CATEQUESIS X

UN SOLO SEÑOR JESUCRISTO

 

Sobre aquello de «Y en un solo Señor Jesucristo». Se parte del pasaje de 1 Co 8,5-6: «Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros»1.

El Hijo, puerta para llegar al Padre

1. Aquellos a quienes se ha enseñado a creer en «un solo Dios, Padre todopoderoso», deben creer también en el Hijo unigénito. Pues «todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre» (I Jn 2,33). «Yo soy la puerta» (Jn 10,9), dice Jesús. «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6) . Si niegas la puerta, te permanecerá cerrado el conocimiento que lleva al Padre. «Nadie conoce bien al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt I 1,27b). Pues si niegas a aquel que revela, permanecerás en la ignorancia. Dice una sentencia en los Evangelios: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él» (Jn 3,36). El Padre se indigna cuando el Hijo unigénito es privado de su honor. Un rey considera grave que alguien insulte a un simple soldado. Por tanto, si se trata indecorosamente a alguien de las personas más honorables, compañeros o amigos, más se enciende la propia cólera. Y si alguien injuria al Hijo único del Rey, ¿quién aplacará y suavizará al Padre del Hijo unigénito de tal modo conmovido?

Es en el Hijo en quien se cumplen los designios de Dios

2. Si alguien, por consiguiente, quiere ser piadoso para con Dios, adore al Hijo; de otro modo, el Padre no admitirá su culto. El Padre exclamó desde el cielo diciendo: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17). En el Hijo se complugo el Padre. Si tú no encuentras también en él tu complacencia, no tendrás la vida. No te dejes arrastrar por los judíos, que mala y astutamente dicen, sí, que hay un solo Dios. Pero, junto a este reconocimiento de que sólo hay un Dios, reconoce a la vez que existe un Hijo único de Dios. No he sido yo el primero en decir esto, sino que acerca de la persona del Hijo dice el salmista: «Voy a anunciar el decreto de Yahvé: El me ha dicho: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy"» (Sal 2,7) 2. No atiendas, pues, a lo que dicen los judíos, sino a lo que hablan los profetas. ¿Te asombras de que desprecien las voces de los profetas cuando ellos mismos los lapidaron y entregaron a la muerte?

Diversas denominaciones de Cristo en la Escritura

3. Tú cree «en un solo Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios». Decimos «un solo Señor Jesucristo», porque es una filiación única; decimos «único», para que su actividad múltiple, que se expresa mediante nombres diversos, no te lleve a hablar impíamente de hijos diversos. Se le llama «puerta» (Jn 10,7), pero no pienses, por esta denominación, que se trata de una puerta de madera, sino racional, viva y que se da cuenta de quiénes pasan. Se le llama «camino» (Jn 14,6), pero no porque sea pisado por los pies, sino porque conduce hasta el Padre. Se le llama «oveja», pero no desprovista de razón, sino que por su preciosa sangre limpia al mundo de sus pecados: es llevada ante el esquilador y sabe cuándo conviene guardar silencio (cf. Hech 8,32; vid. Is 53,7-8). Pero esta misma oveja cambia a la vez su nombre por el de pastor cuando dice: «Yo soy el buen pastor» (Jn10,11) 3. Es oveja por su humana naturaleza, pero es pastor por el amor a los hombres que muestra su divinidad. Pero, ¿quieres saber cómo nos referimos a ovejas racionales? Dice el Salvador a los apóstoles: «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16). También se le llama «león» (cf. Gén 49,9)4, pero no porque sea devorador de hombres, sino que con tal denominación se muestra la dignidad regia de la propia naturaleza y su propio vigor en el que puede confiar. Se le llama también león en oposición al «adversario, el Diablo», que «ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (I Pe 5,8). Pues viene el Salvador, no mudando su mansedumbre natural, sino como el poderoso león de la tribu de Judá (cf. Apoc 5,5), trayendo la salvación a los que creen y aplastando al adversario. Se le llama «piedra», no inanimada ni tampoco extraída con manos humanas (cf. Dan 2,34), sino «piedra angular» (cf. Sal 118,225; cf. Mt 21,42 par), en la que quien crea no será confundido (cf. Is 28,16).

Más denominaciones de Cristo

4. Se le llama «Cristo»6, aunque no ha sido consagrado por manos humanas, sino ungido por el Padre para un sacerdocio eterno superior a las cosas de los hombres (cf. Hech 4,27). Se le cuenta entre los que han muerto, pero sin permanecer entre los muertos7, como todos los demás en el Hades (cf. Hech 2,31), sino el único libre entre los que murieron. Se le llama «Hijo del hombre» (Mt 16,13); no como cada uno de nosotros, que hemos tenido nuestro nacimiento en esta tierra, sino como quien ha de venir sobre las nubes a juzgar a los vivos y a los muertos (Mt 24,30)8. Se le llama «Señor», no de manera abusiva, como a los «señores» que hay entre los hombres, sino como quien tiene un poder natural y eterno9. Se le llama «Jesús» con nombre apropiado10, que hace referencia a su labor como médico11. Se le proclama «Hijo»12, que no ha llegado a serlo por adopción, sino que por naturaleza ha sido engendrado Son muchas realmente las denominaciones de nuestro Salvador. Pero que esta multitud de nombres no te haga pensar en una multitud de hijos. Y que no pienses, a causa de los errores de los herejes, que dicen que uno es el Cristo, pero otro es Jesús, y otra es la puerta, y así sucesivamente. Frente a todo ello te previene la recta fe: en un solo Señor Jesucristo. Aunque las distintas denominaciones sean muchas, bajo ellas es una única realidad lo que se entiende.

