CUARTA CATEQUESIS 1

 

«Del mismo: última Catequesis para los que van a ser 
iluminados» 

El bautismo como desposorio

1. Hoy es el último día de la Catequesis, por eso yo, el último 
de todos, he llegado también al último día, pero al final llego con 
el anuncio de que el esposo vendrá dentro de dos días. 
¡Pero levantaos, encended vuestras lámparas y recibid con 
luz esplendente al rey de los cielos! 2. 
Levantaos y velad, porque el esposo no llega a vosotros 
durante el día, sino a media noche. Y en efecto, ésta es la 
costumbre del cortejo nupcial: que las esposas sean entregadas 
a los esposos de anochecida. Pero no os hagáis sin más los 
sordos al escuchar la voz de que llega el esposo, porque es una 
voz realmente grande y está llena de bondad: no mandó que la 
naturaleza de los hombres fuese hacia Él, sino que Él 
personalmente se vino junto a nosotros, y es que, 
efectivamente, la ley de las nupcias es ésta: que el esposo 
venga a la esposa, aunque él sea riquísimo y ella en cambio 
pobre y despreciada. 
Sin embargo, nada tiene de extraño que esto se dé entre los 
hombres. Efectivamente, si en cuestión de mérito la diferencia 
puede ser mucha, la diferencia de naturaleza, en cambio, es 
nula: por rico que sea el esposo y por indigente y pobre que 
sea la esposa, ambos son, con todo, de la misma naturaleza. 
Pero, tratándose de Cristo y de la Iglesia, la maravilla está en 
que Él, a pesar de ser Dios y tener aquella dichosa y purísima 
substancia (¡y sabéis cuánto dista de los hombres!), se dignó 
bajar a nuestra naturaleza y, dejando su casa paterna, corrió 
hacia la esposa, no con un mero desplazamiento, sino por la 
economía de la encarnación. 
Conocedor, pues, de esto y maravillado del exceso de 
solicitud y de estima, el mismo bienaventurado Pablo a grandes 
voces decía: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre 
y se unirá a su mujer: éste misterio es grande, mas yo lo digo 
con respecto a Cristo y a la Iglesia 3. 

El vestido de la esposa

2. ¿Y qué tiene de admirable el que haya venido a la esposa, 
cuando ni siquiera se negó a dar su vida por ella? Y sin 
embargo, ningún esposo pone su vida por su esposa, y es que 
nadie, ningún enamorado, por loco que esté, se inflama tanto 
en el amor de su amada, como Dios se desvive por la salvación 
de nuestras almas: 
«Aunque tenga que ser escupido -dice-, ser apaleado y 
subir a la misma cruz, no me negaré a ser crucificado, con tal de 
acoger a la esposa». 
Ahora bien, todo esto lo sufrió y lo soportó sin que contara 
para nada la admiración de su belleza: en efecto, antes de esto 
4, nada era más feo y repulsivo que ella. 
Escucha, pues, cómo describe Pablo su disformidad y su 
fealdad: Porque también nosotros éramos en otro tiempo 
necios, rebeldes, extraviados, esclavos de pasiones y placeres 
diversos, aborrecibles y odiándonos los unos a los otros 5. 
Unos a otros nos odiábamos (¡tal era la exageración de 
nuestra maldad!), pero Dios no nos odió a nosotros, que 
mutuamente nos odiábamos, al contrario, salvó a esos mismos 
que vivían en tanta fealdad y en tanta disformidad del alma. 
Cuando vino y encontró a la que iba a ser conducida como 
esposa desnuda y fea, la envolvió con un manto puro, cuyo 
resplandor y cuya gloria, ni palabra ni mente alguna podrá 
representar. 
¡Qué estoy diciendo! ¡Él mismo es el manto con que nos 
cubrió: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, 
de Cristo estáis vestidos! 6. 
David, que vio mucho antes este vestido con ojos proféticos, 
decía a voz en grito: Está la reina a tu derecha 7. 
Ser reina la pobre y rechazada, y ponerse de pie junto al rey, 
todo fue uno, y el profeta presenta a la Iglesia y a Cristo como 
un esposo con su esposa de pie en el sagrado pórtico: Con 
vestido recamado en oro envuelta, adornada con variedad 8. 
Mira, también te señaló el vestido. Luego, para que al oír «de 
oro» no vengas a dar en las cosas sensibles, de nuevo levanta 
él tu mente y la conduce hacia la contemplación de las cosas 
inteligibles, cuando añade lo siguiente: Toda la gloria de la hija 
del rey está dentro 9. 
¿Quieres también ver su calzado? Tampoco éste está cosido 
con material sensible, ni se compone de cuero común, sino de 
Evangelio y de paz, pues dice: Y calzad vuestros pies con el 
aparejo del Evangelio y de la paz 10. 
¿Quieres que te muestre también el semblante mismo de la 
esposa, fulgurante y de una belleza inconcebible, y la gran 
muchedumbre de ángeles y arcángeles que la rodean? 
Entonces agarrémonos de la mano de Pablo, el conductor por 
excelencia de la esposa, el cual podrá introducirnos hasta ella 
abriéndose paso entre la multitud. 
¿Qué nos dice, pues, éste? Maridos, amad a vuestras 
mujeres como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por 
ella, con el fin de santificarla purificándola en el baño del agua 
con su palabra 11. 
¿Viste la pureza y esplendor de su cuerpo? ¿Viste su 
perfecta sazón, más refulgente que los mismos rayos del sol? 
Luego añade: Para que sea santa e irreprochable, sin mancha 
ni arruga, ni cosa semejante 12, 
¿Viste la flor misma de la juventud, la cumbre misma de la 
edad? ¿Quieres aprender también su nombre? Fiel se llama, y 
santa, pues dice: Pablo, apóstol de Cristo Jesús, a los santos y 
fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso 13. 

