6,1. Ni el Señor, ni el Espíritu Santo (por los profetas), ni los Apóstoles jamás habrían llamado Dios de modo absoluto y definitivo al que no lo fuese verdaderamente; ni habrían llamado Señor a ninguna otra persona, sino al Dios Padre soberano de todas las cosas, y a su Hijo que recibió de su Padre el señorío sobre toda la creación, según aquellas palabras: <<Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies>> (Sal 110[109],1). En este pasaje se presenta al Padre conversando con el Hijo; él <<le ha dado las naciones por herencia>> (Sal 2,8) y le ha sometido a todos sus enemigos. Y como el Padre es en verdad Señor, y el Hijo es en verdad Señor, con razón el Espíritu Santo los llamó con el título Señor.
También al narrar la destrucción de Sodoma, la Escritura dice: <<Y el Señor hizo llover desde el cielo fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra>> (Gén 19,24). Esto significa que el Hijo, el mismo que había conversado con Abraham, ha recibido del Padre el poder de condenar a los sodomitas, por motivo de su iniquidad. De modo semejante afirma: <<Tu trono, oh Dios, para siempre; cetro de rectitud es el cetro de tu reinado; amaste la justicia y odiaste la iniquidad; por eso te ungió Dios, tu Dios>> (Sal 45[44],7-8). [861] Aquí el Espíritu los llamó a ambos con el nombre de Dios: tanto al Hijo, el ungido, como al que unge, el Padre. Y también: <<Dios se presentó en la asamblea de los dioses, en medio de ellos juzga a los dioses>> (Sal 82[81],1). (El Espíritu) habla aquí del Padre y del Hijo y de aquellos que recibieron la adopción filial, y mediante ellos se refiere a la Iglesia: porque ésta es la sinagoga de Dios, la cual Dios, me refiero al Hijo, ha reunido por sí y para sí mismo.
También dice en otro lugar: <<Dios, el Señor de los dioses, habló y convocó la tierra>> (Sal 50[49],1). ¿De cuál Dios se trata? De aquel del cual está escrito: <<Dios vendrá de modo manifiesto; nuestro Dios, y no callará>>, esto es, el Hijo, que se manifestó por su venida a los hombres, el cual dice: <<Me manifesté al descubierto a quienes no me buscaban>> (Is 65,1). ¿Y de qué dioses se trata? De aquellos a quienes él declara: <<Yo he dicho: Vosotros sois dioses, todos sois hijos del Altísimo>> (Sal 82[81],6; Jn 10,34); es decir, aquellos que han recibido la gracia de la adopción, por la cual clamamos: <<[exclamdown]Abbá, Padre!>> (Rom 8,15; Gál 4,5-6).
6,2. Así, pues, como arriba dije, a ningún otro se le llama Dios o Señor, sino al que es Dios y Señor de todas las cosas, el que dijo a Moisés: <<Yo soy el que soy>>, y: <<Así dirás a Israel: Yo soy me manda a vosotros>> (Ex 3,14); y también a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el cual hace hijos de aquellos que creen en su nombre (Jn 1,12). El Hijo también habla por Moisés: <<Yo he descendido a librar a este pueblo>> (Ex 3,8), porque es él <<quien descendió y ascendió>> (Ef 4,10) para salvar a los seres humanos. De este modo, <<Por el Hijo que está en el Padre y tiene en sí al Padre>> (Jn 14,10-11) se ha manifestado Dios aquel que es, al dar testimonio, como Padre, del Hijo (Mt 16,17; Jn 5,37), mientras el Hijo anuncia al Padre (Mt 11,27; Jn 11,41-42). Como dice Isaías: <<Yo doy testimonio, dice el Señor Dios, y mi Siervo a quien yo elegí, para que sepáis, creáis y entendáis que soy yo>> (Is 43,10).
6,3. Por el contrario, como antes dije, cuando llama dioses a los que no lo son, la Escritura [861] les dice dioses, pero con alguna añadidura e indicio por el cual da a entender que no son dioses. Por ejemplo, en David: <<Los dioses de los gentiles son ídolos de los demonios>> (Sal 96[95],5), y: <<No seguiréis dioses ajenos>> (Sal 81[80],10). Con las añadiduras <<dioses de los gentiles>> (y por gentiles se entiende los que no conocen al Dios verdadero) y <<dioses ajenos>>, hace imposible que sean dioses. Por eso añade sobre los mismos, con su propia palabra: <<Son ídolos de los demonios>>. E Isaías: <<Queden confundidos quienes se fabrican un dios y esculpen obras vanas. (Yo soy testigo, dice el Señor)>> (Is 44,9-10). Excluye que sean dioses, y usa esta palabra sólo a fin de que entendamos de qué está hablando. Lo mismo afirma Jeremías: <<Los dioses que no hicieron el cielo y la tierra sean exterminados de la tierra bajo los cielos>> (Jer 10,11). Al añadir la expresión <<sean exterminados>>, muestra que no se trata de dioses.
Elías, al convocar a todo Israel al monte Carmelo, queriendo separarlos de la idolatría, les dice: <<¿Hasta cuándo cojearéis de los dos pies? Uno solo es el Señor Dios. Seguidlo>> (1 Re 18,21). Y sobre el holocausto dice así a los sacerdotes de los ídolos: <<Vosotros invocaréis el nombre de vuestro dios, y yo invocaré el nombre del Señor mi Dios; y el Dios que escuche, ese es Dios>> (1 Re 18,24). Con estas palabras el profeta arguye que no son dioses aquellos que eran tenidos por tales. Y en cambio les hace ver que Dios es aquel en quien él creía, el verdadero Dios, al que invocaba diciendo: <<Señor Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, escúchame hoy, y todo este pueblo entienda que tú eres el Dios de Israel>> (1 Re 18,36).
6,4. [exclamdown]Yo también te invoco, <<Señor Dios de [863] Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob y de Israel>> que eres el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios que por la multitud de tu misericordia te has complacido en nosotros para que te conozcamos; que hiciste el cielo y la tierra, que dominas sobre todas las cosas, que eres el único Dios verdadero, sobre quien no hay Dios alguno; por nuestro Señor Jesucristo danos el Reino del Espíritu Santo; concede a todos los que leyeren este escrito conocer que tú eres el único Dios, que en ti están seguros, y defiéndelos de toda doctrina herética, sin fe y sin Dios!
6,5. También el Apóstol Pablo dice: <<Si habéis servido a aquellos dioses que no lo eran, ahora conocéis a Dios, más aún, sois conocidos de Dios>> (Gal 4,8-9). De este modo distingue de Dios a los que no lo son. Y dice también, hablando del Anticristo: <<El enemigo que se exalta sobre todo aquello a lo que se le denomina dios o se le rinde culto>> (2 Tes 2,4), para indicar a los llamados dioses por los ignorantes, o sea los ídolos. El Padre de todas las cosas es y se llama Dios. El Anticristo no puede exaltarse sobre él, sino sólo sobre los llamados dioses sin serlo.
Que es así, Pablo también lo dice en otra parte: <<Sabemos que un ídolo es nada... y que ninguno es Dios sino uno solo. Luego, aunque haya algunos a los que se les denomina dioses o en el cielo o en la tierra, para nosotros el único Dios es el Padre, del que vienen todas las cosas y en el cual vivimos, y un solo Señor Jesucristo, por el cual existe todo, y nosotros por él>> (1 Cor 8,4-6). Separa y distingue claramente a aquellos a los que se les llama, los cuales no son dioses, del único Dios Padre, del que todo viene, y confiesa con sus propias palabras al único Señor nuestro Jesucristo. Cuando añade o en el cielo o en la tierra, no se refiere, como hacen ellos, a <<los fabricantes del mundo>>, sino que usa una expresión parecida a la de Moisés: <<No te harás [864] ninguna imagen de Dios, sea de lo que está arriba en el cielo, sea de lo que está abajo en la tierra, o en las aguas o bajo la tierra>> (Dt 5,8). Y él mismo responde, para contestar a la pregunta sobre qué es lo que está sobre los cielos: <<No vaya a ser que, al mirar a los cielos y ver el sol, la luna, las estrellas y todos los astros del cielo, caigas en el error, adorándolos y dándoles culto>> (Dt 4,19). Aun al mismo Moisés, siendo hombre, se le llamó dios ante el faraón (Ex 7,1); pero ni por los profetas el Espíritu lo llamó Señor o Dios, sino <<el fiel Moisés, servidor y amigo de Dios>> (Núm 12,7; Heb 3,5), pues eso era.
7,1. Nos atacan abiertamente con lo que dijo Pablo en la segunda Carta a los Corintios: <<En los cuales el Dios de este mundo cegó las mentes de los incrédulos>> (2 Cor 4,4). Arguyen: uno es el Dios de este mundo, y otro <<el que está por sobre toda Dominación, Principado y Potestad>> (Ef 1,21; Col 1,16). No es culpa nuestra si aquellos que pretenden <<conocer los misterios que sobrepasan a Dios>> ni siquiera saben leer lo que Pablo ha escrito. Si alguno, según la costumbre de Pablo (de cuyo modo de construir la frase hemos dado ya muchos ejemplos) leyera: <<En los cuales Dios>>, y luego, subdistinguiendo y poniendo una breve coma, leyere el resto como una unidad, o sea: <<cegó las mentes de los incrédulos>>, haría bien. Entonces querría decir: <<Dios cegó las mentes de los incrédulos de este mundo>>. Esto se infiere al hacer la subdistinción. Porque Pablo no lo llama <<el Dios de este mundo>>, como si mediante esta expresión reconociese a algún otro; sino que, al decir <<Dios>>, confesó a Dios. Y a los incrédulos los llama <<de este mundo>>, porque no heredarán la incorrupción del venidero. De qué manera <<Dios cegó las mentes de los incrédulos>>, lo mostraremos más adelante, [865] tomándolo del mismo Pablo, para no divagar tanto de nuestro tema por ahora.
7,2. Que el Apóstol con frecuencia usa la inversión de vocablos, por la concisión de sus frases y el ímpetu que le imprime el Espíritu, se puede constatar en muchos pasajes. Por ejemplo, en la Carta a los Gálatas dice: <<¿Para qué la ley de las obras? Fue puesta hasta que venga la descendencia prometida, dispuesta por los ángeles en mano de un mediador>> (Gál 3,19). El orden debe ser el siguiente: <<¿Para qué la ley de las obras? Dispuesta por los ángeles, fue puesta en mano de un Mediador, hasta que venga la descendencia prometida>>: es el hombre quien interroga y el Espíritu quien responde.
También en la Segunda a los Tesalonicenses dice sobre el Anticristo: <<Entonces se manifestará el Inicuo, al que el Señor Jesucristo matará con el aliento de su boca y destruirá con la presencia de su venida, cuyo advenimiento será por obra de Satanás, con toda suerte de poder, signos y portentos falsos>> (2 Tes 2,8-9). He aquí el orden de las palabras de este pasaje: <<Entonces se manifestará el Inicuo, cuyo advenimiento será por obra de Satanás, con toda suerte de poder, signos y portentos falsos, a quien el Señor Jesucristo matará con el aliento de su boca y destruirá con la venida de su presencia>>. Porque no es la venida del Señor la que será por obra de Satanás, sino el advenimiento del Inicuo, al que llamamos el Anticristo. Por lo tanto hay que poner atención a la lectura, y mediante las comas en la respiración dar sentido a lo que lee; si alguien no lo hace, no sólo dirá incongruencias, sino que leerá blasfemias, como si la venida del Señor fuese obra de Satanás.
Pues, así como en estos casos es necesario leer [866] atendiendo a la inversión de las palabras, para conservar el sentido que el Apóstol quiso darles, así también en el caso que nos ocupa, no debemos leer <<el Dios de este mundo>>. Pues a Dios lo llamamos Dios justamente; en cambio a los incrédulos y ciegos les decimos <<de este mundo>> porque en el futuro no heredarán la vida.
8,1. Una vez vaciada su calumnia, hemos probado claramente que ni los profetas ni los Apóstoles llamaron jamás Dios o Señor a ningún otro sino al único verdadero Dios. Mucho más el Señor, quien mandó: <<Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios>> (Mt 22,21): al César lo llamó por su nombre, y a Dios lo confesó Dios. También cuando dijo: <<No podéis servir a dos señores>>, él mismo interpretó: <<No podéis servir a Dios y a Mammón>> (Mt 6,24). A Dios lo confesó Dios, y a Mammón lo llamó por su nombre. No llamó Señor a Mammón, cuando dijo: <<No podéis servir a dos señores>>; sino que enseñó a los discípulos a servir a Dios y a no someterse a Mammón, para no dejarse dominar por él. Así como dice: <<Quien comete pecado es esclavo del pecado>> (Jn 8,34). Pues bien, a quienes están sometidos al pecado los llama esclavos del pecado, mas no por eso llama Dios al pecado. De modo semejante a quienes se someten a Mammón los llama <<esclavos de Mammón>> pero no llama Dios a Mammón. Mammón, en la lengua judía que también usan los samaritanos, [867] quiere decir <<ávido>>, es decir <<aquel que ansía tener más de lo que conviene>>. En la lengua hebrea se dice Mamuel, que significa goloso, es decir, <<el que no puede contener la gula>>. Sea uno u otro su significado, no podemos servir a Dios y a Mammón.[231]
8,2. Cuando califica al diablo de fuerte, no lo dice en sentido absoluto, sino en comparación con nosotros. Pues sólo el Señor se muestra el Fuerte, y afirma que <<nadie puede robar los enseres del fuerte, si antes no lo ata, y entonces podrá robar su casa>> (Mc 3,27; Mt 12,29). Sus enseres y su casa somos nosotros, cuando aún estábamos en la apostasía. Nos manejaba como quería, y el espíritu inmundo habitaba en nosotros. No es que (el diablo) fuese fuerte para ligarlo y robarle su casa; sino respecto a aquellos hombres que él tenía en su poder, pues los había hecho que apartaran de Dios sus pensamientos. A éstos los libró el Señor, como dijo Jeremías: <<Dios redimió a Jacob y lo arrancó de mano del más fuerte>> (Jer 31,11). Si no se hubiese referido a aquel que <<ata y roba sus enseres>>, sino que sólo hubiese dicho: <<el fuerte>>, entonces lo habría llamado <<fuerte invicto>>. Pero también menciona al que triunfa sobre el fuerte: el que ata es el dominador, el atado es dominado. Mas esto lo dijo sin usar comparación, a fin de no parangonar con el Señor al que no es sino un esclavo apóstata. Pues ni éste ni ninguna otra cosa creada y sometida puede compararse con el Verbo de Dios, <<por medio del cual todas las cosas fueron hechas>> (Jn 1,3), o sea nuestro Señor Jesucristo.