Jesucristo, Salvador y Señor

5. El actúa como Salvador diversamente según las circunstancias de cada uno. Para quienes necesitan de la alegría, él es la viña (cf.Jn 15,1). Para quienes tienen necesidad de entrar, él es la puerta (Jn 10,7). Para quienes tienen que presentar sus súplicas, ha sido constituido «único mediador» ( 1 Tim 2,5) y «Sumo Sacerdote» (Hebr 7,26). Pero, a su vez, se convierte en oveja en favor de los pecadores para ser sacrificado en su lugar (Is 53,6-7). Se hace todo para todos permaneciendo él lo que es según su naturaleza. Pues permaneciendo así y detentando una dignidad de hijo que no está sujeta a mutación alguna, desciende hasta nuestras debilidades como médico excelente y maestro bondadoso. Y esto siendo en verdad el Señor, que no ha adquirido el señorío para provecho propio, sino que posee por naturaleza la dignidad de ese señorío13. No es llamado abusivamente «Señor» nuestro, sino que verdaderamente lo es: cuando por voluntad del Padre domina sobre las propias criaturas. Nosotros ejercemos un derecho de dominio sobre hombres iguales a nosotros en honor y que están sujetos a las mismas debilidades: a menudo mandamos sobre quienes nos sobrepasan en edad y no es raro que un joven gobierne sobre criados más viejos. Pero en nuestro Señor Jesucristo no existe tal tipo de dominio. Pues en primer lugar es Hacedor y, después, Señor: en primer lugar ha hecho la voluntad del Padre, y es después cuando domina sobre las cosas que ha hecho.

Cristo, siempre en unión con el Padre

6. «Cristo Señor»14 es aquel que «nació en la ciudad de David»15. ¿Y quieres saber que Cristo el Señor está con el Padre ya antes de hacerse hombre16, de modo que lo que se dice no lo aceptes sólo por la fe, sino que tengas también una prueba desde el Antiguo Testamento? Busca el primero de los libros, el Génesis, donde dice Dios: «Hagamos al ser humano», no dice a mi imagen, sino «a nuestra imagen» (Gén 1,26). Y después de que Adán fue hecho, dice: «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya» (1,27). No restringió, pues, la dignidad divina a sólo el Padre, sino que también se refirió conjuntamente al Hijo, declarando así que el hombre no es simplemente obra de Dios, sino también de nuestro Señor Jesucristo, que también es verdadero Dios. Este mismo es el Señor, que coopera con el Padre, como lo hizo también en el asunto de Sodoma, según lo dicho por la Escritura: «Entonces Yahvé hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Yahvé»17. Y en otra ocasión, se mostró a Moisés en cuanto éste fue capaz de verlo (cf. Ex 3,2.6; 33,18-20; 34,5-6). Pues el Señor es benigno y siempre desciende indulgentemente a nuestras debilidades.

Cristo, aparecido a Moisés

7. Y para que sepas que es él mismo el que se apareció a Moisés, acepta este testimonio de Pablo: «Pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo» (I Cor 10,4) y, además (refiriéndose a Moisés): «Por la fe, salió de Egipto» (Hebr 11,27), poco después de haber dicho: «estimando como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de Cristo» (Hebr 11,26)18. Y Moisés le dice: «Déjame ver, por favor, tu gloria» (Ex 33,18). ¿Acaso no ves que también entonces los profetas veían a Cristo, aunque en la medida en que eran capaces de ello? «Déjame que te vea», clamaba Moisés. Pero Dios le dice: «No puede verme el hombre y seguir viviendo» (Ex 33,20). Por consiguiente, puesto que nadie podría ver el rostro de la divinidad, adoptó el rostro del hombre para que, viéndolo, viviésemos19. Pero cuando quiso mostrarlo con brillo, es decir, cuando su rostro «resplandeció como el sol», «los discípulos cayeron rostro a tierra llenos de miedo» (Mt 17,2-6). Por consiguiente, si al brillar el rostro de su cuerpo no lo hacía cuanto podía sino cuanto eran capaces de soportarlo los discípulos, ¿cómo podría nadie mirar a la majestad de la divinidad? «Grande es, Moisés, lo que deseas», dice el Señor. «Doy mi aprobación, sin embargo, a tu deseo no saciado. "Haré también esto que me acabas de pedir" (Ex 33,17), en la medida en que tú puedes captarlo.» «Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver» (Ex 33,21-23) 20

