Soy Gerald Daly, un marxista militante que descubrió a Jesucristo

 

 Gerald Daly. http://www.ccr.org.uk 05/02/2004

 

Gerald Daly, que actualmente es el administrador de Allen Hall, el seminario diocesano de Westminster, fue durante muchos años ateo y un marxista convencido. A continuación, comparte en primera persona su historia de fe, y su encuentro con Cristo. [Testimonio publicado originalmente en GoodNews Online (http://www.ccr.org.uk). Traducido para E-Cristians por EuLalos Traduccions (www.eulalos.com)]

Nací en los años 50, en el East End de Londres, en una típica familia irlandesa. Mi madre era una católica muy devota, y mi padre era practicante, pero su gran pasión era la política. Era un sindicalista activo y consejero del sindicato, con lo que en casa siempre se hablaba de política. Yo era el mayor de cuatro chicos y a mi madre, como a muchas en esa época, le habría encantado que yo me hiciera sacerdote, pero a medida que iba creciendo empecé a dudar de la fe. Encontraba aburrida la Misa, y aunque fuera a una escuela católica, la mayoría de mis amigos no eran católicos, y yo veía todo ese tema de la Misa como una imposición, de la que quería librarme a toda costa.

Eran los 60, como jóvenes que éramos, nos lo cuestionábamos todo, la política, la religión, la moral. Queríamos ser libres y no estar atados por lo convencional. Cuando tenía 17 años, mi novia Helen se quedó embarazada, así que en lugar de seguir con mis estudios, tuve que ponerme a trabajar. Quizás habría preferido no casarme, pero veía como esa situación estaba destrozando a mi madre, así que de hecho, si acabamos casándonos cuando yo tenía 19 años, fue para que ella estuviera contenta. Sin embargo, más tarde me enteré de que en realidad, Helen siempre había querido casarse y sólo hacía ver que le daba igual, porque en esa época se consideraba que casarse era para carrozas.

A los 22 años conseguí una plaza como estudiante adulto en la universidad de Lampeter, donde estudié Filosofía. En esa época nació también nuestra segunda hija, fueron unos tres años fabulosos. Vivir en los años 60 era emocionante. Creíamos sinceramente que éramos parte de una época en movimiento que iba a cambiar la sociedad para mejor; la universidad era un semillero del radicalismo estudiantil. Todo rastro de fe católica que me pudiera quedar desapareció, por los estudios de filosofía y por la gente que conocí. Todo el departamento de filosofía, y de hecho la mayoría de departamentos de ciencias sociales del país estaban dominados por el marxismo. Es más, ni siquiera se podía sobrevivir defendiendo otras ideas, lo cual no era mi caso.

En ese momento me involucré en el IMG (Grupo Marxista Internacional). Tenía mucho prestigio pertenecer ese grupo, a la vez que ofrecía asimismo una cierta imagen de peligro, lo cual me iba como anillo al dedo. Las reuniones se alargaban hasta altas horas de la madrugada, y se discutía mucho sobre como cambiaríamos el mundo. El líder del IMG era Tariq Ali, una figura muy carismática en esa época. Después de la universidad conseguí un trabajo en el gobierno local, donde muchos de los que estábamos en la izquierda habíamos encontrado trabajo. Sentíamos que ahí teníamos posibilidades reales de poner en práctica la revolución, y nos considerábamos vehículos para el cambio social. Para ser sincero, no teníamos ningún modelo real por el que el que trabajáramos. Tan solo era el sueño vago de un futuro socialista, que en realidad no habíamos analizado a fondo, pero sí que teníamos muchos debates en el pub, íbamos a muchas manifestaciones y acudíamos a las reuniones de los sindicatos. También nos habíamos infiltrado en el Partido Laborista, y buscábamos la forma de controlarlo.

