TESTIMONIOS


 
Las aventuras de un hombre de Dios

La fuerza de Cristo (Janine, 16 años Suráfrica)

Javier: e-mail, médico de 27 años de Barcelona

«He reencontrado a Jesús»: la confesión de un director de cine

¿Por qué me hice voluntario?

Siempre hay luz en medio del túnel

Héroes de las cosas pequeñas

A fondo

 
 
Las aventuras de un hombre de Dios
 
Acaba de fallecer en Palma Teodoro Ruiz Josué, sacerdote de la Prelatura del Opus Dei, estrechamente vinculado a Mallorca, donde ha desarrollado durante largos años una labor eficaz, humilde y silenciosa. De esa labor se han beneficiado incontables personas, que guardarán siempre de él un agradecido y emocionado recuerdo.

Pensando precisamente en ellas me he decidido escribir estas letras, corno sencillo homenaje a un hombre de Dios que supo vivir con admirable naturalidad la epopeya de una dilatada y apasionante existencia. Conocí a Teodoro en Valladolid de febrero de 1940. Había terminado la Guerra Civil, un drama que marcó con su huella a toda una generación de la juventud española. Baste con decir que de los 68 estudiantes de Derecho que componían en 1936 el curso de Teodoro en la Universidad vallisoletana, sólo 14 quedaban con vida, cuando en 1939 volvieron a abrirse las aulas. ÉL era uno de los supervivientes, pero después de haber llegado hasta las puertas de la muerte, como protagonista de una extraordinaria aventura.

El 18 de julio del 36 sorprendió a Teodoro de vacaciones con su padre y hermana en una hostería de las montanas de Cantabria. A los pocos días, una partida de milicianos se presentó allí a practicar un registro y en el bolsillo de la americana del joven Teodoro apareció un carnet y unas octavillas comprometedoras «Hemos cazado a un pez gordo!-» -clamaron los milicianos-, anunciándole que iban a fusilarle inmediatamente. «Pero para que se vea que somos unos caballeros, dinos cuál es tu último deseo, que te concederemos lo que nos pidas» «Me gustaría tomar una taza de chocolate», fue la desconcertante respuesta del condenado -según confesó después- de ganar unos instantes para prepararse a bien morir. Pero en aquellos enloquecidos meses de verano de 1936, podían suceder las cosas más insospechadas, y así ocurrió en esta ocasión. Mientras el pelotón de milicianos se llevaba a Teodoro al comedor para preparar la taza de chocolate, uno de los cabecillas quedó en la habitación vigilando a su padre. Pronto, por el acento advirtieron -prisionero y vigilante- que eran los dos asturianos, oriundos de dos valles vecinos, y hasta que tenían amigos comunes. «¿Por qué vais a matar a ese pobre muchacho que habrá podido hacer una chiquillada, pero que de pez gordo no tiene nada?», se atrevió a insinuar el afligido padre. «Déjalo de mi cuenta», respondió el cabecilla; y Teodoro apurando ya la taza de chocolate, advirtió que los milicianos hablaban entre sí y sin más aviso montaban en los coches y desparecían. Sólo entonces se dio cuenta de que por puro milagro había salvado la vida.
 
Quedaban aun años de Guerra Civil, en los que la modesta carrera militar de Teodoro no pasó del ascenso a cabo. Y llegó por fin la paz y el natural deseo de terminar cuanto antes la carrera y abrirse un camino en la vida. Cuando yo le conocí, Teodoro tenia novia formal y decía sentirse ya harto de aventuras. Se equivocaba de medio a medio, porque sería Dios el que se encargaría ahora de complicarle la vida. Teodoro había conocido al Fundado del Opus Dei, y en marzo de 1940 sintió la llamada de Cristo y, lejos de haber escarmentado, respondió inmediatamente que sí con una disponibilidad en la que nunca fallaría. Y continuó sus aventuras -ahora con un resello sobrenatural que les daba tina nueva dimensión-, desarrollando una brillante carrera universitaria que le llevó al doctorado y a opositar a una cátedra, así como a ser el director del Colegio Mayor Universitario Moncloa, en sus comienzos. Ordenado en 1946, fue prácticamente durante varios años el único sacerdote del Opus Dei en Andalucía. Pero ese paréntesis relativamente «apacible» terminó en 1951, ante el desafío de una nueva aventura. El Beato Josemaría le preguntó si estaría dispuesto a marchar a Colombia para iniciar, él sólo, la labor del Opus Dei. El 13 de octubre de aquel mismo año, Teodoro desembarcaba en el aeropuerto de Bogotá, sin más bagaje que un crucifijo y una imagen de la Virgen que le entregó el Fundador, y 50 dólares por todo patrimonio. El contaba, con gracia y sin darle importancia, multitud de anécdotas -auténticas aventuras- de las que se deducía el esfuerzo y dedicación en servicio de Dios y de los hombres en aquellas tierras americanas. Cuando muchos años después, enfermo y gastado emprendía el regreso a España, el apostolado del Opus Dei en Colombia era una muestra de la eficacia portentosa de aquella fe que mueve las montañas.
 
