QUINTA CATEQUESIS 1

 

«Catequesis primera para los que van a ser iluminados». 

El bautismo como matrimonio espiritual

1. Tiempo de gozo y de alegría espiritual es el presente, pues 
ved llegados los por nosotros tan deseados y queridos días de las 
nupcias espirituales. Porque nadie podría decirse que yerra quien 
llama nupcias a lo que ahora acontece, y no sólo nupcias, sino 
también leva admirable y sorprendente. 
Y no vaya alguien a pensar que lo dicho sea contradictorio; 
escuche más bien al maestro del universo, al bienaventurado 
Pablo, que se sirve de ambas imágenes cuando en cierto momento 
dice: Os he desposado a un solo marido, para presentaros a Cristo 
como virgen intacta 2; Y en otro, como si estuviera armando a 
soldados que van a partir para la guerra, les dice también: 
Revestíos la armadura de Dios, para que podéis resistir a las 
insidias del diablo 3. 

2. Realmente 4 hay alegría hoy en el cielo y en la tierra, porque, 
si tan grande es el contento que se da por un solo pecador que se 
convierte 5, ¡por tamaña muchedumbre que a una se ríe de los 
lazos del diablo y a una se apresura a inscribirse en el rebaño de 
Cristo, cuánto mayor no será la alegría que habrá entre los 
ángeles y los arcángeles, entre todas las potestades de arriba y 
entre todas las creaturas de la tierra! 

3. Pues bien, tratemos de hablaros como a una esposa que 
está a punto de ser introducida en el tálamo, y a la vez que os 
vamos mostrando la enorme riqueza del esposo y la indecible 
bondad de que hace gala para con ella, le mostraremos a ella 
también de qué males la han librado y de qué bienes va a disfrutar. 

Y si os parece, examinemos en primer lugar lo referente a ella, y 
veamos en qué situación está, y cómo se halla dispuesta cuando el 
esposo se le acerca. 
Porque de esta manera será como mejor se mostrará la infinita 
bondad del común soberano de todas las cosas. 
Efectivamente, no la acogió por estar enamorado de su buena 
estampa, de su belleza o de la lozanía de su cuerpo, al contrario, 
aunque disforme, fea, indigna, sucia a más no poder y, por así 
decirlo, poco menos que revolcándose en el lodazal de sus 
pecados, así fue cómo la hizo entrar en la alcoba nupcial. 

4. Sin embargo, al escuchar de mí estas palabras, que nadie 
caiga en una crasa interpretación material, pues nuestro discurso 
versa sobre el alma y sobre su salvación. Y es que ni siquiera el 
bienaventurado Pablo, aquella alma cuya altura toca el cielo, 
cuando decía: Os he desposado a un solo marido, para 
presentaros a Cristo como virgen intacta 6, no quería darnos a 
entender otra cosa sino que había unido, como virgen intacta a 
Cristo, las almas que se acercan a la piedad. 

5. Por consiguiente, puesto que sabemos muy bien esto, 
aprendamos con toda claridad cuál fue la anterior fealdad del 
alma, para que admiremos la bondad del Señor. Efectivamente, 
¿qué mayor disformidad podía haber que la de esta alma que, 
abandonando su propia dignidad y olvidándose de su noble 
nacimiento de arriba, hace alarde de su culto a los ídolos de piedra 
y madera, a los animales irracionales y a objetos aun más 
indignos, y por efecto del grasiento vapor de la sangre sucia y del 
humo 7, sigue acrecentando su fealdad? Porque de ahí nace 
luego el abigarrado enjambre de los placeres, las orgías, las 
borracheras, los desenfrenos 8: de todas las desvergonzadas 
conductas que son la alegría de los demonios a los que sirven. 

6. Pero el Señor en su bondad, al ver al alma en semejante 
estado y, por así decirlo, abismada en el fondo mismo del mal, sin 
tener en cuenta su fealdad, ni el exceso de su miseria, ni la 
enormidad de sus males, la acogió desnuda y desheredada, 
mostrando así el exceso de su propia bondad. Y tal disposición la 
pone de manifiesto cuando por medio del profeta, dice: Escucha, 
hija, mira e inclina tu oído: olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y 
el rey se prendará de tu belleza 9. 

7. Ya ves cómo muestra su peculiar bondad desde los mismos 
comienzos, pues se digna llamar hija a la que así se había 
rebelado y se había entregado a los impuros demonios. Y no sólo 
esto, sino que tampoco pide cuentas de las faltas cometidas, ni 
exige satisfacción, antes bien, únicamente la anima y exhorta a 
aplicar el oído y a aceptar la exhortación y el aviso, y la ordena 
que se olvide de lo ya hecho. 

8. ¿Has visto la inefable bondad? ¿Ves la exageración de su 
solicitud? Porque el santo David decía aquello entonces como 
hablando a todo el universo, que se hallaba en mala situación, 
pero ahora es el momento oportuno de que también nosotros, 
dirigiéndonos a los que desean el yugo de Cristo y acuden 
corriendo a esta leva espiritual, gritemos esto mismo y digamos a 
cada uno de los aquí presentes, cambiando un poquito el dicho del 
profeta: «Olvidaos, vosotros, los nuevos soldados de Cristo, de 
todo lo anterior: dad al olvido las malas costumbres. Escuchad y 
aplicad el oído, y haced caso de este óptimo aviso». 

