XV (Ap 17-18)
Los perseguidores de la Iglesia
En la lectura que acaba de ser recitada, hermanos muy
queridos, aquellos reyes que él ha dicho que persiguen a
Jerusalén son los pueblos malos que persiguen a la
Iglesia de Dios; ellos son denominados casi reyes1 porque
su reino es como un sueño. Pues todo hombre malo que
persigue a uno bueno, realiza esto como en un sueño,
porque la persecución de todos los malos no durará sino
que se evanecerá como un sueño, como dijo Isaías:
«Serán—dice—como aquel que soñando el sueño de las
riquezas de todos los pueblos»2.
Ellos tienen un único deseo3, es decir, que persiguen a
los buenos con una sola alma. Por eso dice tienen, y no
«tendrán», porque la persecución de los malos no tendrá
lugar solamente cuando venga el día del juicio, sino que
también no falta en el tiempo presente. Y ellos entregarán
su poder y majestad al diablo4. También dice esto porque
los mismos hombres impíos parecen dar el poder a aquél
a instigación del cual hacen el mal. Éstos luchan contra el
Cordero5, es decir, que ellos se oponen ciertamente a la
Iglesia hasta el fin, hasta que los santos reciban todo el
reino. Y el Cordero los vencerá6, es decir, que Dios no
permite que sean tentados más allá de sus fuerzas7. Esto
es por lo que él dice: Y el Cordero los vencerá, porque es
Señor de señores y Rey de reyes, y los que con él están
son llamados, elegidos y fieles8, es decir, la Iglesia. Por
esto, pues, dice llamados y elegidos, porque no todos son
llamados y elegidos, como dice el Señor: «Muchos son los
llamados pero pocos los elegidos»9.
La cólera y el juicio de Dios
Y el ángel me dijo: tu ves donde está sentada la
ramera, éstos son los pueblos, y las muchedumbres, y las
naciones, y las lenguas; y los diez cuernos que viste,
éstos aborrecerán a la ramera10, es decir, a aquella
mujer.
La ramera es pues la vida lujuriosa que se desenvuelve
en robos y voluptuosidades. Dice asimismo que odian a la
meretriz porque los impúdicos y soberbios, los avaros y
presuntuosos no solamente persiguen a los santos sino
que también se odian entre sí. Y de otro modo, entre ellos
se odian tanto que en ellos se cumple lo que está escrito:
«El que ama la iniquidad aborrece su alma»11 y prosigue:
Y la dejarán devastada y despojada12; en efecto, por la
cólera de Dios y su justo juicio por el cual ellos son
abandonados por él, ellos harán del mundo un desierto
mientras estén entregados a él y lo usen de una manera
injusta. Y devorarán sus carnes13, esto porque, según el
Apóstoles, ellos se muerden y devoran entre ellos; y esto
es porque añade la causa, diciendo: Porque Dios puso en
sus corazones el que ejecutasen su sentencia15: es decir,
que él suscitó las plagas que decretó infligir al mundo y
con justo título16.
Y entregarán su reino a la bestia hasta que cumplan las
palabras de Dios17, es decir, que los hombres malos
obedecen al diablo hasta que se cumplan las Escrituras y
venga el día del juicio18. Después de esto prosigue: Y la
mujer que viste es la ciudad grande, la que ejerce realeza
sobre los reyes de la tierra19, es decir, sobre todos los
malos e impíos. Todavía dijo así a propósito de la Iglesia:
Ven, te mostraré la esposa del Cordero. Y me mostró la
ciudad que bajaba del cielo20. Después vi otro ángel que
bajaba del cielo y tenía gran potestad; y la tierra se
iluminó con su gloria. Y clamó con toda su fuerza diciendo:
«Cayó, cayó Babilonia la Grande, y ha quedado hecha
morada de demonios y guarida de todo pájaro impuro y
mancillado»21. ¿Es que las ruinas de una sola ciudad
pueden contener todos los espíritus impuros y todo pájaro
impuro, o en aquel tiempo en que la misma ciudad cayese,
el mundo entero sería abandonado a los espíritus y a los
pájaros impuros y estos habitarán en las ruinas de una
sola ciudad? No existe ciudad alguna que contenga toda
alma impura, a no ser la ciudad del diablo, en la cual
habita toda impureza en los hombres malos sobre toda la
tierra22. Los reyes que dijo que perseguían a Jerusalén
son los hombres malos que persiguen a la Iglesia de Dios.
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1. Ap 17, 12.
2. Is 29, 7; cf. Beda, 184, 28-29; Beato, II, 290, 11-17.
3. Ap 17, 13.
4. Ap 17, 13; cf. Beato, II, 291, 13-19.
5 Ap 17, 14.
6. Ap 17 14.
7. Cf. 1 Co 1:, 13.
8. Ap 17, 15.
9. Mt 20, 16.
10. Ap 17, 15-16.
11. Sal 10, 6.
12. Ap 17, 16.
13. Ap 17, 16.
14. Cf. Ga 5, 15.
15. Ap 17, 17.
16. Cf. Primasio, 245, 217-219 (903, 20-22); 245, 224-246, 229
(903, 33-35); Beda, 184, 39-41.45-47.49-51.54- 59; Beato, Il, 293,
9-295, 3.
17. Ap 17, 17.
18. Cf. Primasio, 246, 244-245 (904, 10-20): Beda, 185, 1-6;
Beato, II, 295, 8-9.
19. Ap 17, 18.
20. Ap 21, 9-10;cf. Primasio, 246, 246-247, 254 (904, 24-30);
Beda, 185, 7-12; Beato, II, 295, 15-296, 1.
21. Ap 18, 1-2.
22. Cf. Beda, 185, 27-30; Beato, 11, 305, 4-10.