1,1. Nosotros no hemos conocido la Economía de nuestra salvación, sino por aquellos a través de los cuales el Evangelio ha llegado hasta nosotros: ellos primero lo proclamaron, después por voluntad de Dios nos lo transmitieron por escrito para que fuese <<columna y fundamento>> (1 Tim 3,15) de nuestra fe.
Y no es justo afirmar que ellos predicaron antes de tener <<el conocimiento perfecto>> (teleían gnôsin), como algunos se atreven a decir gloriándose de corregir a los Apóstoles. Pues una vez resucitado de entre los muertos los revistió con la virtud del Espíritu Santo (Hech 1,8) que vino de lo alto (Lc 24,49); ellos quedaron llenos de todo y recibieron <<el perfecto conocimiento>>[220]. Luego partieron hasta los confines de la tierra (Sal 19[18],5; Rom 10,18; Hech 1,8), a fin de llevar como Buena Nueva todos los bienes que Dios nos da (Is 52,7; Rom 10,15), y para anunciar a todos los hombres la paz del cielo (Lc 2,13-14); tenían todos y cada uno el Evangelio de Dios (Rom 1,1; 15,16; 2 Cor 11,7; 1 Tes 2,2.8.9; 1 Pe 4,17).[221]
Mateo, (que predicó) a los Hebreos en su propia lengua, también puso por escrito el Evangelio, cuando Pedro y Pablo [845] evangelizaban y fundaban la Iglesia. Una vez que éstos murieron, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro. Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro <<el Evangelio que éste predicaba>> (1 Tes 2,9; Gál 2,2; 2 Tim 2,8)[222]. Por fin Juan, el discípulo del Señor <<que se había recostado sobre su pecho>> (Jn 21,20; 13,23), redactó el Evangelio cuando residía en Efeso[223].
1,2. Y todos ellos nos han transmitido a un solo Dios Creador del cielo y de la tierra anunciado por la Ley y los profetas, y a un solo Cristo Hijo de Dios[224]. Pero si alguien no está de acuerdo con ellos, desprecia por cierto a quienes han tenido parte con el Señor (Heb 3,4), [846] desprecia al mismo Cristo Señor y aun al Padre (Lc 10,16), y se condena a sí mismo (Tt 3,11), porque resiste (2 Tim 2,25) a su salvación, cosa que hacen todos los herejes.
2,1. Porque al usar las Escrituras para argumentar, la convierten en fiscal de las Escrituras mismas, acusándolas o de no decir las cosas rectamente o de no tener autoridad, y de narrar las cosas de diversos modos: no se puede en ellas descubrir la verdad si no se conoce la Tradición. Porque, según dicen, no se trasmitiría (la verdad) por ellas sino de viva voz, por lo cual Pablo habría dicho: <<Hablamos de la sabiduría entre los perfectos, sabiduría que no es de este mundo>> (1 Cor 2,6)[225]. Y cada uno de ellos pretende que esta sabiduría es la que él ha encontrado, es decir una ficción, de modo que la verdad se hallaría dignamente unas veces en Valentín, otras en Marción, otras en Cerinto, finalmente estaría en Basílides o en quien disputa contra él, que nada [847] pudo decir de salvífico. Pues cada uno de éstos está tan pervertido que no se avergüenza de predicarse a sí mismo (2 Cor 4,5) depravando la Regla de la Verdad.
2,2. Cuando nosotros los atacamos con la Tradición que la Iglesia custodia a partir de los Apóstoles por la sucesión de los presbíteros, se ponen contra la Tradición diciendo que tienen no sólo presbíteros sino también apóstoles más sabios que han encontrado la verdad sincera: porque los Apóstoles <<habrían mezclado lo que pertenece a la Ley con las palabras del Salvador>>; y no solamente los Apóstoles, sino <<el mismo Señor habría predicado cosas que provenían a veces del Demiurgo, a veces del Intermediario, a veces de la Suma Potencia>>; en cambio ellos conocerían <<el misterio escondido>> (Ef 3,9; Col 1,26), indubitable, incontaminado y sincero: esto no es sino blasfemar contra su Creador. Y terminan por no estar de acuerdo ni con la Tradición ni con las Escrituras.
2,3. Contra ellos luchamos, [exclamdown]oh dilectísimo!, aunque ellos tratan de huir como serpientes resbaladizas. Por eso es necesario resistirles por todos los medios, por si acaso podemos atraer a algunos a convertirse a la verdad, confundidos por la refutación[226]. Cierto, no es fácil apartar a un alma presa del error, pero no es del todo imposible huir del error cuando se presenta la verdad.