La presencia de Cristo entre los israelitas, invocada por Moisés

8. Guarda con firmeza, a causa de los Judíos, todo lo que voy a decir. Pues era nuestro propósito mostraros que, junto al Padre, se encontraba el Señor Jesucristo. Porque dice el Señor a Moisés: «Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahvé» (Ex 33,19). El que es el Señor en persona, ¿a quién llama Señor?21. Ves cómo, aunque de modo oscuro enseñó la piadosa doctrina acerca del Padre y el Hijo. Y además, en las palabras que siguen se encuentra escrito22 «Descendió Yahvé en forma de nube y se puso allí junto a él. Moisés invocó el nombre de Yahvé. Yahvé pasó por delante de él y exclamó: "Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes; que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación"». Después, según lo que sigue, Moisés, cayendo en tierra de rodillas y adorando al Padre ante el Señor, a quien llamaba, dice: «Dígnese mi Señor venir de en medio de nosotros» (Ex 34,5-9, para todo en conjunto).

Cristo es, como el Padre, Señor de todo

9. Tienes así una primera demostración. Admite otra que es evidente. «Dijo el Señor a mi Señor: "Siéntate a mi derecha"» (Sal 110,1). El Señor dice estas cosas al Señor, no al siervo23. Pero se trata del Señor de todas las cosas, de su propio Hijo al que todo se lo sometió (cf. 1 Cor 15,27-28; Hebr 2,8). «Mas cuando dice que "todo está sometido", es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas» (1 Cor 15,27)..., «para que Dios sea todo en todo» (15,28). Señor de todo es el Hijo unigénito: es Hijo del Padre, sumiso a él y que no ha usurpado su soberanía, sino que la ha recibido espontáneamente y de modo natural. Pues ni el Hijo se la robó al Padre ni éste ha sentido envidia del Hijo al entregarle el dominio. Es este mismo el que dice: «Todo me ha sido entregado por mi Padre» (Mt 11,27). Pero no me ha sido entregado como si anteriormente careciese de ello24, aunque las conservo cuidadosamente sin que se empobrezca su largueza.

Más sobre el señorío de Cristo

10. Por consiguiente, el Hijo de Dios es «Señor». Señor nacido en Belén de Judá, según las palabras del angel a los pastores: «Os anuncio una gran alegría...: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2,10-11). Del cual, en otro lugar, dice uno de los Apóstoles: «El ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todo» (Hech 10,36). Y cuando dice «de todo», no sustraigas absolutamente nada a su soberanía, pues tanto los ángeles como los arcángeles, «los Principados, las Potestades» (Col 1,16) o cualquier otra de las realidades creadas nombradas por los apóstoles, todo ha sido sometido al señorío del Hijo. Es Señor de los ángeles, como tienes en los evangelios: «Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían» (Mt 4,11). No dice «le ayudaban», sino «le servían», es decir, realizaban un oficio servil. Y cuando iba a nacer de la Virgen, le sirvió entonces Gabriel, que convirtió así su propia dignidad en servicio (cf. Lc 1,26 ss.). Cuando tenía que ir a Egipto para deshacer los ídolos de éste25, de nuevo un ángel se aparece en sueños a José (cf. Mt 2,13). Habiendo resucitado tras su crucifixión, un ángel lo anunció y, como un siervo diligente, dijo a las mujeres: «Ahora id enseguida a decir a los discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis": Ya os lo he dicho» (Mt 28,7). Como si dijera: no he descuidado el encargo; testifico que os lo he dicho para que, si lo descuidáis, no sea mía la culpa sino de quienes han sido negligentes. Así, pues, aquel es el único Señor Jesucristo, acerca del cual la lectura que se proclamó26 contiene estas palabras: «Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros» ( I Cor 8,5-6).

Aarón y Josué, figuras de Cristo sacerdote y salvador

11. Jesucristo es llamado así con un doble vocablo: Jesús, porque otorga la salvación; Cristo, porque posee el sacerdocio27. Dándose cuenta perfectamente de la situación, el divino profeta Moisés llamó con estos nombres a dos hombres escogidísimos: a Ausés, sucesor suyo en la jefatura, al que llamó Jesús cambiándole el nombren, y a su propio hermano Aarón, añadiéndole el nombre de Ungido29; de esta manera, por medio de estos dos hombres eximios, representaba la potestad regia y la potestad pontifical que habían de estar unidas en el Jesucristo único que habría de venir. Pues Cristo es sumo pontífice a semejanza de Aarón, si es verdad aquello de que «tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: ... Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec» (Hebr 5,5.6). Y en muchas cosas fue imagen de él, Josué, hijo de Nun30, pues la jefatura sobre el pueblo tuvo su comienzo en el Jordán31, donde también Cristo comenzó a evangelizar una vez recibido el bautismo (Mt 3,13). El hijo de Nun hizo doce partes de toda la herencia (Jos 14,1-5) yJ esús envió a doce apóstoles de la verdad como predicadores a todo el mundo (Mt 10). Como imagen (de Jesús), protegió él (Josué) a la prostituta que había creído (Jos 2,1 ss; 6,17 cf. Hebr 11,31). Pero el verdadero32 exclama: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios» (Mt 21,31). Ante el clamor de la alegría, aunque aquello sólo era imagen, se derrumbaron las murallas de la ciudad de Jericó (Jos 6,20), y por la palabra de Jesús: «No quedará aquí piedra sobre piedra» (Mt 24,2), cayó lo que a nosotros se opone, el templo de los judíos. Y no porque la sentencia de Jesús fuese causa del derrumbe, sino que esta caída la provocó el pecado de los impíos.