9. Escucha, hija -dice-, y mira, e inclina tu oído: olvida tu pueblo 
y la casa de tu padre 10. 
Ya ves que el profeta dirigió a todo el universo la misma 
exhortación que hoy dirigimos, también nosotros, a vuestra 
caridad, pues, al decir: Olvida tu pueblo, quiso dar a entender la 
idolatría, el error y el culto a los demonios; y la casa -dice- de tu 
padre: esto es, olvida tu anterior comportamiento que te condujo a 
esta disformidad. Olvídate de todo ello, y arroja de tu mente todo 
preconcepto de esa índole. 
Porque, con sólo que hagas esto y renuncies a tu pueblo y a la 
casa de tu padre, es decir, a la vieja levadura y a la maldad en que 
habías consumido y destruido la lozanía de tu alma junto con la del 
cuerpo, el rey se prendará de tu belleza. 

10. ¿Estás viendo, querido, que se trata del alma? 
Efectivamente, la fealdad natural del cuerpo nunca podría 
cambiarse en belleza, pues el Señor dispuso que lo natural fuese 
inamovible e inmutable. En cambio, por lo que hace al alma, esa 
mutación es factible, incluso muy fácil. ¿Cómo y por qué? Porque 
en todo depende de la libre elección, y no de la naturaleza 11, y 
por eso es posible que incluso el alma más disforme y sumamente 
fea, si con todas sus fuerzas quiere cambiar, vuelva a alcanzar la 
cima de la belleza y ser de nuevo hermosa y bella, lo mismo que, si 
se abandona, puede hundirse otra vez en la fealdad más extrema 
12. 
Así pues, el rey se prendará de tu belleza, si olvidas lo anterior: 
tu pueblo -dice- y la casa de tu padre. 

El gran misterio del matrimonio

11. ¿Ves la bondad del Señor? Por tanto, no en vano ni a bulto 
comencé mi discurso llamando matrimonio espiritual a este 
acontecimiento. 
Y es que, efectivamente, en el matrimonio carnal es imposible 
que la doncella se una al marido si no es olvidándose antes de sus 
padres y de quienes la han criado, y transfiriendo su entera 
voluntad al esposo que va a unirse con ella 13. 
Por eso también el bienaventurado Pablo, al topar con este 
tema, llamó al asunto misterio. Efectivamente, después de haber 
dicho: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se 
unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne, tras considerar la 
grandeza del hecho, exclamó estupefacto: ¡Gran misterio es éste! 
14. 

12. Y en efecto, grande es, en verdad. Porque, ¿qué 
entendimiento humano podrá comprender la naturaleza de este 
hecho, cuando se piensa, efectivamente, que la joven, 
amamantada y guardada en su aposento y objeto de tanta solicitud 
por parte de sus padres, cuando llega la hora del casamiento, de 
golpe y en un solo instante se olvida de los dolores maternos en su 
alumbramiento, de todos los demás cuidados, de su vida en 
común, del lazo del amor y de todo, en fin, y toda su voluntad la 
transfiere a aquel a quien ella nunca viera antes de esa misma 
anochecida 15, y se produce un cambio de la situación tan 
considerable que, en adelante, él es todo para ella y le considera 
padre, madre, esposo y cuanto se quiera, y no tiene el menor 
recuerdo de quienes la criaron durante tantos años, y en cambio 
es tan fuerte la unión que, en adelante, ya no son dos, sino uno 
solo? 

13. Previendo esto mismo con su mirada profética, decía el 
primer hombre: Ésta se llamará mujer, porque del varón ha sido 
tomada. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se 
juntará a su mujer, y los dos serán una sola carne 16. 
Lo mismo podría decirse también del varón: también él se olvida 
de los que le engendraron y de la casa paterna, y se une y se 
pega a la que en ese mismo anochecer se casa con él. 
Y la divina Escritura, para mostrarnos el rigor de la convivencia, 
no dice: Se unirá a la mujer, sino: Se juntará 17 a su mujer. 
Y no se contenta con esto, sino que añade: Y serán los dos una 
sola carne. Por eso Cristo, al aducir este testimonio, decía: De 
modo que ya no son dos, sino una sola carne 18. 
¡Tan intensa -dice- se hace la unión y la conjunción, que los dos 
son una sola carne! ¿Qué entendimiento, dime, podrá imaginar 
esto, qué pensamiento comprender lo acontecido? ¿Acaso no 
decía bien aquel bienaventurado maestro del universo que esto es 
un misterio? Y tampoco dijo simplemente «un misterio», sino: ¡Gran 
misterio es éste! 

14. Por consiguiente, si en el campo de las realidades sensibles 
el matrimonio es un misterio, y un gran misterio, ¿qué podría 
decirse que fuera digno de este matrimonio espiritual? 
Por lo demás, mira exactamente como, por ser todo esto de 
índole espiritual, los hechos ocurren al revés que en las realidades 
sensibles. Efectivamente, en el matrimonio carnal, a nadie se le 
ocurriría aceptar el tomar una mujer sin antes haberse afanado en 
indagar sobre su belleza y la lozanía de su cuerpo, y no sólo eso, 
sino también, y antes que nada, sobre el buen estado de su 
fortuna. 

15. Aquí, en cambio, nada de eso. ¿Por qué? Porque lo que se 
realiza es de índole espiritual, y nuestro esposo se apresura a 
salvar nuestras almas empujado por su bondad. Efectivamente, 
aunque uno sea disforme y horriblemente feo, aunque sea pobre 
de solemnidad y de bajo nacimiento, aunque sea un esclavo, un 
desecho y un tarado corporal, y aunque uno ande abrumado con 
fardos de pecados, Él no para mientes, en sutilezas, ni indaga, ni 
pide cuentas. 
Es un don gratuito, es generosidad, es gracia soberana, y de 
nosotros solamente pide una cosa: el olvido del pasado y la buena 
disposición en lo por venir. 