[848] 3,1. Para todos aquellos que quieran ver la verdad, la Tradición de los Apóstoles ha sido manifestada al universo mundo en toda la Iglesia, y podemos enumerar a aquellos que en la Iglesia han sido constituidos obispos y sucesores de los Apóstoles hasta nosotros, los cuales ni enseñaron ni conocieron las cosas que aquéllos deliran. Pues, si los Apóstoles hubiesen conocido desde arriba <<misterios recónditos>>, en oculto se los hubiesen enseñado a los perfectos, sobre todo los habrían confiado a aquellos a quienes encargaban las Iglesias mismas. Porque querían que aquellos a quienes dejaban como sucesores fuesen en todo <<perfectos e irreprochables>> (1 Tim 3,2; Tt 1,6-7), para encomendarles el magisterio en lugar suyo: si obraban correctamente se seguiría grande utilidad, pero, si hubiesen caído, la mayor calamidad.
3,2. Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las de las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y <<la fe anunciada>> (Rom 1,8) a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros. [849] Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro, o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos. Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica[227].
3,3. Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los beatos Apóstoles, entregaron el servicio del episcopado a Lino: a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a Timoteo (2 Tim 4,21). Anacleto lo sucedió. Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles, Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los beatos Apóstoles y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba; y no él solo, porque aún vivían entonces muchos [850] que de los Apóstoles habían recibido la doctrina. En tiempo de este mismo Clemente suscitándose una disensión no pequeña entre los hermanos que estaban en Corinto, la Iglesia de Roma escribió la carta más autorizada a los Corintos, para congregarlos en la paz y reparar su fe, y para anunciarles la Tradición que poco tiempo antes había recibido de los Apóstoles, anunciándoles a un solo Dios Soberano universal, Creador del Cielo y de la tierra (Gén 1,1), Plasmador del hombre (Gén 2, 7), que hizo venir el diluvio[228] (Gén 6,17), y llamó a Abraham (Gén 12,1), que sacó al pueblo de la tierra de Egipto (Ex 3,10), que habló con Moisés (Ex 3,4s), que dispuso la Ley (Ex 20,1s), que envió a los profetas (Is 6,8; Jer 1,7; Ez 2,3), que preparó el fuego para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41). La Iglesia anuncia a éste como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, a partir de la Escritura misma, para que, quienes quieran, puedan aprender y entender la Tradición apostólica de la Iglesia, ya que esta carta es más antigua que quienes ahora enseñan falsamente y mienten sobre el Demiurgo y Hacedor de todas las cosas que existen.
[851] A Clemente sucedió Evaristo, a Evaristo Alejandro, y luego, sexto a partir de los Apóstoles, fue constituido Sixto. En seguida Telésforo, el cual también sufrió gloriosamente el martirio; siguió Higinio, después Pío, después Aniceto. Habiendo Sotero sucedido a Aniceto, en este momento Eleuterio tiene el duodécimo lugar desde los Apóstoles. Por este orden y sucesión ha llegado hasta nosotros la Tradición que inició de los Apóstoles. Y esto muestra plenamente que la única y misma fe vivificadora que viene de los Apóstoles ha sido conservada y transmitida en la Iglesia hasta hoy.
3,4. Policarpo no sólo fue educado por los Apóstoles y trató con muchos de aquellos que vieron a nuestro Señor, sino también [852] por los Apóstoles en Asia fue constituido obispo de la Iglesia en Esmirna; a él lo vimos en nuestra edad primera[229], mucho tiempo vivió, y ya muy viejo, sufriendo el martirio de modo muy noble y glorioso, salió de esta vida. Enseñó siempre lo que había aprendido de los Apóstoles, lo mismo que transmite la Iglesia, las únicas cosas verdaderas. De esto dan testimonio todas las iglesias del Asia y los sucesores de Policarpo hasta el día de hoy. Este hombre tiene mucha mayor autoridad y es más fiel testigo de la verdad que Valentín, Marción y todos los demás que sostienen doctrinas perversas.