En el Levante mediterráneo Teodoro Ruiz recuperó la salud y a sus 65 años aceptó emprender la última aventura terrena: hacerse mallorquín en Mallorca para el resto de su vida. Su imagen de viejo hidalgo castellano, siempre bienhumorado, con su impecable vestidura sacerdotal, se hizo familiar en el paisaje humano de Palma. Su labor aquí fue un servicio humilde y abnegado, en el que pasó miles de horas en el confesionario iluminando conciencias, consolando a afligidos y tristes, perdonando pecados. «¡Señores, no molesto más!», era su frase habitual de despedida, al terminar una reunión o una entrevista. El 28 de julio, don 'Teodoro escuchó la llamada postrera de Dios, y respondió como siempre, con admirable naturalidad sin molestar a nadie. Esta vez era la invitación a la definitiva aventura de entrar en la casa del Padre y comenzar a gozar de las alegrías de la vida eterna. (José Orlandis).
 
 


 
 
LA FUERZA DE CRISTO (Traducción):
 
 
Cuando ya pensaba que Dios no me oía, me llamó por mi nombre y me dijo: "Estoy aquí. Ya sé que a veces la vida parece dura y que te encuentras muy sola, pero yo siempre he estado contigo. No intentes que te explique porque sufres tanto, piensa que tu vida no será así para siempre. Fíate de mi Palabra, ten un poco de fe, y yo te quitaré todos tus dolores."

Cuando pensamos que Dios nos ha olvidado, es que nos quiere enseñar lo fuertes que podemos ser. El dolor que sufrimos será un día nuestro testigo de que Dios nos ha salvado por lo que hemos llorado. Mientras nos preguntamos porqué es tan cruel, Él renueva nuestra alma con su amor. Transforma la pena en sonrisa, la muerte en vida y el futuro, que parecía oscuro, se llena de luz. Cuando vivir se me hizo insoportable, llegó Dios y me abrió las puertas de la Vida.

Janine, 16 años (Suráfrica)
 


 
  
Strength in Christ
Just when I thought God lent a deaf ear he called my name and said, "Child, I am here. I know some times seem hard, and you feel so alone, but I have never left you all on your own. The pain you endure I cannot explain, but the life you live now, won't always be the same. Hold onto my Word with a small bit of faith, and I will deliver you from this one day."
  Just when we think God has left us alone, He shows us we are so very strong. The pain we endure, will we one day testify, of how God delivered us from the nights we cried. Just when we think God can be so cruel, He touches us and makes our spirit renewed. Frowns turn to smiles, death turns to life, future no longer dim, but so very bright. Just when I thought I couldn't live anymore, God stepped in, and opened Life's door. Smiles & Hugs, Janine.
 


 
JAVIER

E-Mail de Javier Mir, médico de 27 años de Barcelona

Os escribo a todos a la vez, pues no tengo mucho más tiempo. Ayer llegamos de Guatemala y mañana salimos para Venezuela. Sólo tengo tiempo de hacer la colada e ir al Banco, pues envié todas las facturas antes de salir a Guatemala y escribí en todos los sobres mi dirección así que me llegaron de nuevo a casa...
Parece mentira que sea capaz de enfrentarme a 200 pacientes en una semana y no pueda enviar cuatro facturas a la dirección correcta.

