XI (Ap 13-14)
La bestia semejante al Cordero: la Iglesia de los
herejes
En la lectura que acaba de ser recitada, hermanos muy
queridos, hemos oído al bienaventurado Juan que decía:
Y vi otra bestia que subía de la tierra1. Lo que es el mar lo
es también la tierra2. Y tenía dos cuernos semejantes a
los del Cordero3: es decir, los dos Testamentos a
semejanza del Cordero, que es la Iglesia4. Y hablaba
como dragón5: aquélla, que cristiana sólo de nombre
presenta al Cordero para infundir secretamente los
venenos del dragón, es la Iglesia herética; porque no
imitaría a semejanza del Cordero si hablase abiertamente.
Simula ahora a la cristiandad para engañar con más
seguridad a los imprudentes; es por esto por lo que el
Señor dice: «Guardaos de los falsos profetas»6, y lo que
sigue.
Y hace que la tierra y los que habitan en ella adoren a
la bestia primera, cuya herida de muerte había sido
curada. Y hace grandes prodigios, de modo que aun
fuego hace bajar del cielo a la tierra7. Y dado que el cielo
es la Iglesia, ¿qué es el fuego que hace bajar del cielo
sino derribar las herejías de la Iglesia? Así lo escrito: «De
nosotros salieron, mas no eran de nosotros»8. En efecto,
el fuego desciende del cielo, cuando los herejes que,
como el fuego, se separan de la Iglesia, persiguen a la
misma Iglesia. Luego la bestia con sus dos cuernos hace
que el pueblo adore a la imagen de la bestia, es decir la
invención del diablo 9.
La marca de la bestia: la hipocresía en la Iglesia
Y él le pondrá su marca sobre su mano derecha y
sobre su frente10. En efecto, expone «el misterio de la
iniquidad»11. Porque los santos que están en la Iglesia
reciben a Cristo en la mano y en la frente; pero los
hipócritas reciben a la bestia bajo el nombre de Cristo. Si
alguno no adoró a la bestia ni a su imagen, ni recibió su
marca en la frente o en la mano12.
No repugna a la fe el que la misma bestia represente a
la ciudad impía, es decir, la congregación o la
conspiración de todos los impíos y orgullosos que se llama
Babilonia y es interpretada «confusión», y a la cual
pertenecen todos aquellos que han querido hacer
acciones dignas de confusión; es el pueblo de los infieles
opuesto al pueblo fiel y a la ciudad de Dios. Pero su
imagen, su simulación, está ciertamente en estos hombres
que simulan profesar la fe Católica y viven infielmente;
pues fingen ser lo que no son y son llamados cristianos no
por la verdadera figura sino por una falsa imagen; de
éstos dice el Apóstol: «Que tendrán cierta compostura de
piedad mas que habrán renegado de su verdad y
eficacia13. De los que no hay más que un pequeño
número en el seno de la Iglesia Católica. Pero los justos
no adoran a la bestia, es decir, no consienten, no se
someten a ella; ni reciben la señal, es decir la marca del
crimen en la frente, por lo que profesan, ni en la mano,
por lo que hacen14.
La cifra de la bestia y la de Cristo: la hipocresía de los
herejes
NU/000616-BESTIA: Pues así ellos harán que nadie
pueda comprar sino quien lleve la marca o el nombre de la
bestia o el número de su nombre. Aquí está la sabiduría.
Quién tenga inteligencia calcule el número de la bestia,
pues es número humano15, es decir, de Cristo, del Hijo
del hombre, del cual la bestia tomó el nombre entre los
herejes. Hagamos, pues, el número que ha dicho para
que, una vez obtenido, encontremos el nombre o el
carácter. Y su número es, dice, seiscientos dieciséis16.
Estableciéndolo según los griegos, sobre todo porque
escribió a los de Asia. Y yo, dice, soy el A y la S17.
Seiscientos dieciséis en letras griegas corresponde a Xis,
que en letras separadas es un nombre. Pero una vez
reunidas en un monograma forman un carácter, un
número y un nombre18. Nosotros entendemos aquí el
nombre de Cristo y se muestra su semejanza que la
Iglesia adora en verdad; la hostilidad de los herejes se
hace semejante a él19; estos son los que, persiguiendo
espiritualmente a Cristo, sin embargo se les ve que se
glorían del signo de la Cruz de Cristo. Por esto es por lo
que se ha dicho que el nombre de la bestia es un número
humano.
El Cordero y los 144.000: Cristo y la Iglesia
Y vi, y he aquí que el Cordero estaba sobre el monte
Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban
su nombre y el nombre de su padre escrito sobre sus
frentes20. Desveló cual es la simulación del carácter
escrito sobre la frente cuando dice que Dios y Cristo
estaban escritos en la frente de los miembros de la Iglesia.
Y el una voz venida del cielo como voz de muchas
aguas21, es decir, aquélla de los ciento cuarenta y cuatro
mil22. Y como voz de un gran trueno; y la voz que oí era
como citaristas que tañían sus citaras23, y lo que sigue.
