2. La vida de Cristo muestra un solo Dios y Padre


2.1. Curación del ciego de nacimiento

2.1.1. Signo de la resurrección

15,1. Porque aquel que al principio creó al hombre le prometió una segunda generación después de su disolución en la tierra, dice Isaías: <<Resucitarán los muertos, y se levantarán los que estén en las tumbas, y se alegrarán los que reposan en la tierra; pues el rocío [1164] que de ti proviene será su salvación>> (Is 26,19). Y también: <<Yo os llamaré, y en Jerusalén seréis convocados, y veréis, y se alegrará vuestro corazón; vuestros huesos crecerán como la hierba, y quienes honran al Señor conocerán su mano>> (Is 66,13-14). Ezequiel, por su parte: <<Vino sobre mí la mano del Señor y me llevó en Espíritu, y me puso en medio de un llano lleno de huesos. Y me hizo dar vueltas en torno, y sobre la superficie del llano había muchos huesos secos. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y le dije: Señor, tú lo sabes, porque tú has hecho esto. Y me dijo: Profetiza sobre estos huesos y diles: Huesos secos, oíd la voz del Señor. Esto dice el Señor a estos huesos: He aquí que yo envío sobre vosotros el Espíritu de la vida y os daré nervios y os cubriré de carne y extenderé piel sobre vosotros, y os daré mi Espíritu para que viváis, y así conoceréis que soy el Señor. Y yo profeticé como el Señor me mandó. Y sucedió que, mientras profetizaba, sobrevino un temblor de tierra, y los huesos se juntaron unos con otros. Y vi que sobre ellos brotaban nervios y carne, y sobre ellos se extendía la piel. Pero no había Espíritu en ellos. Y me dijo: Profetiza al Espíritu, hijo de hombre. Di al Espíritu: Esto dice el Señor: Ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que vivan. Y profeticé como me lo mandó el Señor. Y entró en ellos el Espíritu, y revivieron y se pusieron de pie. Era una gran multitud>> (Ez 37,1-10). Y más adelante añadió: <<Esto dice el Señor: Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de vuestros sepulcros y os llevaré a la tierra de Israel. Así sabréis que yo soy el Señor, cuando abra vuestros sepulcros y saque mi pueblo de su tumba. Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis. Y os llevaré a vuestra tierra, para que sepáis que soy el Señor. Dije y lo haré, dice el Señor>> (Ez 37,12-14).

Es, pues, el Creador, aquel que da la vida a nuestros cuerpos muertos, hasta donde es posible ver, el que ha prometido la resurrección y el que da la resurrección y la incorrupción a los que yacen en las tumbas y sepulcros[376] -<<sus días serán como el árbol de la vida>> (Is 65,22)-. El único que hace todas estas cosas se manifestó de esta manera como el Padre bueno, al conceder benignamente la vida a los que por sí mismos no la tienen.

2.1.2. Signo de la unidad del Creador

[1165] 15,2. Por este motivo el Señor se mostró a sus discípulos con toda evidencia y les mostró al Padre, para que no fuesen a buscar otro Dios fuera de aquel que plasmó al hombre y le dio el soplo de vida; y para que no cayesen en la locura de imaginar otro Padre fuera del Creador. Y por eso a todos aquéllos sobre quienes diversas enfermedades habían recaído a causa del pecado, el Señor los curaba con su palabra. Les decía: <<Ahora has quedado sano, ya no peques para que no te suceda algo peor>> (Jn 5,14). De este modo mostró que los sufrimientos habían sobrevenido al hombre por el pecado de desobediencia. Mas al ciego de nacimiento le devolvió la vista no por medio de su palabra, sino por una obra. No lo hizo en vano ni al acaso, sino para mostrar la mano de Dios, la misma que al principio creó al hombre[377]. Por eso, cuando los discípulos le preguntaron por qué motivo el hombre había nacido ciego, si por culpa suya o de sus padres, respondió: <<Este no pecó, ni sus padres; sino para que se manifieste en él la acción de Dios>> (Jn 9,3).

Mas la obra de Dios es la creación del hombre. Y esto lo llevó a cabo como una operación suya, según dice la Escritura: <<Y Dios tomó barro de la tierra, y plasmó al hombre>> (Gén 2,7). Por eso el Señor escupió en tierra, hizo lodo y le untó con él los ojos, para mostrar cómo había hecho la antigua creación, y para hacer ver la mano de Dios a quienes puedan entender, por medio de la cual el hombre fue plasmado de la tierra. Aquello que el Verbo artífice había dejado de hacer en el vientre, lo completó en público, <<para que en él se manifieste la acción de Dios>>. No necesitamos ya otra mano fuera de aquella que plasmó al hombre, ni otro Padre, al saber que la mano de Dios nos plasmó al principio y nos plasma en el vientre de la madre, ella misma nos buscó en los últimos días, al mirarnos perdidos (Lc 19,10), para recobrar su oveja perdida y volverla a cargar sobre sus hombros, a fin de llevarla, lleno de alegría, de nuevo al rebaño.

2.2. El Verbo nos salva

15,3. Porque el Verbo de Dios nos plasma en el vientre, dice Jeremías: <<Antes de que te plasmara en el seno te conocí, y antes de que salieras del útero te santifiqué, a fin de ponerte como profeta para las naciones>> (Jer 1,5). Y Pablo escribe algo semejante: <<Cuando le plugo a aquel que me separó desde el seno [1166] de mi madre para que llevara su evangelio a las naciones>> (Gál 1,15-16). Pues, como el Verbo nos plasma en el vientre, el mismo Verbo remodeló los ojos del ciego de nacimiento[378]. Así mostró que, siendo nuestro Plasmador en lo escondido, se manifestaba visiblemente a los seres humanos, a fin de enseñarles cómo antiguamente habían sido modelados en Adán, cómo éste había sido hecho, y qué mano lo había creado, mostrando el todo por la parte: pues el Señor que había formado la vista, es el mismo que plasmó todo el hombre, obedeciendo a la voluntad del Padre.

Y porque el hombre necesitaba el lavado de regeneración en la misma carne plasmada en Adán, después de que el Señor ungió sus ojos con el lodo, le dijo: <<Ve a lavarte en Siloé>> (Jn 9,7). De este modo le devolvió, al mismo tiempo, lo que le correspondía a la creación y al lavado de la regeneración. Por eso, una vez que se hubo lavado, <<volvió a ver>> (Jn 9,7), a fin de que al mismo tiempo conociera a su Creador, y reconociera al Señor que le dio la vida.