En fin, el viaje a Guatemala fue, una vez más, un éxito. En cuanto a lo más importante, logramos poner nuevas sonrisas en 90 niños. Estuvimos en lugares preciosos y también en un hospital a cargo de franciscanos donde la mayoría de los niños son abandonados por sus padres debido a sus anomalías congénitas.

Pensaba que lo había visto todo pero ese hospital nos dejó a todos con el corazón "partío". De los seis que fuimos, los dos que no eran médicos no pudieron acabar el recorrido, especialmente Ted, al que se lo tuvieron que llevar llorando desconsoladamente. La única razón por la que puedo entender que Dios permita que estas almas vaguen por el mundo sufriendo de esta manera es que quiere hacernos reaccionar a los demás, de otra manera no tiene ningún sentido.

El año que viene estamos pensando enviar allí una misión, pues entre las muchas anomalías congénitas, había muchos niños con fisuras y otras malformaciones que requieren cirugía para que puedan mejorar su calidad de vida, aunque sólo sea un poquito.

Cada viaje que hago ocurre algo que me sacude el corazón de tal manera que me hace plantearme muchas cosas, y esta vez lo ha reventado, pero ahora no es el momento de hablar de ello.
Debo volver al trabajo, ya me diréis cómo va todo.
Hasta la vista,
Javier M. Coll, M.D.
Program for Prevention of Cleft Lip and Palate/Craniofacial Anomalies
Dpt.of Orthodontics, Room 636,
University of the Pacific, School of Dentistry,
2155 Webster Street, San Francisco, CA 94115
Tel:(415)749-3335;Fax:(415)929-6549 Email:javiermir@ya
 


 
ENTREVISTA

«He reencontrado a Jesús»: La confesión de un director de cine

Alessandro D´Alatri cuenta el origen de su filme «Los jardines del Edén»

«Conocí a Jesús cuando era niño. Luego lo perdí por el camino pero al final lo he reencontrado», explica Alessandro D’Alatri, nacido en Roma en 1955, director del filme «Los jardines del Edén» («I Giardini dell’Eden»), centrado sobre la vida de Jesús antes de cumplir los treinta años, presentado con éxito en la anterior edición del Festival de Cine de Venecia.

«Estaba en Jerusalén --dice-- para presentar mi película «Senza pelle» («Sin piel»). Cuando entré en la basílica del Santo Sepulcro no pude evitar hacerme preguntas que, antes o después, todo católico se hace: ¿Pero quién es Jesús? ¿Qué puedo transmitir de Él a mis dos niñas pequeñas? Me di cuenta de que no sabía mucho, que mi conocimiento se reducía a pocas nociones elementales, el bautismo, la comunión, la Navidad... Experimenté rabia al darme cuenta de que nadie me había enseñado nada de Jesús. Cuando volví a Roma cogí la Biblia y empecé a leerla de corrido, desde el Antiguo Testamento a los Evangelios, a los Hechos de los Apóstoles: leía, subrayaba, escribía, decenas y decenas de apuntes».

--¿Y al fin qué es lo que encontró en esta azarosa búsqueda?

--Alessandro D’Alatri: Envidio mucho a quien dice tener una fe inquebrantable porque para mí, incluso encontrar a Jesús ha resultado un recorrido complejo. Pero digamos que de católico distraído he llegado a ser menos distraído. Desde entonces no he dejado de leer, aunque repito que no soy un teólogo, soy un director de cine.

--¿Y qué quiere decir para un director de cine creer en Jesús?

--Alessandro D’Alatri: Hacer que la espiritualidad entre en las obras que realiza.

En la práctica?

--Alessandro D’Alatri: Introducir en mis filmes aquellos valores que tienen las propias raíces directamente en Dios mismo.

--¿Es posible hacer algo así?

--Alessandro D’Alatri: No es imposible, pues en el fondo es lo que la gente busca y quiere. Al participar durante meses en la proyección de mi película sobre Jesús en diferentes ciudades, he tenido la posibilidad de conocer una realidad que se me había escapado completamente, la de las parroquias, que son realidades fundamentales dentro de sus barrios. Allí, en las parroquias, en las salas diocesanas, he encontrado a personas fantásticas que todavía hoy me escriben: «Ver su película me ha hecho venir el deseo de releer el Evangelio, de saber más de Jesús». ¿Qué me importa si el filme no ha sido campeón de taquilla? ¿Puede una sociedad basarse sólo en la lógica del beneficio de los números?