El contrato y los regalos del matrimonio espiritual

16. ¿Ves qué exceso de gracia? ¿Ves a qué esposo se unen 
los que obedecen a la llamada? Pero veamos también, si os 
parece, los comienzos de este matrimonio espiritual. 
De igual manera que en los matrimonios carnales se concluye 
un contrato de dote y se hace entrega de regalos, aportando unos 
el esposo y otros la que se va a casar, naturalmente era preciso 
que también aquí se diera algo parecido. Efectivamente, el 
pensamiento de las realidades corporales hay que trasladarlo a las 
más divinas y espirituales. 
Por consiguiente, ¿cuáles son aquí los contratos dotales? ¿Y 
qué otra cosa pueden ser, si no son la obediencia y los pactos que 
van a concluirse con el esposo? 
¿Y qué regalos son justamente los que aporta el esposo antes 
de la boda? Escucha al bienaventurado Pablo, que nos lo enseña 
y dice así: Maridos, amad a vuestras mujeres como también Cristo 
amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el fin de santificarla 
purificándola en el baño del agua con su palabra, para prepararse 
una Iglesia radiante de gloria, sin mancha ni arruga ni nada 
parecido 19. 

17. ¿Ves la grandeza de los regalos? ¿Ves el indecible exceso 
de amor? 
¡Cómo también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella! 
Nadie hubiera aceptado jamás tal cosa, ¡derramar su sangre por la 
que va a unirse a él! Y, sin embargo, el bondadoso Señor, 
imitando su propia bondad, aceptó tamaña y descomunal proeza 
por causa del mimo con que envuelve a su esposa, para 
santificarla por medio de su propia sangre y poner ante sí radiante 
de gloria a la Iglesia, purificada con el baño del bautismo. 
Por eso derramó su sangre y sufrió la cruz, para otorgarnos por 
ese medio la gracia de la santificación, purificarnos mediante el 
baño de la regeneración y poner ante sí radiante de gloria y sin 
mancha ni arruga, ni nada parecido, a los que antes eran objeto 
de desprecio y no podían tener la más mínima confianza. 

18. ¿Estás viendo cómo, al decir: Con el fin de purificarla y 
prepararse una Iglesia radiante de gloria, sin mancha ni arruga, 
nos hizo saber la impureza en que se hallaba antes? 
Si reflexionáis, pues, sobre todo esto, vosotros, los nuevos 
soldados de Cristo, no os fijéis en el tamaño de vuestros propios 
males, ni tengáis en cuenta el exceso de vuestros pecados; mejor 
aun, aunque logréis calcularlo con exactitud, no por eso vaciléis, al 
contrario: sabedores como sois de la munificencia del Señor, del 
exceso de su gracia y de la grandeza de su don, todos cuantos 
habéis sido considerados dignos de recibir aquí el derecho de 
ciudadanía, acercaos con la mayor buena voluntad y, renunciando 
a todo lo pasado, empeñad sin reservas vuestra mente en 
demostrar vuestro cambio. 

La profesión de fe en la Trinidad

19. Y ya que conocéis bien vuestra disposición y vuestro estado 
al acercarse a vosotros el Señor sin pediros cuentas de vuestras 
fechorías y sin hacer averiguaciones de vuestros pecados, 
contribuid también vosotros personalmente confirmando vuestra 
confesión de fe en El, no tan sólo con la lengua, sino también con 
la mente. Porque -dice- con el corazón se cree para lograr la 
justicia, en cambio con la boca se confiesa la fe para conseguir la 
salvación 20. 
Efectivamente, es necesario que el pensamiento esté 
sólidamente arraigado en la piedad de la fe, y que la lengua 
proclame por medio de la confesión de fe la firmeza del 
pensamiento. 

20. Por consiguiente, ya que el fundamento de la piedad es la 
fe, ¡ea!, dialoguemos juntos un poco sobre ella, para que, una vez 
puesto el cimiento inquebrantable, podamos luego levantar con 
seguridad todo el edificio. 
Es, pues, obligatorio que los que se alistan en esta particular 
milicia, la espiritual, crean en el Dios del universo, el Padre de 
nuestro Señor Jesucristo, causa de todas las cosas, el inefable, el 
incomprensible, el que no puede ser explicado con la palabra ni 
con la mente, el que creó todas las cosas por amor al hombre y 
por bondad. 

21. Y también en nuestro Señor Jesucristo, su único Hijo, en 
todo semejante e igual al Padre, con una semejanza de total 
identidad con Él, consubstancial, pero manifestado en su propia 
persona 21, que de Él procede de manera misteriosa, anterior a 
los tiempos y creador de los siglos todos, pero que en los últimos 
tiempos y por causa de nuestra salvación tomó la forma de 
esclavo, se hizo hombre, convivió con la naturaleza humana, fue 
crucificado y resucitó al tercer día. 