2.3. Contra los valentinianos

15,4. También yerran los seguidores de Valentín, cuando dicen que el hombre no fue plasmado de la tierra, sino de una materia fluida y difusa. Porque es evidente que la tierra con la que el Señor formó los ojos del ciego es la misma con la cual plasmó al hombre al principio. Porque no era congruente que plasmase de una cosa los ojos y de otra el resto del cuerpo. Por el contrario, aquel mismo que al principio plasmó a Adán, con el cual el Padre habló: <<Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza>> (Gén 1,26), en los últimos tiempos se manifestó a los hombres, al formar la visión del que, nacido de Adán, era ciego. Por eso la Escritura indica lo que había de suceder, cuando, habiéndose escondido Adán después de su desobediencia, al atardecer el Señor se acercó a él y lo llamó, preguntando: <<¿Dónde estás?>> (Gén 3,1). En los últimos tiempos el mismo Verbo de Dios vino a llamar al ser humano[379], para recordarle sus obras por las cuales se había escondido de Dios. Pues, así como entonces Dios buscó a Adán al atardecer para hablarle, así también en los últimos tiempos por medio de la misma voz lo visitó en busca de su raza.

[1167] 16,1. Y porque Dios plasmó de la tierra a Adán en todo cuanto es humano, la Escritura afirma que Dios le dijo: <<Con el sudor de tu rostro comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra de la cual fuiste sacado>> (Gén 3,19). Pero si nuestros cuerpos vuelven a otra tierra después de la muerte, en consecuencia, de ella debería haber sido formado su cuerpo; en cambio, si vuelven a la misma, es evidente que de esta tierra ha sido plasmado, como el Señor lo puso de manifiesto cuando le abrió con ella los ojos al ciego. El Evangelio deja bien claro, por una parte qué mano de Dios plasmó a Adán y por la cual fuimos plasmados también nosotros; por otra, que es el mismo Padre, cuya voz desde el principio hasta el fin se hace presente a su creación; así como también la substancia con la cual fuimos modelados. No es posible, pues, buscar otro Padre fuera de éste, ni otra substancia para ser plasmados, fuera de la que el Señor indicó y mostró, ni otra mano de Dios fuera de aquella que desde el principio hasta el fin nos modela y adapta a la vida, y que está presente a su creación para perfeccionarla según la imagen y semejanza de Dios.

16,2. Que todo esto sea verdadero, quedó probado cuando el Verbo de Dios se hizo hombre, haciéndose él mismo semejante al hombre y haciendo al hombre semejante a él a fin de que, por esa semejanza con el Hijo, el hombre se haga precioso para el Padre. En los tiempos antiguos, en efecto, se decía que el hombre había sido hecho según la imagen de Dios; pero no se mostraba, pues aún era invisible el Verbo, a cuya imagen el hombre había sido hecho. [1168] Por tal motivo éste fácilmente perdió la semejanza. Mas, cuando el Verbo de Dios se hizo carne (Jn 1,14), confirmó ambas cosas: mostró la imagen verdadera, haciéndose él mismo lo que era su imagen, y nos devolvió la semejanza y le dio firmeza, para hacer al hombre semejante al Padre invisible por medio del Verbo visible.

2.4. La cruz

2.4.1. Reparación de la desobediencia de Adán

[1169] 16,3. Y no sólo de las maneras que hemos dicho el Señor reveló al Padre y a sí mismo, sino también por su pasión. Porque disolviendo la desobediencia del hombre que tuvo lugar al principio en el árbol, <<se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz>> (Fil 2,8), curando por la obediencia en el árbol la desobediencia en el árbol[380]. Pero no habría venido a disolver la desobediencia contra el que nos había plasmado, si hubiese anunciado a otro Padre. Pues por las mismas cosas por las que desobedecimos a Dios y no creímos en su palabra, por esas mismas llevó a cabo la obediencia y se confió a su palabra; de la manera más evidente nos mostró al mismo Dios al que habíamos desobedecido en el primer Adán no cumpliendo su mandato, al ser reconciliados por el segundo Adán haciéndose obediente hasta la muerte; porque tampoco éramos deudores de ningún otro, sino de aquel cuyo precepto habíamos transgredido al principio.

2.4.2. El perdón de los pecados

17,1. Porque éste es el Demiurgo que por su amor es Padre, por su poder es Señor, por su sabiduría Hacedor y Creador de todo, del que nos hemos hecho enemigos al transgredir su precepto. Y por eso en los últimos tiempos el Señor nos ha restituido a la amistad por su propia encarnación: haciéndose <<mediador entre Dios y los hombres>> (1 Tim 2,5), propiciando por nosotros al Padre contra el cual habíamos pecado, y consolando nuestra desobediencia con su obediencia, puso en nuestras manos la conversión y la sumisión a nuestro Hacedor. Por ello nos enseñó a decir en la oración: <<Perdónanos nuestras deudas>> (Mt 6,12), porque ciertamente es nuestro Padre del que somos deudores al transgredir su mandato. ¿Y quién es él? ¿Acaso es un Padre desconocido que ha dado no sé qué precepto no sé cuándo, o es aquel Dios del que predicaron los profetas[381], del que somos deudores por transgredir su mandato? Porque el precepto ha sido dado al hombre por el Verbo, pues está dicho: <<Adán escuchó la voz del Señor Dios>> (Gén 3,8). Bellamente su Verbo dice al hombre: <<Te son perdonados tus pecados>> (Mt 9,2; Lc 5,20), porque es aquel mismo contra el cual habíamos pecado al principio, y que al fin nos ofrece el perdón de los pecados. Pero si hubiésemos transgredido el precepto de algún otro, sería otro el que dice: <<Te son perdonados tus pecados>>, pero entonces no sería ni bueno ni verdadero ni justo. ¿Porque cómo puede ser bueno el que no da de lo suyo? ¿Cómo puede ser justo el que usurpa lo que pertenece a otro? ¿Y cómo puede perdonar en verdad los pecados, si aquel contra el que pecamos no es el mismo que concede el perdón <<por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios en las cuales nos visitó>> (Lc 1,78) por su Hijo?

17,2. Por eso, curado el paralítico, se dice: <<Viendo las turbas, glorificaban a Dios que dio a los hombres tal potestad>> (Mt 9,8). ¿A cuál Dios glorificaban las turbas circunstantes? ¿Acaso [1170] al Padre desconocido que han inventado los herejes? ¿Y cómo podían glorificar al que era del todo desconocido? Es evidente que los israelitas glorificaban al Dios que la Ley y los profetas proclamaron, el mismo que es Padre de nuestro Señor. Y por eso enseñaba a los hombres, con los signos que obraba, a que genuinamente diesen gloria a Dios (Lc 17,18). Si hubiese venido de otro Padre, los hombres que veían aquellos poderes habrían glorificado a otro Dios, siendo ingratos para con aquel Padre que lo había enviado para realizar las curaciones. Pero como el Hijo Unigénito había venido de aquel Dios para la salud de los hombres, por eso mediante los poderes que realizaba provocaba a los incrédulos a dar gloria al Padre, mientras a los fariseos que no recibían el advenimiento de su Hijo, y por eso no creían que él pudiera perdonar los pecados, les decía: <<Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene el poder de perdonar los pecados>> (Mt 9,6), y habiendo dicho esto ordenó al paralítico dejar su camilla en la que yacía e irse a su casa, lo que hizo para confundir a los incrédulos y para significar que él es la Voz de Dios, por la cual el hombre recibió sobre la tierra los mandamientos, transgrediendo los cuales éste se hizo pecador, y de los pecados se siguió la parálisis.

