesús] se levanta de la mesa, se quita el manto, y tomando una toalla, se la ciñe. Después echa agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba ceñida [...] Pues si yo [...] os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros mutuamente los pies» (Jn 13,4-5.14).

La actitud que provoca una relación de servicio mutuo es el clima que debe reinar en la comunidad que forma el discipulado. Y esto no deben perderlo, por más sufrimiento que entrañe su misión y convivencia: «Todos serán sazonados al fuego [...] Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la sazona-

63 «Cuando un toro mate [...] y su dueño, advertido, no lo tenía encerrado [...] será apedreado y su dueño es reo de muerte. Si le ponen un precio de rescate, pagará a cambio de su vida lo que le pidan». Éx 21,28-30; «Daréis posibilidad de rescate a todas las tierras de vuestra propiedad. Si un hermano tuyo se arruina y vende parte de su propiedad hereditaria, a su pariente más cercano toca rescatar lo vendido por su hermano. El que no tenga quien lo rescate, si ahorra lo requerido para el rescate, descontará los años desde su venta, y pagará al comprador lo que falta, recobrando así su propiedad». Lev 25,-24-26; «Si un emigrante o un criado tuyo mejoran de posición y un hermano tuyo se arruina y se vende al emigrante o criado o descendiente de la familia del emigrante, después de haberse vendido tiene derecho a rescate». Lv 25,47-48.

64 «El Señor quería triturarlo con el sufrimiento: si entrega su vida como expiación [...] porque desnudó su cuello para morir y fue contado entre los pecadores, él cargó con el pecado de todos e intercedió por los pecadores». Is 53,10.12. Marcos para nada hace referencia a quién se paga.

rán? Vosotros tened sal y estad en paz entre vosotros» (Mc 9,49-50par). Que la fraternidad viva en un ambiente de concordia es posible en la medida en que contemple la vida como servicio mutuo. Así dará un sabor nuevo a la existencia.


13.3.3. La oración del discipulado

1. La vida depende de Dios

La preocupación de Dios por sus criaturas hace que les dé «cosas buenas». Esta actitud nace de su paternidad bondadosa y funda la ausencia de las preocupaciones por el alimento cotidiano y la defensa de la vida. La tarea principal del discípulo es ahora seguir a Jesús en la proclamación del Reino, extender sus efectos beneficiosos al pueblo y dar testimonio de ello. En su vida personal la procedencia y la referencia vital se coloca en las manos de Dios, para lo cual se necesita una obediencia radical. Hay que prescindir de todo para entregarse al Reino, ya que la existencia remite enteramente a Dios. Los discípulos reproducen las actitudes de Jesús con relación al Padre, como en sus dichos, oraciones y actitudes65

Pero abandonarse en las manos de Dios exige la fe. La fe del discípulo significa la confianza absoluta en el poder de Dios para superar las adversidades y cuidar las necesidades, en su saber para conducirse por las sendas del Reino y en su bondad para construir un cimiento auténtico a su vida. Esta fe no es la virtud creyente, sino la actitud personal que expresa la seguridad extrema en Dios y es lo que pide Jesús a sus discípulos para que lo tengan presente a lo largo de su misión: «Tened fe en Dios» (Mc 11,22)66. Todo debe girar en torno a Dios y los discípulos deben estar atentos a su acción de salvación, que es la buena noticia que deben anunciar (Mc 1,15).

65 Cf. Q/Lc 11,11-13; Mt 7,9-11; supra, 12.3.1. 2.-3, 418-423; 12.3.1-12.3.3., 412-444.

66 Lucas no lo afirma en imperativo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería». Lc 17,6. Lo mismo Mateo (17,20), pero en vez de la morera lo aplica al monte, como Marcos (11,22-23).

Depositar la vida en Dios, en el que se puede confiar plena-mente, lo expresa Jesús de una forma muy plástica: «Os aseguro que si uno, sin dudar por dentro, sino creyendo que se cumplirá lo que dice, dice a ese monte que se quite de ahí y se tire al mar, le sucederá» (Mc 11,23par). Fundándose en la potencia divina, alejando de sí toda duda que pueda nacer de la fragilidad humana y de la dimension de la propuesta del Reino, es como se comprende que el monte se eche al mar67. Dios, y no el hombre, es el agente de la acción, del obrar del discipulado en la misión, cuyos efectos beneficiosos para el pueblo no puede apropiárselos el discípulo. Su actitud fundamental es abandonarse en Él. Abrir su corazón para que confíe en Dios y así desaparezca toda duda frente a las adversidades, supere la debilidad ante la magnitud del trabajo y siga siendo fiel a la misión ante la falta o pobreza de resultados. De esta forma el discípulo evita apoyar la misión sólo en sus fuerzas y mantiene la relación filial. Construir el Reino al margen de Dios es la tentación que sufrió Jesús (Q/Lc 4,4; Mt 4,4) y conduce, tanto a la insuficiencia de la potencia del servicio, como a su compensación personal e histórica, hurtando la salvación a quien sólo le corresponde.

Esto es así, es decir, la fe es confianza ilimitada y permanente en Dios cuando se enuncia en la oración, en este caso la oración de súplica o petición: «Por tanto os digo que, cuando oréis pidiendo algo, creed que se os concederá, y os sucederá» (Mc 11,24), puesto que la dependencia absoluta de Dios se sostiene por la relación permanente con Él. A cambio Jesús afirma que Dios escucha al discípulo para que se asegure la relación mutua y la posibilidad misma de vivir y trabajar bajo su mirada o soberanía. La fe acredita la soberanía divina para llevar a cabo lo que parece imposible; la oración para conseguir lo que se pida en este ámbito, siempre y cuando discurra dentro de los cauces de la voluntad divina, como veremos en la exposición del Padre-nuestro.

67 Corresponde a Dios mover las montañas y allanarlas como signo de su potencia y presencia: É. 19,18; Sal 68,9; 97,5; 114,4.6-7; Jer 4,24; Is 40,4; 49,11; 64,2; Ez 38,20; etc.

