Dios
es el único que de verdad
conoce
nuestras necesidades.
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Sin duda os sorprenderéis si os digo que en pobrísimos barrios donde viven las
Misioneras la Caridad y ejercen su labor, cuando se acercan a los habitantes que
viven en chabolas, lo primero que éstos piden a las Hermanas no es pan ni
ropas, aun cuando algunos de ellos, a veces muchos, se mueren de hambre y apenas
tienes con qué cubrirse del frío. Les piden:
—Hermanas, enséñennos la Palabra de Dios . La gente tiene hambre de
Dios. Suspira por su Palabra.
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Si comprendemos verdaderamente la Eucaristía; si la convertimos en el tema
central de nuestras vidas; si nos alimentamos con la Eucaristía, no tendremos
dificultad alguna en descubrir a Cristo amarlo y servirlo en los pobres.
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La Eucaristía es algo más que recibir simplemente a Cristo.
La Eucaristía sacia nuestra hambre.
Cristo nos invita: «Venid a Mí. »
Cristo tiene hambre de almas.
En ninguna página del Evangelio se leen expresiones de rechazo por parte
de Jesús.
Más bien, en todas partes tropezamos con su invitación: «Venid a Mí.
»
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La Misa es el alimento espiritual que me sustenta.
Sin ella no lograría mantenerme en pie un día, ni siquiera una hora de
mi vida.
En la Misa, Jesús se nos presenta bajo las apariencias de pan, mientras
que en los suburbios vemos a Cristo y lo tocamos en los cuerpos desgarrados, lo
mismo que lo vemos y tocamos en los niños abandonados.
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Gandhi se sintió fascinado oyendo hablar de Cristo.
Fueron los cristianos quienes le decepcionaron.
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Sólo en Calcuta, nosotras damos de comer al día a unas diez mil
personas.
Esto quiere decir que si un día no cocinamos, ese día diez mil personas
se quedan sin comer.
Un día, la Hermana encargada me vino a decir:
—Madre, se nos han agotado las reservas. No tenemos nada que dar de
comer a tanta gente.
Me sentí muy sorprendida: era la primera vea que ocurría algo
semejante.
Hacia las nueve de la mañana llegó un camión abarrotado de barras de
pan.
Todos los días, el gobierno da a los niños de las escuelas pobres un
trozo de pan y un vaso de leche.
No sé por qué razón, las escuelas de la ciudad aquel día
permanecieron cerradas.
Todo el pan se destinó a las obras de la Madre Teresa.
Ya veis: Dios había cerrado las escuelas porque no podía permitir que
nuestras gentes se quedara sin comida.
Fue la primera vez que pudieron comer pan buena calidad hasta saciarse
por completo.
El pan de cada día es una demostración más del amor de Dios.
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Un hombre, adicto a la religión hindú, acudió a nuestra Casa del Moribundo
Abandonado de Kalighat en un momento en el que yo estaba ocupada curando las
heridas de un enfermo.
Me observó en silencio unos momentos.
Después dijo:
—Puesto que de ella saca fuerzas para realizar lo que usted realiza, no
me cabe la menor duda de que su religión tiene que ser la verdadera.
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Cada uno de nosotros tenemos el deber de servir a Dios allí donde estamos
llamados.
Yo me siento llamada a servir a los individuos, a amar a cada ser humano.
Mi tarea no es la de convertirme en juez severa de las instituciones.
No me encuentro en condiciones de condenar a nadie.
Jamás pienso en términos de multitudes, sino de seres individuales.
Si yo pensara en términos de multitudes, jamás pondría manos a la
obra.
Yo creo en el contacto individual de persona a persona.
Si otros están persuadidos de que Dios desea que transformen las
estructuras sociales, ése es un asunto del que tienen que ocuparse ante Dios.
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Tengo la firme convicción de que, para ser cristianos, tenemos que asemejarnos
a Cristo.
Gandhi dijo en cierta ocasión que si los cristianos fuesen consecuentes
con su fe ya no habría hindúes en la India.