22. Porque es necesario que tengáis estas verdades clavadas 
en vuestra mente, para no ser juguete de los engaños diabólicos, 
antes bien, en caso de que los hijos de Arrio 22 quieran poneros la 
zancadilla, vosotros sepáis con toda claridad que debéis taparos 
los oídos para todo cuanto ellos os digan y a la vez responderles 
con toda libertad mostrándoles que el Hijo es igual al Padre según 
la substancia. Él mismo, efectivamente, es quien ha dicho: Igual 
que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el 
Hijo da vida a los que quiere 23, y en todo está mostrando que 
tiene el mismo poder que el Padre. 
Y si desde otro lado Sabelio 24 quiere corromper las sanas 
creencias, amuralla también contra él tus oídos, querido, y 
enséñale que la substancia del Padre y del Hijo y del Espíritu 
Santo es una, ciertamente, pero que las personas son tres. En 
efecto, ni el Padre podría ser llamado Hijo, ni el Hijo Padre, ni el 
Espíritu Santo otra cosa que esto mismo, y sin embargo, cada uno, 
permaneciendo en su propia persona, posee el mismo poder. 

23. Porque es necesario que en vuestra mente se clave lo 
siguiente: que el Espíritu Santo es de la misma dignidad, como 
Cristo decía también a sus discípulos: Id, haced discípulos de 
todas las naciones, y bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo 
y del Espíritu Santo 25. 

24. DOGMAS/RAZON/CRISOS: ¿Ves qué cabal profesión de 
fe? ¿Ves qué doctrina, sin ambigüedad alguna? Que nadie te 
turbe en adelante introduciendo en los dogmas de la Iglesia 
averiguaciones de sus propios razonamientos y queriendo 
enturbiar las rectas y sanas creencias. Rehuye más bien la 
compañía de tales gentes, como el veneno de las drogas. 
Efectivamente, peores que éste son aquellos, pues el veneno 
detiene su daño en el cuerpo, y en cambio aquellos echan a 
perder la misma salvación del alma. 
Por eso ya de entrada y desde el principio conviene que 
rehuyáis las conversaciones de esa índole con ellos, sobre todo 
hasta que, andando el tiempo y bien equipados ya con armas 
espirituales, cuales son los testimonios sacados de la divina 
Escritura, podáis vosotros amordazar su lengua desvergonzada. 

El yugo de Cristo manso y humilde de corazón

25. Y es que, sobre los dogmas de la Iglesia, queremos que 
mostréis esa misma exactitud, y que los tengáis bien fijos en 
vuestras mentes. 
Ahora bien, como quiera que quienes hacen gala de una fe así 
conviene que resplandezcan también por la conducta en las obras, 
se hace necesario enseñar también sobre esto a los que van a ser 
considerados dignos del regio don, y así sabréis que no hay 
pecado tan grande que pueda vencer a la generosidad del Señor. 

Al contrario, ya puede uno ser un lujurioso, un adúltero, un 
afeminado, un invertido, un prostituido, un ladrón, un avaro, un 
borracho o un idólatra: el poder del don y la bondad del Señor son 
tan grandes, que pueden hacer desaparecer todo eso y volver 
más resplandeciente que los rayos del sol al que muestra un 
mínimo de buena voluntad. 

26. Considerando, pues, el don superexcelso de la bondad 
divina, id preparándoos ya, no sólo para absteneros del mal, sino 
también para la práctica de las buenas obras, pues a ello os 
exhorta también el profeta cuando dice: Apártate del mal y haz el 
bien 26. 
Y el mismo Cristo, a su vez, dirigiéndose a toda la humana 
naturaleza, decía: Acercaos a mi todos los que estáis cansados y 
abrumados, que yo os aliviaré; cargad con mi yugo sobre vosotros 
y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y 
encontraréis alivio para vuestras almas 27. 

27. ¿ Visteis mayor sobreabundancia de bondad ? ¿Veis la 
generosidad de la llamada; 
Acercaos a mi -dice- todos los que estáis cansados y 
abrumados: ¡Amorosa la llamada! ¡Inefable la bondad!
Acercaos a mi todos: no solamente los que mandan, sino 
también los mandados; no solamente los libres sino también los 
esclavos; no solamente los hombres, sino también las mujeres; no 
solamente los jóvenes, sino también los ancianos; no solamente 
los de cuerpo sano, sino también los lisiados y tullidos, todos -dice- 
acercaos. 
Tales son, efectivamente, los dones del Señor: no conoce 
diferencia entre esclavo y libre, ni entre rico y pobre, sino que toda 
esta desigualdad está desechada: Acercaos -dice- todos los que 
estáis cansados y abrumados. 

28. Mira a quienes llama: a los que se han agotado por 
completo en las iniquidades, a los que están abrumados por los 
pecados, a los que ni siquiera pueden ya levantar la cabeza, a los 
que están muertos de vergüenza, a los que más privados están de 
confianza para hablar 28. 
¿Y por qué los llama? No para pedirles cuentas, ni para 
establecer un tribunal. Entonces, ¿para qué? Para hacerles 
descansar de su fatiga, para quitarles su pesada carga. 
Y es que, ¿podría darse algo más pesado que el pecado? Éste, 
efectivamente, por más que tantas veces nosotros no lo sintamos o 
queramos ocultarlo al común de las gentes, es el que despierta 
contra nosotros al juez incorruptible que es nuestra conciencia, y 
ella, en perenne alerta, va haciendo que nuestro dolor sea 
continuo, como un verdugo que desgarra y ahoga a la mente, 
mostrando así la enormidad del pecado. 
«A los que están, pues, abrumados por el pecado -dice- y como 
doblegados por una carga, a éstos los aliviaré agraciándoles con 
el perdón de sus pecados. Unicamente, ¡acercaos a mí!». 
¿Quién será tan de piedra, quién tan empecinado que no 
obedezca a una llamada tan bondadosa? 