--Y sin embargo, usted ha dicho que hoy a nadie le importa ya Jesús.

--Alessandro D’Alatri: Es verdad, lo he dicho. Aunque luego, cuando he empezado a leer la Biblia y los Evangelios, he tenido también la prueba de lo contrario. Mucho amigos, sabiendo lo que estaba estudiando, me invitaban a cenar a cambio de que yo les contase de mí, querían saber qué me había sucedido. Eran personas más distraídas que yo, y sin embargo Jesús les interesaba, estaban fascinadas. Pero entonces, me dije, si hay todo este interés tratemos de contarlo. El simple ejercicio de «entrar» en el Evangelio me da una fuerza enorme: no leerlo y ponerlo en la librería, sino leerlo y cerrar los ojos, reflexionar sobre lo que me está diciendo en ese momento. Para estudiar a Jesús he pasado a través de San Pablo, que no conocía para nada, más bien me era un poco antipático. Y en cambio...

--¿Tiene una parábola evangélica preferida?

--Alessandro D’Alatri: Me gustan todas. Me parece que después de dos mil años son todavía actualísimas. Y sin embargo ¿cuántos las leen diariamente? Mi mujer es alemana, de origen protestante. Cada año por Navidad vamos a casa de sus padres en Alemania: mi suegro, la Nochebuena, como en todas las familias alemanas, escoge una pasaje del Evangelio y lo lee ante los familiares reunidos. Entre nosotros, no sucede esto, la Navidad es sobre todo un hecho consumista.

--No se puede generalizar. También en muchas familias católicas se lee el Evangelio y se dan gracias al Padre Eterno antes de empezar a cenar. ¿Usted reza?

--Alessandro D’Alatri: Si pienso en la oración en sentido «clásico», nunca; si pienso en la oración de gran fantasía, a menudo. Mientras rodaba «Los jardines del Edén», he sentido a Jesús muy cerca de mí, he sentido su persona. Y cuando lo comprendí, sentí la necesidad de descubrir el «antes» de El.

--¿Qué quiere decir?

--Alessandro D’Alatri: Me refiero a Moisés, por ejemplo. Es el personaje de la Biblia que más amo, por su coraje. Era un imperfecto, un pobre analfabeto que --¿cuántos los saben?-- tartamudeaba. Y sin embargo ha logrado salvar a un pueblo. Nosotros hoy casi tenemos miedo de rezar. ¿Ha visto alguna vez a los musulmanes? Muchos comparsas y técnicos de la película eran musulmanes: de vez en cuando cogían su alfombrilla y se iban aparte a dialogar con su Dios, sin aquella vergüenza o aquél pudor que tenemos nosotros.

--Tampoco en esto se puede generalizar. Hay personas que pasan la vida rezando, sin vergüenza, más bien con mucha alegría. Pero vayamos a la verdadera pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

--Alessandro D’Alatri: Jesús, en su grandeza, respondió a la pregunta con otra pregunta: probad a decirlo vosotros quién soy yo, pero decidlo a vosotros mismos, no a mí. Nosotros tenemos un gran regalo, que las otras religiones no tienen, y es la posibilidad de hablar de tú a tú con Dios. Me refiero, por ejemplo, a la confesión. Estoy trabajando en un filme con el título «La absolución». Pero prefiero no hablar ahora, es todavía pronto.

ZENIT 00121903 ROMA, 19 dic
 


 
 
¿POR QUÉ ME HICE VOLUNTARIO?

“Cuando era pequeño, muchos sábados por la mañana venía a mi casa una gitana (Lola) a la que atendía mi madre. Venía con sus cinco hijos (llegó a tener trece) y mi madre los metía a todos en la ducha y los lavaba de arriba abajo. Ellos se quedaban muy a gusto cuando se sentían limpios. Luego les daba Cola-cao con galletas (les encantaba) y, mientras jugaban con mis hermanos y conmigo (somos seis), mi madre hablaba con Lola. Mis padres han estado siempre metidos en estas “historias” sociales, han sido catequistas..., y gracias a su ejemplo comenzó mi interés por los asuntos sociales. Luego he seguido en estos ambientes de campamentos, gitanos, asilos, gracias al voluntariado del Centro Universitario Ariany”.