8,3. Con estas palabras Juan quiso decir que los ángeles, los arcángeles, <<los tronos y dominaciones>> (Col 1,16), fueron creados por el Dios que está sobre todas las cosas, y hechos por mediación del Verbo; pues, cuando afirma que el Verbo de Dios estaba en el Padre, añadió: <<Todo fue hecho por medio de él, y sin él nada ha sido hecho>> (Jn 1,3). Cuando David enumera las alabanzas, nombra todas las cosas que dijimos, y añade los cielos y todas sus potestades: [868] <<El lo mandó y todo fue creado. El lo dijo y se hizo>> (Sal 148,5; 33[32],9). ¿A quién se lo mandó? Al Verbo, <<por el cual fundó los cielos y con el soplo de su boca toda su potencia>> (Sal 33[32],6). Y que hizo todas las cosas por propia libertad y como quiso, también lo dice David: <<Nuestro Dios hizo en los cielos y en la tierra todo lo que quiso>> (Sal 114[113],11). Las cosas creadas son diferentes de aquel que las creó, y las cosas hechas, de su Hacedor.
Pues éste es increado, no tiene principio ni fin, y de nadie tiene necesidad. No carece de nada, se basta a sí mismo, y da a todos los demás seres la existencia. Cuanto fue hecho por él, tuvo un principio. Y las cosas que tuvieron un comienzo, pueden un día perecer, están sujetas y necesitan de su Hacedor. Como hay muchos que tienen poca inteligencia para distinguir estas cosas, fue necesario usar palabras diversas, de modo que a aquel solo que hizo todas las cosas con su Palabra, se le llame Dios y Señor. En cuanto a las creaturas, no son capaces de llamarse con estos nombres, ni pueden con justicia adjudicarse un título que pertenece sólo al Creador.
9,1. Hemos expuesto enteramente (y aún lo probaremos con mayor amplitud) que ni los profetas ni los Apóstoles ni el Señor Jesucristo[232] han confesado con sus propias palabras <<Dios>> o <<Señor>> a ningún otro sino a aquel que es el único Dios y Señor. Pues los profetas y Apóstoles confesaron al Padre y al Hijo, y a ningún otro llamaron <<Dios>> ni confesaron <<Señor>>. También el Señor mismo sólo llamó Padre, Señor y Dios suyo al único a quien él mismo enseñó a sus discípulos como el único Dios y Señor de todas las cosas. En consecuencia nosotros, si somos sus discípulos, debemos seguir tales testimonios.
Mateo Apóstol sabía que hay sólo un Dios, [869] el mismo que hizo a Abraham la promesa de que multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo, el mismo que por su Hijo Jesucristo nos llamó del culto a los ídolos de piedra a su conocimiento, a fin de que <<el que no era pueblo se hiciese pueblo, y lo que no era amado se hiciese amado>> (Rom 9,25; Os 1,10).
Juan preparó a Cristo el camino a Cristo: a aquellos que se gloriaban de su ascendencia carnal mientras nutrían todo tipo de sentimientos llenos de malicia, les enseñó a convertirse de su maldad, diciendo: <<[exclamdown]Raza de víboras! ¿Quién os enseñará a huir de la ira que se acerca? Producid frutos dignos de penitencia. Y no andéis diciendo: Tenemos a Abraham como padre. Pues os digo que Dios es poderoso para suscitar de esas piedras hijos de Abraham>> (Mt 3,7-9). Les exhortaba, pues, a arrepentirse de su maldad; pero no anunciaba a otro Dios aparte de aquel que había hecho la promesa a Abraham. Del precursor de Cristo, dice Mateo lo mismo que Lucas: <<Este es aquel de quien dijo el Señor por el profeta: Una voz clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad las sendas de nuestro Dios>> (Mt 3,3; Is 40,3). <<Todo valle se llenará y todo monte y colina se abajará. Los caminos tortuosos se enderezarán y los ásperos se volverán camino llano. Y toda carne verá al Salvador de Dios>> (Lc 3,4-6; Is 40,4-5).
Uno solo y el mismo Dios es, por tanto, el Padre de nuestro Señor, que por medio de los profetas prometió al precursor, y que hizo visible para toda carne a su Salvador, es decir a su Verbo, para que, habiéndose éste mismo hecho carne, [870] en todas las cosas se manifestara como su Rey[233]. Pues convenía que quienes habrían de ser juzgados viesen a su juez y lo conociesen, y que quienes habrían de conseguir la gloria, supiesen quién es aquel que se la da como premio.
9,2. Mateo también afirma en referencia al ángel: <<El ángel del Señor se apareció en sueños a José>> (Mt 1,20). Y a qué Señor se refiere, él mismo lo explica: <<Para que se cumpliese lo que el Señor dijo por el profeta: De Egipto llamé a mi hijo>> (Mt 2,15). <<He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se le dará el nombre de Emmanuel, que se traduce Dios con nosotros>> (Mt 1,23; Is 7,14). De este mismo Emmanuel nacido de la Virgen habló David: <<No retires tu rostro de tu Ungido. El Señor ha jurado a David y no fallará: A un fruto de tu seno lo colocaré sobre tu trono>> (Sal 132[131],10-12). Y también: <<Dios se ha dado a conocer en Judea... Su lugar está firme en la paz, y su morada en Sion>> (Sal 76[75],2-3). Luego es uno solo y el mismo Dios al que los profetas predicaron y el Evangelio anunció; y es su Hijo aquel que nació del seno de David, es decir de la Virgen descendiente de David[234], y es el Emmanuel sobre cuya estrella Balaam profetizó: <<Una estrella brotará de Jacob y surgirá el Jefe de Israel>> (Núm 24,17).
Mateo reporta de esta manera las palabras de los Magos que habían venido de Oriente: <<Vimos su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo>> (Mt 2,2). Guiados por la estrella hasta la casa de Jacob, al Emmanuel, mostraron quién era aquel a quien adoraban, por medio de los dones que le ofrecieron: mirra, porque él era quien debía morir [871] y ser sepultado por la raza humana mortal; oro, porque es el Rey cuyo reino no tiene fin; incienso, porque es Dios que se dio a conocer en Judá, se hizo (hombre) y <<se manifestó a quienes no lo buscaban>> (Is 65,1).
9,3. Aún añade Mateo en el bautismo: <<Se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba sobre él en forma de paloma. Y he aquí que una voz del cielo decía: Este es mi Hijo querido en quien me complazco>> (Mt 3,16-17). Por consiguiente, no fue el Cristo quien descendió sobre Jesús; ni uno es el Cristo y otro Jesús. Sino que el Verbo de Dios, el Salvador de todos y Señor del cielo y la tierra, es Jesús (como arriba expusimos), el que asumió la carne y fue ungido del Padre por el Espíritu, y este Jesús fue ungido como Cristo. Así lo dice Isaías: <<Saldrá una rama de la raíz de Jesé y una flor brotará de la raíz. Y reposará sobre él el Espíritu de Dios: Espíritu de sabiduría e inteligencia, Espíritu de consejo y fortaleza, Espíritu de ciencia y piedad. Lo llenará el temor de Dios. No juzgará según la apariencia ni argüirá por lo que se diga; sino que juzgará con justicia al humilde y condenará a los soberbios de la tierra>> (Is 11,1-4). El mismo Isaías prefiguró su unción y el motivo de ella: <<El Espíritu de Dios sobre mí. Por eso me ungió, me envió a llevar la Buena Nueva a los pobres, a curar a los contritos de corazón, a pregonar a los cautivos la remisión, a dar la visión a los ciegos, a anunciar el año de gracia del Señor, el día de la retribución, y para consolar a los que lloran>> (Is 61,1-2; Lc 4,18).
Porque, en cuanto el Verbo de Dios se hizo hombre, era el hijo de la raíz de Jesé; y según ello el Espíritu de Dios reposaba sobre él y era ungido para evangelizar a los humildes; en cambio, en cuanto era Dios, no juzgaba según las apariencias, ni condenaba de oídas[235]: <<No había necesidad de que nadie le diese testimonio sobre el hombre, porque él mismo sabía lo que hay en el hombre>> (Jn 2,25). El llamó a todos los hombres que lloraban, les concedió el perdón de los pecados [872] a los que habían sido reducidos a la esclavitud, liberando de las cadenas a aquellos de quienes dice Salomón: <<Cada cual es oprimido por las cadenas de sus pecados>> (Prov 5,22). Descendió, pues, sobre él El Espíritu de Dios, de aquel que por los profetas había prometido ungirlo, para que nos salvásemos, al recibir nosotros de la abundancia de su unción[236]. Esto es todo lo que dice Mateo.
10,1. Lucas, compañero y discípulo de los Apóstoles, dice refiriéndose a Zacarías e Isabel, de quienes, según la promesa de Dios, nació Juan: <<Ambos eran justos ante Dios, porque caminaban sin tropiezo en todos los mandatos y justicia del Señor>> (Lc 1,6). Y dice acerca de Zacarías: <<Le tocó ejercitar delante de Dios el sacerdocio siguiendo el turno de su clase, según la costumbre del sacerdocio, pues se le designó por suerte a poner el incienso>>. Y, para ofrecer el sacrificio, <<entró en el templo del Señor>> (Lc 1,8-9). Este hombre que se presenta ante la faz del Señor, con su propia voz, de modo simple y absoluto, confiesa <<Señor>> y <<Dios>> a aquel que eligió Jerusalén, dictó la ley del sacerdocio y envió al ángel Gabriel. No conocía otro Dios superior a éste. Mas, si hubiese tenido idea de algún Dios y Señor fuera de éste, ciertamente a éste, al que habría reconocido como <<fruto de la penuria>> no lo habría confesado <<Dios>> y <<Señor>>, como arriba expusimos.
Y hablando de Juan dice: <<Será grande en la presencia del Señor, y convertirá a muchos hijos de Israel a su Señor Dios, y lo precederá ante su faz, con el espíritu y poder de Elías, a fin de preparar para el Señor un pueblo perfecto>> (Lc 1,15-17). ¿A quién le preparó un pueblo, y ante la faz de cuál Señor Juan fue engrandecido? Ciertamente de aquel que dijo que Juan era <<más que un profeta>> (Lc 7,26; Mt 11,9), y: <<Ninguno nacido de mujer es mayor que Juan el Bautista>> (Lc 7,28; Mt 11,11), el cual le preparó a su pueblo, anunciando de antemano a sus consiervos [873] el advenimiento del Señor y predicándoles la conversión a fin de que del Señor presente recibiesen el perdón, una vez vueltos a aquel de quien se habían enajenado por el pecado y la transgresión, como dice David: <<Desde el vientre se han alejado los pecadores, desde el seno se han extraviado>> (Sal 58[57],4). Y por eso, al convertirlos al Señor, Juan le preparaba un pueblo perfecto, en el espíritu y poder de Elías.
10,2. Y Lucas dice, hablando del ángel: <<En ese mismo tiempo fue enviado de parte de Dios el ángel Gabriel, el cual dijo a la Virgen: No temas, María, porque encontraste gracia ante Dios>> (Lc 1,26.30). Y del Señor dijo: <<El será grande, y llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su Padre y reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin>> (Lc 1,32-33). ¿Quién otro reina sin fin y para siempre en la casa de Jacob, sino Jesucristo Nuestro Señor, el Hijo de Dios Altísimo que prometió por la Ley y los profetas que haría visible ante toda carne a su Salvador (Is 40,5; Lc 3,6) haciéndose Hijo del Hombre a fin de que el hombre se hiciere hijo de Dios (Jn 1,12)?
Por eso María exclamó gozosa, profetizando por la Iglesia[237]: <<Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. Porque acogió a Israel su siervo acordándose de su misericordia, como había hablado a nuestros Padres, a Abraham y a su descendencia para siempre>> (Lc 1,46-47.54-55). Mediante estas palabras tan grandes, el Evangelio muestra que el Dios que había hablado a nuestros padres, esto es, el mismo que legisló por Moisés, por cuya Ley conocimos que había hablado a los padres, es el mismo Dios que según su gran bondad derramó su misericordia sobre nosotros.
En su misericordia <<nos miró desde lo alto el Oriente, y se manifestó a quienes estaban sentados en tinieblas y en sombra de muerte, para dirigir nuestros pies [874] en el camino de la paz>> (Lc 1,78-79). Como Zacarías dejó de estar mudo (pena que había sufrido por motivo de su incredulidad), lleno de un nuevo espíritu, una vez más bendecía a Dios. Se presentaban todas las cosas nuevas: el Verbo disponía su venida a la carne como algo inédito, para volver a Dios al hombre que se había alejado de Dios. Por esto también enseñaba de nuevo a adorar a Dios. Pero no a otro Dios, porque <<uno solo es Dios, que justifica a los circuncisos por motivo de la fe y a los no circuncisos por la fe>> (Rom 3,30).