29. Luego, para enseñarnos también de qué modo alivia, 
añadía: Cargad con mi yugo sobre vosotros. «Entrad -dice- bajo mi 
yugo. Pero no os asustéis al oír yugo, porque este yugo ni roza el 
cuello ni hace abajar la cabeza, al contrario, enseña a pensar en 
las cosas de arriba y forma en la verdadera filosofía» 29. 
Cargad con mi yugo sobre vosotros, y aprended: «Unicamente, 
entrad bajo el yugo y aprended. Aprended, es decir: aplicad el 
oído, para poder aprender de mi». 
«Efectivamente, no voy a exigir a vosotros nada pesado: 
vosotros, mis esclavos, imitadme a mí, vuestro amo; vosotros, que 
sois tierra y polvo, emuladme a mí, hacedor del cielo y de la tierra, 
creador vuestro: Aprended de mi, que soy manso y humilde de 
corazón. 
La imitación de Cristo

30. ¿Ves la condescendencia del Señor? ¿Ves su inconcebible 
bondad? No nos ha exigido algo pesado y odioso. Efectivamente, 
no dijo: «Aprended de mí que obré prodigios, que resucité 
muertos, que hice milagros»: todo esto era propio únicamente de 
su poder. 
Entonces, ¿qué? Aprended de mi, que soy manso y humilde de 
corazón, y encontraréis alivio para vuestras almas. 
¿Ves cuán grandes son el provecho y la utilidad de este yugo? 

Por tanto, el que haya sido considerado digno de entrar bajo 
este yugo y es capaz de aprender del Señor a ser manso y 
humilde de corazón obtendrá para su alma todo el alivio. Éste es, 
efectivamente, el punto capital de nuestra salvación: quien es 
poseedor de esta virtud, aunque esté unido al cuerpo, podrá 
rivalizar con los poderes incorpóreos y no tener ya nada en común 
con lo presente. 

31. En efecto, el que imita la mansedumbre del Señor no se 
irritará ni se soliviantará contra su prójimo. 
Y si alguien la emprende a golpes con él, dirá: Si he hablado 
mal, muestra en qué está la falta, pero, si he hablado bien, ¿por 
qué me pegas? 30. 
Y si alguien le moteja de endemoniado, responde: ¡Yo no tengo 
demonio! 31, y nada de cuanto se aduzca logrará hincar el diente 
en él. 
Este hombre desdeñará toda gloria de la vida presente, y nada 
de lo visible le cautivará: en adelante poseerá, efectivamente, 
otros ojos. 
El que se ha hecho humilde de corazón jamás podrá envidiar los 
bienes del prójimo. Un hombre así no robará, ni será avaro, ni 
ansiará riquezas, al contrario, incluso dejará lo que tiene y pondrá 
de manifiesto su gran compasión para con su semejante. Tampoco 
arruinará el matrlmomo ajeno. 
Y es que quien entra bajo el yugo de Cristo y aprende a ser 
manso y humilde de corazón pondrá de manifiesto en cada 
circunstancia toda virtud e irá siguiendo las huellas del Señor. 

32. Entremos, pues, bajo este provechoso yugo y echémonos 
encima esta ligera carga, y así podremos también hallar descanso. 
El que entra bajo este yugo debe olvidarse por completo de su 
antigua conducta y mostrar rigurosa vigilancia de los ojos, porque, 
dice: El que fija su mirada en una mujer para desearla, ya adulteró 
con ella en su corazón 32. Por eso es necesario imponer 
seguridad a las sensaciones visuales no sea que a través de ellas 
trepe la muerte. 
Pero no sólo de los ojos, que también de la lengua es preciso 
mostrar mucha vigilancia, pues muchos -dice- cayeron a filo de 
espada, mas no tantos como los caidos por obra de la lengua 33. 
Preciso es también refrenar las demás pasiones que se van 
engendrando, asentar la mente en la calma y desterrar la cólera, la 
ira, el rencor, la enemistad, la envidia, los deseos aberrantes, toda 
clase de libertinaje y todas las obras de la carne, que son, dice, 
34: adulterio, fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, 
hechicería, enemistad, discordia, envidias, borracheras, orgías. 

33. Es, pues, necesario 35 eliminar todo esto y empeñarse en 
conseguir el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, entereza de 
ánimo, agrado, honradez, bondad, mansedumbre, templanza 36. 
Si así purificamos nuestra mente, haciéndonos eco de las 
enseñanzas de la piedad 37, ya desde ahora podremos ponernos 
totalmente a punto y así hacernos dignos de recibir el don en toda 
su grandeza y de guardar los bienes que nos han dado. 

El verdadero adorno de la mujer

34. Que nadie en adelante se me inquiete por los adornos 
externos, ni por la fastuosidad de los vestidos, sino que todo el 
cuidado se trasmude al embellecimiento del alma, de modo que su 
belleza resulte más radiante. ¡Fuera de mi vista los trajes de seda, 
las borlas 38, los collares de oro! Porque el mismo maestro del 
universo, buen conocedor de la blandura del natural femenino y de 
su lábil voluntad, no vaciló en dar órdenes también sobre estas 
cosas. 
¿Qué digo: que no rehusó enseñarnos sobre estas cosas? Al 
aconsejar sobre los atavíos 39, dice a voz en grito: Sin trenzas en 
el pelo, sin oro, sin perlas ni trajes suntuosos, como si más o 
menos quisiera enseñarnos esto: «Mujer, ¿quieres acicalarte para 
ser requebrada de cuantos te miren? 40. Yo voy a incitar, no ya a 
los hombres, tus congéneres, sino al mismo Señor del universo, 
para que te alabe y te aclame. 

