La
oración ensancha nuestros corazones
hasta
darles la capacidad
de
contener el don mismo de Dios.
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Tengo la convicción de que los políticos pasan poco tiempo de rodillas.
Estoy convencida de que desempeñarían mucho mejor su tarea si lo
hiciesen.
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Tenemos tanta necesidad de orar como de respirar.
Sin la oración no podemos hacer nada.
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Hay personas que, con tal de no orar, pretextan que la vida es tan agitada que
les impide hacerlo.
No debe ocurrir esto.
La oración no nos exige interrumpir nuestra tarea, sino que sigamos
desarrollándola como si fuera una oración.
No es necesario estar permanentemente en meditación, ni que
experimentemos la sensación consciente de que estamos hablando con Dios, por más
que sería muy agradable.
Lo que importa es estar con Él, vivir en Él, en su voluntad.
Amar con un corazón puro: amar a todos, especialmente a los pobres, es
una oración que se prolonga durante las veinticuatro horas del día.
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La oración genera fe, la fe genera amor, y el amor genera servicio a los
pobres.
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San Francisco de Asís compuso la siguiente oración que me gusta mucho.
Las Misioneras de la Caridad la recitamos a diario:
Haz
de mí, oh Señor, instrumento de tu paz.
Que
a donde hay odio, lleve yo amor;
a
donde hay ofensa, lleve
yo perdón;
a
donde hay duda, lleve yo fe;
a
donde hay desesperación, lleve yo
esperanza;
a
donde hay oscuridad, lleve
yo luz;
a
donde hay tristeza, lleve yo alegría
0h
Señor, que no busque yo tanto ser consolado como consolar;
ser
comprendido, como comprender;
ser
amado como amar yo mismo.
Porque
es dando como se recibe,
y
perdonando como somos perdonados.
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El primer requisito para la oración es el silencio.
Las personas de oración son personas que saben guardar silencio.
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Mi secreto es muy sencillo: oro
Orar a Cristo es amarlo.
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Los filamentos de las bombillas son inútiles si no pasa la corriente.
Vosotros, yo, somos los filamentos.
La corriente es Dios.
Tenemos la posibilidad de permitir a la corriente pasar a través de
nosotros y de utilizarnos para producir la luz del mundo.
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Los Apóstoles no sabían cómo rezar, y pidieron a Jesús que les enseñase a
hacerlo.
Jesús, entonces, les enseñó el Padre nuestro.
Creo que cada vez que decimos el Padre nuestro, Dios mira
sus manos, donde nos tiene dibujados: «Quiero que sepáis que os tengo
esculpidos en la palma de mis manos...» (Isaías 49, 16).
¡Qué descripción más hermosa y expresiva del amor personal que Dios
siente por cada uno de nosotros!
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Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos y hermanas esparcidos por
todo el mundo, que viven y mueren en soledad y hambre
Dales hoy, por nuestras manos. el pan de cada día. Y, por nuestro amor,
dales paz y alegría.
Amén.
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Orar no es pedir.
Orar es ponerse en manos de Dios a su disposición y escuchar su voz
en lo profundo de nuestros corazones.
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Hay una oración que las Misioneras de la Caridad rezamos todos los días.
Es del cardenal Newman:
¡Oh
Jesús! Ayúdame a esparcir tu fragancia
adondequiera
que vaya.
Inunda
mi alma de tu espíritu y vida.
Penetra
en mi ser y aduéñate de tal manera de mí
que
mi vida sea irradiación de la tuya.
Ilumina
por mi medio
y
toma posesión de mí de tal manera
que
cada alma con la que entre en contacto
pueda
sentir tu presencia en mí.
Que
no me vean a mí, sino a Ti en mí.
Permanece
en mí de manera que brille con tu luz
y
que mi luz pueda iluminar a los demás.
Toda
mi luz vendrá de Ti, oh Jesús.
Ni
siquiera el rayo más leve será mío.
Tú,
por mi medio, iluminarás a los demás.
Pon
en mis labios la alabanza que más te agrada,
iluminando
a otros a mi alrededor.
Que
no te pregone con palabras,
sino
con el ejemplo de mis actos,
con
el destello visible del amor
que
de Ti viene a mi corazón.
Amén.
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A veces me preguntan qué tiene que hacer uno para estar seguro de caminar por
el sendero de la salvación.
Mi respuesta no es otra que ésta:
«Ama a Dios. Sobre todo, reza.»
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Todos los días, en la comunión, expreso un doble sentimiento a Jesús.
Uno de gratitud, porque me ha dado la fuerza para perseverar hasta ese día.
El otro es una petición: «Jesús, enséñame a orar. »
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Rezar el Padre nuestro y vivirlo nos llevará hacia la santidad.