2. La oración

a. La práctica de la oración por Jesús, sus enseñanzas a los discípulos y las aplicaciones y desarrollos que los Evangelistas extraen de y para las comunidades constituyen un conjunto muy valioso que se sitúa en la relación que Israel mantiene con Dios. Esto indica la comprobación de una presencia divina viva y activa en el acontecer personal y colectivo de los creyentes. Así se acentúa la vitalidad relacional con Dios: los coloquios y diálogos con Él enriquecen la experiencia creyente y, a la vez, histórica. Los encuentros entre el creyente y Dios varían según la perspectiva de la revelación divina y las circunstancias personales, familiares y sociales por las que está pasando el hombre. El silencio o el diálogo, el alejamiento o la cercanía, el castigo o la misericordia, la cólera o el amor divinos se entrecruzan con el temor o la confianza, la cerrazón o la apertura, la tristeza o el gozo, la discusión o la amabilidad de la persona piadosa. La presencia de Dios, la fe y la oración son principios inconmovibles en Israel.

Pero esta práctica se modifica en el momento en que Dios cambia su rostro a los hombres. La revelación del Dios del Reino y la actitud orante de Jesús hace que los discípulos observen cierta novedad. No es extraño que le pidan seguir su iniciación y práctica. De esta manera se mezcla el tipo de oración tradicional de Israel y la específica del tiempo de la buena noticia: «Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos» (Lc 11,1).

b. Jesús explica primero que hay que evitar los peligros de una oración hueca, porque puede encubrir intenciones aviesas, que carecerían de relación alguna con Dios. Es el caso de los letrados que «con pretexto de largas oraciones, devoran la hacienda de las viudas» (Mc 12,40). Invocan a Dios para contra-venir una de las acciones más cuidadas y defendidas en Israel68.

68 Éx 22,21: «No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque si los explotas y ellos gritan a mí, yo les escucharé»; cf. Is 1,7.23; 10,2; supra, 4.2., 174; 8.5.1., 255.

Recurrir al que es Providente para justificar el robo al pobre e indefenso es posible cuando no existe en el horizonte humano la presencia del Dios vivo. La oración no alcanza a Dios cuando se queda en pura exterioridad y justifica el poder y la superioridad religiosa frente al pecador, como sucede con el fariseo y el publicano que oran a la par en el templo (Lc 18,9-14).

Por el contrario, la oración nace del corazón humano en que reside la recta intención y hace posible la relación personal, por-que Dios es una persona con una presencia abarcante. No es necesario vociferar o acumular palabrería que no sirve para nada: «Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre en secreto. Y tu Padre que ve lo escondido, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que piensan que a fuerza de palabras serán escucha-dos» (Mt 6,5-7). La oración hay que hacerla con la confianza absoluta (Mc 11,24) en un Padre que está pendiente de sus hijos, incluso más que cualquier padre de familia69. La escucha es más segura cuando se reza en comunidad: «Os digo también que si dos de vosotros en la tierra se ponen de acuerdo para pedir cualquier cosa, se la concederá mi Padre del cielo» (Mt 18,19).

La actitud orante debe ser permanente en cuanto surge de una existencia que se funda en Dios. Las parábolas del amigo inoportuno y de la viuda y el juez70 ilustran bien que se debe orar sin cansarse, en toda ocasión, sea cual fuere el contenido de la petición y el estado en que se encuentre el discípulo. Advierte Jesús que también debe ser permanente la oración porque en cualquier instante Dios sale al encuentro del hombre: «Velad en todo momento» (Lc 21,36). La insistencia, la perseverancia y la continuidad en la oración proviene del convencimiento que tiene Jesús de que el Padre siempre escucha, responde y, por consiguiente, la oración es eficaz: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán; pues quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama le abren» (Q/Lc 11,9-10; Mt 7,7-8).

69 Cf. Q/Lc 11,9-13; Mt 7,7-11; EvT 92.94.

70 Lc 11,5-8; 18,1-8; cf. supra, 10.3.2. 1., 356-357.

Las formas y contenidos de la oración corresponden a los subrayados en la oración de Israel y de Jesús. En la oración de petición Jesús recomienda a sus discípulos que pidan que haya operarios para la extensión y cuidado del Reino71, y cuando se encuentren a gente que les persigan y se manifiesten como enemigos hay que instalarse en el punto de vista de Dios y asumir su actitud: un Padre que es solícito para todos, buenos y malos; por eso hay que orar por ellos: «Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, así seréis hijos de vuestro Padre, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos»(Q/Lc 6,27-28.35; Mt 5,43-44). Con todo, como veremos en el Padrenuestro, el mayor enemigo es el demonio, considerado superior al hombre y capaz de poner a prueba o tentar al más avezado de los discípulos. Pero Dios está por encima y es más potente que él: «Simón, ¿duermes? ¿No has sido capaz de velar una hora? Velad y orad para no sucumbir en la prueba» (Mc 14,38par; cf. 9,29).

c. Lucas piensa en Jesús como modelo de oración y al hilo de esto expone su enseñanza a los discípulos con el Padrenuestro (Q/Lc 11,2-4; Mt 6,7-13)72. Une esto a lo escrito antes sobre la perseverancia con la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-8) y la exhortación a la petición (Q / Lc 11,9-10; Mt 7,7-8) con el ejemplo sobre la respuesta segura que el padre da a las peticiones de sus hijos. Y Dios es más Padre que los padres humanos. Así se demuestra la eficacia de la oración (Q/Lc 11,11-13; Mt 7,9-11). Lucas trae la plegaria al principio de una enseñanza de Jesús a sus discípulos: situación (Jesús orando), pregunta del discípulo (enséñanos a orar) y contestación del maestro. Mateo lo encuadra en las enseñanzas sobre la limosna (Mt 6,2-4), la

71 Q/Lc 10,2; Mt 9,37-38; EvT 73: «Jesús dijo: La cosecha ciertamente es grande; pero los trabajadores, pocos. Rogad, pues, al señor para que mande trabajadores».

72 Siguiendo a Marcos (2,18), Lucas (5,33) ya ha escrito: «Ellos dijeron: Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen sus oraciones, y lo mismo los de los fariseos; en cambio los tuyos comen y beben».

oración (Mt 6, 5-15) y el ayuno (Mt 6,16-18), prácticas asiduas en la religiosidad yahvista, que constituyen su fundamento, y después de relatar las seis antítesis sobre la justicia divina (6,1-18). El esquema de las antítesis («no actuar ante los hombres», «para no ser admirados por ellos», «ya que no habrá recompensa del Padre») permanece en la exposición sobre el ayuno, la oración y la limosna. Para las tres no hay que ser hipócrita, y en la oración, además de huir del desdoblamiento personal, hay que evitar la rutina.