35. Y ya que el Apóstol desechó el atavío ese que se compone 
de trenzas, de oro, de perlas y de trajes suntuosos, veamos ahora 
qué clase de adorno le atribuye. 
Efectivamente, ese adorno que se compone de oro y de 
vestidos, aunque logre algún tanto encantar a la que se los pone, 
con el tiempo se desgasta. ¿Digo que se desgasta? ¡Incluso antes 
de que el tiempo lo desgaste excita la mirada de los envidiosos e 
invita a los malhechores a robarlo! 
En cambio, el adorno que el Apóstol le atribuye no se puede 
robar, ni se desgasta, ni falta: permanece con nosotros acá y es 
compañero de viaje allá, y nos proporciona una gran confianza 41. 


36. Pero es preciso escuchar las palabras mismas del Apóstol. 
¿Qué dice, pues? Sino como conviene a mujeres que se profesan 
piadosas: con buenas obras 42. 
«Pórtate -dice- de manera digna de tu profesión: adórnate con 
las buenas obras. Que la práctica del bien sea imitación de tu 
profesión: profesas la piedad para con Dios, practica lo que le 
agrada: las buenas obras». 
Pero, ¿qué significa: con buenas obras? Quiere decir el 
conjunto integral de la virtud: el desdén por los bienes presentes, 
el deseo de los futuros, el desprecio de las riquezas, la abundancia 
generosa para con los pobres, la modestia, la mansedumbre, la 
filosofía 43, el sosiego y la paz del alma, y el rechazo de cualquier 
arrebato de pasión por la gloria de la vida presente, manteniendo 
en cambio la mirada tensa hacia arriba, estando continuamente 
preocupado por las cosas de allá y anhelando la gloria de allá. 

37. Mas, como quiera que ahora estoy dirigiéndome sobre todo 
a las mujeres, quiero además hacerles a ellas alguna otra 
recomendación, de modo que, junto con otras cosas, puedan 
abstenerse también de la nociva costumbre de enjalbegarse la 
cara y de usar postizos como si la creación fuera defectuosa, para 
no ultrajar al Creador.
Pues, ¿qué haces, mujer? ¿Es que, efectivamente, a fuerza de 
cosméticos y de coloretes puedes añadir algo a tu belleza natural o 
cambiar tu fealdad natural? Por esos medios no añadirás nada a 
aquélla, y en cambio destruirás la belleza de tu alma, porque este 
desmedido esmero es testimonio de la molicie interior. 
Sobre todo, por ese medio, vas acrecentando enormemente el 
fuego contra ti misma, pues excitas las miradas de los jóvenes, te 
llevas los ojos de los licenciosos y creas perfectos adúlteros, con lo 
que te haces responsable de la ruina de todos ellos. 

38. Por tanto, lo conveniente y provechoso es abstenerse por 
completo de eso. Pero, si se niegan las que son presa de esa mala 
costumbre, que por lo menos se abstengan cuando se llegan a la 
casa de oración. 
Pues, dime, ¿por qué te arreglas así cuando vienes a la iglesia? 
¡No será porque sea esa la belleza que busca el que tú vienes a 
adorar y a quien vas a confesar tus pecados! 
La belleza que Él busca es la interior, la práctica de las buenas 
obras: la limosna, la templanza, la compunción, la fe rigurosa. 
En cambio tú, dejando todo esto, te propones hacer caer a 
muchos desidiosos, incluso en la iglesia. ¿Y cuántos rayos no 
merece esto? 
¡Estás atracando en el puerto, y tú misma te propones un 
naufragio! ¡Acudes al médico para curar tus llagas, y vuelves con 
ellas agrandadas! ¿Qué perdón tendrás en adelante? 
Pero si antes hubo algunas con tanta desidia respecto de su 
propia salvación, que por lo menos ahora se dejen convencer y se 
aparten de esa ruina, porque, si el Apóstol 44 prohibió el uso de 
vestidos suntuosos, con mucha mayor razón el de cosméticos y 
coloretes. 

Contra los agüeros, los sortilegios y los espectáculos

39. Además de esto, yo exhorto a hombres y mujeres a que 
rehuyan totalmente los agüeros y los sortilegios. 
Sandez de griegos y de quienes todavía son presa del error es, 
efectivamente, el estar en vilo por el graznido de un cuervo, por el 
ruido del ratón o por el cru)ido de una viga; el acoger con placer 
los encuentros con gentes de torpe vida y en cambio rehuir los de 
personas piadosas y dignas, por considerarlas causa de 
innumerables males 45. 
¡Mira cuántas son las artimañas del diablo! Porque no sólo 
quiere que estemos privados de la virtud y que nos inclinemos a la 
maldad, sino que busca también inculcarnos odio y hacernos dar la 
espalda a los que siguen la virtud. 
Y aún más: no sólo quiere que busquemos lo perverso, sino que 
se empeña en urgirnos a familiarizarnos con ello, disponiéndonos 
para que el placer acompañe a nuestro encuentro. 

40. No penséis que esto es de poca o de ninguna importancia, 
al contrario, es bastante para hundir vuestras almas y llevarlas 
hasta el fondo mismo de la maldad. 
Ésta es, efectivamente, la insidiosa intención del perverso 
demonio: hacer caer, valiéndose incluso de las cosas pequeñas. 
Pero vosotros, los nuevos soldados de Cristo, hombres y 
mujeres -pues este ejército de Cristo no conoce distinción de 
sexo-, tronchando ya desde ahora toda costumbre de semejante 
índole, en la idea de que vais a recibir al Rey del universo, 
purificad vuestras mentes de tal manera que ni la más mínima 
suciedad venga a ensombrecer vuestros pensamientos. 