10,3. Profetizando Zacarías dijo: <<Bendito el Señor Dios de Israel, porque visitó y redimió a su pueblo, y levantó el Cuerno de nuestra salvación en la casa de David su siervo, según había hablado por boca de los santos profetas desde siempre, para salvarnos de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; para ejercitar su misericordia con nuestros padres y acordarse de su Alianza santa; juramento que juró a nuestro padre Abraham, para concedernos que sin temor, arrancados de nuestros enemigos, le sirvamos en santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días>> (Lc 1,68-75). Y luego dice a Juan: <<Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo; porque irás ante la faz del Señor para preparar sus caminos, a fin de dar a conocer a su pueblo al Salvador, para el perdón de sus pecados>> (Lc 1,76-77).
Este es el conocimiento (gnosis) de la salvación que les faltaba[238], la del Hijo de Dios, que Juan presentaba con estas palabras: <<Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es del que dije: Después de mí viene uno que pasó delante de mí, porque era anterior a mí>> (Jn 1,29-30), y: <<Todos hemos recibido de su plenitud>> (Jn 1,16). Este es el conocimiento de la salvación; pero no se trataba de otro Dios, ni de otro Padre, ni del Abismo, ni del Pléroma de treinta Eones, ni de la Madre Ogdóada; sino que el conocimiento (gnosis) de la salvación era el conocimiento del Hijo de Dios, el cual es de verdad Salud, Salvador y Salvación: [875] Salud: <<Señor, yo he esperado en tu salud>> (Gén 49,18). Salvador: <<He aquí a mi Dios, mi Salvador; en él pondré mi confianza>> (Is 12,2). Salvación: <<Dios dio a conocer su salvación ante la faz de los pueblos>> (Sal 98[97],2). También es Salvador por ser Hijo y Verbo de Dios; Salvación porque es espíritu, pues dice: <<El espíritu[239] de nuestra cara es Cristo el Señor>> (Lam 4,20); Salud por motivo de la carne: <<El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros>> (Jn 1,14)[240]. Este es el conocimiento de la salvación que Juan predicaba a quienes hacían penitencia y creían en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
10,4. Lucas dice en seguida que un ángel del Señor se apareció a los pastores y les anunció un gozo: <<Hoy os ha nacido un salvador, que es Cristo el Señor, en la ciudad de David>> (Lc 2,9-10). En seguida una multitud del ejército celeste alababa a Dios y decía: <<Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad>> (Lc 2,11-14). Los gnósticos falsarios dicen que estos ángeles vinieron de la Ogdóada para manifestar el descenso del Cristo Superior. Pero ellos mismos arruinan su propia tesis, diciendo que el Cristo y Salvador no nació, sino que después del bautismo descendió en forma de paloma sobre el <<Jesús de la Economía>>. Luego, según ellos, mentirían los <<ángeles de la Ogdóada>> que dicen: <<Hoy os ha nacido [876] un Salvador, que es Cristo el Señor, en la ciudad de David>>. Pues dicen: ni Cristo ni el Salvador habrían nacido en ese momento, sino <<el Jesús de la Economía>>, que es <<el Jesús del Demiurgo>>, sobre el cual habría descendido el <<Salvador Superior>> después del bautismo, es decir, pasados treinta años.
¿Por qué los ángeles añadieron: <<en la ciudad de David>>, sino para anunciar el cumplimiento de la promesa que Dios hizo a David: <<Del fruto de tu seno nacerá el Rey eterno>> (Sal 132[131],11)? Pues el Demiurgo del universo había hecho esta promesa a David, como éste mismo dice: <<Mi auxilio viene del Señor que hizo el cielo y la tierra>> (Sal 124[123],8), y: <<En su mano están los confines de la tierra y son suyas las alturas de los montes. Suyo es el mar, pues él lo hizo, y sus manos fundaron la tierra. Venid, adoremos y postrémonos ante él, clamemos en la presencia del Señor que nos hizo, porque él es el Señor nuestro Dios>> (Sal 95[94],4-7). Por boca de David el Espíritu Santo declara, a quienes lo escuchen, [877] que habría quienes despreciaran al que nos creó, el único Dios. Por eso afirmó lo que antes citamos. Quería decir: <<No erréis; fuera de éste y sobre éste no hay ningún Dios a quien debamos volver los ojos>>. Al mismo tiempo nos dispone para ser religiosos y agradecidos a aquel que nos hizo, nos plasmó y nos alimenta. ¿Qué puede esperar entonces a quienes inventaron tales blasfemias contra su Creador?
Lo mismo se diga sobre los ángeles. Cuando decían: <<Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra>> (Lc 2,14), se referían a aquel Creador que ha hecho lo más alto (es decir, <<las regiones celestes>>), y creado todo lo que hay sobre la tierra, el cual es el mismo que envió del Cielo, a la obra que había modelado -o sea a los hombres- su benignidad celeste. Por eso <<los pastores se volvieron glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, como se les había anunciado>> (Lc 2,20). Los pastores israelitas no daban gloria a otro Dios, sino a aquel que había sido anunciado por la Ley y los profetas, el Creador del universo, a quien los ángeles glorificaban. En cambio, si <<los ángeles que venían de la Ogdóada>> daban gloria a uno y los pastores a otro, entonces <<los ángeles que venían de la Ogdóada>> les anunciaron el error y no la verdad.
10,5. Lucas añade, acerca del Señor: <<Cuando se cumplieron [878] los días de la purificación, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la ley del Señor: El primer varón que abra la matriz será consagrado al Señor. Y para ofrecer el sacrificio prescrito en la ley del Señor: un par de tórtolas o dos palomas>> (Lc 2,22-24). Con sus propias palabras llama claramente Señor al que dio la Ley. Y también escribe que Simeón bendijo a Dios diciendo: <<Ahora, Señor, deja ir a tu siervo en paz, porque mis ojos han visto tu Salvación, que preparaste ante todos los pueblos: luz para revelar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel>> (Lc 2,28-32). Igualmente Ana la profetisa, dice, alababa a Dios al ver a Cristo: <<Y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén>> (Lc 2,38).[241] Todo esto demuestra que hay un solo Dios, que abrió a los seres humanos una Economía nueva mediante el Nuevo Testamento de la venida de su Hijo.
10,6. Por eso Marcos, intérprete y compañero de Pedro, comienza a escribir su Evangelio de esta manera: <<Inicio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como escribieron de él los profetas: He aquí que envío mi mensajero delante de ti [879] para que prepare tu camino. Una voz clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas ante nuestro Dios>> (Mc 1,1-3). Claramente indica desde el principio que su Evangelio recoge la voz de los profetas, y pone de manifiesto que aquel a quien ellos proclamaron Dios y Señor es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Ese Dios prometió que enviaría a su mensajero delante de él (que era Juan, el cual vendría <<para proclamar en el desierto con el espíritu y poder de Elías: Preparad el camino de Señor, enderezad las sendas ante nuestro Dios>>). Los profetas no anunciaban a veces a uno y a veces a otro Dios, sino a uno solo y el mismo, aunque con diversas expresiones y varios nombres: porque el Padre es rico y abundante, como en el libro anterior expusimos y de nuevo expondremos a la luz de los profetas en el resto del tratado.
Marcos concluye el Evangelio diciendo: <<El Señor Jesús, después que les habló, fue elevado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios>> (Mc 16,19). De este modo confirma lo que anunció el profeta: <<Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies>> (Sal 110[109],1). Así que no hay sino un solo y mismo Dios y Padre proclamado por los profetas, transmitido por el Evangelio, al que los Cristianos rendimos culto y amamos de todo corazón. El es el Creador del cielo y de la tierra y de todo lo que en ellos se encuentra.
11,1. Juan, el discípulo del Señor, predicó la misma fe, pues con su Evangelio quiso erradicar [880] el error sembrado entre muchas personas por Cerinto, y mucho antes que él, por los llamados nicolaítas (los cuales son una versión de la falsamente llamada gnosis), a fin de confundirlos y probarles que hay sólo un Dios que creó todo por medio de su Verbo (y no es, como ellos dicen, uno el Creador, otro el Padre del Señor, un tercero el Padre del Hijo, un cuarto el Cristo de las regiones superiores que habría permanecido impasible, el cual, <<después de haber descendido en Jesús, Hijo del Demiurgo, de nuevo habría volado hasta su Pléroma>>, y que <<el Principio es el Unigénito>>, mientras que el Verbo es, a su vez, <<hijo del Unigénito>>. También dicen que la creación del mundo no fue hecha por el primer Dios, sino por un <<Poder que está muy abajo, sujeto y separado de la comunicación de aquellos que son invisibles e innombrables>>). Queriendo describir todo lo anterior a los discípulos del Señor, se instituyó en la Iglesia la Regla de la Verdad, acerca de que hay sólo un Dios omnipotente, el cual por medio de su Verbo hizo todas las cosas, visibles e invisibles.
Y para enseñar que por medio del mismo Verbo por el cual Dios consumó su creación, también ofreció la salvación a todos los seres humanos que viven en la creación, inició de esta manera la doctrina de su Evangelio: <<En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada ha sido hecho de cuanto existe. En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilla en las tinieblas, mas las tinieblas no lo acogieron>> (Jn 1,1-5). Afirma que todas las cosas fueron hechas por él, luego en la palabra <<todas las cosas>> incluye la entera creación de nuestro mundo. De ningún modo se les puede aceptar que <<todas las cosas>> [881] signifique <<las cosas que están bajo su Pléroma>>. Pues si su Pléroma contuviese todas las cosas de este mundo, no existiría fuera de él esta creación tan estupenda, como ya lo demostré en el libro precedente. Mas si estas cosas existieran fuera del Pléroma (lo que por otra parte parece imposible) entonces el Pléroma ya no lo sería todo. En consecuencia, no es posible excluir una creación tan excelente.
11,2. El mismo Juan nos quita la posibilidad de discutir, cuando dice: <<El estaba en este mundo, y el mundo fue hecho por él, mas el mundo no lo conoció. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron>> (Jn 1,10-11). Pero según Marción y sus semejantes, ni el mundo fue hecho por él, ni vino a lo que era suyo sino a lo que le era extraño. Según ciertos gnósticos, este mundo fue hecho por ángeles[242] y no por el Verbo de Dios. Según los valentinianos, no fue hecho por él, sino por un Demiurgo. <<Este laboraba para producir semejanzas que fuesen una imitación de los seres superiores>>, pues afirman: <<El Demiurgo llevaba a cabo la fabricación de las creaturas>>. Y dicen <<para llegar a ser Señor y Demiurgo de la Economía de la creación fue emitido por la Madre>>, e hipotizan que <<por él fue hecho el mundo>>. En cambio el Evangelio abiertamente enseña que todas las cosas fueron hechas por el Verbo que en el principio existía ante Dios, y que <<el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros>> (Jn 1,14).
11,3. Según los herejes, ni el Verbo se hizo carne, ni el Cristo ni el Salvador, que procede de todos los Eones. Así pues, no quieren que haya venido a este mundo ni el Verbo ni el Cristo, ni que el Salvador se haya encarnado y padecido, sino que descendió en forma de paloma sobre el Jesús de la Economía, el cual, <<habiendo anunciado al Padre desconocido, de nuevo ascendió al Pléroma>>. Algunos de ellos afirman que <<se encarnó y sufrió el Jesús de la Economía>>, el cual, según ellos dicen, <<pasó por María como el agua por un tubo>>; otros dicen que fue el Hijo del Demiurgo, sobre el cual descendió el Jesús de la Economía; otros, que <<Jesús nació de José y de María>>, y sobre éste habría descendido <<el Cristo Superior, [882] que existe sin carne y es impasible>>.
Según ninguna doctrina de los herejes <<el Verbo se hizo carne>> (Jn 1,14). Mas si alguien se pone a investigar los sistemas de todos ellos, encontrará que en todos ellos se introduce un Verbo de Dios y un Cristo Superior sin carne e impasible. Otros piensan que <<apareció como un hombre>> transfigurado, pero afirman que <<ni se encarnó ni nació>>; según otros, ni siquiera habría tomado la figura de un hombre, sino que <<descendió en forma de una paloma sobre el Jesús nacido de María>>. El discípulo del Señor, mostrando que todos ellos son falsos testigos, dice: <<Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros>> (Jn 1,14).
11,4. Y para que no nos preguntemos de cuál Dios el Verbo se hizo carne, él mismo nos sigue enseñando con estas palabras: <<Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan. Este vino como testigo para dar testimonio de la luz. El no era la luz, sino testigo de la luz>> (Jn 1,6-8). ¿Qué Dios envió a este Juan, testigo de la luz? Ciertamente el mismo cuyo ángel es Gabriel que anunció la Buena Nueva de su generación (Lc 1,26). El mismo que por medio de los profetas prometió enviar a su mensajero delante de su Hijo, para prepararle el camino (esto significa dar testimonio de la luz) con el espíritu y poder de Elías (Mc 1,2; Jn 1,7-8). Elías, a su vez, ¿de qué Dios fue servidor y profeta? De aquel que hizo el cielo y la tierra, como él mismo confiesa.
Luego, si Juan fue enviado por el Creador y Demiurgo de este mundo, ¿cómo habría podido dar testimonio de la luz <<que desciende de aquellas cosas innominables e invisibles>>? Pues todos los herejes han decretado que <<el Demiurgo ignora el Poder que está sobre él>>, [exclamdown]del cual Juan habría de dar testimonio!