El testimonio de Santi me impresionó. He llegado a la conclusión de que cada voluntario tiene unas razones y motivaciones, muy distintas unos de otros. Como ha escrito José Antonio Marina, nunca podemos estar seguros de lo que una persona ve. Aunque sigamos con atención su mirada, no podemos adivinar el paisaje que está viendo ya que la percepción de cada uno es filtrada por el valor y el significado que eso tiene para él.

Hoy hace once años que la ONU declaró el cinco de Diciembre como Día Internacional del Voluntario. El fenómeno del voluntariado representa, sin duda, una de las realidades más significativas de la sociedad civil de finales del siglo XX. A pesar de los grandes progresos y avances de nuestra era, millones de personas en todo el mundo sufren la miseria, la marginación, la guerra, los malos tratos... Pero también son muchos los miles, millones de personas que, en el mundo actual, dedican su precioso, impagable tiempo, de forma voluntaria, al servicio de los demás.

En los años que llevo trabajando en Palma como subdirector del Centro Universitario Ariany he conocido voluntarios de muy distintos pelajes pero con un denominador común: ser para los demás. Ariany es una asociación de inspiración cristiana ya que muchos de sus voluntarios son de la Prelatura Opus Dei. Sin embargo en estos años he ido comprobando –con alegría- cómo esto del voluntariado no conoce límites de credos ni filosofías. Ahí van, al azar, algunos botones de muestra:

Tomeu: “Me lo paso bien, ésa es la verdad. Ves la carencia de afectos de esos niños y te enganchas a esa droga del cariño. Me siento útil y eso me cura de muchas tonterías. No me considero un santo ni un héroe, lo hago porque disfruto. Estoy toda la semana deseando que llegue el domingo para ir con mis niños”.

Julián: “Voy a un poblado gitano -Son Banya- que parece un campo de refugiados de Ruanda... ¡y está a diez minutos de mi casa! Es lo mínimo que puedo hacer. Más que el Tercer Mundo me preocupa el drama del Cuarto. Esos niños viven hacinados, llenos de porquería, abandonados, rodeados de ratas... Y no exagero. El que no me crea que salga de su vivienda estable y confortable y se venga con nosotros”.

Jaume: “Yo fui objetor de conciencia porque quería librarme de la mili. Quería ganar tiempo para mis estudios. Era un “voluntario forzoso” que pensaba escaquearme todo lo posible. Me metí en la Cruz Roja para atender ancianos solos o no autosuficientes. Aquello fue mi perdición. Mi “mili” me va a durar toda la vida, hasta que me echen de Ariany”.

Antonio: “Yo empecé por razones religiosas. Ni de broma me hubiera metido en estos líos si no es por que un cura me animó a complicarme la vida. Ahora se lo agradezco y mucho, pero he de decir que ese motivo sigue siendo uno de los principales. Porque, no nos engañemos, dedicar el tiempo libre a los demás cansa, y semana tras semana, con lluvia y con sol, con exámenes encima o sin ellos, o lo haces por valores más altos, o desistes. De hecho, es fácil encontrar voluntarios para cosas esporádicas: operaciones Kilo, Campos de trabajo Internacionales, Campañas de juguetes en Navidad..., pero que sean constantes a lo largo del año, ya cuesta más”.

Kiko: “Hace años fui con Ariany a un campo de trabajo en Portugal. Yo trabajaba con niños casi vegetales. Tenían una edad indefinida e indescifrable, con malformaciones congénitas e incurables, los pulmones enfermos, las extremidades desproporcionadamente delgadas... Daba la comida a una ciega e inválida, pero encantadora. Tenía dificultad en tragar y podíamos tardar dos horas en acabar. Después de eso, ya nada podía ser igual. Me vine moldeado como la arcilla por ellos. Como siempre pasa en estas cosas, aprendí más que de lo que fui a dar”.