La gente espera de nosotros que seamos consecuentes con nuestra fe.
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Cristo se trocó en pan de vida.
Convirtiéndose en pan, se puso por completo a nuestra disposición de
manera que, tras alimentarnos con Él, tuviésemos la fuerza necesaria para
entregarnos a los demás.
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¡No busquéis a Dios fuera de lugar!
No está allí, sino en vosotros.
¡Mantened siempre encendida vuestra lámpara y lo veréis siempre!
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Dios es un Padre que perdona.
Su misericordia es mayor que nuestro pecado.
Él perdonará nuestras faltas: decidamos no volver a cometerlas.
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A menudo, los cristianos se convierten en el mayor obstáculo para cuantos
desean acercarse a Cristo.
A menudo predicamos un Evangelio que no cumplimos.
Ésta es la principal razón por la cual la gente del mundo no cree.
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La Iglesia es la misma hoy que ayer y que mañana.
También los Apóstoles tuvieron miedo y desconfiaron, se sintieron
abatidos y tuvieron sus fallos.
A pesar de todo ello, Cristo no les reprendió.
Se limitó a decirles: «¿Por qué teméis y por qué dejáis que la
duda se adueñe de vuestros corazones?» (Lc. 24, 38).
Tan amables palabras de Jesús resultan muy apropiadas para nuestros
actuales temores.
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En una ocasión, un hombre de relevancia de mi país me preguntó:
—Madre Teresa, usted me dice que reza por mí. Dígame la verdad: ¿no
le gustaría que me hiciese cristiano?
Yo le contesté:
—Si una persona posee algo a lo que atribuye mucha importancia, es
normal que dicha persona desee que sus amigos lo compartan. Yo estoy convencida
de que la fe en Cristo es lo mejor de mundo que poseo. Me gustaría que todas
las personas conociesen y amasen a Cristo, por lo menos tanto como lo conozco y
amo yo misma. Es evidente que también desearía que usted lo conociese y amase.
Pero la fe es un don de Dios, y Él lo concede a quienes elige.
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Delante de Dios no hay nada que sea pequeño.
Todo lo que Él realiza es grande, porque lo que Él hace es infinito.
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No olvidemos que en el silencio del corazón es donde habla Dios, mientras que
nosotros hablamos desde la plenitud de nuestros corazones.
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Todo ser humano siente nostalgia de Dios.
Pero los cristianos disfrutan del tesoro de tenerlo entre ellos.
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Nuestras vidas han de ser tan transparentes que los demás puedan descubrir en
ellas a Jesús.
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Con Dios no hay peros que valgan.
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Hoy en día, y una vez más, Jesús sigue viniendo entre los suyos y los suyos
se resisten a darle acogida.
Viene en los cuerpos maltrechos de los pobres.
Viene incluso a través de los ricos sofocados por sus propias riquezas.
Viene en la soledad de los corazones, cuando no hay quien lo ame.
Jesús viene a ti y a mí.
A menudo, demasiado a menudo, nosotros pasamos de largo y no lo acogemos.
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Nuestro abandono total en Dios significa estar total disposición del Padre,
como lo estuvieron Jesús y María.
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Dios se nos ha entregado por completo.
Pongámonos nosotros por completo a su disposición.
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La Eucaristía sobrepasa toda capacidad humana de comprensión.
Hay que aceptarla con una fe y un amor profundos.
Jesús ha querido dejarnos la Eucaristía para que no olvidásemos lo que
Él ha venido a hacer y a revelarnos.
¿Seríamos capaces de imaginarnos lo que sería de nuestras vidas sin la
Eucaristía?
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Además del silencio de la lengua existe también el silencio de los ojos, que
nos permite ver a Dios
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No me queda tiempo para la complacencia.
Es Dios quien lo ha hecho todo, no yo.
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Muchas veces los cristianos constituimos el mayor obstáculo para quienes buscan
a
Cristo.