Por eso el Señor declaró tener a Juan por <<más que un profeta>>. Pues los demás profetas anunciaron la venida de la Luz del Padre y soñaron en ver aquello que predicaban. En cambio Juan lo anunció de antemano como los otros profetas, lo vio cuando vino, lo señaló y convenció a muchos de que creyesen en él; de manera que al mismo tiempo fue profeta y apóstol. Por eso fue más que profeta, pues [883] <<en primer lugar apóstoles, en segundo profetas>> (1 Cor 12,28), mas uno y otro ministerio provenían del único y mismo Dios.
11,5. También era bueno aquel vino que provenía de la creación de Dios, producto de la vid, que bebieron primero. Ninguno de quienes lo bebieron lo despreció, pues aun el Señor lo bebió. Pero fue mejor el vino que el Verbo hizo a partir de simple agua para que lo gozaran los invitados a las bodas (Jn 2,1-12).
Aunque el Señor habría podido proveer a los sedientos un vino, sin partir de ninguna materia creada, y asimismo satisfacer de alimento a los que tenían hambre, no quiso hacerlo. Mas, <<tomando los panes>> de la tierra <<y dando gracias>> (Jn 6,11; Mt 14,19; Mc 6,41), así como cambió el agua en vino, llenó a los que estaban recostados y dio de beber a los invitados a las nupcias. De este modo se manifestó el Dios que hizo la tierra y le mandó producir frutos, que creó el agua e hizo brotar las fuentes, el mismo que en los últimos tiempos da por su Hijo a la raza humana la bendición del pan y el don de la bebida: el incomprensible por medio del que podemos comprender, y el invisible por medio de aquel a quien podemos ver, pues no existe <<fuera de él>>, sino en el seno del Padre.
11,6. <<A Dios nadie lo ha visto jamás; mas el Hijo unigénito de Dios, que está en su seno, él nos lo ha descrito>> (Jn 1,18). El Hijo que está en su seno, da a conocer al Padre invisible. Por eso lo conocen aquellos a quienes el Hijo se lo revela (Mt 11,27), y a su vez el Padre da el conocimiento de su Hijo, por medio de su mismo Hijo, a quienes lo aman. De éste aprendió Natanael dicha revelación, cuando el Señor dio testimonio acerca de él: <<Tú eres un verdadero israelita en quien no hay doblez>> (Jn 1,47). Este israelita reconoció a su Rey, a quien confesó: <<Maestro, tú eres el Hijo de Dios, [883] el Rey de Israel>> (Jn 1,49). Pedro aprendió: <<Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo>> (Mt 16,16-17), de aquel mismo que había dicho: <<Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Pondré mi Espíritu sobre él, para que anuncie el juicio a las naciones. No disputará ni gritará, no hará oír su voz en las plazas. No romperá la caña a medio quebrar ni apagará la mecha ardiente, hasta que emita el juicio en la contienda, y las naciones esperarán en su nombre>> (Is 42,1-4).
11,7. Estos son los puntos de partida de los Evangelios: un solo Dios, Demiurgo del universo, a quien los profetas mostraron, que estableció la Economía de la Ley por medio de Moisés, a quien anunciaron como el Padre de nuestro Señor Jesucristo; y no conocen otro Dios ni otro Padre.
Tan grande es la firmeza de los Evangelios sobre estos puntos, que los mismos herejes dan testimonio de ella; pues cada uno de ellos, al salirse (de la Iglesia) trata de usarlos para confirmar por ellos su doctrina. Los ebionitas usan sólo el Evangelio de Mateo, mas el mismo les prueba que ellos presumen de una falsa opinión acerca del Señor. Marción recorta el Evangelio de Lucas; pero aun las partes que le deja lo muestran blasfemo contra el único Dios verdadero. Quienes separan a Jesús del Cristo, y afirman que <<Cristo se mantuvo impasible>>, en cambio <<Jesús sufrió>>, prefieren el Evangelio de Marcos; mas si lo leyesen con amor a la verdad, podrían corregirse. Los valentinianos usan por todos lados el Evangelio de Juan para demostrar sus parejas; mas el mismo Evangelio los desenmascara, pues nada interpretan correctamente, como expusimos en el primer libro. Así pues, ya que los mismos enemigos [885] usan de estos Evangelios, rinden testimonio en nuestro favor, de que nuestros argumentos son sólidos y verdaderos.
[885] 11,8. Los Evangelios no pueden ser ni menos ni más de cuatro[243]; porque son cuatro las regiones del mundo en que habitamos, y cuatro los principales vientos de la tierra, y la Iglesia ha sido diseminada sobre toda la tierra; y columna y fundamento de la Iglesia (1 Tim 3,15) son el Evangelio y el Espíritu de vida; por ello cuatro son las columnas en las cuales se funda lo incorruptible y dan vida a los hombres. Porque, como el artista de todas las cosas es el Verbo, que se sienta sobre los querubines (Sal 80[79],2) y contiene en sí todas las cosas (Sab 1,7), nos ha dado a nosotros un Evangelio en cuatro formas, compenetrado de un solo Espíritu. Como [886] dice David, rogándole que venga: <<Muéstrate tú, que te sientas sobre los querubines>> (Sal 80[79],2). Los querubines, en efecto, se han manifestado bajo cuatro aspectos que son imágenes de la actividad del Hijo de Dios (Ap 4,7): <<El primer ser viviente, dice [el escritor sagrado], se asemeja a un león>>, para caracterizar su actividad como dominador y rey; <<el segundo es semejante a un becerro>>, para indicar su orientación sacerdotal y sacrificial; <<el tercero tiene cara de hombre>> para describir su manifestación al venir en su ser humano; <<el cuarto es semejante a un águila en vuelo>>, signo del Espíritu que hace sobrevolar su gracia sobre la Iglesia.
Los Evangelios, pues, [887] concuerdan con estos [símbolos], sobre los cuales Cristo descansa. Uno de ellos, según Juan, narra su real y gloriosa generación del Padre, diciendo: <<En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios: todas las cosas fueron hechas por su medio, y sin él nada ha sido hecho>> (Jn 1,1-4). Por tal motivo, este Evangelio nos llena de confianza: ésta es su característica. El Evangelio según Lucas, ya que tiene rasgos sacerdotales, comenzó presentando a Zacarías cuando ofrece a Dios el sacrificio. Y es que ya se estaba preparando el becerro cebado que debía matarse por el regreso del hermano menor. Mateo anuncia su origen humano, diciendo: [888] <<Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham>>. Y sigue: <<Este fue el origen de Jesucristo>> (Mt 1,1.18). Es, pues, el Evangelio de su humanidad, por eso este Evangelio habla de él de manera humilde y conserva su figura como hombre manso. Marcos, a su vez, toma inicio del Espíritu profético que viene de lo alto sobre los hombres, diciendo: <<Principio del Evangelio de Jesucristo, como está escrito en el profeta Isaías>> (Mc 1,1-2), dando la imagen de un Evangelio que vuela con sus alas. Por eso comunica sus mensajes en forma fluida y suscinta; este es, en efecto, el estilo propio de los profetas.
El mismo Verbo de Dios en su esplendor y gloria conversaba con los patriarcas anteriores a Moisés; [889] en cambio, durante la Ley, lo hacía por medio del ministerio de los sacerdotes; después, una vez hecho hombre, derramó el don del Espíritu Santo sobre toda la tierra, para que nos protegiese con sus alas. Luego así como es la Economía del Hijo de Dios, tal es la figura de los animales; y así como es la forma de los animales, tal es lo típico del Evangelio. Cuadriformes son los animales, y cuadriformes los Evangelios, así como cuadriforme es la Economía de Dios.
Por eso se dio a la raza humana cuatro Testamentos: el primero en el tiempo de Adán, antes del diluvio; el segundo en el tiempo de Noé, después del diluvio; el tercero [890] fue la legislación en el tiempo de Moisés; y el cuarto, que renueva al hombre y recapitula[244] en sí todas las cosas, por medio del Evangelio, dando al hombre alas para elevarse al reino de los cielos.
11,9. Siendo así las cosas, dan muestras de vanidad, ignorancia y atrevimiento, aquellos que destrozan la forma del Evangelio, y que o aumentan o disminuyen el número de los Evangelios: algunos lo hacen para presumir de haber encontrado algo más de la verdad, otros para condenar las Economías de Dios.
Marción, por una parte, rechaza el Evangelio; más aún, separándose del Evangelio, se gloría de poseer una parte del Evangelio.
Otros, para frustrar el don del Espíritu que en los últimos tiempos, según la voluntad del Padre, fue derramado sobre el género humano, no admiten el Evangelio en la forma que Juan escribió, [891] en el cual el Señor promete enviar al Paráclito; sino que a la vez rechazan el Espíritu profético junto con el Evangelio. Son en verdad infelices, pues al elegir ser pseudoprofetas, rechazan la gracia de la profecía en la Iglesia. Se parecen a aquellos que, para evitar mezclarse con los hipócritas que vienen a la Iglesia, se abstienen también de la comunión con los hermanos. Se da por supuesto que gente de esta calaña tampoco aceptan al apóstol Pablo; pues en la Carta a los Corintios escribió con precisión acerca de los carismas proféticos, y reconoció que hay en la Iglesia hombres y mujeres que profetizan (1 Cor 12,28ss y 14,1ss). Por este motivo, pecando contra el Espíritu de Dios, caen en un pecado sin perdón (Mt 12,31-32; Mc 3,29; Lc 12,10).
Por su parte, los valentinianos dejan de lado toda vergüenza y presumen a los cuatro vientos, alardeando de que sus escritos contienen más verdades que los mismos Evangelios. Han llegado a una tal insolencia, que titulan <<El Evangelio de la Verdad>> el que han escrito hace poco tiempo, libro que en nada concuerda con los Evangelios de los Apóstoles, de modo que aun en el Evangelio hallan ocasión de blasfemia. Pues, si la obra que ellos han hecho pública es <<El Evangelio de la Verdad>>, siendo diverso del que los Apóstoles nos han transmitido, cualquiera puede darse cuenta de que (como lo muestran las mismas Escrituras) ya no es el mismo Evangelio de la Verdad transmitido por los Apóstoles.
Son auténticos y verdaderos solamente los Evangelios que hemos demostrado con tantos argumentos, y no pueden ser ni más ni menos de los que hemos dicho. Pues, si Dios hizo todas las cosas con orden y concierto, era necesario que también la forma de los Evangelios [892] estuviese compuesta con plena armonía.
Una vez examinada la doctrina de quienes nos transmitieron los Evangelios a partir de sus mismos orígenes, pasemos a los demás Apóstoles e investiguemos su doctrina acerca de Dios. En seguida escucharemos las mismas palabras del Señor.
12,1. El Apóstol Pedro, después de la resurrección del Señor y de su asunción[245] a los cielos, queriendo completar el número de 12 Apóstoles y en lugar de Judas añadir a otro elegido por Dios de entre los que ahí se encontraban, habló de esta manera: <<Hermanos, era necesario que se cumpliera la Escritura que el Espíritu Santo había predicho por boca de David acerca de Judas, que guio a quienes arrestaron a Jesús, y era uno de entre nosotros: Quede su casa desierta, y no se encuentre quien habite en ella. [exclamdown]Que otro ocupe su episcopado!>> (Hech 1,16.19-20; Sal 69[68]26). De esta manera Pedro completó el número de los Apóstoles, y lo hizo a partir de las palabras de David.
Una vez que el Espíritu Santo hubo descendido sobre los discípulos a fin de que todos, profetizando, hablaran en lenguas, como muchos se burlaran de ellos diciendo que se hallaban ebrios, Pedro dijo: <<Sucederá en los últimos días, dice el Señor, que derramaré [893] mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán>> (Hech 2,15-17; Jl 3,1-2). Así pues Dios, que por el profeta había anunciado que enviaría su Espíritu sobre la raza humana, él mismo lo envió, y asimismo fue él de quien Pedro proclamó que había cumplido su promesa:
12,2. <<Varones israelitas, escuchad mis palabras: a Jesús de Nazaret, hombre probado por Dios en vuestra comunidad, por los poderes, signos y prodigios que Dios realizó por medio de él en medio de vosotros (como todos sabéis), lo habéis matado por las manos de los malvados, según el designio predeterminado y la preciencia de Dios. A éste Dios lo resucitó, liberándolo de los dolores de los lugares inferiores, porque no era posible que éstos lo retuvieran. David, en efecto, afirma sobre él: Yo siempre tengo al Señor en mi presencia, porque él está a mi derecha para que no me quebrante. Por eso se alegró mi corazón y se regocijó mi lengua. Mi carne descansará en la esperanza. Porque no dejarás mi vida en el abismo, ni permitirás que tu Santo vea la corrupción>> (Hech 2,22-27; Sal 16[15],8-10).
En seguida Pedro les habló con valentía acerca del patriarca David, cómo murió, fue sepultado, y su sepulcro se encuentra entre nosotros hasta hoy. Dijo: <<Como él era profeta, sabía que con juramento Dios le había jurado que un fruto de su seno se sentaría en su trono. Y, viendo de antemano, habló acerca de la resurrección de Cristo que no dejarás mi vida en el abismo, ni permitirás que tu Santo vea la corrupción. Pues a este Jesús -continúa diciendo-, Dios lo exaltó, y de eso todos nosotros somos testigos. Y, levantado a la diestra de Dios, habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, derramó este don que vosotros ahora veis y oís. Pues David no subió a los cielos, y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies. [894] Tenga pues, por cierto, la casa de Israel, que Dios constituyó Señor y Cristo a ese Jesús a quien habéis crucificado>> (Hech 2,29-36). Y, habiendo la multitud preguntado a Pedro: <<¿Qué debemos hacer?>>, él les respondió: <<Arrepentíos y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesús para el perdón de los pecados. Y recibiréis el don del Espíritu Santo>> (Hech 2,37).