Luis: “¿Que por qué me hice voluntario? Porque creo que tienen razón dos santos que en esto de la pobreza tienen muchos doctorados. Una es la recién fallecida Teresa de Calcuta, cuando en un viaje por un país europeo de los más avanzados declaró: “He ido esta tarde por vuestras calles, he entrado en vuestras casas y he encontrado una pobreza mayor que en la India. La pobreza del alma, la pobreza del amor “. El otro es un sacerdote que ha promovido instituciones sociales en cincuenta países del mundo: Josemaría Escrivá de Balaguer. En un libro llamado Forja, escribió: “Tú, por tu condición de cristiano, no puedes vivir de espaldas a ninguna inquietud a ninguna necesidad de tus hermanos los hombres”. Creo que a todos nos compete mitigar tanta pobreza.”
Podría seguir, pero me alargaría demasiado. Las grandes palabras y las grandes ideas son inútiles si no representan un estímulo para empeñarnos en la solución, en lo concreto que está a nuestro alrededor. El objetivo del voluntario no es teorizar desde un despacho ni sacar grandilocuentes conclusiones sociológicas sobre los desastres de mundo. Su finalidad es mejorar el proyecto vital poco esperanzador de algunas personas. Para eso no hace falta buscar mucho. Hay que engancharse al primer tren de solidaridad que pase a nuestro lado y... empezar. Nunca es tarde: cualquier mañana o tarde o noche es buena. Quizá hoy mismo. ¿Por qué no?

VICENTE C. M.
 


 
SIEMPRE HAY LUZ EN MEDIO DEL TÚNEL
 
 Es un día de Octubre, cualquier día, en una ciudad del norte. Miro por el balcón y veo el paisaje: tonos desde el amarillo al ocre más intenso: castaños indios, chopos dorados, plataneros. El día es gris, amenaza lluvia. Veo en su ir y venir a estudiantes, profesores, gente en general. Como si de dos mundos se tratase, el suyo (el de fuera), y el mío  (dentro). Llega la enfermera, amable, cariñosa, a ponerme el gotero con la quimio, así durante tres días cada mes. Me da la vida, y a la vez, me mata. ¡Dios! ¡Qué miedo! ¿Qué pasará esta vez? Mis sentimientos, fuertes, que te desgarran el alma, están encontrados: miedo atroz, oscuridad que te paraliza: no sé por dónde seguir!, pero a la vez... a la vez una luz pequeña en medio del túnel, casi imperceptible, si no te fijas, pero a la que acabas observando, contemplando, abrazando y haciéndola tuya. Me dice en mi interior que no hay caos total, oscuridad absoluta. Que tengo un referente, Y va poco a poco haciéndose más grande, más dorada, va iluminando mis espacios interiores y va dando sentido y sabor, áspero, fuerte, a toda esta realidad del dolor, la enfermedad y la muerte. Y me lleva a pensar que no puedo quedarme a solas con mis propias circunstancias, pues no soy sola en el mundo, sino que tengo a mucha gente tras el umbral, sufriendo más que yo; que es importante que lo haga, que es mucho lo que puede cambiar a través del dolor. Me siento como recibiendo un bautismo de fuego que me hace renacer, cambiar mis puntos de vista, antes tan interesantes pero ¡tan teóricos.... tan literales!; ahora tan sencillos, tan esenciales... me sobran la mayoría de los pensamientos anteriores; me quedo con muy poca cosa: Que cada día es un don, que no me preocupe por mañana, que llene cada jornada de alegría y de esperanza. Y que sonría, aunque me cueste. Que mi gente, a la que adoro, es parte de mí y yo soy parte de ellos y me quieren y me ayudan y me mandan fuerza a través de su cariño y de su oración para seguir luchando, a pesar de mi flojera, de mi debilidad, de mi ser-poca-cosa. Y me siento feliz. Sí, ¡feliz! Aunque esté en el túnel, aunque sufra, aunque el fin no se vea. Y sé que puedo hacer feliz a mucha gente que sufre más que yo aún, igual porque se lo inventa, pero eso le hace sufrir. Y ahora sé que el Amor da sentido a toda mi vida, que es más fuerte que la muerte. Y desde este rincón, con mis goteros, con mi cáncer, la vida se me aparece como plenitud, si yo quiero recibirla y forjarla como tal. Y sé que debajo de las nubes, siempre luce el sol.
 