Jesús, Salvador, llamado así por el ángel

12. Unico es el Señor Jesucristo, nombre admirable indirectamente anunciado por los profetas. Pues dice el profeta Isaías: «Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña» (Is 62,11)33. Pero Jesús, en hebreo, significa «salvador»; sin embargo, la gracia otorgada a los profetas, previendo el torcido sentimiento de los judíos hacia la destrucción del Señor, les ocultó la verdadera denominación para que no pudiesen, conociéndolo demasiado pronto, estar al acecho contra él de manera más insidiosa. Pero Jesús fue llamado claramente de ese modo, no por todos, sino por el ángel, que no vino por su iniciativa, sino por la autoridd de Dios, y dijo a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombra Jesús» (Mt 1,20-21). Y al dar razón de este nombre, añadió de modo inmediato: «Porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (1,21b). Pero has de entender cómo puede tener un pueblo quien todavía no ha nacido, y es que en realidad ya existía antes de nacer. Esto es lo que de su persona dice el profeta: «Yahvé desde el seno materno me llamó: desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre» (Is 49,1)34. Por eso predijo el ángel que habría de ser llamado Jesús. Como también deben entenderse de las insidias de Herodes estas palabras: «En la sombra de su mano me escondió» (Is 49,2).

El Salvador que sana

13. Así pues, «Jesús» significa en hebreo «salvador», y en la lengua griega, «el que sana»35. En realidad él es médico de las almas y los cuerpos, y sanador de los espíritus: cura a los que están ciegos en sus ojos sensibles, pero lleva también la luz a las mentes: es médico de los que están visiblemente cojos, y dirige también los pies de los pecadores a la conversión cuando dice al paralítico: «No peques más» (Jn 5,14) y: «Toma tu camilla y anda» (5,8)36. Pues ya que a causa del pecado del alma había sido entregado el cuerpo a la parálisis, sanó primero el alma para llevar también después la medicina al cuerpo. Por tanto, si la mente de alguien está agarrotada por la enfermedad de los pecados, tiene ahí médico. Pero si alguien es de poca fe, dígale: «Ayuda a mi incredulidad» (Mc 9,23). Y si alguien está plagado de enfermedades corporales, no desconfíe, sino acérquese, que también recibirá remedio, y reconozca que Jesús es el Mesías.

Eternidad e inmutabilidad del sacerdocio de Cristo

14. Los judíos conceden que Jesús es algo más, pero niegan que sea el Mesías. Por ello dice el Apóstol: «¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo (1 Jn 2,22)?». Pero Cristo es el sumo sacerdote con un sacerdocio intransferible37. No comenzó en el tiempo a ser sacerdote ni tiene sucesor alguno en su pontificado, tal como nos oísteis hablando el domingo en la asamblea33 sobre aquello de «según el orden de Melquisedec» (Sal 110,4; cf. Hebr 5,6)39. No ha obtenido el pontificado por sucesión corporal ni ha sido ungido con óleo terreno40, sino que procede del Padre antes de los siglos; y es tanto más excelente que otros cuanto ha sido Sacerdote a través de un juramento: «Pues los otros fueron hechos sacerdotes sin juramento, mientras éste lo fue bajo juramento por Aquel que le dijo: "Juró el Señor y no se arrepentirá..."» (Hebr 7,20b-21a). Para la seguridad del asunto bastaba con la voluntad del Padre. Pero esta seguridad se ha duplicado al añadirse a la voluntad además un juramento: «Para que mediante dos cosas inmutables por las que es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados» (Hebr 6,18)41 quienes acogemos a Jesucristo Hijo de Dios.

Pese a los anuncios, Cristo fue rechazado

15. A este Cristo le rechazaron los judíos cuando llegó42, pero lo confesaron los demonios (cf. Lc 4,41). Tampoco lo ignoraba el patriarca David cuando decía: «Aprestaré una lámpara a mi ungido» (Sal 132,17). Algunos han entendido esta lámpara como el esplendor de la profecía; otros han entendido por esta lámpara la carne tomada de la Virgen, según aquello que dice el apóstol: «Llevamos este tesoro en vasos de barro» (2 Cor 4,7). No desconocía a Cristo el profeta al decir: «Anunciando a los hombres a su Cristo» (Am 4,13 LXX). También lo había conocido Moisés, lo había conocido Isaías y también Jeremías: ninguno de los profetas lo desconoció. Lo reconocieron incluso los mismos demonios. «Les conminaba», y, se añade, «porque sabían que él era el Cristo» (Lc 4,41). Los príncipes de los sacerdotes lo ignoraron, pero lo confesaron los demonios. Mientras los príncipes de los sacerdotes le desconocían, lo anunciaba la mujer samaritana diciendo: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?» (Jn 4,29).