17,3. Perdonando los pecados curó al hombre y le manifestó quién era él mismo. Porque si ninguno puede perdonar los pecados sino sólo Dios (Lc 5,21), y si el Señor los perdonaba y curaba al hombre, era claro que él era el Verbo de Dios que se había hecho Hijo del Hombre, que como hombre y como Dios había recibido el poder de perdonar los pecados de parte del Padre, para que como hombre sufriese con nosotros y como Dios tuviese misericordia de nosotros y remitiese nuestras deudas (Mt 6,12) que habíamos contraído con Dios nuestro Creador[382]. Por eso David predijo: <<Dichoso aquél cuyas sus iniquidades son perdonadas y cuyos pecados son cubiertos. Dichoso el hombre a quien Dios no imputa el pecado>> (Sal 32[31],1-2). Así mostró de antemano cómo sería el perdón por su venida, por la cual <<borró el documento de nuestra deuda, y lo clavó en la cruz>> (Col 2,14); de modo que, así como por un árbol nos hicimos deudores de Dios, así también por el árbol recibamos el perdón de nuestra deuda.

2.4.3. Figura de la cruz en el Antiguo Testamento

17,4. Lo mismo declararon muchos otros profetas, [1171] entre otros Eliseo. Cuando los profetas que lo acompañaban cortaron madera para fabricar el tabernáculo, el hierro del hacha se desprendió y cayó en el Jordán, de modo que no podían hallarlo. Al saber lo que había ocurrido, Eliseo se dirigió al lugar y arrojó al agua un pedazo de madera. Habiendo hecho esto, el hierro del hacha subió a la superficie, y los que antes lo habían perdido, lo sacaron del agua (2 Re 6,1-7). Mediante esta acción, el profeta mostró que el Verbo de Dios que nosotros habíamos perdido por negligencia, sacado de la madera, y no podíamos encontrarlo, también por la madera (de la cruz), según el plan de Dios, volvimos a recuperarlo. Pues, que el Verbo de Dios se asemeje a un hacha, lo dice Juan Bautista: <<Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles>> (Mt 3,10). Y Jeremías habla de modo parecido: <<La Palabra de Dios es como un hacha de doble filo que hiende la piedra>> (Jer 23,29). Este Verbo, que estaba oculto para los hombres, se manifestó, como dijimos, según la Economía del árbol. Porque así como por el árbol lo perdimos, así por el árbol a todos se nos reveló de nuevo, mostrando en sí mismo la altura, anchura y profundidad y, como dijo uno de nuestros mayores, extendiendo las manos congregó los dos pueblos en el único Dios. [1172] Fueron las dos manos, porque eran dos los pueblos dispersos por la tierra (Is 11,12; Ef 2,15), y una sola cabeza en medio, porque <<uno es Dios que está sobre todos, por todos y en todos nosotros>> (Ef 4,6).

2.5. El Verbo vino a lo que era suyo

18,1. Tan elevada Economía no se realizó a través de creaturas ajenas, sino propias; ni fueron plasmadas por ignorancia o la penuria, sino que recibieron su ser de la sabiduría y el poder del Padre. Porque éste no era tan injusto como para desear lo ajeno, ni tan indigente como para no poder producir la vida por sus propios medios; sino que dirigió la propia acción creadora a la salvación del hombre. Ni la creatura hubiese podido llevarlo, si hubiese sido producto de la ignorancia y la penuria. Pues, que el Verbo de Dios hecho carne haya sido colgado del madero (Hech 5,30), de muchos modos lo hemos expuesto, y aun los mismos herejes confiesan que fue crucificado. Mas un producto de la ignorancia y la penuria ¿cómo podía cargar sobre sí al que es perfecto y conoce la verdad de todas las cosas? ¿Y cómo una creación separada y tan alejada del Padre pudo portar su Verbo?

Aun suponiendo que la creación fuese obra de los ángeles (independientemente de que hayan conocido o ignorado al Dios que está sobre todas las cosas), puesto que el Señor dijo: <<Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí>> (Jn 14,11), ¿cómo la obra de los ángeles podría portar al mismo tiempo al Padre y al Hijo? ¿Cómo la creación que está fuera del Pléroma acogió a aquel que contiene todo el Pléroma? Cuanto acabamos de decir es imposible y carece de pruebas. Luego sólo la predicación de la Iglesia es verdadera, acerca de que la propia creación de Dios subsiste por el poder, arte y sabiduría divinos, y por eso lo portó. Pues si en el plano de lo invisible [1173] el Padre porta la creación, en el de lo visible, por el contrario, ésta porta a su Verbo. He aquí la verdad.

18,2. El Padre sostiene al mismo tiempo toda su creación y a su Verbo; y el Verbo que el Padre sostiene, concede a todos el Espíritu, según la voluntad del Padre: a unos en la creación misma les da el (espíritu) de la creación[383], que es creado; a otros el de adopción, esto es, el que proviene del Padre, que es obra de su generación. Así se revela como único el Dios y Padre, que está sobre todo, a través de todas y en todas las cosas. El Padre está sobre todos los seres, y es la cabeza de Cristo (1 Cor 11,3); por medio de todas las cosas obra el Verbo, que es Cabeza de la Iglesia; y en todas las cosas, porque el Espíritu está en nosotros, el cual es el agua viva (Jn 7,38-39) que Dios otorga a quienes creen rectamente en él y lo aman, y saben que <<uno sólo es el Padre, que está sobre todas las cosas, por todas y en todas>> (Ef 4,6).

De estas cosas da testimonio Juan, el discípulo del Señor, cuando dice en el Evangelio: <<En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio ante Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada ha sido hecho>> (Jn 1,1-2). Y luego dice acerca del Verbo: <<En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, que son los que creen en su nombre>> (Jn 1,10-11). Y adelante, hablando de la Economía según su humanidad, dice: <<Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros>> (Jn 1,14). Y añade: <<Y hemos visto su gloria, gloria del Unigénito del [1174] Padre, lleno de gracia y de verdad>> (Jn 1,14). Abiertamente muestra a quienes quieran escuchar, esto es, a quienes tengan oídos, que uno es Dios Padre que está sobre todo, y uno su Verbo que actúa por medio de todas las cosas, pues todas las cosas por él fueron hechas; y que el mundo es suyo porque él lo hizo según la voluntad del Padre, y no fue hecho por los ángeles, ni por apostasía, defecto e ignorancia; ni por el poder de algún Prúnico que algunos llaman la Madre, ni por otro creador del mundo que no hubiese conocido al Padre.

18,3. El verdadero Creador del mundo es el Verbo de Dios. Este es nuestro Señor, el cual en los últimos tiempos se hizo hombre para existir en este mundo (Jn 1,10), de modo invisible contiene todas las cosas creadas (Sab 1,7), y está impreso en forma de cruz[384] en toda la creación, porque el Verbo de Dios gobierna y dispone todas las cosas. Por ello invisiblemente <<vino a los suyos>> <<y se hizo carne>> (Jn 1,11.14); por último colgó de la cruz para recapitular en sí todas las cosas (Ef 1,10). Mas <<los suyos no lo recibieron>> (Jn 1,11), como dijo Moisés al pueblo: <<Tu vida estará colgada delante de ti, y tú no le creerás>> (Dt 28,66). Quienes no lo acogieron, tampoco recibieron su vida. <<Mas a cuantos lo acogieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios>> (Jn 1,12).