Después de la invocación a Dios como Padre, ambos evangelistas distinguen los deseos o anhelos, que al final se convierten en peticiones, dirigidas a Dios y a las necesidades humanas. En Mateo, cuya versión es más larga, hay tres peticiones a Dios: santificar su nombre, venida de su Reino, cumplimiento de su voluntad. Las dos primeras son las que trae Lucas. Las solicitudes sobre la vida humana hay cuatro en Mateo: el pan cotidiano, el perdón de las ofensas, no caer en la tentación y librarse del mal. Ésta última falta en Lucas que, sumadas todas, refiere cinco de las siete de Mateo.

El Padrenuestro enuncia el núcleo básico de la experiencia creyente de Jesús, experiencia que quiere transmitir a sus discípulos dentro de la tradición judía. A esto se añade la novedad de la revelación de la paternidad divina y la paternidad en cuanto ilumina y determina la misión de Jesús y la de sus discípulos. La enseñanza se envuelve en un clima de diálogo y confianza en el que no se eluden las responsabilidades históricas que Dios, por una parte, y Jesús y sus discípulos por otra, adquieren en las peticiones de la plegaria. El Padrenuestro alcanza por igual la relación de Dios con los hombres, de éstos con Dios, y sus identidades y destinos en el mundo. Por eso, no sólo es la oración del cristianismo por antonomasia (en Mateo para los judíos; en Lucas para los paganos; todos, judíos y paganos, seguidores de Jesús), sino que constituye el funda-mento y la estructura de toda posible oración sentida, vivida y elaborada por los creyentes. De ahí que se mantenga el uso que se comprueba en los mismos inicios: el Padrenuestro afecta a la piedad personal, a la piedad comunitaria en la liturgia y a la catequesis.

a. Lucas prepara la enseñanza de la plegaria de forma artificial, aunque con coherencia interna. En un sitio retirado y aleja-do de las aglomeraciones de la gente, fuera de los pueblos y las ciudades, pero dentro de su largo viaje a Jerusalén, pone, como tantas veces, a Jesús en oración. Antes ya ha invocado al Padre en la Oración de júbilo donde descubre su intensa y cercana relación con Dios, que sirve y ofrece a los discípulos y a los pequeños (Q / Lc 10,21-22; Mt 11,25-27). El Padre, pues, es el término de su relación personal y lo experimenta como origen y sentido de su misión. En este momento se presenta como maestro, como Juan Bautista u otros rabinos de la época, que satisfacen los anhelos de la piedad interior y se erigen en guías autorizados para encauzarla, animarla y formarla.

Mateo inserta el Padrenuestro en el Sermón del monte (cc.5-7). Jesús es también para el primer Evangelista un maestro que enseña las claves fundamentales del Reino con una instrucción programática. Igual que Moisés en el Sinaí. Pensando en el contenido del Sermón compuesto por Mateo, el programa descansa sobre dos bases fundamentales: el Reino de Dios con sus exigencias (las bienaventuranzas, Q / Mt 5,3-10; Lc 6,20-30) y el amor sin límites al prójimo (Q/Mt 5,43-48; Lc 6,27-36). El Padre-nuestro aparece para asegurar el nuevo estilo de vida que resulta de la revelación del Reino y sus consecuencias en la vida del discípulo. El Padrenuestro, pues, acerca a Dios al hombre, le objetiva y mantiene en su relación para realizar por medio de la vida y el ministerio su actuación bondadosa y misericordiosa.

Comienza la plegaria con la invocación al Padre. La apelación de Jesús a Dios como Padre, Abba, supone la continuidad de su piedad judía con los matices específicos que le da su experiencia personal73. Padre designa bondad, misericordia, en definitiva, cuidado y atención a su creación y a sus criaturas. Padre indica

73 Cf. Q/Lc 10,21; Mt 11,26; Mc 14,36; supra 12.3.4., 444. Hay que tener en cuenta para el Padrenuestro la Tefilld, que es la oración más importante de Israel. Contiene 18 bendiciones (Shemoneh Eshreh). Estas dieciocho bendiciones no se han compuesto a la vez. Lo cierto es que algunas son anteriores a Jesús, aunque se fijaron en tiempos de Gamaliel II en la década de los 90 d.C. Se reza a media tarde al tiempo que ace la ofrenda sacrificial en el templo. Por la mañana y por la noche se une la Tefilld a la profesión de fe Shema, Israel (Dt 6,4-9; 11,13-21). La oración aramea del Qaddish, aunque tenga expresiones parecidas al Padrenuestro, hay que usarla con cautela. Los autores se dividen al fijar su antigüedad: Desde el período anterior a la destrucción del templo hasta el final de la época tanaítica en torno al 200 d.C.: cf. supra, 8.4.1. 1, nota 24, 234; 12.3.1. 3., 420-423.

respeto a su dignidad, obediencia y adhesión a su autoridad. Padre entraña protección y cuidado de los débiles. Padre es una figura universal, es de todos, aunque, con la presencia y mensa-je de Jesús, habla en las situaciones de aquellos a quienes se les ha despojado de su dignidad de hijos. Mateo (6,9) escribe «Padre nuestro». Subraya la cercanía divina en la comunidad de la que es consciente el seguidor de Jesús; pero, a la vez, el Padre está en lo alto, «que estás en los cielos» (cf. Mc 11,25); está más allá de la historia para no confundirse con ella y perderse en las vicisitudes humanas, pero siendo Soberano y Providente. Está pendiente de su creación.

ß. «Sea respetada la santidad de tu nombre»74. El nombre dice la naturaleza y la identidad de la persona. Es una fuente de conocimiento y conduce a la posesión por parte del que lo pronuncia. De esta manera nombrar a alguien adquiere especial importancia cuando se refiere a Dios, puesto que es la realidad de Dios que Él da a conocer, es Dios comunicándose. Los nombres que Israel atribuye a Dios como Elohim (concepto genérico de Dios), El (Dios supremo, Creador del cielo y la tierra) y sus calificativos Sadday (Dios de la montaña o estepa), Elyón (Altísimo), etc., recuerdan las experiencias religiosas del pueblo en su historia. El nombre, sin embargo, revelado a Moisés es el Señor, cuyo sentido se relaciona con su acción de liberar al pueblo de Egipto. Decir su nombre es hacer memoria de la gesta donde la tribu semita, capitaneada por Moisés, pasó de la esclavitud a la libertad para servir a Dios con un pueblo numeroso y disfrutan-

74 Tercera bendición (Qedusá) de la Tefillá: «Proclamaremos a Dios Rey de generación en generación, porque solo Él es excelso y santo [...j Bendito tú, Señor, Dios santo». Qaddish: «Sea santificado y magnificado su gran nombre en el mundo que ha creado según su voluntad».

do de una tierra que da de comer. Es lo que pacta con Israel en la Alianza y pertenece al contenido de la promesa. A esto se une la percepción de lealtad y misericordia, poder y fuerza, que emplea para hacer justicia en el pueblo y para defenderlo de los enemigos. Todo ello envuelve a la divinidad en un halo de superioridad sobre el creyente que, al final, termina escondiéndolo bajo el nombre de Adonay: mi Señor75.

