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Su pasado punk en la ''movida madrileña'' incluyó peleas con otras tribus. Hoy la crítica define sus ritmos como rock andaluz de raíces, con un estilo que recuerda a grupos como El Último de la Fila. La técnica y los arreglos son profesionalmente impecables. Don José, párroco de la diócesis de Toledo, reúne multitudes en España y en América Latina, vestido de riguroso negro y clergyman, con letras del Apocalipsis, el Cantar de los Cantares o el Evangelio. En concierto salta, gesticula y grita versículos poderosos. Lo hemos entrevistado en el Multifestival David de Huesca (www.multifestivaldavid.com)
-¿Cómo empezó tu vocación?
-Pues mi primera llamada fue cuando yo era niño. Mi párroco llamó a mi padre
comentando que yo quizá tenía vocación para cura. Mi padre respondió con una
grosería. No es que fuese mal padre, quería lo mejor para mí, pero como tantos
padres hacía planes para su hijo al margen de la voluntad de Dios. Y le pasó que
a los 18 años me fui de casa contra su voluntad y todo su proyecto de hijo se
vino abajo.
-¿Y a dónde fuiste?
- Me metí en la ''movida madrileña'', en los años de la transición, cuando en
España había una especie de sed de resarcirse de la dictadura y la represión. Yo
me negaba a estudiar, protestaba por todo. Y nos usaron como conejillos de
indias. ¡Hacer la noche! Hoy todo el mundo ''hace la noche'' pero en aquella
época sólo ''las del oficio'' y los maleantes. Mi planteamiento fue: ''en mi
casa, y mis profesores, me dicen que Dios no existe, ¿no? Pues voy a vivir en
consecuencia''. Si Dios no existe no hay un juicio, no hay un premio, no hay
castigo, no hay nadie que imponga unos valores, una ética ni una moral. Así que
yo puedo ser artífice de mi propia libertad, mi moralidad. Yo puedo ser dios
para mí mismo. Y veía que así me estaba destruyendo. Yo hacía lo que me daba la
gana. Vivía solo, nadie me vigilaba. Me busqué un trabajo para tener dinero. Si
no lo tenía, lo buscaba de otra manera. Esa libertad que tanto deseaba se
convertía para mí en un dragón que me iba devorando lentamente.
-Los jóvenes siempre dicen ''yo controlo'', ''yo controlo el dragón''. Pero
¿cómo viste que no controlabas?
-Lo veía cuando a las seis de la mañana llegaba a casa y me encontraba conmigo
mismo. La soledad me destrozaba. Mordía a veces la almohada de rabia. Siempre lo
mismo. Dormía unas horas y esperaba la noche otra vez para lo mismo. Y así un
día y otro y ¿hasta cuándo? Esa experiencia nadie me lo puede negar.
-¿Y qué pasó?
-Conocí a unos chavales de mi edad, de 22 años o así. Eran del Opus Dei. Para mí
el Opus Dei era una mafia, algo trasnochado, de gente fascista. Y sin embargo
toda la imagen que me habían dado de ellos se vino abajo por su trato personal:
eran chavales que me miraban de una manera distinta, me saludaban de una manera
distinta. Me empezaron a dar catequesis individual, charlas en los bares...
Insistían e insistían y me invitaron a rezar el rosario. Aún hoy a personas que
estoy convencido que no saben nada de rezar, les invito a rezar el rosario. Es
un arma infalible. Al principio no te atreves porque piensas ''se van a
aburrir''. Pero cuando se realiza, la gente no se queda indiferente.
Conocí a esta gente que me hablaba de Dios, del Cielo, y me dieron a conocer lo
que era el hombre. Que el hombre no es un consumidor, que no ha nacido para
hartarse de placeres y dejarse llevar por sus impulsos e instintos. Y me
presentaron un Jesucristo que me sedujo. Mi experiencia personal es que me ponía
delante del Sagrario y me pasaba tres horas o cuatro, sintiendo la presencia de
Jesucristo. Sin verlo, ni nada. Era una presencia tan fuerte, tan fuerte... la
experiencia más placentera que he tenido en mi vida. ¡Y placeres he probado unos
pocos!