El es quien tiene el poder del Padre sobre todas las cosas, porque es verdadero Verbo de Dios y verdadero hombre. Reina sobre todo lo invisible, y en el mundo visible establece su ley sobre todas las cosas para que se mantengan en orden. Reina abiertamente sobre todo lo humano y juzga a todos de manera digna y justa, [1175] según predijo David acerca de su venida: <<Nuestro Dios vendrá y no callará>>. Y en seguida, para mostrar que es él quien juzgará, añade: <<En su presencia arderá el fuego y azotará la tormenta. Desde lo alto llamará al cielo y a la tierra para juzgar a su pueblo>> (Sal 50[49],3-4).

2.6. La Economía por la obediencia de María

19,1. Manifiestamente, pues, el Señor vino a lo que era suyo, y llevó sobre sí la propia creación que sobre sí lo lleva,[385] y recapituló por la obediencia en el árbol (de la cruz) la desobediencia en el árbol; fue disuelta la seducción por la cual había sido mal seducida la virgen Eva destinada a su marido, por la verdad en la cual fue bien evangelizada por el ángel la Virgen María ya desposada: así como aquélla fue seducida por la palabra del ángel para que huyese de Dios prevaricando de su palabra, así ésta por la palabra del ángel fue evangelizada para que portase a Dios por la obediencia a su palabra,[386] a fin de que la Virgen María fuese abogada de la virgen Eva; y para que, así como el género humano había sido atado a la muerte por una virgen, así también fuese desatado de ella por la Virgen, y que la desobediencia de una virgen fuese compensada por la obediencia de otra virgen; [1176] si pues el pecado de la primera creatura fue enmendado por el recto proceder del Primogénito, y si la sagacidad de la serpiente fue vencida por la simplicidad de la paloma (Mt 10,16), entonces están desatados los lazos por los que estábamos ligados a la muerte.

2.7. Los herejes chocan contra la Escritura y la Tradición

19,2. Los herejes son, pues, indoctos e ignorantes de la Economía de Dios, e inconscientes de su obra en cuanto hombre; enceguecidos para la verdad, ellos mismos contradicen su propia salvación: algunos introduciendo otro Padre distinto del Demiurgo; otros afirmando que el mundo y la materia fueron hechos por los Angeles; otros que estando tan lejana e inmensamente separada de su hipotizado Padre, la creación habría florecido y nacido de por sí; otros que el mundo y cuanto contiene habría tenido su substancia del Padre, pero tomada de la ignorancia y de la penuria; otros abiertamente desprecian la venida del Señor y no aceptan su encarnación; otros más desconocen la Economía de la Virgen, diciendo que fue engendrado por obra de José; algunos dicen que ni el alma ni el cuerpo pueden recibir la vida eterna, sino sólo el hombre interior, y a éste lo identifican luego con su mente (noûs), sólo la cual sería capaz de ascender al estadio perfecto; otros, que el alma se salva pero que el cuerpo no tiene parte en la salvación de Dios, como hemos expuesto ya en el primer libro, en el cual hemos narrado todas sus hipótesis, así como en el segundo hemos demostrado su incongruencia.

[1177] 20,1. Porque todos éstos vinieron mucho después de los obispos, a los cuales los Apóstoles encomendaron las Iglesias; y esto lo hemos expuesto con todo cuidado en el tercer libro. Todos los predichos herejes tienen pues necesidad, por su ceguera acerca de la verdad, de caminar por otros y otros atajos, y por eso las huellas de su doctrina se dispersan de modo desacorde e inconsecuente. Mas el camino de los que pertenecen a la Iglesia recorre el mundo entero, porque posee la firme Tradición que viene de los Apóstoles, y al verla nos ofrece una y la misma fe de todos, porque todos obedecen a uno y el mismo Dios Padre, creen en una misma Economía de la encarnación del Hijo de Dios, reconocen el mismo don del Espíritu, observan los mismos preceptos, guardan la misma forma de organización eclesial, esperan la misma parusía del Señor y la misma salvación de todo el hombre o sea del alma y del cuerpo. La predicación de la Iglesia es sólida y verdadera, en la cual se manifiesta uno y el mismo camino de salvación en todo el mundo. Esta ha creído en la luz de Dios, y por eso <<la sabiduría>> de Dios, por medio de la cual él salva a los hombres, <<llama en la esquina de las calles concurridas, a la entrada de las puertas de la ciudad pronuncia sus discursos>> (Prov 1,21). Porque en todas partes la Iglesia predica la verdad, y es el candelabro de las siete lámparas (Ex 25,31.37) que porta la luz de Cristo.

20,2. Cuantos abandonan la predicación de la Iglesia acusan de simplicidad a los presbíteros, sin entender cuánto dista el sencillo y religioso, [1178] del blasfemo y del sofista impúdico. Porque tales son todos los herejes, a quienes les parece haber encontrado fuera de la verdad ideas superiores, siguiendo a aquellos de que hemos hablado, fabricando caminos diversos, multiformes e inseguros, no teniendo siempre las mismas ideas sobre estas cosas; como ciegos guiados por otros ciegos justamente caerán en la fosa (Mt 15,14) de la ignorancia abierta bajo sus pies, buscando siempre y nunca encontrando la verdad (2 Tim 3,7). Es, pues, necesario huir de sus enseñanzas y estar cuidadosamente atentos para que no nos dañen, refugiarnos en la Iglesia para educarnos en su seno y alimentarnos con las Escrituras del Señor. La Iglesia ha sido plantada como el paraíso en el mundo. <<De todo árbol, pues, del paraíso, podéis comer>> (Gén 2, 16), dice el Espíritu de Dios, esto es, comed de toda la Escritura del Señor, pero no comáis con espíritu orgulloso ni toquéis nada de la disensión herética. Porque ellos confiesan tener por sí mismos la gnosis del bien y del mal (Gén 2,17), y por sobre Dios que los creó arrojan sus pensamientos. Piensan más allá de los límites del pensamiento. Por eso dice el Apóstol: <<No sepáis más allá de lo que se debe saber, sino sabed según la prudencia>>[387] (Rom 12,3), no vaya a ser que, comiendo de su gnosis, que piensa saber más de lo que conviene, seamos arrojados del paraíso de la vida, al cual conduce el Señor a los que escuchan su predicación, <<recapitulando en sí todas las cosas del cielo y de la tierra>> (Ef 1,10); pero las cosas que están en los cielos son espirituales (pneumatiká), mientras las que están sobre la tierra son esta obra que es el hombre[388]. Todas estas cosas ha recapitulado en sí, unificando al hombre y al espíritu, haciendo habitar al Espíritu en el hombre, haciéndose él mismo Cabeza del espíritu y dando su Espíritu al hombre como cabeza; por éste vemos, oímos y hablamos.