La existencia, pues, de Dios va ligada, por un lado, a la historia del pueblo, y, por otro, a la consistencia frente a la nada y vulnerabilidad que manifiestan los ídolos. Habida cuenta de esta consistencia, alejada de la debilidad y transformación de la historia, no es extraño que se una el nombre a la santidad, cuando ésta incluye la trascendencia de Dios, que le aleja de toda mezcla con la creación. Así se le da el honor debido. Pero cuando Jesús asume esta tradición de su pueblo, acentúa, además, que la santidad es una cuestión de Dios que Él debe descubrir. Compete en exclusiva a Él revelarse con gloria y majestad para cumplir ciertas funciones muy anheladas por los creyentes, como reunir a las tribus de Israel, derrotar a los gentiles que profanan su nombre y establecer su Reino de una manera estable y definitiva. Así Dios santifica su nombre (Ez 36,23; Jn 12,28), es decir, hace que se revele como Padre de una forma definitiva. La comunicación de Dios suscita en el hombre que anhele y pida que haga valer su gloria ante todos los hombres.

Mas la santidad, la gloria, la paternidad no quedan fijadas en la persona divina y en el espacio que se le asigna, el cielo o el templo, sino que incide en el comportamiento humano, transformando su corazón y conducta: «Sed santos, porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Lev 19,2); «Sed, pues, perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto» (Mt 5,48). Se comien-

75 Cf. Lev 22,32; Ez 36,23; Eclo 23,9; Is 30,27; revelación del nombre: Éx 3,14-15; 6,2-8; 20,2: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud»; 34,6: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso», cf. Sal 86,15; 103,8; etc. Sal 112,4: «En las tinieblas amanece para los rectos el Piadoso y Clemente y Justo»; Is 52,6: «Por eso mi pueblo reconocerá mi nombre, comprenderá aquel día que era yo el que hablaba, aquí estoy», supra, 12.2, 405; para la santidad, 12.3.1. 3., 420-423.

za con un comportamiento justo, sobre todo en las relaciones de los israelitas: «El Señor de los ejércitos será exaltado al juzgar, el Dios santo mostrará su santidad en la justicia» (Is 5,16) y, con ello, por su presencia santa en la historia humana.

«Venga tu Reino»76. Ya conocemos lo que significa el Reino de Dios, que establece el centro de la predicación de Jesús y sus discípulos. El Reino se fija en el horizonte inmediato del pueblo por su cercanía, cercanía que barrunta una presencia incipiente por las palabras y acciones de Jesús y sus discípulos, en fin, por sus vidas77. Se proclama y se dice buena nueva, porque rehace la dignidad humana de los pobres y actúa con misericordia con todos. Sin embargo, su visibilidad y poder es aún objeto de deseo, ya que su implantación y efectividad histórica está aún por comprobar. Por eso el Reino conforma el contenido de la esperanza y hay que orar para que sea una realidad absoluta78.

Orar para que la actividad liberadora de Dios sea plena y su presencia cubra todo el espacio de la creación, se relaciona con que descubra su gloria y sea santificado su nombre. Así se expulsa de la historia el reino del mal que oscurece y dificulta la actividad salvadora de Dios. Esta victoria sobre el mal, muy esperada y cantada en Israel y en las comunidades cristianas79, no hay que reducirla en exclusiva a la plegaria, sino que se debe

76 Q/Lc 11,2; Mt 6,10. Bendición undécima de la Tefillá: «Reina sobre nosotros, tú solo, Señor, con amor y misericordia [...] Bendito eres, Señor, Rey, que amas la justicia y el derecho»; Qaddish: «Que Él establezca su reino durante nuestra vida y nuestros días y durante la vida de toda la casa de Israel, pronto y en un tiempo cercano»; cf. supra 8.4.1. 10, 232-234.

77 Cf. Mt 3,2; 4,17; 5,3-12; 10,7-8; 12,28; Lc 4,43; 8,1; 9,2.11; etc. presencia en 4,16-20; Q/Lc 10,9.11; Mt 10,13-15; Mc 6,10-13; EvT 14; etc.

78 «Os aseguro que no volveré a beber del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios». Mc 14,25par. La oración por un Reino definitivo se incluye en la esperanza de su venida en la historia que infunde Jesús y que las comunidades cristianas diversifican con el día del Señor en la plenitud de los tiempos, o la del Hijo del hombre: «Entonces verán al Hijo del hombre que llega en una nube con gran poder y gloria [...] cuando veáis que sucede eso, sabed que se acerca el Reino de Dios». Lc 21,31; cf. Mc 14,62; Mt 26,64.

79 P. e. con la expresión «día del Señor» (Jer 25,15-16; Ez 39; Is 24; etc.

reflejar en la vida de los creyentes, que son objeto del inicio de la acción reinante de Dios. Jesús, en las Bienaventuranzas (Q / Lc 6,20-23; Mt 5,1-6.11-12), propone que se cree en la historia el espacio del Reino de Dios por medio de las actitudes y actividades de sus seguidores. Es crear ámbitos humanos de felicidad, en donde se apoye la oración sobre la venida del Reino. Con ello se aleja la tentación de absolutizar la acción de Dios y ocluir la apertura de corazón y anular las responsabilidades de los creyentes. El Reino es una cuestión exclusiva de Dios, pero, a la vez, se dirige a sus criaturas que componen el objeto inmediato de su relación de amor. Ellas no deben quedar al margen de su acción y, por consiguiente, evadirse de su recepción activa.