Este obispo viajó a Roma cuando la presidía Aniceto, y convirtió a la Iglesia de Dios a muchos de los herejes de los que hemos hablado, anunciando la sola y única verdad recibida de los Apóstoles [853] que la Iglesia ha transmitido. Algunos le oyeron contar que Juan, el discípulo del Señor, habiendo ido a los baños en Efeso, divisó en el interior a Cerinto. Entonces prefirió salir sin haberse bañado, diciendo: <<Vayámonos, no se vayan a venir abajo los baños, porque está adentro Cerinto, el enemigo de la verdad>>. Y del mismo Policarpo se dice que una vez se encontró a Marción, y éste le dijo: <<¿Me conoces?>> El le respondió: <<Te conozco, primogénito de Satanás>>. Es que los Apóstoles y sus discípulos tenían tal reverencia, que no querían dirigir ni siquiera una mínima palabra [854] a aquellos que adulteran la verdad, como dice San Pablo: <<Después de una o dos advertencias, evita al hereje, viendo que él mismo se condena y peca sosteniendo una mala doctrina>> (Tt 3,10-11). También existe una muy valiosa Carta de Policarpo a los Filipenses, en la cual pueden aprender los detalles de su fe y el anuncio de la verdad quienes quieran preocuparse de su salvación y saber sobre ella.
Finalmente la Iglesia de Efeso, que Pablo fundó y en la cual Juan permaneció [855] hasta el tiempo de Trajano, es también testigo de la Tradición apostólica verdadera.
4,1. Siendo, pues, tantos los testimonios, ya no es preciso buscar en otros la verdad que tan fácil es recibir de la Iglesia, ya que los Apóstoles depositaron en ella, como en un rico almacén, todo lo referente a la verdad, a fin de que <<cuantos lo quieran saquen de ella el agua de la vida>> (Ap 22,17). Esta es la entrada a la vida. <<Todos los demás son ladrones y bandidos>> (Jn 10,1.8-9). Por eso es necesario evitarlos, y en cambio amar con todo afecto cuanto pertenece a la Iglesia y mantener la Tradición de la verdad.
Entonces, si se halla alguna divergencia aun en alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más antiguas, en las cuales los Apóstoles vivieron, a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión, lo que es más claro y seguro? Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias?
4,2. Muchos pueblos bárbaros dan su asentimiento a esta ordenación, y creen en Cristo, sin papel ni tinta (2 Jn 12) en su corazón tienen escrita la salvación por el Espíritu Santo (2 Cor 3,3), los cuales con cuidado guardan la vieja Tradición, creyendo en un solo Dios [856] Demiurgo del cielo y de la tierra y de todo cuanto se encuentra en ellos (Ex 20,11; Sal 145,6; Hech 4,24; 14,15), y en Jesucristo su Hijo, el cual, movido por su eminentísimo amor por la obra que fabricó (Ef 3,19), se sometió a ser concebido de una Virgen, uniendo en sí mismo al hombre y a Dios. Sufrió bajo Poncio Pilato, resucitó y fue recibido en la luz (1 Tim 3,16). De nuevo vendrá en la gloria (Mt 16,27; 24,30; 25,31) como Salvador de todos los que se salvan y como Juez de los que son juzgados, para enviar al fuego eterno (Mt 25,41) a quienes desfiguran su verdad y desprecian a su Padre y su venida. Cuantos sin letras creyeron en esta fe, son bárbaros según nuestro modo de hablar; pero en cuanto a su juicio, costumbres y modo de vivir, son por la fe sapientísimos y agradan a Dios, al vivir con toda justicia, castidad y sabiduría.
Si alguien se atreviese a predicarles lo que los herejes han inventado, hablándoles en su propia lengua, ellos de inmediato cerrarían los oídos y huirían muy lejos, pues ni siquiera se atreverían a oír la predicación blasfema. De este modo, debido a la antigua Tradición apostólica, ni siquiera les viene en mente admitir razonamientos tan monstruosos. El hecho es que, entre ellos (los herejes) no se encuentra ni iglesia ni doctrina instituida.
4,3. Porque antes de Valentín no hubo valentinianos, ni antes de Marción marcionitas. No existían en absoluto las demás doctrinas perversas que arriba describimos, antes de que sus iniciadores inventaran tales perversidades. Pues Valentín vino a Roma durante Higinio, se desarrolló en el tiempo de Pío y permaneció ahí hasta Aniceto. Cerdón, antecesor de Marción, [857] fue a Roma con frecuencia cuando Higinio era el octavo obispo de la ciudad, hacía penitencia pública, pero al fin acababa del mismo modo: unas veces enseñaba en privado, otras veces se arrepentía, hasta que finalmente, habiéndole refutado algunos las cosas erróneas que predicaba, acabó enteramente alejado de la comunidad de los creyentes. Marción, su sucesor, destacó en tiempo de Aniceto, el décimo obispo. Los demás gnósticos, como ya expusimos, sacaron sus principios de Menandro, discípulo de Simón. Cada uno de ellos primero recibió una enseñanza, luego se convirtió en su padre y jefe de grupo. Todos éstos se levantaron en su apostasía contra la Iglesia, mucho tiempo después haber sido constituida.