2.8. Las tentaciones de Cristo muestran que Dios es uno

[1179] 21,1. Habiendo pues recapitulado todo en sí, también recapituló nuestra lucha contra el enemigo; ha provocado y vencido a aquel que desde el principio nos había hecho cautivos en Adán, y ha quebrantado con el pie su cabeza como en el Génesis Dios dijo a la serpiente: <<Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu simiente y la suya, éste[389] observará tu cabeza y tú observarás su talón>> (Gén 3, 15). Desde entonces el que habría de nacer de la mujer virgen según la semejanza de Adán, se preauncia que estará observando la cabeza de la serpiente, y ésta es la simiente de la que dice el Apóstol a los Gálatas: <<Ha sido establecida la Ley de las obras hasta que viniese la simiente prometida>> (Gál 3,19). Pero más claro lo expresa en la epístola cuando dice: <<Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer>> (Gál 4,4).

Porque el enemigo no sería justamente vencido si el que lo venciese no fuese un hombre nacido de mujer. Porque por una mujer había dominado sobre el hombre y se había opuesto desde el principio al hombre. Por eso el Señor mismo se confiesa Hijo del Hombre, para recapitular en sí a aquel hombre viejo del cual él mismo se hizo creatura mediante la mujer; para que así como por un hombre vencido nuestra raza descendió hasta la muerte, así también por un hombre victorioso ascendamos a la vida; y como la muerte recibió la palma contra nosotros por un hombre, así también nosotros por un hombre recibamos la palma contra la muerte.

21,2. Pero el Señor no habría recapitulado en sí aquella antigua enemistad cumpliendo la promesa del Demiurgo y ejecutando su mandato, si hubiese provenido de otro Padre. Mas siendo el mismo [1180] quien al principio nos plasmó y que al final envió al Hijo, el Señor ejecutó su precepto <<nacido de mujer>> (Gál 4,4) destruyendo a nuestro adversario y perfeccionando al hombre según la imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26). Y por eso no lo destruyó de otra manera sino mediante las palabras de la Ley[390], usando como ayuda el precepto del Padre para destruir y refutar al ángel apóstata.

Para comenzar, ayunó 40 días siguiendo el ejemplo de Moisés y de Elías. Al final tuvo hambre (Mt 4,2), a fin de que lo reconozcamos como hombre real y verdadero -porque es propio de quien ayuna tener hambre-, donde el adversario hallase cómo entrar a atacarlo. Este, que en el paraíso sedujo con un manjar a un hombre que no tenía hambre, para que despreciase el mandamiento divino, al final no pudo disuadir a otro hombre hambriento de que esperase sólo el pan que viene de Dios. Pues cuando lo tentó diciéndole: <<Si eres Hijo de Dios haz que estas piedras se conviertan en pan>>, el Señor lo rechazó citando un precepto de la Ley: <<Está escrito: No sólo de pan vive el hombre>> (Mt 3,3-4; Dt 8,3). En cuanto a la condición <<si eres Hijo de Dios>>, guardó silencio; en cambio encegueció al tentador confesándose hombre, y mediante la palabra del Padre le vació su argumento. De este modo la hartura del hombre por el doble bocado[391] se disolvió por la pobreza que se introdujo en este mundo.

Aquél, cuya tentación había sido destruida por la Ley, volvió al ataque con otra mentira sacada de la Ley. Lo llevó a lo más alto del templo y le dijo: <<Si eres Hijo de Dios, échate abajo. Pues está escrito: A sus ángeles te envió para que te lleven en sus manos, a fin de que tu pie no tropiece en la piedra>> (Mt 4,6). Escondió tras la Escritura su mentira, como hacen todos los herejes. Estaba escrito: <<Te enviará a sus ángeles>>; en cambio <<échate abajo>> en ninguna parte lo dice la Escritura, sino que el diablo había inventado ese pretexto. El Señor [1181] lo refutó por la Ley, diciendo: <<También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios>> (Mt 4,7; Dt 6,16). Citando la Ley le mostró lo que toca al hombre, no tentar a Dios; y en el hombre que el tentador tenía ante los ojos, no tentar a su Dios y Señor. De esta manera, la soberbia de los sentidos en la serpiente quedó diluida en la humildad de este hombre.

Ya dos veces el diablo había sido vencido por la Escritura. Así se mostró por sus propias palabras enemigo de Dios, cuando quiso persuadirlo empujándolo a hacer lo contrario al precepto divino. Como un derrotado que pretende recoger todo cuanto le queda de fuerzas para apuntarlas hacia una mentira, en tercer lugar <<le mostró todos los reinos y su gloria>>, y le dijo, según refiere Lucas: <<Todo esto te daré, pues me ha sido entregado y lo doy a quien quiero, si postrándote me adoras>> (Mt 4,8-9; Lc 4,6-7). De esta manera el Señor lo desenmascaró, diciendo quién era: <<Apártate, Satanás, a tu Dios adorarás y a él solo servirás>> (Mt 4,10). De esta manera su nombre lo desnudó y lo mostró tal como es: Satanás, palabra que en hebreo significa apóstata. Habiéndolo vencido por tercera vez, lo rechazó como a un derrotado legítimamente. De este modo se disolvió la transgresión de Adán al mandato de Dios, por la fidelidad del Hijo de Dios al precepto de la Ley, no desobedeciendo al mandato de Dios.

21,3. ¿Quién es, entonces, el Señor Dios del que Cristo dio testimonio, al que nadie tentó y al que debemos adorar y a él solo servir? Sin duda alguna es el mismo Dios autor de la Ley. Pues todo había sido prescrito por la Ley, y el Señor mostró, usando las palabras de la Ley, que la Ley del Padre proclama al Dios verdadero. El ángel apóstata de Dios [1182] queda desenmascarado al declararse su nombre, derrotado como fue y vencido por el Hijo del Hombre obediente al precepto divino. Como al principio persuadió al hombre a transgredir el precepto del Creador, y así lo sometió a su poder, que consiste en la transgresión y apostasía, con las cuales ató al hombre, era preciso que fuese vencido por el hombre mismo, y atado con las mismas cuerdas con las que él había amarrado al hombre. De esta manera el hombre, desatado, se podía volver a su Señor, abandonando al diablo los lazos con los que éste lo había ligado, o sea la transgresión. El encadenamiento de éste fue la liberación del hombre, pues <<nadie puede penetrar en la casa del fuerte y robarle sus bienes, si primero no atare al fuerte>> (Mt 12,29; Mc 3,27).

El Señor con su palabra le probó que todo lo suyo se oponía al Dios Creador de todas las cosas, y lo sometió por su (obediencia al) mandamiento -y este mandamiento es ley de Dios-: en cuanto hombre lo descaró como desertor, transgresor de la Ley y apóstata de Dios; y más tarde, en cuanto Verbo lo encadenó fuertemente, como a su propio fugitivo, y le arrebató los bienes, o sea los hombres de quienes él se había apoderado e injustamente se servía[392]. Así fue justamente mantenido cautivo aquel que injustamente había tenido prisionero al hombre; en cambio quedó libre el hombre sometido al poder de este amo, según la misericordia de Dios Padre que se compadeció de su creación y le concedió la salvación por medio de su Verbo. Así lo reparó, a fin de que el hombre aprenda por experiencia propia que no se vuelve incorruptible por sí mismo, sino por don de Dios.

