«Tuve
hambre y me disteis de comer. .
Era
extranjero y me visitasteis.
Estaba
desnudo y me vestisteis.
Estaba
enfermo y me curasteis»
(Mt.
25, 35‑36).
Nuestra
misión se inspira
en
estas palabras de Jesús.
*
Nosotras no aceptamos nunca invitación alguna a comer fuera de casa.
¿Desean saber el porqué?
Aceptar tales invitaciones podría dar la impresión de que aceptamos una
remuneración por lo que hacemos, y nosotras lo hacemos todo gratuitamente.
Yo siempre digo: «Lo hacemos todo por Jesús y por amor de los pobres.»
Si sólo comemos en nuestras casas lo hacemos por respeto hacia
los pobres.
No aceptamos fuera ni un vaso de agua: ¡nada!
¿Que por qué?
No se requiere ninguna otra explicación: es nuestra manera de ser y
basta.
*
A quienes dicen admirar mi coraje tengo que decirles que carecería por completo
de él si no estuviese convencida de que cada vez que toco el cuerpo de un
leproso, el de alguien que despide un olor insoportable, estoy tocando el cuerpo
de Cristo, el mismo Cristo a quien recibo en la Eucaristía.
*
Para nosotras, la pobreza es liberación.
Es una libertad total.
Nada de lo que tenemos en cuanto Misioneras de la Caridad es propiedad
nuestra.
Todo lo tenemos en uso.
El sari que llevamos no es nuestro.
Lo tenemos en uso.
Las sandalias que calzamos no son nuestras.
Las tenemos en uso.
La pobreza es fuerza para nosotras y fuente de felicidad.
Quiero recordar en este momento el hermoso ejemplo de una joven de una
familia más que acomodada que me escribió: «Durante algunos años Jesús me
ha estado invitando a hacerme religiosa. Traté de descubrir dónde quería que
ingresase. Visité unos cuantos conventos, pero me percato de que tenían las
mismas cosas que yo tengo. De haber entrado en tales congregaciones, no habría
tenido que renunciar a nada.».
Está más que claro: la joven quería renunciar a todo.
Quería sentirse libre para servir mejor a Jesús en los pobres.
*
Estoy firmemente convencida de que cuando yo me vaya, si Dios encuentra a una
persona más ignorante e inútil que yo, llevará a cabo cosas mayores por su
medio, porque quien las hace es Él.
*
Yo soy un lápiz en manos de Dios.
Un trozo de lápiz con el cual Él escribe lo que quiere.
*
Ocurrió una vez, al poco de fundarse la congregación de los Hermanos
Misioneros de la Caridad, que un joven Hermano vino a decirme:
—Madre, yo tengo una vocación especial para trabajar con los leprosos.
Quiero entregar mi vida por ellos. Nada me atrae tanto como trabajar por
los enfermos de lepra.
Yo le contesté:
—Tengo la impresión de que se está equivocando usted, Hermano.
Nuestra vocación consiste en pertenecer a Jesús. El trabajo no es sino un
medio para expresar nuestro amor a Jesús. Esa es la razón de que lo importante
no sea el trabajo en sí mismo. Lo que importa es su pertenencia a Jesús.
Y Él es quien le brinda a usted los medios para expresarle esa
pertenencia.
*
La razón de por qué se me concedió el Premio Nobel de la Paz fueron los
pobres.
En todo caso, el Premio alcanzó más allá de las apariencias.
De hecho sirvió para despertar las conciencias en favor de todos los
pobres del mundo.
Se trocó en una especie de recordatorio de que los pobres son nuestros
hermanos y hermanas y de que tenemos el deber de tratarlos con amor.
*
Nosotras tenemos como finalidad específica ofrecer ayuda material y espiritual
a los más pobres entre los pobres, no sólo a los que viven en los suburbios
sino a cualquiera de los pobres que viven en cualquier rincón de la Tierra.
Para poder hacer esto, nos esforzamos por vivir el amor de Dios en la
oración y en nuestro trabajo, mediante una vida caracterizada por la sencillez
y la humildad enseñadas por el Evangelio.
Lo hacemos amando a Jesús en el pan de la Eucaristía y amándolo y
sirviéndolo oculto bajo el doloroso disfraz de los pobres más pobres, tanto si
se trata de pobreza material como espiritual.
Lo hacemos reconociendo en ellos (y restituyéndoles) la imagen y
semejanza de Dios.