Mateo añade: «cúmplase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (6,10). Un buen discípulo se distingue en cumplir la voluntad del Padre: «No todo el que me diga ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de Dios, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo» (Q/Mt 7,21; Lc 6,46). Así lo demuestra Jesús en su ministerio y, sobre todo, en uno de los momentos más difíciles de su vida, en la agonía de Getsemaní: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mc 14,36par). Este es el fundamento de la nueva comunidad que forman los discípulos: «El que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y hermana y madre» (Mc 3,35par). Obedecer a Dios se concreta en establecer las relaciones de amor como lo está revelando Jesús, es decir, desvelar la dignidad humana de los pobres por la mirada bondadosa, recuperar la filiación divina de todos por la misericordia, y acompañar y hacer consciente su progresiva presencia para que la creación alcance su proyecto original: «Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños» (Mt 18,14; Lc 15,7).

Realizar la voluntad divina en la historia no es una cuestión exclusiva de los hombres. Para que los creyentes sigan su voluntad es necesario que Dios la implante en la vida humana por medio de su influencia y su presencia en las obras que reflejen que es una vida conforme a sus mandamientos y bienaventuranzas. Pero la resonancia de Dios en la voluntad humana sólo es posible si se cuenta con la libertad del hombre. Lo observamos en la parábola del padre que envía a los dos hijos a trabajar a la viña. Uno dice que sí y no va. El que dice que no, al final ter-mina cumpliendo la voluntad del padre trabajando en la finca (Mt 21,18-30).

El proyecto que se vive y cumple en el cielo, también hay que esperar que se lleve a cabo en la tierra. Dios es soberano en el cielo, donde se guarda su voluntad y es santificado su nombre, o se manifiesta al ser reconocida su gloria80. Pues de la misma manera debe suceder en la tierra, con lo que toda la creación debe acatar su voluntad, ya que la influencia demoníaca impide que resplandezca la gloria divina. El Evangelista hace hincapié en esto al afirmar «cielo y tierra», que son los dos ámbitos de la actuación divina y expresión de toda la realidad81.

Las tres peticiones que contiene la primera parte del Padre-nuestro se resumen en una sola que se abre en tres perspectivas distintas: que el Señor se revele al traer su Reino, con lo que se santificará su nombre al imponer su voluntad. De esta manera pedimos que el Padre, que reside en el cielo, haga posible en la tierra la santificación de su nombre, la venida de su Reino y el cumplimiento de su voluntad. Lo que en el cielo es una realidad aún permanece como un proyecto escatológico en la historia humana. Su acción y la obediencia de los discípulos lo harán posible.

Y. «Danos hoy el pan de cada día»82. La petición del pan inicia la segunda parte de la plegaria que indica la situación real de

80 «El Señor afirmó en el cielo su trono, su Reino gobierna el universo. Bendecid al Señor, ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a cumplir su palabra. Bendecid al Señor, ejércitos suyos, servidores que cumplís su voluntad». Sal 103,19-21.

81 Cf. Q/Mt 5,18; Lc 16,17; Mt 11,25; 24,35; 28,18. Se observa con claridad en la actuación de Pedro y los discípulos: «A ti te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». Mt 16,19; cf. 18,18-19.

82 Cf. Q/Lc 11,3; Mt 6,11. Novena bendición de la Tefillá: «Bendice para bien nuestro, Señor Dios nuestro, este año y todas sus cosechas [...] Sácianos de tu bondad». Para la fiesta de la Reconciliación o Yom Kippur: «Perdónanos nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a todos los que nos han hecho sufrir». BILLERBECK, I, 113.

pobreza que mantienen Jesús y sus discípulos. Es probable que la petición haga memoria de Ex 16,4. Los israelitas atravesando el duro camino del desierto del Sinaí, recordaron la carne y el pan que tenían en Egipto cuando vivían como esclavos para los Faraones. Ahora en el camino por el desierto en busca de la libertad y de las promesas de Dios, prefieren la seguridad al riesgo que supone encontrar y disfrutar una nueva tierra. Entonces el Señor dijo a Moisés: «Yo os haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día». La plegaria hace referencia a la comida necesaria para la subsistencia humana, donde el pan para la cultura mediterránea simboliza el alimento que sostiene la vida83. La literatura sapiencial lo ha expresado bien: «Aleja de mí falsedad y mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan» (Prov 30,8), porque la riqueza olvida a Dios y asienta la vida sobre sí mismo, y la pobreza provoca el robo (30,9).

El alimento suplicado a Dios puede ser, según Lucas, el necesario para mantener la vida mientras dure. Da seguridad a la existencia que depende de Dios de una forma continuada, sean cual fueren las condiciones en las que discurre. Se invoca a Dios para que sea fiel siempre. Sin embargo, Mateo indica que el pan se dé exclusivamente para un día, «dánosle hoy», remachando que el discípulo debe abandonarse por completo en las manos de Dios. Su Providencia hace que reciba todo lo necesario para las subsistencia diaria, motivando la confianza extrema que el seguidor de Jesús debe tener en El: «Por eso os recomiendo que no andéis angustiados por la comida y la bebida [...] Así pues, no os preocupéis del mañana, que el mañana se ocupará de sí. A cada día le basta su problema» (Q/Mt 6,25.34; Lc 12,22.29-30), relata el Evangelista en las cuatro recomendaciones sobre la posesión de bienes que Jesús hace a los discípulos después de la oración del Padrenuestro (6,19-34). Esta actitud obliga al discípulo a recordar al comienzo de la jornada que su vida depende de Dios, y evita el peligro de apropiarse de unos bienes que son

83 Cf. Gén 28,20; Q/Lc 11,11-13; Mt 7,9-11; Mt 15,2.

regalos continuos del Creador, que no fruto exclusivo del traba-jo. Se excluye con esto toda acumulación, para acentuar la vinculación absoluta a Dios, como los israelitas en el desierto (Sal 78,18-31). La situación social es la correspondiente a la de carestía, y se pide lo necesario para sobrevivir, además de la urgencia. Y esto nace, entre otras cosas, porque la tarea fundamental es dedicarse al anuncio del Reino: «Buscad, ante todo, el Reino de Dios y su justicia, y lo demás os lo darán por añadidura» (Q/Mt 6,33; Lc 12,31).

La pobreza que impulsa a colocar la seguridad en Dios no es una situación individual, sino colectiva. Es la comunidad, «danos», la que ora y se pliega a la voluntad divina ofreciendo su vida al Reino. Es la comunidad la que solicita la subsistencia. El apoyo mutuo que supone la relación fraterna no es para afrontar en común la defensa y seguridad de la existencia, sino para reforzar la confianza y entrega de la vida a Dios a fin de que el pueblo disponga por completo a quien proclama y sirve el Reino. Ade-más se sugiere la corresponsabilidad que conlleva todo bien, que no puede apropiárselo nadie. Los bienes son para el día y para todos, y se comparten fraternalmente, frente a la apropiación individualista alejada de Dios con la que se asegura y construye la existencia en el mundo (Q / Lc 6,47-49; Mt 7,24-27).