Pero cuando él dijo: Éstos son los que no se mancharon
con mujeres24, en este pasaje no solo entendemos a las
vírgenes que son castas de cuerpo, sino sobre todo a la
Iglesia toda que conserva una fe pura, como dice el
Apóstol: «Pues yo os desposé con un solo varón, para
presentaros como casta virgen a Cristo»25, que no ha
sido mancillada con ninguna unión adúltera con los
herejes, ni retenida por una desgraciada obstinación
hasta el fin de su vida sin el remedio de la penitencia en
las voluptuosidades acariciadoras y mortales de este
mundo. A continuación añade: Y en su boca no se halló
mentira26. No dijo «no ha tenido» sino no se halló: como
nos encuentre el Señor cuando de aquí nos llame, así
también nos juzga27; porque por el bautismo y la
penitencia nosotros podemos, en el hombre interior, llegar
a ser vírgenes y sin mentira.
Recapitulación
La caída de Babilonia
He aquí ahora una nueva recapitulación28: Y yo vi,
dice, otro ángel volando en cenit29, es decir, la
predicación que se difunde en medio de la Iglesia30. Que
tenía el evangelio eterno para evangelizar a los que
estaban sentados sobre la tierra, diciendo: temed al
Señor31, y lo que sigue. Algunos quieren ver a Elías en el
ángel que vuela en medio del cielo, en el otro ángel que le
sigue al compañero de Elías que predicará en este
tiempo32. Y otro ángel le siguió33, es decir, la predicación
de la paz futura. Diciendo, cayó, cayó Babilonia la
Grande34. Babilonia la ciudad impía, como ya se ha dicho
arriba, representa la asamblea del diablo, es decir, el
pueblo que le obedece, y toda la concupiscencia y la
corrupción que él busca para su perdición y para la del
género humano. Pues así como la ciudad de Dios es la
Iglesia y toda su conducta es celeste, del mismo modo,
pero al contrario, la ciudad del diablo es Babilonia en todo
el mundo, como dice el Señor: «He aquí que yo hago de
Jerusalén una piedra para ser pisada por todas las
naciones»35. Entonces la Iglesia dice: Cayó, cayó
Babilonia la Grande36. Ella dice esto como si ya se
hubiese realizado lo que todavía había de acontecer,
según lo dicho: «Repartieron entre sí mis vestiduras»37.
La que con el vino del furor de su fornicación ha abrevado
todas las naciones38. Todas las naciones, esto es, la
ciudad del mundo, es decir, todos los orgullosos que
están ya sea dentro ya sea fuera de la Iglesia39.
El Hijo del hombre sobre la nube
Y vi una nube blanca o cándida, y sentado sobre la
nube al Hijo del hombre40, es decir, a Cristo. Describe,
pues, a la Iglesia en su gloria, que se hace blanca
especialmente después de las llamas de la persecución.
Tenía en su cabeza una corona de oro41. Éstos son los
ancianos con las coronas de oro42. Y en su mano una
hoz afilada43. En efecto, esta hoz separa a los Católicos
de los herejes, a los santos de los pecadores, tal como
dice el Señor de los segadores44. Pero si hay que pensar
que el segador visto en la nube blanca es especialmente
Cristo en persona, ¿quién es el vendimiador que viene
detrás de él si no es el mismo Cristo, pero en su cuerpo
que es la Iglesia?45.
Quizás no nos equivocamos si vemos en estos tres
ángeles que salieron el triple sentido de las Escrituras:
histórico, moral y espiritual; pero en cuanto a la hoz hay
desacuerdo.
El lagar de la cólera de Dios
Y arrojó al grande, en el lagar de la cólera de Dios46.
No en el gran lagar sino que él arroja al mismo grande en
el lagar, es decir, a todo orgulloso47. Y el lagar fue pisado
fuera de la ciudad48, es decir, fuera de la Iglesia. En
efecto, consumado el cisma, todo pecador será expulsado
fuera; pero la pisa del lagar es la retribución de los
pecadores49. Y salió sangre del lagar hasta los frenos de
los caballos50: la venganza llegará hasta los jefes de los
pueblos; pues en el último combate la venganza de la
sangre derramada llegará hasta el diablo y sus ángeles51
en una extensión de mil seiscientos estadios52, es decir,
en todas las cuatro partes del mundo. NU/001600: En
efecto, el número cuatro es cuádruple, como en los cuatro
rostros cuadriformes y en las ruedas. En efecto cuatro
veces cuatrocientos suman mil seiscientos53.
........................
1. Ap 13, 11.
2. Cf. Beda, 170, 48-50; 120, 13-14; Beato, II, 137, 1.
3. Ap 13, 11.
4. Cf. Primasio, 197, 115-117 (880, 56-58); Beato, II, 134, 8-10;
Adv. Elip., II, 19-20 (CC LIX, 117, 558-560: PL 96, 989, 43-S7).