Y en ese sentido avanzó mi vida durante aproximadamente una década. Incluso cuando Margaret Thatcher subió al poder no cambiaron mucho las cosas. La muerte verdadera de la izquierda se anunció con la caída del muro de Berlín y el colapso del comunismo en el bloque soviético, seguido por el surgimiento de Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Aunque éramos conscientes de que la Unión Soviética no era un modelo perfecto de estado socialista, al menos existía, y contenía algunos de los elementos esenciales por los que luchábamos. Sin embargo, el hecho de que 500 millones de personas rechazasen lo que constituía la base de nuestras creencias nos hizo perder confianza, y se produjo un colapso masivo en el seno de la izquierda. Yo seguí ahí durante un tiempo, intentando buscarle el sentido a lo que estaba ocurriendo, pero era muy difícil. Pasamos de la certidumbre absoluta sobre el desarrollo histórico de la sociedad a un estado de confusión.

En esa época yo ya tenía treinta y muchos, y mis tres hijos iban creciendo. Aunque yo fuera ateo y mi mujer no fuera católica, ella se había tomado el compromiso matrimonial de educar a nuestros hijos en la fe católica muy en serio, y los había enviado a escuelas católicas, aunque evidentemente en casa no fomentábamos precisamente la fe. Así que nos sorprendió bastante cuando Kerry, mi hija mayor, empezó a salir con Andrew, que era católico practicante, incluso empezó a ir a Misa con él. Y fue a través de este joven que Cristo empezó a entrar de nuevo en nuestro hogar, después de 20 años, sin que casi me diera cuenta de ello. Creo que sólo su presencia física provocó un desencadenante emocional que me devolvía a mi pasado católico. Todo ello tomó más forma cuando hicimos un viaje familiar a Grecia todos juntos, y también vino Andrew. Una noche, mientras cenábamos en una taberna, sentados a la orilla del mar, Andrew y yo empezamos una discusión sobre la fe religiosa. No recuerdo como empezó, pero me parece que yo simplemente debía quererme lucir un poco. Él era un joven con una fe bastante sencilla, y yo, con mi formación filosófica y mi experiencia de la vida, no tuve ningún reparo en humillarle a él y sus creencias.

Me olvidé de ese incidente, y el tema quedó ahí. Pero al cabo de dos días, salí por mi cuenta para subir a un monte de los alrededores, que tenía un monasterio en la cima, donde había como una capilla dedicada a la Virgen. No recuerdo haber rezado ahí, pero sí me detuve durante un rato, mientras me miraba una monjita. Después volví a la playa y empecé a leer un libro que llevaba en la mochila sobre la historia de los Balcanes. De repente llegué a una parte del libro sumamente perturbadora, que relataba la matanza de 30.000 cristianos a manos de los turcos. La horrible maldad del acto me sacudió. Empecé a sentirme muy extraño, y sentí como a través mío pasaba un sentimiento abrumador de inutilidad. Me dio bastante miedo. Eché la vista atrás hacia mi vida pasada, y el poco sentido que había tenido. Y todo ello para qué, me pregunté.

De lo que pasó inmediatamente después, sólo recuerdo perder la visión. No sé cuánto duró - podrían haber sido unos segundos o unos minutos -, pero de repente sentí la presencia de Cristo. Era extraño, pero al instante supe quien estaba ahí, quien estaba a mi lado dejándose conocer. No vi nada, pero el Espíritu Santo se estaba comunicando conmigo a través de un sentido interior que no podía entender. Todo giraba en torno al amor, y sin palabras, se me presentaba el amor como aquello que mantenía unido el universo, y ahí yacía el sentido de la vida. También sabía que la fuente de este amor era Cristo. Cuando me di la vuelta, me encontraba en un profundo estado de shock. Sabía que de alguna manera, Cristo había venido a mí, pero mi cabeza quería rechazar esa idea. Después de todo, había sido ateo durante 20 años, y esa era la base de un acercamiento intelectual y profano profundamente enraizado que no era tan fácil de soltar. Dudé de si había sido una alucinación, o si estaba pasando por algún tipo de crisis, o si tenía algo que ver con el estrés. Pero no podía dejar de pensar en esa experiencia. No me atreví a contársela a nadie, para que no creyeran que me había vuelto loco. Sin embargo, durante los siguientes meses seguí dándole vueltas intentando encontrarle una explicación humana. Soy una persona muy lógica y racional, pero al final tuve que llegar a la conclusión de que lo que me había pasado era real, y que lo sobrenatural existía, aunque no estaba muy seguro de qué debía hacer al respecto.

