Tomado de e-cristians.net. 02/10/2003

Publicamos íntegramente la carta que Rosa Deulofeu, delegada diocesana de Pastoral de Juventud de Barcelona, escribió a todos lo que se han interesado por su salud. Con un cáncer diagnosticado en mayo, agradece las oraciones y ofrece el sufrimiento provocado por su enfermedad "sobre todo por la Iglesia diocesana".

Permitidme, en primer lugar, daros las gracias por vuestro apoyo, vuestro constante recuerdo y oración y vuestro gran amor. Mi deseo habría sido poder contestaros personalmente, uno a uno, pero la verdad es que me cuesta y lo que no quiero es no deciros nada. Por eso os envío esta carta para todos.

Han pasado ya tres meses largos desde que recibí el diagnóstico y no puedo engañaros. Esto es duro: una parada tan fuerte, un saber que estás enfermo y aceptarlo, sentirte tan flojo, que por nada me canso, me cuesta respirar, un aceptar que el tratamiento todavía te deja más fastidiado, un saber que es un camino largo... Nunca como ahora sé lo que quiere decir estar en manos de Dios. Por eso, en estos momentos, hay fragmentos de las Escrituras que tienen un especial eco para mí. Me gustaría compartir algunos con vosotros:

Sed valientes y decididos, no tengáis miedo, no os acobardéis, el Señor, tu Dios, te acompañará, no te dejará, no te abandonará (Dt 31).

Quiero ser valiente, no por mis esfuerzos, porque yo no soy valiente, sino porque tengo la certeza de que Él está en mí, Él no me abandonará en lo que me tocará vivir, que ciertamente no sé qué será.

El Señor te guiará y te acompañará, no te dejará ni te abandonará; no tengas miedo, no te acobardes (Dt 31).

Por lo tanto, todo un primer trabajo es éste, no tener miedo, no acobardarme, confiar plenamente en el Señor, y esto es lo que más me lleva a la oración. Pero tampoco sería sincera si no reconociese que hay momentos en los que cuesta vivir, sentir esta compañía, y exclamo: "Señor, todavía más dificultad, ¿dónde estás?". ¡No me dejes! Te necesito. Por eso me doy cuenta de que, junto con la confianza, está la aceptación, saber ir aceptando lo que va viniendo con serenidad y esperanza, pero en esta aceptación ahora descubro un nuevo contenido:

Aceptad mi yugo y haceos discípulos míos, que yo soy benévolo y humilde de corazón (Mt 11, 29a).

No es sólo aceptar la enfermedad. Es vivirla en profunda comunión con Cristo y llena de misión, ahora más que nunca tengo que hacerme discípula de Él y, en el no hacer, responder; y en este responder, está el vivir el sufrimiento, la incertidumbre, el miedo, la impotencia..., ofreciéndolo, en primer lugar por nuestra Iglesia diocesana, en segundo lugar por el sufrimiento que hay en estos momentos en el mundo, y es evidente que lo ofreces, también, por personas concretas. Y me doy cuenta de que este ofrecimiento es oración, la oración a partir de la vida. A veces me cuesta, no tengo fuerza y/o ánimo. Por eso quiero deciros y agradeceros todo lo que me decís en vuestras cartas. No me dejáis sola en este "no puedo": ¡gracias!

Ciertamente que ahora sí que vivo un aprender a vivir la humildad del discípulo. Todo ello es una buena lección para aprender a no llevar las riendas de mi vida y adquiere más significación el lema de la reunión juvenil catalana del Aplec de l'Esperit de hace unos años: "¡Déjale actuar! El Espíritu está en Ti".

Y en esta reflexión, añadiría unos versículos de la carta de San Pablo a los Efesios (Ef 5,15-20):

No seáis como la gente que no sabe lo que hace, sino como gente de cordura, intentando aprovechar el bien del momento presente (...). Tratad de entender qué quiere de vosotros el Señor (...). ¡Dejad que os llene el Espíritu Santo!

Y pido al Señor que me ayude a saber vivirlo.

Deseo de todo corazón que la diócesis viva un buen inicio de curso, un inicio de curso lleno de bondad, de amor, de reconciliación, de coraje evangélico, de esperanza, de ilusión, de pasión por la evangelización..., lleno de la Palabra de Dios. Y repito, ¡gracias por tanto amor! Me siento muy amada por esta diócesis y doy gracias a Dios.