5. Ap 13, 11.
6. Mt 7, 15; cf. Primasio, 197, 119-121 (881, 2-5); Beda, 170,
55-171, 3; Beato, II, 140, 1-9; Adv. Elip., II, 20 (CC LIX, 117, 561-118,
577: PL 96, 989, 57-990, 5); Gregorio M., Moralia in lob, 1. 33, c. 35,
59 (PL 76, 711, 19-33).
7. Ap 13, 12-13.
8. 1 Jn 2, 19.
9. Cf. Beda, 171, 59-172, 1; Beato, II, 157, 3-5.
10. Ap 13, 16.
11. 2 Ts 2, 7; cf. Beda, 172, 2-4; Beato, II, 157, 9-13.
12. Ap 13, 15.
13. 2 Tm 3, 5.
14. Cf. Beda, 172, 6-8; Beato, II, 157, 17-158, 1. 5-7.
15. Ap 13, 17-18.
16. Ap 13, 18; cf. A. ORBE, Teóloga de San Ireneo..., o. c., III, 4:
«es muy creíble que los simpatizantes v. gr. del 616 (cf. Adv. haer.,
V, 30, 1) fueran los mismos que negaban el Milenio». Ireneo (Adv.
haer. V, 28, 2) e Hipólito (De Antichristo 48 ad fin.; in Dan. IV, 49, 2)
refieren a la bestia el número 666: compendio de su carácter.
NU/000666-BESTIA: Se repite la cifra 6 para las centenas, decenas
y unidades. «El misterioso número—escribe A. Orbe—recapitula
toda la apostasía plasmada en el mundo en seis millares de
anos» (cf. IRENEO, Adv. haer., V, 30, 1). «Ticonio no es milenarista;
pero su ideología en la aplicación de los números dista poco de la
de S. Ireneo», cf. A. ORBE, id., III, 183-186.
17. Ap 1, 8.
18. Cf. Primasio, 203, 254-258 (883, 54-884, 2); Beato, II, 161,
6-162, 1; Jerónimo, De Monogramma Christi, Anecd. Mareds.,
Maredsoli 1895, val. 3, pars 3, 195, 2-7.
19. Cf. Primasio, 209, 3-4; Beato, II, 162, 11-12.
20. Ap 14, 1.
21. Ap 14, 2.
22. Cf. Primasio, 209, 11-12 (886, 17-19); Beda, 173, 13-16;
Beato, II, 181, 16-182, 6.
23. Ap 14, 2.
24. Ap 14, 4.
25. 2 Co 11, 2; cf. Primasio, 886, 36-44; Beda, 174, 22-33; Beda
asigna explícitamente esta interpretación a Ticonio; Beato, II, 183,
8-11.
26. Ap 14, 5.
27. Cf. Primasio, 214, 145-147 (PLS IV, 1220, 5-9); Beda, 174,
26-32; Beato, II, 184, 9-185, 2; I, 310, 10-11; cf. A. RESCH, Agrapha.
Aussercanonische Schriftfragmente, TU XV, 322.
28. El inicio de esta recapitulación coincide con el comienzo del
libro séptimo del Comentario de Beato de Liébana y, quizás,
también con el libro séptimo del comentario ticoniano.
39. Cf. Beda, 175, 14-17; Beato, II, 196, 12-197, 4.
30. Cf. Primasio, 214, 153-154 (PLS IV, 1220, 19-21); Beda, 174,
40-41; Beato, II, 192, 12-15.
31. Ap 14, 6-7.
32. Cf. Victorino, 131, 10-15.
33. Ap 14, 8.
34. Ap 14, 8.
35. Za 12, 3; cf. Beato, II, 209, 6-8.
36. Ap 14, 8.
37. Sal 21, 19; cf Primasio, 215, 174-216, 180 (887, 51-59); Beda,
174, 55-57; Beato, II, 193, 11-194, 14.
38. Ap 14, 8.
39. Cf. Beda, 175, 14-17; Beato, II, 196, 12-197, 4.
40. Ap 14, 14.
41. Ap 14, 14.
42. Cf. Primasio, 218, 234-240(889, 16-20); Beda, 178, 6-17;
Beda atribuye esta exégesis a Ticonio; Beato, II, 200, 6-201, 2.
43. Ap 14, 14.
44. Cf. Mt 13, 30.
45. Cf. Beda, 176, 34-36; Beato, II, 204, 17-205, 3.
46. Ap 14, 19.
47. Cf. Primasio, 220, 276-278 (890, 7-15); Beato, II, 205, 11-13.
48. Ap 14, 20.
49. Cf. Victorino, 135,8-9; Primasio, 220, 280-283 (890, 15-17);
Beato, II, 206, 4-7.
50. Ap 14, 20.
51. Cf. Victorino, 135, 9-12; Primasio, 220, 284-290 (890, 20-33);
Beda, 177, 15-18;178, 1-6; Beato, II, 209, 13-17.
52. Ap 14, 20.
53. Cf. Victorino, 137, 4; Primasio, 220, 291-299 (890, 36-37);
Beda, 177, 22-23; Beato, II, 210, 1-4.