Recuerdo que, algún tiempo después, era la mañana del día de Navidad, me estaba haciendo una taza de café y de repente sentí la convicción de que debía ir a Misa. Estoy seguro de que fue inspiración del Espíritu Santo. Mi mujer estaba alucinada, ya que no tenía ni idea de las luchas interiores por las que había pasado. No se lo había comentado a nadie, porque me preocupaba el hecho de poder ser satirizado de la misma forma en que yo lo había hecho con otros.

Llegar a Misa fue un momento de mucha emoción para mí. Todo era muy diferente a como yo lo recordaba. Para empezar, la Misa era en inglés, y no conocía las respuestas. Era un sacerdote nigeriano el que estaba celebrando. Siempre recordaré el momento en que se levantó para leer el Evangelio. No podía oír ni una sola palabra de lo que decía, sólo oía el fluir del agua, que brotaba de él y fluía a través de mí. Rompí a llorar desconsoladamente, porque entendí que ahí es donde yo pertenecía. Supe que había vuelto a casa. A mi mujer le afectó todo eso, y creyó que había tenido una crisis. De hecho, pasamos por una época muy difícil por causa de ello, pero de una forma extraña, el lado sacramental de mi matrimonio era más fuerte que antes. Se había enriquecido y vuelto más profundo de una forma totalmente distinta. Kerry acabó casándose con Andrew. Ahora tiene dos hijos, y se ha convertido en una católica muy comprometida. Ha sido una gran bendición para mí.

He tenido mis altibajos en estos últimos 13 años. Ha sido difícil poner en práctica mi fe de la forma que hubiera querido, sobre todo en el trabajo. Yo trabajaba de consejero político, para concejales del gobierno local, y en gran parte este trabajo consistía en encontrar maneras de destruir la reputación de tus oponentes, para promocionar a tu candidato. A veces me pedían que hiciera y dijera cosas que, como cristiano, creía que no eran correctas moralmente, pero se daba por supuesto que esas tareas eran parte del trabajo, así que me resultaba difícil saber qué debía hacer. Hice todo lo que pude para no transigir, pero no lo conseguí del todo. Me encontraba con que cada vez me resultaba más complicado el contraste entre lo que creía y lo que se me pedía hacer. La situación llegó a un punto en el que ya no podía seguir trabajando ahí, pero no estaba seguro de lo que haría. Y un día, por casualidad, vi un anuncio de trabajo en el CATHOLIC HERALD donde buscaban a alguien para administrar el Allen Hall, el seminario diocesano de Westminster. Era un gran recorte de salario, y afectaría gravemente mi pensión, pero en cuanto lo vi me di cuenta de que era el trabajo que Dios quería para mí.

El trabajo que desempeño aquí es un reto, pero en otro sentido. Hay que ser muy flexible y tener la capacidad de saltar continuamente de un tema a cualquier otro tipo de cometido. Siempre he sido muy autosuficiente, y creía que todo dependía de mí, pero cada vez me doy más cuenta de que se trata de confiar en Dios y trabajar con Él, porque Él puede más de lo que nos podemos imaginar. Muy lejos de ver la vida como un sinsentido, como tuve la tentación de pensar hace tantos años en esa playa griega, ahora la vida se ha convertido en una increíble aventura para mí. Demos gracias a Dios.

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