El significado del nombre de fiel 

3. Sin embargo, al oír el nombre de la esposa, me acordé de 
una antigua deuda, y es que os tenía prometido explicaros por 
qué nos llamamos fieles 14. 
CR/DOS-OJOS OJOS/CR: ¿Por qué razón, pues, nos lo 
llamamos? A nosotros los fieles se nos han confiado cosas que 
los ojos de nuestro cuerpo no pueden ver: tan grandes y 
terribles son, y exceden a nuestra naturaleza. Efectivamente, ni 
un razonamiento humano podrá hallarlas y ni una palabra 
humana podrá explicarlas; sin embargo, la sola enseñanza de la 
fe sabe bien todo eso. Por lo mismo Dios nos hizo dos tipos de 
ojos: los de la carne y los de la fe. 
Cuando entres en la sagrada iniciación, los ojos de la carne 
verán el agua, en cambio los de la fe mirarán al espíritu; 
aquellos contemplarán el cuerpo inmerso, éstos, en cambio, al 
hombre viejo sepultado 15; aquellos, la carne lavada, éstos, el 
alma purificada; aquellos verán el cuerpo que sale de las aguas, 
y éstos al hombre nuevo 16 y radiante que sube de esta 
puriflcación. 
Y aquellos verán que el sacerdote impone desde arriba su 
mano derecha tocando la cabeza; éstos, en cambio, 
contemplarán al gran sumo sacerdote que desde los cielos 
extiende su invisible mano derecha y toca la cabeza: en realidad 
no es un hombre el que entonces bautiza, sino el Hijo unigénito 
de Dios en persona. 
Y lo que aconteció en la carne del Señor, esto mismo 
acontece también en la nuestra. Efectivamente, lo mismo que, 
en apariencia, Juan tenía aquélla agarrada por la cabeza, pero 
era el Dios Verbo quien realmente la bajaba a la corriente del 
Jordán y la bautizaba, y era la voz del Padre la que desde arriba 
decía: Éste es mi Hijo amado 17, así también obraba el Espíritu 
Santo con su venida. 
Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo 
se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. 
Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos 
bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mi llega el que es más 
poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de 
su sandalia: Él os bautizará en Espiritu Santo y fuego 18. 
Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no 
dice: «Yo bautizo a Fulano», sino: Fulano es bautizado en el 
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a 
entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el 
Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan. 
Y por idéntica razón también nuestra exposición de hoy se 
llama fe y no os permitimos pronunciar ninguna otra cosa antes 
de que digáis: «Creo». Esta palabra es un cimiento 
inconmovible sobre el que se asienta una edificación inaccesible 
a las sacudidas 19. Por eso Pablo dice también: Porque es 
necesario que quien se acerca a Dios crea que existe 20. 
Y también por esta razón tú, al acercarte a Dios, primero 
crees, y luego proclamas esta palabra, porque, si no es ésta, 
ninguna otra podrás decir, ni siquiera pensar. 
Y por dejar de lado aquella generación inefable y sin testigos, 
te presentaré a las claras esta generación de aquí abajo, de la 
que muchos fueron testigos, y por la prueba misma de los 
hechos te confirmaré la verdad de que, sin la fe, no es posible 
aceptar ni siquiera ésta. 
El que es infinito, el que todo lo abarca y domina, vino al 
útero de una virgen. 
¿Cómo, dime, de qué manera? Demostrarlo no es posible, 
pero, si acudes a la fe, ella te satisfará del todo: las cosas que 
sobrepasan la debilidad de nuestro razonamiento, menester es, 
en efecto, confiarlas a la enseñanza de la fe. 
El modo de esta generación, ni el mismo Mateo que la 
escribió lo sabe. Dijo, efectivamente, que María se halló haber 
concebido del Espiritu Santo 21, pero, de qué modo, no lo 
enseño. 
Tampoco Gabriel lo sabe, pues también él se limitó a decir lo 
siguiente: El Espiritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del 
Altísimo te cubrirá con su sombra 22, pero el cómo y de qué 
manera, ni él mismo lo sabe. 