Universalidad del cristianismo

16. Este Jesucristo es el «Sumo Sacerdote de los bienes futuros» (Hebr 9,1 1), que por la largueza de su divinidad nos comunicó a todos su mismo nombre. Cuando alguien es rey, no comunica a los demás la denominación de su dignidad regia. Pero Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, se dignó denominarnos con el nombre de cristianos. Verdaderamente, dirá alguno, se trata de algo nuevo. Este nombre de «cristianos» no se había oído anteriormente, y a veces se despierta oposición a las cosas nuevas simplemente por el hecho de ser nuevas. De esto trató el profeta al decir: «A sus siervos les dará un nombre nuevo tal que quien desee ser bendecido en la tierra deseará serlo en el Dios del Amén...» (Is 65,15-16)43. Preguntemos a los judíos: ¿servís a Dios o no? Mostradme, si acaso, vuestro nuevo nombre. Pues en tiempo de Moisés y de los demás profetas erais llamados judíos e israelitas, e igualmente después del retorno de Babilonia y hasta nuestros días. ¿Tenéis acaso un nuevo nombre? Pero nosotros, sirviendo al Señor, tenemos un nombre nuevo: y es realmente nuevo, nombre nuevo que «será bendecido sobre la tierra»: este nombre ha arrebatado toda la tierra, como quiera que los judíos están limitados a los confines de una sola región, pero los cristianos están extendidos por todo el mundo. Lo que ellos anuncian es el nombre del Hijo unigénito de Dios.

Pablo, anunciador del Evangelio tras haber perseguido a los cristianos

17. ¿Quiéres saber que los apóstoles conocieron y anunciaron el nombre de Cristo, y que más bien tuvieron en sí mismos al mismo Cristo? Pablo dice a sus oyentes: «... ya que queréis una prueba de que habla en mí Cristo» (2 Cor 13,3). Pablo anuncia a Cristo diciendo: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Cor 4,5). Pero, ¿quién es el que así habla? El que anteriormente era perseguidor. ¡Oh gran milagro! El que antes fue perseguidor anuncia ahora a Cristo. ¿Y por qué razón? ¿Ganado por el dinero? Pero no había nadie que lo persuadiese con tales artes. ¿O acaso lo había visto personalmente en la tierra y actuaba impulsado por reverencia y pudor? En realidad ya había marchado al cielo. El (Pablo) había partido como perseguidor y, luego de tres días en Damasco, el que se dedicaba a perseguir se convierte en su pregonero (Hech 9,1-25). ¿En virtud de qué? Algunos citan testigos de su casa para cosas familiares, pero yo te he traído como testigo a quien antes había sido enemigo. ¿Todavía tienes dudas? Grande es ciertamente el testimonio de Pedro y Juan, pero podría considerarse con cierta sospecha, pues eran familiares (de Cristo). Pero cuando quien antes era enemigo ahora afronta la muerte en favor del mismo asunto, no hay ya lugar para dudar acerca de la verdad.

Conversión de Pablo a Jesucristo. Fecundidad de su actividad escritora

18. Mientras se habla de estas cosas, sorprende gratamente el admirable designio del Espíritu Santo de que fuesen muy escasas en número las cartas de los demás, pero concedió a Pablo, que anteriormente había sido perseguidor, que escribiese catorce. Y no es que restringiese esa gracia en Pedro yJuan, como si fuesen menores. Nada de eso, sino que para afirmar la autoridad indudable de la doctrina, a quien antes había sido enemigo y perseguidor le concedió escribir ampliamente para que así tuviésemos todos una fe cierta. Ciertamente todos se asombraban de Pablo y decían: «¿No es éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el objeto de llevárselos a todos a los sumos sacerdotes?» (Hech 9,21). «No os asombréis», dice Pablo, sé que para mí «es duro dar coces contra el aguijón» (Hech 26,14)44. Sé que «no soy digno de ser llamado apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (I Cor 15,9), pero «por ignorancia» (I Tim 1,13). Pues creía que la predicación de Cristo era la ruina de la Ley: no sabía que él había venido a cumplir la Ley, no a anularla (cf. Mt 5,17). «Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí» (I Tim 1,14).