Yo no me tengo por listo, pero tampoco por muy tonto. Por eso mucha gente cuando
pregunta: ''pero bueno, ¿cómo viviendo con la guitarra, con la música, en
aquella movida que todo era divertido... cómo has cambiado por esto otro?'' Pues
por eso, porque no soy del todo tonto, y voy buscando lo que más placer me
produce. Y si antes me lo pasaba muy bien, ahora sé que un hombre vale más que
el mundo entero, que por uno sólo Jesucristo habría dado la vida. Que por uno
Dios se rebaja y lo deja todo.
-¿Tu primera confesión?
-Fue llorando, no se me olvidará. Fue a raíz de una bronca entre los mods y los
punkis. Yo era rockero tirando a punki. Aquella noche no me mataron de milagro.
A las seis de la mañana me dieron el alta. Nadie me podía reconocer con el
rostro desfigurado. Pero estaba allí mi jefe y me decía: ''llevo tiempo
diciéndote que esta vida no es para ti. A ver si te convences y te confiesas y
te reconcilias con Dios y contigo mismo''. Me recomendó un sacerdote. Yo fui,
entré en el confesionario y cuando el cura me miró a los ojos me eché a llorar.
Notaba allí la presencia de Dios, un misterio, algo que trascendía mi
experiencia. Vomité todo lo que llevaba dentro. ''Soy un pecador'', me empecé a
dar cuenta. Me confesé absolutamente de todo lo que me acordaba...¡aunque luego
salieron más cosas!
Luego, en el primer año de seminario entré con un director espiritual que me
adjudicaron. Allí ya vomité lo que me quedaba, lo conté todo, absolutamente
todo. Estoy orgulloso de no haberme dejado absolutamente nada, de haberle dado
toda mi mugre a la Iglesia, a Jesucristo, decirle ''esto es lo que Te doy'' y a
cambio me sentí amado, comprendido, sin reproches, haciéndome ver el Señor, en
mis ratos ante el Sagrario, que mi vida valía, que era buena.
-¿Cómo fue tu vocación al sacerdocio?
- Pues fue como por sorpresa. Me vino un pensamiento: ''¿y si yo fuera cura, y
si yo fuera cura? ¿A los 26 años, yo a cura? Vamos, eso es de locos''. Yo hacía
cada día un recorrido por tren, y siempre levantaba la vista de manera distraída
en una estación que se llamaba ''Iglesia''. ¡Parecía una llamada! Y tenía un
deseo muy fuerte de ser sacerdote. Y llegué al seminario y lo primero que le
dije al rector fue: ''mire, a mi no me gustan los curas, pero yo quiero ser
cura. Tengo 26 años. Explíqueme qué me está pasando porque no quiero ni engañar
ni que me engañen''. Y me dio una charla, me explicó que yo sentía la llamada de
Dios en mi voluntad pero que hasta que el obispo no me impusiese las manos yo no
podría estar seguro. ''Entonces esto es una aventura'', le dije. ''Pues sí'',
dijo él. Estuve un año yendo a retiros y actividades y al año siguiente entré en
el seminario. He pasado muchas pruebas y dificultades, pero jamás he sido tan
feliz.
-¿Cómo se lo tomó la gente de tus anteriores ambientes?
-Desaparecí silenciosamente, excepto para la gente más íntima. Mi amigo Rafa
tocaba la guitarra solista. A veces se daba cabezazos contra la pared y me
decía: ''quisiera vivir lo que estás viviendo, pero no puedo, no puedo, y me
gustaría...'' Yo pedía por él, rezaba, le decía al Señor que se apareciera a él
como a mí... y tuve que romper porque él seguía con el viejo ritmo. Y mis amigos
a veces me tiraban de la mano para volver a lo de antes. Y a mí me salía una
fuerza muy grande, y ''que no, que no'', como si me diese asco la noche. Al
primer año de seminario me llamó su madre para decirme que Rafa se iba a casar
el sábado y el jueves (fiesta de Jesucristo Sumo Sacerdote) apareció muerto en
la bañera de su casa con 27 años.
- ¿Cómo decides incorporar la música a tu ministerio?