22,1. Este fue el modo como el Señor claramente reveló que el único Dios y Señor verdadero es aquel que la Ley [1183] anunció -pues a aquel mismo Dios al que la Ley había de antemano proclamado, Cristo lo mostró como Padre, el único al que deben servir los discípulos de Cristo-. Este mismo venció al enemigo usando las palabras de la Ley -pues la Ley nos manda alabar y servir sólo al Dios Demiurgo-. Ya no cabe, pues, buscar a otro Padre además de éste o superior a él <<porque uno solo es Dios, que justifica la circuncisión en virtud de la fe, y el prepucio por la fe>> (Rom 3,30). En cambio, si hubiese habido otro Padre superior y perfecto, el Señor no habría destruido a Satanás por las palabras y preceptos de éste.

Por otra parte, la ignorancia no puede resolverse por otra ignorancia, así como la culpa no se borra por otra culpa. Así pues, si la Ley fuese producto de ignorancia y de culpa, ¿cómo podían las palabras en ella contenidas disolver la ignorancia del diablo y vencer al fuerte? Pues el fuerte no puede ser vencido por alguien inferior o igual a él, sino por uno más poderoso. Y el más fuerte sobre todas las cosas es el Verbo de Dios que proclama: <<Escucha, Israel, el Señor tu Dios es tu único Señor. Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, a él lo adorarás y sólo a él servirás>> (Dt 6,4-5.13). También en el Evangelio con las mismas palabras destruye la apostasía, y con la voz del Padre derrota al fuerte, y proclama en sus propios términos el mandato de la Ley, cuando responde: <<No tentarás al Señor tu Dios>> (Mt 4,7; Dt 6,16). Así pues, no destruyó al adversario y venció al fuerte con palabras ajenas, sino con las de su propio Padre.

2.9. Una sola Ley en los dos Testamentos

22,2. Librados por el mismo precepto, nos enseñó a los hambrientos a esperar el alimento que viene de Dios. Cuando se nos eleva con todo tipo de carismas, se nos confían las obras de justicia, o se nos agracia con el don excelente del ministerio, de ningún modo hemos de alzarnos y tentar a Dios, sino en todo hemos de sentirnos humildes y tener a la mano: <<No tentarás al Señor tu Dios>>; como enseña el Apóstol: <<No atraídos por la altivez, sino con los sentimientos de los humildes>> (Rom 12,16). Ni hemos de dejarnos cautivar por las riquezas, la gloria mundana o las fantasías del presente; sino que es necesario aprender a adorar al Señor Dios y a él solo servir, sin creer a quien falsamente promete lo que no es suyo: <<Todo esto te daré, si postrado me adoras>> (Mt 4,10; Dt 6,13); pues él mismo confiesa que adorarlo y someterse a su voluntad es apartarse de la gloria de Dios.

[1184] Pues bien, ¿en qué cosa buena o deleitable puede tener parte el que cae, o qué otra cosa puede esperar sino la muerte? Pues la muerte está cerca del caído. Y no puede ni siquiera cumplir lo que ha prometido, pues ¿cómo podría darlo, si él mismo está caído? Además, como nuestro Dios tiene el señorío sobre todos y también sobre él, y sin la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos ni un pájaro cae por tierra (Mt 10,29), aquello mismo que él dijo: <<Todo esto me ha sido entregado y yo lo doy a quien quiero>> (Lc 4,6) no hace sino inflarlo de soberbia. Porque ni la creación está bajo su poder, siendo él mismo una creatura, ni es él quien otorga los reinos a los seres humanos; ya que es el Padre quien dispone de todas estas cosas, así como de todo cuanto se refiere al hombre. Dijo el Señor, en efecto: <<El diablo es mentiroso desde el principio, y no se mantuvo en la verdad>> (Jn 8,44). Por tanto, si es mentiroso y no se mantuvo en la verdad, entonces no dijo la verdad cuando habló con engaño: <<Todo esto me ha sido entregado y yo lo doy a quien quiero>> (Lc 4,6).

2.10. El padre de la mentira

23,1. Porque ya se había acostumbrado a mentir contra Dios, con tal de seducir a los hombres. Al principio Dios había dado al hombre toda suerte de alimentos, y sólo le prohibió comer de un árbol, como en la Escritura Dios dijo a Adán: <<Puedes comer de todo árbol del paraíso, pero del árbol del conocimento del bien y del mal no comerás; pues el día que comieres de él, morirás de muerte>> (Gén 2,16-17). El (diablo), mintiendo contra Dios tentó al hombre, como en la Escritura la serpiente dijo a la mujer: <<¿Por qué dijo Dios: No comerás de ningún árbol del paraíso?>> (Gén 3,1). Ella rechazó la mentira, y con simplicidad mantuvo el precepto al responder: <<Podemos comer de todo árbol del paraíso, pero sobre el fruto del árbol que está en medio del paraíso, dijo Dios: No comeréis de él ni lo tocaréis, para que no muráis>> (Gén 3,2-3).

Habiendo la mujer explicado el mandato de Dios, (el diablo) habituado a la astucia de nuevo la engañó usando otra mentira: <<No moriréis de muerte. [1185] Dios sabía que si un día coméis de ese árbol, se abrirán vuestros ojos, y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal>> (Gén 3,4-5). En primer lugar, en el paraíso de Dios disputaba sobre Dios, como si éste estuviese ausente; ignoraba, en efecto, la grandeza divina. En seguida, habiendo oído de ella que Dios habría dicho que ellos morirían si gustaban de tal árbol, añadió otra mentira: <<No moriréis de muerte>>. Mas, como Dios es veraz, y en cambio la serpiente es mentirosa, los efectos probaron que la muerte sería la consecuencia si ellos comían. Al mismo tiempo ellos gustaron del bocado y de la muerte; porque comieron por desobediencia, y la desobediencia produce la muerte. Por eso fueron ellos entregados a la muerte, pues se hicieron sus deudores.

23,2. Porque ellos murieron el mismo día en que comieron y se hicieron deudores de la muerte, por ese motivo uno solo es el día de la creación: <<Se hizo tarde y mañana, día primero>> (Gén 1,5). En el mismo día comieron y murieron. Considerando el ciclo y el curso de los días, de acuerdo al cual se les llama primero, segundo y tercero, si alguien quiere investigar con diligencia cuál de los siete días murió Adán, lo descubrirá a partir de la Economía del Señor. Porque él, para recapitular en sí a todo el hombre desde el principio hasta el fin, también recapituló su muerte. Es claro que el Señor, por obediencia al Padre, sufrió la muerte el mismo día en que Adán murió por desobedecer a Dios. Y en el mismo día en que comió, en ese día murió, pues Dios le dijo: <<El día en que comiéreis, moriréis de muerte>> (Gén 2,17). Para recapitular en sí mismo ese día, el Señor asumió la pasión la víspera del sábado, o sea el sexto día de la creación, en la cual el hombre había sido plasmado, a fin de darle mediante su pasión la segunda creación, fruto de su muerte.