5,1. Así pues, la Tradición apostólica está viva en la Iglesia y dura entre nosotros. Ahora volvamos los ojos a las Escrituras, para sacar de ella la prueba de todas aquellas cosas que los Apóstoles dejaron por escrito en los Evangelios. Algunos de ellos escribieron de parte de Dios la Palabra, para mostrar que nuestro Señor Jesucristo [858] <<es la Verdad, y en él no hay mentira>> (Jn 14,6; 1 Pe 2,22). Es lo que David profetizó, narrando su engendramiento de una Virgen y su resurrección de entre los muertos: <<La Verdad ha brotado de la tierra>> (Sal 85[84],12). También los Apóstoles, siendo discípulos de la Verdad, están lejos de toda mentira: <<ninguna comunión es posible entre la mentira y la verdad>> (1 Jn 2,21), así como <<no hay comunión entre las tinieblas y la luz>> (2 Cor 6,14); sino que la presencia de una excluye la otra.
Como nuestro Señor era la Verdad misma, no mentía. Por eso nunca proclamó Dios y Señor de todas las cosas, Rey Sumo y Padre suyo, al que conocía como <<fruto de la penuria>>. No habría confundido al perfecto con el imperfecto, al espiritual con el animal, ni <<al que está sobre el Pléroma>> con aquel que está <<fuera del Pléroma>>. Ni sus discípulos habrían llamado Dios o Señor a ninguno que no fuese el verdadero Dios y Señor universal. En cambio, esos falaces sofistas afirman que los Apóstoles hipócritamente <<forjaron la doctrina según la capacidad de los oyentes, y sus respuestas según las expectativas de quienes les preguntaban>>. A los ciegos les habrían hablado de ceguera según su defecto, a los enfermos según su enfermedad y a los errados según su error; a quienes pensaban que el Demiurgo era el único Dios, así ellos lo anunciaban. En cambio, a quienes entendían que el Padre es el innombrable, <<les habrían descrito el misterio inenarrable mediante parábolas y enigmas>>. En consecuencia, el Señor y los Apóstoles no habrían enseñado como lo exige la verdad misma, sino con hipocresía, y según cada uno de sus oyentes era capaz de acoger la doctrina.
5,2. Su doctrina, pues, no sirve para la salvación y la vida, sino más bien para aumentar y hacer más pesada la ignorancia. Más verdadera que ellos es la Ley, [859] que llama maldito a todo aquel que induzca a un ciego a errar el camino (Dt 27,18). Los Apóstoles, enviados a buscar a los errantes, a devolver la vista a los ciegos y a llevar la salud a los enfermos, ciertamente no les hablaban según la opinión del momento, sino manifestando la verdad. Pues si, cuando unos ciegos estuvieran a punto de caer en el precipicio, un hombre cualquiera los indujera a continuar por tan peligroso camino como si fuese el correcto y los llevara hasta su término, ciertamente no obraría con rectitud. ¿Qué médico, si quiere curar al enfermo, le da la medicina que a éste le gusta y no la adecuada para devolverle la salud? Y que el Señor vino como médico de los enfermos, él mismo lo dijo: <<No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se arrepientan>> (Lc 5,31-32; Mt 9,12-13).
¿Cómo se aliviarán estos enfermos? ¿Y cómo se arrepentirán los pecadores? ¿Acaso manteniéndose en su estado? ¿No será más bien por un cambio a fondo y alejándose de su anterior modo de vivir en la transgresión, que provocó en ellos esa grave enfermedad y tantos pecados?
La ignorancia, madre de todos estos males, se elimina por la gnosis.230 Y el Señor comunicó a sus discípulos esta gnosis, con la cual curaba a los agobiados y alejaba a los pecadores del pecado. No les hablaba, pues, según ellos pensaban antes, ni respondía a quienes le preguntaban según sus expectativas, sino de acuerdo con la doctrina de salvación, sin hipocresía y sin acepción de personas (Mt 22,16; Rom 2,11).