«Y perdónanos nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»84. Mateo en vez de pecados escribe «deudas» (opheiléma) y «estar en deuda con Dios» viene a significar lo mismo que pecar, ya que expresa idéntica situación o estado de insolvencia ante Dios. A continuación de la petición del Padrenuestro el Evangelista lo explica: «Pues si per-donáis a los hombres las ofensas, vuestro Padre del cielo os per-donará a vosotros, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco

84 Q/Lc 11,4; Mt 6,12. Sexta bendición de la Tefillá: «Perdónanos, Padre nuestro, porque hemos pecado; danos tu gracia, Rey nuestro, porque hemos fallado; pues tú eres un Dios bueno y que perdona. Bendito tú, Señor, que eres piadoso y perdonas con largueza»; Eclo 28,2-4: «Perdona la ofensa de tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados».

vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas»85. La vida necesita del alimento, por eso se dirige la petición a Dios Creador, pero también de la relación permanente de amor, y entonces se mira a Dios como Redentor. Por eso hay que superar el pecado, que la divide y enfrenta, sobre todo aquellas faltas que, como poco antes señala Lucas, van contra los mandamientos de amor a Dios y al prójimo (Lc 10,25-28) o que enuncian un estado permanente de desamor (10,25-28). Sin embargo, para Jesús el perdón y la paz nacen de Dios.

En efecto. El perdón de Dios no procede de la actitud previa que se tenga con los hombres, como si el perdón divino naciera de la acción humana de la reconciliación. La partícula «como» no expresa igualdad o reciprocidad, sino la semejanza de lo que Dios da y el hombre ofrece a los demás. Está bien expuesto en la parábola del siervo que no es capaz de perdonar una pequeña deuda a su compañero cuando antes ha recibido la condonación de una gran suma de su amo (Mt 18,25-31). Precisamente, si el hombre es capaz de perdonar es porque imita a Dios en la actitud misericordiosa que mantiene de una forma continuada con él. Esto corresponde a la actitud primera que Dios tiene para todo el que se le acerca a recibir el perdón de sus pecados.

Después, y en segundo lugar, en la vida del discipulado, una vez que se toma conciencia del perdón divino que lo rehace para Él y para los demás, el seguidor de Jesús debe actuar en coherencia con la misericordia recibida. Es la situación del juicio final ya expuesta. La salvación presupone entonces la práctica de la misericordia con los demás: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados [...] La medida que uséis la usarán con vosotros» (Q/Lc 6,37-38; Mt 7,1-2). Y corresponde a la petición del Padrenuestro que estamos comentando.

85 Mt 6,14-15; cf. Mc 11,25. La misma enseñanza transmite Mateo poco antes (5,23-24): «Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene queja de ti, deja tu ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después ve a llevar tu ofrenda». En la regla de la comunidad también lo recalca el primer Evangelista: 18,15-18.21-35, porque el perdón de los pecados es la gran obra salvadora de Jesús: Al paralítico: 9,2.6-7; en la última cena: 26,28.

Para que el perdón de Dios sea real, es decir, la petición tenga valor ante Dios, es necesario que el hombre asuma para sus semejantes la actitud de Dios para con él a fin de que sepa lo que pide. Así se elude la tendencia natural de auto justificarse que indica el no pedir perdón a nadie, ni a Dios ni a los hombres, y simboliza la cerrazón del corazón o el encorvamiento que baja la mirada hacia sí mismo y desconoce a los demás. Existe, pues, una misericordia ante el pecado que proviene de Dios para los que perdonan a sus hermanos; o también una vida de amor donde la misericordia es una actitud que simboliza la relación de Dios con todos.

«No nos dejes caer en la tentación»86. A los pecados cometidos se añade la amenaza de la tentación. Es la tribulación o el sufrimiento (peirasmós) que lleva consigo el poder del mal. Este poder es el que aparece en el hombre de una manera continua, bien provenga de su exterior, instituciones o personas que lo inducen a pecar, bien de la concupiscencia o tendencia interior que le inclina a configurarse con los estados diabólicos y hechos pecaminosos que le rodean.

El creyente se dirige a Dios con la súplica de que no lo meta o conduzca a la tentación. Es algo parecido a lo que sucede cuando Jesús es llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado (Mc 1,12par). No hay que imaginar que es Dios el que tienta o pone trampas a su criatura para que le abandone cayendo en el pecado87. Ni tampoco debemos pensar que es una treta o un motivo de incitación al mal. Más bien es la ocasión que los creyentes tienen para verificar su vocación y sentido de vida. La petición enseña que Dios es la atmósfera que respira la vida del

86 Q/Lc 11,4; Mt 6,13. «No me dejes en el poder del pecado [...] de la culpa [...] de la tentación [...]». Oración de la mañana, BILLERBERCK, I, 422; «Acuérdate de mí y no me olvides ni me induzcas en dificultades. Aparta de mí el pecado de mi juventud y no sean recordadas contra mí mis transgresiones». 11Q6 24,10-11, 346.

87 En el NT desaparece la idea veterotestamentaria de que Dios tienta (cf. Ex 4,21; 7,3; 1Sam 26,19; 2Sam 24,1; etc): «Nadie en la tentación diga que Dios lo tienta, pues Dios no es tentado por el mal y él no tienta a ninguno». Sant 1,13.

creyente. Dios envuelve toda la existencia humana y la creación. Con esta perspectiva, cuando ocurren situaciones en las que parece que Dios está ausente, sobre todo por la lejanía en momentos de extremo peligro, se entiende que se le invoque para que esto no suceda. Es más, la petición apunta a las distintas circunstancias por las que atraviesa el hombre en las que parece que la prueba está por encima de sus fuerzas. Entonces se da el peligro real de sucumbir al dominio del mal. Lo ha anunciado Lucas con precisión: las dudas de la misión por la ausencia de resultados, las infidelidades y falta de perseverancia, la obsesión por apoyarse en los bienes y poderes de este mundo88. De ahí que la tentación entre de lleno en la oración, en la relación más íntima con Dios, para que Él asegure la fidelidad del creyente y se interponga ante el maligno.