4. Con todo, el discurso sobre la fe lo dejaremos para el 
maestro, y en otro momento oportuno nos será también posible 
hablaros, cuando estén presentes muchos de los no iniciados; 
pero lo que ahora necesitáis escuchar vosotros solos y que no 
podemos decir si ellos están mezclados con vosotros, esto es 
necesario que os lo diga hoy 23. 

Renuncia a Satanás y adhesión a Cristo

¿De qué se trata, pues? Mañana, viernes, y a la hora nona, 
será necesario exigiros que pronunciéis ciertas palabras y que 
establezcáis pactos con el Señor. Ahora bien, no os he 
recordado este día y esta hora sin más, sino porque es posible 
sacar de ello alguna enseñanza del misterio. 
Y en efecto, el viernes, a la hora nona, entró el bandido en el 
paraíso, y se deshizo la oscuridad que había durado desde la 
hora séptima hasta la nona 24, y tanto la luz sensible como la 
inteligible fue ofrecida entonces como sacrificio por el universo: 
entonces, efectivamente, dice Cristo: Padre, en tus manos 
encomiendo mi espíritu 25. 
Entonces este sol sensible, cuando vio al sol de justicia 
resplandecer desde la cruz, apartó sus rayos. 
Por tanto, cuando tú también estés a punto de ser 
introducido en la hora nona, acuérdate también de la grandeza 
de los resultados y calcula estos dones en ti mismo y en 
adelante no estarás ya sobre la tierra, sino que te realzarás y 
con tu alma tocarás los mismos cielos. 
Naturalmente, es preciso que entonces todos vosotros en 
común, al ser introducidos (y en efecto, observa también esto: 
que todo se os da en común a todos vosotros para que ni el rico 
mire por encima del hombro al pobre, ni el pobre piense que 
tiene algo inferior al rico, pues en Cristo Jesús no hay varón, ni 
hembra, ni escita, ni bárbaro, ni judío, ni griego 26, ya que se 
ha eliminado toda desigualdad, no sólo de edad y de 
naturaleza, sino también de honor: un solo honor, un solo don, 
un solo vínculo de fraternidad entre vosotros: la misma gracia), 
es preciso, digo, que al ser introducidos, todos vosotros en 
común dobléis la rodilla y no permanezcáis derechos, y con las 
manos tendidas hacia el cielo, deis gracias a Dios por este don. 