5,3. Esto es evidente de las palabras mismas del Señor, el cual a los que eran de la circuncisión les predicaba a Cristo como Hijo de Dios, a quien Dios había preanunciado por los profetas; es decir, se presentaba a sí mismo como aquel que habría de devolver la libertad al hombre y darle la herencia de la incorrupción (Jn 14,21-22; Gál 1,5; 1 Cor 15,42).
A su vez, los Apóstoles enseñaban a los paganos a abandonar los ídolos de piedra y de madera a los que adoraban como dioses; a adorar como Dios verdadero a aquel que creó [860] e hizo toda la raza humana, y mediante su creación le dio alimento, desarrollo, seguridad y subsistencia; y a esperar en su Hijo Jesucristo, el cual nos rescató de la apostasía mediante su sangre a fin de que fuésemos el pueblo santo (Ef 1,7; 1 Pe 1,18-19; 2,9), el mismo que un día volverá de los cielos con el poder del Padre para juzgar a todos y para dar los bienes divinos a cuantos observen sus mandatos. Este es aquella piedra angular que apareció en los últimos tiempos para reunir a todos, los que estaban cerca y los que estaban lejos, es decir a los circuncisos y a los incircuncisos (Ef 2,14-20), para engrandecer a Jafet e introducirlo a la casa de Sem (Gén 9,27).
[220] Nótese el contraste que Ireneo acentúa para desenmascarar la falsa gnosis (de los valentinianos) y declarar la verdadera gnosis (de los Apóstoles).
[221] Originalmente el Evangelio es, simplemente, la Buena Nueva que Cristo ha traído. Posteriormente se llamó en plural Evangelios a los cuatro libros. Ireneo distingue claramente: habla primero del Evangelio único, en singular, y en seguida de los cuatro escritos.
[222] Por primera vez en la Tradición queda consignado por escrito el autor del tercer Evangelio. Hay aquí una valiosa indicación de que primero fue la predicación del Evangelio (Tradición oral), a la que siguió la redacción (los libros).
[223] Al dar testimonio del Evangelio único de Jesús, consignado en cuatro escritos, San Ireneo es testigo de que a fines del siglo II ya estaba establecido este canon <<cuadriforme>> (según su propia expresión que leeremos adelante).
[224] Siendo el tema general del libro III <<Exposición de la Doctrina Cristiana>>, esta frase (que expresa los dos puntos más fundamentales de la fe, recogidos de la predicación apostólica) resume las dos grandes partes de este libro: un único Dios Creador del cielo y de la tierra, y un solo Cristo Hijo de Dios.
[225] Texto favorito de los gnósticos, con el que justificaban que Pablo habría guardado el verdadero Evangelio para los iniciados, mientras que para el cristiano común quedaría como un misterio y un secreto. La verdad perfecta sería la reservada a la gnosis de los pneumáticos, y se referiría a los orígenes y estructura del Pléroma.
[226] Esta es la finalidad principal de Contra los herejes. Es fin complementario, pero no menos importante, de su otra obra. Ver D 5.
[227] Aquí inicia un fuerte argumento de San Ireneo sobre la verdadera doctrina: la unidad de la fe en todas las iglesias, a pesar de hallarse éstas en regiones distantes y haberse desarrollado con diversas tradiciones históricas y en distintas culturas. Este es un signo claro de que todas conservan la fe que proviene de la única fuente. En cambio la multiplicidad de doctrinas de los grupos heréticos, que constantemente se dividen para enseñar <<verdades>> diferentes y aun contradictorias, indica la ausencia de la única verdad. De estas iglesias San Ireneo recuerda la de Roma como la primada y cabeza de todas las demás, por provenir de los Apóstoles Pedro y Pablo. Como un ejemplo de la sucesión apostólica que liga la Iglesia actual con los Apóstoles, San Ireneo consigna la serie de obispos de Roma que siguieron a Pedro, hasta su tiempo, cuando San Eleuterio era su pastor. Como la autoridad de la Iglesia proviene de su origen, la de Roma es la autorizada por sobre todas, por provenir de Pedro y Pablo.
[228] Lit.: <<el cataclismo>>.
[229] Así lo dice en su carta a Florino. Ahí mismo escribe: <<Policarpo contaba sus relaciones con Juan y con otros que habían visto al Señor>> (EUSEBIO, Historia Eclesiástica V, 20,5-8: PG 20, 485).
230 De nuevo San Ireneo opone el verdadero conocimiento (gnosis) que viene de la Palabra de Cristo, a la falsa gnosis.