La petición entraña, pues, la protección divina ante los peligros que presenta la historia. Es decir, que la comunidad no se introduzca en la corriente del mal que atraviesa la cultura, a fin de rechazar los criterios que impiden la perspectiva divina o del amor. Pues es posible la ambigüedad del bien y del mal y la con-fusión que se deduce de ello en la condición actual, o el trueque del mal en bien, como se justifica con la muerte de Jesús. Por eso se pide a Dios que evite cualquier tentación, como aconseja Jesús a sus discípulos en la oración en el huerto antes de la pasión o reclama el salmista ante la seducción del mal89. En el

88 En la parábola del sembrador: «Unos son los que están junto al camino donde se siembra la palabra; en cuanto escuchan, llega Satanás y se lleva la palabra sembrada. Otros son como lo sembrado en terreno pedregoso: cuando escuchan la palabra, la acogen con gozo; pero no tienen raí-ces, son inconstantes. Sucede una tribulación o persecución por la palabra, y al punto fallan. Otros son los sembrados entre cardos: escuchan la palabra, pero las preocupaciones mundanas y las seducción de las riquezas y el afán por todo lo demás se les meten, los ahoga y los deja sin fruto» (Mc 4,14-20par). Suena en los oídos el párrafo citado al principio sobre el seguidor de Jesús que debe desprenderse de todo para estar disponibles a todos: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz y sígame». Mc 8,34-38par.

89 Cf. Mt 26,41; Lc 22,40.46; «No inclines mi corazón a un mal asunto, a cometer crímenes perversos con hombres malhechores». Sal 140,4.

caso de estar sufriendo la tentación, también se solicita ayuda para salir de ella, o vencerla: «Simón, Simón, Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que no pierdas la fe» (Lc 22,31-32). En cualquier caso, estas tentaciones van más allá de la pequeñas pruebas cotidianas que suceden con frecuencia, y no se deben confundir con la anuncia-da para el final de los tiempos90. Son las tentaciones que sufre Jesús y se dirigen a apartar de la misión que Dios encarga con la rotura de la relación filial, bien a una persona individual, bien a grupos o colectivos que pueden traicionar su función evangélica.

Pedir a Dios que libre del mal es dirigirse a su poder omnímodo de Dios que está por encima del espíritu diabólico. Lo hemos contado con ocasión de los milagros de Jesús. Él se reserva la lucha contra las posesiones diabólicas que maniatan al hombre y le impiden ser una persona libre y autónoma, al contrario de los milagros en que invita al enfermo a ser protagonista de su propia curación. Jesús constata la asistencia divina en los períodos y ocasiones de prueba en compañía con sus discípulos y al final de sus días. Todos han sido probados en su fe: «Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en las pruebas» (Lc 22,28). La fidelidad y permanencia junto a Jesús realiza la participación en el Reino (22,29).

«Mas líbranos del mal»91. Este añadido de Mateo es una ampliación e intensificación de la petición anterior en un sentido positivo. Se solicita a Dios que no abandone al hombre en la situación donde reina el imperio del mal o el dominio del maligno. La comunidad cristiana lo expresa muy bien en la oración de Jesús: «No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17,15).

El Padrenuestro, por consiguiente, es una oración breve y sencilla, que formula el estilo más puro de Jesús en la predica-

90 «Como tú guardaste mi encargo de perseverar, yo te guardaré en la hora de la prueba, que se echará sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra». Ap 3,10.

91 Mt 6,13. Toi poneroi puede referirse al mal (neutro) o al maligno (masculino).

ción del Reino. Acentúa la cercanía amorosa del Padre a los acontecimientos que jalonan la vida personal del creyente: el sustento diario, la convivencia pacífica y la superación y preservación de la relación divina. Pues Dios es quien rodea con su benignidad y providencia toda la vida de Jesús y sus seguido-res. No hay referencia, como en tantas oraciones judías, a Israel, a su historia de salvación, a las gestas del Señor para con su pueblo, ni a las promesas escatológicas que le colocan como centro de toda religión y nación. Para Jesús, el Padre lo es todo, y en cuanto único absoluto lo introduce en la vida de sus discípulos de una forma precisa y simple, para no imitar a la hipocresía judía y a la ampulosidad pagana (Mt 6,5.7).

El Padrenuestro es una oración personal, que se recita individualmente, pero también comunitaria, que pueden rezarla con soltura y holgura los que mantienen las mismas perspectivas sobre Dios y su acción en la historia. La plegaria es el eco de la experiencia orante de Jesús en las comunidades cristianas, las cuales están convencidas de que, si se ponen de acuerdo para pedir a Dios algo, Dios les escucha con seguridad (Mt 18,19-20).

La plegaria por antonomasia de los seguidores de Jesús no es exclusiva del movimiento cristiano, pues Dios se abre a los hombres con su vida y su gracia. Cualquiera puede responder a quien pregunta y se acerca siempre con bondad y misericordia para cuidar las necesidades básicas, como es el pan, el perdón y la liberación del mal. No se hace referencia a los elementos específicos cristianos, sino a los básicos de la vida. Por eso el Padre-nuestro hace posible la oración a todos. Si es verdad que la vida se cubre de pecados y crisis continuas por la condición histórica del hombre, también es verdad que permanece sostenida por Dios de una manera constante y fiel. De ahí que no sea superflua la oración en el ministerio de los discípulos, ya que clarifica los motivos y manifiesta las obras como expresión amorosa del Padre.

Otra cosa sucede con los silencios de Dios a las peticiones de ayuda. La queja del piadoso judío: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22,2) subraya un alejamiento que se extiende a muchos hechos de maldad y sufrimiento que des-mienten su existencia y solicitud por sus criaturas. Ya se ha expuesto el peligro enorme que se deriva de forjarse dioses a la medida del hombre, o dibujarlos fundados en las proyecciones de los ideales y fantasías humanas. Los ídolos se erigen para asegurar los poderes institucionales, y las peticiones obedecen a estrictos intereses personales.

Pero el criterio que tiene el discípulo se asienta en la bondad de Dios por una parte, y en su silencio en el huerto de los olivos y en la cruz por otra. Las dos actitudes confirman que Dios no se reduce a satisfacer los deseos, por muy legítimos que sean, y a cumplimentar las carencias humanas. Un botón de muestra es que no escucha la petición de su hijo Jesús de que le salve de la cruz ni doblega a los que le ajustician, que creen encima que defienden al Dios legítimo: «Si es hijo de Dios que baje de la cruz» (Mt 27,40).