41. Si, por otra parte, alguien tiene algún enemigo, que se 
reconcilie con él, pensando en qué bienes va a recibir de parte del 
Señor, aun estando él mismo inmerso en tantos y tan grandes 
pecados, y perdone al prójimo los agravios que de él haya 
recibido. 
Pues dice la Escritura: Que nadie entre vosotros trame males 
contra el prójimo en su corazón 46. 
Por tanto, si alguien tiene pagarés con intereses acumulados, 
que los haga trizas, pues dice: Un contrato injusto, rásgalo 47. 

42. Y antes que nada, acostumbrad a vuestra lengua a 
conservarse limpia de juramentos: no hablo ya de los perjurios, 
sino incluso de los juramentos que se hacen sin tan ni son, 
inútilmente y para daño de los que juran. Dice, efectivamente: Se 
mandó: No juréis en falso. Pero yo os digo que no juréis en 
absoluto 48, 
Escuchaste bien: No juréis en absoluto, así que, en adelante, no 
te empeñes en discutir las leyes que vienen del Señor, al contrario, 
obedece a quien da las órdenes, y en todo momento purifica tu 
mente. 

43. No hagas caso alguno ya de las carreras de caballos ni del 
inicuo espectáculo de los teatros, pues también eso enardece la 
lascivia; ni tampoco del inhumano placer de las luchas con fieras. 
Pues, dime, ¿qué placer hay en ver a tu semejante, que 
comparte tu misma naturaleza, despedazado por las fieras 
salvajes? ¿Y no tiemblas de espanto y de miedo a que un rayo 
caiga de lo alto y abrase tu cabeza? 
Tú eres, efectivamente, quien, por así decirlo, aguzas los 
dientes de la fiera: por tu parte, al menos con tus gritos, también tu 
cometes el crimen, no con las manos, pero sí con la lengua. 

Respeto al nombre de cristiano

44. Os lo suplico: ¡No seáis tan despreocupados al decidir sobre 
vuestra propia salvación! 
CR/DIGNIDAD/CRISOS: Piensa en tu dignidad, y siente respeto. 
Porque, si por una dignidad humana uno se siente orgulloso y 
muchas veces se abstiene de realizar algún acto para no ultrajar 
dicha dignidad, tú que estás a punto de obtener tamaña dignidad, 
¿no debes presentarte ya respetándote a ti mismo? En realidad, tu 
dignidad es tal, que te acompaña a lo largo del siglo presente y te 
sigue en el viaje a la vida futura. ¿Y qué dignidad es esa? En 
adelante oirás llamarte cristiano, por la bondad amorosa de Dios, y 
fiel 49. 
Mira que no es una sola dignidad, sino dos: dentro de muy 
poco, vas a revestirte de Cristo, y conviene que obres y decidas 
todo pensando que Él está contigo en todas partes.

45. ¿O es que no ves a los dirigentes políticos, cómo se afanan 
en cuanto se han calado un traje con las insignias imperiales? Y 
por ello quieren que se les rindan mayores honores, y disfrutan de 
escolta. 
Por consiguiente, si estos hombres quieren ser respetados por 
el hecho de llevar la insignia prendida sobre el vestido, con mucha 
mayor razón tu que estás a punto de revestir a Cristo mismo, pues 
dice: Pondré mi morada entre vosotros y caminaré con vosotros, y 
seré vuestro Dios 50. 

46. Rehuid, pues, todos estos perversos atractivos del diablo, y 
nada prefiráis a vuestra entrada en la Iglesia. 
Y junto con la abstinencia de alimentos y abstención del mal, 
haya en vosotros un gran celo por la virtud. Y repartamos todo el 
tiempo del día entre oraciones y acción de gracias, de una parte, y 
en lecturas y compunción del alma, de otra, y que todo nuestro 
empeño sea no tener más conversación que sobre las realidades 
espirituales. 
Mucho rigor de disciplina necesitamos para no quedar 
atrapados por los lazos del Maligno, pues, si hemos de rendir 
cuentas por una palabra ociosa, con cuánta mayor razón por las 
chácharas intempestivas, por las conversaciones terrenales. 