Así pues, los Apóstoles no anunciaban ni otro Dios ni otra Plenitud, ni a un <<Cristo que sufrió y resucitó>> y a otro <<Cristo que voló a las alturas y permaneció impasible>>, sino a uno y el mismo Dios Padre y a Jesucristo que murió y resucitó. Y proclamaban la fe en él a aquellos que no creían en el Hijo de Dios; y con las palabras de los profetas les anunciaban que, habiéndoles Dios prometido enviarles a su Ungido, envió a Jesús, a quien ellos crucificaron y Dios resucitó.
12,3. Pedro, junto con Juan, vio a un tullido de nacimiento <<sentado y pidiendo limosna junto a la puerta del templo llamada Hermosa>>. Le dijo: <<No tengo oro ni plata. Lo que tengo te doy: En nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y anda. El al punto, curado de las piernas y los pies, comenzó a caminar y entró con ellos en el templo, andando, saludando y glorificando a Dios>> (Hech 3,2.6-8). Una muchedumbre se había juntado en torno a ellos, admirada de este suceso. Pedro les dijo: <<Varones israelitas, ¿por qué os admiráis de este hecho, [895] y nos miráis como si por nuestro poder hubiésemos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros Padres glorificó a su Hijo, a quien vosotros entregasteis a juicio y negasteis en presencia de Pilato, a pesar de que él quería soltarlo. Vosotros rechazasteis al Santo y Justo, y en su lugar pedisteis que se os entregara a un homicida. Habéis matado al Señor de la vida, a quien Dios exaltó de entre los muertos. De esto nosotros somos testigos. A causa de la fe en su nombre, este hombre a quien veis y conocéis ha sido sanado en su nombre, y la fe que por él nos viene le ha devuelto la salud total ante todos vosotros. Ahora, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia. Dios había prometido por boca de todos los profetas que Cristo había de padecer, y lo ha cumplido. Por consiguiente, haced penitencia y convertíos, a fin de que vuestros pecados sean perdonados, vengan para vosotros tiempos de consolación, y os envíe de nuevo a Jesucristo, a quien los cielos deben retener hasta el día en que todas las cosas vuelvan a ese orden del que Dios habló por sus santos profetas. Pues Moisés dijo a vuestros padres: El Señor Dios suscitará de entre vuestros hermanos a un profeta como yo. Lo oiréis en todo aquello que él os dirá (Dt 18,15.18-19). Y también: Cualquier persona que no escuche a este Profeta será exterminado de su pueblo (Lev 23,29). Asimismo todos aquellos que han hablado después de Samuel, han anunciado estos días. Vosotros sois hijos de los profetas y de la Alianza que Dios estableció con vuestros padres, cuando dijo a Abraham: En tu descendencia bendeciré a todas las tribus de la tierra (Gén 22,18). Dios, habiendo resucitado a su Hijo, lo ha enviado en primer lugar a vosotros para bendeciros, a fin de que cada uno se aparte de sus delitos>> (Hech 3,12-26).
Es evidente, pues, que cuando Pedro, junto con Juan, pregonó la Buena Noticia: [896] Dios cumplió por medio de Jesús la promesa que había hecho a los padres, no anunció a <<otro Dios>>, sino al Hijo de Dios que se hizo hombre y sufrió para conducir a Israel al conocimiento. Y, anunciando en Jesús la resurrección de los muertos, dio a entender que Dios cumplió todo cuanto los profetas habían anunciado acerca de la pasión de Cristo[246].
12,4. Por eso, habiéndose reunido los príncipes de los sacerdotes, Pedro les dijo con toda valentía: <<Príncipes del pueblo y jefes de los israelitas, si hoy nos interrogáis acerca del hombre en el cual este enfermo ha sido curado, os quede claro, así como a todo el pueblo de Israel, que ha sido en nombre de Jesús de Nazaret, a quien habéis crucificado y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos. Por él este hombre está de pie, sano, en vuestra presencia. El es la piedra que, despreciada por los constructores, es decir vosotros, llegó a ser la piedra angular (Sal 118[117],22; Mt 21,42). Y no hay otro nombre bajo el cielo que se haya dado a los hombres, en el cual debamos salvarnos>> (Hech 4,8-12).
Los Apóstoles, pues, no cambiaban a Dios, sino que anunciaban al pueblo que Cristo era Jesús, el crucificado, a quien Dios resucitó. El mismo Dios que envió a los profetas es el que lo resucitó, y en él dio la salvación a los seres humanos.
[897] 12,5. (Los sumos sacerdotes) quedaron, pues, confusos, tanto por la curación (pues el tullido favorecido con el milagro de la curación, como dice la Escritura, llevaba más de cuarenta años enfermo), como por la doctrina de los Apóstoles y la exposición de los profetas; soltaron a Pedro y a Juan. Estos volvieron a sus compañeros Apóstoles y discípulos del Señor (o sea a la Iglesia), y les contaron todo lo sucedido, y cómo ellos habían actuado valientemente en nombre de Jesús. Y toda la Iglesia los escuchó: <<Unánimes levantaron la voz a Dios y dijeron: Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y cuanto habita en ellos (Sal 146[145],6); tú dijiste por medio de tu Santo Espíritu, por boca de David nuestro padre y siervo tuyo: ¿Por qué temblaron las naciones y los pueblos han urdido conjuras vanas? Los reyes de la tierra se aliaron y los príncipes conspiraron contra el Señor y su Ungido>> (Sal 2,1-2). Porque, en efecto, en esta ciudad se unieron contra tu santo Hijo Jesús, a quien tú ungiste, Herodes y Poncio Pilato con las naciones y el pueblo de Israel, para hacer todo aquello que tu poder y tu voluntad habían determinado de antemano>> (Hech 4,24-28).
Estas fueron las palabras de aquella Iglesia de la que todas las demás nacieron. Estas las palabras de los habitantes de la gran ciudad del Nuevo Testamento. Estas las palabras de los Apóstoles, de los discípulos del Señor, de aquellos que después de la asunción del Señor, por medio del Espíritu se volvieron perfectos e invocaron al Dios que hizo el cielo, la tierra y el mar, que fue anunciado por los profetas, y a su Hijo Jesús a quien Dios ungió. Y no conocieron a ningún otro.
[898] En aquel tiempo no estaban ahí presentes ni Valentín, ni Marción, ni los demás que se pervierten a sí mismos y a cuantos están de acuerdo con ellos[247]. Por eso el Dios Creador de todas las cosas los escuchó[248]: <<Tembló el lugar en donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y proclamaban con valentía la Palabra de Dios>> (Hech 2,31) a cuantos querían creer. Pues <<los Apóstoles con gran fuerza daban testimonio de que el Señor Jesús había resucitado>>, diciéndoles: <<El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros aprehendisteis y matasteis colgándolo del madero. Dios lo exaltó como Príncipe y Salvador en su gloria, para llevar a Israel al arrepentimiento y al perdón de los pecados. En él nosotros somos testigos de estas palabras, junto con el Espíritu Santo que el Señor dio a cuantos creen en él>> (Hech 5,30-32). <<Y todos los días continuaban en el templo enseñando y llevando la Buena Noticia de Jesucristo>> (Hech 5,42) Hijo de Dios. Este es el conocimiento (gnosis) de la salvación que hace perfectos ante Dios a quienes conocen la venida de su Hijo.
12,6. Sin sentir vergüenza, algunos de ellos dicen: <<Los Apóstoles no podían anunciar delante de los judíos a otro Dios distinto de aquél en el que ellos creían>>. Les respondemos que, si los Apóstoles hablaban a los hombres de acuerdo con la vieja doctrina, entonces ninguno de ellos conoció la verdad, porque tampoco la habría recibido del Señor anteriormente (pues [los gnósticos] afirman que él también predicó de esta manera). Pero entonces tampoco ellos conocen la verdad, sino que recibieron la doctrina según podían, de acuerdo a <<la opinión acerca de Dios tal como antes la tenían>>.
Si hiciésemos caso a sus palabras, nadie tendría una Regla de la Verdad; [899] sino que cada uno de los discípulos la pondría en diversas cosas, pues cada cual predicaría según siente y alcanza a entender las prédicas que ha recibido. También parecería inútil el advenimiento del Señor, si hubiera venido para confirmar y conservar la opinión que cada uno de antemano tuviese en la cabeza. Y mucho más duro sería predicar que aquel hombre a quien los judíos habían visto y crucificado es el Cristo Hijo de Dios y su Rey eterno. Ciertamente no les hablaban a los judíos según la opinión que ellos se habían formado de antemano. Los Apóstoles que les echaban en cara ser asesinos del Señor [exclamdown]con cuánta más valentía les habrían anunciado <<al Padre que está sobre el Demiurgo>> en lugar de aquel en que cada uno pensaba! Y el pecado de los judíos habría sido mucho menor si se hubiese tratado de un Salvador de lo alto a quien ellos un día debían ascender, puesto que éste sería impasible y ellos no habrían podido crucificarlo.
Igualmente hicieron los Apóstoles al dirigirse a los paganos: no les predicaron de acuerdo con sus opiniones, sino que con valentía les decían que sus dioses no eran dioses, sino ídolos de los demonios. Y de modo semejante, si ellos hubieran conocido a <<otro Padre mayor y más perfecto>>, lo habrían predicado a los judíos, en lugar de nutrir y fomentar la falsa opinión que ellos tenían de Dios. Finalmente, al destruir el error de los gentiles a fin de apartarlos de sus dioses, no les metían en la cabeza otro engaño; sino que, quitándoles aquellos ídolos que no eran dioses, les enseñaron quién es el único Dios y Padre verdadero.
12,7. De las palabras que Pedro pronunció en Cesarea al Centurión Cornelio y a los gentiles que con él estaban (era la primera vez que se les dirigía la Palabra de Dios), podemos conocer las doctrinas que los Apóstoles enseñaban, su predicación y su modo de pensar acerca de Dios. Pues el tal Cornelio era <<un hombre religioso que temía a Dios junto con toda su casa, distribuía muchas limosnas entre el pueblo y siempre oraba a Dios. Vio, pues, alrededor de la hora nona a un ángel del Señor que entraba y le decía: Tus limosnas han subido a la presencia de Dios y las ha tomado en cuenta. Envía, pues, a buscar a Simón llamado Pedro>> (Hech 10,2-5). [900] Por su parte, Pedro tuvo una revelación en la cual una voz del cielo respondió: <<No llames profano aquello que Dios ha purificado>> (Hech 10,15). Esto lo dijo porque, como la Ley de Dios distinguía entre lo puro y lo impuro, había purificado a los paganos por la sangre de su Hijo, a quien Cornelio veneraba.
Pedro, al llegar a él, dijo: <<En verdad descubro que Dios no tiene acepción de personas, sino que, en todas las naciones, quien lo teme y obra la justicia le es aceptable>> (Hech 10,34-35). Con estas palabras claramente dio a entender que ese Dios a quien Cornelio temía, del que había oído hablar a la Ley y los profetas, y por el cual hacía limosnas, ése es el Dios verdadero. Sin embargo, le faltaba a Cornelio el conocimiento [del Hijo]. Por eso añadió: <<Vosotros sabéis de qué se habla en toda la Judea, comenzando en Galilea después del bautismo que predicó Juan, acerca de Jesús de Nazaret, cómo Dios lo ungió con el Espíritu Santo y el poder. Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de lo que hizo en la región de Judea y en Jerusalén, donde lo mataron colgándolo del madero. A éste Dios lo resucitó al tercer día y le concedió manifestarse, no a todo el pueblo, sino a nosotros, los testigos de antemano elegidos por Dios, que con él comimos y bebimos después de que resucitó de entre los muertos. El nos mandó anunciar a su pueblo y dar testimonio de que él ha sido designado por Dios juez de vivos y de muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, a fin de que [901] cuantos creen en él reciban en su nombre el perdón de los pecados>> (Hech 10,37-43).
Luego los Apóstoles anunciaban a los gentiles al Hijo de Dios a quien ellos ignoraban, y su venida a quienes ya antes habían sido educados acerca de Dios. Pero no introducían a otro Dios. Pues si Pedro hubiese conocido a otro, libremente habría predicado a los gentiles: <<Uno es el Dios de los judíos, y otro el de los cristianos>>; y ellos, espantados por la visión del ángel, habrían creído todo cuanto se les dijese.
Mas por las palabras de Pedro es evidente que conservó el mismo Dios que ellos habían conocido de antemano; pero dio testimonio ante ellos de Jesucristo Hijo de Dios, juez de vivos y muertos, en cuyo nombre mandó bautizarlos para el perdón de los pecados (Hech 10,42-43.48). Y no sólo esto, sino que además dio testimonio de que Jesús mismo es Hijo de Dios, ungido por el Espíritu Santo, y por eso se le llama Cristo. Es el mismo que nació de María, como lo supone el testimonio de Pedro.
¿Acaso Pedro aún no tenía ese conocimiento perfecto que ellos tiempo después encontraron? Según ellos Pedro habría sido imperfecto, y como él habrían sido imperfectos los demás Apóstoles. Será, pues, necesario que los Apóstoles resuciten y se hagan sus discípulos, para que también sean perfectos. Pero todo esto no es sino ridiculez. Esta gente no se muestra discípula de los Apóstoles, sino de sus propias ideas corrompidas. Por ese motivo cada uno de ellos sostiene una doctrina diferente, pues ha recibido el error según su capacidad de entender.