Innumerables testimonios y testigos de Cristo

19. Queridos, hay muchos testimonios acerca de Cristo45. Desde el cielo testifica el Padre acerca del Hijo (cf. Mt 3,17; 17,5); testifica el Espíritu Santo descendiendo corporalmente bajo el aspecto de paloma (Lc 3,22); testifica el arcángel Gabriel anunciando el evangelio a María (Lc 1,26-38); testifica la Virgen madre de Dios (ibid.); testifica el lugar dichoso del pesebre (Lc 2,7). Es testigo Egipto, que acogió en cuerpo al Señor cuando era todavía un niño muy pequeño. Es testigo Simeón, que lo tomó en brazos y dijo: «Ahora, Señor, puedes según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos» (cf. Lc 2,28-31). Y Ana, la profetisa, continente (y viuda)46 piadosísima y que llevaba una vida ascética, testifica igualmente de él (Lc 2,36-38). Testifica Juan Bautista, el mayor de los profetas (Jn 1,15; 1, 19 ss) y el primero del Nuevo Testamento, que en cierto modo conecta en sí ambas Alianzas, la antigua y la nueva47. Entre los ríos es testigo el Jordán, entre los mares, el de Tiberíades. Dan testimonio los ciegos, los cojos, los muertos llamados de nuevo a la vida. Los demonios dan testimonio diciendo: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret?... Sé quién eres tú: el Santo de Dios» (Mc 1,24). Testifican los vientos refrenados por su poder (Mt 8,23-27); testifican los cinco panes repartidos entre cinco mil hombres (Mt 14,13-21). Lo testifica el santo leño de la cruz, que se contempla entre nosotros hasta el día de hoy y que ha llenado casi todo el mundo con los trozos que algunos, por su fe, han cogido de él. Testifica en el valle la palmera que proporcionó las palmas a los niños que en su momento acogieron con alabanzas a Cristo (Jn 12,13). Da testimonio Getsemaní como mostrando también todavía a Judas a quienes entienden lo sucedido (Mt 26,47 ss). Este santo monte, el Gólgota, destacando sobre los demás, también testifica al dejarse ver; también dan testimonio el santo sepulcro y la piedra junto a él colocada hasta el día de hoy (cf. Mt 27,60). El sol que está ahora luciendo es testigo por haber experimentado un eclipse en la pasión. Testigo fueron también las tinieblas que en aquella ocasión se extendieron desde la hora sexta hasta la hora nona (Lc 23,44). Testigo es la luz que iluminó desde la hora nona hasta la tarde. Testigo es el monte santo de los Olivos desde el cual ascendió al Padre (Hech 1,912). Testigos también las nubes de tormenta que acogieron al Señor48. Igualmente las puertas celestiales que acogieron al Señor, de las que dice el salmista: «¡Alzaos, puertas, alzad los dinteles, puertas eternas, para que entre el rey de la gloria!» (Sal 23,7). Testifican asimismo quienes con anterioridad habían sido enemigos, de los que ahora hay que recordar al bienaventurado Pablo, que por un cierto tiempo vivió en la enemistad, pero (después) ejerció su ministerio de modo duradero. Testifican los doce apóstoles, que no sólo con palabras predicaron sino también con sus propios tormentos y su muerte. Testifica la sombra de Pedro, que en nombre de Cristo sanaba a los enfermos (Hech 5,15); testifican los pañuelos y los mandiles, que a través de Pablo realizaban igualmente curaciones con el poder de Cristo. Son testigos los persas, los godos y todos los convertidos de los gentiles que no dudan en enfrentarse a la muerte por aquel49 a quien no vieron con los ojos de la carne. Testifican los demonios, exorcizados hasta el día de hoy por el servicio de los fieles.

Con tantos testigos la fe se hace evidente

20. Muchos, diversos y diferentes son los testigos. ¿Se rehusará, pues, la fe a un Mesías comprobado por tantos testimonios? Si alguien, por consiguiente, no ha creído ya antes, crea ahora; pero si ya creyó, reciba un mayor incremento de fe: creyendo en nuestro Señor Jesucristo, sepa de quién recibe la forma de llamarla. Has sido llamado cristiano: que no sea blasfemado por tu causa nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, sino que tus buenas obras resplandezcan ante los hombres, para que los hombres que las vean glorifiquen en Cristo Jesús, Señor nuestro, al Padre que está en los cielos (Mt 5,16), a quien sea la gloria ahora y por lo siglos de los siglos. Amén.

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1. Las catequesis dan ahora un importante giro hacia la persona de Jesucristo haciendo ver que es en él en quien se cumplen las mismas Escrituras de la Antigua Alianza, en una línea semejante, por ejemplo a lo que se expone en la célebre predicación kerigmática de Pablo en Antioquía de Pisidia: «También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres, Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: "Hijo mío eres tú; y yo te he engendrado hoy"» (Hech 13,33; cf. su contexto). La cita que hace aquí Hech es de Sal 2,7, pasaje al que hace referencia estricta, de carácter plenamente cristocéntrico, el núm. 2 de la presente catequesis.

2. Cf. sobre la interpretación cristológica de este salmo el final de la nota anterior. Pero es todo el salmo el que debe entenderse cristológicamente, especialmente por lo que se refiere al drama de la pasión y al señorío mesiánico. Eso es lo que explica su frecuentísima utilización en los escritos del Nuevo Testamento.

3. Para toda la alegoría del Buen Pastor cf Jo 10,1-21.

4 Con ello se admite la interpretación cristológica del «león de Judá»: el Mesías tenía que ser, y Jesús lo es de hecho, de la tribu de Judá. Cf. el importante texto de Apoc 5,5: «No llores; mira, ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David; el podrá abrir el libro y sus siete sellos».