-Yo lo que quería era transmitir mi libertad interior, mi alegría enorme, y
decirle a la gente: ''ey, a vosotros os puede pasar lo mismo''. Vi que a los
chicos de catequesis les afectaba mucho lo que recibían con la música. Mucha
gente no se preocupa del tema, pero lo que les llega a los chavales por la
música les configura su personalidad, por lo menos les influye bastante. A mí el
pop y el rock en sí mismos no me parecen mal. Todo lo hizo Dios. Pero si se usa
para el mal... Otros lo habían hecho ya pero yo intento aportarle ese matiz
comercial. Intento conseguir que una canción hablando de Jesucristo y de las
Bienaventuranzas pueda bailarse en una discoteca, que invite al movimiento y a
la alegría. El pop y el rock, quieras que no, si estás caído de moral te anima.
Eso les gusta a los jóvenes. Combiné criterios del Evangelio, de vivencias de
los santos, con esta música...
Falta promoción. En las radios cogen mis canciones por la curiosidad, por la
novedad, pero no pueden mantenerlo mucho porque las radios están obligadas a
poner otros discos pactados con las discográficas. Yo he oído canciones mías en
programas de Heavy Metal a nivel nacional. Había uno que se llamaba ''Edición
Pirata'' que creo que ya no existe. Allí pusieron ''una canción del cura ese de
Toledo''. Y en Radio 3, alguna vez. Y en la discoteca de mi pueblo la ponen los
chicos. ¡Y yo no voy nunca a la discoteca! Y la escuchan y se dicen: ''a ver,
¿con éste cura qué pasa? Si fuese que le va la marcha estaría aquí con nosotros,
bebería, fumaría. No lo hace por la marcha, lo hace porque tiene celo por
nosotros, quiere entrar en nuestra vida''. Es testimonio de un celo por ellos
que el Señor me ha regalado y lo digo con modestia, porque es así.
-¿Y qué piensan los superiores y compañeros?
-Yo he hecho esto ya adulto, después de demostrar que he muerto a todo apego a
la música, la fama o el dinero, viviendo años quietecito, como ellos saben. Unos
sacerdotes me animaron. ''Venga, tú sabes y te salen enseguida canciones'' y
tal... Pedí permiso al obispo, y me lo dio por escrito, que adelante, que para
evangelizar lo que haga falta. Me han llamado de televisión a veces y mi obispo,
después de informarse del tipo de programa, me dice ''a éste no vayas'' y yo le
he obedecido siempre.
Cuando hacía lo que me daba la gana, fui muy desgraciado. Ahora que hago lo que
otro me manda, que es Dios a través de la Iglesia, soy muy feliz. Por eso la
obediencia para mí es la libertad. Obedezco porque soy libre y porque me da la
gana de obedecer. He dado mi voluntad, que la veo limitada. He conocido en mi
persona al hombre, no me fío de mi mismo. No tengo fuerza de voluntad. He estado
30 años fumando, y le pedí a Dios que me lo quitara porque eso era un dinero que
le estaba robando a los pobres y que perjudicaba mi cuerpo, que es un regalo de
Dios. Y el Señor me lo ha concedido. Igual en otros ámbitos, de sexualidad, por
ejemplo. La gente no se confiesa porque dice ''¿para qué, si voy a caer en lo
mismo?'', pero mi experiencia es que si se lo pido al Señor con perseverancia y
verdadero deseo el Señor me lo concede todo. Su poder me hace fuerte. Y la
obediencia va en esa línea.
-Si te llamaran unos obispos pidiéndote consejo para organizar una campaña de
''nueva evangelización'', ¿qué les aconsejarías?
-Yo lo que aconsejo es que se predique la verdad a tiempo y destiempo, sea como
sea. Y si hay que hacer el payaso, se hace. Pero predicar la verdad tal como
viene en el Evangelio y tal como la Iglesia es depositaria. El magisterio es
fundamental. La obediencia al obispo es básica, empezando porque los obispos
sean fieles al Magisterio de todos los tiempos. Que se predique la pobreza y las
Bienaventuranzas. He vivido siempre con deseo de ser rico y gracias a Dios me he
convencido que la pobreza hace más feliz que la riqueza.