En el Padre nuestro estamos todos: Dios, nosotros, nuestro prójimo...
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El silencio nos enseñará mucho.
Nos enseñará a hablar con Cristo, y a hablar con gozo a nuestros
hermanos y hermanas.
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Jesús desea que no oremos aislados de los demás, puesto que formamos parte del
Cuerpo Místico de Cristo, que está en oración permanente.
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Con frecuencia, una mirada ferviente, confiada, profunda a Cristo puede
transformarse en la más encendida oración.
«Yo lo miro; Él me mira.»
No hay oración mejor.
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Fiémonos de Dios.
Tengamos una fe ciega en la Divina Providencia.
Tengamos fe en Dios.
Él lo sabe todo.
Y Él proveerá.
Démosle ocasión de comprobar nuestra fe en Él.
Esperemos en Él.
Fiémonos y tengamos fe en Él.
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Podemos y debemos convertir nuestro trabajo en oración.
Nunca podremos sustituir la oración por el trabajo.
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Se puede rezar mientras se trabaja.
El trabajó no impide la oración y la oración no interrumpe el trabajo.
Basta con una pequeña elevación de la mente hacia Dios.
Basta con decirle:
—Señor, te amo. Confío en Ti. Tengo fe en Ti. Tengo necesidad de Ti
ahora mismo.
Pequeñas expresiones como ésta son oraciones magníficas.
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Para mí, la raíz de los males que nos aquejan está en la falta de oración.
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El medio principal y más efectivo para renovar la sociedad es la oración.
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Yo sitúo la oración en primer lugar.
La oración es mi primer alimento.
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La oración dilata los corazones para hacerlos capaces de acoger el don que Dios
hace de sí mismo.
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Nuestras almas tienen el valor que tiene nuestra oración .
Nuestro
trabajo es fructuoso en la medida que expresa una oración realmente sincera.
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Cuanto más logremos almacenar en nuestras almas a través de la oración
silenciosa, más podremos dar en nuestra vida activa.
Tenemos necesidad de silencio para ser capaces de tocar las almas.
Lo esencial no es lo que nosotros decimos, sino lo que Dios nos dice a
nosotros y por nuestro medio.
Todas nuestras palabras serán inútiles si no nos brotan de dentro.
Las palabras que no esparcen la luz de Cristo contribuyen a aumentar la
oscuridad.
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El silencio ayuda a orar mejor.
El silencio nos da la posibilidad de orar más.
El silencio de la lengua ayuda mucho a hablar con Cristo.
Enseña a estar alegres en los momentos de asueto, en los que hay más
cosas que contar.
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La oración se reduce simplemente a hablar con Dios.
Él nos habla y nosotros le escuchamos.
Nosotros le hablamos y Él nos escucha.
La oración es un doble proceso de hablar y escuchar.
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Recitad a menudo esta oración:
Jesús,
desde lo profundo de mi corazón,
creo
en tu tierno amor por mí
y
te amo.
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Orar es mirar a Dios.
Es un contacto del corazón y de los ojos.
Si no soy capaz de ver a Dios, tampoco soy capaz de orar.
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Con frecuencia. una mirada ferviente, confiada, profunda, dirigida a Cristo,
puede transformarse en la más encendida oración.
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La lectura orante del Evangelio nos enseñará a aceptar las humillaciones, tal
como hizo Jesús.
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Fruto del silencio es la oración.
Fruto de la oración es la fe.
Fruto de la fe es el amor.
Fruto del amor es el servicio.
Fruto del servicio es la paz.
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¡0h Jesús que sufres!
Haz
que hoy, y cada día,
sepa yo verte
en
la persona de tus enfermos,
y
que, ofreciéndoles mis cuidados,
te
sirva a Ti.
Haz
que, cuan oculto bajo el disfraz poco atrayente
de
la ira, del crimen o de la demencia,
sepa
reconocerte y decir:
«Jesús
que sufres, cuán dulce es servirte.
Dame,
Señor esta visión de fe
y
mi trabajo jamás será monótono.
Encontraré
alegría acunando
las
pequeñas veleidades y deseos
de
todos los pobres que sufren.
Querido
enfermo, me resultas aún más querido
porque
representas a Cristo.
¡Qué
privilegio se me concede
al
poder ocuparme de ti!
¿Oh
Dios! Puesto que Tú eres Jesús que sufre,
dígnate
ser para mí también
un
Jesús paciente, indulgente hacia mis faltas,
que
no mira más que mis intenciones
que
son de amarte y servirte en las personas
de
cada uno de tus hijos que sufren.
Señor,
aumenta mi fe.
Bendice
mis esfuerzos y mi trabajo,
ahora
y siempre».