Las sagradas leyes mandan estar de rodillas, de modo que 
incluso a través del gesto se pueda confesar la soberanía. 
Efectivamente, el doblar la rodilla es propio de los que confiesan 
su esclavitud; escucha, si no, lo que dice Pablo: Ante Él se 
doblará toda rodilla: de los seres del cielo, de la tierra y de bajo 
la tierra 27. 
Pues bien, los que inician en los misterios mandan que, al 
doblar las rodillas, se digan estas palabras: «¡Renuncio a ti, 
Satanás!» 

5. Las lágrimas se me han saltado ahora mismo, y tengo 
confusa la mente y sollozo con amargura. 
¿Por qué razón me he acordado de aquel sagrado día en 
que a mí se me juzgó digno de proferir esta venturosa frase, por 
la cual fui conducido a la terrible y santa iniciación de los 
misterios? ¿Por qué me acordé de la limpieza de entonces y de 
todos los pecados que desde aquel día hasta hoy fui 
acumulando? 
Pues bien, lo mismo que toda mujer que de la riqueza cae en 
la más extrema pobreza, cuando ve a otras jóvenes casarse, ser 
entregadas a maridos ricos, disfrutar de gran estima y 
acompañarse de servidumbre y ostentación, ella sufre dolor y 
gran aflicción, no porque envidie los bienes ajenos, sino porque 
en los éxitos de las demás percibe con más exactitud las propias 
calamidades, así también yo ahora estoy pasando por algo 
semejante. 
Sin embargo, para no ensombrecer todavía más mi discurso, 
si lo que hago es contaros mis propios males, ¡ea!, volvamos de 
nuevo a vosotros. 

6. «¡Renuncio a ti, Satanás!» ¿Qué ha sucedido? ¿No es 
extraño y paradójico? Tú, el miedoso y tembleque, ¿te has 
sublevado contra el tirano? ¿Desprecias su crueldad? ¿De 
dónde te vino ese atrevimiento? 
«¡Tengo un arma poderosa!», dice -¿Qué clase de arma? 
¿Qué aliados?- Dime. 
«Me adhiero a ti, Cristo, dice. Por eso tengo osadía para 
sublevarme, porque tengo un poderoso refugio. Éste me dio 
superioridad sobre el diablo: a mí, que ante él temblaba de 
miedo. Y por esta razón renuncio, no sólo a él, sino también a 
toda su pompa. 
POMPAS/CRISOSTOMO: Ahora bien, pompa del diablo es 
toda forma de pecado: los espectáculos de iniquidad, los 
hipódromos, las reuniones que rebosan de risa y palabras 
torpes; pompa del diablo son los auspicios y vaticinios, los 
agüeros y los horóscopos, los presagios, los amuletos y los 
hechizos. 
La cruz tiene el poder de un admirable amuleto y del más 
grande hechizo; dichosa el alma que pronuncia el nombre de 
Jesucristo crucificado: invoca a éste, y toda enfermedad huirá y 
toda asechanza satánica te cederá el terreno. 
Acuérdate, pues, de estas palabras: ellas son los pactos 
hechos con el esposo. Efectivamente, lo mismo que en las 
bodas es necesario cumplimentar los documentos referentes a 
los regalos nupciales y a la dote, así también ocurre ahora 
antes de las nupcias. Te encontró desnuda, pobre y fea, y no 
pasó de largo: únicamente necesita de tu consentimiento. Así, 
pues, tú, en vez de la dote, ofrece estas palabras, que Cristo las 
tendrá por riqueza inmensa, con tal que tú las cumplas en todo: 
su riqueza es, efectivamente, la salvación de nuestras almas. 
Escucha cómo lo dice Pablo: Porque rico es para con todos los 
que le invocan 28. 