47. Por consiguiente, si tal es vuestra inquietud y os preocupáis 
por la salud de vuestras almas, no sólo inclinaréis a Dios hacia una 
mayor benevolencia, sino que vosotros mismos disfrutaréis de una 
confianza más cumplida, y nosotros seguiremos con gran ánimo la 
tarea de enseñar, conscientes de que estas semillas espirituales 
las vamos dejando caer en oídos bien dispuestos y en terreno 
enjundioso y feraz. 
¡Ojalá también vosotros seáis considerados dignos del 
abundante don que viene de Dios, y nosotros podamos alcanzar 
su amorosa bondad, por la gracia y las misericordias de su Hijo 
unigénito, con el cual sean dados al Padre, junto con el Espíritu 
Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los 
siglos de los siglos! Amén. 
.................................................
1. Corresponde a la primera de las Catequesis halladas por WENGER en 
el códice Athos Stavronikita 6, de comienzos del siglo XI; san Juan 
Crisóstomo debió de predicarlas en Antioquía, en la Pascua del año 390 (cf. 
WENGER, Introd., p. 63ss.); como señala el título, se trata de una catequesis 
prebautismal. La traducción corre sobre el texto de WENGER, pp. 108-132. 
2. 2 Co 11, 2. 
3. Ef 6, 11; en el texto griego, por deterioro del pergamino falta algo, cuyo 
contenido, según Wenger, vendría a ser: «¿Ves cómo san Pablo utiliza 
ambas imágenes?» (p. 109) 
4. Según Wenger, en la parte borrada estaría el comienzo de la frase, que 
él supone sería ontos: realmente, de hecho. 
5. Cf. Lc 15, 7.
6. 2 Co 11, 2. 
7. Sin duda está aludiendo a los sacrificio de animales en honor de los 
falsos dioses. 
8. Cf. Rm 13, 13. 
9. Sal 44, 11-12. 
10. Ibid. 
11 Ver en LAMPE, Léxicon s.v. esta acepción de prolepsis. 
12 WENGER, en nota a este pasaje (n. 1, pp. 113-114), hace justamente 
observar cómo san Juan Crisóstomo insiste sobre la importancia de la libre 
elección del hombre para alcanzar la propia salvación en contraste con la 
inmutabilidad de la naturaleza humana. 
13. Estas expresiones deben entenderse en y desde el ambiente social 
del siglo IV, cuando el matrimonio suponía realmente para la joven un 
cambio radical de vida y era para ella realmente un misterio. 
14. Ef 5, 31-32. 
15. Según la costumbre, el novio iba a buscar a la novia a casa de sus 
padres después del anochecer. 
16. Cf. Gn 2, 23-24: la versión griega de los Setenta, seguida aquí por san 
Juan Crisóstomo, no reproduce la correspondencia etimológica de los 
términos hebreos 'issa-'is (mujer-varón), que sí reproduce la Vulgata latina: 
haec vocabitur virago, quoniam de viro sumpta est (también nuestros 
clásicos: varona-varón, la moderna versión de Schokel-Mateos nos da: 
hembra-hombre). 
17. Literalmente «se pegará», (proskollethesetai) como he traducido en el 
párrafo anterior; la Vetus Latina da una versión (conglutinabitur) más 
expresiva que la Vulgata (adhaerebit). 
18. Mt 19, 6. 
19. Ef 5, 25-27. 
20. Rm 10, 10. 
21. He traducido con «persona» el término hypostasis, que indica la 
individualidad de la substancia de Cristo, incluso en su semejanza con la del 
Padre: cf. toda la amplitud del vocablo en el Lexicon de LAMPE, 
especialmente pp. 1456-1461. 
22. Arrio admitía las tres personas distintas, pero negaba la divinidad del 
Hijo. 
23. Jn 5, 21. 
24. Sabelio no admitía la distinción de las tres personas. 
25. Mt 28, 19. 
26. Sal 37, 27. 
27. Mt 11, 28-29. 
28. Así traduzco el término -raro- aparresiastoi. 
29. Sobre el uso de philosophia, cf. la nota 26 de la primera Catequesis.
30. Jn 18, 23. 
31. Jn 8, 49. 
32. Mt 5, 28. 
33. Si 28, 22. 
34. El sujeto sobreentendido es Pablo, del que se viene citando Ga 5, 
19-20. 
35 Traduzco en presente el imperfecto proseke que indica una condición 
no realizada todavía (cf. SCHWYZER, II, p. 308). 
36. Cf. Ga 5, 22. 
37. Sobre el sentido especial de katepado, cf. A. WENGER, P. 125, n. 1. 
38. Literalmente «los hilos de los gusanos», expresión rara, aunque no en 
san Juan Crisóstomo; probablemente indica un conjunto de hilos retorcidos 
o cordones, como nuestras borlas. 
39. El término emplégmata, de raro uso, probablemente deriva de la 
subsiguiente cita de 1 Tm 2, 9, donde la expresión en plégmasin, en lugar de 
ser entendida como formada por la preposición en y el dativo pl. de plegma, 
con el sentido de objeto entrelazado o formando trenza, ha sido considerada 
dativo de emplegma. 
40. Esta expresión y la siguiente las he traducido siguiendo el texto de 
WENGER (P. 126), quien no ha eliminado toda incertidumbre en la 
puntuación, aunque en varios puntos corrige la lección del códice. 
41. WENGER (P. 126) deja esta última frase sin traducir. 
42. 1 Tm 2, 10. 
43. Cf. la nota 26 de la primera Catequesis, en cuanto a las palabras 
epieikeia (moderación, modestia) y praotes (mansedumbre, dulzura), san 
Juan Crisóstomo las asocia entre sí hasta convertirlas casi en sinónimos.
44. Es el sujeto sobreentendido. 
45. Cf. Catequesis I, n. 5.
46. Za 8, 17. 
47. Is 58, 6. En la Homilía 56, 5 sobre san Mateo, comenta san Juan 
Crisóstomo: «Así llama a las escrituras usureras, a las letras de préstamo» 
(trad. Ruiz Bueno: BAC 146, p. 191). Y por decirlo en pocas palabras, que 
tome la delantera y muestre lo que pone de su parte, para que pueda recibir 
con más abundancia lo que viene del Señor. A la hora de perdonar, Dios 
quiere que vayamos por delante, pero Él no se deja vencer en generosidad.
48. Mt 5, 33-34.
49. San Juan Crisóstomo y su público sabían bien que el nombre de 
«cristianos» se dio por primera vez a los discípulos de Cristo precisamente 
en Antioquía (Hch 11, 26). 
50. Cf. Lv 26, 11-12.