Algunos incluso ponen la muerte de Adán en el año mil, [1186] porque <<los días del señor son como mil años>> (2 Pe 3,8; Sal 90[89],4). Adán no sobrepasó, pues, los mil años, sino que murió dentro de ellos, para cumplir la sentencia de su transgresión. Sea, pues, por la desobediencia que lleva a la muerte, sea porque desde entonces fueron entregados a ella y se hicieron deudores de la muerte, sea porque murieron el mismo día en que comieron ya que fue el primer día de la creación, sea por el ciclo de los días pues murieron el mismo día en que comieron, es decir en la Pascua (que significa la cena pura[393]) que cae en viernes (día que el Señor eligió para sufrir), sea porque Adán no sobrepasó los mil años sino que murió dentro de ellos: según el significado de todos los hechos anteriores, Dios se mostró veraz. Murieron los que comieron del árbol, y la serpiente se manifestó mentirosa y homicida, como el Señor dijo refiriéndose a ella: <<Desde el principio es homicida y no permaneció en la verdad>> (Jn 8,44).

2.11. El miente desde el principio

24,1. Así como mintió al principio, también mintió al final, cuando dijo: <<Todo esto me ha sido entregado y lo doy a quien quiero>> (Lc 4,6). Pues no es él, sino Dios, quien delimitó los reinos de la tierra: <<El corazón del rey está en manos de Dios>> (Prov 21,1). Y por Salomón dice la Palabra: <<Por mí reinan los reyes y los poderosos ejercen la justicia; yo exalto a los príncipes y por mí los jefes reinan sobre la tierra>> (Prov 8,15-16). Y sobre lo mismo, escribe Pablo: <<Sujetaos a las autoridades constituidas; pues el poder no viene sino de Dios. Y las que hay están establecidas por Dios>> (Rom 13,1). Y también dice refiriéndose a ellas: <<Pues no sin motivo lleva la espada, pues es un ministro de Dios, para tomar venganza con dureza de los que obran el mal>> (Rom 13,4). No dice esto a propósito [1187] de los poderes angélicos ni de príncipes invisibles, como algunos se atreven a interpretar, sino de los gobiernos humanos, pues dice: <<Por eso pagáis tributos, pues son ministros de Dios y en eso ejercitan un servicio>> (Rom 13,6). El Señor confirmó lo mismo, no haciendo caso de los engaños del diablo, cuando mandó a Pedro pagar a los cobradores el tributo por sí y por él, porque <<son ministros de Dios y en eso ejercitan un servicio>>.

24,2. Una vez que el hombre se apartó de Dios, se convirtió casi en una fiera, de modo que tuvo por enemigo incluso al de su propia sangre, y se entregó a todo tipo de desorden, homicidio y avaricia, sin temor alguno. Por ello Dios impuso el miedo a los hombres, ya que no conocían el temor a Dios; los sujetó al poder humano y los controló con la ley, a fin de que ésta ejerza una cierta justicia y los hombres se controlen unos a otros, temiendo la espada que abiertamente los amenaza, como escribe el Apóstol: <<No sin causa lleva la espada; porque es ministro de Dios, para ejercer la cólera y la venganza contra quien haga el mal>> (Rom 13,4). Por este motivo a los magistrados, revestidos de la ley como divisa, no se les pedirá cuenta ni se les castigará por todo aquello en que actuaren de manera justa y legítima. En cambio, si hicieren algo inicuo e impío para dañar al justo o para contravenir la ley, o ejercitaren su servicio de modo tiránico, perecerán; porque el justo juicio de Dios se aplica a todos por igual y no falla en ningún caso. Dios, pues, estableció el reino de la tierra en favor de los gentiles (no lo hizo el diablo, porque siempre anda inquieto, más aún porque pretende siempre que los pueblos no vivan en paz), a fin de que, temiendo el poder humano, los hombres no se traguen unos a otros como los peces, sino que por la disposición de la ley controlen la multiforme injusticia de los paganos. En este sentido son ministros de Dios. Y si son ministros de Dios, los que nos cobran los impuestos en ello ejercitan un servicio.

24,3. <<Toda autoridad ha sido dispuesta por Dios>>. Es, pues, claro que el diablo miente cuando dice: <<Todo me han sido entregado y lo doy a quien quiero>>. Aquel por cuya disposición existen los hombres, también con su mandato establece a los reyes adecuados a los tiempos y personas [1188] sobre las que reinan. Algunos son elegidos para la corrección y el provecho de los súbditos y para conservar la justicia; otros para infundir temor, castigo y reproche; otros para la vanidad, insolencia y orgullo, según los súbditos lo merecen; pues, como hemos dicho arriba, el justo juicio de Dios recae igualmente sobre todos. Mas el diablo, siendo un ángel apóstata, puede hacer solamente lo que hizo desde el principio: seducir y arrastrar la mente del hombre a transgredir los preceptos de Dios, y cegar poco a poco los corazones de aquellos que se dedican a servirlo; de este modo les hace olvidar al verdadero Dios, y adorarlo a él como si fuese Dios.

24,4. Es como si un rebelde, habiéndose apoderado por la fuerza de una región, perturbara a quienes viven en ella, y reivindicara para sí la gloria del rey para gobernar a aquellos que ignoraran que es un ladrón y un rebelde. Del mismo modo el diablo, siendo uno de los ángeles elevados sobre los aires, como escribió el Apóstol Pablo en su Carta a los Efesios (Ef 2,2), por envidia del hombre (Sab 2,24) apostató de la ley divina: pues la envidia es ajena a Dios. Y como en el hombre quedaron desenmascarada su apostasía y al descubierto sus intenciones, el diablo se fue haciendo cada vez más enemigo del hombre, envidiando su vida y queriendo aprisionarlo en su poder rebelde. En cambio el Verbo de Dios hacedor de todas las cosas, venciendo al diablo por medio del hombre y dejando al desnudo su rebeldía, sujetó al diablo al poder del hombre, cuando dijo: <<Os doy el poder de pisotear serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo>> (Lc 10,19). De esta manera, habiendo él dominado al hombre por la apostasía, su rebelión quedó anulada por el hombre que retorna a Dios.

[376] San Ireneo interpreta la profecía de Ez como una promesa de la resurrección final de los muertos. De esta manera liga en una sola Economía la creación, la promesa profética y la resurrección, como obra del mismo Dios. Que la unidad de estos tres elementos sea para él un lugar común, es claro por varios pasajes (ver V, 4,1). Y concluye descubriendo en esta obra generosa la bondad del Padre que da la vida.

[377] Si en 15,1 acaba de afirmar que es el mismo Demiurgo el que dio la vida al principio y dará la incorrupción al final, ahora añade que lo ha hecho por su mano, es decir, por medio de su Hijo. Y el hecho de que por medio del Hijo hecho carne devuelva al ciego la vista, es para San Ireneo un signo de esta unicidad del autor de la vida. En este pasaje añade la mediación del Hijo en ambas obras.