La unción con la señal de la cruz

7. Después de estas palabras, después de la renuncia al 
diablo y después de la adhesión a Cristo, como convertidos ya 
en familiares suyos y que nada tienen ya de común con el 
diablo, manda él que inmediatamente sean marcados con el 
sello. Y te señala con la cruz sobre la frente. 
Efectivamente, puesto que lo propio es que la fiera aquella, al 
escuchar tus palabras, se enfurezca más todavía (¡tal es su 
desvergüenza!) y quiera saltar sobre tu misma cara, al grabar 
con el crisma en tu rostro la cruz, se calma todo su furor. En 
adelante no se atreverá ya a mirar de frente a un semblante así, 
al contrario, en cuanto vea los rayos que de allí emanan, se 
alejará con los ojos deslumbrados. 
Ahora bien, la cruz se marca usando el crisma, y este crisma 
es a la vez aceite y perfume: perfume para la esposa, aceite 
para el atleta. 
Y repito: no es un hombre, sino Dios mismo quien te unge 
valiéndose de la mano del sacerdote; que es así, escúchalo de 
Pablo, que dice: Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y 
el que nos ungió, es Dios 29. 
Ahora bien, en cuanto esta unción haya ungido todos tus 
miembros, podrás someter sin miedo alguno a la serpiente, y 
nada malo te pasará. 

El bautismo

8. Pues bien, después de esta unción, sólo queda ya bajar a 
la piscina de las santas aguas. 
Entonces el sacerdote, despojándote del vestido, él mismo te 
introduce en la corriente.
¿Por qué desnudo? Te hace recordar tu primera desnudez, 
cuando estabas en el paraíso y no te avergonzabas, pues dice: 
Adán y Eva estaban desnudos, y no se avergonzaban 30, hasta 
que tomaron el manto del pecado, todo él impregnado de 
vergüenza. 
Tú, empero, no te avergüences ni siquiera entonces, pues la 
piscina es mucho mejor que el paraíso: no está allí la serpiente, 
sino que allí está Cristo que te inicia en los misterios llevándote 
a la regeneración por el agua y el Espíritu. 
Tampoco hay allí árboles deliciosos a la vista, pero allí están 
los carismas espirituales. No está allí el árbol de la ciencia del 
bien y del mal 31, ni la ley ni los mandamientos, pero sí la gracia 
y los dones: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros, 
pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia 32. 

9. Mas, ya que escuchasteis con tanto placer lo que os he 
dicho, voy a pediros a cambio una sola cosa, la misma que os 
pedí al principio. 
Cuando bajéis a la piscina de aquellas aguas, acordaos de 
mi indignidad 33. 
Esto mismo os pedí recientemente, cuando os recordé a 
José, que decía al copero mayor: Acuérdate de mi cuando te 
vaya bien 34. 
También yo os dije al principio: «Acordaos de mí cuando os 
vaya bien». Pero ahora no digo: «Acordaos de mí cuando os 
vaya bien», sino: «Acordaos de mí, puesto que os ha ido bien». 
También aquel decía: Acuérdate, porque yo no hice nada malo 
35; yo en cambio digo: «Acordaos de mí, porque hice muchos y 
graves males». 
Todos vosotros ahora tenéis una gran confianza con el Rey: 
a vosotros os enviamos como comunes legados en favor de la 
naturaleza de los hombres. No le lleváis como ofrenda una 
corona de oro, sino una corona de fe: os recibirá con gran 
benevolencia. 
Pedid, pues, por la común madre de todos, para que sea 
inconmovible e inmune a las sacudidas; también por el sumo 
sacerdote, gracias a cuyas manos y voz alcanzáis estos bienes. 
Regatead mucho con Él en favor de los sacerdotes que 
comparten nuestra sede, y en favor de todo el género humano, 
de modo que nos perdone, no las deudas de riquezas, sino las 
de los pecados. 
Que sean comunes los éxitos: mucha es vuestra confianza 
con el Señor, y Él os acogerá con un beso. 