5. Mt 21,42 par, en la parábola de los viñadores homicidas, afirma expresamente que Cristo es la «piedra angular» rechazada al menos por una parte de quienes debían haberle acogido en primer lugar. Con ello también las palabras de Sal 118,22 se interpretan en clave cristológica. Casi más explícito todavía es Hech 4,11.

6. «Christós» es un adjetivo verbal griego, que significa «ungido» y traduce el hebreo «Mesías», del mismo significado. Cuando Mt 1,16 habla de «Jesús, llamado Cristo» está queriendo indicar que en Jesús se ha reconocido al Mesías aguardado desde toda la historia de salvación que Dios ha establecido desde los siglos con toda la humanidad, pero concretándose en la historia de Israel. En Cristo ha puesto Dios su Espíritu (cf. Is 42,1). Jesús de Nazaret es aquel a quien «Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder», según la versión que de Is 61,1 ofrece Hech 10,38. Según Lc 4,17-21, Jesús interpreta Is 61,1-2 viendo cumplidas en sí mismo las palabras de Isaías. Por todo ello es Jesús la personificación y presencia más explícitas y claras de Dios en el mundo. Jesús es, pues, de manera definitiva el «Cristo», «Mesías», «ungido» de Dios para la salvación del hombre.

7. Apoc 1,18; Jesús, al manifestarse, se presenta como «el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos».

8. Mt 24,30, sobre la venida definitiva del Hijo del hombre al fin de los tiempos: «Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo-del-hombre, y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria». La imagen del «Hijo del hombre» es de carácter apocalíptico, es decir, como descripción de contornos es borrosa; pero el término, empleado en Dn 7,13-14 sirve, precisamente en su imprecisión, para manifestar algo que va bastante más allá de su sentido literal. La excelente nota de la Biblia de Jerusalén a Dn 7,13 habla de un sentido de la expresión «Hijo del hombre» a la vez colectivo e individual (basándose en Dn 7,18.22) puesto que «el Hijo de hombre se identifica de algún modo con los santos del Altísimo: pero el sentido colectivo (igualmente mesiánico) prolonga el sentido personal, ya que el Hijo de hombre es a la vez la cabeza, el representante y el modelo del pueblo de los santos». Y añade la misma nota: «Por eso pensaba San Efrén que la profecía se refiere en primer lugar a los judíos (los Macabeos), luego, por encima de ellos, y de una manera perfecta, a Jesús». Por todos estos motivos puede quizá decirse que el titulo de Hijo de hombre o del hombre, aplicado a Jesús, es útil para indicar, en Jesucristo, la imagen definitiva del hombre, de su realidad y de su historia. A estas especulaciones bíblicas sobre antropología cristiana no son probablemente ajenas las afirmaciones de I Cor 15,47: «El primer hombre, salido de la tierra, es terreno, el segundo, viene del cielo».

9. Cf más abajo, núms. 5 y ss.

10. Cf. Mt 1,21: «... tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».

11. Cf. más abajo, núms. 11 y 13.

12. El tema se expone en una gran parte de la cat. 11.

13. Vid. cat. 11, núm. 22.

14. Según lo dicho en la nota 6, la traducción podría ser «el Mesías Señor».

15. Lc 2,11; «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador que es el Cristo Señor».

16. Es el tema de la preexistencia del Hijo y su misma igualdad de naturaleza divina con el Padre lo que ahora se aborda.

17. Gén 19,24. El hecho de mencionarse dos veces a Yahvé, el Señor, lo interpreta Cirilo como una referencia conjunta a Padre e Hijo.

18. Es realmente curioso, pero al tiempo extremadamente importante, que, por ejemplo, en el citado Hebr 11,26 pero también en otros textos anteriores o que seguirán, se ponen en relación con el acontecimiento Cristo numerosos textos del Antiguo Testamento. Esto contribuye a una auténtica unificación cristocéntrica de la Escritura.

19. Cf. toda la catequesis 12 sobre la encarnación de Cristo.

20. El texto de la catequesis ha parafraseado en algunos momentos las frases citadas del Exodo.

21. El razonamiento es semejante al de Mt 22,41-46 par. Cf. el párr. 9 de esta misma catequesis.

22. Según nuestro conocimiento actual de la situación redaccional se trata, de acuerdo con la cita que se aduce, de versículos anteriores del Éxodo.

23. Cf. cat. 7, núm. 2.

24. Se rechaza así la imagen subordinacionista del Hijo (un ser sometido al Padre como si no fuese de su misma naturaleza) y, sobre todo se excluye la idea adopcionista, la del Hijo como si Jesús hubiese llegado a ser adoptado como Hijo en algún momento de su historia (por ejemplo, en el bautismo en el Jordán). Una vez más se deja aquí sentir el influjo aclaratorio del concilio de Nicea acerca de la igualdad de naturaleza entre el Padre y el Hijo.

25. En ocasiones los Padres de la Iglesia han interpretado Is 19,1, donde en un oráculo contra Egipto se presenta a Yahvé en contra de los ídolos de este país, como afirmación acerca de Cristo, que con su viaje a Egipto en su infancia (cf. Mt 2,13 ss) habría destruido a los ídolos allí existentes. Cf. datos sobre estas afirmaciones patrísticas en PG 33,674, nota 5.