En cambio la Iglesia, que en todo el mundo ha tenido de los Apóstoles su origen, persevera en una sola y misma doctrina acerca de Dios y de su Hijo.
12,8. ¿De quién habló Felipe al eunuco de la reina de Etiopía que regresaba de Jerusalén, y leía solo el libro del profeta Isaías? ¿Acaso no de aquel de quien el profeta dijo: <<Como una oveja fue conducido al matadero, como un cordero que no abre su boca ante el que lo trasquila. ¿Quién narrará su nacimiento? Porque su vida será arrancada de la tierra>> (Hech 8,32-33; Is 53,7-8)? Jesús es aquel en quien se cumplió esta Escritura, como lo confesó de inmediato el eunuco, en cuyo nombre pidió luego el bautismo: <<Creo que Jesús es el Hijo de Dios>> (Hech 8,37). [902] En seguida fue enviado a las regiones de Etiopía para predicar aquella fe en la que había creído: el único Dios a quien los profetas anunciaron, que su Hijo al venir se hizo hombre y fue llevado como oveja al matadero, y el resto del mensaje de los profetas acerca de él.
12,9. Igualmente Pablo, una vez que el Señor le habló desde el cielo, el cual le reveló que él perseguía a su Señor al perseguir a sus discípulos, y le envió a Ananías para que de nuevo viera y fuera bautizado, <<con toda valentía predicaba en las sinagogas de Damasco que Jesús es el Cristo Hijo de Dios>> (Hech 9,20). Este es el misterio que él mismo confiesa le fue dado a conocer por revelación: que aquel que sufrió bajo Poncio Pilato es el Señor y Rey universal, Dios y Juez, el cual recibió del Dios de todas las cosas el poder, porque <<se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz>> (Fil 2,8).
Y, como ésta es la verdad, Pablo, anunciando a los atenienses en el Areópago, donde por la ausencia de Judíos le era posible predicar a Dios con entera libertad, les dijo: <<El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él y es el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados ni puede ser tocado por manos humanas, ni tiene necesidad de cosa alguna; fue quien dio a todos la vida, el espíritu y todas las cosas; comenzando de la sangre de uno solo hizo que el género humano habitase [903] sobre la faz de toda la tierra. El mismo determinó de antemano los tiempos de los pueblos en las fronteras de sus dominios, a fin de que los seres humanos buscaran lo divino tratando de tocarlo o de algún modo encontrarlo, aunque no está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, en él vivimos, nos movemos y somos. Y, como algunos de vosotros, nosotros también somos de su raza. Y, pues somos raza de Dios, no hemos de pensar que lo divino es semejante al oro, la plata o la piedra, elaborados por el arte o la codicia humanos. Dios, no teniendo en cuenta los tiempos de la ignorancia, ahora ha mandado a todos los seres humanos en todas partes arrepentirse y volver a él; pues ha fijado un día en que el orbe de la tierra será juzgado en la justicia, por el hombre Jesús, en quien ha puesto el fundamento de la fe al resucitarlo de entre los muertos>> (Hech 17,24-31).
En este pasaje Pablo no sólo anuncia, en ausencia de los judíos, al Dios Creador del mundo, sino también que <<comenzando de la sangre de uno solo hizo que el género humano habitase sobre la faz de toda la tierra>>. Así había hablado Moisés: <<Cuando el Altísimo dividió las naciones, cuando dispersó a los hijos de Adán, estableció las fronteras de los pueblos según el número de los ángeles de Dios>> (Dt 32,8). Mas el pueblo que creyó en Dios ya no está bajo el poder de los ángeles, sino del Señor: <<Porque la porción del Señor es su pueblo Jacob, la medida de su herencia es Israel>> (Dt 32,9).
Pablo se encontraba con Bernabé en Listra de Licaonia, y acababa de hacer caminar a un paralítico de nacimiento en nombre del Señor Jesucristo, cuando la multitud quiso adorarlos como a dioses, por el milagro realizado. Pablo les dijo: <<Nosotros somos hombres igual que vosotros, y os anunciamos a Dios, a fin de que, dejando los falsos ídolos, os volváis al Dios vivo que hizo [904] el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto en ellos habita. El permitió a todos los pueblos, en tiempos más tardíos, caminar cada uno por su camino, aunque no los abandonó sin darles un testimonio de sí mismo; pues desde el cielo os da la lluvia, las estaciones de frutos, llenando vuestros corazones de alimento y de alegría>> (Hech 14,15-17).
Más adelante, en el momento adecuado, expondremos cómo todas las cartas del Apóstol concuerdan con esta enseñanza. Por ahora, mientras nos esforzamos por expresar de modo breve y compendioso lo que la Escritura revela de manera tan abundante, tú también escúchalo atentamente con grandeza de corazón. No imagines que se trata de alargar el discurso, sino que es imposible probar lo que la Escritura enseña si no es con los textos de la misma Escritura.
12,10. Esteban, el primer diácono elegido por los Apóstoles, fue también el primero de los seres humanos que siguió las huellas del martirio del Señor. Fue el primer asesinado por la confesión de Cristo. Hablaba al pueblo con valentía, y le enseñaba diciendo: <<El Dios de la gloria se dejó ver a nuestro padre Abraham y le dijo: Sal de la tierra y de tu parentela, y ve a la tierra que yo te mostraré (Gén 12,1). Y lo condujo a esta tierra que vosotros habitáis aquí y ahora, pero a él no le concedió en herencia ni siquiera la medida de un pie, sino que prometió darla como propiedad a su descendencia después de él. De esta manera le habló Dios: Su descendencia será peregrina en tierra extraña, serán sometidos a servidumbre y maltratados durante cuatrocientos años. Y añadió: Yo juzgaré a la nación a la que estarán sometidos, dice el Señor, y después de que salgan me servirán en este lugar. Y le dio el testamento de la circuncisión, después de lo cual engendró a Isaac>> (Hech 7,2-8). [905] Estas, y el resto de sus palabras, proclaman al mismo Dios que acompañó a José y a los patriarcas y con el que Moisés habló.
12,11. Tienen toda la doctrina de los Apóstoles, que anunció a un único y mismo Dios que hizo emigrar a Abraham, que le prometió una heredad, que a su debido tiempo estableció la alianza de la circuncisión, que de Egipto llamó a sus descendientes cuyo signo fue la circuncisión (a fin de tener una señal que los distinguiera de los Egipcios). A este mismo Dios Creador de todas las cosas, a este Padre de nuestro Señor Jesucristo, a este Dios de la gloria, quienes quieran lo pueden conocer de los Hechos de los Apóstoles, y mirar que uno solo es este Dios, sobre el cual no hay otro.
Si hubiese otro Dios Superior, tendríamos que decir, por abundantes comparaciones, <<éste es mejor que aquél>>. Pues aparece mejor por sus obras, como antes expusimos. Y como esas personas no tienen ninguna obra de su Padre que mostrar, queda probado que éste es el único Dios.
Tal vez alguno, afectado por la manía de discutir, opine que las expresiones de los Apóstoles deben tomarse en sentido metafórico: que se ponga a estudiar nuestras exposiciones, en las cuales probamos que uno solo es el Dios Creador y Hacedor de todas las cosas, y con las cuales refutamos y denunciamos sus dichos. Descubrirá que ellas están de acuerdo con la doctrina de los Apóstoles cuando enseñaban y creían que éste es el único Dios Demiurgo de todas las cosas. Y, habiendo renunciado de su modo de pensar a errores tan enormes y a la blasfemia contra Dios, volverá otra vez a la razón y reconocerá que tanto la Ley de Moisés como la gracia del Nuevo Testamento, son adecuadas para todos los tiempos para el bien de la raza humana, y que ambas son un regalo del mismo Dios.
12,12. Todos los que defienden falsas teorías, y movidos por la Ley de Moisés piensan que ésta es diferente y aun contraria a la doctrina del Evangelio, no han puesto empeño en buscar los motivos de las diferencias [906] entre los dos Testamentos. Alejados del amor del Padre e inflados por Satanás, quienes se convirtieron a la doctrina de Simón el Mago, con su ideología se han apartado del Dios verdadero, y creyeron haber descubierto algo más que los Apóstoles al encontrar a otro Dios.
Y cuando dicen: <<Los Apóstoles anunciaron el Evangelio sintiendo de acuerdo con la mente los judíos>>, se juzgan a sí mismos más honestos y sabios que los Apóstoles. Por este motivo Marción y sus seguidores se pusieron a recortar las Escrituras. En absoluto desconocen muchos de los libros. Mutilan el Evangelio según Lucas y las cartas de Pablo, y proclaman como legítimos sólo aquellos que ellos mismos han truncado. Por nuestra parte, con el favor de Dios los refutaremos en otra obra, usando incluso esas mismas partes que ellos han conservado.
Todos los demás, hinchados con el falso nombre de gnosis, confiesan creer en las Escrituras, pero las interpretan de modo trastornado, como hemos probado en el primer libro.
Los marcionitas, para comenzar, blasfeman contra el Demiurgo, diciendo que es el autor del mal. Mas aun este principio suyo sería más tolerable, pues concluyen que por naturaleza hay dos dioses alejados uno del otro, uno bueno y otro malo.
Los valentinianos usan vocablos más honorables, y presentan al Demiurgo como Padre, Señor y Dios; sin embargo, han optado por una ideología aún más blasfema; pues dicen que el Creador <<no ha sido emitido por ninguno de los Eones que se encuentran en la Plenitud>>, sino que lo hacen provenir <<de la penuria expulsada del Pléroma>>.
Todas estas falacias les vienen de la ignorancia acerca de las Escrituras y la Economía de Dios. Por nuestra parte, más adelante trataremos sobre el motivo de la diferencia entre los dos Testamentos, y acerca de la unidad y acuerdo entre ambos.
12,13. Los Apóstoles y sus discípulos enseñaban del mismo modo como la Iglesia predica. [907] Al enseñar de esta manera fueron perfectos (por eso fueron elevados a la perfección). Como Esteban enseñaba estas cosas cuando aún estaba sobre la tierra, <<vio la gloria de Dios y a Jesús a su diestra, y exclamó: Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios>> (Hech 7,55-56). Habiendo dicho esto fue lapidado. De esta manera cumplió <<la doctrina perfecta>>, imitando en todo al Maestro hasta el martirio, ya que oró por los mismos que lo mataban: <<Señor, no les imputes este pecado>> (Hech 7,60). De este modo eran perfectos quienes conocían al único y mismo Dios desde el principio hasta el final, el cual ayudó al género humano con diversas Economías. Así enseñó el profeta Oseas: <<Multiplicaré las visiones y por los profetas hablaré en parábolas>> (Os 12,11).
Por consiguiente, quienes han entregado sus vidas hasta la muerte por el Evangelio de Cristo, ¿cómo habrían podido hablar según las ideas que ya tenían los hombres? Si lo hubiesen hecho, no habrían sido asesinados. Pero, como predicaban cosas contrarias a aquellos que no toleraban la verdad, por eso sufrieron. Es, pues, evidente que no traicionaron la verdad, sino que con toda valentía predicaban a judíos y griegos: a los judíos, que Jesús, a quien ellos habían crucificado, es el Hijo de Dios, juez de vivos y muertos, que recibió del Padre el reino eterno de Israel, como antes demostramos. A los griegos, que es uno solo el Dios que hizo todas las cosas, y les anunciaron a Jesús como a su Hijo.
12,14. Todo lo anterior resulta más claro de la carta que los Apóstoles enviaron no a los judíos ni a los griegos, sino a los creyentes en Cristo que provenían del paganismo, para confirmarlos en su fe. Algunos personajes habían bajado de Judea a Antioquía (en donde los discípulos del Señor por primera vez fueron llamados cristianos, por la fe que tenían en Cristo) y querían convencer a los que creían en el Señor, de que debían circuncidarse y observar la Ley en todas sus acciones. Pablo y Bernabé se dirigieron a los demás Apóstoles en Jerusalén, para discutir esta cuestión. Habiéndose reunido toda la Iglesia, Pedro les dijo: <<Hermanos, bien sabéis que desde tiempo atrás Dios me eligió de entre vosotros para que de mi boca los gentiles escuchasen la palabra [908] del Evangelio y creyesen. Dios, que escudriña los corazones, dio testimonio ante ellos, dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros, y no hizo diferencia alguna entre ellos y nosotros, sino que por la fe purificó sus corazones. Ahora pues, ¿por qué tentáis a Dios, queriendo imponer sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido soportar? Sino que creemos poder salvarnos por la gracia de Jesucristo, al igual que ellos>> (Hech 15,7-11).
Después de Pedro, Santiago añadió: <<Hermanos, Simón ha contado cómo Dios decidió reunir de entre los gentiles un pueblo para su nombre. Esto está de acuerdo con las palabras de los profetas, que así escribieron: Después de esto regresaré y reconstruiré la tienda de David que ha caído. Repararé sus ruinas y la levantaré de nuevo, a fin de que todos los demás seres humanos busquen al Señor, así como todos los pueblos en los cuales se ha invocado mi nombre sobre ellos. Lo dice Dios, que realiza estas cosas. Desde siempre conocemos la obra de Dios. Por eso, de mi parte juzgo que no se debe molestar a los gentiles que se convierten al Señor, sino que se les debe mandar que renuncien a la vanidad de los ídolos, a la fornicación, a la sangre, y que no hagan a otros lo que no quieren que se les haga a ellos>> (Hech 15,13-20).