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Nosotras ponemos nuestras manos, nuestros ojos y nuestros corazones a disposición
de Cristo para que Él obre a través de nosotras.
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Cuando me entero del daño que hacen las malas lenguas, me acuerdo de Nuestro Señor,
que invitó a los que acusaban a la mujer pecadora a arrojar la primera piedra
si estaban libres de pecado.
Todos sabemos lo que ocurrió: unos y otros se fueron, sabiendo que Jesús
conocía sus pecados.
Cuando hablamos sin caridad, en presencia o en ausencia de las personas,
cuando murmuramos sobre las faltas de los demás, imaginemos que Cristo nos dice
a nosotros: «Sólo si estás libre de pecado puedes arrojar la primera piedra.»
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Si fuésemos capaces de ver a Cristo en nuestra prójimo, ¿creéis que habría
necesidad de armas y de generales?
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Ser felices con Dios significa:
Amar como Él ama.
Ayudar como Él ayuda.
Dar como Él da.
Servir como sirve Él.
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Tener confianza en Dios significa fiarnos de su omnipotencia, de su sabiduría y
de su amor infinitos.
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Esto es Jesús para mí:
El Verbo hecho carne.
El Pan de Vida.
La Víctima que se ofrece en la cruz por nuestros pecados.
El Sacrificio que se ofrece en la Misa por los pecados del mundo y por
los míos.
La Palabra que ha de ser dicha.
La Verdad que se ha de contar.
El Camino que debemos seguir.
La Luz que se debe encender.
La Vida que se debe vivir.
El Amor que debe ser amado.
La Alegría que se debe compartir.
El Sacrificio que se debe ofrecer.
El Pan de Vida que se debe comer.
El Hambriento a quien se debe alimentar.
El Sediento cuya sed debemos saciar.
El Desnudo a quien hay que vestir.
El Desahuciado a quien se debe ofrecer alojamiento.
El Enfermo a quien se debe curar.
El Solitario a quien se debe amar.
El Inesperado a quien se debe esperar.
El Leproso cuyas llagas hay que lavar.
El Mendigo a quien debemos sonreír.
El Alcohólico a quien debemos escuchar.
El Disminuido psíquico a quien debemos ofrecer protección.
El Recién Nacido a quien debemos acoger.
El Ciego a quien debemos guiar.
El Mudo a quien debemos prestar nuestra voz.
El Inválido a quien debemos ayudar a caminar.
La Prostituta a quien debemos apartar del peligro y ofrecer nuestra
ayuda.
El Preso a quien debemos visitar.
El Anciano a quien debemos servir.
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Jesús es mi Dios.
Jesús es mi Esposo.
Jesús es mi Vida.
Jesús es mi único Amor.
Jesús es mi Todo.
Jesús es para mí lo Único.
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«Mi carne es verdadera comida y mi sangre e verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe sangre vive en mí y yo en él» (Jn. 6, 56).
¿Qué más podía hacer Jesús por mí que darme su carne como alimento?
Ni siquiera Dios mismo podía hacer más y dar muestras de amor más
grande por mí.
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Jesús tiene que decirte: «¡Tengo sed!»
Escúchale pronunciar tu nombre.
Y no una vez.
¡Todos los días!
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Jesús no preguntó a Saulo por qué perseguía a los cristianos, sino por qué
le perseguía a Él.
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Jesús, ¿quieres mis manos para pasar este día ayudando a pobres y enfermos
que lo necesitan?
Señor, hoy te doy mis manos.
Señor, ¿quieres mis pies para pasar este día visitando a aquellos que
tienen necesidad de un amigo?
Señor, hoy te doy mis pies.
Señor, ¿quieres mi voz para pasar este día hablando con aquellos que
necesitan palabras de amor?
Señor, hoy te doy mi voz.
Señor, ¿quieres mi corazón para pasar este día amando a cada hombre sólo
porque es un hombre?
Señor, hoy te doy mi corazó