Dios es más grande que el hombre, porque es más bondadoso, y por esta bondad todo queda sometido a las apreciaciones de bien que regulan sus relaciones con sus hijos en el marco de la libertad que permite el amor. Por eso recordamos la frase citada más arriba: «¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le da una piedra?, ¿o si le pide pescado, le da una culebra?» (Mt 7,9-10). Esta apreciación conduce a un Padre pendiente de toda la vida y de toda vida humana, cuyas respuestas no necesaria-mente corren parejas a las peticiones. Por ello, la oración que vincula a Dios le deja a El la solución última de los problemas y el porqué de los silencios aparentes ante las evidentes necesidades humanas. Esto lo trataremos más adelante con la muerte y resurrección de Jesús. Por ahora, sean suficientes estas apreciaciones.


13.4. Conclusión

Los discípulos de Jesús son los seguidores y elegidos para convivir con él y ser instruidos en orden a la predicación urgen-te del Reino. Hay que distinguir entre la multitud que le seguía y le escucha en su ministerio, y de la que a veces se retira, y los discípulos más cercanos (Mc 6,45par; Mt 13,36), entre los cuales se destacan los Doce, con marcado acento simbólico (Mc 4,10par; Lc 6,13). El grupo íntimo que forma comunidad con Jesús no es muy grande, pues se puede reunir en una barca (Mc 6,45par) o en una casa (Mc 7,17). Con todo, pertenecen a oficios, estados y situaciones espirituales diferentes.

Los discípulos deben romper los lazos familiares y abandonar sus tareas92 para formar una nueva familia en la que Jesús los considera su madre y sus hermanos (Mc 3,34). El ideal de la nueva familia es cumplir la voluntad de Dios, de la que se depende de una forma radical y que se concreta en la predicación y testimonio de su Reino, que se otea en el horizonte (Mc 3,35). Por eso no deben llamar a nadie «padre» ni «maestro» (Mt 23,8-10). A cambio, sin embargo, reciben una recompensa que se promete superior a la de cualquier persona que forme una familia y ejerza cualquier trabajo (Mc 10,28-30par). La relación con el «Padre del cielo» se mantiene e intensifica con la oración continua, oración que nace del corazón y hace al discípulo consciente de la relación filial.

Los discípulos comulgan con la vida y destino de Jesús. La misión, que depara situaciones gratificantes, encierra, a la vez, llevar la cruz como símbolo de la dificultad del ministerio, que se manifiesta muchas veces en la incomprensión, la persecución y la muerte (Mt 16,10-17.24-25par). Existe el riesgo de que no los admitan en los pueblos y casas, incluso se les expulse (Mt 5,11), porque se les confundirá con los representantes del diablo. Dar-les un golpe en la mejilla derecha significa golpearles con el dorso de la mano como signo de desprecio y de que consideren mentira su mensaje (Q / Lc 6,29; Mt 5,39). Tales incomprensiones se han dado con frecuencia en la historia de Israel. Por eso no deben considerar la alabanza como signo de conformidad con su mensaje y menos como beneficioso para el Reino: «¡Ay de vosotros cuando todos hablen bien de vosotros! Lo mismo trata-ron vuestros padres a los falsos profetas» (Lc 6,26).

Jesús les avisa de estas situaciones: los envía «como ovejas entre lobos» (Q/Lc 10,3; Mt 10,16). Ellos no deben contestar a tales incomprensiones. Prohibida la ley del talión para sus rela-

92 Cf. Mc 1,16-20par; Q/Lc 14,26; Mt 10,37; Mc 10,29; EvT 55.101.

ciones, su comportamiento debe ser de un amor sin límites (Q/Lc 6,27-36; Mt 5,43-48) y proseguir, sin más, su trabajo (Mt 10,23). El final será siempre de Dios: «Dichosos cuando os odien los hombres y os destierren y os insulten y denigren vuestro nombre a causa de este Hombre. Saltad entonces de alegría, que vuestro premio en el cielo es abundante» (Q/Lc 6,22; Mt 5,11).

En definitiva, Jesús llama a unas personas para mantener una relación de comunión con ellas bajo los criterios de una nueva familia. Dios Padre es el fundamento de la comunidad y el que señala a Jesús como guía y maestro. Les enseña para adquirir una actitud de confianza y fidelidad total, que se expresa en la obediencia radical a su voluntad, y se alimenta con la oración. La disponibilidad a la llamada se concreta con el acompañamiento y ayuda a Jesús en el anuncio del Reino: Dios interviene de una manera gratuita y definitiva en la historia. Termina el tiempo de la espera y comienza a verse el nuevo rostro de Dios con la palabra, obras y testimonio de vida del grupo que componen Jesús y sus discípulos. Aparte los discípulos que que-dan en su casa y su trabajo, los que siguen a Jesús recorren Galilea de una parte a otra con rapidez y urgencia: «También a las demás ciudades tengo que llevarles la buena noticia del Reino de Dios, pues a eso me han enviado» (Mc 1,38; Lc 4,43). La entrega a la causa es total: «Pues los que iban y venían eran tan-tos, que no sacaban tiempo ni para comer» (Mc 6,31par). Antes o mientras le ayudan, Jesús les instruye y forma (Mc 4,10-25par) y asegura su comunión permanente por medio de la celebración de una cena en su memoria (Mc 14,17-21par). El comportamiento entre sí es de servicio mutuo, alejando de sus relaciones toda prepotencia y escándalo. La defensa de la paz es prioritaria en la comunidad. De ahí que el perdón mutuo, nacido de un reconocimiento del pecado absuelto por Dios Padre, sea básico para la existencia de la fraternidad.

Después de la Resurrección, el discipulado tomará formas y contenidos muy distintos, como es la unión y comunión con Jesu-cristo, al que hay que creer como la Palabra definitiva de Dios (Jn 1,14-16; Heb 1,1-4), que ha originado un nuevo Pueblo depositario de las promesas divinas y de la salvación de Dios (Rom 1,16-17; Ef 1,5; etc.). Ellos deben convertir a la gente, bautizarlos en nombre de Jesús o del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19). Para ser discípulo no es necesario haber convivido con Jesús; basta con la fidelidad a su mensaje (Jn 9,28). Cambia también el estilo y la forma de la misión: «Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo? Contestaron: Nada. Les dijo: Pues ahora quien tenga bolsa lleve también alforja, quien no la tenga, venda el manto y compre una espada» (Lc 22,35-36).