«EL ANGEL RUBIO» DEL VOLEIBOL EN SILLA DE RUEDAS

Kirk Kilgour, campeón estadounidense, vuelve a vivir gracias a la fe

ROMA, 13 feb (ZENIT).- Kirk Kilgour, el campeón estadounidense de voleibol de los años setenta, lleva 24 años en una silla de ruedas. Desde entonces, no ha perdido el ánimo. «El ángel rubio» --como se le conocía por la altura de sus saltos y sus mechones-- no se ha resignado a vegetar en su casa de California de Westleke Village, cerca de Los Angeles, donde nació en 1947. Ha seguido trabajando y estudiando, interesándose por el mundo del voleibol, entrenando incluso a un equipo femenino.

Ha regresado a Italia, (en 1975 militó en el campeonato italiano de voleibol) para participar en el Jubileo de los enfermos. En la fiesta que clausuró el sábado pasado estos emocionantes días, «el ángel rubio» ofreció su testimonio ante 6 mil personas en la sala de audiencias generales del Vaticano. Recitó una poesía que compuso hace ya algunos años para narrar su drama, pero sobre todo la fuerza que le ha dado la fe: «Le pedí a Dios que me diera fuerzas para emprender proyectos grandiosos y me ha hecho débil para mantenerme en la humildad»

En estos días en Roma, se ha conmovido al recordar sus años de juventud deportiva profesional. «Antes todo dependía de mis capacidades físicas --dice--, ahora vivo gracias a la inteligencia, al alma. Yo amo la vida». Por eso su poesía continúa diciendo: «Le pedí a Dios que me diera la salud para realizar grandes empresas: y me ha dado el dolor para comprender mejor».

Kirk tenía un sueño y en estos días lo ha realizado: encontrarse con el Papa, «el auténtico líder del mundo». Ayer recitó la poesía y lo hizo en italiano, idioma que no ha perdido. «Le pedí a Dios todo para gozar de la vida y me ha dejado la vida para que pueda gozar de todo», continúa el poema.

El «ángel rubio» perdió las alas en 1976. En un encuentro amistoso, mientras se calentaba tras un interrupción causada a causa de una ruptura de la red, sufrió una inesperada caída. Desde entonces nunca más podría mover las piernas y los brazos. Fue el final de un sueño deportivo, pero también el inicio de una nueva vida vivida aún más a fondo.