El beso santo

10. Mas ya que hemos mencionado el beso, quiero también 
hablaros ahora sobre él. Siempre que estamos a punto de 
acercarnos a la sagrada mesa, se nos manda besarnos 
mutuamente y acogernos con el santo saludo. 
¿Por qué razón? Puesto que estamos separados por los 
cuerpos, en aquella ocasión entrelazamos nuestras almas unas 
con otras mediante el beso, de modo que nuestra reunión sea 
tal cual lo era aquella de los apóstoles, cuando el corazón y el 
alma de los fieles eran uno solo 36. Así, efectivamente, es 
preciso que nos lleguemos a los sagrados misterios: 
estrechamente unidos los unos con los otros. 
Escucha lo que dice Cristo: Si traes tu ofrenda al altar, y allí 
te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, marcha, 
reconcíliate primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu 
presente 37. 
No dijo: «Primero ofrece», sino: «Reconcíliate primero, y 
entonces ofrece». 
Por esto mismo nosotros también, con el don delante, 
primero nos reconciliamos mutuamente, y entonces nos 
acercamos al sacrificio. 
Pero hay además otra razón misteriosa de este beso. 
BESO-SANTO: El Espíritu Santo nos hizo templos de Cristo 
38, y así, al besarnos mutuamente en la boca, besamos con 
ternura los umbrales del templo. Que nadie, pues, haga esto 
con perversa conciencia, con mente engañosa, porque el beso 
es santo, pues dice: Saludaos mutuamente con el santo beso 
39. 
Con todo esto presente en la memoria, guardemos en todo 
momento la adhesión, la renuncia y la confianza con que ahora 
nos ha agraciado el Señor, y conservémosla sin mancha y pura, 
para que podamos salir con gran gloria al encuentro del Rey de 
los cielos y nos consideren dignos de ser arrebatados en la 
nube y aparecer merecedores del reino de los cielos. Que todos 
nosotros podamos alcanzarlo por la gracia y bondad de nuestro 
Señor Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos. 
Amén. 
.................................................
1. Publicada también por PAPADOPOULOS (op. cit. pp. 166-175), es la 
pronunciada el Jueves Santo del año 388 (cf. WENGER, Introd., pp. 30 y 
34); como en la Catequesis precedente, el título es el atestiguado por el 
códice de la Biblioteca Sindodal de Moscú n. 129. 
2. Probable alusión a la parábola de las diez vírgenes, Mt 25 1-13. 
3. Ef 5, 31-32. 
4. Es decir, antes del desposorio. 
5. Tt 3, 3. 
6. Ga 3, 27. 
7. Cf. Sal 44, 10.
8. Ibid. 
9. Cf. Sal 44, 14. 
10. Ef 6, 15; es alusión clara a Is 52, 7. 
11. Ef 5, 25-26. 
12. Ef 5, 27. 
13. Ef 1, 1. 
14. Cf. supra, Catequesis 1. 
15. Cf. Ef 4, 22; «inmerso» = bautizado. 
16. Cf. Ef 4, 24.
17. Mt 3, 17. 
18. Cf. Jn 1, 27; Lc 3, 16. 
19. Así traduzco asáleuton. 
20. Hb 11, 6. 
21. Mt 1, 18. 
22. Lc 1, 35. 
23. En tiempos de san Juan Crisóstomo todavía estaba vigente la clara 
distinción entre bautizados y catecúmenos; estos últimos no eran 
admitidos a la celebración del misterio eucarístico. 
24. Cf. Lc 23, 43-44. 
25. Lc 23, 46. 
26. Cf. Col 3, 11. 
27. Cf. Flp 2, 10.
28. Rm 10, 12: la repetición de epi pántas probablemente se debe a un 
error de transcripción, pues la tradición manuscrita no la atestigua; por 
eso no la traducimos. 
29. 2 Co 1, 21. 
30. Gn 2, 25. 
31. Cf. Gn 2, 9, que en la versión de los Setenta: xylon tou eidénai 
gnoston sigue literalmente la expresión he- brea; san Juan Crisóstomo ha 
omitido el infinitivo sustantivado. 
32. Rm 6, 14. 
33. Así traduzco eutéleia, título de humildad, corriente ya en esta época. 
34. Gn 40, 14; cf. supra, Catequesis II, c. 1. 
35. Cf. Gn 40. 15.
36. Cf. Hch 4, 32. 
37. Mt 5, 23-24.
38. Cf. 1 Co 3, 16; 6, 19. 
39. 1 Co 16, 20.
________________