*
Una de las manifestaciones de nuestra pobreza consiste en remendar lo mejor que
podemos nuestras ropas cuando nos damos cuenta de cualquier desgarrón.
Caminar por las calles o movernos por nuestras casas con desgarrones en
nuestros saris no es ningún signo de la virtud de la pobreza.
Suelo decir a las Hermanas:
—Nosotras no hacemos voto de la pobreza de los mendigos sino de la
pobreza de Cristo.
Por otra parte, jamás deberemos olvidar que nuestros cuerpos son templos
del Espíritu Santo.
Por esa razón deberemos respetarlos y llevar hábitos remendados
dignamente.
*
Las Misioneras de la Caridad estamos profundamente convencidas de que cada vez
que ofrecemos ayuda a los pobres, a quien en realidad ofrecemos esa ayuda es a
Cristo.
Procuramos hacer esto con alegría porque no podemos ir a Cristo, aun
bajo la imagen de los pobres, con caras largas.
Digo a menudo a las Hermanas que se acerquen a los pobres con alegría,
sabiendo que a ellos ya les sobran razones para sentirse tristes.
No hace falta que vayamos nosotros a recordarles y hacer más pesadas
tales razones.
Estamos comprometidas en dar de comer a Cristo, que tiene hambre; en
vestir a Cristo, que está desnudo; en ofrecer cobijo a Cristo, que carece de
alojamiento, y en hacer todo esto con la sonrisa en los labios y rebosantes de
alegría.
Es muy hermoso ver a nuestras Hermanas, muchas de ellas todavía muy jóvenes,
tan llenas de amor en el servicio de los pobres de Cristo.
*
Si nuestro trabajo se limitase a limpiar, dar de comer, dar medicinas a los
enfermos, hace ya tiempo que nuestros centros se habrían clausurado.
Lo más importante de nuestros centros es la oportunidad que se nos
brinda de llegar a las almas.
*
Más que dinero u ofertas materiales, prefiero que la gente nos eche una mano en
el servicio a los necesitados y les ofrezca su amor concreto, empezando por los
pobres de sus hogares y familias: por los que tienen más cerca.
*
Nuestra misión no consiste en llevar a cabo nuestro trabajo de asistencia a los
pobres más pobres en Nirmal Hriday o en Shishu Bhavan, o en
cualquiera de nuestros centros.
El trabajo no es más que un medio.
Nuestro objetivo es apagar la sed de almas que sufre Jesús.
*
Los pobres constituyen la razón de ser de nuestra congregación.
Si no hubiese pobres, estaríamos en el paro.
*
Lo que hacemos es apenas una gota en un océano.
Pero sin esa gota al océano le faltaría algo.
*
Un buen gesto vale más que mil palabras.
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No estamos en el mundo para hacer bulto, para cuadrar cifras.
Estamos porque Dios nos ha elegido para llevar a cabo una misión: misión
que Él logrará llevar a cabo, a no ser que nosotras pongamos obstáculos:
porque Dios no nos forzará.
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Nuestra condición de Misioneras de la Caridad nos brinda todas las razones para
ser las personas más felices del mundo.
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Es posible que en nuestra Casa del Moribundo Abandonado haya también enfermos
de sida, pero no sabemos cuántos, porque nuestra misión no es hacer diagnósticos
sino brindar ayuda.
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Ante mis ojos, todos los enfermos y pobres son iguales, todos son hijos de Dios,
ya sean moribundos callejeros u hombres de gobierno.
*
No me corresponde a mí juzgar por qué algunos han caído en la pobreza o
contraído el sida.
*
La invitación más convincente a la conversión de los pecadores es el
testimonio de nuestra vida.
*
Una vez, hace mucho tiempo, un señor me dijo en Kalighat:
—Vuestra religión tiene que ser verdadera, pues os da la fuerza para
llevar a cabo tales cosas.
No se puede llegar a tal convicción si no estamos convencidas nosotras
mismas.
Nuestro trabajo es nuestro amor en acción.
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Estoy persuadida de que si algún día nos volviésemos ricas y perdiésemos el
contacto con Jesús y con los pobres, no tendríamos razón de existir.
*
No estamos aquí para hacer bulto.
Se nos envía para proclamar la Buena Nueva de que Dios nos ama.
¿Cómo?
Ante todo, con la mansedumbre.
Por eso tenemos necesidad de pureza, de humildad, de delicadeza...