Después de estas intervenciones, todos estuvieron de acuerdo y escribieron lo siguiente: <<Los Apóstoles y los Presbíteros a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia que vienen de la gentilidad, salud. Hemos oído que, sin ningún mandato de nuestra parte, algunos salidos de entre nosotros os han perturbado con sus palabras y herido vuestras almas, ordenándoos: Circuncidaos y cumplid la Ley. Por ello, habiéndonos reunido, nos ha parecido conveniente enviaros varones elegidos junto con nuestros muy queridos Bernabé y Pablo, hombres que entregaron sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Os enviamos, pues, a Judas y Silas, los cuales con sus palabras os comunicarán nuestra decisión: Pues nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga fuera de las cosas necesarias, que os abstengáis de las comidas ofrecidas a los ídolos, de la sangre y de la fornicación. Asimismo, que no hagáis a otros lo que no queréis que los otros os hagan. Observando bien estas cosas obraréis bien, [909] caminando en el Espíritu Santo>> (Hech 15,23-29).
Por todo esto es claro que no enseñaban que hay <<otro Padre>>, sino que ofrecían el Nuevo Testamento de la libertad a quienes de reciente habían creído en Dios por obra del Espíritu Santo. Estos por su parte, al preguntar si aún era necesario circuncidar a los discípulos, claramente mostraban que no tenían en mente a <<otro Dios>>.
12,15. Si no hubiese sido así, no habrían tenido tal respeto por el primer Testamento, hasta el punto de no querer participar de la mesa con los paganos. Pues Pedro, aunque había sido enviado a evangelizarlos y la visión lo había impresionado, aún les habló con gran temor, diciendo: <<Vos sabéis que no es permitido a un judío relacionarse con un extranjero o entrar en su casa. Pero Dios me ha revelado que ningún hombre es manchado o impuro. Por eso he venido sin reparo>> (Hech 10,28-29). Con estas palabras les dio a entender que no habría ido a ellos si no se le hubiese mandado. Ni les hubiera dado el bautismo tan fácilmente, si no los hubiese oído profetizar por el Espíritu Santo que se había posado sobre ellos. Por eso añadió: <<¿Acaso se puede prohibir ser bautizados con agua a quienes han recibido el Espíritu Santo [910] como nosotros?>> (Hech 10,47). Con ello quiso dar a entender a los que estaban con él que, si el Espíritu Santo no hubiese bajado sobre ellos, habría habido quien les negase el bautismo.
En cuanto a los Apóstoles que rodeaban a Santiago, permitían a los gentiles actuar libremente, confiándolos al Espíritu de Dios. Sin embargo, ellos mismos, conociendo a Dios, perseveraban en las antiguas observancias; a tal punto que Pedro, temiendo que lo condenaran, aunque antes comía con los gentiles por la visión y por el Espíritu que reposaba en ellos, no obstante, habiendo llegado algunos del partido de Santiago, se apartó y ya no comía con ellos. Pablo dijo que también Bernabé había hecho lo mismo.
De este modo los Apóstoles, a quienes el Señor hizo testigos de todas sus obras y de su doctrina (pues siempre encontramos a su lado a Pedro, Santiago y Juan[249]) se comportaban con reverencia respecto a las ordenanzas de la Ley de Moisés. Así mostraban que Dios es uno y el mismo. Esto no lo habrían hecho, como antes hemos dicho, si hubiesen aprendido del Señor que, aparte de aquel Dios que decidió la Economía de la Ley, hay <<otro Padre>>.
13,1. El mismo Apóstol refuta a quienes afirman que sólo Pablo conoció la verdad[250], al cual [911] <<se le manifestó el misterio por una revelación>>, cuando dice que el único y mismo Dios <<llevó a cabo en Pedro el apostolado de la circuncisión, y en mí el de los gentiles>> (Gál 2,8). Luego Pedro era enviado del mismo Dios que Pablo; y aquel Dios al que Pedro anunciaba a los circuncisos, Pablo lo predicaba a los gentiles. Tampoco vino el Señor a salvar sólo a Pablo; ni Dios es tan pobre que únicamente haya tenido un Apóstol a quien dar a conocer la Economía de su Hijo. Pablo, en efecto, escribe: <<[exclamdown]Qué hermosos son los pies de quienes evangelizan el bien, de quienes evangelizan la paz!>> (Rom 10,15; Is 52,7), poniendo en claro que no era uno solo, sino muchos quienes evangelizaban. Además, en la Carta a los Corintios, habiendo hablado de todos aquellos que vieron al Señor tras la resurrección, añade: <<Tanto ellos como yo esto anunciamos y esto habéis creído>> (1 Cor 15,11). De este modo confesó que era una sola y la misma la predicación de aquellos que vieron al Señor después de que resucitó de entre los muertos.
13,2. El Señor respondió a Felipe que deseaba ver al Padre: <<¿Tanto tiempo he estado con vosotros y aún no me conoces, Felipe? Quien me ve también ve al Padre. ¿Cómo dices: Muéstranos al Padre? Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí>>. <<Ahora me habéis visto y conocido>> (Jn 14,7.9). Por consiguiente, si el Señor dijo a los discípulos que lo habían conocido a él y al Padre (y el Padre es la Verdad), entonces quienes pregonan que <<(los discípulos) no conocieron la verdad>>, son hombres que dan falso testimonio, alejados como están de la doctrina cristiana.
[912] ¿Para qué el Señor envió a doce Apóstoles <<a las ovejas perdidas de Israel>> (Mt 10,2.6), si <<no conocieron la verdad>>? ¿Y cómo fueron setenta los que predicaron (Lc 10,1), si <<no conocieron la verdad>> de la predicación? ¿O cómo podía ignorarla Pedro, a quien el Señor dio el testimonio siguiente: <<La carne y la sangre no te lo han revelado, sino el Padre que está en los cielos>> (Mt 16,17), que equivale a esto otro: <<Pablo, Apóstol no de parte de los hombres ni por medio de un hombre, sino por Jesucristo y Dios Padre>> (Gál 1,1)? El Hijo los condujo al Padre, y el Padre les reveló al Hijo.
13,3. Que Pablo condescendió con aquellos que habían apelado a los Apóstoles contra él, acerca del problema, y él mismo subió a Jerusalén con Bernabé para dirigirse a ellos -y no sin motivo, sino para que confirmasen la libertad de los gentiles-, él mismo lo explica en la Carta a los Gálatas: <<Luego, después de 14 años subí a Jerusalén con Bernabé, y llevé conmigo también a Tito. Subí siguiendo una revelación, y discutí con ellos la Buena Nueva que predico entre los gentiles>> (Gál 2,1-2). Y añade: <<En ningún momento cedimos en someternos, a fin de que la verdad del Evangelio se mantenga entre vosotros>> (Gál 2,5).
Y si alguien investiga con cuidado en los Hechos de los Apóstoles la época a la que Pablo se refiere cuando escribe <<subí a Jerusalén>> por el problema antedicho, verá que los años corresponden con precisión a los que Pablo ha señalado. Así pues, la predicación de Pablo y el testimonio de Lucas concuerdan y son prácticamente los mismos.
[913] 14,1. Lucas fue inseparable de Pablo y colaboró con él en el Evangelio, como él mismo puso por escrito no para gloriarse, sino impulsado por la verdad. Escribe que, <<habiéndose separado de Pablo, Bernabé y Juan llamado Marcos, navegaron a Chipre>> (Hech 15,39), <<nosotros nos dirigimos a Tróade>> (Hech 20,6). Y, cuando Pablo vio en sueños a un macedonio que le decía: <<[exclamdown]Ven a Macedonia a socorrernos!>>, añade en seguida: <<Tratamos de partir para Macedonia, comprendiendo que el Señor nos llamaba a evangelizarlos. Por ello, navegando a Tróade, nos dirigimos a Samotracia>> (Hech 16,9-11). En seguida narra con cuidado su viaje hasta llegar a Filipos, y cómo predicaron ahí el primer sermón: <<Sentados hablamos a las mujeres que se habían congregado>> (Hech 16,13). Recuerda a los muchos que creyeron, y añade: <<Después de los días de Pascua navegamos a Filipos y llegamos a Tróade, donde permanecimos por siete días>> (Hech 20,5-6). Lucas narra por orden todo lo que llevó a cabo con Pablo, indicando con toda diligencia los lugares, ciudades y número de días, hasta que subieron a Jerusalén. Luego refiere lo que le sucedió a Pablo, y cómo fue enviado prisionero a Roma, el nombre del centurión que lo recibió, las insignias de la nave, cómo naufragaron, la isla en que se salvaron, las gentilezas de que fueron objeto cuando Pablo curó al jefe de la isla, [914] cómo de ella navegaron hacia Pozzuoli, su viaje de ahí a Roma y cuánto tiempo permanecieron en Roma. Lucas estuvo presente en todo y lo redactó minuciosamente, a fin de que nadie lo juzgue un mentiroso o arrogante, pues todos estos hechos eran conocidos, y él es más antiguo que todos aquellos que andan diciendo que ignoraba la verdad.
Y que Lucas haya sido no sólo compañero, sino también colaborador de los Apóstoles, sobre todo de Pablo, éste mismo lo refiere en sus cartas: <<Dimas me ha abandonado y se ha ido a Tesalónica, Crescente se ha ido a Galacia, Tito a Dalmacia. Sólo Lucas queda conmigo>> (2 Tim 4,10-11). Esto muestra que Lucas siempre estuvo junto a él y fue inseparable de Pablo. También en la Carta a los Colosenses dice: <<Os saluda Lucas, el querido médico>> (Col 4,14). Si Lucas, que siempre anduvo predicando con Pablo, y a quien éste llamó <<querido>>, y con él evangelizó y tuvo la misión de narrarnos la Buena Nueva, de Pablo no aprendió ninguna otra cosa, según hemos expuesto, ¿cómo aquellos que nunca anduvieron con Pablo presumen de <<haber aprendido misterios arcanos e inenarrables>>?
14,2. Pablo enseñó simplemente cuanto sabía, no sólo a los que andaban con él, sino también a todos sus oyentes, como lo declaró él mismo. En efecto, en Mileto convocó a los obispos y presbíteros[251] que se hallaban en Efeso y en las ciudades cercanas, <<porque él se daba prisa para celebrar en Jerusalén la fiesta de Pentecostés>> (Hech 20,16-17), y les dio muchos testimonios, diciéndoles cuanto debía suceder en Jerusalén: <<Sé que ya no veréis mi cara. Así pues, os declaro hoy que estoy puro de toda sangre. Y no me he sustraído a la misión de anunciaros toda palabra de Dios. Por tanto, tened cuidado de vosotros mismos y de todo el rebaño ante el cual el Espíritu Santo os ha puesto como obispos [915] para regir la Iglesia del Señor que él mismo ha adquirido con su sangre>> (Hech 20,25-28). En seguida, previendo que habría de haber falsos maestros, añadió: <<Sé que después de mi partida vendrán a vosotros lobos rapaces que no perdonarán el rebaño. Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen doctrinas perversas para arrastrar a los discípulos detrás de sí>> (Hech 20,29-30).
Dijo: <<No me he sustraído a la misión de anunciaros toda palabra de Dios>>. Es así como los Apóstoles de manera simple y sin rehusarlo a ninguno, transmitían a todos cuanto ellos mismos habían aprendido del Señor. Igualmente Lucas, sin negarlo a nadie, nos transmitió lo que de ellos había aprendido, pues él mismo testifica: <<Como nos lo transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra>> (Lc 1,2).
14,3. Si alguno se atreve a acusar a Lucas de <<no conocer la verdad>>, claramente rechaza el Evangelio del que pretende ser discípulo. En efecto, muchas cosas del Evangelio, y entre las más necesarias, las conocemos sólo por él, como por ejemplo:
La generación de Juan y la historia de Zacarías (Lc 1,5-25);
la venida del ángel a María y la confesión de Isabel (Lc 1,26-28 y 42-45);
la anunciación de los ángeles a los pastores y su contenido (Lc 2,8-14);
el testimonio de Simeón y Ana sobre Cristo (Lc 2,25-38);
su pérdida en Jerusalén a los 12 años (Lc 2,41-50);
sobre el bautismo de Juan, y que el Señor fue bautizado cuando tenía alrededor de 30 años, durante el 15º de Tiberio César (Lc 3,3.23);
y, de su doctrina, aquello que dijo a los ricos: <<[exclamdown]Ay de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestra consolación! [exclamdown]Ay de los hartos, porque tendréis hambre!>> (Lc 6,24-25).
Sólo por Lucas conocemos éstas y otras cosas, así como muchas acciones del Señor a las que todos ellos recurren, como
la multitud de peces que Pedro y sus compañeros atraparon cuando el Señor les mandó echar la red (Lc 5,4-6);
la mujer que sufría desde 18 años atrás y que fue curada en sábado (Lc 13,10-17);
el hidrópico a quien el Señor curó en sábado, [916] y la disputa que él sostuvo por haber curado en ese día (Lc 14,1-6);
su enseñanza a los discípulos sobre no buscar los primeros puestos (Lc 14,7-11);
la necesidad de invitar a los pobres y enfermos que no tienen cómo retribuir (Lc 14,12-14);
el que llama a su amigo de noche para pedirle pan, y es atendido por su insistencia inoportuna (Lc 11,5-8);
la comida en casa del fariseo y cómo una mujer pecadora besaba sus pies y los ungía con ungüento; además, todo lo que le dijo a ella y a Simón, acerca de los dos deudores (Lc 7,36-50);
la parábola del rico que logró muchas cosechas y las guardó en el granero, al que le dijo: <<Esta noche se te pedirá tu alma, ¿de quién será todo lo que has recogido?>> (Lc 12,16-20);
el rico que se vestía de púrpura y se dedicaba a divertirse suntuosamente, y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31);
su respuesta cuando los discípulos le preguntaron: <<[exclamdown]Auméntanos la fe!>> (Lc 17,5-10);
la conversación con Zaqueo el publicano (Lc 19,1-10);
el fariseo y el publicano que al mismo tiempo oraban en el templo (Lc 18,9-14);
los diez leprosos que él curó de camino (Lc 17,11-19);
su mandato de convocar a la boda, de las aldeas y plazas (Lc 14,21-24);
la parábola del juez que no temía a Dios, al que la viuda instaba para que le hiciera justicia (Lc 18,1-8);
la higuera en medio de la viña, que no producía fruto (Lc 13,6-9).