 
HÉROES DE LAS COSAS PEQUEÑAS
 
¿Quién no ha soñado alguna vez con ser héroe de su propia novela? Yo, como todos, también tuve mis aspiraciones. Y también como la mayoría, fui bajando el listón en el día a día, hasta llegar casi a conformarme con vivir las “heroicidades” del celuloide, con contemplar el mundo desde el cristal y, eso sí, quejarme hasta la saciedad de lo que no iba bien. que prácticamente era todo.
Y entonces llegó una persona amiga, esos tesoros que hoy andan tan devaluados; una persona de esas que por coincidencia siempre pasan por tu lado cuando necesitas a alguien, que tienen para tí todo el tiempo del mund, o por lo menos te convencen de ello, aunque en realidad luego nunca paran; una de esas personas que se visten la sonrisa al levantarse, generalmente pronto, y aunque sea por detrás de unas ojeras siempre les brilla hasta la noche, muchas veces tarde.

Y esa persona amiga, me llevó a un mar sin orillas. Me descubrió la maravillosa aventura de ser joven y ejercer, de ser héroe (heroína) en las escaramuzas cotidianas, día tras día, sabiendo sacar la pata las mil veces al día que la metamos y volviendo a empezar sin más complicaciones. Me enseñó que era posible comerse el mundo, pero a migajas. Con esas sonrisas, que sin darnos cuenta van calando en el ánimo de los demás; con esos pequeños favores, que a veces pensamos que nadie nota; con esos minutos quitados al sofá para escuchar a un amigo que sufre una escaramuza; con esa clase un poco más aprovechada que la anterior; con ese fastidio contenido que nadie nota cuando nos ha fallado un plan; con ese perdón que pedimos cuando nos hemos portado mal; con esos detalles bien cuidados en el trabajo, que son la firma de nuestra ilusión profesional. Y, lo más fantástico: héroes de éstos, hay a cientos en las aulas, en Barcelona, en el mundo. Y miles de ellos que todavía no lo saben. El Beato José María Escrivá de Balaguer nos dejó marcado con sus propias pisadas todo este camino por recorrer. Redescubrir en definitiva que el heroísmo, nuestro heroísmo, está en el amor que podemos poner en las pequeñas cosas cotidianas.
 
¿Quién no ha pensado alguna vez que podría ser héroe? Gracias, Padre.
 


 
 
A FONDO
 
El otro día presencié por televisión una entrevista que un famoso presentador realizaba a otro famoso personaje de la vida pública. Fue una entrevista “a fondo”, de esas en que el entrevistador va acorralando al entrevistado y le va sonsacando toda su vida y milagros desde su más tierna infancia.
 
Poco a poco iban planteándose las preguntas y respuestas sobre los temas más profundos del hombre: “¿eres creyente? ¿qué lugar ocupa Dios en tu vida? ¿crees en otra vida después de ésta?”, etc. Es decir, las típicas preguntas y las típicas respuestas cuando se tratan de estos temas.
 
En esos momentos trascendentales de la entrevista me imaginé que por un momento era yo ese famoso personaje de la vida pública al que entrevistaban, y que era yo el que debía responder a esas mismas preguntas -primeras y últimas- en la vida de todo hombre. Y ocurrió que me quedé en blanco y cortado ante la pregunta del entrevistador: “¿hay algo que debería haber hecho en esta vida y no lo hizo?” (algo parecido a lo de “lo que pudo haber sido y no fue”). E imaginé que no respondí con la verdad, que “me fui por las ramas”, agobiado pensando en que se me notaría que estaba como inquieto ante esa pregunta. Inquieto porque sí sabía lo que Dios me había pedido en esta vida: que le diera la vida entera. Más en concreto: que hubiese sido Sacerdote; e imaginé que no había sabido corresponderle como Él había querido; que había dedicado toda mi vida a una actividad muy noble, pero no la que Él había pensado para mí.

Llevo casi cuatro años en el Seminario preparándome para ser sacerdote de Jesucristo. No sé como agradecerle al Señor todo lo que hace por mi. Y qué poco es una vida para corresponderle!
 
J.M.P.