[378] Está implícita la imagen de <<la mano de Dios>> en esta expresión: <<modelar>>, <<remodelar>>. Une la creación con el milagro de dar la vista al ciego de nacimiento, como signo de la futura resurrección, obra del mismo <<plasmador>> que trabaja con su mano.

[379] Nótese como el Padre hace todo por su Verbo: no sólo por su medio ha plasmado al ser humano desde el principio, sino que también por él (que es su Voz y su Palabra) le ha hablado en todo tiempo (acabamos de leerlo en V, 16,1). Y este es su proceder constante en toda la Economía. Por eso también ahora el Padre sigue actuando y se nos revela por su Hijo.

[380] En el proceso de <<recirculación>> la cruz tiene un lugar especial. San Ireneo hace la comparación entre el árbol del paraíso, símbolo de la desobediencia, y el árbol de la cruz, signo de la obediencia de Cristo que repara la primera caída: ver V, 17,3-4.9; 19,1; D 33-34.

[381] Nótese la expresión genérica <<por los profetas>>, que se ilustra por un texto del Génesis. Se explica fácilmente si advertimos que para los Padres toda la Escritura es profética, de modo que <<los profetas>> lo mismo indica (según el contexto) los escritores así llamados de modo típico, o los hagiógrafos en general. En este último sentido, por ejemplo, Constantinopla I confesó que el Espíritu Santo <<habló por los profetas>> (DS 150), para indicar que él inspiró toda la Escritura.

[ ]382 Preciosa confesión de fe de San Ireneo en quién es Cristo: es el Dios que perdona los pecados por su humanidad; pero que ha recibido del Padre esta potestad para redimirnos: Dios, hombre, redentor; y, como Dios, Hijo del Padre. Como hombre muere por nosotros, como Dios es imagen de la misericordia del Padre.

[383] O <<el espíritu creado>>. San Ireneo pasa del Espíritu de Dios al espíritu humano, y vuelve al Espíritu <<que proviene del Padre porque es su generación (ek toû Patrós, hó esti génnema autoû)>>. Aún no está fijo el vocabulario trinitario. En los siglos siguientes el ser engendrado del Padre se reservará para el Hijo, y se dirá que el Espíritu <<procede (ekporeúei)>> del Padre. En el siglo II, como en la Escritura, aún no hay una teología sistemática que distinga al Hijo y al Espíritu Santo por su origen (<<ontológico>>), sino por la manifestación de su <<sello>> en sus obras. Si los términos aún no están bien definidos, la idea sí es clara: distingue entre el espíritu creado (el alma) que recibimos al comenzar a existir, y el Espíritu del Padre que recibimos con la adopción. Es decir, génnema (<<engendramiento>>) no tiene la función de distinguir entre las <<personas>> en el interior de la Trinidad, sino entre el Hijo y el Espíritu (que proceden del Padre y pertenecen a la esfera divina) y la hechura (pepoíesis) o modelación (plásis) de las creaturas.

[384] <<En forma de cruz>> (kechiasménos), San Ireneo representa con esta expresión el hecho de que, desde la creación, todo el universo está marcado con la imagen del Verbo, según la cual fue hecho. El Verbo está extendido <<en forma de cruz>> en todo el cosmos. Por eso, en su encarnación, también nos salvó extendiendo sus brazos en la cruz para abarcar a todos. Compárese con el siguiente pasaje de D 34, en el cual la cruz representa la extensión por los cuatro puntos cardinales: <<Y como el Verbo mismo Omnipotente de Dios, en su condición invisible, está entre nosotros extendido por todo este universo (visible) y abraza su largura y su anchura y su altura y su hondura -pues por medio del Verbo de Dios fueron dispuestas y gobernadas aquí todas las cosas- la crucifixión (visible) del Hijo de Dios tuvo también lugar en estas (dimensiones anticipadas invisiblemente) en forma de la cruz trazada (por él) en el universo. Al hacerse en efecto visible, debió de hacer manifiesta la participación de este universo (sensible) en su crucifixión (invisible), a fin de revelar, merced a su forma visible, su acción (misteriosa y oculta) sobre lo visible... y se extiende a lo largo desde el Oriente hasta el Ocaso y gobierna como piloto la región del Norte y la anchura del Mediodía y convoca de todas partes al conocimiento del Padre a los dispersos>> (versión de E. Romero Pose, Madrid, Ciudad Nueva 1992, pp. 130-131).

[385] Muy difícil juego de palabras: tês idías autòn bastasáses ktíseos tês hyp'autoû bastadzoménes: él sostiene la creación, ahora (por su encarnación) ha hecho que la creación lo sostenga a él.

[386] Raíz de una teología posteriormente muy fecunda, y hecha común por San Agustín: María concibió en su seno la Palabra de Dios (al Hijo), por haber primero acogido en la obediencia de la fe la Palabra de Dios (el mensaje de su voluntad): primero concibió en su corazón, luego en su seno.

[387] Versión al texto latino (de donde traducimos) un tanto pobre. Debe ser: <<No os tengáis en más de lo que conviene, sino tened una estima moderada, según la fe>>.

[388] Difícil de traducir tà epì tês gês he katà tòn ánthropón esti pragmateía. La idea es antignóstica: para los herejes, el Cristo celeste ha recapitulado solamente los seres del Pléroma (pneumáticos), así como el Demiurgo (psíquico) ha recapitulado los seres psíquicos, en cambio los seres materiales están perdidos. San Ireneo habla del único Cristo encarnado que ha recapitulado en sí todas las cosas, tanto los seres celestes (pneumáticos), como la creación terrena <<según el hombre (completo)>>, material y psíquico (cuerpo y alma).

[389] En el griego de los LXX dice autós = éste: no es la mujer quien ha de quebrantar la cabeza de la serpiente, sino éste, el varón descendiente de la mujer.

[390] Contra los gnósticos (especialmente Marción) que separaban al Dios del Antiguo Testamento, del Padre del Señor Jesucristo, les muestra que éste venció al demonio con las palabras de la Ley promulgada por Moisés. La unidad de la Escritura conduce a la unidad divina.

[391] Es decir, por la desobediencia primero de Eva, luego de Adán.

[392] Nótese la finura del pensamiento de San Ireneo: Jesucristo realizó la Economía en cuanto Dios y en cuanto hombre: <<en cuanto hombre lo descaró (al diablo) como desertor>>, <<en cuanto Verbo lo encadenó>>; y, como ha dicho poco antes, <<el encadenamiento de éste (el diablo) fue la liberación del hombre>>. Y, en esta obra, el obispo de Lyon siempre se refiere a un solo sujeto que la llevó a cabo (después se diría <<a una persona>>). Termina este pasaje atribuyendo toda la Economía a la misericordia del Padre, que la realizó por su Verbo.

[393] Significa más bien tránsito, salto y su derivado baile. Fiesta que iniciaba la gran peregrinación de los pueblos pastores para buscar pastos.