Podríamos encontrar muchos otros pasajes que se hallan sólo en Lucas, de los cuales también Marción y Valentín hacen uso. Mas, sobre todos ellos, su conversación en el camino con los dos discípulos y cómo lo reconocieron en el partir del pan (Lc 24,13-35).
14,4. Es preciso, pues, o que ellos acepten el resto de su doctrina, o que renuncien a toda ella. No tiene ningún sentido para quienes piensan un poco, acoger algunas de las enseñanzas de Lucas como si se tratase de la verdad, y rechazar otras porque <<no conoció la verdad>>. Por tanto, si los marcionitas repudian unas partes, no tendrán ya el Evangelio: pues, como antes dijimos, ellos mutilan el de Lucas, y luego presumen de tener el Evangelio. Los valentinianos deben dejarse de tanta verborrea; pues de Lucas han sacado muchos pretextos [917] para sus vanas prédicas, interpretando mal lo que él ha dicho bien. Mas, si se ven obligados a aceptar el resto, poniendo atención al <<Evangelio perfecto>> y a la doctrina de los Apóstoles, tendrán que convertirse si quieren salvarse de ser condenados.
15,1. Reiteramos los mismos argumentos contra quienes no reconocen al Apóstol Pablo: o deben renunciar a las demás palabras del Evangelio que hemos llegado a conocer a partir sólo de Lucas, o, si reciben toda la doctrina, necesitan acoger también su testimonio acerca de Pablo; pues él mismo narra cómo el Señor habló al Apóstol desde el cielo: <<Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo soy Jesucristo, a quien tú persigues>>, y en seguida añade las palabras del Señor a Ananías refiriéndose a Pablo: <<Ve, porque él es para mí un vaso de elección, y debe llevar mi nombre a los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto, a partir de este momento, debe sufrir por mi nombre>> (Hech 9,5.15-16; 22,7-8; 26,14-15).
Así pues, quienes no reciben a aquel que fue elegido por Dios para que con toda valentía lleve su nombre, enviado a las naciones, como arriba dijimos, desprecian la elección del Señor, y se segregan a sí mismos de la comunidad de los Apóstoles. Y no tienen derecho de alegar que Pablo no sea un Apóstol, pues para esto fue elegido. Ni pueden refugiarse en la excusa de que Lucas es un falsario, pues nos anuncia la verdad con tanto esmero. Tal vez por este motivo [918] Dios decidió revelarnos por medio de Lucas tantas cosas del Evangelio a las que todos necesitan recurrir, a fin de que, siguiendo la doctrina de los Apóstoles y la Regla de la Verdad sin adulterarla, puedan ser salvos. En consecuencia, el testimonio de Lucas es verdadero, la doctrina de los Apóstoles es clara, sólida y no oculta nada, ni <<enseñan unas cosas abiertamente y otras en secreto>>.
15,2. Esto último[252], en cambio, es el punto de apoyo de los mentirosos, seductores e hipócritas, como es el caso de los valentinianos. Estos, en efecto, ante la multitud usan un tipo de predicación que llaman <<común>> o <<eclesiástica>>, dirigida a los fieles de la Iglesia, para atrapar y seducir a los más sencillos, haciéndoles creer que predican nuestra doctrina, a fin de que más gente los oiga. Incluso se quejan de que, pues están de acuerdo con nosotros en la fe, no entienden por qué nos alejamos de ellos, y por qué, los llamamos herejes si sostienen y predican la misma doctrina. Pero, una vez que han logrado apartar a algunos de la fe, mediante cuestiones que les proponen y sin darles ocasión de presentar sus objeciones, los apartan para enseñarles en secreto <<el misterio del Pléroma>>.
Se engañan todos aquellos que creen poder distinguir en sus palabras lo que es verdadero de aquello que solamente lo aparenta: porque el error es convincente, verosímil y oculto; en cambio la verdad no busca el secreto, y por eso ha sido revelada a los pequeños. Mas, si alguno de entre sus oyentes les pide razones o los contradice, lo ridiculizan como a quien <<no entiende la verdad ni ha recibido de las regiones superiores el semen de su Madre>>; en suma, nada le responden, con el pretexto (le dicen) de que <<pertenece al estadio intermedio>> o sea a los <<psíquicos>>. En cambio si alguno, como una ovejita, se les entrega para imitarlos y recibir de ellos [919] <<la redención>>, de tal manera se infla que llega a imaginar que no pertenece ya ni al cielo ni a la tierra, por haber ingresado al Pléroma y <<abrazado a su Angel>>. Desde entonces camina con la cabeza erguida, mirando desde arriba, con la ostentación de un gallo.
También hay entre ellos quienes enseñan que es necesaria una buena conducta para alcanzar <<al Hombre que viene de lo alto>>. Por eso fingen una seriedad afectada. Muchos de ellos desprecian a los demás, porque ya pertenecen a los perfectos. Viven sin respetar a los demás, teniéndolos en menos, pues a sí mismos se llaman espirituales, y presumen de ya haber logrado conocer al que vive en el Pléroma, que es su lugar de refrigerio.
15,3. Pero volvamos al tema que estábamos tratando. Ha sido declarado con toda evidencia que los predicadores de la verdad y Apóstoles de la libertad, a ningún otro llamaron Dios o Señor, sino al único Dios verdadero, el Padre, y a su Verbo que tiene la soberanía sobre todas las cosas (Col 1,18). También quedará claro que no confesaron ni reconocieron a otro Dios y Señor, sino al Demiurgo del cielo y de la tierra, que habló con Moisés, le entregó la Economía de la Ley y llamó a los padres. Así pues, ha quedado expuesta la doctrina de los Apóstoles y de sus discípulos, a partir de sus mismas palabras acerca de Dios.
[231] Los intérpretes suelen traducir Mammón por dinero.
[232] San Ireneo supone aquí un principio de la exégesis cristiana, opuesta al uso que los gnósticos hacen de la Escritura: éstos tienen sus teorías sacadas de elementos extraños a la Palabra divina, pero se sirven de ésta, recortando sus frases o aun palabras sueltas, para <<probar>> o <<dar sabor bíblico>> (ante los incautos) de sus doctrinas. El cristiano, en cambio, acoge toda la Escritura (profetas, Apóstoles, Cristo), se abre plenamente a su Palabra y la interpreta por sí misma; es decir, suponen que el mejor intérprete de la Escritura es la Escritura misma: una parte se sostiene y aclara por otra. La verdad no se halla en palabras y frases sueltas, sino en la totalidad de la revelación divina.
[233] La principal aplicación del principio señalado en la nota anterior: la revelación básica de la fe sobre el único Dios consta por la unidad del plan salvífico al que corresponde el de la revelación: el mismo Dios eligió a Abraham, habló por los profetas para disponer la venida de su Hijo, dio a Juan la misión de preparar sus caminos, envió a su Verbo para que se hiciera carne y en esta carne asumiese el señorío sobre todas las cosas. Por este motivo es el mismo Padre de nuestro Señor Jesucristo. Admirable síntesis de la historia de la salvación.
[234] Notable síntesis de la fe sobre el único Dios del Antiguo y Nuevo Testamentos (profetas y Evangelio), contra Marción y los gnósticos; y sobre su Hijo Jesucristo, que es a la vez hombre verdadero, hijo de David porque nació de la Virgen que de él proviene.
[235] Confesión del ser de Jesucristo, contra los gnósticos. Muchos de éstos tenían al <<Jesús de la Economía>> como un ser fantasmal que revestía al <<Cristo psíquico>> sobre el que, en el bautismo, habría descendido el Salvador o <<Cristo de lo alto>>. San Ireneo hace sobre Jesús una confesión de fe muy completa para su tiempo, que (aun sin la expresión de las <<dos naturalezas>>), preludia la definición de Calcedonia: en cuanto hombre era hijo de David (de la raíz de Jesé), en cuanto Dios <<no juzgaba según las apariencias>>. Como hijo de David (el primer ungido sobre el que reposó el Espíritu: 1 Sam 16,13), recibió en su bautismo el Espíritu, <<ungido para evangelizar a los pobres>>.
[236] Jesús fue ungido (o hecho Cristo) por nosotros: para que fuésemos ungidos en él. Implícita alusión a la teología del <<intercambio>>, el principio más propio de San Ireneo para explicar nuestra redención. Por otra parte, la unción de Jesús para ser el Cristo, es uno de los temas muy queridos de este Padre de la Iglesia (ver III, 6,1; 10,1; 12,7; 18,3).
[237] Nótese que ya empieza la teología que ve a María como figura de la Iglesia.
[238] San Ireneo contrasta la gnosis en la cual los herejes ponen la salvación (el conocimiento del Dios desconocido) con la gnosis de la salvación realizada en el Hijo de Dios hecho carne. La salvación no radica en un conocimiento teórico de realidades <<de lo alto>> alejadas del ser humano; sino en una familiaridad con el plan salvífico (la Economía) que el Padre ha llevado a cabo en nuestra historia por medio de su Hijo.
[239] Recuérdese que en griego la misma palabra, pneûma, significa espíritu, aliento, viento.
[240] Nótese la graduación: Salvador por ser Hijo de Dios; salvación por ser espiritual; salud por haber tomado nuestra carne: un único plan de salvación del Padre, que reluce en los diversos componentes de lo que es su Hijo: divinidad (Dios), carne (hombre) y unción por el Espíritu (Cristo).
[241] Otros manuscritos griegos: <<la redención de Israel>>.
[242] Según Marción (I, 23,2-3), Menandro (I, 23,5), Saturnino (I, 24,1).
[243] El siguiente argumento no puede entenderse si se lee con una mente lógico-aristotélica (que la Escritura no conoce, y era extraña al tiempo de San Ireneo), sino en el interior de una atmósfera <<estética>> que contempla la armonía del universo (en otro lugar usará también un argumento semejante comparando las partes diversas de la única Economía con las notas múltiples de una sola melodía: II, 25,2-3).
[244] Esta teología de San Ireneo supone la unidad de las dos naturalezas de Cristo, divina y humana. Lo que recapitula Cristo son varias cosas: los dos mundos (divino y humano), a todos los seres humanos caídos en el pecado (recapitulados en Adán), toda la creación: ver III, 16,5-6; 18,1.7; 21,9-10; 33,1-3; IV, 20,8; 38,1; 40,3; V, 1,2; 6,2; 14,1-2; 18,3; 19,1; 20,2; 21,1-2; 23,2; D 6, 30, 32,-33, 37, 95, 99. Doctrina antignóstica: supone la realidad de la humanidad de Cristo, así como la bondad de la creación entera que puede ser unida al Padre.
[245] En algunos pasajes del Nuevo Testamento se usa el verbo analambáno (de donde la palabra análepsis, asunción), para indicar que el cuerpo del Señor resucitado fue asumido a los cielos. Ver, por ejemplo, Mc 16,19; Hech 1,2; y en Lc 24, 50, el equivalente anephéreto.
[246] Nueva admirable síntesis de la fe: la única Economía muestra a un solo Padre: el que hizo a Abraham la promesa y la cumplió en Jesús. El mismo inspiró a los profetas que anunciaran la venida de su Hijo, cuyo signo de haberse hecho de verdad un hombre es su pasión y resurrección. El cumplimiento de las promesas se manifiesta en la garantía de nuestra propia resurrección de entre los muertos: éste es el verdadero conocimiento (gnosis) que salva al Israel heredero de las promesas.
[247] Es decir, los Apóstoles recibieron de Cristo la autoridad para enseñar el Evangelio, y ellos, a su vez, la transmitieron a sus sucesores. Los jefes de secta <<ni estaban ahí presentes>> (no fueron Apóstoles, ni recibieron del Señor el mandato), ni están en comunión con los sucesores de los Apóstoles. Luego no hay manera de que de algún modo hayan conseguido la autoridad.
[248] Es decir, a los discípulos. Recuérdese que los Hechos acaban de presentarlos en oración, a la espera del Espíritu (Hech 1,14).
[249] San Ireneo hace notar este hecho que luego ha llegado a ser lugar común: estos tres discípulos han acompañado más de cerca al Señor. Véase la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), la transfiguración de Jesús (Mc 9,2), su agonía en Getsemaní (Mc 14,33).
[250] Los marcionitas, nos ha dicho anteriormente (III, 12,12), sólo aceptan a Pablo y a su discípulo Lucas como escritores sagrados. Y aun a éstos los censuran, recortándoles aquello que, dicen ellos, les habría añadido subrepticiamente el Dios del Antiguo Testamento. El motivo es la polémica de Pablo contra los fariseos y su intepretación de la Ley mosaica, que, según ellos, probaría que Pablo predicó a un Dios distinto del que dio la Ley.
[251]Hech 20,17 los llama presbíteros y 20,28 obispos. Aún en el s. III hallamos la denominación de presbíteros para los obispos, por ejemplo en S. HIPOLITO ROMANO, Contra Noeto 1: PG 10,803. San Ireneo usa ambos términos, con frecuencia, como equivalentes (ver III, 2,2; IV, 26,2, etc.): aún no se ha fijado el vocabulario.
[252] Esto último, es decir, alegar unas doctrinas abiertas y otras secretas.