26. La nota de la que tomaba pie la catequesis.

27. El nombre de Jesús, salvador, es hebreo. Cristo, del griego christós, ungido. El griego es traducción del hebreo Messiáh, castellanizado «Mesías»). La función sacerdotal de Cristo es resaltada de modo especial en este párrafo 11.

28. «Ausés» es una transcripción probablemente errónea de «Nave», forma con que a veces se ha transcrito a su vez el nombre de Nun, el padre de Josué (cf. Jos 1,1: «Josué, hijo de Nun y ayudante de Moisés»). Teniendo en cuenta que en algunas versiones griegas de la Biblia se transcribe «Josué» como «Jesús», puede entenderse la referencia del nombre "Ausés'' y por qué afirma el texto de la catequesis que los nombres de «Jesús», el «Cristo», ya se dan en el Antiguo T estamento.

29. Sobre la investidura sacerdotal de Aarón y sus hijos, cf Lev 8.

30. En el texto griego original se lee «Jesús de Nave» (cf. lo expuesto en nota 28), aunque con las variantes «hijo de Nave» o «Jesús, hijo de Nave».

31. El paso del Jordán por el pueblo es el primer episodio notable del liderazgo de Josué (cf Jos 3-4).

32. Aquel a quien la imagen se refiere, Jesús.

33. La versión de Cirilo, más apropiada a sus propósitos didácticos y apoyándose en los LXX, personifica la frase: «Mira que viene tu salvador. Pero, en cualquiera de las versiones, el oráculo de Isaías puede contener una referencia cristológica.

34. Is 49,1 contiene el comienzo del segundo de los cantos del Siervo de Yahvé, anteriormente mencionados. Cirilo aplica las frases transcritas a Jesús en el instante mismo de la encarnación, por el anuncio del ángel, en el seno de Maria.

35. Conforme la etimoligía hebrea es clara, la griega, es mucho más discutible, puesto que no existe relación entre el griego lesous, transc ripción del hebreo, y el también griego iatrós, médico, de origen diferente.

36. Cf. CIRILO DE JERUSALEN, Homilía in paralyticum iuxta piscinam iacentem, núms. 13, 17, 18 (PG 33,1.145-1.148,1.149-1.152).

37. Desde el sentido estricto de las palabras, el «sacerdocio» y la palabra «sacerdote» sólo se dicen de Cristo en el Nuevo Testamento. El sacerdocio de Cristo es único, como única es también la acción salvífica por la que Dios ha rescatado a los hombres de su situación «de una vez por todas», según la repetida y central insistencia de la carta a los Hebreos (cf. Hebr 7,27). Esta afirmación coincide también con la de que Cristo es el único mediador (I Tim 2,5). Para la designación de distintos grados del ministerio ordenado, el Nuevo Testamento utiliza más bien las expresiones de «episcopos», presbítero y diácono.

38. Probable alusión a alguna homilía de la que no hay transcripción o al menos no se conserva.

39. CL Hebr 5,5-6: «De igual modo, tampoco Cristo se apropió de la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mio eres tú; yo te he engendrado hoy (cf Sal 2,7). Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec» (Sal 110,4). En un mismo párrafo se unen, pues, la generación y el sacerdocio eternos del Hijo.

40. Cf. cat. 11, núms 1 y 15

41. El párrafo, de razonamiento algo complejo, habla de la certeza de la salvación apoyada en el doble motivo de que Dios hizo una promesa al padre de la fe, Abraham (Gén. 12,1 ss). Pero también Abraham «recibió la señal de la circuncisión como sello» (Rm 4,11, cf Gn 17,11 ss). La promesa de Dios y el sello de la misma constituyen la doble seguridad que es para el cristiano 1) el proyecto de Dios en Cristo y 2) el sello bautismal.

42. Como una de las expresiones más compendiosas de esta afirmación, cf Jn 1,11, pero el rechazo deJesús está presente en todas las páginas del evangelio de Jn, en los sinópticos (cf. todo lo que es, en general Mt 20-23) o en la síntesis paulina sobre el puesto de Israel en la historia de la salvación, Rom 9-11.

43 Al transcribir la cita de Is, se ha preferido la versión de la Biblia de Jerusalén.

44. El «no os asombréis» no pertenece al texto de los Hechos, sino que es redaccional.

45. Cf. como testimonio acerca de la muerte y resurrección lo que se recoge en cat. 13, n. 38 s. y en cat. 14, no. 22-23.

46. «Continente» es el nombre dado en la antigüedad cristiana a los que practicaban en castidad la continencia por el Reino de los Cielos.

47. Juan Bautista pertenece todavía a la antigua Alianza, pero es precursor del Mesías, que desea ser bautizado por él (Mt 3,13) Lc 7,28 sitúa perfectamente a Juan en su puesto en la historia de la salvación: «Os digo (en boca de Jesús): Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él».

48. Probable alusión algo literaria a Hech 1,9.

49. Cristo.